El hipnotista | Crítica | Película

El hipnotista

La mente del asesino Por Pablo Sánchez Blasco

El género negro, por definición, debe constituirse siempre en observatorio social y político bajo el riesgo insoslayable de renunciar a serlo. Si algún valor podía extraerse de las peripecias de Lisbeth Salander era, precisamente, el panorama desquiciado de una sociedad vuelta del revés, donde los responsables sociales se tornan violadores y los empresarios, colaboradores del régimen nazi. En el universo de la serie negra nórdica, el mal suele establecerse como un árbol de sólidas ramificaciones cuyo origen se remonta a través de las generaciones para surgir de improviso, actualizado y coherente con su propia trayectoria, en un presente descompuesto. Por estas características se nos presenta que El hipnotista (Hypnotisören, 2012), la película dirigida por Lasse Hallström sobre el libro de Lars Kepler –astuto seudónimo de una pareja de escritores suecos–, debe considerarse un thriller de suspense –nórdico– más que un exponente de esa descendencia noir a la que pretende adherirse.

Cuatro asesinatos son llevados a cabo contra una misma familia en sus minutos iniciales. Quizás sean la punta del iceberg de una trama fascinante. Quizás la consecuencia de algún drama personal de hondo calado. La promesa de la sangre, de las convulsiones y los estertores en mitad del frío llama al instante a los recovecos secretos de nuestra imaginación. Y la intriga se sostiene con sobrado oficio durante más de una hora. La única superviviente de la familia se niega a colaborar por miedo al asesino: no puede protegerme, él va a encontrarme. Un ser misterioso acecha a los personajes. La atmósfera gélida y crepuscular del film –deudora de las pesadillas de Seven (1995) y así volvemos a Fincher y, por extensión, a Larsson– es suficiente para intuir los claroscuros inéditos de esa sociedad. Pero, según avanza la película, resulta que a sus responsables les interesa más la crisis matrimonial de los protagonistas que las motivaciones de los asesinatos. El propio Lasse Hallström lo reconoce en una entrevista: la película no trata de indagar en la psicología criminal, o de lo que ocurría en la familia asesinada (…) no puedo explicar qué es lo que pasa dentro de la mente criminal, qué empuja a cometer tales acciones, no tengo explicación, para mí o para el espectador, simplemente tengo que manejarlo.

El hipnotista

No existe en El Hipnotista intención alguna de justificarnos los crímenes. El asesino resulta ser un adolescente de quince años guiado por su madre biológica recién incorporada a su vida. A través de una carta, ella le ha pedido que mate a la familia y el niño cumple con su obligación. Mientras tanto, asesina a otra enfermera y lo intenta con varios personajes más. Pero, ¿cuál es el objetivo de esos crímenes? Ninguno, según nos cuenta el cineasta. La madre mata porque está loca, así de sencillo. El niño mata porque está insensibilizado por los medios de comunicación. Al menos, eso se nos sugiere al introducir una escena de un videojuego agresivo de guerra. Antes de que alguien nos pueda explicar sus psicologías, ambos personajes morirán en el transcurso de la investigación. Semejante vacío resulta tan desconcertante que recuerda, inevitablemente, a aquella escena de Tira a mamá del tren (Throw momma from the train, 1989) en la que Billy Cristal, profesor de literatura, explicaba a Danny deVito, su peor alumno, que los personajes no podían matarse entre ellos solo porque estaban locos. La novela, decía, pierde fuerza.

Y tenía razón.

Desde ese momento, la perfecta superficie de El hipnotista, su muy notable capacidad de sugerencia, ese talento para inquietar a partir de nada, literalmente de la nada, deja entonces a la luz los incontables agujeros del guion.

