Crítica de cine: “Siempre Alice”, se está haciendo cada vez más tarde
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Crítica de cine: “Siempre Alice”, se está haciendo cada vez más tarde Por su desempeño en este filme Julianne Moore obtuvo el Oscar 2015 a la Mejor Actriz

Crítica de cine: “Siempre Alice”, se está haciendo cada vez más tarde

Dueña de una estética audiovisual que bien podría ser definida como “teatral”, la presente obra parece haber sido rodada con el único objetivo de resaltar las brillantes cualidades interpretativas de su rol protagónico, y de quienes, en esta ocasión, le acompañan en su dramatización frente a la cámara: el imperturbable y cínico Alec Baldwin, además de la sorpresiva y hermosa Kristen Stewart. Si bien es cierto que nos encontramos ante una producción fallida en su realización cinematográfica, dos son los factores que hacen de este título, un largometraje digno de verse: la estructura técnica del libreto (una adaptación de la novela de Lisa Genova) y la consagración definitiva para el paseo de la fama, de esta inolvidable artista pelirroja.         


“Qué presente puede hacerse la noche. Hecha sólo de sí misma, es absoluta, todo espacio le pertenece, se impone con su mera presencia, con la misma presencia del fantasma que sabes que está ahí frente a ti, aunque esté por todas partes, incluso a tus espalda, y si te refugias en un pequeño espacio de luz de él quedarás prisionero, porque a tu alrededor, como un mar que rodea tu pequeño faro, se halla la intransitable presencia de la noche”.

Antonio Tabucchi, en El tiempo envejece deprisa

SiempreAlicia1Con una bella escena, concluye Siempre Alice (Still Alice, 2014), la película de los directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland; un fotograma, asimismo, que se convierte en una acertada metáfora visual de su argumento y profundo sentido: El rol principal -encarnado por Julianne Moore- padece en su organismo, siendo todavía joven, los síntomas de un agresivo mal de Alzheimer: ya no reconoce a sus seres queridos, ya ni siquiera puede responder a la pregunta acerca de su identidad legal, y cultiva la mirada perdida y la cabeza gacha, del individuo que literalmente desconoce dónde se encuentra, sobre qué piso camina. Entonces, una de sus tres hijos, la joven que estudió Teatro y quien la cuida, le lee un fragmento de un poema en prosa.

Obviamente, la mujer, víctima de la avanzada enfermedad, no reconoce la etimología de las palabras, pero sí, la intensidad, el sentimiento y la emoción que contienen las mismas: y ante la pregunta del papel interpretado por Kristen Stewart, en torno al significado de los vocablos, de las oraciones por ella recién pronunciadas, su madre convaleciente dentro de la ficción, le responde lo siguiente: “Es amor, se trata de amor”, dice Julianne Moore. Y se cierra la historia, cae el telón.

La honestidad intelectual nos obliga a escribir, en esta reseña, sin embargo, que Siempre Alicia se ubica lejos de las características que nos permitirían calificarla como una buena pieza de arte cinematográfico, por lo menos, si es que nos remitimos en exclusividad a sus rasgos meramente audiovisuales. En efecto, y hecho ese ejercicio, el diagnóstico resulta claro y meridiano: la cinta que analizamos, se revela grabada sobre la cartografía de una idea fílmica, de dudosa efectividad creativa.

Así, la pareja de directores (Glatzer es norteamericano, y Westmoreland, inglés), valiéndose del ejercicio de reiterados primeros planos, buscarían –por lo que se observa en la factura lumínica, resolutiva y escénica de los encuadres-, provocar un efecto estético cercano al que generan en el espectador las transmisiones teatrales en vivo, bajo el formato de la televisión digital. La calidad técnica y artística, que se desprende del esfuerzo, resulta un poco decepcionante; eso, también por lo menos, si se le compara con la extraordinaria performance dramática de un reparto estelar de primera línea, como con el que contaban los realizadores, en esta ocasión: la mencionada Moore, Alec Baldwin (quien personifica al esposo de Alice, llamado aquí John Howland), y la cautivante y joven Stewart (de nombre inventado, Lydia).

