Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Agradecimientos
Prefacio
CAPÍTULO 1. PERSPECTIVA GENERAL DEL ABUSO DE SUSTANCIAS
CAPÍTULO 2. MODELOS COGNITIVOS DE LA ADICCIÓN
CAPÍTULO 3. TEORÍA Y TERAPIA DE LA ADICCIÓN
CAPÍTULO 4. LA RELACIÓN TERAPÉUTICA Y SUS PROBLEMAS
CAPÍTULO 5. FORMULACIÓN DEL CASO
CAPÍTULO 6. ESTRUCTURA DE LA SESIÓN TERAPÉUTICA
CAPÍTULO 7. EDUCAR A LOS PACIENTES EN EL MODELO COGNITIVO
CAPÍTULO 8. ESTABLECER LAS METAS
CAPÍTULO 9. TÉCNICAS DE TERAPIA COGNITIVA
CAPÍTULO 10. MANEJO DEL «CRAVING» Y LOS IMPULSOS
IRREFRENABLES DE CONSUMIR
CAPÍTULO 11. PRESTAR ATENCIÓN A LAS CREENCIAS
CAPÍTULO 12. MANEJO DE LOS PROBLEMAS VITALES EN GENERAL
CAPÍTULO 13. INTERVENCIÓN ANTE LA CRISIS
CAPÍTULO 14. TERAPIA DE LA DEPRESIÓN EN PERSONAS ADICTAS
CAPÍTULO 15. IRA Y ANSIEDAD
CAPÍTULO 16. TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD CONCOMITANTES
CAPÍTULO 17. PREVENCIÓN DE RECAÍDAS EN LA TERAPIA COGNITIVA
DEL ABUSO DE SUSTANCIAS
APÉNDICE 1. CREENCIAS ACERCA DEL ABUSO DE SUSTANCIAS
CUESTIONARIO DE CREENCIAS SOBRE EL «CRAVING» (CBQ)
ESCALA DE PREVENCIÓN DE RECAÍDAS
APÉNDICE 2. INVENTARIO PARA MANEJAR LA AMBIVALENCIA Y LOS
DESLICES
APÉNDICE 3. EJEMPLOS TÍPICOS DE LAS VENTAJAS Y DESVENTAJAS DE
UTILIZAR DROGAS
2
APÉNDICE 4. REGISTRO DIARIO DE «CRAVING»
APÉNDICE 5. INFORME DEL PACIENTE SOBRE LA SESIÓN DE TERAPIA
APÉNDICE 6. POSIBLES RAZONES PARA QUE NO SE REALICEN LAS
TAREAS DE AUTOAYUDA ...
APÉNDICE 7. INTERVENCIÓN EN TERAPIA COGNITIVA CON PACIENTES...
Bibliografía
Notas
Créditos
3
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Sinopsis
Fruto de la investigación y la experiencia práctica de Aaron T. Beck y sus colegas, esta
se trata de una obra accesible a la vez que exhaustiva, y expone con gran claridad el
modelo cognitivo del abuso de sustancias, la especificad de la formulación de cada caso,
el manejo de la relación terapéutica y la estructura de las sesiones de terapia.
5
TERAPIA COGNITIVA DE LAS
DROGODEPENDENCIAS
6
Aaron T. Beck, Fred D. Wrigth, Cory F. Newman, Bruce S.
Liese
7
Para Phyllis, Gwen, Jane y Ziana
8
AGRADECIMIENTOS
Nos gustaría mostrar nuestro agradecimiento a nuestros apreciados colegas en el
campo del tratamiento y la investigación sobre el abuso de sustancias, los doctores Dan
Baker, Lino Covi, Tom Horvath, Jerome Platt, Hal Urschel, David Wilson y Emmett
Velten, por sus valiosos e inestimables comentarios y sugerencias en las versiones
previas de este libro. Agradecimientos especiales también al doctor Kevin Kuehlwein,
un miembro importante de nuestro propio equipo de terapia cognitiva en Filadelfia, por
su completa evaluación y trabajo editorial en muchos de los capítulos del libro. Las
sugerencias de todos han sido muy valiosas durante la realización de este proyecto.
También nos gustará mostrar nuestro agradecimiento a Tina Inforzato, que realizó un
trabajo manual impresionante al escribir todo este volumen y las anteriores versiones.
Sin su esfuerzo incansable, este libro estaría aún «en el tintero».
9
PREFACIO
Se considera mayoritariamente que el abuso de sustancias es un problema social y
legal muy grave. De hecho, la utilización de drogas ilegales puede ser responsable de
más del 25 % de crímenes contra la propiedad y un 15 % de los crímenes violentos. Las
pérdidas financieras relacionadas con estos crímenes se han estimado en 17.000 millones
de dólares al año. Los homicidios también están muy relacionados con el tráfico de
drogas. Aproximadamente un 14 % de los homicidios que se cometen cada año puede
relacionarse de forma causal con las drogas. El coste de las actividades de la justicia
destinadas contra el tráfico de drogas a nivel federal fue, en 1988, aproximadamente de
25.000 millones de dólares, comparados con el presupuesto de 1986, en que se gastaron
1.760 millones de dólares.
También, el consumo de drogas origina muchos problemas de salud. El alcohol puede
llegar a dañar casi cualquier órgano del cuerpo, incluyendo el corazón, cerebro, hígado y
estómago. Las drogas ilegales como la cocaína pueden afectar gravemente los sistemas
neurológico, cardiovascular y respiratorio. Los cigarrillos pueden causar cáncer,
enfermedades del corazón y otras enfermedades. La droga que se utiliza más
ampliamente y de la que más se abusa es el alcohol. En Estados Unidos, dos tercios de la
población bebe alcohol. Cerca de una décima parte de la población tiene problemas tan
serios con el alcohol que podría considerarse «alcohólica» o «dependiente del alcohol».
(¡Es interesante señalar que este grupo que forma el 10 % de americanos bebe más de la
mitad de todo el alcohol disponible!)
Al menos 14 millones de americanos utilizan drogas ilegales cada semana. Durante
los «meses álgidos» esta cifra puede crecer hasta 25 millones de consumidores. Algunos
expertos han estimado que aproximadamente un 2,3 % de americanos mayores de doce
años tienen un problema grave con las drogas ilegales, suficientemente importante como
para poder justificar un tratamiento.
En cierta forma, hemos intentado poner un freno ante este abuso de drogas,
considerándolas ilegales. Por ejemplo, la cocaína y la heroína son ilegales en Estados
Unidos. Fumar cigarrillos cada vez se prohíbe más. En una ocasión se intentó frenar el
10
alcoholismo mediante mecanismos legales (es decir, prohibiéndolo). Obviamente, estos
métodos nunca consiguen que estas sustancias estén completamente inaccesibles.
No todas las personas que utilizan drogas acaban siendo adictas a las mismas, aunque
muchos se han preguntado a sí mismos: «¿Soy (o bien otra persona) un alcohólico (o
abuso de otras sustancias)?». La Asociación Americana de Psiquiatría ha definido las
adicciones con mucha especificidad. De hecho, el término oficial para describir una
adicción es «dependencia de una sustancia». Existen una serie de signos característicos
de la dependencia de sustancias, que incluyen: a) utilización reiterada y muy frecuente
de la sustancia; b) utilización continuada de la misma, incluso aunque pueda causar
problemas a la persona; c) tolerancia, y d) síndrome de abstinencia.
En la utilización y abuso de las drogas hay implicados factores culturales e históricos.
Los avances históricos han influido en los patrones y las consecuencias de la utilización
de unas drogas, ya sea positiva o negativamente. Dos siglos atrás, la extracción de
sustancias químicas de los materiales textiles creó productos medicinales más potentes.
La invención de la aguja hipodérmica, a mitad del siglo XIX, fue también otra especie de
bomba en la medicina, lo que por otro lado permitió que los consumidores de droga
consiguieran evitar los controles biológicos naturales, como son el sabor amargo y la
baja absorción de sustancias a través del tracto digestivo. Muchas drogas sintéticas
desarrolladas en el siglo XIX tenían aplicaciones médicas aunque, a su vez, crearon más
posibilidades de que se pudiera abusar y volverse adicto a las mismas. Concluyendo,
cualquier actividad que afecte a los sistemas de recompensa del cerebro conducirá en
algunos casos a conductas contraproducentes y compulsivas.
Los factores sociales, ambientales y de personalidad han influido en el uso de
sustancias de distintas formas, que van más allá de las propiedades farmacológicas
simples de estos fármacos. Por ejemplo, el alcoholismo tiene mucha prevalencia entre
ciertos grupos étnicos y prácticamente es inexistente en otros, como en los mormones,
que requieren la abstinencia total antes de que la persona entre a formar parte del grupo.
Por otro lado, otros subgrupos sociales pueden condicionar la aceptación del miembro al
grupo a que utilicen drogas o beban. El ambiente social puede influir en el consumo de
drogas o alcohol. Por ejemplo, los soldados en Vietnam utilizaron mucho las drogas
ilegales pero, en su mayoría, abandonaron dicho hábito fuertemente arraigado después
de volver a su hogar. Se ha demostrado que los ambientes empobrecidos, tanto en
experimentos con animales como en estudios humanos, podían conducir a la adicción.
Tal y como señaló Peele, el denominador común es la falta de otras posibles fuentes de
satisfacción. Para acabar, nuestras experiencias clínicas nos indican que los individuos
11
adictos tienen cierta clase de actitudes adictivas que los convierten en personas que
abusan de las drogas y no meramente consumidores de las mismas.
El tratamiento con éxito depende de la efectividad del clínico para tratar con estos
peligros potenciales de adicción. ¿Y de qué forma? Tal y como señaló Marc Galanter,
presidente de la Academia Americana de Psiquiatría sobre el Alcoholismo y la Adicción,
se ha cuestionado la eficacia a largo plazo de los nuevos tratamientos farmacológicos.
Los agentes dopaminérgicos y tricíclicos, así como la carbamazepina, en los pacientes
con abuso de cocaína, tienen que demostrar aún su eficacia como tratamiento
continuado. Contra los opioides, la naltroxona y la buprenorfina sólo ofrecen una
contribución modesta en el terreno que tradicionalmente ocupaba el mantenimiento con
metadona. La intervención con la transmisión GABAérgica parecía muy prometedora
para los alcohólicos, aunque dichas promesas aún están lejos de una posible aplicación
clínica (Galanter, 1993, págs. 1-2).
Hemos escrito este libro como respuesta a la necesidad creciente de formular y probar
tratamientos rentables (coste/beneficios) para los trastornos por abuso de sustancias, un
problema que parece que se esté multiplicando en la población a pesar de los mejores
esfuerzos de la sociedad y de la prohibición internacional, el control nacional y la
educación. Creemos que la terapia cognitiva, un modelo muy bien fundamentado y de
eficacia demostrada, puede ser un instrumento muy útil para llegar a cubrir dicha
necesidad.
Durante un tiempo, «el counseling y rehabilitación del abuso de drogas» fue
considerado como una área específica dentro de la psicoterapia; ahora es evidente que
casi todos aquellos profesionales que se dediquen a la práctica clínica encontrarán
pacientes que utilizan y abusan de las drogas. Por tanto, es necesario que todos los
profesionales de la salud mental reciban una especie de entrenamiento pautado o
educación sobre el fenómeno social y psicológico que comprenden los trastornos por
adicción. Nuestro libro intenta proporcionar una serie de métodos completos y detallados
que pueden ser utilizados inmediatamente por el terapeuta y el counselor en el campo de
las adicciones, independientemente de la cantidad de experiencia que hayan tenido con
la terapia cognitiva o en el campo de las adicciones. Con este objetivo, nos hemos
esforzado en desarrollar tan detallada y específicamente como fuera posible nuestro
modelo y nuestros procedimientos. Realmente, recomendamos que aquellos que lean el
libro, también lean varios de los otros libros importantes que citamos en este texto. Sin
embargo, nuestra intención al escribir la Terapia cognitiva de las drogodependencias es
proporcionar un manual adecuado y básico, que sea amplio, didáctico y aplicable.
12
Aunque los avances en este área se hayan realizado sobre todo mediante: a) nuevas
intervenciones farmacológicas (antabuse, metadona y naltroxona); b) grupos de apoyo de
doce etapas (Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos y Cocainómanos Anónimos),
y c) modelos y programas de aprendizaje social (prevención de recaídas, recuperación
racional, etc.), cada uno de estos abordajes terapéuticos ha supuesto una serie de
problemas que limitan la eficacia potencial de cada uno de ellos en el tratamiento de las
adicciones. Por ejemplo, las intervenciones farmacológicas han proporcionado datos a
corto plazo muy prometedores pero, a su vez, presentan dificultades con el cumplimiento
y el mantenimiento de la abstinencia a largo plazo: los pacientes puede que no tomen sus
antagonistas o agonistas químicos, y por tanto, corren el riesgo de recaer cuando dejan
sus medicaciones. Los programas de doce etapas o pasos proporcionan un apoyo social
muy valioso y principios sistemáticos para orientarse a aquellos individuos que
voluntariamente asisten y creen en las reuniones del programa, pero no pueden cubrir las
necesidades de aquellos que no consiguen entrar o engancharse en dichos programas, o
simplemente los abandonan. Los abordajes propios del aprendizaje social proporcionan
modelos sofisticados del abuso de sustancias y su recaída, y se espera que acaben
produciendo y acumulando datos empíricos importantes, pero hasta el momento los
resultados existentes (con raras excepciones) han sido mucho peor descritos que las
teorías de las cuales proceden.
Aunque el abordaje cognitivo que hemos explicado está más relacionado con la teoría
sobre aprendizaje social del abuso de sustancias, nos gustaría insistir en que
consideramos valiosas todas las intervenciones que antes hemos mencionado. La terapia
cognitiva no se «opone» a los programas de doce etapas o los modelos psicobiológicos
del abuso de sustancias. Hemos encontrado que estos sistemas de tratamiento
alternativos pueden complementar nuestros procedimientos. Muchos de los pacientes
con abuso de sustancias que hemos tratado en el Centro de Terapia Cognitiva, a la vez
asisten a Narcóticos Anónimos y a grupos parecidos de doce etapas. Otros pacientes
toman un amplio espectro de psicofármacos, desde antidepresivos hasta antabuse, bajo
estricta supervisión médica. La conceptualización individualizada de los sistemas de
creencias de cada paciente y las habilidades de afrontamiento a largo plazo (para manejar
las preocupaciones cotidianas, así como tratar los impulsos y los craving específicos del
abuso de las drogas) que proporciona la terapia cognitiva, pueden complementarse bien
con la medicación y las reuniones de los grupos de doce etapas. La principal variable que
parece que intervenga en si los pacientes participan o no de todas estas oportunidades
terapéuticas (después de que han sido presentadas al paciente de manera correcta) no es
13
la compatibilidad práctica de estos tratamientos, sino la actitud de las personas que
administran los tratamientos.
Actualmente, una versión preliminar de este libro sirve como manual de tratamiento
en el Instituto Nacional de Abuso de Drogas, en un estudio de colaboración multicéntrica
que pretende evaluar la eficacia de la terapia cognitiva, la terapia de apoyo y
expresividad y el counseling general. Los datos obtenidos de este proyecto nos ayudarán
a responder a dos preguntas muy importantes: a) ¿ha sido capaz el libro Terapia
cognitiva de las drogodependencias de convertirse en un manual para el entrenamiento
competente de terapeutas cognitivos para tratar pacientes con adicciones?; y b) ¿los
pacientes que han recibido el tratamiento especificado en el texto han realizado avances
importantes y demostrables? Para poder contestar a estas cuestiones, se proporciona a los
terapeutas una supervisión muy intensiva (nota: los autores de este texto sirven con dicha
finalidad), completada con la evaluación de la competencia y adherencia de manera
regular; el tratamiento no se puede confundir con las medicaciones adyacentes: se
realizan rutinariamente análisis de orina, y se administran y evalúan multitud de medidas
distintas a las controladas per se para las drogas (para examinar cambios en el estado de
ánimo y el funcionamiento adaptativo global).
El abuso de drogas es un problema sociológico al igual que psicológico. Los factores
como la pobreza y la falta de una adecuada educación y oportunidades laborales juegan
un papel importante en esta epidemia. Sin embargo, creemos que es peligroso suponer
que los pacientes con un nivel socioeconómico bajo no podrán beneficiarse de igual
manera a como lo hacen los pacientes con un nivel socioeconómico alto. Aunque sea
deseable el cambio social, el cambio individual no depende necesariamente de ello.
Somos optimistas en la medida que creemos que la terapia cognitiva puede servir como
un tratamiento individual importante en la sociedad de hoy, y esperamos que los
resultados que obtengamos acaben demostrándolo.
14
CAPÍTULO 1
PERSPECTIVA GENERAL DEL ABUSO DE
SUSTANCIAS
La estructura de América se encuentra profundamente afectada por los problemas de
abuso de sustancias. Dichos problemas no sólo afectan directamente a los millones de
americanos que sufren de abuso de sustancias sino que, indirectamente, afecta a las vidas
de millones de personas más de la gran red social y profesional que los rodean. Uno de
cada diez adultos en este país tiene problemas graves con el alcohol (Instituto de
Medicina, IOM, 1987) y al menos uno de cada cuatro es adicto a la nicotina (Centros
para el Control de Enfermedades, CDC, 1991a). Aproximadamente uno de cada 35
americanos de más de doce años abusa de drogas ilegales (IOM, 1990a). Este consumo
de sustancias muestra profundas ramificaciones sociales, médicas y psicológicas tanto
para el individuo como a niveles sociales más extensos. La CDC (1991b), por ejemplo,
estimó que aproximadamente 434.000 personas en este país morían cada año como
resultado de fumar tabaco y muchos miles de personas más mueren también como
resultado del alcoholismo (IOM, 1987), y/o del abuso de sustancias ilegales (ION,
1999a). Sin embargo, deberíamos insistir en que el abuso de sustancias se hace extensivo
a muchas más áreas y el número de víctimas es mucho mayor que las cifras someras que
estamos dando a entender.
En este capítulo introductorio mostraremos el escenario para la terapia de conducta
del abuso de sustancias. Empezaremos con una visión general de las sustancias
psicoactivas y el abuso de las mismas, revisaremos brevemente la historia de la
utilización de dichas sustancias, describiremos las sustancias más utilizadas comúnmente
y de las que más se abusa, discutiremos los modelos cognitivos para comprender el
abuso de sustancias y su recaída y chequearemos los métodos más tradicionales, para el
tratamiento del abuso de sustancias.
Antecedentes: sustancias psicoactivas y abuso de las mismas
15
Las sustancias psicoactivas son productos químicos que afectan el sistema nervioso
central, alterando el pensamiento de la persona que abusa de los mismos, su estado de
ánimo y/o sus conductas. La tercera edición revisada del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III-R; Asociación Americana de
Psiquiatría, APA, 1987) describe 10 categorías de sustancias psicoactivas: alcohol;
anfetaminas o agentes simpaticomiméticos similares; cannabis; cocaína; alucinógenos;
inhalantes; nicotina; opiáceos; fenciclidina (PCP) o agentes similares
arilciclohexilaminas; y sedativas como los hipnóticos o ansiolíticos. Cada una de estas
sustancias tiene propiedades y efectos únicos. Algunas sustancias de las que se abusa
tienen poco potencial adictivo (p. ej., alucinógenos), mientras que otras tienen gran
poder adictivo (p. ej., la cocaína crack). Algunas de ellas se suelen fumar (p. ej.,
nicotina, cannabis y cocaína crack); otras se ingieren oralmente (p. ej., alucinógenos y
sedativos); mientras que otras se toman de forma intranasal (p. ej., cocaína en polvo e
inhalantes). Algunas drogas hacen que la persona que las ingiere se sienta fuerte,
animada (p. ej., anfetaminas y cocaína); algunas hacen que las personas se sientan con
un estado de ánimo entristecido o relajadas (p. ej., alcohol, hipnóticos y ansiolíticos);
mientras que otras (p. ej., alcohol y nicotina) producen simultáneamente ambos efectos
en el consumidor.
El DSM-III-R distingue entre abuso de sustancias y dependencia de las mismas. El
abuso se define como un patrón disfuncional de utilización de sustancias psicoactivas
mientras que la dependencia (considerada algo más serio que el abuso) se define como
incapacidad de control del consumo (es decir, adicción fisiológica). En este libro, no
vamos a ahondar mucho en la distinción entre ambos términos. En vez de ello,
consideramos cualquier patrón de consumo de sustancias psicoactivas como
problemático y que requiere de intervención, si acaba generando consecuencias adversas
ya sean sociales, profesionales, legales, médicas o interpersonales, independientemente
de que dicho consumidor experimente, o no, tolerancia fisiológica o síndrome de
abstinencia. Es más, aunque somos cautelosos ante las visiones simplistas del tipo o todo
o nada, sobre la adicción y su recuperación, y aunque reconocemos que algunos
pacientes tienen más capacidad que otros para mantener un consumo controlado y un
abuso moderado, somos partidarios de un programa de tratamiento que se esfuerce por
conseguir la abstinencia total. De esta forma, intentamos maximizar las oportunidades
del paciente de mantener un estilo de vida capaz y responsable, reduciendo el riesgo de
recaída y evitando mostrar a los pacientes la falsa impresión de que consideremos una
mera reducción en su consumo de droga como un resultado positivo de la terapia.
16
HISTORIA DE LA UTILIZACIÓN DE SUSTANCIAS PSICOACTIVAS
Las sustancias psicoartivas han sido utilizadas por la mayoría de las culturas desde
tiempos prehistóricos (Westermeyer, 1991). De hecho, durante siglos las drogas
psicoactivas han tenido muchas funciones individuales y sociales. A nivel individual,
han proporcionado estimulación, liberación tanto de los estados emocionales adversos
como de los síntomas físicos indeseables, y estados alterados de conciencia. A nivel
social, las sustancias psicoactivas han facilitado los rituales religiosos, ceremonias y han
tenido finalidades médicas. Sabemos ya de la utilización del opio en China y en Egipto
desde los primeros escritos de estas civilizaciones (Westermeyer, 1991). En la India se
cita la marihuana desde «al menos, más allá del segundo milenio a.C.» (Brecher, 1972,
pág. 397). Las pruebas de cómo utilizaban los mayas, aztecas e incas las drogas en su
medicina y rituales, se pueden evidenciar en sus estatuas y dibujos de sus edificios y
cerámica (Karan, Haller y Schnoll, 1991; Westermeyer, 1991). La utilización del alcohol
se remonta a tiempos del Paleolítico (Goodwin, 1981) y la civilización mesopotámica
ofreció una de las primeras descripciones clínicas de intoxicación y curación de la
resaca.
Ya en tiempos modernos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha
preocupado acerca de los problemas que origina el abuso de las drogas y el alcohol a
escala mundial (Grant, 1986). Ya en 1968, la OMS realizó un estudio internacional del
consumo de droga en la juventud (Cameron, 1968), y en un estudio más reciente (Smart,
Murray y Arif, 1988) se revisaron los programas de prevención y abuso de drogas en 29
países. Sin embargo, Smart y sus colaboradores concluyeron en esta revisión que «la
gravedad del problema de la droga es de sobras conocida en algunos países, pero no así
en otros» (pág. 16). Actualmente la OMS está enfocando los problemas derivados del
alcohol mediante la elaboración de un protocolo de prevención secundario (Babor,
Korner, Wilber y Good, 1987).
Las decisiones y programas sobre la droga en Estados Unidos, se han visto
profundamente afectados por actitudes históricas y socioculturales con relación a las
drogas psicoactivas, desde un espectro menos restrictivo (p. ej., liberales) hasta muy
restrictivo (p. ej., criminales). Por ejemplo, desde finales de 1700 hasta finales de 1800,
las drogas psicoactivas (especialmente los narcóticos) se distribuían ampliamente en
Estados Unidos. De hecho, Musto (1991) ha expuesto que el opio y la cocaína eran
legales y estaban a disposición del público por medio del «farmacéutico local». Un
escrito de la Unión de Consumidores (Brecher, 1972) describía el siglo XIX como «el
paraíso de los drogatas» debido a las pocas restricciones que existían. Ya a finales de
17
1800 y principios de 1900, se empezaron a desarrollar las concepciones médicas de la
adicción, influenciadas sobre todo por el temprano interés sobre el curso de las
adicciones del doctor Benjamin Rush (1790). El primero que utilizó el término
alcoholismo en 1849 fue un médico sueco, Magnus Huss (IOM, 1990b). Al mismo
tiempo (finales de 1800 y principios de 1900) la política de Estados Unidos cada vez
consideraba más criminalizable el consumo de droga. Sin embargo, entre 1960 y 1970
las actitudes acerca de las drogas se hicieron menos restrictivas a medida que las
actitudes sociopolíticas de Estados Unidos se hacían más liberales. Simultáneamente, el
modelo de enfermedad sobre las adicciones cada vez ganaba más adeptos, en parte
debido al trabajo de Jellinek (1960).
Desde 1980, Estados Unidos ha vuelto a ser menos tolerante y más restrictivo acerca
de las drogas. Al menos dos hechos podrían explicar dicho fenómeno: a) cada vez se han
hecho más evidentes, con el aumento del consumo, los efectos negativos de las drogas en
los individuos, la familia y la sociedad, y b) las actitudes sociopolíticas en Estados
Unidos han tendido, en general, a ser cada vez más conservadoras. Sin embargo, y al
mismo tiempo, cada vez existe más controversia acerca del modelo de enfermedad de la
adicción («Modelo Actual de Enfermedad», 1992, Fingarette, 1988; Peele y Brodsky,
con Arnold, 1991) y la criminalización de las sustancias psicoactivas (R. L. Miller,
1991).
LAS DROGAS MÁS UTILIZADAS
Alcohol
El alcohol es simultáneamente una sustancia química, un brebaje y una droga que
«modifica intensamente el funcionamiento del sistema nervioso» (Levin, 1990, pág. 1).
Aproximadamente un 10 % de americanos en Estados Unidos tienen serios problemas
con la bebida; un 60 % son bebedores entre light a moderados; y el resto, un 30 % de los
adultos de Estados Unidos, no consume alcohol. Sin embargo, el abuso del alcohol
explica aproximadamente un 81 % de las hospitalizaciones por trastornos debidos al
abuso de sustancias (IOM, 1987). Es importante señalar que la mitad del consumo de
alcohol de este país es realizado por sólo un 10 % de bebedores graves. El porcentaje de
hombres que bebe es mayor que el de mujeres, y un mayor porcentaje de hombres son
bebedores graves.
Al principio el alcohol actúa como un anestésico general, interfiriendo sutilmente con
algunas funciones como el pensamiento, el razonamiento o el juicio (Miller y Muñoz,
18
1976). Sin embargo, a medida que la concentración de alcohol en sangre va aumentando
(CAS), los efectos se hacen más intensos hasta que incluso se afecta la función motriz
básica. Ante niveles de CAS aún mayores, aparece el sueño y en último término se
puede producir la muerte como resultado de la anulación de la respiración.
«El alcohol afecta casi todos los órganos del cuerpo ya sea directa o indirectamente
(Instituto Nacional de Abuso del Alcohol y Alcoholismo, NIAAA, 1990, pág. 107). Por
tanto, si el abuso es crónico, el alcohol puede causar serios y múltiples problemas
médicos, que van desde daños en el hígado, el páncreas, el tracto gastrointestinal, el
sistema cardiovascular, el sistema inmunológico, el sistema endocrino y el sistema
nervioso. También se ha asociado enormemente el alcohol como una de las causas que
conducen a muertes accidentales en Estados Unidos: accidentes con vehículos de motor,
caídas y accidentes relacionados con el fuego. Es más, aproximadamente un 30 % de los
suicidios y la mitad de todos los homicidios están relacionados con el alcohol (IOM,
1987), así como las estimaciones de muertes anuales relacionadas con el alcohol van
desde 69.000 a 200.000 por año (IOM, 1987). Además, un porcentaje significativo tanto
de los crímenes violentos como no violentos se cometen bajo la influencia del alcohol
(McCord, 1992). La utilización crónica del alcohol también puede tener otras
consecuencias sociales importantes, como perder una carrera, los amigos y la familia.
Por ejemplo, una cantidad importante de abusos sexuales y físicos está relacionada con
estados de intoxicación del agresor (Clayton, 1992; Frances y Miller, 1991; Harstone y
Hansen, 1984), y la disfunción familiar general se suele asociar con el alcoholismo de
uno o más de sus componentes adultos (Heath y Stanton, 1991). Las complicaciones
médicas se pueden transmitir incluso a la siguiente generación, ya que si la madre bebe
durante la época de embarazo, puede provocar el síndrome del alcohol fetal y otros
defectos serios de nacimiento. De hecho, la exposición prenatal al alcohol es una de las
causas más importantes de retraso mental en la cultura occidental (NIAAA, 1990, pág.
139).
Drogas ilegales
De acuerdo con la IOM (1990a) al menos 14 millones de personas consumen drogas
ilegales cada mes. Durante los meses en que se alcanza el punto más alto, el consumo
llega hasta más de 25.000 millones de usuarios. Se ha estimado que aproximadamente un
2,3 % de la población de Estados Unidos mayores de doce años han tenido un problema
suficientemente serio como para requerir tratamiento. Sin embargo, esta estadística es
sustancialmente más grande para los individuos que están encarcelados (33 %) o en
libertad condicional (25 %). Cuando se incluye a estas personas en los datos
19
epidemiológicos, la estimación de los problemas originados por el consumo ilegal de
drogas en el total de la población es de un 2,7 %.
