Santa Isabel de Hungría
DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

17 de noviembre
SANTA ISABEL DE HUNGRÍA (1207-1231)

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Conferencia de la Familia Franciscana
HEMOS CREÍDO EN EL AMOR
Carta con motivo del VIII centenario
del nacimiento de Santa Isabel de Hungría (17-XI-06)

A todas las hermanas y hermanos de la Familia Franciscana,
de manera especial,
a todas las hermanas y hermanos de la Tercera Orden Regular
y de la Orden Franciscana Seglar,
que se honran en tener a Santa Isabel como patrona:
La misericordia de Dios inunde vuestros corazones.

1. VIII CENTENARIO, 1207 - 2007

El próximo año 2007, celebraremos el VIII centenario del nacimiento de santa Isabel, princesa de Hungría, gran condesa de Turingia y penitente franciscana. Este año jubilar se abrirá el 17 de noviembre de 2006, fiesta de santa Isabel, y se cerrará el mismo día de 2007.

La Tercera Orden Franciscana la honra como patrona y toda la familia franciscana la cuenta entre sus glorias. Queremos aprovechar esta ocasión única para presentar su figura excepcional de entrega a Dios Padre, en el seguimiento de Cristo y en la disolución de todo su ser en el Dios-Amor.

El papa Benedicto XVI, en la encíclica programática de su pontificado, Deus cáritas est, nos ha recordado cuál es la opción fundamental del cristiano expresada con estas palabras: Hemos creído en el amor de Dios. Ojalá nuestra fe salga fortalecida en este encuentro jubilar con santa Isabel que creyó profundamente en el amor.

En la vida de santa Isabel se manifiestan actitudes que reflejan literalmente el evangelio de Jesucristo: el reconocimiento del señorío absoluto de Dios; la exigencia de despojarse de todo y hacerse pequeña como un niño para entrar en el reino del Padre; el cumplimiento, hasta sus últimas consecuencias, del mandamiento nuevo del amor.

Se vació de sí misma hasta hacerse asequible a todos los menesterosos. Descubrió la presencia de Jesús en los pobres, en los rechazados por la sociedad, en los hambrientos y enfermos (Mt, 25). Todo el empeño de su vida consistió en vivir la misericordia de Dios-Amor y hacerla presente en medio de los pobres.

Isabel buscó el seguimiento radical de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre, en el más genuino estilo de Francisco. Abandonó las apariencias y ambiciones del mundo, el boato de la corte, las comodidades, las riquezas, los atuendos de lujo... Bajó de su castillo y puso su tienda entre los despreciados y heridos para servirles. Fue la primera santa franciscana canonizada, forjada en la fragua evangélica de Francisco.

Es cierto que la efemérides que celebramos se pierde en la penumbra de un pasado remoto, envuelto en leyendas, pero estamos convencidos de que, si en este año jubilar nos encontramos con la santa y su obra, más allá de la leyenda, saldremos enriquecidos en nuestro ser y en nuestro obrar.

2. LEYENDA Y VIDA DE ISABEL

Su vida ha sido entretejida de leyendas, fruto de la veneración, de la admiración y de la fantasía, que plasman facetas importantes de su personalidad. Pero nos interesa más la historia que se esconde detrás de las leyendas. Queremos conocer su personalidad, su genio, su santidad única y provocativa. Las leyendas que envuelven su persona son los colores vivos de su imagen, son la metáfora de los hechos; no las podemos tampoco desechar.

¿Quién fue Isabel? Una princesa de Hungría que nació en 1207, hija del rey Andrés II y de Gertrudis de Andechs-Merano. Según la tradición húngara, nació en el castillo de Sárospatak, uno de los preferidos por la familia real, al norte de Hungría. Como fecha, la tradición suele indicar el 7 de julio. Podemos retener como seguro sólo el año.

Siguiendo los usos vigentes entre la nobleza medieval, Isabel fue prometida como esposa a un príncipe alemán de Turingia. A la edad de cuatro años (1211), fue confiada a la delegación germana que fue a recogerla en Presburgo, entonces la plaza fuerte más occidental del reino de Hungría.

Fue educada en la corte de Turingia, junto a los otros hijos de la familia condal y junto al que sería su esposo, como era costumbre entonces. Se casó a los catorce años con Luis IV, landgrave o gran conde de Turingia. Tuvo tres hijos. Enviudó a los veinte años. Murió a los 24, en 1231. Fue canonizada por Gregorio IX en 1235. Un récord de vida densa y crucificada, para escalar la santidad más elevada y ser propuesta como ejemplo imperecedero de abnegación y entrega.

