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Catalina la Grande, la emperatriz rusa que murió por su irrefrenable deseo sexual

La historia de la una mujer apasionada, de admirable intelecto, pero dueña de un apetito sexual que terminó con su vida.

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A veces la realidad supera la ficción, especialmente cuando uno conoce la verdadera historia de vida de los más connotados personajes históricos. La mayor parte de las veces son muy interesantes, pero también poseen escalofriantes detalles que a la luz de la grandeza de sus obras pasan muchas veces inadvertidos.

No obstante, la vida de la emperatriz rusa Catalina La Grande (1729-1796) es todo lo que un largometraje de adultos necesitaría para tener un rutilante éxito de taquilla. Es que la “filósofa del trono” cultivó muchos mitos sexuales en su reinado, los cuales salieron a la luz pública cuando fue enterrada en San Petersburgo.

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La emperatriz de origen polaco y que fue educada con el protocolo francés se convirtió en toda una leyenda, no sólo por las obras de su reinado, sino que también porque amaba tanto el erotismo y la sexualidad que a la edad de 67 años esa adicción la llevó a la muerte.

A opinión de los expertos historiadores, los rumores sobre la causa de muerte de la emperatriz hablan de un incontenible deseo erótico que muchas veces satisfacía con una corte de nobles, cortesanos y animales.

Casada con el duque Pedro III desde los 16 años, esa relación nunca tuvo un cauce normal, ya que la líbido de Catalina II era tan grande que su esposo no lograba satisfacerla. Algunos teóricos han planteado la tesis que él tenía serios problemas de impotencia sexual, lo que habría derivado en una casi nula sexualidad en el matrimonio.

Incluso, cuando Pedro fue ungido como emperador ya tenía muchos amantes. Después de la muerte de Pedro III (también se dice que ella lo mandó a asesinar), la heredera buscaba incontables formas de satisfacer su energía sexual. Catalina II fue proclamada emperatriz del imperio ruso en junio de 1762 y su reinado duró 34 años.

Ilustrada e hipersexual

A decir de quienes han estudiado su vida, ella era una ilustrada autoridad que disfrutaba mucho del conocimiento y la cultura, fruto de ello su colección de literatura y pintura era una de las más grandes de Europa. Además escribía poemas, obras y óperas.

Sin embargo, si había algo que le gustaba más que esa afición docta que cultivó en su vida, eso era el sexo, por lo mismo mandó a construir una habitación secreta en su palacio para deleitarse con los placeres de la carne y su corte de hombres y esclavos, con los que se divertía días y noches enteras.

En aquel cuarto habían decenas de muebles, cuadros y esculturas de escenas eróticas y abiertamente pornográficas. De hecho, Catalina II era seguidora de las historias del Marqués de Sade, quien acumulaba también una incontable cantidad de parafilias sexuales, siendo la más popular la que posteriormente se conoció como sadismo.

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Era tanta la pasión de la emperatriz por el sexo, que era muy arriesgada para satisfacer su deseo sexual, teniendo relaciones hasta 10 veces diarias con varios hombres a la vez. Hasta ahí todo dentro de los cánones habituales en algunas cortes, ya que desde tiempos inmemoriales los egipcios, griegos y los romanos se hicieron famosos por sus ritos en ese ámbito.

Con tanta pasión a cuesta, no faltó el momento en que ya no podía ser satisfecha por sus cortesanos, lo cual la llevó a idear la pavorosa idea de tener relaciones con animales, siendo su caballo el depositario de sus afectos y deseos.

Desafortunadamente para sus pretensiones aquella práctica antinatural la llevó a la muerte. El mito dice que el caballo cayó encima de ella aplastándola en una de las tantas relaciones que tuvo, mientras que la historia más real es que su sufrió un infarto cerebral.

Su particular e insaciable vida se extinguió el 17 de noviembre de 1796, dejando una invaluable colección de arte, pero también su famoso cuarto donde hasta el día de hoy existen vestigios de su incontenible sexualidad, la misma que le provocó la muerte y por la cual se hizo famosa en todo el mundo.

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