Si tenemos en cuenta el coste social del consumo de drogas ilegales, se estima que
más del 25 % de crímenes contra la propiedad y un 15 % de crímenes violentos están
relacionados con la utilización ilegal de drogas por el criminal. La pérdida de dinero
estimada con relación a estos crímenes se ha estimado en 1.700 millones de dólares por
año. Los homicidios también están muy relacionados con las actividades que rodean las
transacciones de droga. Aproximadamente un 14 % de homicidios al año están
relacionados de manera causal con las drogas. El coste de las actividades judiciales
relacionadas con estos crímenes, contra el tráfico de drogas a nivel federal, fueron
aproximadamente de 25.000 millones de dólares en 1988, en comparación con 1.760
millones de gasto en 1986. En las siguientes secciones presentaremos descripciones
breves de tres de las drogas ilegales más comunes: marihuana, cocaína y los opiáceos.
En 1972, un escrito de la Unión de Consumidores identificó la marihuana como la
cuarta droga psicoactiva más popular en el mundo, después de la cafeína, la nicotina y el
alcohol (Brecher, 1972, pág. 402). Aunque el consumo de la marihuana ha disminuido
desde 1979, sigue siendo la droga de consumo más extendida en la sociedad occidental
(APA, 1987; Weiss y Millman, 1991).
Normalmente la marihuana se fuma, aunque también se puede ingerir. Tal y como
Weiss y Millman (1991) exponen, a pesar de su efecto general sedativo, los efectos
psicoactivos de la marihuana en el usuario son muy variados, «… dependen sobre todo
de la personalidad del usuario, sus expectativas y el ambiente en el que está» (pág. 160).
Se han debatido intensamente los efectos de la marihuana sobre la salud y éste sigue
siendo un tema muy polémico, probablemente debido a los efectos no sistemáticos de la
droga en el individuo y a través de diferentes personas. Durante algún tiempo, la
marihuana se consideraba relativamente segura y no adictiva (Brecher, 1972). Sin
embargo, en el presente se asocia a múltiples efectos físicos y psicológicos, desde
labilidad afectiva y depresión, síndrome amotivacional, disminución de la memoria a
corto plazo y enfermedades pulmonares (Weiss y Millman, 1991). De acuerdo con el
DSM-III-R, la dependencia de la marihuana se caracteriza por la utilización abusiva de
la misma (p. ej., diaria) con un deterioro sustancial. La dependencia de la marihuana
también predispone a las personas ante otros problemas psicológicos, al igual que los
dependientes del cannabis también son probablemente policonsumidores de otras
sustancias o padecen otros trastornos psiquiátricos (APA, 1987; Weiss y Millman, 1991).
La cocaína es un potente estimulante del sistema nervioso central que produce
20
euforia, alerta y sensación de bienestar. También disminuye la ansiedad y las
inhibiciones sociales incrementando la energía, la autoestima y la sexualidad.
Actualmente la cocaína es una de las drogas ilegales utilizada más ampliamente. De
hecho, el consumo de la cocaína se incrementó en 1991, «a pesar de los tres años de
guerra de la administración Bush contra las drogas» (Mental Health Report, 1992, pág.
5). Seguramente, para muchas personas los efectos tan positivos a corto plazo de la
cocaína, tanto psicológicos como fisiológicos, superan los peligros asociados con la
adquisición y el consumo de la misma. Siguiendo a Gawin y Ellinwood (1988): «El
objetivo de esta euforia directa, de raíz farmacológica, es tan dominante que el usuario es
capaz de ignorar algunos signos de desastre personal que se van acumulando» (pág.
1174).
La cocaína es un alcaloide (como la cafeína y la nicotina) que se extrae de la hoja de
la coca. En su estado puro, las hojas de coca se pueden masticar, aunque esta práctica
está casi restringida a las poblaciones nativas en los países productores de cocaína (APA,
1987).
En Estados Unidos, la cocaína se suele tomar por vía intranasal (p. ej., esnifada o
aspirada) en la forma de polvo de cocaína hidroclorada. En este estado, el consumidor
extiende el polvo en una superficie dura y entonces lo prepara en «líneas», que se esnifan
(Karan y otros, 1991). En forma de polvo, la cocaína hidroclorada también se puede
mezclar con agua y administrarse vía intravenosa con una inyección. Este proceso se
conoce como «chutarse» o «inyectarse» (Karan y otros, 1991). La inyección intravenosa
de cocaína produce unos efectos psicológicos y fisiológicos muy intensos en 30
segundos (Jones, 1987).
La cocaína también se puede fumar como una pasta o en forma de alcaloide (es decir,
«base»). En esta forma también produce su efecto en unos segundos. La cocaína crack
(llamada de esta forma por el sonido de la cocaína cuando es pura) suele ser la forma
base corriente que se vende relativamente barata, empaquetada y ya preparada para su
uso en pequeñas dosis (Karan y otros, 1991). De acuerdo con Karan y otros (1991), el
crack barato, aproximadamente de 2 a 10 dólares por frasquito, «ha estado ampliamente
disponible en las calles de muchas ciudades americanas desde 1985» (pág. 125),
haciéndolo más accesible al presupuesto de muchos adolescentes e incluso de la gente
más empobrecida. Además de esta mayor disponibilidad, nos encontramos con el hecho
de que la cocaína crack produce un «subidón o colocón» de enorme intensidad, casi
instantáneo. Por tanto, la cocaína crack es extraordinariamente adictiva, produciendo un
deterioro sustancial del funcionamiento diario, por término medio al cabo de sólo unas
21
semanas de su consumo (Gawin y Ellinwood, 1988; Smart, 1991), mucho más rápido,
por ejemplo, que el consumo intranasal de la cocaína. Estas características de la cocaína
crack hacen que predisponga a un rápido crecimiento de la prevalencia de su abuso.
De hecho, muchos observadores han sugerido que la utilización de cocaína ya ha
alcanzado niveles epidémicos (Weinstein, Gottheil y Sterling, 1992). En la prensa
popular, por ejemplo, un artículo biográfico ilustrado del Reader’s Digest describe la
cocaína como «el demonio entre nosotros» (Ola y D’Aulaire, 1991). Esto contrasta
sorprendentemente con la glorificación que se hace de la cocaína en las películas y en las
canciones entre 1970 y 1980, cuando la cocaína era considerada la droga escogida por
los poderosos y opulentos. En la prensa científica, Gawin y Ellinwood (1988) explican
que «creyendo que la droga era segura, millones de personas probaron la cocaína, y
explotó el abuso de la misma» (pág. 1173). Estos autores describen que un 15 % de los
americanos han probado la cocaína, y 3 millones de personas han abusado de la cocaína
regularmente desde 1986, motivando «un aumento cinco veces mayor de los adictos a la
heroína» (pág. 1173). Smart y Adlaf (1990) informan del aumento de personas tratadas
por abuso de cocaína desde 1980. Cohen (1991) atribuye esta «explosión de la cocaína»
a factores de provisión (p. ej., bajo coste, disponibilidad y alta rentabilidad), factores
externos (p. ej., presión de los compañeros y las representaciones hechas por los medios
de comunicación sobre el uso de la droga), factores internos (p. ej., hedonismo,
sociopatía, depresión y estrés vital) y factores intrínsecamente relacionados con la droga
(p. ej., «el imperativo farmacológico»). Sorprendentemente, el abuso de la cocaína
ocurre y persiste a pesar de los graves problemas médicos que se asocian con su
consumo: daños en el sistema nervioso central, atrofia cardíaca, accidentes
cerebrovasculares, colapsos respiratorios, grave hipertensión, exacerbación de las
enfermedades crónicas y complicaciones psiquiátricas (Estroff, 1987). Debido a que el
abuso de la cocaína ha producido menos tratamientos alternativos farmacológicos que
los producidos ante otros tipos de abusos de drogas ilegales, como la heroína (Alterman,
O’Brien y McLellan, 1991; Covi, Baker y Hess, 1990; Stine, 1992) y debido a la
gravedad y extensión de los problemas relacionados con la cocaína, en este manual de
tratamiento hemos puesto proporcionalmente más énfasis en la cocaína y el crack, que
en otro tipo de drogas.
Los opiáceos, incluyendo la heroína, la metadona y la codeína, son drogas que
farmacológicamente se parecen a la morfina. Las drogas de este grupo producen
sensaciones de euforia, relajación y mejora del estado de ánimo. También tienen la
ventaja de que reducen el dolor, la ansiedad, la agresión y el impulso sexual (IOM,
22
1990a), y son consideradas altamente adictivas. De acuerdo con Thomason y Dilts
(1991):
Los opiáceos tienen la capacidad de gobernar toda la atención del individuo, sus recursos y energía, y
centrarlos, exclusivamente, en la obtención de la próxima dosis a cualquier precio. Este círculo vicioso se
repite cada 24 horas al día, 365 días al año, desde el principio al final. La comprensión de las implicaciones
del abuso de opiáceos impresiona y asombra a las personas que tienen inquietud por conocer (pág. 103).
Aunque la utilización de agentes farmacológicos agonistas como la metadona (y
antagonistas como la naltroxona) han representado tradicionalmente un aspecto muy
importante del tratamiento del abuso de heroína, la metadona, por sí misma, está
desafortunadamente sujeta a varias formas de abuso (p. ej., tráfico en los mercados
negros o su utilización con otras drogas). Además, muchos consumidores de heroína
consideran que la metadona es inferior a la «verdadera droga», lo que les conduce a la
falta de cumplimiento y al abandono en los programas de tratamiento (Grabowski,
Stitzer y Henningfield, 1984). Por tanto, consideramos que los planteamientos
farmacológicos (incluso en el caso de la heroína) representan una estrategia terapéutica
incompleta a menos que se utilicen en combinación con otros abordajes como los grupos
de apoyo y la terapia cognitiva.
Nicotina
Fumar cigarrillos es de lejos la causa de muerte simple más fácil de evitar que existe
en Estados Unidos. De hecho, se ha estimado que unas 434.000 personas murieron en
1988 debido al consumo de cigarrillos (CDC, 1991b). Esta cifra incluye aquellos que
murieron por cáncer, enfermedades de pulmón, enfermedades del corazón, incendios
causados por fumar sin cuidado y enfermedades renales y del páncreas.
Aproximadamente 49,4 millones de americanos (28,1 %) son consumidores regulares de
tabaco (CDC, 1991a), a pesar del hecho de que se conozca que es una de las causas
destacadas de morbilidad y mortalidad en este país.
Sin embargo, desde mediados de 1970 se ha reconocido que el número de fumadores
ha disminuido considerablemente. Históricamente, más hombres que mujeres fuman y,
sin embargo, una mayor proporción de hombres que de mujeres lo han dejado. Se ha
vaticinado que hacia el año 1995 habrá más mujeres fumadoras que hombres.
Irónicamente y a pesar de la unión histórica y publicitaria entre los cigarrillos y el
estatus, la riqueza y lo atractivo, se da el caso de que, cada vez más, la gente con menos
estatus social es la que más fuma. Por ejemplo, el número de fumadores entre las
minorías, los pobres y la gente con menos educación, ha crecido, y se espera que esta
tendencia continúe (Pierce, Fiore y Novotny, 1989).
23
La nicotina es el ingrediente psicofarmaco1ógico adictivo en los cigarrillos. Tal y
como hemos mencionado antes, la dependencia de la nicotina se incluye en el DSM-IIIR, al mismo tiempo que las dependencias de otras sustancias psicoactivas (alcohol,
opiáceos, cocaína, etc.). No sorprende que hayamos encontrado que el proceso adictivo
con el tabaco sea análogo al proceso comprendido en otras sustancias psicoactivas. Por
tanto, aunque la adicción a la nicotina no esté asociada con el mismo grado de
consecuencias sociales, profesionales y legales como en el caso de las adicciones a otras
drogas ilegales, sus peligros médicos y el hecho de que un hábito de consumo de
cigarrillos temprano en la vida conduzca frecuentemente a la adicción de sustancias
«más duras» (Henningfield, Clayton y Pollin, 1990), lo convierte en un área importante
para la intervención en salud mental. Aunque este libro se centre poco en los métodos
específicos para la eliminación del hábito de fumar, creemos que los mismos principios
de evaluación y tratamiento (p. ej., afrontamiento del craving 1 y modificación de las
creencias) que postulamos en este libro son plenamente aplicables al paciente adicto a la
nicotina.
Abuso de sustancias múltiples
Los individuos que abusan de una sustancia psicoactiva, probablemente también
abusan simultáneamente de otra sustancia. De hecho, entre un 20 % y 30 % de los
alcohólicos entre el público en general, y aproximadamente un 80 % en los programas de
tratamiento, dependen de, al menos, otra droga. Una de las combinaciones más
frecuentes es el alcohol, la marihuana y la cocaína (N. S. Miller, 1991, pág. 198).
N. S. Miller (1991) explicó que el abuso de sustancias múltiples ocurría por múltiples
razones. Por ejemplo, algunas drogas aumentan los efectos de otras, mientras que otras
se utilizan para evitar algunos efectos secundarios indeseables de otras drogas. Algunas
drogas se utilizan para tratar los efectos secundarios del síndrome de abstinencia
producido por otras drogas y, de igual forma se utilizan como sustitutos de otras drogas.
Los correlatos médicos y psicológicos del abuso de sustancias múltiples son
numerosos (N. S. Miller, 1991). Incluyen desde problemas asociados con cada droga
individual (p. ej., el abuso del alcohol asociado con problemas en el hígado y el corazón)
así como aquellos más asociados a sustancias múltiples (p. ej., sobredosis inducidas por
interacción entre drogas).
DOBLE DIAGNÓSTICO: ABUSO DE SUSTANCIAS Y OTROS TRASTORNOS PSIQUIÁTRICOS
La coexistencia de abuso de sustancias con otros trastornos mentales es algo bastante
24
frecuente (p. ej., Ananth y otros, 1989; Brown, Ridgely, Pepper, Levine y Ryglewicz,
1989; Bunt, Ga1anter, Lifshutz y Castaneda,1990; Davis, 1984; Hesselbrock, Meyer y
Kenner, 1985; Kranzler y Liebowitz, 1988; Nace, Saxon y Shore, 1986; Nathan, 1988;
Penick y otros, 1984; Regier y otros, 1990; Ross, Glaser y Germanson, 1988; Schneier y
Sins, 1987). En un estudio de más de 20.000 americanos realizada por Regier y otros
(1990) se encontró que los individuos con trastornos psiquiátricos mostraban 2,7 veces
más probabilidad de tener problemas con el alcohol u otras drogas, comparados con
aquellos que no tenían problemas psiquiátricos. De hecho, un 37 % de los individuos con
abuso de sustancias coexisten con algún trastorno mental en el Eje I.
A partir de estos datos, parece claro que los individuos con abuso de sustancias
deberían beneficiarse de una intervención terapéutica que simultáneamente se enfocara
también a sus trastornos mentales. La terapia cognitiva es ideal para estos individuos ya
que fue desarrollada y probada en pacientes con depresión, ansiedad y trastornos de
personalidad (véase Hollon y Beck, en prensa, para una revisión extensa sobre el tema).
De hecho, un componente importante de la terapia cognitiva comprende la
conceptualización del caso (Persons, 1989), definida como la evaluación y la integración
de la información histórica, el diagnóstico psiquiátrico, el perfil cognitivo y otros
aspectos del funcionamiento (véase capítulo 5, en este libro, para una descripción
detallada de la conceptualización del caso). Por ejemplo, cuando se encuentra la
coexistencia de un trastorno psiquiátrico con abuso de una droga o alcohol en un
paciente, el terapeuta se centra simultáneamente en el abuso de sustancias y los síntomas
del síndrome psiquiátrico así como en otros factores propios de la interacción (véanse
capítulos 14, 15 y 16, en este libro, para aprender más sobre el tratamiento de los
pacientes con doble diagnóstico).
Prevención de recaídas
El abuso de sustancias y su dependencia se caracterizan tanto por su remisión como
por su recaída. En una revisión clásica realizada por Hunt, Barnett y Branch (1971) se
encontró que la heroína, la nicotina y el alcohol se asociaban de forma similar por sus
altas tasas y patrones de recaídas (pág. 455; véase figura 1.1). Estos investigadores
encontraron que dos tercios de los individuos tratados recaían en tres semanas. Muchos
investigadores han especulado acerca del significado de estos descubrimientos, y la
mayoría infieren que reflejan procesos comunes que subyacen a estas adicciones. De
hecho, desde la publicación de Hunt y colaboradores (1971), los especialistas en
25
adicciones se han centrado en desarrollar y evaluar modelos más exhaustivos de la
adicción que incluyan todas las sustancias psicoactivas, al igual que el juego o la ingesta
de comida compulsiva.
26
Figura 1.1. Tasa de recaída con el tiempo para la heroína, el tabaco y la adicción al alcohol. De Hunt,
Barnett y Branch (1971), pág. 456. Copyright 1971 por Clinical Psychology Publishing Co., Inc.
27
Reproducido con permiso.
Marlatt y sus colaboradores (Brownell, Marlatt, Lichtenstein y Wilson, 1986; Marlatt,
1978; Marlatt, 1982; Marlatt y Gordon, 1985) han realizado una contribución importante
a la literatura científica sobre la adicción con su modelo cognitivo-conductual de
prevención de la recaída. Siguiendo el modelo de Marlatt y Gordon (1985) (véase figura
1.2) los individuos se ven a sí mismos como si tuvieran una sensación o percepción de
control o autoeficacia. Cuando se enfrentan con situaciones de alto riesgo, esta sensación
se ve amenazada. Estas situaciones de alto riesgo para el abuso de drogas del paciente
incluyen desde estados físicos o estados emocionales negativos o positivos, conflictos
interpersonales, presión social o exposición a las señales asociadas con la droga. Cuando
los individuos se enfrentan a estas situaciones de alto riesgo deben responder con
conductas de afrontamiento. Aquellos que tienen respuestas de afrontamiento efectivas,
desarrollan mayor autoeficacia y como consecuencia existe menos probabilidad de
recaída. Aquellos que tienen relativamente menor número de respuestas de
afrontamiento o ninguna, experimentarían una disminución en su autoeficacia y un
aumento de las expectativas sobre los efectos positivos que produciría la droga, seguido
de un desliz, es decir, empieza de nuevo el consumo de la droga. Este consumo inicial
desemboca en lo que Marlatt llama el Efecto de la violación de la abstinencia (EVA; p.
ej., percepción de la pérdida de control) y un aumento final de la probabilidad de recaída.
28
Figura 1.2. Modelo del proceso de recaída. De Marlatt y Gordon (1985), pág. 38. Copyright 1985 por The
Guilford Press. Reproducido con permiso.
El trabajo de Marlatt y sus colaboradores ha tenido un profundo impacto en el
conocimiento de las conductas adictivas. De hecho, actualmente la mayoría de textos
habituales sobre las adicciones tratan de la prevención de la recaída, ya sea de una forma
u otra. Aunque casi todo el trabajo que se ha realizado sobre prevención de recaídas se
ha generado a partir del modelo cognitivo-conductual (p. ej., Chiauzzi, 1991), varios
programas (p. ej., Alcohólicos Anónimos), e incluso los defensores del modelo de
enfermedad, recientemente han incrementado el énfasis en la prevención de las recaídas
(p. ej., Gorski y Miller, 1986).
Modelos de adicción
Numerosos modelos teóricos se han desarrollado para poder explicar las conductas
adictivas (véanse Baker, 1988; Blane y Leonard, 1987, para revisiones recientes). Tal y
como mencionamos anteriormente, la tendencia dominante entre los expertos en
adicciones es hacia el desarrollo de modelos exhaustivos que expliquen todas las
adicciones.
MODELOS COGNITIVOS DE LA ADICCIÓN
Se han desarrollado y evaluado gran variedad de modelos cognitivos relativos a la
adicción (p. ej., Abrams y Niaura, 1987; Marlatt, 1978, 1985; McDermut, Haaga y
Shayne, 1991; Stacy, Newcomb y Bentler, 1991; Tiffany, 1990; Wilson, 1987a, 1987b)
desde la clásica presentación de la teoría del aprendizaje cognitivo social de Bandura
(1969, 1977).
Marlatt (1985) describe cuatro procesos cognitivos relacionados con las adicciones
que reflejan los modelos cognitivos: autoeficacia, resultados esperados, atribuciones de
causalidad y procesos de toma de decisiones. La autoeficacia se refiere al juicio que cada
uno tiene sobre su propia habilidad para manejarse de forma competente en situaciones
desafiantes o de alto riesgo, es decir peligrosas. Ejemplos de creencias de autoeficacia
elevadas los podemos encontrar en las siguientes frases: «Yo puedo afrontar
satisfactoriamente las tentaciones de utilizar drogas» o «Yo puedo decir “no” a las
29
drogas». Ejemplos de creencias de baja autoeficacia incluirían lo siguiente: «Soy un
esclavo de las drogas, «No puedo pasar un día sin drogas», «No puedo conseguir lo que
quiero, por tanto, de todas formas utilizo las drogas». Marlatt (1985) explica que los
niveles de autoeficacia bajos se asocian con recaídas mientras que niveles de
autoeficacia elevados se asocian con la abstinencia. Marlatt (1985) también explica que
la autoeficacia se incrementa en función del éxito; en la medida en que los individuos
escojan de forma apropiada no utilizar las drogas, experimentarán un incremento del
sentimiento de autoeficacia, por ejemplo, creyendo que su sentimiento de orgullo es
mayor que su necesidad de sentirse «colocado».
Los resultados esperados se refieren a las anticipaciones que hace el individuo acerca
de los efectos de una sustancia o actividad adictiva. Entre los resultados esperados
positivos se deberían incluir las siguientes creencias: «Me hará sentir bien para la fiesta
de esta noche», o «No me sentiré tan tenso si lo uso». En la medida en que uno espera un
resultado más positivo que negativo de la utilización de las drogas, más probabilidad
tiene de continuar usándolas.
Las atribuciones de causalidad se refieren a las creencias de un individuo acerca de si
la utilización de la droga es atribuible a factores internos o externos. Por ejemplo, un
individuo puede creer lo siguiente: «Nadie que viva en mi barrio llegará a ser un
consumidor de droga» (factor externo), o «Soy adicto físicamente al alcohol y mi
organismo no puede sobrevivir sin él» (factor interno). Marlatt (1985) explica que este
tipo de creencias externalizantes es muy probable que acabe produciendo un consumo
continuado de droga, ya que el individuo percibe su utilización como predestinada y
fuera de control. Por ejemplo, el EVA es la tendencia de la persona a creer que es
incapaz de controlar el uso de sustancias después de un desliz inicial. Es decir, el EVA
ocurre cuando una persona ha tenido un «lapsus» o «desliz» (es decir, haber utilizado
una droga después de haberse abstenido de ella durante algún tiempo) y atribuye su
desliz a una «falta de poder de voluntad» (es decir, un factor causal interno). Bajo dichas
circunstancias, este individuo probablemente tenderá a continuar usando la droga,
acabando en una recaída completa. Esto es análogo a la descripción de Beck (1976) del
pensamiento todo-nada; por ejemplo: «He fallado, así que de todas formas, seguiré
consumiendo».
Marlatt (1985) también describe el abuso de sustancias y la recaída como un proceso
cognitivo de toma de decisiones. Demostró (con un ejemplo divertido) que el abuso de
sustancias es el resultado de múltiples decisiones, en tanto en cuanto conduce, o no, al
uso posterior de sustancias. Además, también explicó que algunas decisiones al principio
30
parecen como irrelevantes al abuso de sustancias («aparentemente decisiones
irrelevantes»); sin embargo, estas decisiones, al final, acaban provocando mayor
probabilidad de recaídas debido al incremento de empuje que lo dirige hacia situaciones
de mayor riesgo. En este ejemplo, Marlatt «inocentemente» escoge sentarse en la sección
de fumadores del aeroplano, después de haberse mantenido sin fumar durante varios
meses. Como resultado de esta decisión, será más vulnerable a recaer (porque se expone
a otros fumadores, a su humo y a sus ofrecimientos de fumar cigarrillos). Vemos aquí el
mismo fenómeno en los pacientes que se quejan de haber tenido la intención de
permanecer abstemios del alcohol u otras drogas ilegales, sólo por el hecho de aceptar
alegremente una invitación de encontrarse con un amigo en una taberna local, o haber
decidido orgullosamente desviarse de su camino con la finalidad de ir por la esquina de
una calle donde se vendían las drogas. Cuando dichos pacientes cometen un error, tanto
con el alcohol como con la droga, parece sorprendente observar que no son capaces de
darse cuenta de las maneras en que ellos mismos se predisponen a fallar en sus
decisiones, que los conducen al accidente presente.
Desafortunadamente, los modelos cognitivos del abuso de sustancias no han sido
integrados adecuadamente en muchos programas de tratamiento de las adicciones (IOM,
1990a; Miller y Hester, 1985). Este libro proporciona un tratamiento centrado, paso a
paso, basado en el modelo cognitivo de Beck (1976). Es nuestro deseo que los capítulos
que siguen estimulen e incrementen la aplicación de este modelo cognitivo del abuso de
sustancias, tanto desde situaciones de tratamiento, como desde distintas modalidades.
La motivación para el cambio
Los esfuerzos que se realizan para analizar el tratamiento de las adicciones son
incompletos si no se considera el tema de la motivación. Miller y Rollnick (1991) se
centraron en este tema, explicando que muchos adictos tienen pensamientos
auténticamente contradictorios acerca de cambiar (antes que ejercer poca resistencia,
tener poca voluntad o problemas de carácter). Los autores consideran la motivación
como un «estado de predisposición o anhelo apremiante de cambiar, que fluctuaría de un
momento a otro y de una situación a otra» (pág. 14).
Prochaska, DiClemente y Norcross (1992) han proporcionado un modelo exhaustivo
para la conceptualización de la motivación de los pacientes para cambiar. En su trabajo,
Prochaska y otros (1992) han identificado cinco estadios de cambio, precontemplación,
contemplación, preparación, acción y mantenimiento. En el estadio de
precontemplación, los individuos están menos implicados en superar sus problemas y
están menos motivados a cambiar sus conductas problemáticas. En el estadio de
31
contemplación, los individuos desean examinar los problemas asociados con su abuso de
sustancias y tienen en consideración las implicaciones del cambio, aunque no hagan aún
ninguna acción constructiva para ello. También existe mayor probabilidad de que
respondan más positivamente a enfrentarse con los problemas y la educación, aunque
todavía estarán ambivalentes. En el estadio de preparación, a los pacientes les gustaría
hacer cambios reales y por tanto desean ayuda para sus problemas, aunque se sientan
perdidos en cuanto a saber lo que es necesario para poder estar al margen de la droga. En
el estadio de acción, los individuos han tomado un compromiso para cambiar y han
empezado ya a modificar sus conductas. Prochaska y otros (1992) han señalado que éste
es un estado especialmente estresante, que requiere de bastante apoyo y aliento
terapéutico. En el estado de mantenimiento, los individuos intentan continuar el proceso
que ya han empezado en los estadios de contemplación y acción. En los últimos años,
durante los que se ha puesto mucho énfasis en la prevención de las recaídas, el estadio de
mantenimiento ha recibido una atención especial.
Prochaska y DiClemente (1986) advierten de que el proceso de cambio es muy
complejo. Explican que la «mayoría de individuos no progresan linealmente a través de
los distintos estadios de cambio» (pág. 5). Alternativamente, ofrecen un «modelo de
puerta giratoria» (pág. 6), que se basa en el supuesto de que los individuos hacen
múltiples giros alrededor del círculo de los estadios, antes de conseguir sus objetivos a
largo plazo. Además, también observan que algunos individuos se anclan en los primeros
estadios del cambio.
En palabras de Prochaska y DiClemente (1986): «La terapia de las conductas
adictivas puede progresar de manera adecuada si tanto el cliente como el terapeuta están
centrados en el mismo estadio de cambio» (pág. 6). Utilizando la dependencia de la
nicotina como ejemplo, un fumador en el estadio precontemplativo se beneficiará poco
de los consejos acerca de las estrategias específicas para dejar de fumar. Sin embargo, el
mismo fumador responderá bien a las cuestiones relacionadas con el mantenimiento de
la salud, que puede conducir a un debate posterior sobre los efectos que provoca fumar
en la salud, que a su vez, conducirá a comentar los beneficios que produce dejar de
fumar, y que, ocasionalmente, permitirá plantear las estrategias específicas a adoptar.
Está claro que una de las mejoras en esta área de trabajo podría provenir de comprender
las causas que hacen que el paciente esté preparado a buscar ayuda (Tucker y Sobell,
1992).
El modelo de Prochaska y otros (1992) es una guía muy útil. Sin embargo, es
importante señalar que no es imposible tratar a los pacientes que se encuentran en el
32
estadio precontemplativo de cambio (especialmente si están bajo mandato judicial para
que asistan a terapia). En cambio, no es posible garantizar el éxito en el tratamiento de
los pacientes que están en la fase de cambio o mantenimiento. Se requiere del mismo
grado de vigilancia y compromiso del terapeuta cognitivo, independientemente del
estadio de cambio en el que se encuentre la persona con una adicción.
OBJETIVOS DEL TRATAMIENTO
Algunos modelos de adicción (p. ej., Alcohólicos Anónimos y otros programas con el
modelo de enfermedad) consideran la abstinencia total como el único objetivo posible
del tratamiento. Los defensores de estos modelos consideran la adicción como un
fenómeno todo/nada, donde cualquier uso es patológico y la abstinencia es considerada
como un estado de «recuperación» (antes que «recuperado»). En cambio, los defensores
del modelo cognitivo-conductual tienden, en su mayoría, a considerar que una
utilización light o moderada (p. ej., «bebida controlada») puede llegar a ser una meta u
objetivo del tratamiento aceptable, en algunos casos.
