Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005), de Tommy Lee Jones | Encadenados - revista de cine

Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005), de Tommy Lee Jones

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Gran postwestern: extranjería, muerte y el poeta Meleagro

los-tres-entierros-melquiades-0Western excelente, obra con una trama crítica, mordiente y que muestra un viaje metafórico, en ocasiones penitencial, en ocasiones iniciático, al fondo de todos los personajes que se ven involucrados en este triple entierro de Melquíades Estrada.

La cosa es que el cuerpo de Melquiades Estrada, que ha sido asesinado y enterrado de manera precipitada, aparece de pronto en medio del desierto. Las autoridades de la zona no se interesan ni preocupan por las razones del crimen y lo entierran sin más en el cementerio público. Pero Pete Perkins, el mejor amigo de Melquiades, decide investigar el caso por su cuenta y riesgo. Voul escribe: «La muerte de Melquíades nos es contada a tres bandas hasta completar el puzle de todo lo sucedido, y se explica la pasividad de una policía corrupta que dejará paso a una venganza personal con sabor a lección moral».

Tiene este film una gran dirección (la primera) de Tommy Lee Jones, que cuenta con gran pulso descriptivo y con eficacia, lo que pretende: una historia de amistad entre un mexicano, Melquíades Estrada, y su capataz; solidez narrativa y visual.

Buen guion de Guillermo Arriaga, con trama desapacible y sensible a la vez, y bien trabado el libreto, remake de Este muerto está muy vivo (1989) de Ted Kotcheff (guion de Robert Klane). Además, esta cinta tiene una excelente banda sonora de Marco Beltrami, un paradigma de buen gusto y tonalidad conmovedora; y bella la fotografía de Chris Menges.

El reparto es muy bueno, sobresaliendo Tommy Lee Jones que hace un gran papel lleno de expresión y matices; Barry Pepper está estupendo; y acompañando Julio César Cedillo, January Jones, Dwight Yoakam o Levon Helm entre otros, todos en su conjunto muy bien, convincentes y con gran nivel.

Lo mejor sin dudarlo un instante: Tommy Lee Jones a ambos lados de la cámara, que hace posible esta película mordiente, dolorosa, pero que también se disfruta internamente, si uno se mete en el relato, lo cual que Lee Jones sabe promover en todo sentido.

Es una película, que a la vez que distrae, es mordaz, a la par que suave, dolorosa, y al mismo tiempo con un trasfondo de gozo. Torreiro escribe unas palabras sobre esta película, palabras de crítico poeta, que me gustan y con las que estoy de acuerdo y que dicen así: «Película áspera y tierna a un tiempo, ejemplarmente construida cuando se decide a abandonar los territorios de una supuesta autoría de escritura para centrarse en lo que verdaderamente importa. […] Contiene también una emocionante lección de vida: la amistad por encima de claves culturales diferentes, la asunción de un sueño ajeno por la simple, y elemental, fuerza de los sentimientos. Es dura, por momentos bordea lo inaudito, pero como no olvida que está contando una historia profundamente humana, también ella, la película, obtiene del espectador la misma redención que sus criaturas, una pirueta emocionante que no vemos en el cine lo que se dice todos los días del año».

En el film, el viaje del cadáver y los entierros de Melquíades Estrada, sirven a modo de oportunidad para que todos los personajes puedan descubrir quiénes son y de qué madera están hechos. Es decir, cómo esta experiencia les abre a una mirada interior más lúcida y autoaclaratoria.

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Quiero exponer en este punto algunas ideas provenientes de los versos de un poeta menor de nombre Meleagro de Gadara, un poeta de la Antología Palatina del Siglo I antes de Cristo, quien escribió un epitafio para sí mismo en el que habla con un extranjero, con alguien que pasa por allí, algo común en los epitafios de aquella época. En este epitafio, se supone que el muerto interpela y habla al que pasa, un muerto que le habla a un vivo: «Tú que vas, acuérdate que estoy aquí». Meleagro le cuenta que viene de Gadara y añade: «Claro, tú de Gadara no sabrás nada, porque ése es un sitio muy pequeñito que está ahí en Persia».

Y el epitafio añade unos versos conmovedores: «Porque la única patria, extranjero, es el mundo en que vivimos, un único caos produjo a todos los mortales». O sea, no hay más patria que el mundo y todos venimos del mismo caos, sin saber cuáles son nuestras coordenadas y sabiendo que tenemos que vérnoslas con el mundo y con los demás (idea errabunda, disgregadora e inquietante). Meleagro viene a decir que no es que venimos del orden y nosotros lo desordenamos, sino que venimos del caos y los ordenamientos los creamos nosotros.

Así, sugiere este poeta que creemos un orden que corresponda a una patria única, el mundo, y no las patrias fraccionarias en las vivimos habitualmente: «¡Oh tú, que te crees extranjero por aquello mismo que nos hace compatriotas, pero que ignoras lo verdaderamente extraño y foráneo de tu condición, que es lo que nos convierte en hermanos!».

Al hilo de este argumento, quiero hacer algunas observaciones que creo de interés. La primera es la cuasi evidencia de que toda muerte es una caída en el olvido, un punto en que se inicia un proceso que niega nuestra existencia. En la película, la existencia de Melquíades Estrada, lejos de la tierra que lo vio nacer, que se presenta como el más concluyente y definitivo olvido… y los tres entierros.

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El primer entierro de Melquíades es el encubrimiento de un crimen en un paraje recóndito, y en un abrir y cerrar de ojos, se le niega no sólo la existencia sino incluso la propia muerte.

El segundo entierro es el registro burocrático de una defunción: su catafalco, reconocible por la inscripción «Melquíades-Mexico», pasa a engrosar los volúmenes funerarios: un óbolo, una dádiva indiscernible en la bolsa de ese barquero de la mitología griega encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos de un lado al otro del río Aqueronte, de nombre Caronte. 

Y el tercer entierro es el cumplimiento de una promesa hecha por el viejo amigo Pete Perkins y cómo sus afanes restituyen un orden que éste siente como necesario: honrar la memoria del amigo muerto.

Así, de la invocación que el poeta muerto Meleagro lanza sobre el vivo, llama la atención la designación de este último como «extranjero». Una vez que el poeta ha muerto, que ha regresado al caos originario y absurdo —el polvo—, parece sentirse legitimado para revelar el carácter errante e incierto de todo vivir humano.

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Entre el segundo y tercer entierro son muchos los trabajos que deben llevar a cabo para dar sentido a la muerte de Melquíades, para cumplir su voluntad. En realidad a Melquíades, asediado por las hormigas, le da ya igual. Si pudiera hablar liberaría a Pete de su promesa: era la voluntad del Melquíades vivo, los muertos no quieren nada.

Todas las tribulaciones de Pete en su expedición funeraria —cuyo origen es la fidelidad a la palabra dada— se deben a su condición de extranjero. Todas unas ideas que dan sentido al film, es decir, que pueden hacer a que se entienda mejor.

Este film es, como alguien señala, una especie de postwestern, un western fronterizo, de espaldas mojadas y gringos, genialmente construido, que implica a su vez una auténtica lección para el espectador y en el que el espíritu de Sam Peckinpah y la trazada de Eastwood están muy presentes casi en cada plano.

Para acabar, diré que recomiendo esta película que se balancea entre lo alegre y lo triste, a pesar del título, está llena de vida.

Escribe Enrique Fernández Lópiz

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