Hay un malentendido arraigado entre el pueblo cristiano, debido a las leyendas y biografías populares poco rigurosas, que sostienen que Isabel fue reina de Hungría. Pues bien, jamás fue reina ni de Hungría ni de Turingia, sino princesa de Hungría y gran condesa o landgrave de Turingia, en Alemania. Tradicionalmente se representa a Isabel con una corona que usaba no como reina, sino como princesa o gran condesa.

3. ESPOSA Y MADRE

Las compañeras y doncellas de Isabel nos cuentan que su peregrinación hacia Dios empezó en la tierna infancia: sus juegos, sus ilusiones, sus oraciones apuntan desde sus primeros años hacia un más allá.

En 1221, a los 14 años, se casó con el landgrave Luis IV de Turingia. Luis e Isabel habían crecido juntos y se trataban como hermanos. La boda tuvo lugar en la iglesia de San Jorge de Eisenach.

Hasta 1227, Isabel fue ejemplar esposa, madre y landgrave o gran condesa de Turingia, una de las mujeres de más alta alcurnia del imperio.

Las relaciones matrimoniales entre ellos no fueron según el estilo común de la época, de ordinario marcadas por razones políticas o de conveniencia, sino de afecto auténtico, conyugal y fraterno.

De casada, Isabel dedicaba mucho tiempo a la oración en las altas horas de la noche, en la misma cámara matrimonial. Sabía que se debía a Luis totalmente, pero había oído ya la invitación del "otro esposo": "Sígueme". De este amor con dos vertientes manaba, sin embargo, un profundo gozo y plena satisfacción, no el conflicto de una escisión interior. Dios era el valor supremo e incondicional que alentaba todos los otros amores al esposo, a los hijos, a los pobres.

El milagro de las rosas que ha tejido la leyenda, no expresa bien estas relaciones matrimoniales. Cuando Isabel se vio sorprendida por su esposo con la falda cargada de panes, no tenía motivo alguno para esconder sus propósitos misericordiosos al marido. No tenía razón de ser que aquellos panes se convirtieran en rosas. Dios no hace milagros inútiles.

Isabel tuvo tres hijos: Germán, el heredero del trono, Sofía y Gertrudis; ésta última nació cuando ya había muerto su esposo (1227), víctima de la peste, como cruzado camino de Tierra Santa. Ella contaba solamente 20 años.

Con la muerte de Luis, murió también la gran condesa y se acentuó la hermana penitente. Se discute entre los biógrafos si fue echada del castillo de Wartburgo o se marchó. La respuesta a su soledad y al abandono fue el canto de agradecimiento que pidió entonar en la capilla de los Franciscanos, el Te Deum.

4. ISABEL, PENITENTE FRANCISCANA

Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu penitencial de Francisco. Había ya numerosos penitentes franciscanos; muchos hombres y mujeres del pueblo seguían la vida penitencial marcada por san Francisco y predicada por sus frailes.

Los hermanos menores llegaron a Eisenach, la capital de Turingia, a finales de 1224 o principios de 1225. En el castillo de Wartburgo residía la corte del gran ducado, presidida por Luis e Isabel.

La predicación de los frailes menores entre el pueblo, predicación que habían aprendido de Francisco de Asís, consistía en exhortar a la vida de penitencia, es decir, a abandonar la vida mundana, a practicar la oración y la mortificación, y a ejercitarse en las obras de misericordia. Este estilo de vida lo describe Francisco en la Carta a todos los fieles penitentes.

Un tal fray Rodrigo introdujo en la vida de penitencia a Isabel, ya predispuesta para los valores del espíritu. Los testimonios de su franciscanismo, que aparecen en las fuentes isabelinas, son innegables:

-- Consta que Isabel cedió a los frailes franciscanos una capilla en Eisenach.

-- También, que hilaba lana para el sayal de los frailes menores.

-- Cuando fue expulsada de su castillo, sola y abandonada, acudió a los Franciscanos para que cantaran un Te Deum en acción de gracias a Dios.

-- El Viernes Santo día 24 de marzo de 1228, puestas las manos sobre el altar desnudo, hizo profesión pública en la capilla franciscana. Asumió el hábito gris de penitente como signo externo.