Durante un tiempo, la bebida controlada fue un tema extremadamente controvertido
(Marlatt, 1983). Sin embargo, ahora normalmente se acepta que las metas del
tratamiento pueden variar de acuerdo con las necesidades del paciente, sus problemas y
su respuesta previa al tratamiento. Por ejemplo, Sobell, Sobell, Bogardis, Leo y Skinner
(1992), estudiaron bebedores con problemas para determinar su preferencia por las metas
del tratamiento trazadas por sí mismos o por el terapeuta (p. ej., abstinencia versus
bebida controlada). Encontraron que la mayoría de las personas preferían establecer sus
propias metas y creían que sería mucho más probable conseguirlas; todavía era más
probable que los sujetos del estudio con problemas más graves de bebida prefirieran
trazar sus propias metas. En general, estamos de acuerdo en preferir un abordaje de
colaboración con el paciente a la hora de establecer las metas. Por tanto, en la medida en
que se permite a los pacientes con adicciones más graves establecer una meta un tanto
modesta de reducción del abuso de una sustancia, en vez de introducir a estos pacientes
resistentes a una terapia de curso más completa, estamos a favor de la utilización
controlada de una sustancia. Sin embargo, a largo plazo creemos firmemente en ayudar a
los pacientes a ser libres de la droga y del alcohol por completo.
El tratamiento del abuso y dependencia de sustancias
33
En realidad, muchos programas de tratamiento de abuso de sustancias son eclécticos
tanto en la teoría como en la práctica, e incluyen varias fases de tratamiento interno y
externo, atención a programas de doce etapas, educación, psicoterapia, terapia familiar,
grupos de apoyo, farmacoterapia y otros. En nuestra opinión, la terapia cognitiva puede
ser compatible con cualquiera de estos abordajes. De hecho, muchos de nuestros
pacientes con abuso de drogas y alcohol que atienden a grupos de apoyo, han pasado por
desintoxicación interna y toman medicación. Las principales ventajas que la terapia
cognitiva añade a esta batería de abordajes terapéuticos es su énfasis en: a) la
identificación y modificación de creencias que exacerban el craving o deseo irrefrenable
de consumir; b) la mejoría de los estados de afecto negativo (p. ej., ira, ansiedad y
desesperanza) que normalmente disparan el consumo de la droga; c) enseñar a los
pacientes a aplicar una batería de habilidades y técnicas cognitivas y conductuales y no
meramente la fuerza de voluntad, para poder llegar a estar libres de la droga y
mantenerse sin consumirla, y d) ayudando a los pacientes a ir más allá de la abstinencia,
que les permita poder hacer cambios positivos e importantes en la forma en que se
perciben a sí mismos, su vida y su futuro, conduciéndolos a un estilo de vida nuevo.
En la próxima sección presentaremos un pequeño resumen de los tratamientos más
tradicionales del abuso de sustancias y su dependencia.
TRATAMIENTO DEL ALCOHOLISMO
Miller y Hester (1980, 1986) han realizado revisiones exhaustivas de la literatura
científica que existe acerca del tratamiento del alcoholismo. Estos autores han
examinado nueve tipos principales de intervenciones. Las cuatro más comunes son
farmacoterapia, psicoterapia o counseling, Alcohólicos Anónimos y educación sobre el
alcoholismo. Los abordajes terapéuticos menos empleados son la terapia de familia, la
terapia aversiva, los métodos operantes, la bebida controlada y otros tratamientos de
espectro más amplio.
Miller y Hester (1986) concluyen en sus revisiones que el tratamiento del
alcoholismo se realiza mejor mediante un abordaje que contiene un proceso de dos
etapas, requiriéndose distintas intervenciones en cada etapa. El primer grupo de
intervenciones debería centrarse en cambiar las conductas de beber por la abstinencia o
la moderación (p. ej., entrenamiento en autocontrol conductual). El segundo grupo de
intervenciones debería estar centrado en mantener la sobriedad (p. ej., entrenamiento en
habilidades sociales para poder incrementar la confianza para relacionarse con gente que
no utiliza drogas).
34
Sin embargo, Miller y Hester (1986) también elaboraron unas conclusiones
problemáticas acerca de la pobre relación que existía entre la investigación empírica y
los abordajes de tratamiento interno más tradicionales. Los métodos de tratamiento que
se apoyan en los resultados de investigación controlada incluyen terapias aversivas,
entrenamiento en autocontrol conductual, refuerzo comunitario, terapia familiar y
matrimonial, entrenamiento en habilidades sociales y control del estrés, mientras que los
abordajes que actualmente se están utilizando como prácticas estandarizadas en los
programas de alcoholismo incluyen Alcohólicos Anónimos, educación sobre el
alcoholismo, disulfarina, terapia de grupo y counseling individual. Los autores han
señalado que hay poco solapamiento entre estas dos listas: el tratamiento en programas
de alcoholismo en Estados Unidos no tiende a usar métodos de tratamiento que hayan
sido validados por estudios con resultados controlados. Es más, Miller y Hester (1986)
apuntan que los programas de tratamiento interno tradicionales son muy caros, «a pesar
de que no haya ninguna evidencia clara de que sean más efectivos» (pág. 163). De
acuerdo con esto, McLellan y otros (1992) expusieron que la desintoxicación estándar de
los «programas de 28 días» (a pesar de su coste) son insuficientes para lograr mejoras a
largo plazo. Sin duda, para ayudar a los pacientes con abuso de drogas o alcohol a
conseguir mejoras más duraderas, los tratamientos deben ser complementados con
tratamientos externos simultáneos, que se centren en el cambio de actitud y en la
adquisición de habilidades.
El Instituto de Medicina ha encargado recientemente a un comité de la Academia
Nacional de Ciencias que elabore una revisión crítica exhaustiva sobre los estudios e
investigaciones realizados sobre el tratamiento de los problemas con el alcohol (1990b).
El comité ha descubierto que los tratamientos incluyen «una extensa cantidad de
actividades que varían en contenido, duración, intensidad, metas, situaciones, proveedor
y según la población a la que va dirigida» (pág. 86). La evaluación del comité fue que
«no hay ningún tratamiento simple o modalidad que se haya demostrado que sea
superior a los otros» (pág. 86). Sus conclusiones, publicadas en la Broadening the Base
of Treatment for Alcohol Problems (1990a) incluyen las siguientes:
1. No hay ningún tratamiento simple que sea efectivo para todas las personas con
problemas alcohólicos.
2. Ofrecer las modalidades de tratamiento específicas y apropiadas, puede mejorar
ostensiblemente los resultados.
3. Las intervenciones breves pueden ser bastante efectivas comparadas con la falta de
35
4.
5.
6.
7.
8.
tratamiento, y pueden ser mucho más efectivas económicamente comparadas con
tratamientos más intensivos.
El tratamiento de otros problemas vitales relacionados con la bebida puede mejorar
el pronóstico en personas con problemas con el alcohol.
Las características del terapeuta son determinantes parciales del resultado.
Los resultados vienen determinados, en parte, por los factores del proceso de
tratamiento, factores de adaptación después del tratamiento, las características del
individuo que busca ayuda, las características de sus problemas y las interacciones
entre estos factores.
Las personas que son tratadas por problemas de alcohol llegan a conseguir un
continuo de resultados con respecto a la conducta de beber y los problemas con el
alcohol y su tratamiento sigue distintos cursos, en cuanto a resultados.
Aquellos que disminuyen significativamente su nivel de consumo de alcohol o que
llegan a ser totalmente abstemios, usualmente también disfrutan de mejoría en otras
áreas de la vida, en particular a medida que el período de reducción del consumo se
hace más grande (págs. 147-148).
Estos descubrimientos del Instituto de Medicina (1990a), conjuntamente con los de
Miller y Hester (1986), ponen claramente de manifiesto que existe todavía una necesidad
profunda de encontrar tratamientos del alcoholismo eficaces. Creemos que los principios
introducidos en este libro podrán integrarse y ser evaluados en programas de tratamiento
tradicionales, de cara a conseguir programas de tratamiento del alcoholismo efectivos y
apropiados.
TRATAMIENTO DEL ABUSO DE DROGA ILEGAL
Además de este escrito sobre programas de tratamiento del alcohol, el Instituto de
Medicina nombró otro comité distinto (1990a) para revisar la literatura científica sobre el
tratamiento de los problemas ocasionados por las drogas en Estados Unidos.
Específicamente, el comité dividió los tratamientos en cuatro categorías: mantenimiento
con metadona, comunidades terapéuticas, programas de metadona externos y programas
de dependencia químicos.
Estos descubrimientos (1990a) fueron similares a los de Miller y Hester (1986). Los
programas más válidos empíricamente eran el mantenimiento con metadona en clínica
para la dependencia de opiáceos. También algunas evidencias apoyaban la eficacia de las
36
comunidades terapéuticas y el tratamiento externo con metadona. Sin embargo, «la
dependencia química es el tratamiento con mayor cantidad de ingresos, seguramente el
segundo con mayor número de clientes, y el que tiene menor base científica en cuanto a
su efectividad» (IOM, 1990a, pág. 18). Sin embargo, el Instituto de Medicina reconoció
que la mayoría de estudios sobre mantenimiento con metadona se realizaron entre 1970
y principios de 1980. Como resultado, estas investigaciones no se han centrado
suficientemente con los problemas crecientes de la cocaína en el país. Por contra, en este
libro nos centraremos mucho en la terapia cognitiva contra la adicción de cocaína y
crack.
INTERVENCIONES PARA DEJAR DE FUMAR
En un informe publicado por el Instituto Nacional del Cáncer, Schwartz (1987) revisó
críticamente la literatura científica concerniente a las intervenciones realizadas para dejar
de fumar. Dividió todos los métodos en diez categorías: a) autoayuda, b) grupos de
abordaje educacional, c) medicación, d) mascar chicle de nicotina, e) hipnosis, f)
acupuntura, g) counseling médico, h) ensayos de prevención contra factores de riesgo, i)
programas comunitarios y medios de comunicación, y j) métodos conductuales.
Schwartz (1987) encontró una variabilidad considerable en las tasas de dejar de fumar
conseguidas por los distintos métodos.
Aproximadamente un millón de americanos cada año dejan de fumar y lo hacen por
sí mismos, mediante «autoayuda». De hecho, tres quintas partes de los fumadores
preferirían dejar de fumar por sí mismos, antes que tener que buscar ayuda en programas
para dejar de fumar (Schwartz, 1987). Existen muchas ayudas para uno mismo cuando se
quiere dejar de fumar, desde libros, panfletos, cintas de audio, preparados farmacéuticos,
cursos por correspondencia y otros tipos. Casi todos los esfuerzos de autoayuda y otras
ayudas comprenden algunas técnicas cognitivas. De hecho, aquellos que consiguen tener
éxito y lo dejan por sí mismos, muestran expectativas más altas de éxito y autoeficacia
(que son áreas muy influenciadas por las intervenciones cognitivas) comparado con
aquellos que no tienen éxito. Aproximadamente un 16 %-20 % de fumadores que lo
dejan por sí mismos tienen una abstinencia de un año (Schwartz, 1987).
Para aquellos que quieren recibir asistencia para poder dejar de fumar existen clínicas
no lucrativas y comerciales, y otros grupos disponibles. La mayoría de ellos utilizan
métodos cognitivos, que incluyen desde la educación, autocontrol y modificación de las
actitudes acerca del hábito de fumar. En una revisión sobre 46 grupos de programas para
dejar de fumar, Schwartz (1987) encontró tasas medias de alrededor del 21 % al 36 % de
37
personas que lo lograban, dependiendo de la longitud del seguimiento posterior realizado
y de la época en que se realizó el estudio.
También se han utilizado a lo largo de estos años un buen número de medicamentos
para ayudar a dejar el hábito de fumar. Estos medicamentos incluyen desde lobelina,
meprobamato, anfetaminas, anticonvulsionantes, buspirona, propanolol, clonidina,
nicotina polacrilítica, y más recientemente nicotina transdérmica. De entre éstos, los
medicamentos más prometedores han sido aquellos que reemplazan la nicotina por los
cigarrillos con prescripción de nicotina (es decir, chicle de nicotina y nicotina
transdérmica). De hecho, las tasas medias de cesación para el chicle de nicotina a seis
meses y a un año de seguimiento fueron del 23 % y del 11 %. Estas tasas eran
sustancialmente más altas cuando el chicle se utilizaba conjuntamente con programas
para dejar de fumar cognitivoconductuales: 35 % y 29 % (Schwartz, 1987). En el
momento en que se escribe este libro, la Administración de Alimentos y Drogas acaba de
aprobar los sistemas de liberación de nicotina transdermales. Por tanto, todavía no se han
producido ensayos de campo importantes con estos «parches».
El público en general también se ha interesado tanto por la hipnosis como por la
acupuntura, como programas para dejar de fumar. Sin embargo, la validez empírica de
estos métodos es débil y se requiere de otros estudios controlados antes de poder asumir
su eficacia (Schwartz, 1987).
Resumen
Un gran número de personas en Estados Unidos están afectadas por el abuso de
sustancias. Se han escrito miles de libros y artículos sobre el tema y se han gastado
millones de dólares en la investigación sobre las adicciones. No obstante, existe una
notable escasez de estrategias de tratamiento del abuso de sustancias que sean efectivas
de forma fiable. Sin embargo, durante años se ha apreciado que existen procesos
cognitivos que subyacen y que son comunes a todas estas adicciones. (Incluso
Alcohólicos Anónimos avisa a los alcohólicos acerca de los «horribles pensamientos».)
Estamos seguros que comprender y trabajar con estos aspectos cognitivos más
explícitamente, ayudará a resolver algunas de las incertidumbres que inundan este campo
de trabajo, que es el tratamiento del uso de sustancias.
En los capítulos que siguen a continuación, nos esforzaremos en describir los
procedimientos que comprende nuestro abordaje con mucha especificidad. Una versión
preliminar de este libro está sirviendo como manual de terapia en un estudio que se está
38
realizando por el Instituto Nacional de Abuso de Drogas, en el que se comparan la
terapia cognitiva, la terapia de apoyo y expresividad y el tratamiento general de
counseling para el abuso de cocaína. Tenemos la esperanza que nuestro libro, Terapia
cognitiva de las drogodependencias, continúe sirviendo como guía de entrenamiento
para posteriores evaluaciones clínicas y empíricas.
39
CAPÍTULO 2
MODELOS COGNITIVOS DE LA ADICCIÓN
¿Por qué las personas utilizan drogas (y/o el alcohol)?
Algunos individuos son «generalistas» y utilizan gran variedad de sustancias
adictivas casi de forma aleatoria o en función de su disponibilidad. Otros son
«especialistas» y la elección que realizan de la droga dependerá de sus propiedades
farmacológicas específicas así como de su significado social (p. ej., el alcohol se
considera frecuentemente como algo masculino y asociado con los deportes mientras que
la cocaína está asociada con la aceptación del grupo y la actividad sexual). Por ejemplo,
la cocaína puede ser utilizada por sus propiedades estimulantes produciendo una rápida
«excitación». De igual forma, las anfetaminas pueden ser utilizadas como energetizantes
psíquicos. Por contra, los barbitúricos, las benzodiazepinas y el alcohol tal vez se
prefieran por su efecto relajante, así como por su presunta liberación de inhibiciones.
Los alucinógenos son atractivos para determinadas personas porque alivian el
aburrimiento y «expanden la conciencia». La mayoría de las personas adictas a la
cocaína también han abusado de otras drogas y/o del alcohol (N. S. Miller, 1991; Regier
y otros, 1990; Stimmel, 1991).
Existen numerosas explicaciones de por qué la gente utiliza y llega a ser adicta a
determinadas sustancias psicotropas. En general, el proceso de la adicción queda
explicado por medio de un pequeño número de fórmulas simples y bastante obvias. La
razón básica para empezar con las drogas o el alcohol es conseguir placer, experimentar
la euforia de encontrarse colocado y compartir la excitación con la compañía de alguien
que también lo esté utilizando (Stimmel, 1991). Además, existe la expectativa de que,
por ejemplo, la cocaína incremente la eficacia, mejore la fluidez verbal y aumente la,
creatividad.
¿Cómo pasan las personas de un uso meramente recreacional o casual, a la utilización
regular de una droga? Con el paso del tiempo, hay una serie de factores adicionales que
contribuyen a que la persona llegue a ser dependiente de la droga. Algunas personas
encuentran que tomar drogas como la heroína, las benzodiazepinas (como el valium) o
40
los barbitúricos, proporciona un alivio temporal de la ansiedad, la tensión, el
aburrimiento o el cansancio. Estas personas desarrollan pronto la creencia de que pueden
hacer frente mejor a las frustraciones y el estrés de la vida, si pueden tomar drogas y/o
alcohol durante un período para escapar u olvidar. Las personas con circunstancias
vitales adversas tienen más probabilidad de llegar a ser adictos, que aquellos con más
fuentes de satisfacción (Peele, 1985). Por un momento, los problemas diarios reales se
convierten en insignificantes y la vida, en sí misma, parece más atractiva. Tal y como un
paciente expuso: «Si tomo coca, mis pensamientos desagradables desaparecen».
Además, las personas con poca confianza en sí mismas pueden considerar que las drogas
o el alcohol refuerzan su moral, al menos a corto plazo. Finalmente, muchas personas
descubren que utilizar drogas les introduce en nuevos grupos sociales en los cuales el
único requerimiento para ser admitido y aceptado es que sean consumidores de una
sustancia determinada.
Si utilizar drogas tiene tantas ventajas, ¿por qué debemos preocuparnos por intentar
que la gente deje el «hábito que tiene de tomar droga»? Las graves implicaciones que
tiene con la ley consumir una droga (y venderla para poder mantener el hábito) son tan
obvias que no necesitaríamos dar más explicaciones. Independientemente de que las
drogas sean legales, como el alcohol, o ilegales, el abuso de sustancias crea serios
problemas personales, sociales y médicos (Frances y Miller, 1991; Kosten y Kleber,
1992).
Un problema importante es que parece que la droga consiga controlar a los
individuos adictos. Sus objetivos, sus valores y sus lazos de unión pasan a estar
subordinados a la utilización de la droga. No pueden controlar su vida con eficacia.
Pasan a estar sujetos a un círculo vicioso de craving o deseos irrefrenables por consumir,
cambios precipitados del estado de ánimo y mayor angustia, que sólo puede ser aliviada
inmediatamente por la utilización de nuevo de las drogas.
La red de problemas externos e internos que conducen, y que posteriormente hacen
que se mantenga, la utilización compulsiva de una droga, es una característica definitoria
de la adicción. Lejos de calmar el dolor de la vida, las drogas crean una nueva clase de
problemas, como enormes desembolsos económicos (para las drogas ilegales), la
amenaza de la pérdida del empleo presente y dificultades en relaciones personales
importantes, como el matrimonio. Además, la persona queda estigmatizada por la
sociedad, como un «alcohólico» o un «yonqui». Al final, es evidente que la utilización
crónica pueda causar graves problemas médicos e incluso la muerte.
Tal y como ha señalado Peele (1989), la utilización compulsiva de agentes
41
psicotropos depende de una gran variedad de factores sociales y personales. Si el
ambiente es peligroso y existe un grupo de apoyo para la utilización de la droga, como
en el caso de los soldados estadounidenses en Vietnam, es muy probable una masiva
utilización de la misma. Cuando el ambiente es comparativamente menos estresante
(como cuando los veteranos vuelven de nuevo a la vida civil), las personas no continúan
con una utilización excesiva excepto en aquellos casos en que ya habían sido grandes
consumidores antes del servicio militar (Robins, Davis y Goodwin, 1974).
Un número importante de características distinguen a los individuos adictos de los
que son consumidores casuales. Una diferencia fundamental estriba, tal y como ha
señalado Peele (1985), en que mientras los individuos adictos subordinan algunos
objetivos importantes a la utilización de la droga, los consumidores casuales priorizan
más otros valores: la familia, los amigos, la ocupación, el ocio y la seguridad económica,
por nombrar sólo algunos de ellos. Además, los consumidores de drogas tienen ciertas
características como son la baja tolerancia ante la frustración, poca asertividad o poco
control del impulso, que los hace a su vez más susceptibles. De esta forma, los factores
psicológicos y sociales serían los factores determinantes, antes que las propiedades
farmacológicas per se, a la hora de convertir a un consumidor de drogas en una persona
que abusa de las mismas. Un hecho que apoya esta hipótesis es el fenómeno que
frecuentemente se da en los hospitales, donde «los pacientes que toman opiáceos para el
dolor crónico o el dolor provocado por el cáncer, pocas veces experimentan euforia e
incluso aún más raro, casi nunca llegan a desarrollar dependencia psíquica o adicción a
los cambiantes efectos en el estado de ánimo que provocan los narcóticos» (Medical
Letter on Drugs and Therapeutics, 1993, pág. 5) Si la adicción a las drogas fuera
meramente un proceso biológico, no podríamos esperar que esto fuera de esta forma.
En la figura 2.1 se representa la secuencia de utilización de una droga o de la bebida.
Un individuo adicto que se siente ansioso o con humor deprimido decide fumar o
esnifar. Al alivio a corto plazo le siguen las consecuencias negativas a largo plazo en el
tiempo: problemas con la ley, problemas financieros importantes, dificultades familiares
y posibles problemas médicos. Estos problemas conducen a miedos reales de poder ser
detenido, de llegar a arruinarse, de perder el empleo, de dificultar las relaciones
personales íntimas y de llegar a enfermar. Estos miedos generaran más ansiedad y
conducirán al craving y posteriormente a utilizar las drogas o la bebida para neutralizar
la ansiedad. Así, se acaba estableciendo un círculo vicioso.
La droga crea muchas otras clases de círculos viciosos, que describiremos en el
capítulo 3. Éstos comprenden una serie de factores psicológicos tales como la
42
autoestima, la angustia emocional y la desesperanza.
¿Por qué no se deja de tomar drogas o alcohol si crea problemas?
Por definición, los adictos son personas que tienen dificultad en dejarlo de forma
permanente. Pueden haber empezado a utilizarlo voluntariamente pero o bien no creen
que puedan dejarlo o bien no escogen voluntariamente dejarlo. Al primer signo de
problemas médicos, financieros o interpersonales, muchos consumidores ignoran,
minimizan o niegan los problemas, o los atribuyen a alguna cosa distinta a las drogas (p.
ej., pueden haber culpado a su esposa por problemas domésticos). Otros se pueden dar
cuenta de los problemas, pero evalúan las ventajas de seguir consumiendo antes que los
inconvenientes. Gran parte de esta evaluación se basa en evitar un análisis correcto de las
desventajas que conlleva (Gawin y Ellinwood, 1988; Gawin y Kleber, 1988). A medida
que los problemas crecen, muchos consumidores llegan a ser más ambivalentes y
empiezan a vacilar en su decisión de utilizar droga.
Figura 2.1. Modelo simple de círculo vicioso.
Uno de los factores en el mantenimiento de la droga es la creencia habitual de que
acabar con el consumo de la droga producirá una serie de efectos secundarios
intolerables (Horvath, 1988, en prensa). Sin embargo, estos efectos varían enormemente
de una persona a otra, y de una sustancia a otra, y el impacto se amplía mucho por el
significado psicológico ligado a los síntomas de abstinencia. Estos significados
frecuentemente son más notorios que las propias sensaciones fisiológicas adversas, a la
43
hora de determinar la intensidad del síndrome de abstinencia. Por ejemplo, muchos
consumidores de cocaína que participan en programas de desintoxicación, se sienten
mejor en las primeras etapas, justo después de que dejan de utilizar la droga (Ziedonis,
1992).
Uno de los obstáculos principales a la hora de acabar con el consumo de una droga o
la bebida, es la red de creencias disfuncionales que se centran alrededor de las drogas y
el alcohol. Pongamos algún ejemplo de estas creencias: «No puedo ser feliz a menos que
consuma», «Tengo más control cuando he tomado unas copas». Una persona que está
considerando acabar con el consumo de drogas o alcohol, tiende a sentirse cansada y
ansiosa. Dejar de confiar en las drogas o el alcohol se considera como una privación de
la satisfacción y el consuelo, o una amenaza a su bienestar y buen funcionamiento
(Jennings, 1991). Acabar con ello significa, para algunos, acabar con la «capa de
seguridad» que utilizan para tapar su disforia.
Los individuos adictos frecuentemente intentan por sus propios medios parar de
consumir o beber. Sin embargo, cuando experimentan el craving (que suele estar
provocado por un estado de ánimo deprimido o bien, cuando están expuestos a las
drogas o a estímulos relacionados con las mismas) se sienten desilusionados si se
contienen ellos mismos y no consumen o beben. Perciben sus sentimientos de desilusión
y angustia como intolerables; cada vez les preocupa más el pensamiento «no puedo
soportar esta sensación». Por eso se sienten impulsados a ceder ante su craving o deseo
de consumir para ser capaces de disipar su sentimiento de pérdida y aliviar su pena. Los
pacientes suelen tener un conjunto de creencias que parece que llegan a ser más intensas
cuando justamente deciden dejar de utilizar la droga. Estas creencias se centran en la
anticipación del estado de privación: «Si no consumo, no seré capaz de soportar el dolor
(o el aburrimiento)», «No me quedará nada en la vida., «Seré infeliz», o «Perderé a mis
amigos». Elaboraremos más estas creencias en la sección que dedicamos a la poca
tolerancia ante la frustración (capítulo 15).
Otro conjunto de creencias se centra alrededor de la sensación de indefensión con
respecto a la capacidad de controlar el craving: «El craving es demasiado fuerte», «No
tengo capacidad para poder parar», o «Incluso si fuera capaz de parar, no haría más que
empezar de nuevo». Estas creencias llegan a ser profecías que se acabarán cumpliendo
(profecías autocumplidas). Como los pacientes creen que son incapaces de controlar sus
craving, tienen menos probabilidad de intentar controlarlos, y por tanto, confirman su
creencia de que están indefensos para poder superar su adicción.
44
Por qué las personas necesitan ayuda
En términos generales, las personas pasan por cinco estadios en la búsqueda de ayuda
(Prochaska y otros, 1992). En el estadio precontemplativo, ni siquiera se dan cuenta de
que tienen un problema (o bien consideran que la utilización de las drogas es más
importante que los problemas que causan). En el estadio contemplativo, les gustaría
considerar sus problemas, pero todavía es poco probable que lo dejen por sí mismos. Los
individuos que están en el estadio de preparación intentan tomar medidas para dejar la
droga o la bebida, pero no están seguros de ser capaces de seguir así. En el estadio de
acción, los pacientes demuestran conductualmente una disminución en sus conductas de
utilización de drogas y una modificación terapéutica en sus creencias acerca de tomar
drogas. Aquellos que son capaces de llegar con éxito al estadio de mantenimiento, ya han
hecho grandes progresos para poder estar libres de la droga y del alcohol, y están
trabajando activamente, para mantener la consistencia en este esfuerzo durante un
período de meses y años.
Las personas acuden a terapia por varias razones. Algunos consumidores han sido
arrestados por «robar» o bien por posesión, y son remitidos a consulta por la justicia.
Otros ven cómo sus vidas se van deteriorando como resultado de las consecuencias
psicológicas, financieras e interpersonales de tomar drogas o beber. Otros vienen
presionados por los amigos o la familia. En el momento en que estos pacientes son
etiquetados por abuso de sustancias, adictos o alcohólicos, ya han alcanzado un deterioro
importante en cuanto a alguno de estos aspectos o combinación de los mismos: salud,
adaptación social, trabajo y estatus económico, y bienestar psicológico.
Muchas personas con problemas de drogas y alcohol han intentado repetidamente
«romper el hábito», aunque sólo para recaer fortuitamente. Otros sufren un trastorno de
la personalidad (véanse, p. ej., Mirin y Weiss, 1991; Nace, Davis y Gaspari, 1991;
Regier y otros, 1990) y/o un síndrome psiquiátrico como ansiedad crónica (p. ej.,
Kranzler y Liebowitz, 1988; LaBounty, Hatsukami, Morgan y Nelson, 1992; Walfish,
Massey y Krone, 1990) o depresión (p. ej., Hatsukami y Pickens, 1982; Rounsaville y
Kleber, 1986). Para algunos, la utilización de las drogas no es más que una
manifestación del conjunto de dificultades. Para otros, las drogas representan una forma
de automedicación (Castaneda, Galanter y Franco, 1989; Khantzian, 1985) para aliviar
sus sentimientos de angustia, tristeza o ansiedad.
Dadas las consecuencias del consumo sostenido de drogas, es importante considerar
el problema en términos de las dimensiones sociológica, interpersonal y psicológica, y
no tan sólo en la estrictamente farmacológica, que atiende a las propiedades de la droga.
45
De hecho, el abuso de sustancias o la adicción puede definirse como la utilización
compulsiva que conduce a una red de enredos que comprenden problemas sociales,
económicos y legales sobre los cuales el paciente ha perdido el control. Cuando se les
reconoce su adicción, muchas de estas personas llegan a la conclusión de que la única
forma en que pueden lograr dejarlo, o incluso salvar sus vidas, es recibir asistencia, ya
sea profesional o de otro tipo.
¿Cómo puede ayudar la terapia cognitiva?
La terapia cognitiva es un sistema de psicoterapia que intenta reducir las reacciones
emocionales excesivas y las conductas contraproducentes, mediante la modificación del
pensamiento erróneo o defectuoso y las creencias desadaptativas, que subyacen a estas
reacciones (Beck, 1976; Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979).
El abordaje que se realiza a un paciente determinado se deriva de una
conceptualización minuciosa del caso particular. A su vez, la formulación específica del
caso se basa en el modelo cognitivo de ese trastorno. La conceptualización completa del
caso, en los primeros estadios del tratamiento, que incluye las relaciones que existen
entre los patrones de vida tempranos con los problemas actuales, diferencia la terapia
cognitiva de alguna de las otras formas de terapia. El abordaje que se realiza consiste en:
a) suponer un trabajo de colaboración terapeuta-paciente (basado en la confianza); b)
activo; c) basado en gran parte en preguntas abiertas, y d) altamente estructurado y
centrado.
