En busca del tiempo perdido (Marcel Proust)

En busca del tiempo perdido (Marcel Proust)

Marcel Proust habrá logrado pasar a la posteridad, magistralmente y rebasando todo pronóstico, gracias a En busca del tiempo perdido, el libro de los libros, el de toda su vida. Obra considerada por algunos como la culminación de la novela del siglo XIX, y por otros como precursora del XX, su "obra que -según el prefacio de la traducción china- supera el tiempo y el espacio"- es emblemática de la literatura francesa, aunque su influjo exceda con creces al número real de lectores. La bibliografía que le ha sido consagrada tanto en Francia como en el extranjero, es la más extensa que jamás se ha dedicado a un autor francés. Todo un mito.

uando, el 18 de noviembre de 1922, muere Marcel Proust, ya hacía varios meses que había puesto la palabra "fin" al manuscrito de En busca del tiempo perdido. Los tres últimos tomos de la novela -de los siete que la componen-, que no habían aparecido todavía, precisaban algunos retoques: si bien La prisionera estaba casi rematada, seguimos ignorando donde debía finalizar La fugitiva o la desaparición de Albertine y comenzar El tiempo recobrado, que no se publicará hasta 1927. Pero ya en 1909, Proust había compuesto el armazón de su edificio, así que aunque la muerte le hubiera sorprendido antes, En busca del tiempo perdido ya le hubiera proporcionado la clave al lector.

Todo comenzó en 1908, al esbozar un ensayo presentado en forma narrativa y dirigido contra la crítica literaria tal y como la concebía Sainte-Beuve1. Los contemporáneos de Proust lo consideraban por entonces culto, refinado e incluso un tanto snob. Es conocido por haber publicado un delicioso libro, Los placeres y los días (1896), algunos artículos y traducciones del crítico de arte y sociólogo británico John Ruskin, pero se ignora que tiene guardado en un cajón, por no encontrar un final, una larga novela2 cuyo protagonista se llama Jean Santeuil.

Hacia el verano de 1909, el Contra Sainte-Beuve se transforma en novela. Imaginando que su protagonista, convidado a una reunión en casa de la princesa de Guermantes, tiene la revelación de las dos especies de tiempo (el tiempo interior gracias a una serie de reminiscencias, el tiempo exterior gracias a los rostros envejecidos de los invitados de la princesa), Proust torna en desenlace novelesco la conclusión de su ensayo; pero ya se había cargado éste de escenas y personajes imaginarios, hasta el punto de que se perdía el hilo del discurso crítico. En resumen, el proyecto se enriqueció pero sin desviarse.

Fascinado por los trajes de Madame Swan y por la cultura de su esposo (Por el camino de Swan), turbado por los rudos modales de unos jóvenes ciclistas de vacaciones al borde del mar (A la sombra de las muchachas en flor), ávido de participar en los salones donde se intercambian futilidades (El mundo de los Guermantes), torturado por amores que no valen la pena (La prisionera y La fugitiva o la desaparición de Albertine), el protagonista de En busca del tiempo perdido -que se confunde mucho más con Proust que el narrador que utiliza la primera persona- encierra en sí una obra maestra. De seguir el método de Sainte-Beuve, ¿quién lo hubiera sospechado?.

Su admiración por las pinturas de Elstir o por la música de Vinteuil no parecen pesar mucho frente a esa pereza que tanto entristece a su abuela. Pero esa "pereza" es ante todo un temor respetuoso ante la obra para la que se prepara.

Para Proust, al igual que para los impresionistas, "los vestidos de las jóvenes no estropean el espectáculo de la inmensidad del mar".
Playa de Trouville (1864), de Eugène Boudin.

El protagonista de la novela es reflejo de su creador: si hubiera sido un joven con prisas y afán de éxito, Proust habría concluido mal que bien su Jean Santeuil y, en 1908, en los salones del faubourg Saint Germain de París o en el dique de Cabourg en Normandía, se habría prestado menos atención a sus afectados modales que a su talento y a su éxito literarios. Su fama de frívolo era el reverso de una gran exigencia. En 1912 dicha reputación le valió el famoso rechazo por parte de la editorial Nouvelle Revue de France (NRF) del primer tomo de En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swan, ya que al hojear el manuscrito, el escritor André Gide, solo vio, confirmando sus sospechas, historias de duquesas y, víctima del síndrome de Saint-Beuve, se expuso a lo que más tarde llamaría el mayor remordimiento de su vida, no haber percibido el sentido de una obra en gestación.