-- Las cuatro doncellas, interrogadas en el proceso de canonización, también tomaron este hábito gris. Esta "túnica vil", con la que Isabel quiso ser sepultada, significaba que la profesión religiosa le había conferido una nueva identidad.

-- El hospital que fundó en Marburgo (1229) lo puso bajo la protección de san Francisco, canonizado pocos meses antes.

-- El autor anónimo cisterciense de Zwettl (1236), afirma que "vistió el hábito gris de los Frailes Menores".

El empeño demostrado por Isabel en vivir la pobreza, regalarlo todo y dedicarse a la mendicidad, ¿no eran las exigencias de Francisco a sus seguidores?

Estos testimonios vienen corroborados por otras fuentes que ilustran la vida penitencial de Isabel, tales como las reglas y otros documentos franciscanos, el Memoriale propositi o regla antigua de los penitentes, las semejanzas o conformidades entre Isabel y Francisco.

5. LAS DOS PROFESIONES DE ISABEL

En las fuentes biográficas encontramos dos profesiones de Isabel y dos maneras de hacer la profesión que estaban en uso entonces. Con la primera entró en la Orden de la Penitencia, todavía en vida de su esposo. Con sus manos en las manos del visitador, Conrado de Marburgo, prometió obediencia y continencia. Conrado era un predicador de la cruzada, pobre y austero, probablemente sacerdote secular. Isabel, con el consentimiento de Luis, lo eligió personalmente porque era pobre. Los visitadores no tenían que ser necesariamente franciscanos. San Francisco, en la Regla no bulada (1221), ordena que "ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por algún hermano, sino que, una vez aconsejada espiritualmente, haga penitencia donde quiera" (1 R 12).

Con Isabel profesaron además tres de sus doncellas o compañeras, que formaron una pequeña fraternidad de oración y vida ascética bajo la guía de su superior-visitador Conrado.

Después de la muerte de Luis su esposo, las doncellas acompañaron a Isabel en su exilio del castillo hacia el reino de los pobres. Fueron su aliento en las horas amargas de soledad y abandono. Junto con ella emitieron una segunda profesión pública el Viernes Santo de 1228, viniendo a formar así una fraternidad religiosa. Sus doncellas recibieron como ella el hábito gris y se empeñaron en el mismo propósito de testimoniar la misericordia de Dios; comían y trabajaban juntas, salían juntas a visitar las casas de los pobres o a buscar alimentos para repartirlos a los necesitados. Al regresar, se ponían a orar.

Se trataba de una verdadera vida religiosa para mujeres profesas, sin clausura estricta y dedicadas a una labor social: servicio a los pobres, marginados, enfermos, peregrinos... Era una forma de vida consagrada en el mundo.

Pero la aprobación canónica de semejante estilo de vida comunitaria femenina, sin clausura estricta, tuvo que esperar siglos para ser reconocido por la Iglesia. La vida en el monasterio era entonces la única forma canónica admitida por la Iglesia para las comunidades religiosas de mujeres.

Isabel, sin duda, supo coordinar ambas dimensiones de vida, la de la intimidad con Dios y la del servicio activo a los pobres: "Mariam induit, Martham non exuit", vistió el hábito de María, pero no se despojó del de Marta.

Hoy las congregaciones femeninas de la TOR son unas 400, con más de cien mil religiosas profesas, que siguen las huellas de Isabel en la vida activa y contemplativa, y pueden llamarse sus herederas.

6. PRINCESA Y PENITENTE MISERICORDIOSA

La breve vida de Isabel está saturada de servicio amoroso, de gozo y de sufrimiento. Su prodigalidad y trato con los indigentes provocaba escándalo en la corte de Wartburgo; no encajaba en su medio. Muchos vasallos la tenían como una loca. Aquí encontró una de sus grandes cruces: vivió crucificada en la sociedad a la que pertenecía y entre aquellos que desconocían la misericordia.

En el ejercicio pleno de su autoridad, cuando era todavía la gran condesa y en ausencia de su marido, tuvo que afrontar la emergencia de una carestía general que hundió al país en el hambre. No dudó en vaciar los graneros del condado para socorrer a los menesterosos. Isabel servía personalmente a los débiles, los pobres y los enfermos. Cuidó leprosos, la escoria de la sociedad, como Francisco. Día tras día, hora tras hora, pobre con los pobres, vivió y ejerció la misericordia de Dios en el río de dolor y de miseria que la envolvía.