Cuando se aplica al abuso de sustancias, el abordaje cognitivo ayuda a los individuos
a luchar a brazo partido con los problemas que les producen angustia emocional y a
establecer una perspectiva más amplia de su confianza en las drogas para conseguir
placer y/o alivio del malestar. Además, algunas estrategias cognitivas específicas les
ayudan a aliviar sus impulsos y, al mismo tiempo, a establecer un sistema más fuerte de
control interno. Es más, la terapia cognitiva puede ayudar a los pacientes a combatir su
depresión, ansiedad o ira, que frecuentemente alimentan y provocan las conductas
adictivas.
Una de las ideas básicas de la terapia cognitiva es ayudar al paciente de dos formas:
a) reducir la intensidad y la frecuencia de los impulsos de consumir droga mediante la
refutación de las creencias subyacentes, y b) enseñar al paciente técnicas específicas a
fin de controlar y manejar sus impulsos. En resumidas cuentas, el objetivo es reducir la
presión e incrementar el control. Cuando la adicción del paciente está relacionada con un
46
trastorno psiquiátrico coexistente, el terapeuta cognitivo también debe tratar dicha
condición.
La terapia cognitiva se lleva a cabo de varias formas. El terapeuta ayuda al paciente a
examinar la secuencia de acontecimientos que llevan al abuso de una droga y, entonces,
explora las creencias básicas del individuo acerca del valor que tienen las drogas, el
alcohol y la nicotina. Al mismo tiempo, el terapeuta entrena al paciente para que evalúe
y considere las formas en que su pensamiento erróneo produce estrés y angustia. El
terapeuta ayuda al paciente a modificar su pensamiento, de forma que pueda conseguir
mayor comprensión de sus problemas reales y despreocuparse de los pseudoproblemas,
que son derivados de sus pensamientos defectuosos. Además, a través del repaso y la
práctica, los pacientes se entrenan para construir un sistema de controles que puedan
aplicar cuando se enfrenten con impulsos de consumir apremiantes.
Las técnicas que utiliza el terapeuta incluyen una evaluación minuciosa de las
ventajas y desventajas a corto y largo plazo de consumir drogas: el análisis de coste y
beneficios (también llamado el análisis de ventajas y desventajas; véanse capítulos 9 y
10). El terapeuta también ayuda al paciente a encontrar formas más satisfactorias de
afrontar los problemas reales y sentimientos desagradables sin tener que volver a las
drogas o al alcohol para aliviarse. También trabajan conjuntamente para estructurar la
vida del paciente de forma que pueda disponer de otras fuentes de placer (Havassy, Hall
y Wasserman, 1991). Como muchos pacientes tienen poca tolerancia ante la frustración
(Ellis, McInerney, DiGiuseppe y Yeager, 1988), se les hace ver cómo sus actitudes
contraproducentes, acerca de sí mismos y de sus capacidades, les llevan a reaccionar de
forma desmedida cuando encuentran obstáculos, aplazamientos o impedimentos
(capítulo 15). El terapeuta también demuestra cómo los pacientes pueden considerar
estos obstáculos como problemas que deben ser resueltos, antes que verlos como
barreras para sus metas.
Muchos pacientes que sufren dificultades para ser asertivos de forma apropiada, son
susceptibles de ser dominados e incluso explotados por otras personas y, por tanto,
tienen predisposición a experimentar frecuentemente impaciencia, ira y desilusión.
Mediante el aprendizaje de nuevas habilidades interpersonales, los pacientes son capaces
de defender sus derechos de forma más efectiva. El mismo tipo de asertividad puede
ayudarles cuando otras personas les presionan para que consuman. El hecho de que
rechacen dicho ofrecimiento puede establecer un nuevo significado, es decir que sean
capaces de defenderse por sí mismos, priorizando los intereses a largo plazo por las
ganancias a corto plazo y llegar a ser insensibles ante epítetos despectivos o blasfemos.
47
Una de las principales características de la terapia cognitiva es utilizar el
«interrogatorio socrático». Haciendo preguntas con mucha habilidad, el terapeuta es
capaz de examinar algunas áreas del paciente que éste ha dejado fuera del escrutinio
como, por ejemplo, la frecuencia y cantidad verdadera de droga que utiliza, las pérdidas
reales debidas a la adicción y la calidad y efectos en las relaciones interpersonales.
Además, preguntar conduce a los pacientes a generar opciones y soluciones que ellos no
han considerado. Finalmente, este acercamiento sitúa a los pacientes en el «modo de
cuestionamiento» (opuesto al modo «impulsivo automático») de forma que empezarán a
evaluar más objetivamente varias de sus actitudes y creencias.
En ese sentido, acabar con la utilización de la droga o el alcohol se convierte en un
problema técnico. A los pacientes que nos piden ayuda les gustaría dejar de utilizar
drogas, pero no saben cómo hacerlo. Muchos de ellos han intentado dejarlo infinidad de
veces pero no han tenido éxito. La terapia cognitiva les proporciona las herramientas que
les permitirán dejar de tomar drogas, beber alcohol o fumar y mantener el estado de
abstinencia. Es más, también podrán aplicar las mismas técnicas para que sean útiles en
sus problemas diarios y, por tanto, conseguir una vida más agradable y plena.
¿Tienen las personas que abusan de las drogas problemas psiquiátricos
adicionales?
Muchos de los pacientes que buscan o son remitidos a tratamiento tienen un
«diagnóstico doble» (Mirin y Weiss, 1991; Regier y otros, 1990). Esto significa que
además del diagnóstico por adicción también tienen un diagnóstico por otro síndrome
(Eje I) como la depresión, o bien un diagnóstico por trastorno de personalidad (Eje II), o
bien una combinación de ambos. Un buen planteamiento terapéutico debe tener en
consideración las distintas formas en que los problemas psicológicos de los pacientes se
expresan en realidad. Por ejemplo, un paciente con un trastorno de personalidad
dependiente, dominado por un pobre concepto de sí mismo, puede deprimirse después de
un rechazo e intentar contrarrestar los sentimientos de depresión mediante la utilización
de sustancias y/o bebiendo. La unión de estas conductas puede ser un hilo conductor
frecuente, tal y como «Estoy demasiado débil o frágil para hacerlo por mí mismo». Esta
creencia puede desencadenar una depresión clínica cuando desaparece la ayuda
interpersonal. La misma creencia promueve la utilización de la bebida cuando el paciente
se enfrenta con un problema difícil o una situación estresante: «No puedo manejar esto
sin una bebida (o droga)».
48
¿Por qué las personas recaen después de no haber consumido durante un
período sustancial?
Muchos individuos son capaces de manejar los síntomas de abstinencia, si se
presentan, y están durante períodos de tiempo importantes sin consumir. Pero a veces
recaen, sin que exista ninguna razón apremiante (Carroll, Rounsaville y Keller, 1991;
Tiffany, 1990). El problema parece radicar en el hecho de que estas personas no han sido
inoculadas», ante las condiciones externas o internas que disparan el craving y que
minan la capacidad de control propia. Estas circunstancias se pueden incluir en la
categoría de «personas, lugares y cosas», que se describe en los programas de doce
etapas. Esta categoría incluye situaciones como las que se asocian con compañeros o
parejas sexuales que le impelen a uno a «tomarse una dosis» o a beber, a visitar un lugar
donde previamente se han utilizado drogas o se ha bebido, a participar en ritos en los que
se utilizan drogas o cobrar la paga correspondiente a ese mes. Estas personas también
experimentarán el craving si se sienten tristes, aburridos o ansiosos. Algunos individuos
tienen un lapsus o desliz cuando ocurre una situación estresante o inusual: la muerte de
un amigo o familiar, una discusión fuerte con el esposo o esposa o la pérdida de un
trabajo.
Una de las razones subyacentes de por qué los adictos que se están recuperando
reaccionan con impulsos tan intensos por consumir ante varios estímulos (de alto riesgo)
y situaciones, es que sus creencias básicas en relación con las ventajas o inconvenientes
relativos de tomar drogas, no han cambiado sustancialmente. Pueden haber adquirido
una serie de estrategias para controlar la conducta de tomar drogas, pero no han
modificado significativamente sus actitudes, que son las que alimentan el craving. En
consecuencia, cuando sus controles se debilitan, quizás debido al estrés, y se incrementa
el impulso, por ejemplo exponiéndose ante situaciones de peligro o alto riesgo (una
situación que active las creencias acerca del consumo de droga), serán vulnerables a
tener un lapsus utilizando alguna droga o bebiendo, aunque sea poco o moderadamente.
Este desliz se acentuará por un sentimiento de indefensión y desesperanza: «Esto prueba
que no puedo controlar mis impulsos», «No volveré a ser capaz de superar este
problema».
Si vuelven a introducirse en el círculo en que se usan drogas, este pequeño desliz se
convierte en una recaída. A veces los pacientes tienen un lapsus sin ninguna razón
aparente o clara, es decir, no han sido expuestos a ninguna situación de peligro o riesgo
(Tiffany, 1990). La probabilidad de dicho lapsus se incrementa siempre que la razón
entre la percepción del control de uno mismo y la intensidad del craving decrece; es
49
decir, cuando se debilita el control por la fatiga y una pérdida gradual de las creencias
constructivas (creencias en contra del abandono o la indulgencia) y/o un incremento del
deseo de beber, basado, por ejemplo, en sentimientos transitorios desagradables. El
grado de cumplimiento con la abstinencia simplemente disminuirá con el paso del
tiempo, tal vez debido a que se desvanecen los recuerdos de los efectos negativos y
desagradables de utilizar drogas o beber (Gawin y Ellinwood, 1988; Velten, 1986). En
ese momento, un nivel «normal» de craving conducirá a tener un desliz o lapsus. Si la
reacción del paciente es: «Mi control debe ser escaso si cedo ante este craving moderado
de consumir», seguramente el paciente evolucionará hacia una recaída completa.
Las creencias básicas, que han estado inactivas pero que se llegan a estimular
mediante la exposición ante estímulos o situaciones de alto riesgo, incluyen nociones del
tipo: «Si utilizo droga, podré manejar mis problemas mejor», «El hecho de que fume o
me coloque hará que la vida sea más agradable», o «Necesito una bebida para superar mi
ansiedad». Tan pronto como estas creencias se activan, el individuo experimenta una
exacerbación del craving. Los intentos del paciente por autocontrolarse son minados por
los pensamientos relacionados con la permisividad (que proceden de las creencias) como
«Puedo hacerlo esta vez y luego parar», o «No hay ninguna razón por la que haya de
continuar privándome a mí mismo». Por tanto, existe un conflicto continuo entre las
actitudes que están relacionadas con el control del impulso y aquellas actitudes que
predisponen a ceder ante la tentación (o, de forma más rigurosa, a iniciar la conducta que
satisfaga dicho impulso).
El fenómeno de la adicción
CRAVING E IMPULSOS
A la hora de ayudar a los pacientes a tratar su problema con las drogas, es crucial
tener una comprensión completa del fenómeno asociado con la utilización de la misma.
El craving por consumir se refiere al deseo irrefrenable o ansia de la droga, mientras que
el término impulso se aplica a la presión interna o movilización para actuar por el
craving (Marlatt, 1985, y Horvath, 1988, utilizan el término de forma similar). En
resumen, el craving está asociado con el querer y el impulso con el hacer. Ambos
términos se suelen utilizar de forma intercambiable, pero en la práctica es útil separarlos.
El craving representa un deseo muy intenso por una experiencia concreta de algún
tipo, como, por ejemplo, de comer, relajarse al fumar, o la satisfacción que produce el
50
sexo. La realización del deseo se alcanza con la consumación, y el medio de conseguirlo
es el acto consumatorio. Cuando no se puede conseguir alguna forma de consumación, el
individuo debe buscar alguna otra forma parecida de consumación. Por ejemplo, si ante
el deseo de afecto no existe una posible satisfacción inmediata, en su lugar, una persona
puede saborear un caramelo o beber una cerveza.
Un impulso es la consecuencia instrumental del craving. Una persona desea
experimentar un «subidón» o aliviar su malestar, y siente un impulso irrefrenable de
actuar para obtener esta experiencia. Marlatt y Gordon (1985) definen un impulso como
una intención conductual para verse implicado en una conducta consumatoria específica.
Los impulsos pueden ser considerados como compulsiones cuando el individuo se siente
incapaz de resistirse a ellos. Por tanto, un impulso puede estar instigado por un
sentimiento o estado desagradable (como la ira o la ansiedad) o bien la anticipación de
un acontecimiento estresante o desagradable. El objetivo último del impulso es reducir el
estado que lo ha instigado, ya sea un craving de excitación o el deseo de relajación.
El tiempo que transcurre entre la experiencia del craving y la aplicación del impulso
proporciona un intervalo para la intervención terapéutica, para la aplicación técnica de
control o para lo que se llama, en términos populares, «fuerza de la voluntad», que
nosotros definimos como un proceso activo para aplicar técnicas de autoayuda, no
simplemente un mantenimiento pasivo del malestar. Además, promover un intervalo de
tiempo entre el craving y la utilización de las drogas permite una disminución natural de
la agudeza del episodio agudo de craving (Horvath, 1988) y, por tanto, reduce las
oportunidades de que el paciente actúe para consumar el craving (Carroll, Rounsaville y
Keller, 1991).
Los impulsos son gobernados por las consecuencias que se prevén, como, por
ejemplo, el premio por recibir algo o el dolor por no hacerlo. El impulso puede conllevar
un sentimiento positivo, cuando proviene de una expectativa positiva, o un sentimiento
negativo cuando se deriva de una expectativa desagradable a menos que el impulso se
consume. Algunas personas confunden el impulso con la «necesidad», diciendo:
«Necesito un cigarrillo» o «Necesito una copa», como si no pudieran sobrevivir sin ello,
o al menos actuar normalmente. Obviamente, esta creencia es falsa y es una de las
cuestiones que hay que tratar durante la intervención.
Los craving y los impulsos de consumir tienden a ser automáticos y llegan a ser
«autónomos», es decir, pueden continuar incluso aunque la persona intente suprimirlos o
abolirlos. Podrían parecer imprescindibles y no se disipan con facilidad, incluso cuando
se intenta impedir que se realicen. La palabra que parece más adecuada en este punto
51
para poder describir los craving e impulsos es «compulsión». Donde se observa con más
claridad las compulsiones es en el trastorno obsesivo-compulsivo, en el cual la persona
experimenta grandes presiones para intervenir en actos repetitivos, para desviar algunos
acontecimientos temidos. Las conductas adictivas incorporan algunas de estas
características.
EL ROL DE LAS CREENCIAS
Las creencias disfuncionales juegan un papel importante en la generación de los
impulsos. Las creencias ayudan a formar las expectativas que moldean los impulsos. Por
ejemplo, un paciente con un problema de bebida serio tiene las siguientes creencias: «Si
soy “divertido y agradable” recibiré muchos elogios» y «Si tomo una bebida seré más
divertido». Dicha persona convierte estas creencias en una expectativa específica de
recibir elogios, cuando aparece una oportunidad en la que puede entretener a las
personas. Entonces la expectativa le conducirá al impulso de «presumir». Sin embargo,
no está seguro de su éxito a menos que no haya tomado primero cocaína crack. Su
expectativa de éxito se acentúa por su creencia en el efecto de desinhibición y
estimulación que produce la cocaína. Lo que acaba ocurriendo es que se «pasa de la
raya» y llega a estar tan excitado, que las personas lo consideran «patético».
Siguiendo a Bandura (1982), Marlatt y Gordon (1985) han refinado el concepto de
«creencias acerca del efecto positivo que produce consumir (drogas o alcohol)» en lo
que han dado en llamar «expectativas de resultados positivos». La investigación de
Brown, Goldman, Inn y Anderson (1980) ha mostrado que las expectativas de los
alcohólicos se pueden agrupar en seis factores: la bebida a) transformará las experiencia
de manera positiva; b) aumentará el placer social y físico; c) mejorará las relaciones
sexuales y la satisfacción; d) incrementará el poder y la agresividad, y e) disminuirá la
tensión. El abuso de droga se asocia también con un conjunto similar de expectativas
(véase en el apéndice el cuestionario sobre «Creencias acerca del abuso de sustancias»).
EL «HÁBITO DE LA DROGA»
El hábito de tomar sustancias para aliviarse o por placer es distinto de la forma en que
normalmente se entiende el término «mal hábito». Un «hábito» determinado, como hacer
una mueca cuando se está frustrado o dejar las ropas en el suelo, es un patrón repetitivo,
pero no se experimenta como un craving o una necesidad. Para la persona que abusa de
las drogas, la respuesta inmediata ante una situación relevante es subjetiva, ya se le llame
52
craving o impulso. Existe un intervalo de tiempo entre el estímulo y el acto
consumatorio, como prepararla jeringa o los polvos. Por tanto, lo que está ligado a los
estímulos es el craving y el impulso. A través de una repetición continua, la cadena se
hace más compacta. A diferencia de los hábitos comprendidos en conductas que
requieren habilidad como conducir, el patrón de consumo de droga es compulsivo y
disfuncional. Además, los actos que requieren habilidad se basan en decisiones
voluntarias, mientras que el deseo de consumir droga es involuntaria (incluso cuando el
control de los impulsos sea voluntario). Debido a las diferencias que existen entre el
consumo de drogas y los hábitos cotidianos, el término «hábito de droga» probablemente
sea un nombre equivocado.
Mediante un proceso de «generalización estimular», la persona adicta es probable que
responda con un craving cada vez con más intensidad a un mayor rango de situaciones
estimulares. Mientras que, originariamente, la persona cedía ante el impulso por una
bebida o un cigarrillo sólo en un grupo determinado, ahora experimenta también ese
impulso cuando está preocupada, aburrida o sola. Con el imperativo del impulso
generalizado ahora cada vez a más estímulos, existe también una expansión
concomitante de las creencias disfuncionales acerca de la utilización de la droga.
Mientras que inicialmente la creencia podía ser «Debería encender un cigarrillo para
formar parte de este grupo», las creencias se convierten en «Necesito un cigarrillo para
ser aceptado», y al final: «Tengo que esnifar para aliviar mi soledad y angustia». Por
tanto, los impulsos, llegan a ser más generalizados y cada vez más apremiantes a la hora
de mantenerse conjuntamente con el contenido ampliado de las creencias.
Además, después del «mono de cocaína», la disforia que se experimenta como rebote
(Karan y otros, 1991; Ziedonis, 1992), por ejemplo, lleva a la reanudación del craving
para poder contrarrestar este sentimiento negativo. La consecuencia de esta repetición de
la angustia emocional que lleva al craving, a la indulgencia, al alivio temporal de la
disforia, es el desarrollo de creencias como «Necesito colocarme para poder sentirme
mejor». Cuando una droga o el alcohol se toman para aliviar el estrés relacionado con el
consumo, la tensión que ocurre de forma natural, la ansiedad o la tristeza, tienden a
reforzar la creencia de que «Necesito una droga», del mismo modo que «No puedo
tolerar sentimientos desagradables».
LA ECUACIÓN CONTROL/IMPULSO
Existe una creencia común de que los individuos adictos no tienen apenas o nada de
control sobre sus impulsos y su conducta, o bien que su craving es irresistible. Visto
53
desde fuera aparenta ser cierto ya que estas personas parece que estén guiadas por una
fuerza tan poderosa que se ven involucradas en conductas adictivas incluso cuando
reconocen su poder destructivo; muchas de ellas realizan muchos intentos de abortar el
consumo para poder controlar su conducta, y dicen que saben que quieren controlar su
conducta pero que simplemente no pueden. Esta observación tan frecuente, de que los
craving e impulsos sobrepasan cualquier resistencia posible, ha generado el principio
expresado por Alcohólicos Anónimos: «Reconozco que soy impotente».
Su percepción de que «están fuera de control» tiene la ventaja positiva de inducir a la
persona adicta a buscar ayuda antes que continuar gastando energía en intentos fútiles de
ejercer control, frecuentemente seguidos de la propia imposición de castigos por no
haber conseguido contrarrestar el impulso. En gran medida, desarrollar control no es más
que un problema técnico. Suele ser necesario, para aquellas personas que son realmente
adictas, aprender determinadas técnicas para reducir el craving y establecer algunas
medidas de control. Por un lado se requiere explorar cuáles son los orígenes del craving.
Por otro, la noción de pérdida completa de control es una visión simplista y no hace
justicia a los recursos internos potenciales de que dispone la persona para luchar. En
realidad, la mayoría de las personas que abusan de las drogas realmente ejercen control
la mayor parte del tiempo. Cuando su impulso no es muy fuerte o la sustancia no está
disponible en un momento determinado, son capaces de abstenerse. Ante la primera
sensación de craving no salen necesariamente a perseguir de forma salvaje la droga.
Existe una diferencia cualitativa entre el deseo de utilizar (para experimentar beneficios
de la droga) y el deseo de control del impulso.
El craving activa una especie de rutina para conseguir droga: evalúa y chequea las
fuentes que tiene el individuo para poder consumar el impulso, genera un plan, el cuerpo
se moviliza y prepara para actuar y la fisiología cambia hacia un estado receptivo (p. ej.,
el sistema nervioso parasimpático se activa). Como el craving es un «estado apetitivo»
se acompaña de toda una variedad de sensaciones corporales, podríamos decir que
parecidas al hambre o a la angustia desagradable que se siente cuando se desea a alguien
o alguna cosa. Esta clase de apetito opera de acuerdo con el principio del placer,
contrario al deseo de controlar el impulso, que opera de acuerdo con el principio de
realidad.
El deseo de no consumir drogas y por tanto de controlar, no se expresa de forma
visceral (como en el caso del craving) sino que se experimenta como una clase de estado
mental. Tiene un componente cognitivo muy importante: específicamente hablando, la
toma de decisiones. Lo que impulsa la toma de decisiones es una sensación de resolución
54
o compromiso que se siente en la musculatura (al contrario del craving, que es más
visceral). Por tanto, estas dos motivaciones opuestas, el craving y el autocontrol (o
fuerza de voluntad), son cualitativamente distintas.
Paralelamente a la decisión de no utilizar la droga (el estado de rechazo) existe la
decisión de indulgencia (dar permiso). Conceder permiso, o bien rehusarlo, se podría
comparar con dos porteros que vigilan una puerta, y su fuerza relativa determina si la
puerta se abrirá o se cerrará. Hay más participación consciente (voluntaria) en la
vigilancia de la puerta que no en el craving; por tanto, la persona puede reflexionar y
decidir si es o no indulgente. Si el craving es fuerte, la decisión de rechazar o abstenerse
será demasiado débil para poder controlar el deseo. Si el balance favorece al rechazo, no
se producirá el consumo de droga.
Incluso cuando el impulso es fuerte, las personas adictas pueden llegar a veces a
abstenerse, sobre todo si la droga no está inmediatamente disponible. Es importante
reconocer que la conducta adictiva está relacionada con el balance del control versus el
impulso. Si lo ponemos en términos más abstractos, la razón entre la fuerza del control y
la fuerza del impulso influyen en si el individuo se abstendrá de consumir o no. La
fórmula o razón fuerza del control/fuerza del impulso se puede utilizar como una guía
para ayudar a la intervención. El tratamiento se centra en aumentar el valor de esta razón.
No se necesita un esfuerzo sobrehumano para cambiar las fuerzas relativas de cada
miembro de la razón. Simplemente supone centrarse en la reducción del denominador (el
impulso) o bien en incrementar el numerador (control), o, preferiblemente, conseguir
ambas cosas.
Beck y otros (1979) han utilizado la analogía de los votos en el Congreso que se
emiten para declarar la guerra a fin de poder ilustrar cómo se puede modificar la
conducta suicida. Una analogía similar se puede aplicar en la decisión de utilizar droga.
Declarar la guerra requiere la mayoría simple, es decir con existir un solo voto más a
favor que en contra, ya se gana. Sin embargo, al igual que en el caso del suicidio, si se
pospone la decisión o si la relación entre los votos a favor y en contra cambia a favor de
estos últimos, se frena el avance de la acción. En el caso de que se declarase la guerra,
hacer presión para conseguir una serie de votos en contra de la misma podría llegar a
impedir la fatídica decisión; en el caso de la adicción, reforzar los votos a favor de la
abstinencia puede revertir la tendencia a utilizar la droga. Sin embargo, a largo plazo es
necesario construir una «mayoría» sólida para impedir la recaída.
Lo más importante de esta analogía es que no es necesario eliminar totalmente los
craving por consumir o instaurar un control absoluto. Es suficiente con cambiar la fuerza
55
relativa de alguna de las partes de la ecuación. Un cambio que implique la reducción del
craving o un incremento del control, interrumpirá la progresión hacia la utilización de
drogas a corto plazo. Como el objetivo es la abstinencia permanente, un mejoría
duradera requiere de un cambio suficientemente prolongado en dicha razón, de manera
que proporcione un margen suficiente para estar seguros de que se mantendrá la
abstinencia. Por tanto, el tratamiento se dirigirá hacia ambas partes de la ecuación:
incrementar el control y reducir el craving.
INCREMENTAR EL CONTROL
Muchas personas adictas simplemente no han desarrollado las habilidades que se
requieren para controlar la tentación. Si existe dicha falta de habilidad, una parte de la
terapia se dirigirá hacia el incremento de las habilidades de autocontrol. Se puede utilizar
una gran variedad de métodos para incrementar el control. Estas técnicas se pueden
practicar en el gabinete del terapeuta. El procedimiento básico consiste en reproducir las
condiciones estimulantes que provocan el craving y entonces repasar conductas de
control a medida que el deseo se va estimulando. Por ejemplo, el paciente es instado a
imaginar una situación en el que se le ofrece cocaína crack. Entonces imagina formas
mediante las cuales podría rechazar la oferta de consumir. También se puede imaginar
sintiéndose triste o ansioso y, por tanto, deseando alivio para su malestar. También
entonces se puede imaginar qué hará cuando aparezca el craving: divertirse llamando a
un amigo, implicarse en alguna actividad placentera o leer una tarjeta, donde se detallan
una serie de respuestas racionales y cogniciones relacionadas con el craving de
consumir.
Otro abordaje consiste en intentar manejar directamente los pensamientos que dan
permiso o facilitan que se tomen drogas. Este ejercicio se debe llevar a cabo en forma de
debate. El paciente verbaliza mentalmente o repasa algunas razones para conceder
permiso para consumir y ser indulgente y, a su vez, presenta refutaciones a estos
argumentos. Sin embargo, al mismo tiempo es necesario identificar y evaluar las
creencias subyacentes que están relacionadas con conceder permiso para consumir y
rechazar o rehusar el consumo. Obviamente, al final el terapeuta tendrá que ayudar al
paciente a reducir sus craving tratando de hacer frente a los distintos orígenes del
mismo, tanto sociales como psicológicos, que lo originan. Éstos pueden cubrir aspectos
de la vida del paciente muy amplios, que van desde la poca tolerancia a la frustración
ante los problemas matrimoniales.
56
«FUERZA DE VOLUNTAD»
En el contexto del consumo de drogas, la «fuerza de la voluntad» hace referencia a
una decisión deliberada y consciente (conjuntamente con la motivación suficiente y
aspectos de autoayuda técnicos que permiten reforzarla) para detener o retrasar la
realización de un impulso. Cuando el impulso de utilizar drogas es pequeño o está
ausente, la motivación de la persona para abstenerse puede llegar a parecer muy fuerte.
Sin embargo, cuando la tentación es fuerte, la fuerza de voluntad se atenuará. Marlatt y
Gordon (1985) consideran la fuerza de voluntad en términos de la fuerza del
compromiso para no tomar más drogas o beber. El compromiso significa conseguir que
dicha meta sea muy importante y valorada por el paciente de forma que suplante otras
metas contradictorias. Por tanto, dar importancia a la abstinencia puede reforzar la
resolución de resistir los craving.
La aplicación con éxito de la fuerza de voluntad, cuando aparecen los craving y los
impulsos, depende de una serie de factores. Una persona puede tener un compromiso
muy serio para dejar de fumar, beber o utilizar drogas, pero tal vez no reúna las
habilidades técnicas necesarias para poder llevar a cabo dicho compromiso. La
aplicación de este conocimiento técnico puede incrementar considerablemente la
cantidad de influencia que hay que ejercer, cuando la resolución de abstenerse se opone a
los craving e impulsos por consumir. Además, las creencias centrales sobre uno mismo
(p. ej., sobre si uno es hábil o si está indefenso) pueden afectar la capacidad para aplicar
la fuerza de voluntad a fin de controlar los impulsos. Debemos avisar que los pacientes
tienden a interpretar el significado de fuerza de voluntad, considerándolo casi como una
lucha masoquista para conseguir mantener el estado de malestar en su lucha contra el
impulso de las drogas (Tiffany, 1990). Los clínicos deben insistir a los pacientes de que
se les enseñará a modificar sus creencias y conductas (Washton, 1988), de forma que
tengan lugar cambios positivos en su autoimagen y en su estilo de vida. Esto, juntamente
con la disipación natural de los craving con el tiempo (Horvath, 1988), ayudará a los
pacientes a sentirse mejor cuando resistan el abuso de las drogas a largo plazo, opuesto
al estado de sentirse privado y con dolor.
Siguiendo el mito de «hombre racional» (p. ej., en derecho o economía), la persona
sopesa los riesgos y los beneficios de una determinada acción y realiza una decisión
racional. Sin embargo, en el caso de un individuo adicto, el análisis objetivo de coste y
beneficios o el cálculo de ventajas y desventajas son reemplazados por el momentáneo
atractivo de utilizar la droga, beber o fumar. La inmediatez y fiabilidad del efecto de la
droga y la certeza subjetiva de que el efecto deseado se conseguirá rápidamente,
57
contrasta con la incertidumbre y posiblemente no deseadas consecuencias, cuando se
experimenta el craving (Gawin y Ellinwood, 1988). Otros, simplemente, le quitarán
importancia a los efectos a largo plazo con la actitud «Me arriesgo», o lo racionalizarán
diciendo: «No me hará daño si cedo una vez más».