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De ese modo, la estrategia de montaje se percibe, si no evidentemente errónea, muy semejante a la que podría detectarse en una telenovela anglosajona, verificándose un relato cinematográfico que abusa de las escenas de interiores y de los espacios ambientales cerrados. Una decisión poco afortunada, aquella, de los autores, sin duda: pues las mejores fotografías del largometraje, se vislumbran en una Alice trotando desorientada por la ciudad de Nueva York, confundida y sentada arriba de la banca de un parque, o bien demostrando su abrupta fragilidad en las arenas de una playa que se recuesta sobre el Atlántico (Lido Beach).

En otras palabras, es cuando la cámara “abandona” los sets de los estudios de grabación, que la historia de la profesora universitaria de Literatura -que sufre los estragos del Alzheimer a temprana edad-, adquiere los contornos de una historia relatada en pensados y formulados cuadros cinematográficos: en la difícil representación del dolor, del desamparo y de la destrucción de un grupo familiar, a través de intensos y emotivos minutos.

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Pero esas virtudes de la narración diegética (una elogiable claridad y destreza en la expresividad de lo que se aspira a proyectar mediante el enlace de las secuencias), se deben privativamente a la estructura técnica del guión (una traslación hecha desde la novela homónima de la escritora Lisa Genova); y al inmenso talento interpretativo de Moore y de sus acompañantes actorales: la estrategia fílmica aquí, antes que ayudar, entorpece y ensombrece las luces teatrales de Julianne y de sus colegas; termina por convertirse en una piedra adentro del zapato en la integridad del artefacto, y, finalmente, en una mala evaluación para las decisiones que fueron el producto y la responsabilidad exclusiva, de los autores audiovisuales.

Si adscribimos al grupo de los puristas de la imagen (uno de los componentes esenciales en el análisis estético e ideológico de un filme, pero no el único, y a veces tampoco el más importante), Siempre Alicia se nos exhibe de una forma contradictoria: por un lado evaluamos esos primeros planos reiterados –a veces pretenciosamente “realistas”, otras irritantemente extáticos-, que se detienen en el fenomenal trabajo de la pelirroja actriz, mientras se desvanecen su capacidad intelectiva y su cordura identitaria (la forma en que la intérprete maneja y domina los músculos de su rostro, impresionan); y por otra, calibramos la fuerza literaria y los sensibles nudos argumentales de ese libreto, adaptado, ¡sorpresa!, por los mismos directores (Glatzer y Westmoreland).

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Siempre Alice es una inmejorable instancia cinematográfica, a fin de acercarse a la trayectoria profesional de la actriz que se quedó con el premio correspondiente a la mejor dramatización femenina, de 2014. Una carrera que tiene otros puntos altos, y quizás, hasta de una mayor complejidad artística: cómo olvidar, por ejemplo, los papeles de Julianne Moore (1960) en Magnolia, de Paul Thomas Anderson, o en Las horas, de Stephen Daldry, o en Lejos del cielo, de Todd Haynes, o en Chloe, de Atom Egoyan, o en Vidas cruzadas, de Robert Altman, por citar un amplio muestrario -que se consagra con este rol-, en una admirable y completísima variedad de caracterizaciones abordadas a lo largo de su camino dramático.

Y también, por supuesto, este correcto largometraje (sumados el conjunto de sus elementos), constituye un buena excusa, en el campo de la ficción cinematográfica, con el propósito de reflexionar en torno a la fragilidad inherente a la existencia, a sus sorpresas desagradables e injustas, malditas, en un adjetivo; para pensar en el hecho cierto de que toda una vida, un vínculo afectivo (en este caso un matrimonio), y los lazos de una familia, se van al barranco, al despeñadero, a veces, por una simple e “imprevista” circunstancia biológica: la predisposición genética de un ser humano, activa una serie de células y de químicos en su cerebro, y de un día para otro, entonces, la muerte, la sombra y la noche más obscuras, aparecen sobre el escenario, en una demostración de su potencia y fuerza inconmensurables. Y todo, se acaba en un segundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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