En los desventurados Isabel veía la persona de Cristo (Mt 25,40). Esto le dio fuerza para vencer su repugnancia natural, tanto que llegó a besar las heridas purulentas de los leprosos.

Pero Isabel no sólo usó del corazón, sino también de la inteligencia en su obra asistencial. Sabía que la caridad institucionalizada es más efectiva y duradera. En vida de su marido, contribuyó en la erección de hospitales en Eisenach y Gotha. Luego construyó el de Marburgo, la obra predilecta de su viudedad. Para atenderlo fundó una fraternidad religiosa con sus amigas y doncellas.

Trabajaba con sus propias manos en la cocina preparando la comida, en el servicio de los indigentes hospitalizados; fregaba los platos y alejaba las sirvientas cuando éstas se lo querían impedir. Aprendió a hilar lana y a coser vestidos para los pobres y para ganarse el sustento.

7. ISABEL CONTEMPLATIVA Y SANTA

La santidad aparece en la historia de la Iglesia como una locura, la locura de la cruz. Y la de Isabel es una espléndida locura. En su vida brilla con singular esplendor la virtud de la caridad. Su persona es un canto al amor, compuesto de servicio y abnegación, volcado a sembrar el bien.

Se propuso vivir el Evangelio sencillamente, sin glosa diría Francisco, en todos los aspectos, espiritual y material. No dejó nada escrito, pero numerosos pasajes de su vida sólo pueden entenderse desde una comprensión literal del Evangelio. Hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús en el Evangelio:

-- El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17,33; Mc 8,35).

-- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34-35).

-- Si quieres ser perfecto ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme (Mt 19,21).

-- El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí (Mt 10,37).

La ardiente fuerza interior de Isabel brotaba de su relación con Dios. Su oración era intensa, continua, a veces, hasta el éxtasis. La conciencia constante de la presencia del Señor era la fuente de su fortaleza y alegría, y de su compromiso con los pobres. Pero también el encuentro de Cristo en los pobres estimulaba su fe y su oración.

Su peregrinación hacia Dios está jalonada por gestos decididos de desprendimiento interior hasta llegar al despojo total, como Cristo en la cruz. Al final de su vida no le quedó para sí nada más que la túnica gris y pobre de penitencia, que quiso conservar como símbolo y mortaja.

Isabel irradiaba gozo y serenidad. El fondo de su alma era el reino de la paz. Vivió realmente la perfecta alegría enseñada por Francisco, en la tribulación, en la soledad y en el dolor. "Debemos hacer felices a las personas", les decía a sus doncellas, sus hermanas.

8. CONCLUSIÓN

Isabel pasó por esta vida como un meteoro luminoso y esperanzador. Hizo resplandecer la luz en el corazón de muchas almas. Llevó el gozo a los corazones afligidos. Nadie podrá contar las lágrimas que secó, las heridas que vendó, el amor que supo despertar.

Su santidad fue una novedad rica en matices y eminentes virtudes. Desde entonces ya no fueron solamente las mártires o las vírgenes las elevadas al honor de los altares, sino también las esposas, las madres y las viudas.

Isabel recorrió el camino del amor cristiano como seglar, en su condición de esposa y de madre; pero, después de la segunda profesión, fue una mujer plenamente consagrada a Dios y al alivio de la miseria humana.

La Tercera Orden de san Francisco, tanto la Regular como la Secular, se propone reavivar la memoria de su santa Patrona en el octavo centenario de su nacimiento y desea proponerla como luz y modelo de compromiso evangélico. La Familia Franciscana quiere honrar a la primera mujer que alcanzó la santidad en el seguimiento de Cristo según la "forma de vida" de Francisco.

Si evocamos su nacimiento, su personalidad singular y su sensibilidad, es para que, a través del conocimiento y de la admiración, también nosotros nos convirtamos en instrumentos de paz, y aprendamos a verter un poco de bálsamo en las heridas de los marginados de nuestro tiempo, a humanizar nuestro entorno, a secar algunas lágrimas. Derramemos la bondad del corazón allá donde falta la misericordia del Padre. Que el compromiso que vivió Isabel estimule nuestro propio compromiso. Su ejemplo e intercesión iluminarán nuestro camino hacia el Padre, fuente de todo amor: el bien, todo bien, sumo bien; la quietud y el gozo.