Por otro lado, una serie de personas son capaces de evocar, por sí mismas,
argumentos y recuerdos desagradables que les disuaden de ceder ante la tentación. En
cualquier caso, siempre existe un conflicto cuando un individuo intenta utilizar la fuerza
de voluntad para no ceder ante sus impulsos. Por otro lado, por ejemplo, una persona
experimenta el craving (y anticipa el alivio o el placer) y, por otro, la voz de la razón y la
moderación (así como anticipa la privación y la angustia). Después de muchas
experiencias desagradables, una persona es capaz de emitir a sí misma señales de aviso
sobre los peligros de la indulgencia cuando se está expuesto a situaciones de alto riesgo
y cuando se es consciente de que se está disminuyendo la resistencia. Saber si una
persona será capaz de prestar atención a estos avisos por sí misma depende en gran
medida del acceso que uno tenga hacia una serie de técnicas que se lo permitan aplicar.
CREENCIAS ADICTIVAS
En nuestro trabajo, siempre nos ha impresionado el parecido que hay entre ciertas
creencias en distintos tipos de adicciones (cocaína, opiáceos, alcohol, nicotina y otras
drogas recetadas) y entre distintas personas adictas. Incluso los individuos susceptibles
de ingesta compulsiva o sobreingesta muestran este tipo de creencias disfuncionales
(Heatherton y Baumeister, 1991: Lingswiler, Crowther y Stephens, 1989; Zotter y
Crowther, 1991). Estas creencias adictivas caracterizan a aquellos individuos cuando ya
son adictos (es decir, son características del trastorno), y, sin embargo, no pueden ser
consideradas por sí mismas como factores que predisponen a la adicción. Sin embargo,
las creencias adictivas realmente contribuyen a mantener la adicción y proporcionan el
trasfondo para la recaída.
Las creencias adictivas deben ser consideradas como un conjunto de ideas centradas
alrededor de la búsqueda de placer, resolución de problemas, alivio y escape. Los ítem
específicos variarán en función de la sustancia preferida. Entre las ideas disfuncionales
están: a) la creencia de que uno necesita la sustancia si tiene que mantener el equilibrio
psicológico y emocional; b) la expectativa de que la sustancia mejorará el
funcionamiento social e intelectual; c) la expectativa de que se encontrará placer y
excitación utilizándola; d) la creencia de que la droga energetizará al individuo y le dará
más fuerza y poder; e) la expectativa de que la droga calmará el dolor; f) el supuesto de
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que la droga aliviará el aburrimiento, la ansiedad, la tensión y la depresión, y g) la
convicción de que a menos que se haga algo para satisfacer el craving o para neutralizar
la angustia, ésta continuará indefinidamente y, con toda probabilidad, empeorará.
Además de estas expectativas o creencias, los pacientes tienen una gran variedad de
creencias apropiadas para su justificación, el riesgo y sus derechos. Estas actitudes se
pueden incluir en una categoría de «creencias que le permiten al paciente tomar drogas»,
tales como: «Si me siento mal, está bien que las use», «He tenido una mala época; por
tanto, tengo derecho a aliviarme», «Si me drogo, no me pasará nada», La satisfacción
que experimento es más valiosa que el riesgo de recaer, o «Si cedo esta vez, seré capaz
de resistir la tentación la próxima vez».
CARACTERÍSTICAS QUE PREDISPONEN
Sin embargo, algunas características de las personas que abusan de las drogas podrían
existir ya antes de empezar a tomarlas y, por tanto, podríamos considerarlas como
factores que predisponen al consumo. Estas características se centran alrededor de: a)
sensibilidad general hacia sus sentimientos y emociones desagradables, por ejemplo,
toleran muy mal los cambios de humor cíclicos que se producen normalmente a lo largo
del día; b) poca motivación para controlar su conducta, y, por tanto, la satisfacción
instantánea se valora más que el control; c) técnicas inadecuadas para controlar la
conducta y el afrontamiento de los problemas; por tanto, incluso cuando están motivados
para moderar su conducta, no tienen los conocimientos técnicos para poder llevarlo a
cabo; d) un patrón automático, no reflexivo que lleva a ceder ante los impulsos; e)
búsqueda de excitación y poca tolerancia al aburrimiento; f) poca tolerancia a la
frustración (esta poca tolerancia en el fondo descansa en una gama compleja de creencias
y distorsiones cognitivas), y g) una disminución relativa de las perspectivas futuras, de
forma que la atención del individuo se centra en los estados emocionales del aquí y
ahora, craving e impulsos, y en las acciones para aliviarlos o satisfacerlos. La persona no
dedica ninguno de sus recursos atenciona1es a preocuparse de las posibles
consecuencias de estas acciones.
La poca tolerancia ante la frustración (PTF) parece ser un precursor importante del
consumo de drogas (capítulo 15). Específicamente, una serie de actitudes disfuncionales
que magnifican las fuentes diarias más frecuentes de frustración llevan a estar demasiado
disgustado e irritado. Entre los componentes de este complejo de creencias están
actitudes como: a) las cosas siempre me deberían ir bastante bien o no deberían ir mal; b)
es horrible cuando me bloqueo en lo que estoy haciendo; c) no puedo soportar estar
59
frustrado; d) otras personas son culpables de que esté frustrado, y deberían ser
castigadas, y e) las personas, deliberadamente, me lo hacen pasar mal.
Cuando las personas con PTF se dan cuenta de que su actividad está bloqueada o de
que sus expectativas son desbaratadas, probablemente: a) exagerarán mucho el grado de
pérdida que resulta de dicha frustración; b) exagerarán las consecuencias a largo plazo de
su pérdida; c) culpabilizarán a quien ellos crean que es responsable de la frustración; d)
experimentarán demasiada ira; e) tendrán un tremendo deseo de pegar a la persona
culpable, y f) importante, pasarán por alto otras formas de conseguir su objetivo, como la
solución de problemas.
El resultado de esta secuencia de acontecimientos es que el individuo acaba centrado
exclusivamente en atacar al culpable. Como pocas veces se da la posibilidad de que se
puedan expresar estos impulsos hostiles, la persona permanece en un estado
sobreexcitado, lleno de tensión e ira. En algún momento, estos individuos encuentran la
droga y se dan cuenta de que su consumo reduce su estado altamente volátil y les alivia
de su tensión reprimida. Es obvio que la utilización de las drogas con esta finalidad
funciona bien como remedio temporal, pero, a largo plazo, es contraproducente, ya que
la persona nunca aprende formas de afrontar directamente la frustración y solucionar los
problemas que llevan a ello. Como consecuencia, la PTF se va perpetuando, así como las
creencias con respecto a su indefensión.
Resumen
Muchas personas adictas tienen características que las predisponen a tomar drogas.
Los factores que predisponen a ello incluyen: a) sensibilidad general a experimentar
sentimientos desagradables; b) poca motivación para controlar su conducta; c)
impulsividad; d) búsqueda de excitación y poca tolerancia al aburrimiento; e) poca
tolerancia ante la frustración, y f) en muchos casos, insuficientes alternativas prosociales
para poder conseguir sentimientos placenteros, y una sensación de indefensión siempre
que se persigue un objetivo. La PTF se caracteriza por la exageración del grado de la
pérdida resultante de una frustración, por la culpabilización de otras personas por
cualquier frustración, un fuerte deseo de castigar al culpable y pasar por alto otras formas
de solucionar el problema. Cada uno de estos factores que predisponen al consumo de
drogas son tratados durante el curso de la terapia cognitiva.
El curso de la adicción suele seguir un círculo vicioso que va desde la ansiedad o un
estado de ánimo depresivo, a la automedicacíón utilizando drogas o bebida. Esta
60
conducta, a su vez, produce y/o exacerba los problemas económicos, sociales y/o
médicos, que llevan a más ansiedad y a un estado de ánimo deprimido. Los pacientes
suelen responsabilizar de su utilización de droga y alcohol a «los craving e impulsos
incontrolables». Sin embargo, algunas creencias disfuncionales tienden a alimentar estos
craving. Las personas que toman drogas tienden a ignorar, minimizar o negar los
problemas que se derivan de su consumo o atribuyen estos problemas a alguna cosa
distinta a las drogas o el alcohol. Un factor importante a la hora de mantener esta
dependencia es la creencia de que la abstinencia de la droga les producirá efectos
secundarios intolerables. En realidad, si se sigue un cuidado médico minucioso, estos
efectos secundarios normalmente se hacen to1erabIes. Otro conjunto importante de
creencias que son nucleares se centran alrededor del sentido de indefensión e
incontrolabilidad del craving.
Los craving se asocian con la búsqueda de satisfacción o alivio, mientras que los
impulsos están centrados en hacer algo que proporcione una satisfacción o alivio. El
intervalo de tiempo entre el craving y la realización material de un impulso proporciona
un período para la intervención terapéutica. Los craving y los impulsos tienden a ser
automáticos y pueden llegar a ser autónomos; el envite de la terapia consiste en
proporcionar métodos para controlarlos. Los pacientes tienden a equiparar los craving
intensos con una «necesidad» imperativa y un impulso incontrolable. Aunque el craving
que lleva a la bebida y a la droga es involuntario, se puede controlar el impulso
voluntariamente y adoptar incluso aunque el paciente se sienta indefenso. Se puede
utilizar, como guía para la intervención, el incremento del valor de la razón entre la
fuerza subjetiva de control y la fuerza subjetiva del impulso.
La terapia cognitiva es un sistema de psicoterapia que intenta reducir la conducta
contraproducente mediante la modificación de pensamientos erróneos y creencias poco
adaptativas, así como mediante el aprendizaje de técnicas de control. En la terapia
cognitiva del abuso de sustancias, la formulación específica del caso supone la base para
esbozar el régimen terapéutico. Esta formulación, a su vez, se basa en el modelo
cognitivo de las adicciones.
El abordaje terapéutico consiste en ir socavando los impulsos mediante la
debilitación de las creencias que los fortalecen y, al mismo tiempo, demostrar al paciente
varias formas de controlar y modificar su conducta. La terapia cognitiva del abuso de
sustancias, se caracteriza por los siguientes aspectos: a) supone un trabajo de
colaboración (se basa en la confianza); b) es activa; c) se basa en gran medida en el
descubrimiento guiado y la comprobación empírica de las creencias, y d) intenta
61
contemplar el problema de la droga o la bebida como un problema técnico para el que
existe una solución concreta.
62
CAPÍTULO 3
TEORÍA Y TERAPIA DE LA ADICCIÓN
De acuerdo con la perspectiva cognitiva, la forma en que las personas interpretan
determinadas situaciones influye en sus sentimientos, motivaciones y acciones. Sus
interpretaciones, a su vez, se modelan de distintas formas por las creencias pertinentes
que se activan en estas situaciones. Una situación social, por ejemplo, puede activar una
creencia idiosincrásica como «La cocaína me hace más sociable», o «Puedo estar más
relajado si tomo una cerveza (o un cigarrillo)» y producirá el craving de utilizar droga,
beber o fumar. Algunas creencias específicas como éstas constituyen una vulnerabilidad
al abuso de sustancias. Cuando se activan ante circunstancias determinadas predecibles,
las creencias incrementan la probabilidad del uso continuado de droga o alcohol (es
decir, estimulan el craving).
Las creencias también moldean las reacciones de los individuos ante las sensaciones
fisiológicas asociadas con la ansiedad y el craving (Beck, Emery y Greenberg, 1985).
Las creencias como «No puedo tolerar la ansiedad» o «Debería ceder ante este apetito»
pueden influir en las reacciones de las personas ante estas sensaciones. Los individuos
que tienen estas creencias es probable que estén hiperatentos a estas sensaciones. Incluso
un nivel bajo de ansiedad o craving puede provocar las creencias asociadas al consumo,
como «necesito un pico (o beber algo) para aliviar mi ansiedad (o satisfacer mi apetito)».
La activación de estas creencias asociadas con el consumo queda muy bien ilustrada
en la experiencia de Les, con diagnóstico de abuso crónico de cocaína, y que
experimentaba un repentino craving de cocaína al asistir a una fiesta. En este escenario,
este impulso tan agudo de consumir estaba relacionado con su sensación de aislamiento
social dentro del grupo. La creencia subyacente a ello era: «No lo puedo soportar sin
cocaína», y se activaba por sus sentimientos de tristeza al ver a otras personas pasárselo
bien utilizando drogas. Les vivía en un barrio empobrecido en donde había mucho
tráfico de droga. Tenía, además, una creencia desde hacía mucho tiempo: «Nunca podré
salir de este ambiente tan horrible». Esta creencia (y no el ambiente per se) le provocaba
los sentimientos crónicos de tristeza e indefensión. La creencia que subyacía a su
impulso crónico para utilizar cocaína era: «Necesito algo de coca para conseguir pasar el
63
día». Este caso ilustra la coexistencia de craving agudos e impulsos relacionados con
situaciones específicas, con impulsos más crónicos relacionados con la situación general
de la vida del paciente. La combinación de estas creencias hizo que Les estuviera
predispuesto a la adicción.
Distintos niveles de creencias
Existían distintos niveles en las creencias que subyacían a la conducta adictiva: a) la
creencia básica y más general de que estaba «atrapado» en un ambiente nocivo; b) su
creencia de que la única forma de escapar de este ambiente y de sus sentimientos
desagradables era tomando drogas, y c) la creencia de que «necesitaba» drogas para
aliviar cualquier sentimiento desagradable. A estas creencias básicas asociadas con las
drogas cabría añadir otra creencia básica: que no pertenecía y no era aceptado como
miembro de su grupo de compañeros. Este conjunto de creencias hizo que Les fuera más
vulnerable a la conducta adictiva; es decir, motivó que cayera en un impulso
compulsivo, para aliviar su angustia mediante el consumo de drogas.
Ilustramos en la figura 3.1 la esencia de todo un conjunto de conductas adictivas,
basadas en los tipos de creencias generales y específicas que mantenía este paciente.
Figura 3.1. Secuencia de creencias nucleares y creencias adictivas.
Las creencias adictivas (capítulo 2) parece que provengan sobre todo de una
combinación de las creencias nucleares (a veces llamadas «esquemas nucleares»). El
primer grupo de creencias nucleares disfuncionales tiene que ver con la supervivencia
personal, el logro o la motivación por conseguir determinadas cosas, la libertad y la
64
autonomía. Dependiendo de la naturaleza precisa de la vulnerabilidad del paciente, la
creencia nuclear que se expresa puede tener un contenido como el siguiente: «Estoy
desprotegido, atrapado, derrotado, soy inferior, débil, inepto, no sirvo para nada o soy un
fracaso». El segundo grupo de creencias disfunciona1es tiene que ver con la vinculación
con otros individuos o con un grupo. Esta clase de creencias se relaciona con lo queridos
o aceptados que son. Las distintas permutaciones de estas creencias centrales o nucleares
pueden ser de la siguiente forma: «No soy querido ni deseado, soy indeseable y
repulsivo, me rechazan, soy diferente y tengo defectos socialmente hablando». Estas
creencias centrales predisponen una sensibilidad específica o vulnerabilidad: cuando
aparecen algunas circunstancias (p. ej., el rechazo social) que son adecuadas para dicha
creencia central, disparan la aparición de la misma (p. ej., «tengo defectos») y producen
la angustia.
Les tenía dos conjuntos de creencias nucleares que giraban alrededor de las nociones
de «Estoy desesperado» y «Soy indeseable». Cuando se dio cuenta de las dificultades
que existían en su vecindad, se activó la primera creencia y dio origen a «Estoy
atrapado». A medida que esta noción fue tomando forma, empezó a creer que era
incapaz de superar su suerte, veía el futuro con desesperanza y se sentía frustrado y
cansado. Entonces se activó una creencia adictiva más específica: «La única forma de
conseguir alivio es mediante un pico».
En una situación de grupo su pensamiento automático fue «No pertenezco a este
grupo». La raíz de este pensamiento tiene su origen de su otra creencia central: «Soy
indeseable». Estas creencias convergieron en la creencia adictiva: «La única forma para
ser aceptado es utilizar coca». En la figura 3.2 se puede observar la relación entre sus dos
creencias nucleares, su pensamiento automático, su conducta adictiva y su craving.
La misma clase o constelación de creencias nucleares, conducta adictiva y craving se
puede aplicar a cualquiera que sea el factor instigador, ya sea la forma de conseguir el
alivio mediante el alcohol, las drogas ilegales o legales, o el tabaco. La secuencia
generalmente avanza desde una creencia nuclear, como una visión negativa de uno
mismo (indefensión, indeseabilidad) y/o una perspectiva negativa del ambiente (nocivo,
opresivo), y/o una visión negativa del futuro (desesperanza), hasta los sentimientos de
disgusto, como la disforia o la ansiedad. Desde este punto, la persona con tendencia a la
adicción experimentará craving y dependencia psicológica de las drogas (p. ej.,
«Necesito cocaína para sentirme mejor»).
65
Figura 3.2. Interacción de múltiples creencias.
Es importante saber que la percepción de un ambiente pernicioso no se limita a los
individuos que viven en los barrios marginales de la ciudad. Los individuos privilegiados
que perciben como perjudicial su trabajo, su familia o su situación matrimonial,
experimentan la misma secuencia de desaliento sobre las circunstancias de la vida y
tienen opiniones de sí mismos negativas así como de su futuro; muchos se refugiarán en
las drogas como una forma de escapar. En la depresión (capítulo 14), una opinión
negativa sobre sí mismo, las circunstancias actuales y el futuro frecuentemente se
exageran. Después de que los pacientes modifiquen sus pensamientos depresivos, el
terapeuta suele descubrir que disminuye la utilización compulsiva de droga (Woody y
otros, 1983).
Las personas como Les llegan a ser consumidores habituales porque consideran que
utilizar drogas es una forma de ganar o mantener la aceptación social. Tienen creencias
adictivas como «No quiero fallar a mis amigos… ellos me rechazarían si no utilizo
drogas». (Este miedo, obviamente, puede ser real y uno de los objetivos de la terapia
sería ayudar al paciente a desarrollar nuevos amigos que no consuman.) Un paciente
admiraba muchísimo a su primo que era adicto a la cocaína. El paciente constantemente
utilizaba crack cuando estaba con su primo. Cada vez, el factor instigador era el deseo de
complacer a su primo. Al final, la utilización de las drogas llegó a enmascararse en su
forma de afrontar el miedo a quedarse aislado socialmente.
Secuencia de creencias
66
Aunque las creencias nucleares representan el telón de fondo de las creencias
adictivas; no se hacen del todo patentes a menos que el paciente esté deprimido (capítulo
14). Es más fácil acceder a las creencias sobre la adicción. Las primeras de la secuencia
son las creencias anticipadoras. Al principio toman formas parecidas a «Será divertido
hacer esto… Está bien probarlo ocasionalmente». A medida que el paciente encuentra
más satisfacción utilizándolo, la persona desarrolla creencias románticas que predicen la
satisfacción o el escape: «Tendré alrededor de una hora de pura satisfacción… Me
sentiré menos triste y/o cansado… Será una forma dulce de olvidar». Algunas creencias
son predictivas del incremento de eficacia o de socialización: «Lo haré mejor… Seré
más divertido y se me aceptará mejor en el grupo».
A medida que la persona empieza a confiar en la droga para contrarrestar sus
sentimientos de angustia, desarrollará creencias asociadas con el alivio, tales como
«Necesito cocaína para poder funcionar… No puedo estar más sin ella… Me sentiré de
nuevo bien si utilizo… Necesito la droga… No puedo controlar mi craving… Debo
conseguirla o me desmoronaré». Uno de los aspectos que hay que notar es el tono
imperativo de estas creencias: «Necesito fumar para conseguir pasar el día». La
activación de estas creencias conduce al craving.
Figura 3.3. Secuencia de creencias anticipadoras y permisivas.
Como las personas con predisposición a las adicciones tienen algunos conflictos por
su uso (p. ej., médicos, económicos, sociales o consecuencias legales de la utilización de
las drogas), normalmente desarrollan una creencia facilitadora o permisiva, como «Me
lo merezco» o «Está bien, podré manejarlo… Como me encuentro triste, está bien que lo
67
use… No hay nada más que me funcione bien; ésta es la única cosa buena en mi vida».
La relación que existe entre estas creencias se puede ver en la figura 3.3.
La secuencia de creencias formada por Les se puede ver en la figura 3.4. Su
intranquilidad en las situaciones sociales activa las creencias anticipadoras, «Me sentiré
mejor si las utilizo», que precipita inmediatamente en un craving y, entonces, se
planifica una acción como llamar a su primo para picarse.
Creencias conflictivas
En varios de los estadios del uso de la cocaína, el paciente puede tener conjuntos de
creencias conflictivas, tales como «No debería utilizar cocaína» versus «Está bien
utilizarla una vez». Cada creencia puede activarse ante distintas circunstancias o incluso
al mismo tiempo. El balance entre la fuerza relativa de cada creencia en un momento
determinado influirá en la decisión del paciente de utilizar o abstenerse. (Es evidente
que la disponibilidad de la droga también será un factor determinante.)
A veces, la persona experimenta un conflicto entre el craving y el deseo de estar al
margen de las drogas, no depender de ellas. Esta ambivalencia se puede formular como
un conflicto entre dos creencias: «Está bien» (permisividad) versus «No está bien»
(abstinencia). El conflicto entre ambas creencias generará un malestar o bien
incrementará el malestar que ya tiene en esos momentos la persona. Paradójicamente, la
persona experimentará incluso un empuje mucho mayor para poder aliviar su inquietud
producida por el conflicto. La creencia «Necesito aliviar este sentimiento» llega a ser
más fuerte e inclinará la balanza a favor de tomar la droga.
En terapia, los pacientes aprenden habilidades para afrontar el malestar, así como
comprobar y reestructurar su creencia de que utilizar drogas o beber, sea la forma más
útil de tratar su malestar.
68
Figura 3.4. Modelo simple del abuso de sustancias de Les (se corresponde con la figura 3.3).
Activación de creencias en situaciones estímulo
Es típico que las creencias sobre la utilización de las drogas se activen en
circunstancias específicas, frecuentemente predecibles, que suelen llamarse «situaciones
estímulo». También se llaman «señales» (Moorey, 1989). Sin embargo, dependiendo del
estado de ánimo del paciente en ese momento y de su autocontrol, el grado de riesgo de
una situación variará considerablemente de un momento a otro. Es decir, una situación
que se ha podido manejar en un momento puede ser suficientemente estimulante para
provocar la utilización de la droga en otro momento. Estas circunstancias, que pueden
ser tanto externas como internas, corresponden a lo que Marlatt y Gordon (1985)
denominaron «situaciones de alto riesgo». Estas situaciones estimulan el craving de
«fumar, esnifar o ingerir drogas».
Ejemplos de situaciones estímulo externas son: un grupo de amigos utilizando
cocaína, tener contacto con un traficante de droga o recibir la paga semanal. Como
circunstancias internas (o señales) podríamos incluir varios estados emocionales como la
depresión, la ansiedad o el aburrimiento, que pueden activar las creencias relacionadas
con la utilización de las drogas y, consecuentemente, el craving de la droga.
Tal y como se ve en la figura 3.5, la utilización de la droga puede considerarse como
el último de los pasos que constituyen el conjunto de las creencias antes mencionadas.
La terapia cognitiva persigue modificar cada una de estas categorías de creencias:
anticipadoras y permisivas, así como las creencias nucleares que subyacen (p. ej., «Estoy
atrapado») y que potencian estas creencias relacionadas con las drogas. El terapeuta
intenta introducir o reforzar creencias más adaptativas y pertinentes para cada una de
estas clases de creencias. Otras técnicas tienen que ver con tratar los problemas vitales
más importantes (véanse capítulos 12 y 13) o las dificultades de la personalidad o sus
trastornos (véanse capítulos 14, 15 y 16), y que provocan el abuso de droga.
69
Figura 3.5. Modelo completo del abuso de sustancias.
Tal y como vimos antes, el craving aparece en una situación específica y parece que
se active como una reacción refleja al estímulo. Sin embargo, la situación no «causa»
directamente el craving: intercalada entre el estímulo y el craving se encuentra la
creencia relacionada con la droga que se activa por la situación y por un pensamiento
automático derivado de esta creencia. Por ejemplo, cuando Les se sentía mal, tenía el
pensamiento: «Si me pico, me sentiré mejor». Su creencia subyacente era: ««No puedo
soportar el malestar… Necesito una dosis para hacer que desaparezca el malestar que
tengo». La secuencia evoluciona hacia el craving, las creencias facilitadoras («Está bien
por esta vez»), hasta un plan de acción para obtener la droga y utilizarla al final.
Comprobaremos estas creencias mediante preguntas directas y la utilización de
cuestionarios (véase apéndice).
La secuencia ocurre tan rápidamente que normalmente se suele considerar como un
«reflejo condicionado» (O’Brien, 1992). En particular, el pensamiento automático parece
ser casi instantáneo y sólo se puede apresar si el paciente aprende a poner atención a las
cadenas de acontecimientos.
La figura 3.6 ilustra una secuencia que va desde el estímulo desencadenante hasta la
realización del plan para conseguir la droga. Hay que apuntar que cada etapa ofrece una
oportunidad para la intervención cognitiva. Utilizando el método de descubrimiento
guiado (Beck y otros, 1979), por ejemplo, el terapeuta cognitivo cuestiona el significado
ligado al estímulo desencadenante, la creencia orientada al alivio que enuncia que la
solución más deseable es una dosis, la creencia que da permiso para utilizar la droga
70
(«Lo puedo hacer sin dañarme») y la realización del plan (la decisión de buscar el
dinero).
Figura 3.6. Ejemplo de la secuencia de utilización de drogas de Les (se corresponde con la figura 3.5).
Les tenía muy poca tolerancia a las sensaciones desagradables, como la tristeza, la
ansiedad o el puro aburrimiento. Su creencia relacionada con la necesidad de aliviar sus
sentimientos de angustia se activaba cuando atendía a una fiesta. Sus creencias
relacionadas con las drogas se centraban en la anticipación del alivio que éstas producen
en los sentimientos negativos. Otros ejemplos de estas creencias que anticipan el alivio
eran: «Sólo existe una forma en la que yo pueda divertirme», «No puedo soportar los
síntomas de abstinencia», «Me siento mejor sabiendo que está ahí» y «Si no tomo una
dosis regularmente, me sentiré mucho peor».
Deberíamos señalar que los pensamientos permisivos del paciente, acerca de que la
droga no produce daño, tienen su origen en un conjunto de creencias simplistas (y
engañosas). Cree que como sólo esnifa cocaína, no podrá ser un adicto: se ve a sí mismo
como si estuviera salvado de la adicción, a condición de no fumar crack. De hecho, uno
de sus pensamientos permisivos típicos es: «Estoy bien desde que no fumo crack».
También se observa frecuentemente «el craving espontáneo» (es decir, el craving en
ausencia de un estímulo externo obvio). Por ejemplo, un paciente con una historia de
cinco años de consumo de cocaína relataba que tenía un sueño acerca del uso de la
cocaína. Al levantarse, se sentía «como colocado». Al cabo de un rato, empezaba a soñar
despierto sobre la última vez que había tomado cocaína. Este escenario imaginario, a su
vez, activaba la creencia «La vida es mucho más divertida cuando la utilizo», y lo seguía
el pensamiento automático: «Quiero esta droga». También se activaba una creencia
permisiva: «No corro ningún peligro si lo hago». A partir de entonces su atención se
centraba en comprobar si tenía suficiente dinero para comprar cocaína. Aunque el
71
craving parecía ser espontáneo en este caso, el estado mental del paciente cuando estaba
soñando y después, al despertarse, activaban la fantasía de utilizar la droga. Esta
imaginación servía de catalizador para los pensamientos permisivos y, a partir de ahí, su
atención se centraba en la consumación del craving y dejar fuera de toda consideración
los posibles efectos perniciosos de la droga.
Procesamiento de la información: significado, simbolismo y reglas
Al referirnos a las clases de circunstancias (externas e internas) que promueven el
ciclo del craving-consumo de drogas, normalmente utilizamos el término «situaciones
estímulo» o «desencadenantes» antes que «situaciones de alto riesgo», este último
introducido por Marlatt y Gordon (1985). Aunque muchas situaciones tienen una
probabilidad muy alta de poner en marcha el patrón de craving-consumo, su efecto varía
de una persona a otra e incluso para la misma persona a lo largo del tiempo. Mediante la
conceptualización de estas situaciones en términos de las propiedades de sus estímulos y
significados, podemos alinear nuestro concepto de utilización y abuso de drogas con
conceptos relacionados con el estrés (Beck, 1993), síndromes desordenados (p. ej.,
depresión; Beck y otros, 1979) y trastornos de la personalidad (Beck, Freeman y otros,
1990).
Mientras que el término «situación de alto riesgo» encaja muy bien en un modelo
descriptivo, su formulación en términos más cognitivos encaja mejor en un modelo
explicativo. Este modelo abarca conceptos sobre la activación de las creencias, símbolos,
procesamiento de la información y motivación, a la vez que proporciona un marco para
la comprensión y la intervención psicológica.
Aunque utilizamos términos como «situaciones estímulo» y «propiedades del
estímulo», debemos advertir que, en principio, toda situación presente es neutra. Se
convierte en un estímulo si la persona le confiere un significado especial. Por ejemplo,
cuando una persona adicta ve un canutillo para esnifar cocaína u otro utensilio
relacionado, llegará a excitarse y experimentará el craving. En cambio, otra persona, que
sea indiferente a las drogas o no conozca su parafernalia, simplemente verá un tubito.