Cuando el detective se encuentre cara a cara con la instigadora de los crímenes, esta se muestra desorientada, confunde a su hijo con el niño que ha secuestrado y actúa de manera caprichosa. Pero, ¿cómo ha sido entonces capaz de allanar una casa, drogar a dos personas sin que despertaran y llevarse al hijo? ¿Cómo se ha infiltrado entre las enfermeras de un hospital durante varias semanas? ¿Por qué nadie se ha dado cuenta? ¿Por qué ha diseñado un plan tan minucioso por ninguna razón? Nuestras dudas se multiplican. ¿Por qué el niño manda un mensaje a su futura víctima avisándole de que pretende matarle? ¿De dónde ha sacado su número de teléfono? ¿Por qué se ataca a sí mismo hasta casi la muerte si le quedaba por cometer todavía un crimen? ¿Por qué la hermana superviviente teme tanto a un niño en coma, rodeado de policías y atado a la cama de un hospital? ¿Cómo logra este niño escaparse de esa cama un minuto después de estar sedado e impedido para declarar ante el detective? ¿Por qué, durante el clímax, la policía manda para resolver un secuestro a un solo hombre, con una sola pistola, reservando un equipo a kilómetros de allí?

El hipnotista

Un autor de novela negra sabe perfectamente de la atracción que provocan los recursos del género. Por eso necesita trascenderlos. Esa es su valía. El público siente una fascinación automática por todo aquello relacionado con misterios, asesinatos o secretos morbosos. Cuando el cine negro se desustancia, reduciendo sus elementos hasta los huesos de su esqueleto, aún así pervive en él un impulso motor de supervivencia. Eso le ocurre a El hipnotista. En su primera tentativa en el thriller, Hallström consigue secuencias de auténtico desasosiego como el secuestro del niño durante la noche o la hipnosis de la madre, con esa espeluznante revelación de un rostro, de unos ojos concretos que miran de frente al horror. Su trama se impulsa mediante estímulos subtérraneos que mueven los sentimientos del espectador y provocan su reacción inmediata. Ese desconocido encapuchado que ha entrado en casa, que ha traspasado la los límites de la intimidad a la hora más vulnerable. Esa necesidad de comprender los misterios de la mente del otro, saber lo que él sabe, aproximarse a su complejidad. Esa barbarie acechando en cualquier momento, sin razón alguna, en el entorno cotidiano. Esa muerte gélida representada en la tumba final de hielo que se hunde lentamente. O esa noche opaca en que parecen suceder todas las escenas, sean a una hora u otra del día.

Durante dos horas de película, el esfuerzo de sus responsables fructifica en las formas y logra sumergirnos en el desorden que sacude unas vidas corrientes, las del hipnotista y su mujer. A Hallström, en su interior, le vence su tendencia al melodrama y acaba convirtiendo El hipnotista más en un relato de matrimonio en crisis, de complejas relaciones paterno-filiales, con heridas abiertas que retornan a la vida; en vez de en una intriga consistente. Su mezcla de géneros no funciona tan bien como debería. El drama posterga en exceso la tensión del thriller. El suspense condiciona el interés –y la credibilidad– de los sentimientos personales. Cuando concluye la historia y salen los créditos, el paisaje definitivo sigue siendo el de esa vigilia de día que nunca encuentra el amanecer. Puesto que nadie parece culpable de lo sucedido, al final huérfanos de un agente al mando de la trama, la sensación última es la de una inmensa culpa que recae sobre cada edificio de la ciudad. Una oscuridad opresiva, inquebrantable, bien conocida y, en su fondo, superficial. Requisitos del género.

El hipnotista-Ciudad

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Comentarios sobre este artículo

  1. hola dice:

    al terminar la primera hora me queria morir… claro esta de aburrimiento. La segunda mitad de la pelicula, fue mas duro que el descenso de dante al infierno. Resumiendo: creo que es la peor pelicula que he visto en mucho tiempo y eso que me he tragado autenticas mierdas pinchadas en un palo. Lenta de cojones, centrada en unos personajes que no te gustan pues dan puta pena, y una historia con mas agujeros que un queso gruyer. No la veas si no quieres malgastar dos horas de tu vida (que te pareceran 32)

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