Roma, 17 de Noviembre de 2006, Fiesta de Santa Isabel

Fr. Mauro Jöhri, OFMCap., Ministro general, Presidente CFF

Fr. José Rodríguez Carballo, OFM, Ministro general

Fr. Joachim Giermek, OFMConv, Ministro general

Fr. Ilija Živkoviè, TOR, Ministro general

Encarnación Del Pozo, OFS, Ministra general

Sr. Anísia Schneider, OSF, Presidenta CFI-TOR

Fuentes principales

1. Conrado de Marburgo, Epístola, llamada también Summa Vitae, una síntesis biográfica, 1232.

2. Dicta quatuor ancillarum [Declaraciones de las cuatro doncellas].

3. Cesáreo de Heisterbach, cisterciense, Vita sancte Elysabeth lantgravie, [Vida de Santa Isabel, gran condesa] 1236.

4. Anónimo de Zwettl, cisterciense, Vita Sanctae Elisabeth, Landgravie Thuringiae [Vida de santa Isabel, gran condesa de Turingia] 1236.

5. Crónica de Reinhardsbrun, monasterio benedictino.

6. Anónimo Franciscano, Vita beate Elisabeth, [Vida de santa Isabel] de finales del s. XIII.

7. Dietrich de Apolda, dominico, Vita S. Elisabeth, [Vida de Sta. Isabel] entre 1289 y 1291.

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De una carta de Conrado de Marburgo,
director espiritual de santa Isabel,
al papa Gregorio IX, escrita en 1232

Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio de su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban desnudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

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LAS DOS PASIONES DE ISABEL DE HUNGRÍA
(VIII Centenario de su nacimiento)

Homilía de Fr. José Rodríguez Carballo, Min. Gen. OFM
17 de noviembre de 2006

Queridos hermanos: El Señor os dé la paz.

Coincidiendo con la clausura de nuestro encuentro, se inicia hoy oficialmente el VIII Centenario del nacimiento de santa Isabel, princesa de Hungría, gran Condesa de Turingia y penitente franciscana. Este jubileo, que toca muy de cerca a los hermanos y hermanas de la TOR (Tercera Orden Regular) y de la OFS (Orden Franciscana Seglar), que se honran de tenerla como patrona, ha de ser también celebrado convenientemente por cuantos formamos parte de la gran Familia Franciscana, pues santa Isabel es, con toda justicia, una de sus glorias.

Y ante esta celebración jubilar, en profunda comunión con toda la Familia Franciscana, particularmente con los hermanos y hermanas de la TOR y de la OFS, es lógico que nos preguntemos: ¿Qué mensaje nos dirige a nosotros, Hermanos Menores, la figura de santa Isabel? ¿Qué puede decir a los franciscanos de hoy, una mujer envuelta en la penumbra de un pasado remoto y en un mundo lleno de leyendas? ¿Qué puede decirnos esta mujer de la que nos separan tantos años y tantas otras cosas?

Su mensaje, y lo que la convierte en una figura realmente actual, arranca y toma fuerza de sus dos grandes pasiones: pasión por Cristo y pasión por los pobres. Dos pasiones que la colocan en perfecta sintonía espiritual y carismática con Francisco, en quien sin duda se inspiró, y con Clara, es decir, con dos corazones conquistados por Cristo y por los pobres, en los que descubrieron a Cristo. Toda su vida, incluida su extrema penitencia, sólo puede ser entendida a la luz de estas dos pasiones.

La pasión por Cristo llevó a Isabel a asumir el Evangelio como forma de vida y a vivirlo en el más genuino estilo de Francisco: sencillamente, sin glosa, en todos sus aspectos espirituales y concretos. Propósito éste que se manifiesta en sus actitudes existenciales más profundas, tales como el reconocimiento del señorío absoluto de Dios, la exigencia de despojarse de todo y hacerse pequeña como una niña para entrar en el reino del Padre, el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias del mandamiento nuevo del amor.

No dejó nada escrito, pero numerosos pasajes de su vida sólo pueden entenderse desde una comprensión literal del Evangelio. Hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús en el Evangelio:

-- El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17,33; Mc 8,35).

-- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34-35).

-- Si quieres ser perfecto ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme (Mt 19,21).

-- El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí (Mt 10,37).

