Tetris (2023), de Jon S. Baird

El empresario y programador estadounidense de origen holandés Henk Rogers descubre casualmente en una feria profesional en Las Vegas un sencillo pero adictivo videojuego: Tetris. Son los años 80, e ignora que su diseñador es el ingeniero ruso Alexey Pajitnov, trabajador en la agencia gubernamental ELORG en Moscú, que lo ha creado como un pasatiempo, sin poder imaginar que Tetris iba a causar furor en toda la Unión Soviética. Rogers ve para su compañía Bullet Proof una maravillosa oportunidad de negocio, pero debe tratar con Robert Stein de Andromeda Software, que ha comprado a ELORG los derechos internacionales, y con el magnate británico de los tabloides Robert Maxwell y su hijo Kevin, para pensar en los distintos soportes: PCs, consolas, arcade... Y el panorama aún se amplia más cuando, hablando con Nintendo, asoma un dispositivo de bolsillo, la Gameboy.

El guión de Noah Pink, conocido por la serie Genius, que ha retratado a personajes reales como Einstein y Picasso, se las arregla maravillosamente bien para ofrecer una historia humana, donde destaca la amistad que surge entre dos hombres de mundos tan diferentes como son Rogers, economía de mercado y capitalismo, y Pajitnov, comunismo represivo, y el esfuerzo de ambos para que sus familias no acaben destruidas a causa de sus decisiones, por unas maquinarias, la de uno y otro sistema, que no controlan en absoluto. Pero a la vez se nos cuenta con mucha claridad e imprimiendo emoción, las luchas de poder para controlar el lanzamiento y éxito de Tetris, con un telón de fondo ochentero fantástico; y aunque quedan pocos años para el colapso de la Unión Soviética, las amenazas y chantajes de la KGB siguen siendo moneda común, y el soborno sigue funcionado como moneda universal para comprar voluntades.

Jon S. Baird, quien ya contó maravillosamente otra historia real en El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie), sabe manejar bien la película, con ideas como la de usar un esquema de videojuego al que se suman jugadores y se pasa de nivel; o la licencia artística de la negociación simultánea del jefe de ELORG con Rogers, Stein y Maxwell en la misma sede física en distintas habitaciones, acercando la situación a la farsa sin resultar ridículo, de algún modo se trata de sugerir lo kafkiano que puede resultar algo cuando sus protagonistas se mueven por la avaricia; o la del final trepidante en el aeropuerto, que recuerda al clímax de Argo, de Ben Affleck, quien, coincidencias de la vida, acaba de ofrecer otro relato de emprendimiento ochentero en Air.

La película, muy bien ambientada en los 80 gracias a las cuidadas dirección artística, fotografía y banda sonora, acierta de pleno en el reparto. Protagoniza Taron Egerton, quien ha forjado una importante relación artística con el productor Matthew Vaughn, que le ha dirigido en la saga Kingsman. Y es un buen contrapunto el actor ruso Nikita Efremov como el creador de Tetris, tienen fuerza sus escenas compartidas, con magia en el momento en que mejoran algunos aspectos técnicos del juego. Estamos ante una película de muchos personajes, y funcionan muy bien los pequeños papeles, Sofya Lebedeva como la traductora, Ben Miles como un ejecutivo de Nintendo, Oleg Stefan como el jefe de ELORG, Ayane Nagabuchi como la esposa de Rogers... Tienen un punto de exageración los Maxwell, aparte de que se nota en exceso el maquillaje del progenitor Robert, pero tiene fuerza esa relación con el hijo Kevin, que se siente minusvalorado, y lo hacen bien Roger Allam y Anthony Boyle. Y en fin, “the last, but no the least”, todas las alabanzas son pocas para el gran secundario que es Toby Jones, el primer descubridor del potencial de Tetris.