Desde el momento en que concibió el desenlace de la obra hasta su muerte, es decir, durante trece años (1909-1922), Proust prodigó retratos y peripecias, reorientó o amplió ciertas intrigas, completó sus frases con comparaciones para acercar lo individual a lo general. Aunque al principio había temido que su obra no llegara a mil páginas, finalmente escribió más de tres mil. Esta longitud es significativa. El recorrido del protagonista que al final recobra el tiempo (que le permite conseguir unificar su yo) evoca efectivamente el de Parsifal en su conquista del Grial. Sin embargo, aunque no conozcamos bien la naturaleza del Grial ni la de la labor del protagonista de En busca del tiempo perdido, nos hacemos una idea del esfuerzo y del tiempo que deben haber costado.

Al igual que en las novelas de caballería, algunos protagonistas que Proust pone en escena, se detienen a medio camino. Swan prefiere enriquecer su vida con bellezas existentes, que sacrificarla a una belleza que él mismo creara. Pertenece a esa categoría de estetas en la que sus contemporáneos incluían a Proust, mientras que escribía contra ellos.

En Balbec, que probablemente evoca Cabourg, el protagonista se entera de que los veleros o los vestidos femeninos no estropean, a ojos de un pintor impresionista, el espectáculo de la inmensidad del mar. El único interés que presenta el mundo exterior es permitir una alquimia del yo. Devolviéndole toda una etapa de su infancia gracias a la memoria involuntaria, el sabor de una pequeña madalena cuenta tanto para el protagonista como el caso Dreyfus3 o los bombardeos aéreos sobre París. Ya en El lirio del valle de Balzac los hombros de madame de Mortsauf tenían más importancia que los Cien Días4 y, en La educación sentimental de Flaubert, la venta del mobiliario de Madame de Arnoux eclipsaba a ojos de Frédéric, el golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte el 2 de diciembre de 1851. Puesto que el mundo se plasma en una conciencia, la novela da a menudo prioridad a lo frívolo sobre lo esencial. Pero, mientras que en los dos maestros de la novela del siglo XIX es la pasión amorosa la que causa esta inversión de valores, el amor no es para Proust más que una enfermedad. Su protagonista debe experimentarlo para afinar su sensibilidad, pero únicamente la obra de arte justifica que se rehabilite lo que antes se había considerado insignificante. Esta desmistificación del amor funda la subjetividad total de En busca del tiempo perdido. Que Swan o el protagonista no lleguen a saber si Odette o Albertine los engañan denota un análisis tradicional de los celos; la modernidad de Proust consiste en que para él la pregunta está destinada a permanecer sin respuesta.

Al igual que un cuadro impresionista, En busca del tiempo perdido trepida de incertidumbres. Después de todo, Proust contribuye a una revolución literaria semejante a la que se produce en su tiempo en el campo de la pintura y que operarán de manera más radical los pintores no figurativos. Demostrando que el interés de un libro no reside tanto en la realidad que refleja como en la visión singular que expresa, inaugura eso que Nathalie Sarraute -una de las representantes del Nouveau Roman5- llamará "la era de la sospecha", donde predomina la intriga del lector invitado a descifrar los arcanos de un estilo sobre la de los personajes novelescos y celosos.

Pierre-Louis Rey
Profesor universitario

1. Teoría determinista que consiste en explicar una obra literaria a partir del contexto histórico y social en el que se inscribe su autor.
2. Manuscrito de mil páginas que Proust no clasificó nunca y que fue publicado por trozos según el orden cronológico de la vida del protagonista.
3. Asunto político judicial que conmovió a Francia entre 1894 y 1906.
4. Episodio del efímero regreso al poder del emperador Napoleón I en 1815.
5. Expresión que apareció en los años 50 para designar al conjunto de escritores que recuestionan la existencia formal de la novela, lanzándose a la aventura del significante, la de la escritura confrontada a sí misma.

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