Su pasión por Cristo se manifestaba y se alimentaba a través de una comunión profunda con Él, hecha de una vida de oración intensa, continua, que a veces desembocaba en el éxtasis. La conciencia constante de la presencia del Señor era la fuente de su fortaleza, de su alegría y de su compromiso con los pobres. Pero también el encuentro de Cristo en los pobres estimulaba su fe y su plegaria, porque en este encuentro era llevada a "identificarse" con ellos. No hay que extrañarse de esto desde el momento en que su peregrinación hacia el encuentro con Dios estaba jalonada por pasos decididos de desprendimiento hasta llegar al despojo total, como Cristo en la cruz. Al final de su vida no le quedó para sí nada más que la túnica gris y pobre de penitencia, que quiso conservar como símbolo y mortaja.

Su pasión por Cristo, que siendo rico se hizo pobre, la llevó a seguirlo radicalmente y a descubrirlo y servirlo en sus "representantes, los pobres y crucificados de la tierra", como los llama el documento final de nuestro Capítulo extraordinario (El Señor nos habla en el camino, 9). Isabel servía personalmente a los marginados, a los pobres, a los enfermos. Como Francisco, cuidaba a los leprosos, la escoria de la sociedad. Día tras día, hora tras hora, pobre tras pobre, vivió y encontró la misericordia de Dios en el río de dolor y de miseria que la envolvía. En los desventurados, Isabel veía la persona de Cristo (Mt 25,40). Esto le dio fuerzas para vencer su repugnancia natural, tanto que llegó a besar las heridas purulentas de los leprosos.

Forjada en la fragua evangélica de Francisco de Asís, al igual que el Poverello y que Clara, su "plantita", Isabel abandonó las vanaglorias y ambiciones mundanas, el boato de la corte, las comodidades, las riquezas, los vestidos lujosos... Bajó de su castillo y puso su tienda entre los despreciados y los heridos para servirles.

La santidad consiste en amar como Jesús nos amó. Amar a Dios y amar al prójimo son dos mandamientos que no se pueden separar. Pasión por Cristo y pasión por los pobres son dos pasiones que necesariamente van siempre juntas. ¿Pero todo eso no es una locura? Sí, es la locura del amor, que no conoce límites, es la locura de la santidad. Y la de Isabel es una auténtica locura. En su vida brilla con singular esplendor la supremacía de la caridad. Su persona es un canto al amor, plasmado en el servicio y la abnegación, volcado a sembrar el bien, como el amor de toda "mujer buena" de la que nos hablaba la primera lectura proclamada (cf. Si 26,1-3). Este amor, que hizo brotar en ella una ardiente fuerza interior, propia de una "mujer valerosa" (cf. Si 26,2) como era Isabel, la llevó a irradiar alegría y serenidad, incluso en la tribulación, la soledad y el dolor. Y así, fiel a su misión -"Debemos hacer felices a las personas", les decía a sus doncellas, sus hermanas-, Isabel alegraba el corazón de cuantos a ella se acercaban (cf. Si 26,13). El fondo de su alma estaba habitado por el reino de la paz.

Isabel pasó por esta vida como un meteoro luminoso y esperanzador. Iluminó la oscuridad de muchas almas. Llevó la alegría a los corazones afligidos. Nadie podrá contar las lágrimas que enjugó, las heridas que curó, el amor que despertó.

En este momento en que nuestra Orden está empeñada en una renovación profunda que nos lleva a seguir "más de cerca" y "más radicalmente" a Cristo, y cuando el Capítulo general extraordinario nos ha invitado repetidas veces a "ser menores con los menores de la tierra", Isabel se nos presenta no sólo como una mujer profundamente evangélica, sino también como un modelo a seguir en su pasión por Cristo y por los pobres.

Que a lo largo de este año jubilar evoquemos la personalidad tan singular de Isabel, para que, a través del conocimiento y de la admiración de esta figura, todos sigamos a Cristo y, tras las huellas de Francisco, de Clara y de Isabel, nos convirtamos en instrumentos de paz y alegría, y aprendamos a verter un poco de bálsamo en las heridas de quienes viven en nuestro ambiente, a humanizar las vicisitudes en que vivimos, a secar algunas lágrimas. Abramos nuestros corazones allá donde no campea la misericordia del Padre. Que el compromiso que vivió Isabel estimule nuestro propio compromiso. Su ejemplo y su intercesión iluminarán nuestro camino hacia el Padre, fuente de todo amor: el bien, todo bien, sumo bien; la quietud y el gozo.

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