The Shameless (Suiza-Bulgaria-Francia-Taiwan-India/2024). Guion y dirección: Konstantin Bojanov. Elenco: Anasuya Sengupta, Anuksha Pushparaj Shetty, Auroshikha Dey, Rohit Kokate, Kiran Bhivagade y Tanmay Dhanania. Música: Petar Dundakov. Fotografía: Gabriel Lobos. Edición: Tom Hsin-Ming Lin. Duración: 115 minutos. En la competencia oficial Un Certain Regard.


En la primera escena vemos que Renuka (Anasuya Sengupta) acaba de matar a cuchillazos a un policía de un burdel de Delhi. Huye del lugar y de la gran ciudad para instalarse en una comunidad de trabajadoras sexuales en Chatrapur, norte de la India. Allí conoce a Devika (Anuksha Pushparaj Shetty, a.k.a. Omara), una adolescente que sueña con convertirse en cantante de rap, pero -por su pertenencia social- está condenada a una vida ligada a la prostitución y al dominio de hombres poderosos. Pese a las diferencias de edad, de personalidades y de orígenes, ellas inician un romance secreto en medio de un contexto cada vez más sórdido, peligroso, amenazante.

Narrada con solvencia por el búlgaro Konstantin Bojanov e interpretada con convicción y sensibilidad por Sengupta y Omara, The Shameless está cargada de buenas intenciones (exaltar un amor prohibido, exponer las consecuencias de la adicción a las drogas y denunciar un sistema injusto, un sino trágico que se perpetúa de generación en generación), pero la propia corrección política hace que el film resulte en varios pasajes demasiado obvio, recargado, subrayado y aleccionador. Entre los múltiples hombres despreciables con que ellas se topan hay uno que de alguna manera sintetiza y engloba todos los aspectos negativos: un político que, mientras en sus discursos de campaña habla de libertad, respeto, diversidad y lucha contra la corrupción, es capaz de someter a las mujeres a las peores condiciones imaginables.

Y es precisamente esa falta de sutileza, esa compulsión a dejar todo bien en claro, sin matices, sin grises, la que hace que un film de impecable factura técnica y aportes actorales resulte demasiado tendencioso y demagógico. No es difícil empatizar con el mensaje ni con su moraleja, pero en el terreno artístico el saldo final es bastante menos interesante que lo que en un principio se podía intuir. La valentía discursiva no siempre se convierte en audacia artística.


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