Para la primera persona, el canutillo es un símbolo, un mensaje codificado, que conlleva
un significado. El significado no es inherente al canutillo, sino que pertenece a los
códigos simbólicos personales del individuo (y está enmascarado en su sistema cognitivo
de procesar información). Por ejemplo, la persona aplicará automáticamente este código
72
cuando perciba ese canutillo u otro elemento parecido, y como consecuencia
experimentará placer y craving.
La tarea del terapeuta es ayudar al paciente a descodificar el símbolo. Si uno
«desenvuelve» su significado, leería algo así como: «El canutillo significa tomar una
dosis, lo cual me producirá placer». El tubo y el concepto de placer se han fusionado, de
forma que la expectativa de placer en el futuro proporciona placer en estos momentos y
conduce al craving.
Las personas que abusan de las drogas parecen estar dirigidas por los estímulos.
Cualquier ilustración o referencia a las drogas, por ejemplo en la televisión, la radio, los
periódicos, será suficiente para excitarlas. Realmente, la persona adicta está «dirigida por
los esquemas», es decir, las reacciones de Les se producen por estructuras cognitivas
internas, denominadas esquemas, que contienen el código, las fórmulas o las creencias
que añaden significado a la situación (véase Beck, 1967, para una descripción completa
de los esquemas). Por tanto, un esquema que contenga la creencia «Utilizar droga es
necesario para mi felicidad» se activará cuando la persona esté expuesta a las situaciones
pertinentes.
De forma parecida, un esquema que contenga la creencia «No puedo ser feliz a
menos que sea querido» se activará si la persona percibe que ha sido rechazada por un
amante y, por tanto, se sentirá triste. La experiencia de dicha emoción de tristeza, a su
vez, será procesada cognitivamente por creencias como «No puedo soportar la tristeza»,
«Necesito alivio utilizando drogas». La persona, entonces, experimentará craving.
La aplicación terapéutica de este modelo explicativo comprende dar más importancia
a la modificación del sistema de creencias del individuo que simplemente hacer que
evite o afronte las situaciones de alto riesgo. Como algunas «situaciones» (como los
estados internos) son inevitables y otras (p. ej., exponerse a situaciones relacionadas con
las drogas) pueden ser también difíciles de evitar (Childress, Hole y DePhilippis, 1990;
Moorey, 1989; O’Brien, McLellan, Alterman y Childress, 1992; Shulman, 1989), el
mejor pronóstico se conseguirá cambiando las creencias que hacen que estas situaciones
sean arriesgadas.
Por ejemplo, Les se solía comparar a sí mismo con otras personas con más éxito que
él. Cuando veía dichas personas, se activaban sus creencias negativas («Soy inferior» y
«No sirvo para nada»). Por tanto, el significado ligado a la percepción de la otra persona
era autodestructivo y llevaba a la tristeza. Además, él añadía otro significado a la
tristeza: «Mi vida es intolerable… No puedo soportar el dolor». Tras la activación de la
73
creencia «Necesito doparme para aliviar mi dolor», Les empezaba a experimentar un
craving apremiante. En terapia, se exploraban cada una de estas creencias.
El mecanismo propuesto para el cambio terapéutico consiste en intentar situar el
sistema de creencias más próximo a la realidad. Como las creencias son desadaptativas
(p. ej., «Necesito la droga (o alcohol) para poder funcionar») es necesario modificar
estas creencias o sustituirlas por creencias más funcionales (o ambas soluciones).
Sin embargo, el proceso de cambio comprende más que la simple modificación de
una creencia. El terapeuta y el paciente necesitan trabajar conjuntamente para mejorar el
sistema de control del paciente (p. ej., practicando el retraso de la gratificación) y
aprender técnicas de afrontamiento como la anticipación o la resolución de problemas.
Por tanto, los objetivos o metas terapéuticas son: a) el cambio conceptual, y b) el
desarrollo técnico de habilidad para afrontar los problemas.
BLOQUEO COGNITIVO
Cuando no están experimentando el craving, los pacientes, en general, son capaces de
reconocer los efectos devastadores de la droga en su vida. Sin embargo, cuando se han
activado las creencias relacionadas con las drogas, se produce un «bloqueo cognitivo»
que inhibe la conciencia o la atención que se presta ante las consecuencias negativas a
largo plazo, que tendrá el uso de la droga (Gawin y Ellinwood, 1988; Velten, 1986). A
su vez, incrementa la tendencia a centrarse en estrategias instrumentales como la
búsqueda de dinero para comprar drogas. A medida que se van hiperactivando estas
creencias, cada vez se atenúa más la capacidad para reconocer los inconvenientes de la
utilización de las drogas. Cuando Les no se sentía triste, estaba convencido de que
utilizar cocaína era malo para él, pero cuando se estimulaba su craving, tenía dificultad
en recordar las razones de por qué no quería consumir. Sus procesos atencionales se
dirigían predominantemente a la utilización de la droga. La inmediatez del estímulo y la
activación de los significados ocultaban otras consideraciones serias sobre las
consecuencias a largo plazo.
Este tipo de «visión de túnel», en que los procesos atencionales del individuo se
aplican casi en exclusiva a la inmediatez de la situación, se ha demostrado en algunos
experimentos de psicología cognitiva (Beck, 1991). Por ejemplo, las personas que están
muy hambrientas son hipersensibles a los estímulos relacionados con la comida y serán
relativamente insensibles a otro tipo de señales. Sin embargo, la introducción de señales
de peligro cambiará la atención hacia la señal de peligro y fuera del enfoque de los
estímulos relacionados con la comida. Los estados clínicos muestran también este mismo
74
fenómeno. La información que es congruente con la condición clínica, se procesa muy
rápidamente y se puede acceder enseguida a los recuerdos congruentes con este estado,
y, sin embargo, el paciente tiene problemas para recordar la información almacenada que
no es congruente con su condición clínica. Por ejemplo, los pacientes deprimidos
asimilan la información negativa acerca de ellos mismos rápidamente, pero eluden la
información positiva. Asimismo, recuerdan la información negativa mejor que la
positiva (Beck, 1991). De igual forma, los pacientes con ataques de pánico responden
rápidamente a sugerencias de que están experimentando un estado grave, pero tienen
problemas en recordar explicaciones más benignas sobre sus ataques o incluso a la hora
de buscar razones, para contraargumentar las interpretaciones catastróficas que están
haciendo (Beck, 1986).
Se puede observar un fenómeno parecido entre algunos individuos adictos a las
drogas, el alcohol o la nicotina. Aunque cuando están sobrios pueden ser bastante hábiles
enumerando (con sinceridad y convicción) las razones para no usar drogas, cuando están
en medio de un episodio específico de consumo de drogas, muestran problemas en
recordar o conseguir el mismo significado de estas razones. Como toda su atención se
centra en los mecanismos para obtener droga, las razones para utilizarla en ese momento
llegan a ser muy fuertes y las razones opuestas o contradictorias son prácticamente
inaccesibles o insignificantes.
Este fenómeno se conoce como «bloqueo cognitivo»», ya que se elude la información
incongruente (es decir, la correcta, realista). La tarea terapéutica consiste en levantar el
bloqueo como sea, mediante una serie de tareas. Una forma de abordarlo es mediante la
activación deliberada del ciclo del craving en el gabinete o en la clínica (p. ej., a través
de la imaginación), y, mientras el craving sea fuerte, repasar las razones para no utilizar
la droga. Es obvio que hay que disponer del tiempo suficiente para esta estrategia,
evitando que el craving se pueda mantener después de la sesión (Childress y otros,
1990). Una estrategia similar comprende la preparación de tarjetas (una lista de razones
para no consumir) que los pacientes han de leer cuando experimentan el craving en su
ambiente natural.
Resumen
En el corazón mismo del problema de la adicción de una persona se encuentra un
conjunto de creencias que parece que se deriven de creencias nucleares como «Estoy
indefenso», «No soy querido» o «Soy vulnerable». Estas creencias nucleares interactúan
75
con los estresores vitales para producir un exceso de ansiedad, disforia o ira. Estas
situaciones estresantes o estímulo no «causan» directamente el craving, sino que activan
las creencias relacionadas con las drogas que llevan al craving. Aunque utilicemos el
término «situación estímulo», hay que darse cuenta que en principio toda situación por sí
misma es neutra. Los significados que se derivan de las creencias que se ligan a las
situaciones son los que causan el craving en la persona. Las personas que tienen
creencias que no pueden tolerar la ansiedad, la disforia o la frustración, por ejemplo,
serán hiperatentos a estas sensaciones y construirán expectativas acerca de poder
aliviarse de las mismas, sólo mediante la utilización de drogas o ingiriendo alcohol. Por
tanto, cuando aparece una emoción desagradable, la persona intenta neutralizarla
utilizando droga o bebiendo.
Se puede delinear una secuencia específica de creencias que conducen a que la
persona beba o utilice drogas. Primero aparecen las creencias anticipadoras,
relacionadas con la obtención de placer mediante la utilización de drogas o alcohol.
Estas creencias anticipadoras normalmente progresan hacia creencias imperativas sobre
el alivio, que definen la utilización o la bebida como una necesidad fatal y manifiestan
que el craving es incontrolable y debe ser satisfecho. La anticipación del placer o el
alivio lleva a la activación del craving y a las creencias facilitadoras o permisivas, como
«Me lo merezco», «Está bien», que legitiman la utilización de las drogas o la bebida.
Finalmente, se impulsan los planes instrumentales mediante el craving apremiante, que
tienen que ver con los planes y estrategias para obtener drogas o alcohol.
Muchos individuos tienen creencias conflictivas en relación con los pros y contras de
utilizar una droga. A veces, están tan trabados en esa lucha tan desagradable entre ambas
creencias opuestas que, paradójicamente, buscarán las drogas para poder aliviar la
tensión que les genera dicho conflicto.
La aplicación terapéutica de este modelo, que consiste en modificar el sistema de
creencias del individuo, va más allá de enseñar al individuo a evitar o afrontar las
situaciones de «alto riesgo».
76
CAPÍTULO 4
LA RELACIÓN TERAPÉUTICA Y SUS PROBLEMAS
Un componente vital para que cualquier terapia tenga éxito es que exista una relación
de colaboración entre el terapeuta y el cliente. Incluso las intervenciones más
brillantemente planeadas mermarán sus resultados si el paciente no se compromete con
el proceso de tratamiento. Todo el apoyo y esfuerzo que el terapeuta ponga para intentar
ayudar al paciente tendrá poco impacto, a menos que el terapeuta se haya ganado, en
cierta medida, la confianza del paciente.
Mientras que esto parece pertinente en casi cada tipo de paciente, es especialmente
cierto en las poblaciones con abuso de sustancias. Numerosos factores potenciales
interactúan para crear, casi, una relación de adversarios, entre el terapeuta y el paciente
con abuso de sustancias, al principio de la terapia y durante el curso del tratamiento.
Estos factores incluyen:
1. Los pacientes con abuso de sustancias frecuentemente no acceden a un tratamiento
voluntariamente.
2. Los pacientes suelen mantener presuposiciones muy desadaptativas acerca de la
terapia.
3. Los pacientes no suelen ser muy abiertos o sinceros, al menos al principio de la
terapia.
4. Los pacientes pueden estar involucrados en actividades delictivas, y, por tanto,
presentarán dilemas de confidencialidad.
5. Los pacientes opinan que su terapeuta es parte del sistema y no un aliado.
6. Los pacientes no lo pasan bien creyendo que el terapeuta se preocupa realmente
por sus problemas.
7. Los pacientes miran con recelo al terapeuta si lo perciben con marcadas diferencias
respecto a ellos, en términos de actitudes y otras variables demográficas.
8. Los terapeutas pueden tener presuposiciones negativas acerca de los pacientes con
abuso de drogas.
77
La mayoría de estos pacientes no van a terapia por su propia voluntad. A algunos les
han presentado un ultimátum las personas que son significativas para ellos (p. ej., la
esposa, los hijos o los padres) o sus jefes en el trabajo, mientras que otros vienen
derivados por vía judicial (Frances y Miller, 1991). Consecuentemente, el paciente que
abusa de las drogas entrará en la oficina del terapeuta con toda una serie de pensamientos
automáticos contraproducentes, tales como «No quiero estar aquí; sólo estoy aquí porque
mi mujer me ha empujado»; «Le diré a este doctor lo que quiera oír y, después, me iré de
aquí»; «Todo esto de la terapia es como disponer de tiempo para el ocio comparado con
la prisión; seguiré viniendo a terapia pero, de todas formas, haré lo que quiera»; «No
tengo realmente un problema; puede que acuda o no a terapia», y «No voy a decirle nada
a este psiquiatra que él pueda usar en mi contra; mi vida sólo es un problema mío y de
nadie más». Podríamos seguir eternamente con esta lista de expresiones.
Para complicar aún más las cosas, los pacientes entran en terapia estrechamente
vigilados, y suelen ocultar el tipo de pensamientos automáticos que hemos enumerado
arriba. El terapeuta tendrá que explorarlos activamente, ya que el paciente no suele
divulgar dichos pensamientos de manera sencilla, sin pedírselo (Covi y otros, 1990).
Otro factor que milita en contra de la formación rápida de una buena relación
terapéutica es que el abuso de sustancias normalmente representa una conducta delictiva,
por lo cual, los pacientes están muy motivados a ser poco sinceros a la hora de relatar sus
actividades relacionadas con el consumo de drogas. Aunque la mayoría de las
interacciones terapéuticas representan comunicaciones privilegiadas entre el terapeuta y
el paciente, el tipo de paciente con abuso de drogas suele estar bien entrenado para
ocultar sus pasos. Como la apuesta es alta, dichos pacientes simplemente decidirán que
lo mejor es no correr riesgos, y, por tanto, no admitirán fácilmente las conductas típicas
de abuso de drogas. Es más, algunas acciones de los pacientes serán suficientemente
amenazadoras y serias para con ellos o para el público en general, y, por tanto, el
terapeuta legalmente tendría que contactar con las autoridades para informar (p. ej.,
cuando un paciente admite que se ha preparado un asesinado relacionado con la droga, o
cuando el paciente llama al terapeuta y le expone que se ha tomado una sobredosis para
intentar suicidarse).
Los terapeutas deben informar a sus pacientes de los límites de su confidencialidad
desde el principio de la terapia, y por tanto los pacientes con abuso de sustancias sabrán
qué información no pueden revelar, para su seguridad personal. Si de todas formas
explican material de este tipo, el terapeuta se verá en la incómoda posición de tener que
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servir de perro guardián de la sociedad, y durante dicho proceso el paciente se
desanimará y abandonará el tratamiento requerido.
Este aspecto señala otro factor general aún más importante y que se añade a la
dificultad de formar una alianza terapéutica con el paciente que abusa de las drogas; es
decir, dichos pacientes normalmente opinan que el terapeuta es una especie de agente de
policía, o una continuación de los tribunales, «del sistema» o de las clases
socioeconómicas más privilegiadas. A dichos pacientes les cuesta creer que sus
terapeutas tratarán de ayudarlos con sus problemas de forma sincera, o que los tratarán
con honradez, respeto y de forma positiva. Como resultado, el paciente tiende a temer y
a evitar las sesiones terapéuticas. De hecho escogerá las afirmaciones del terapeuta que
se enfrentan con él como una confirmación de que el profesional está en su contra,
mientras que las afirmaciones positivas del terapeuta se verán ingenuas, manipulativas,
poco sinceras o paternalistas. Esto sitúa al terapeuta en una posición de «condenado si no
lo hago e igualmente condenado si lo hago», sin pistas para poder seguir, y la terapia
será saboteada antes de que empiece.
Otro obstáculo para la formación de una relación terapéutica, es la percepción de
diferencias demográficas y/o actitudinales entre el terapeuta y el paciente. Por ejemplo,
el paciente puede pensar: «Este doctor probablemente sea rico y tiene todo lo quiere en
esta vida. No existe ninguna posibilidad de que pueda llegar a entender lo que es luchar
cada día de tu vida, como yo hago. ¿De qué forma podría ayudarme? Las reglas de su
mundo no sirven en el mío. Todo lo que diga serán chorradas». Otro pensamiento puede
ser: «Me pregunto si este terapeuta alguna vez ha utilizado drogas. Si lo ha hecho,
entonces, no es mejor que yo y, por tanto, ¿por qué debería escucharlo? Si no lo ha
hecho, ¿cómo puede llegar a saber lo que es estar enganchado? Sólo alguien que haya
pasado por esto puede saber de qué se está hablando».
De igual forma, el terapeuta puede tener pensamientos desadaptativos acerca del
paciente: «Este paciente lleva una mala vida. Lo más que conseguiremos será que yo
pierda mi valioso tiempo, y lo que es peor, será una responsabilidad para mí o una
amenaza para mi seguridad personal»; «Este tipo de pacientes no pueden ser ayudados.
Tienen una enfermedad crónica para la cual existe muy poca esperanza de recuperación
o de rehabilitación. Por tanto, no tiene sentido que gastemos mucho tiempo o energía en
ellos»; «No me puedo relacionar con este paciente de ninguna forma. No me relacionaría
con él en la “vida real”, de forma que no creo que sea posible formar un vínculo de
trabajo o terapéutico con este paciente en mi gabinete o clínica».
Hay que reconocer que trabajar con este tipo de pacientes puede llegar a ser muy
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estresante; por tanto, alentamos enormemente a los terapeutas a que se impliquen en
supervisiones regulares con sus colegas, de forma que reciban apoyo profesional y
consejos objetivos. Estas consultas pueden ayudar a los terapeutas a evitar «quemarse»,
y así combatir sus propias creencias disfuncionales que aparecen al trabajar con
poblaciones con abuso de drogas (véase Weiner y Fox, 1982).
Aunque reconocemos que los obstáculos son formidables, en base a una gran
experiencia clínica creemos que es posible establecer una relación terapéutica positiva y
con mucha colaboración por parte del paciente drogadicto. Creemos que esto es posible
incluso en el caso de que dichos pacientes exhiban trastornos concomitantes del Eje II,
como la paranoia, el narcisismo y/o las personalidades antisociales (véase capítulo 16).
Con toda seguridad la tarea es difícil y a veces cansada. Al mismo tiempo, tratar a un
paciente con abuso de sustancias se puede afrontar como si representara un reto y un
crecimiento personal para el terapeuta. Las habilidades para desarrollar las alianzas
terapéuticas con poblaciones difíciles (p. ej., abuso de sustancias y pacientes con
trastorno límite de la personalidad) corresponden a lo que se denomina como «arte de la
terapia», lo cual constituye una buena medida de la competencia del profesional en salud
mental.
Este capítulo dará pautas para facilitar la formación y mantenimiento de una relación
terapéutica adaptativa y funcional con el paciente con abuso de drogas. Para poder
resaltar varias técnicas y estrategias proporcionaremos algunos casos prácticos, así como
demostraciones de cómo las cosas pueden salir mal. Las ideas centrales de este capítulo
son: a) una relación terapéutica positiva no ocurre por casualidad, sino que se debe
construir de forma activa; b) el trato con los pacientes que abusan de las drogas requiere
de cuidados y mucha atención constante ante las vicisitudes entre el terapeuta y el
paciente, y c) el control de la relación terapéutica con el paciente con consumo de drogas
no es una tarea sencilla, sino más bien abrumadora.
Establecer el rapport
Las primeras interacciones entre el paciente que acaba de llegar a terapia y el
terapeuta son extremadamente importantes. Incluso en el caso de que los pacientes con
abuso de sustancias vengan por iniciativa propia, frecuentemente muestran muchas
contradicciones acerca de mantener el contacto con el terapeuta (Carroll, Rounsaville y
Gawin, 1991; Carroll, Rounsaville y Keller, 1991; Havassy y otros, 1991; Instituto de
Medicina, 1990b). Desde el mismo inicio, estos pacientes estarán intentando formarse
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una idea sobre sus terapeutas para determinar si pueden confiar en ellos y si saben lo que
están haciendo (Pérez, 1992). Una percepción negativa experimentada con el terapeuta
puede conducir a dichos pacientes a decidir no volver a ninguna sesión más. Aquellos
pacientes que están obligados a seguir con la terapia, ya sea para su libertad condicional
o vigilada, la falta de un inicio positivo en el tratamiento les llevará a tener expectativas
negativas que fuerzan a una resistencia pasiva o a una conducta conflictiva en la sesión.
La sesión introductoria en terapia cognitiva comprende normalmente dos objetivos
fundamentales: establecer el rapport con el paciente y familiarizar al paciente con el
modelo cognitivo. Sugerimos que aunque el terapeuta se adhiera a ambos objetivos,
preste especial atención con la finalidad de establecer el rapport. Las tareas terapéuticas
básicas de escuchar, reflexionar y demostrar autenticidad y una consideración positiva,
no deben quedar cortas en esta etapa. Aunque también es útil describir el modelo
cognitivo, es importante minimizar la jerga psicológica y mantener un lenguaje
ordinario. Esto ayudará al precavido y receloso paciente a considerar al terapeuta como
si fuera una «persona real».
Por ejemplo, el terapeuta cognitivo puede estar mal aconsejado y hablar en estos
términos:
Vamos a examinar tus procesos de pensamiento, para comprender los tipos de distorsiones cognitivas que
te conducen a verte involucrado en conductas desadaptativas como el consumo de droga y actividades
antisociales.
Por contra, sería más preferible una frase alternativa parecida a:
Señor X, me gustaría decirle algo sobre la terapia cognitiva y me gustaría que se sintiera totalmente libre
para consultarme cualquier duda que tenga acerca de lo que ocurre durante el tratamiento, en estas sesiones.
Intentamos comprender cómo ve usted las cosas, los pensamientos que tiene sobre sí mismo acerca de su vida,
sobre consumir drogas y otras muchas cosas. Para mí es muy importante comprender de dónde viene usted y a
dónde se dirige. También es importante porque usted podrá aprender algunas cosas de sí mismo que le pueden
ayudar a cambiar su vida y ser más como realmente quiere ser. ¿Qué piensa de todo esto?
En el anterior ejemplo, el terapeuta no profundiza al describir la terapia cognitiva,
aunque sí que ya ha hecho un trabajo preliminar. Es más importante que el terapeuta
parezca comprensivo y razonable. Si el paciente sigue en el tratamiento durante un
período de tiempo suficiente, habrá muchas más oportunidades para desarrollar aspectos
más específicos de la terapia cognitiva, y enseñar al paciente las habilidades cognitivas y
conductuales pertinentes.
Es importante que el terapeuta se comunique sin emitir juicios, tal y como hace con
los pacientes que no abusan de sustancias. Muchos clínicos pueden simpatizar con los
pacientes que están deprimidos o ansiosos pero pueden ser menos tolerantes con aquellos
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que están fuera de la ley y causan sufrimiento a sus familias debido a sus conductas
relacionadas con el abuso de drogas. Por tanto, los terapeutas necesitan vigilar sus
pensamientos y sus expresiones verbales de forma que no proyecten un aire de desdén y
parezca que estén sermoneando en la sesión terapéutica (hablaremos más adelante de
este punto detalladamente en este mismo capítulo). Las conductas de abuso de drogas del
paciente y sus cogniciones se han de considerar como problemas que son, sin que esto
implique un ataque a la moral o al carácter del paciente.
Además, los terapeutas también pueden facilitar el desarrollo del rapport centrándose
en otras facetas angustiosas de la vida de sus pacientes. Como muchos de estos pacientes
están en tratamiento por el hecho de que ya han alcanzado una serie de crisis en su vida
(Kosten, Rounsaville y Kleber, 1986; Sobell, Sobell y Nirenberg, 1988), muchos de ellos
tienen diagnósticos dobles (Castaneda y otros, 1989; Evans y Sullivan, 1990; Nace y
otros, 1991; Rounsaville y otros, 1991), y, por tanto, resulta apropiado tratar dichas áreas
relacionadas con estados de ánimo disfóricos, sentimientos de vergüenza y baja
autoestima, dificultades generales de afrontamiento con las situaciones vitales
estresantes, problemas familiares y otros problemas parecidos. Cuando los terapeutas
demuestran que están interesados en todo el bienestar de sus pacientes, y no sólo buscan
parar su «mala» utilización de la droga, los pacientes empezarán a contemplar a sus
terapeutas como aliados. De esta forma, los terapeutas demuestran que están interesados
en hacer saber al paciente que es una persona, no simplemente un adicto. Entonces, los
terapeutas tienen mayor oportunidad de llamar la atención del paciente diciéndole que el
abuso de sustancias en que ha caído es un elemento causal importante en su malestar
emocional general, interpersonal y físico. Esto motiva a los pacientes a considerar la
posibilidad de abandonar el consumo de la droga como el objetivo fundamental de la
terapia.
Otra técnica útil para entablar el rapport sirve a su vez como procedimiento para
empezar a educar al paciente acerca del modelo cognitivo. En esta técnica, los terapeutas
preguntan libremente a sus pacientes con abuso de sustancias qué piensan acerca de
asistir a terapia. Estas preguntas pueden implicar cuestiones acerca de las dudas de los
pacientes y sus preocupaciones, así como sus expectativas, metas y esperanzas al
respecto de la terapia. Es especialmente importante preguntar acerca de estos
pensamientos durante el contacto terapéutico inicial, para maximizar la probabilidad de
que el paciente vuelva a la segunda sesión. De otro modo, el paciente empieza a abrigar
dudas y recelos sobre las sesiones a las que asiste, y se va de la terapia en silencio
después de una sesión sin ni siquiera dar una pista de que tenía dicha intención en mente.
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Tal y como hemos dicho antes, estas técnicas tienen dos funciones. Primero,
comunican el deseo de oír el punto de vista del paciente y demuestran que el paciente
aportará cosas a la terapia. Segundo, permiten al terapeuta señalar cómo ciertos
pensamientos (p. ej., dudas acerca de la terapia) pueden provocar determinadas
emociones (p. ej., desesperanza y disforia) y conductas (p. ej., dejar la terapia) que tienen
un efecto muy importante en el paciente. Después de discutir estas dudas, el paciente
tendrá una visión más optimista de la terapia. Si además el paciente también se siente
mejor emocionalmente, el terapeuta puede hacerlo valer como un ejemplo vivo de la
terapia cognitiva en la sesión —pensar positivamente se acompaña de un estado de
ánimo positivo—. El siguiente diálogo entre la paciente (PT) y el terapeuta (TE), basado
en uno de nuestros casos derivado por los tribunales, se ilustra de esta forma:
PT: (Interrumpe al terapeuta para preguntar una cuestión concisa). ¿Cuántas veces voy
a tener que venir aquí [a la sesión de terapia]?
TE: Bien, tal y como yo lo veo, tan frecuentemente como tú y yo creamos que tenga
sentido que vengas aquí. Puede ser una vez a la semana, puede que más
frecuentemente, puede que menos, y nos veremos hasta que estemos seguros de que
ya no necesitas venir a más sesiones regulares, o hasta el final de tu período de
libertad condicional. ¿Tienes alguna idea en la cabeza?
PT: Sí, tengo algunas ideas (pausa larga... la paciente frunce el ceño y mira fijamente al
terapeuta).
TE: Me doy cuenta de que no estás muy contenta de estar aquí.
PT: Sí, tienes razón.
TE: Me gustaría escucharte si quieres decirme qué pasa por tu cabeza en estos
momentos.
PT: ¿Qué tengo que decir? Tengo que venir aquí, y eso es todo. No tengo elección, así
que, ¿qué más puedo decir?
TE: Mmm… (de forma simpática). Estás baja de moral y encima estás de mala leche por
tener que venir aquí. Además, te sientes como si estuvieras forzada a venir aquí.
PT: Sí.
TE: Me gustaría saber más de ti.
PT: Estoy cansada de todo (pausa larga).
TE: Sigue, te escucho.
PT: He cumplido ya con dos años de mi vida. Y ahora se supone que estoy libre, pero
no… tengo que ir a chequeo con mi agente de la condicional, tengo que dar muestras
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de orina [chequeo toxicológico semanal], y no puedo viajar sin permiso, y además
tengo que ir a ver a un psiquiatra, y todo lo demás.
TE: ¿Cuál es tu opinión de todo esto?
PT: Que es una mierda.
TE: Bien, supongo que tampoco yo estaría muy contento si tuviera que pasar por lo que
tú estás pasando ahora. No creo que me tomara muy bien tener que ir a todas estas
citas con esas personas.
PT: Es como si siempre me estuvieran chequeando. Y estoy siempre vigilada. Estoy
harta de todo eso. Es tan malo como cuando estaba en la prisión.
TE: ¿Quieres decir que consideras que venir a terapia aquí es como ser «investigada»?
PT: Sí (sarcásticamente y de forma incrédula). Dime si no es verdad que tú estás aquí
para comprobar cosas sobre mí, y contárselas luego a mi agente de la condicional.
TE: Bueno, tienes tu parte de razón, eso seguro. Soy responsable de enviar un informe
sobre tu asistencia al oficial de la condicional, cada mes. Eso significa que, como
después de todo ellos pagan por tu tratamiento, tienen derecho a saber si estamos
consiguiendo algo o, sencillamente, si perdemos el tiempo. Si no estuvieras aquí,
entonces les diría que tú ya no estás recibiendo ayuda, y si éste fuera el caso, es
probable que no consiguieras mantenerte libre de consumir drogas y es probable
también que violases tu libertad condicional y te devolviesen de nuevo a la prisión. No
creo que ellos quieran que tú vuelvas a la prisión de nuevo, ni tampoco yo.
PT: ¿Qué te va a ti en ello?
TE: Bueno, me gusta pensar que hago algo valioso por las personas. Me sentiría
orgulloso por mí y contento por ti si nuestras reuniones semanales pudieran hacer algo
para quitar de tu espalda el peso, no sólo de las drogas, sino también de la prisión, de
forma que pudieras volver a vivir tu propia vida de nuevo. Mi principal objetivo no es
chequearte o investigarte.
PT: Esto es un fastidio, ¿sabes?
TE: Ya sé. [El terapeuta toma una decisión consciente de no hablar sobre este
pensamiento automático en este preciso momento, y en cambio escoge compadecerse
con el paciente con la finalidad de establecer un buen rapport.]
PT: Sé que tengo que venir aquí. Pero no tiene por qué gustarme.
TE: Sí, esto es verdad; tú eres la última que debe juzgar si esta terapia te será valiosa o
no. Pero a mí me gustaría poder pensar que podemos trabajar conjuntamente, de forma
que puedas beneficiarte en algo para superar tus problemas. No estoy aquí para
«comerte el coco». Soy un psicólogo, un terapeuta. Estoy aquí para ayudar a que
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soluciones tus problemas, aunque no puedo hacerlo solo. Necesito tu ayuda. Yo seré
un «experto» en psicología, pero tú eres una experta en ti misma. Y eso es lo que
tengo que respetar.
PT: Bien, sí.
TE: ¿Qué te gustaría conseguir de la terapia de forma que sea algo más que simplemente
ser chequeada o vigilada? Algo para ti.
El terapeuta y la paciente siguieron hablando un rato sobre los objetivos de la
paciente en la terapia, y mejoró el estado de ánimo de la misma, disminuyendo al mismo
tiempo su ira. Antes de acabar la sesión, el terapeuta ayudó a la paciente a resumir los
contenidos de la misma, poniendo un énfasis especial en un aspecto importante y que
preparaba el camino para familiarizarse con el modelo cognitivo. El principal aspecto a
señalar era que mientras que la paciente pensaba sobre los aspectos negativos de la
terapia, se sentía triste y huraña. Sin embargo, cuando abrió su mente a otras
posibilidades de utilizar la terapia, adquirió más información, pensó sobre algunas ideas
más útiles, y se sintió más esperanzada. En resumen, aprendió una lección importante de
cómo los pensamientos que no se evalúan pueden afectar de forma negativa en las
emociones, así como en su capacidad para solucionar problemas. También aprendió que
es importante tener todos los datos antes de emitir un juicio sobre una situación (como
estar en el gabinete del terapeuta la primera vez), sobre todo cuando la situación parece
muy negativa de entrada.
Tal y como se ha subrayado en el diálogo anterior, es útil provocar los pensamientos
negativos de los pacientes acerca de la terapia. Los terapeutas han de ser capaces de oír
las quejas de los pacientes sin que se sientan por ello atacados personalmente. Pueden
estar tentados a enfrascarse en una discusión con dicho paciente o/y rechazar dichas
quejas, como si fueran puros disparates. Han de resistir esa tentación, ya que si no, los
pacientes confirmarían sus expectativas sobre la naturaleza confrontativa de la terapia. Si
los pensamientos del paciente se provocan de forma simpática, y a esto le sigue un
compromiso sincero mediante preguntas y feedback directo, honrado y humilde, será un
beneficio importante para establecer un buen rapport.
A medida que los pacientes tratan de entrar en el proceso de tratamiento, los
terapeutas pueden facilitar el establecimiento del rapport dando refuerzo verbal positivo
a las conductas y actitudes de los pacientes proterapéuticas. Por ejemplo, los terapeutas
pueden proporcionar elogios y ánimo a los pacientes que demuestran una buena
asistencia, puntualidad y participación activa en las sesiones, así como cooperación con
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las tareas terapéuticas destinadas a realizar en casa (p. ej., escribir los inconvenientes de
utilizar las drogas cada vez que el paciente experimenta un fuerte impulso a salir y
«marcar un gol»). Este feedback positivo de los terapeutas ayuda a los pacientes a
sentirse apoyados, a comprender su rol en la terapia y a disminuir sus ansiedades y
expectativas negativas, acerca del proceso de trabajo con profesionales de la salud
mental.
Fomentar la confianza
La confianza no se desarrolla inmediatamente, al igual que no se puede exigir o que
aparezca artificialmente. Sólo a través de la firme profesionalidad del terapeuta, su
sinceridad y sus buenas intenciones a lo largo de un período de tiempo, puede aparecer
en la relación terapéutica dicha confianza. No es bueno que el terapeuta diga solamente:
«No te preocupes, puedes confiar en mí». Es mucho más realista admitir que hay pocas
razones para que el paciente tenga confianza al principio con el terapeuta, pero puede
añadir: «Espero que con el tiempo decidas por ti mismo si puedes o no confiar en mí».
Desafortunadamente, la confianza se puede deteriorar o perder con relativa facilidad
y, por tanto, se debe cuidar y tratar de forma delicada y esmerada. En resumen, la
confianza terapéutica con las poblaciones que padecen abuso de sustancias es difícil de
establecer y más difícil aún de mantener. Sin embargo, incluso si el paciente aprende a
confiar en el terapeuta, no hay muchas razones para que el terapeuta confíe en el
paciente. Los pacientes de esta población no suelen relatar todo lo que sucede, o bien lo
hacen de forma incompleta, y el terapeuta debe ser sensible a dicho aspecto. De todas
formas, como el terapeuta se encuentra en un nivel de conducta superior al paciente,
querrá continuar benevolentemente la asistencia que ayuda al paciente con abuso de
sustancias, incluso si el paciente ha sido mentiroso. Después plantearemos formas
mediante las cuales el terapeuta se puede enfrentar con dicha falta de sinceridad por
parte del paciente, como, por ejemplo, continuando y reafirmando la relación terapéutica
y trabajando para realizar progresos en el tratamiento.
Las siguientes sugerencias e ilustraciones pueden ayudar a proporcionar ayuda al
terapeuta cognitivo para conseguir y mantener este factor tan positivo terapéuticamente.
Los principales elementos para construir la confianza son muy simples y no muy
espectaculares. Incluyen conductas que demuestren sistemáticamente una implicación
verdadera del terapeuta en el proceso terapéutico, así como comprometerse para que el
paciente se beneficie de ellas. Dichas conductas incluyen: a) estar disponible para las
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sesiones terapéuticas de una forma regular; b) llegar puntual a las sesiones (incluso
cuando el paciente no lo haga); c) devolver las llamadas de teléfono de los pacientes de
forma apropiada; d) estar disponible para emergencias en las que se deba intervenir (p
ej., dando al paciente un número de teléfono donde pueda localizar al terapeuta en el
caso de una necesidad o crisis en la que se deba intervenir); e) mostrar preocupación e
intentar establecer contacto con el paciente si deja de asistir a una cita, y f) permanecer
en contacto con el paciente (y estar disponible para la reanudación de la terapia cognitiva
externa) si el paciente es hospitalizado, desintoxicado, está a mitad de camino de la
rehabilitación o reencarcelado, durante el curso de la relación terapéutica.
Los terapeutas fomentan la confianza cuando evitan hacer a menudo comentarios
disparatados acerca de los pacientes, los miembros de la familia del paciente, otras
personas consumidoras de sustancias con las que tiene contacto el terapeuta, o cualquier
grupo socioeconómico, ético o de género. Incluso si el terapeuta hace el comentario
despectivo acerca de alguien, el paciente puede pensar que ésta es la forma en que el
terapeuta piensa realmente sobre él o ella, cuando no está trabajando bajo el rol de
«terapeuta», y un comentario de este tipo alentará la posible creencia del paciente de que
el terapeuta no es sincero, en su muestra de respeto hacia él o ella.
La confianza también se fomenta cuando el terapeuta sirve de rol modelo, es el que
tiene estilos de vida y actitudes «limpias». Comentarios del terapeuta sobre la forma en
que «disfruta en las fiestas» o «cómo se divierte», son totalmente contraindicados. Estas
frases proporcionan al paciente un mensaje confuso. Este mensaje puede llevar al
paciente a percibir al terapeuta como un hipócrita que funciona con una política de «Haz
lo que digo, no lo que hago».
En relación con este aspecto, suele ocurrir que el paciente pregunta al terapeuta
acerca de su propia experiencia con las drogas. Evidentemente, el terapeuta no está
obligado a responder a este tipo de pregunta. Una respuesta típica y apropiada sería: «Sé
que tienes curiosidad por este aspecto, pero prefiero no contestar a tu pregunta.
Realmente, estamos aquí para empezar a hablar de cosas que son importantes para ti».
Al mismo tiempo, los terapeutas pueden usar su discreción para decidir si contestan.
Una contestación sincera y breve puede hacer mucho de cara a fomentar el sentido de
confianza del paciente por el terapeuta. Por ejemplo, el terapeuta puede contestar: «No,
nunca he utilizado ninguna droga más que para probarla y ver qué pasaba, e incluso, esto
ocurrió hace más de quince años. Estaba jugando con fuego, y creo que puedo
considerarme afortunado por no continuar con dichas situaciones. Sin embargo, he visto
ya tanto sufrimiento en la vida de aquellas personas que han continuado utilizando la
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droga de forma regular, que considero que estaría condenadamente loco si intentara
probar alguna otra cosa de nuevo». Otra contestación franca puede ser: «No, nunca he
utilizado drogas. Siempre he tenido demasiado miedo de que me pudiesen gustar. Sin
embargo, realmente tenemos que centrarnos en ti, ya que ésta es tu sesión». Aquellos
terapeutas que han utilizado drogas en el pasado, pueden escoger ocultar dicha situación
o bien utilizar dicha experiencia para hacer autorrevelaciones esporádicas pero
pertinentes como forma de mantener al paciente comprometido con el tratamiento o para
que se lleve a su casa una idea importante. El objetivo, en ese caso, es nutrir la relación
terapéutica, no apartarse del trabajo de la terapia.
Establecer límites
Al igual que es importante que el terapeuta se esfuerce para trabajar en colaboración
con el paciente que abusa de sustancias, debe tener cuidado de no llegar a estar
demasiado preocupado por eso hasta el punto de que el paciente sepa que se puede
aprovechar de su terapeuta. Deben ponerse unos límites (Moorey, 1989), por ejemplo,
que una sesión terapéutica no se realizará si el paciente está ebrio o en un estado de
intoxicación por drogas. Otro de estos límites es que el terapeuta no tolere «un poco» de
uso de la droga.
El terapeuta puede establecer dichas reglas básicas sin sabotear la relación terapéutica
si tiene cuidado en mantener un tono de respeto y reiterar su compromiso en actuar de la
mejor forma posible para los intereses terapéuticos de sus pacientes (Newman, 1988,
1990). Cuando uno de nuestros pacientes llegó borracho a una sesión, se produjo el
siguiente diálogo:
TE: Walt, discúlpame por preguntarte esto… y si estuviera equivocado acepta mis
disculpas… pero ¿has bebido algo antes de venir a esta sesión?
PT: Sólo un poco. No mucho (eructa de manera chistosa y repugnante).
TE: ¿Cuánto es un «poco»?
PT: Ya sabes, un poco.
TE: Walt, creo que estás borracho.
PT: Estoy bien. Puedo aguantar la cerveza muy bien.
TE: Walt, ya hemos discutido esto antes. Si vienes con un estado mental alterado… y
créeme, beber «un poco» significa que tú estás en un estado mental alterado… no
tiene sentido seguir con la sesión. No existe ninguna razón para creer que serás capaz
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de poner suficiente atención en lo que haremos aquí para poder garantizar el hecho de
que continuemos con la sesión.
PT: Mierda, estás haciendo un problema donde no lo hay.
TE: Walt…
PT: Estoy bien. Te lo digo.
TE: Walt…
PT: No debería haber dicho nada.
TE: Walt… Me gustaría que me respetaras. Yo te respeto, pero depende de ti que
sepamos lo que realmente te ha pasado. Lo que ocurre es que no podemos seguir con
esta sesión. Éste fue nuestro acuerdo, y creo que deberíamos respetar nuestros pactos.
PT: Mierda.
TE: ¿Has conducido hasta aquí?
PT: No, he sido lanzado (sonríe irónicamente).
TE: Tengo algo importante que decirte. Tengo que pedirte que permanezcas en la sala de
espera unas cuantas horas hasta que estés suficientemente sobrio como para conducir
de forma segura.
PT: Doctor, no tengo tiempo para esta mierda. He venido hasta aquí bien, y volveré a
casa de la misma forma.
TE: Walt, has trabajado demasiado duro para llegar hasta aquí, como para que ahora lo
tires todo por la borda. Si te empeñas con esto, te arriesgas a volver a la prisión. Por
mi parte no quiero ver que esto te ocurre. ¿Qué suponen un par de horas para
asegurarte tu libertad? Si quieres, toma mi diario, para que estés ocupado durante un
rato.
Al final el paciente cumplió con la petición del terapeuta. Se estableció claramente un
límite, aunque el tono de la comunicación no fue ni crítico ni de control para con el
paciente. El terapeuta insistió en que estaba preocupado por el bienestar del paciente, y
esto tiene mucho que ver con la conformidad del paciente y con su deseo de continuar
activamente con la terapia cognitiva. Cuando un terapeuta establece un límite, persiste en
ello y lo hace de forma respetuosa, está fomentando la confianza del paciente y que éste
también aprenda a tener respeto por el terapeuta.
Como un paréntesis a lo que hemos dicho antes, es necesario que el terapeuta sea
capaz de continuar con la terapia, una vez el paciente esté de nuevo conforme con ella
después de haber tenido un desliz (Mackay y Marlatt, 1991). Como muchos pacientes
que abusan de las drogas suelen sobrepasar los límites, no se ganaría nada si el terapeuta
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no quisiera seguir con la terapia cuando sus pacientes muestran conductas desafiantes
y/o manipulativas. Los pacientes se beneficiarán más de sus terapeutas cuando éstos
sigan con sus acuerdos predeterminados respecto a cómo tratar la conducta
contraproducente de sus pacientes pero, también, cuando muestren un apoyo genuino y
alienten a sus pacientes a «volver al programa» de nuevo.
La historia anterior nos permitirá tratar un aspecto importante sobre el rol que juega
el alcohol en la vida y la terapia del paciente que abusa de drogas ilegales. Aunque
creamos que teóricamente es posible, para los pacientes que abusan de las drogas
ilegales, continuar bebiendo brebajes alcohólicos de forma casual durante el tratamiento,
en la práctica nuestra experiencia nos dice que la utilización del alcohol socava la
abstinencia que tienen de drogas como la cocaína y la heroína. Una de las razones es que
la utilización del alcohol disminuye las inhibiciones de los pacientes. Los pacientes
relatan que cuando están bebiendo, hay menos probabilidad de que piensen acerca de las
razones irresistibles para dejar las drogas. Incluso cuando pueden prestar atención a las
desventajas de la utilización de la droga, los pacientes explican que se sienten menos
capaces de preocuparse por las consecuencias a largo plazo de su conducta, que cuando
están sobrios. Por tanto, tienen más probabilidad de reanudar la utilización de sustancias
más duras. De este modo, cuando los pacientes utilizan alcohol como «sustituto» de las
drogas como la cocaína o la heroína, su consumo rápidamente aumenta hasta unos
niveles que son indicativos de abuso y dependencia. Por tanto, desaconsejamos la
utilización del alcohol durante el tratamiento del paciente y su recuperación del consumo
de drogas ilegales.
Proteger la contidencialidad
Tal y como antes hemos comentado, existen algunas limitaciones sobre la
confidencialidad. Los terapeutas deben explicar este aspecto a sus pacientes desde el
principio. El siguiente monólogo nos puede servir de modelo:
Señor A, quiero que sepa que casi todo lo que comentemos aquí quedará estrictamente entre nosotros, a
menos que usted quiera que yo explique a otra persona algo acerca de su situación o que, de alguna otra
forma, usted me dé permiso para ello. Así, en su mayoría, las cosas que usted me diga se mantendrán
estrictamente confidenciales. Pero debo informarle que existe alguna excepción a esta regla. Si usted me
comunica algo que indique que usted o alguien más se encuentra en peligro, y no quiere que yo haga nada
para arreglar la situación de forma que todo el mundo esté seguro, entonces estaré legalmente obligado a
establecer contacto con las autoridades o cualquier otra persona que pueda estar implicada personalmente.
Esto incluye situaciones en las que usted intente suicidarse o matar a alguien, o bien cuando usted pueda
causar daño a un niño. Otra de estas situaciones podría ser en el caso de que usted tuviera el virus del sida, y
no lo hubiere comentado con sus parejas sexuales o no estuviere tomando ninguna medida para protegerles de
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la infección. Por favor, escúcheme con atención. Puedo prometerle esto: si ocurriese que tengo que romper la
confidencialidad para protegerle a usted o a otra persona, haré lo posible para que usted sepa que voy a
hacerlo. No me gustaría hacer nada a espaldas de usted. Ése no es mi estilo. Preferiría que usted supiera
exactamente qué terreno pisa. De hecho, si he de contactar con las autoridades, estaría más que contento que
usted me acompañara cuando hiciera la llamada por teléfono. Si usted coopera de esta forma le apoyaré en
todo, y podremos solucionar casi cualquier problema. ¿Qué piensa de todo lo que le he estado diciendo?
¿Tiene alguna pregunta?
Si el paciente ha sido derivado por el juez respecto a su libertad condicional,
podemos añadir lo siguiente al monólogo anterior:
También debería saber que estoy obligado por la ley a contarle a su agente encargado de la condicional si
acude a no a estas sesiones terapéuticas, y a hacerle saber si usted llega con puntualidad. No tengo que
preguntarle si ha empezado a consumir drogas de nuevo, pero el agente le pedirá regularmente que lleve
muestras de orina, de forma que tiene su propia información para saber si ha vuelto a recaer o no.
A los pacientes no les gusta oír esto y, sin embargo, apreciarán la explicación y los
avisos. Hacer lo contrario, es decir, que el terapeuta rompa necesariamente la
confidencialidad sin que haya avisado primero al paciente de dicha posibilidad, como
mínimo dinamitará la confianza que el paciente haya depositado en el terapeuta.
Mantener la credibilidad
Otra de las formas en que el terapeuta puede establecer y mantener su credibilidad y
confianza profesional, es admitiendo que no lo sabe todo, y/o que estaba equivocado con
respecto a algo. Para resaltar este punto, uno de nuestros pacientes preguntó a su
terapeuta si podía utilizar la hipnosis para curarlo de su adicción al crack. El terapeuta
admitió que no tenía ninguna formación en hipnosis y que por tanto no podría desarrollar
dicha técnica. Por el contrario, trabajó un poco más en terapia cognitiva y motivó al
paciente para desarrollar una lista de metas. En la última sesión, el paciente explicó que
sabía que el terapeuta era «legal», porque había admitido que no sabía hacer una
hipnosis. El paciente añadió: «¿Cómo podía saber qué es lo que usted podía hacer
conmigo o lo que no podía hacer? Al menos ahora sé que si usted puede hacer algo por
mí, realmente podrá hacerlo, y si no puede, me dirá que no le es factible hacerlo. No
habría sabido qué creer, si usted me hubiera dicho que podía ayudarme en todo».
En otro caso, el terapeuta estaba esperando a su paciente a que llegara a la sesión.
Después de 20 minutos, llamó la paciente. Antes de que ella pudiera explicarse, el
terapeuta disparó una pequeña explicación de la importancia de atender a las sesiones de
terapia a tiempo. Entonces otra persona se puso en la línea. Era el agente de la
condicional de la paciente, quien le explicó al terapeuta que la culpa del retraso en irse
91
de la oficina de la condicional era suya y no de la paciente. Media hora después, cuando
ésta llegó a la consulta, el terapeuta se disculpó inmediatamente por haber sacado
conclusiones precipitadas (un error cognitivo) y, por tanto, demostró que había tenido un
descuido en su obligación de atender a terapia. Prometió que la próxima vez «intentaría
buscar evidencias» antes de emitir juicios rápidos. Entonces el terapeuta le preguntó a la
paciente si tenía pensamientos o sentimientos negativos acerca de esta situación. Ella
sonrió y contestó diciendo: «Ya no tengo ninguno».
Resumiendo, una comunicación del terapeuta sincera, humilde y abierta con el
paciente desarrollará todas las cualidades importantes de confianza y rapport en la
relación terapéutica.
Mantener un espíritu de colaboración
El mayor potencial de cambio terapéutico se produce cuando ambos, terapeuta y
paciente, trabajan activa y conjuntamente, antes que en oposición o con resistencia
pasiva. La terapia cognitiva practica dicho abordaje de colaboración, cuando los
terapeutas comunican a sus pacientes que consideran sus puntos de vista muy
seriamente, minimizando la importancia de su rol como un dechado de autoridad y poder
que lo «sabe todo», y enfatizando la importancia del trabajo mutuo con la finalidad de
descubrir aspectos importantes, y del cambio positivo (Beck y otros, 1979).
Con esto no queremos decir que los terapeutas deben tener una postura poco severa
con relación a la problemática de abuso de drogas de sus pacientes y otras conductas
relacionadas con las drogas, sino que deben mantenerse neutrales con relación a sus
opiniones acerca del uso de las drogas. Los terapeutas pueden comunicar una
consideración positiva a sus pacientes como individuos, sin tolerar su abuso de
sustancias. Esta separación de los pacientes respecto a su conducta puede parecer de
alguna forma artificial, pero no es más que una postura que facilitará el espíritu del
paciente y el terapeuta trabajando como un equipo, para luchar con los problemas de
abuso de drogas de los pacientes. En cualquier caso, las diferencias entre la personalidad
del paciente cuando consume o no las drogas son siempre tan notables que no es difícil
mentalizarse de que hay que separar al paciente de las conductas relacionadas con el
abuso de drogas.
Uno de los elementos clave de la colaboración es el compromiso. Los terapeutas no
deben permitir que se les manipule ni al revés, ser dictatoriales en su trato con los
pacientes con abuso de sustancias. Es muy aconsejable que los terapeutas tomen una
92
postura firme, ni fomentar luchas de poder, ni callar completamente ante las amenazas y
las promesas vagas de los pacientes. Los terapeutas demuestran mejor tanto su fuerza de
voluntad como su carácter, así como su deseo de colaborar, cuando se muestran flexibles.
A pequeña escala, esta cualidad se demuestra cuando los terapeutas permiten a sus
pacientes escoger el tema sobre el que tratarán durante la hora de terapia
correspondiente. En una situación en la que el terapeuta crea que el tema seleccionado
por el paciente para ser discutido en la sesión es tangencial y no será valioso
terapéuticamente, hará bien en acordar perder una cantidad limitada de tiempo en este
tema preferido por el paciente. Sin embargo, advertirá también que han de ser debatidas
otras cuestiones para que el tratamiento tenga un efecto importante. Esta estrategia
fomenta una alianza de trabajo terapéutica positiva.
A gran escala, necesitarán utilizar habilidades diplomáticas para retener a sus
pacientes y evitar que escapen del tratamiento. Por ejemplo, un paciente que detestaba el
hecho de estar en el rol de paciente, quería utilizar las sesiones terapéuticas sólo como
una forma de «sesiones de quejas». Así, el paciente podía culpar a cada persona por sus
problemas y no se enfrentaba al hecho de que tenía problemas que requerían de atención.
Cuando el terapeuta resaltó este aspecto, el paciente le amenazó con abandonar el
tratamiento. Después de una larga discusión (en la que el terapeuta permaneció en calma
y expresó cuidadosamente sus comentarios), se acordó que los números de sesiones
pares se reservarían para criticar a los otros, pero las sesiones impares se centrarían en
los problemas del paciente con la ira, la depresión y el abuso de sustancias. Como una
medida aconsejable, el terapeuta dio las gracias al paciente por ser «tan abierto de mente
y estar en tan buena disposición». Irónicamente, cuando el paciente empezó a utilizar las
sesiones impares para discutir sus problemas personales y sus tendencias al abuso de
drogas, espontáneamente empezó a utilizar también las «sesiones de quejas» pares con la
misma finalidad.
Resistir la confabulación con el paciente
Muchos pacientes con abuso de sustancias, al darse cuenta de que sus terapeutas les
apoyan y tratan de ayudarlos de verdad, intentarán abusar de dicha situación. Lo harán
instando a sus terapeutas a que les den un tratamiento especial, para que no revelen
determinadas informaciones a los agentes de la condicional, a que ignoren signos
obviamente problemáticos y, en general, a que jueguen un papel «permisivo». Entonces,
los terapeutas se encuentran con el dilema de tener que reafirmarse en sus reglas
93
terapéuticas básicas, sin alienar a sus pacientes (véase Newman, 1990). Aunque esta
tarea sea muy difícil, es esencial si se quiere que la terapia continúe de forma fructífera.
Tal y como hemos mencionado antes, se puede preservar la relación terapéutica si el
terapeuta comunica sencillamente su honradez y expresa su deseo de continuar
proporcionando asistencia terapéutica. Una paciente, «Charleen», llamó a su terapeuta a
su casa a última hora de la noche, pidiéndole el siguiente «favor»:
PT: Siento molestarte a estas horas, pero realmente necesito que me ayudes.
TE: Sí. ¿Qué ocurre?
PT: Estoy de camino a casa, vengo de una reunión [grupo de apoyo] y mi novio piensa
que estoy por ahí perdiendo el tiempo y colocándome, y me ha dicho, que me echará
de casa si vuelvo a llegar tarde por la noche. ¿Podría llamarle y hacerle saber que he
estado en una reunión y que todo va bien?
[Antes de dar una respuesta, toda una serie de pensamientos aparecieron en la mente
del terapeuta. Para empezar, se dio cuenta de que no tenía forma de saber si lo que
Charleen decía era realmente cierto. Segundo, se dio cuenta de que esta petición era un
uso inapropiado de los privilegios telefónicos con el terapeuta. Decidió seguir
dialogando un rato más con la paciente antes de decidirse y de acordar hacer algo.]
TE: Charleen, sabes que quiero ayudarte como sea y pueda, pero debo admitir que no me
siento cómodo con eso que me estás diciendo.
PT: ¿Qué quieres decir? (molestándose).
TE: Bien, me estás pidiendo que hable de algo de lo que no tengo conocimiento. Si
hubieras venido a mi gabinete y hubiésemos tenido una sesión, y quisieras que yo
llamara a tu novio para hacérselo saber, lo haría. Pero esto es distinto. Encuentro que
tendría mucho más sentido si llamaras a tu novio y le hicieras saber dónde estás ahora,
o bien volver a casa como normalmente harías. Si le llamo yo, pensará que estoy
dándole una excusa por ti, y eso no hará más que despertarle todavía más sospechas.
¿Lo has pensado?
PT: O sea que, ¿estás diciéndome que no me vas a ayudar? Muchas gracias, eres un gran
terapeuta (enfadada, tono sarcástico).
TE: Charleen, estaría encantado de poder ayudarte a resolver un problema o una
situación, pero lo que no puedo hacer es resolverlo por ti. Hay determinadas cosas de
las que debes responsabilizarte tú misma. Y ésta es una de ellas.
94
PT: Pues entonces, ¿qué se supone que tengo que hacer si mi novio me echa de casa?
TE: Si eso ocurre, llámame de nuevo y trataremos de practicar una resolución de
problemas con este tema. ¿Puedes llamarme desde casa de tu madre si esto ocurre?
PT: ¡No quiero ir a casa de mi madre!
TE: No tienes por qué desear ir a casa de tu madre. Sólo te pregunto si puedes llamarme
desde allí si vas.
PT: Sí, supongo que sí.
TE: Bien. ¿Quieres que programemos una sesión para mañana de forma que podamos
discutir este problema con mayor detalle?
PT: No lo sé (tono de disgusto).
TE: Por favor, sé franca conmigo, Charleen. ¿Has tomado [drogas]?
PT: ¡No!
TE: ¿Puedo confiar en que no tomarás drogas hasta que nos veamos mañana y hayamos
podido tener una visita los dos?
PT: Sí, sí.
Este diálogo ilustra el hecho de que los terapeutas pueden ofrecer un apoyo
terapéutico sin tener que verse a sí mismos involucrados en jugar un papel de
«permisibilidad». Sin embargo, en este caso existe un cierto grado de compromiso de
colaboración. De hecho, el terapeuta no desea llamar al novio de la paciente, pero
expresa su deseo de recibir otra llamada de teléfono a última hora de la noche, para
poder ayudar a la paciente a tratar con una crisis potencial. (Aunque los terapeutas del
Centro de Terapia Cognitiva proporcionan de forma rutinaria el número de teléfono de
su casa para que se utilice en situaciones de emergencia, nos hemos dado cuenta de que
algunos terapeutas suelen preferir, a su vez, utilizar un intermediario, como un servicio
de respuesta o recepción de mensajes. En cualquier caso, creemos que para los pacientes
es necesario poder establecer contacto con su terapeuta fuera de las horas convenidas en
el caso de situaciones críticas.)
Apelar a la autoestima positiva de los pacientes
Como muchos consumidores de sustancias muestran actitudes desafiantes y/o niveles
patológicos de autoimportancia, suele ser necesario para el terapeuta apelar al narcisismo
del paciente para poder provocar la colaboración de los mismos. El terapeuta no tiene
que exagerar demasiado dicho aspecto. De hecho, este abordaje suele ser contraindicado
95
para con los pacientes inteligentes ya que, rápidamente, lo verán como poco sincero,
como un truco para manipularlos. En cambio, el terapeuta se debe centrar en alguna de
las cualidades reales del paciente y en sus aspectos positivos, y expresar aprecio ante
dichas cualidades. Este abordaje sirve para fortalecer el rapport y para provocar mayor
colaboración.
La siguiente viñeta clínica demuestra esta llamada o apelación al sentido del derecho
del paciente, para poder deponer su ira ante el terapeuta. El problema apareció cuando el
paciente no compareció en la sesión y, en vez de ello, llamó cinco horas más tarde para
decir que había tenido un pinchazo cuando se dirigía al gabinete del terapeuta. De esta
forma se produjo el diálogo que sigue a continuación (una versión condensada del
diálogo real):
TE: Walt, ya hemos hablado de lo importante que es para ti llegar a tiempo a estas
sesiones, y de que me mantengas informado de tu paradero. El hecho de que hayas
tardado cinco horas en llamarme me preocupa.
PT: (Exasperado) Estaba de camino. No pude encontrar ningún teléfono. No tuve ningún
momento libre ya que tenía que esperar a que vinieran a ayudarme. No hubo ninguna
forma de que pudiera llamar antes.
TE: Walt, el noventa por ciento de mí quiere creerte del todo, pero debo ser sincero
contigo: mi otro diez por ciento tiene dudas. No puedo ayudarte pero me pregunto si
esta tardanza en llamarme puede estar relacionada con la droga.
[El paciente respondió muy enfadado, vilipendiando al terapeuta por ser «tan bestia»
y por insultarlo «llamándolo mentiroso». El terapeuta contestó con una respuesta que
quería utilizar el narcisismo de Walt para poder reparar la relación con el terapeuta.]
TE: Walt, me gustaría creer todo lo que me dices. Pero tanto tú como yo sabemos que
tienes mucha habilidad y experiencia en escurrir el bulto. Puedes ser más listo que yo
y burlarte de mí con facilidad, si no soy muy cuidadoso. Si creyera ciegamente en
todo lo que me dices, estaría loco y, francamente, creo que te mereces tener algo
mejor que un terapeuta loco.
Esta última frase consiguió el efecto que pretendía: desarmar por fin la hostilidad del
paciente contra el terapeuta y acordar una sesión, al día siguiente a primera hora.
Más adelante, durante el tratamiento el terapeuta y Walt discutían los hábitos
96
sexuales tan poco saludables del paciente. Walt señaló que había utilizado condones
cuando tuvo relaciones sexuales con prostitutas, pero rechazó usarlos con varias de sus
«novias», enfatizando chistosamente que esto iba en contra de su religión. El paciente y
el terapeuta discutieron estas prácticas durante largo tiempo, intentando manejar sus
pensamientos automáticos y creencias que le inducían a actuar temerariamente en la era
de la epidemia de sida. Además, el terapeuta intentaba centrar la atención de Walt en los
peligros implicados en su actividad sexual, señalando los pros y los contras de usar
preservativos. Finalmente, cuando parecía que el paciente ponía oídos sordos ante todas
estas tácticas, el terapeuta decidió apelar a la inteligencia de Walt diciendo:
TE: El hecho de que uses condones con las prostitutas es una acción inteligente. No
esperaría otra cosa más que una acción inteligente de este tipo cuando hablamos de ti.
Está bien cuidar ese peligro. Por eso, me confunde que dejes de hacer cosas
inteligentes también con tus novias. No parece propio de ti, Walt. No es propio de tu
carácter dejar cables sueltos como éstos (sin ánimo de reproche en el tono).
Normalmente sueles tener todas las cosas atadas (de nuevo, sin reproche).
Este abordaje estimuló el deseo de Walt de verse como una persona inteligente y en
contra de la regla de «macho», que dominaba sus prácticas sexuales. Esto permitió al
terapeuta afrontar ese tema sin estropear el rapport o la colaboración.
En otros casos hemos ayudado a los pacientes a volver a colaborar con nosotros
mediante una llamada a su sentido de la justicia, a sus sentimientos positivos para otras
personas significativas implicadas, a sus habilidades de supervivencia, a su integridad, a
sus habilidades potenciales de ser modelos positivos de otras personas y a otros atributos
personales.
Manejar las luchas de poder
A pesar de todos los esfuerzos que el terapeuta haga para mantener una relación
terapéutica positiva con el paciente con abuso de sustancias, casi seguro que habrán
momentos en que el terapeuta y el paciente se encuentren raros, y en los que los
sentimientos negativos serán bastante intensos para alguna de las dos partes. Sin
embargo, esto no tiene por qué romper la alianza terapéutica. Confiamos en las
siguientes pautas para tratar esas luchas por el poder:
97
1.
2.
3.
4.
5.
6.
No luchar fuego contra fuego.
Mantener la sinceridad.
Permanecer centrado en las metas del tratamiento.
Permanecer centrado en las habilidades favorables.
Desarmar al paciente con auténtica humildad y empatía.
Enfrentarse, pero usando la diplomacia.
1. No luchar fuego contrafuego. Cuando un paciente se muestra hostil, chilla, es
intransigente y/o abusa verbalmente, no es bueno que el terapeuta responda del mismo
modo. De hecho, dicha reacción por parte del terapeuta podría conducir potencialmente a
una peligrosa escalada del conflicto. Por el contrario, los terapeutas deben mostrar
confianza y convicción en su postura de forma natural. Se puede expresar preocupación
y sentimientos intensos (p. ej.: «Señor G., le insto a que reconsidere sus intenciones de
esta forma. Me preocupa que pueda tener una gran recaída si sigue adelante con sus
planes de atender a la fiesta del traficante»); sin embargo, es aconsejable que dichos
sentimientos se expresen de forma que comuniquen una preocupación genuina por el
bienestar del paciente y por sus intereses. Una respuesta controladora o poco respetuosa
(p. ej.: «¡Está totalmente equivocado! ¡Si va a esa fiesta es un idiota! ¡Simplemente no
puedo permitir que vaya!») socavará la alianza terapéutica y, probablemente, no
conseguirá controlar de manera efectiva la conducta del paciente. En cambio, aquí la
estrategia defendida está más relacionada con la filosofía propia de las artes marciales
asiáticas, que expone que un contrincante fuerte no debe ser atacado directamente, sino
inclinarse uno por detrás y permitir que la fuerza bruta mal dirigida del adversario pase
de él a ti, tambaleándose y cayendo.
2. Mantener la sinceridad. Durante los momentos de conflicto con el paciente con
abuso de sustancias, suele haber una gran tentación de satisfacerlo o apaciguarlo de una
forma artificial con frases tranquilizadoras que no son verdaderamente creíbles (p. ej.,
sacarse un paciente de encima diciéndole que realmente no importa mucho si continúa
llegando tarde a las sesiones de terapia). No sólo no es deseable el hecho de reforzar la
conducta interpersonal desadaptativa del paciente capitulando ante él, sino que eso
provoca que el terapeuta sea considerado un mentiroso si luego cambia sus opiniones o
reniega de dichas frases tranquilizadoras. Por el contrario, el terapeuta debería desear
enfrentarse a la situación y no simplemente decir cosas que el paciente querría oír para
evitar la molestia de una lucha de poder.
3. Permanecer centrado en las metas del tratamiento. Cuando el terapeuta y el
98
paciente no están de acuerdo, es muy útil que el terapeuta ponga atención en los
objetivos mutuos. En efecto, los terapeutas pueden recordar, tanto a sí mismos como a
los pacientes, que la falta de acuerdo en un punto determinado no altera el hecho de que
existan otras áreas muy importantes, en las que sí están de acuerdo y en las que
colaboran. Un terapeuta consiguió apaciguar una acalorada discusión con su paciente,
que era exjugador de fútbol americano, de la siguiente manera: «Tal vez no estemos de
acuerdo en si deberíamos seguir con el balón o pasarlo, pero debemos recordar que
estamos en el mismo equipo y que ambos queremos llegar al final de la zona».
4. Permanecer centrado en las habilidades favorables, así como en las propias (del
terapeuta). Frecuentemente las confrontaciones con el paciente se alimentan de los
sesgos cognitivos del terapeuta. Esto ocurre cuando el terapeuta reacciona ante una
confrontación con el paciente centrándose sólo en los aspectos irritantes de éste y
pasando por alto sus habilidades o virtudes. De igual forma, el terapeuta puede caer en
autoacusaciones disfuncionales (sobre la falta de cooperación terapéutica del paciente y
su progreso), con lo cual todavía provocará sentimientos peores. En dichos casos, es
extremadamente valioso que el terapeuta utilice los procedimientos propios de la terapia
cognitiva sobre sí mismo para poder notar y modificar los pensamientos automáticos
siguientes, que pueden exacerbar las interacciones negativas con los pacientes:
«Este paciente es un perdedor. Nunca me escucha».
«Este paciente es muy duro de mollera. Voy a tener que machacar mi punto de vista a este chico hasta que
esté de acuerdo conmigo.»
«¿Cómo puedo ayudar a este paciente? ¿Qué estoy haciendo mal? Estoy dispuesto a abandonar mi trabajo
con este paciente.»
«Puede que no esté preparado para tratar a este paciente. No me gusta que me recuerden mis defectos, así
que este paciente está realmente en mi lista negra.»
«Es imposible comprometerse y ser razonable con esta gente. Cedes una pulgada y se toman un año luz.
Por tanto, no me moveré de mi posición ni un ápice.»
«¿Por qué habré tomado la responsabilidad de tratar a este paciente en primer lugar? Debo ser un idiota.
Casi desearía que este paciente fuera arrestado para poder librarme del caso.»
Obviamente, estos pensamientos automáticos que hemos mencionado son muy
nocivos para el terapeuta, el paciente y las perspectivas de continuar con el tratamiento.
Los terapeutas se deberían centrar en sus pensamientos automáticos idiosincrásicos, para
ser capaces de provocar las respuestas racionales que son capaces de disminuir la ira, la
frustración y la exasperación que acentúan las confrontaciones de poder y socavan la
resolución de problemas y la colaboración terapéutica (Weiner y Fox, 1982). Algunos
ejemplos de respuestas racionales podrían ser:
99
«Ha habido todo un conjunto de sesiones en las que el paciente y yo hemos estado trabajando muy bien.
Han sido experiencias muy reforzantes que no debo olvidar».
«Este paciente no es estúpido. Está convencido de que tiene sus razones para desafiar la estrategia
terapéutica de la forma en que lo está haciendo. Debería intentar comprender sus pensamientos y creencias
automáticas resistentes, y no etiquetarlo simplemente como problemático.»
«Mi valía como terapeuta no depende de que mi paciente crea todo lo que yo digo, haga todo lo que yo le
sugiera y que esté libre de tomar drogas para el resto de su vida. Preferiría que estuviera conforme y que
hiciera progresos, pero el hecho de que a veces frustre estas cosas, no prueba que no pueda tener éxito la
terapia que le estoy ofreciendo, y por descontado, no indica que deba tirar la toalla con mis pacientes
diagnosticados de abuso de sustancias.»
«Si me lo tomo con calma, expreso mi punto de vista de forma resoluta y también muestro que deseo ser
flexible dentro de lo razonable; probablemente sacaré mucho más partido terapéuticamente de este
conflicto que si me muestro estridente y terco.»
«Estas batallas de poder son una buena oportunidad para tener cogniciones interpersonales más reales y
vivas.»
5. Desarmar al paciente con auténtica humildad y empatía. Frecuentemente, los
pacientes que están abusando de las drogas se muestran furiosos si perciben que el
terapeuta hace ostentación de autoridad sobre el paciente o tiene una actitud de fariseo.
Esta percepción puede provocar que el paciente luche contra la posición del terapeuta
para poder reinstaurar en cierta medida algo de control. Esto implica que es importante
que el terapeuta se dé cuenta de la posibilidad de que el paciente le vea a él o a ella en
esta faceta negativa, y que responda comportándose de forma que evidencia, al paciente,
lo contrario. Por ejemplo, uno de nuestros pacientes sufría de diabetes y frecuentemente
olvidaba sus cuidados médicos como un signo de desafío, más o menos de la misma
forma que otros escogen hacer una huelga de hambre. Ray y su terapeuta se enzarzaban
frecuentemente en pequeñas riñas acerca de si Ray debía, o no, consultar a su médico. Al
final, después de una acalorada discusión, el terapeuta recurrió a un abordaje más
humilde y empático:
Ray, no estoy intentando hacerte pasar un mal rato. ¿Quién soy yo para decirte cómo debes llevar tu vida?
Solamente estoy preocupado acerca de ti, hombre. Me viene a la cabeza esa imagen de ti con un coma
diabético y eso me alarma. No me gustaría que te pasara. Quisiera seguir trabajando contigo y me gustaría ver
que tu vida llega a ser más feliz y saludable de nuevo, pero en vez de eso me preocupa que cuando salgas por
esa puerta no te vea de nuevo porque acabes muerto. Creo que por eso insisto tanto en que vayas a ver al
doctor. ¿Entiendes cuál es mi punto de vista, Ray?
6. Enfrentarse, pero usando la diplomacia. Tal y como hemos mencionado antes, los
terapeutas deben estar preparados a enfrentarse con los pacientes que abusan de las
drogas cuando rompen con las reglas terapéuticas de base (Frances y Miller, 1991). Sin
embargo, debe prevalecer un tono de respeto y preocupación (Newman, 1988). Un
100
método particularmente efectivo para enfrentarse sutilmente consiste en que el terapeuta
utilice las propias palabras del paciente a la hora de tratar un tema. Por ejemplo, un
paciente puede decir en una sesión determinada: «Ya sé que siempre tengo que estar
atento al máximo, no puedo bajar la guardia cuando las cosas me vayan bien porque en
esos momentos me vuelvo siempre estúpido y pienso que puedo volver a tomar drogas».
Más adelante, el mismo paciente traicionará esas mismas palabras pidiendo que termine
el tratamiento ya que «ahora todo va bien en mi vida», una frase, que el terapeuta
evaluará como una distorsión y de gran simplicidad. Antes que decirle al paciente que
está loco y después acosarle para que permanezca en terapia, el terapeuta puede utilizar
la frase anterior del paciente como una evidencia en contra de su postura:
Ahora sí que estoy un tanto confundido. Me estás diciendo que ahora todo va bien y que puedes dejar la
terapia. Pero tú me dijiste algo —y lo he escrito aquí porque me impresionó mucho que lo dijeras— respecto a
que, en los momentos como el presente, deberías estar muy atento sobre ti mismo, porque sabes que tienes
tendencia a recaer cuando crees que todo va bien y bajas la guardia. Ahora recojo lo que tú dijiste tan
seriamente, y creo que ya conoces la historia. Parece como si lo que dijiste se pudiera aplicar a la situación en
la que estamos ahora. ¿Qué piensas?
El ejemplo anterior también enfatiza la importancia de que el terapeuta apunte frases
importantes del paciente, para que las pueda usar en futuras sesiones.
Dicho enfrentamiento también se produce cuando el terapeuta sospecha que el
paciente está mintiendo (acerca de dónde se encontraba en el momento de venir a aquella
sesión a la que faltó, acerca del grado de abstinencia que tiene de la droga, etc.). En este
punto, es útil que el terapeuta elabore un repertorio de frases cuidadosamente expresadas
que transmitan «finamente» este mensaje: «Creo que estás mintiendo». Estas sentencias
incluyen (aunque no se limitan a) las siguientes:
«No tengo la sensación de que estés siendo totalmente franco conmigo».
«Voy a plantearte la misma cuestión de nuevo. Esta vez, sin embargo, sincérate conmigo. Sea cual sea la
historia, intentaré ayudarte de la mejor forma que pueda.»
«¿Estás seguro de que me estás contando toda la historia? Me suena como si te estuvieras dejando algo.»
«Tengo la sensación que estás luchando contigo mismo para decirme algo, aunque no estás seguro de
encontrar las palabras para hacerlo. Tómate tu tiempo, escucharé cualquier cosa que tengas que decirme.»
«¿Estás siendo sincero contigo mismo?»
«Espero que no te estés engañando a ti mismo.»
«Normalmente las cosas que dices tienen mucho sentido, así que ahora estoy un tanto confuso, tengo que
admitirlo, ya que lo que me estás diciendo en estos momentos no tiene mucho sentido para mí.»
«¿Quieres probar lo que estás diciendo? Me gustaría que me lo dijeras y lo probaras. Pero si no puedes, no
estoy seguro de que pueda creerme del todo lo que me estás diciendo.»
«Ya sabes, ésta es una de esas situaciones en las que tu inteligencia te juega una mala pasada. El hecho de
que seas tan listo significa que eres capaz de burlarte de mí y hacer que suene bien. Ahora sé que eres
101
inteligente, y eso quiere decir que me pregunto si me estás diciendo la verdad, especialmente en aquellos
momentos como éstos en los que excusas y coartadas son extremadamente convincentes y brillantes.»
Resumen
Este capítulo ha puesto de relieve que es de vital importancia establecer una relación
terapéutica positiva con el paciente que abusa de las drogas. Al mismo tiempo, hemos
puesto en evidencia las dificultades que implica esta tarea y hemos propuesto soluciones
mediante las cuales es factible nutrir activamente y mantener una buena alianza
terapéutica de trabajo. Hemos ilustrado algunas formas en que los terapeutas pueden
generar una sensación de rapport, confianza y de colaboración en sus pacientes con
abuso de drogas, sin tener que confabularse con las conductas y creencias disfuncionales
de los mismos. Finalmente hemos destacado el rol de confrontación en la relación
terapéutica y hemos demostrado que eso no conlleva necesariamente que el terapeuta y
el paciente se vean como adversarios. De hecho, un abordaje humilde, sincero y directo
puede permitir que el terapeuta utilice la interacción «terapeuta-paciente» para hacer
avances significativos en el tratamiento.
102
CAPÍTULO 5
FORMULACIÓN DEL CASO
Si se realiza un buen planteamiento del caso, esto permitirá al terapeuta comprender
la complejidad de la persona que abusa de sustancias. El terapeuta podrá tener mayor
comprensión de cómo los pacientes han llegado a depender de las drogas, si es capaz de
urdir y recoger toda la historia del paciente, su constelación de creencias y actitudes,
estrategias de afrontamiento, situaciones de vulnerabilidad, pensamientos e imágenes
automáticas y conductas desadaptativas. La formulación del caso ayuda a responder a
muchas de las siguientes preguntas:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
¿Cómo empezó el paciente a utilizar drogas?
¿Cómo se pasa del consumo de drogas a su abuso y dependencia?
¿Por qué el paciente no ha sido capaz de frenar el consumo por sí mismo?
¿Cómo se desarrollan las principales creencias?
¿Cómo actuaba el paciente antes de tomar drogas?
¿Qué interpretaciones podemos hacer acerca de las circunstancias de alto riesgo y
la forma en que se relacionan con el consumo de drogas?
Un caso bien formulado ayuda a establecer unas pautas directivas de las sesiones
(Persons, 1989). El terapeuta se guía por una serie de cuestiones relevantes y desarrolla
estrategias e intervenciones que tienen mucha probabilidad de tener éxito. Sin una buena
formulación del caso, el terapeuta procede como un barco a la deriva, moviéndose sin
ningún propósito a lo largo de la sesión.
Formulación del caso
Los aspectos más importantes de una conceptualización del caso son los siguientes:
1. Datos pertinentes sobre la infancia.
2. Problemas personales actuales.
103
3.
4.
5.
6.
7.
Esquemas y creencias nucleares.
Reglas, creencias o supuestos condicionales.
Estrategias compensadoras.
Situaciones vulnerables.
Creencias y pensamientos automáticos (especialmente relacionados con las
drogas).
8. Emociones.
9. Conductas.
10. Integración de los datos anteriores.
Los datos pertinentes sobre la infancia son aquellas experiencias tempranas que
contribuyen al desarrollo y mantenimiento de las creencias nucleares. Estas experiencias
no son necesariamente traumáticas sino mensajes tempranos que reciben los niños acerca
de ellos mismos, que les ayudan a formar los puntos de vista positivos o negativos sobre
sí mismos. Por ejemplo, un paciente puede venir de una familia donde un miembro sea
alcohólico e imprevisible. El mensaje que el paciente puede recibir es que el «alcohol es
una forma de afrontamiento» y que «las personas son imprevisibles». Algunos pacientes
vienen de hogares en los que frecuentemente son degradados y donde su aceptación
depende de «que su conducta sea perfecta». Estos pacientes pueden desarrollar la
creencia nuclear de «No soy querido», «No soy digno de ser amado» o «Soy malo».
Los problemas personales actuales comprenden todo el espectro de dificultades que
experimentan los pacientes con abuso de sustancias en sus vidas en el momento de entrar
en el tratamiento. Los problemas que trascienden al simple abuso de sustancias que
alteran la mente requerirán de una atención especial durante el tratamiento (véase Sobell
y otros, 1988). Estos problemas suelen incluir las dificultades de relación, desempleo,
problemas de salud, problemas con la ley, poca motivación, viviendas o alojamientos
inestables, desesperación y otros más. A medida que el terapeuta toma conciencia de
estas dificultades, intentará determinar cuál de los problemas del paciente contribuyó al
inicio del abuso de sustancias, cuáles son las secuelas del consumo de las mismas y
cuales son, a la vez, las causas y las consecuencias. La terapia con las personas que
abusan de sustancias, no estará completa sin un plan de tratamiento que se centre en los
tipos de problemas que hemos mencionado antes.
Los esquemas y creencias nucleares son las creencias más centrales e importantes
que reflejan cómo los pacientes se ven a sí mismos. Hemos determinado que estas
creencias normalmente suelen caer en dos categorías: a) «No soy digno de ser amado», o
104
b) «Estoy indefenso». Es importante anotar que las creencias nucleares no se
manifestarán necesariamente con estas mismas palabras, sino que pueden haber
derivados o correlatos de estas creencias nucleares. Por ejemplo, «Estoy indefenso»
puede ser expresado con términos tales como «Soy incapaz», «No tengo fuerzas»,
«Estoy atrapado», «Soy inferior», «Soy poco efectivo», «Soy débil» o «Soy vulnerable».
La creencia de «No soy digno de ser querido» puede expresarse mediante «No soy
atractivo», «Soy indeseable», «Me rechazan», «No soy querido», «Soy descuidado» o
«Soy malo».
Las reglas, creencias o supuestos condicionales ayudan a los pacientes a afrontar
(para mejor o peor) sus propias creencias nucleares. Estos supuestos pueden ser de forma
negativa o positiva. Un supuesto condicional positivo puede ser el siguiente: «Si hago
algo perfectamente, los otros me querrán y me aceptarán». La contrapartida negativa de
esta suposición podría ser: «No soy querido, si no soy aceptado por todo el mundo».
Las estrategias compensadoras son aquellas conductas que también ayudan a los
pacientes a afrontar sus creencias nucleares. A nivel superficial, las estrategias
compensadoras parecen funcionar. Sin embargo, el problema con muchas de estas
estrategias compensadoras es que, frecuentemente, son compulsivas, inflexibles,
inapropiadas, agotan la energía y no están equilibradas por estrategias adaptativas.
Además, estas estrategias compensatorias no suelen prevenir al paciente de tener dudas
escondidas, miedos secretos y autoconceptos negativos. Una estrategia compensadora
típica para las personas que abusan de sustancias es la utilización de drogas para sentirse
más seguras consigo mismas. Sin embargo, debemos señalar que la utilización de las
drogas no se limita a ser una estrategia compensadora. Las personas utilizan las drogas
por muchas razones. Sin embargo, hemos hallado que, en el paciente que depende de las
drogas, se puede demostrar claramente que la utilización de las mismas es una de las
estrategias de afrontamiento que «remedian» la sensación de desesperanza e indefensión.
Las situaciones vulnerables se definen como aquellas circunstancias problemáticas
en la que las creencias nucleares y las creencias asociadas a las drogas llegan a estar
activas. Un ejemplo de esto es el adicto a la cocaína que se ha mantenido abstemio
durante varios meses y se enfrenta a la situación de ir a un barrio donde previamente ha
comprado cocaína. Tiene una imagen mental de la última vez que ha utilizado cocaína,
que va seguida de fuertes impulsos y craving. Esto, a su vez, activa una creencia
relacionada con las drogas como «Los impulsos y los craving me obligan a utilizar
drogas».
Los pensamientos automáticos tienen su origen en la activación de las creencias
105
nucleares, condicionales y otras creencias relacionadas con las drogas. Algunos
pensamientos automáticos típicos de las personas que abusan de las drogas son: «No
puedo soportar el impulso y el craving», «Sólo un poco no me hará daño» y «Puedes
hacerlo, te lo mereces. Has trabajado duro toda la semana».
Estos pensamientos automáticos frecuentemente potencian los impulsos de los
pacientes y sus craving de tomar drogas y/o alcohol, y les proporcionan ímpetu para
establecer planes y procurarse la droga (Beck, Wright y Newman, 1992).
Las emociones suelen estar asociadas con pensamientos o creencias automáticas
concretos. Los pacientes que abusan de las drogas no son conscientes del procesamiento
cognitivo que precede a una emoción particular, como la ira, la ansiedad o la tristeza. Sin
embargo, mediante la terapia, se puede enseñar a los pacientes a ser más conscientes de
los procesos de pensamiento que están asociados a su vida emocional.
Las conductas de los pacientes son el producto final de las situaciones vulnerables,
así como la activación de las creencias, pensamientos automáticos y emociones. Las
conductas disfuncionales más frecuentes incluyen la búsqueda activa de drogas, la
utilización de las mismas, comprometerse en actividades irresponsables (p. ej., sexo sin
protección), enfrentamientos interpersonales abusivos, evitar las actividades de
autoayuda y otras.
La integración de los anteriores datos es el paso más importante y difícil de todo el
proceso de la conceptualización de la vida del paciente y sus problemas. En este caso, el
terapeuta junta todas las piezas informativas en una «historia vital del paciente», que le
proporciona explicaciones plausibles ante las dificultades de los pacientes y sugiere una
serie de recomendaciones para el tratamiento que rompa contra los patrones
contraproducentes del paciente y los círculos viciosos.
Por ejemplo, el terapeuta postula lo siguiente:
El paciente estuvo sujeto frecuentemente a un aluvión de desaprobaciones duras en la infancia, y llegó a
creer que era imperfecto y que no podía ser querido. Estas creencias nucleares se han mantenido hasta la vida
adulta, donde el paciente experimenta un malestar crónico en las situaciones sociales en las que piensa que no
da la talla. El paciente empezó a tomar cocaína creyendo que ésta haría que se sintiera suficientemente seguro
para causar buena impresión a los demás. Desafortunadamente, esta estrategia disfuncional compensatoria le
condujo al consumo compulsivo de cocaína, y más adelante a quedarse sin dinero y poner en peligro su
matrimonio. Estos problemas personales, a su vez, se vuelven en su contra, acentuando el ciclo de ansiedad
del paciente, tristeza, baja autoestima y creencia renovada de que la única forma de ser aceptado es llegar a ser
más extrovertido mediante la utilización de la cocaína. Como resultado, sus problemas económicos y
matrimoniales empeoraron y su sentido de indefensión y desesperanza se incrementó.
Estudio de un caso
106
El siguiente caso ilustra, con más detalle, los diez componentes esenciales de la
formulación del mismo. El paciente («retratado» íntegramente en el ejemplo anterior),
David, es un varón blanco de cuarenta años de edad. Ha estado casado durante ocho años
y tiene un niño. Sus quejas en el momento de la primera evaluación incluían mucha
ansiedad y una larga historia de abuso de alcohol y cocaína. Relataba que últimamente se
sentía más ansioso en las situaciones sociales, y tenía miedo de que, si su ansiedad
empeoraba, recaería y volvería a tomar cocaína y alcohol. En otras áreas de su vida,
trabajaba y cobraba un buen salario; sin embargo] tenía 40.000 dólares de deuda como
resultado de su «hábito» de la cocaína. Su matrimonio andaba mal y también sospechaba
que su mujer era una alcohólica.
Después de finalizar su primera evaluación, David cumplía los criterios del DSM-IIIR de trastorno por abuso de sustancias múltiples, siendo su droga preferida la cocaína;
sufría fobia social y trastorno por ansiedad generalizada. La fobia social fue el área en la
que David quería empezar a trabajar primero. David, tenía una urgencia al respecto, ya
que estaba en la época de vacaciones y tenía varios compromisos de negocios que
requerían su atención, así como acontecimientos sociales tales como bailes y cenas.
David creía que, si no aprendía a afrontar su ansiedad en dichas situaciones, perdería el
control y volvería a tomar drogas de nuevo.
David creció en un hogar donde su padre era considerado como un adicto al trabajo y
como alguien que «bebía demasiado». David afirma que su madre era protectora pero a
veces tímida con respecto a su padre. En la escuela, David no avanzaba. Básicamente
recibía notas con una graduación apenas de aprobado, y sólo se mantuvo en la
universidad un año. Primero David empezó a beber a los nueve años. Debido a los
negocios de su padre, su familia se vio implicada en muchas actividades sociales y
David solía ir por las mesas vacías apurando algunos de los vasos de los invitados. A la
edad de 13 años, David ya había experimentado con el alcohol, la marihuana, el speed y
las píldoras adelgazantes.
Cuando era un niño, David solía ser humillado y degradado por su padre,
normalmente en los eventos sociales, después de que éste hubiera estado bebiendo
mucho. En una ocasión, después de que su padre lo llamara «estúpido», corrió fuera de
casa, se sentó en un árbol y se sintió muy humillado, inútil e indefenso. En otra ocasión,
se fue a un embarcadero y se sentó allí, sintiéndose avergonzado e indefenso. Estos
acontecimientos eran aspectos significativos de la infancia de David, y servían como
base para algunas de sus creencias nucleares y de sus estrategias compensadoras. Su
estilo típico era correr y evitar las situaciones desagradables. Más adelante en su vida,
107
David se dio cuenta de que el alcohol y las drogas le ayudaban a afrontar las emociones
desagradables. Como las drogas y el alcohol funcionaban tan bien, David no desarrolló
muchas otras estrategias para afrontar las emociones desagradables.
Considerando estos datos de la infancia apropiadamente, podemos ver que había
toda una serie de incidentes en los que David era avergonzado por su padre. Estos
acontecimientos le ayudaron a desarrollar su creencia nuclear de que «No soy querido o
deseado». Más adelante, desarrolló un supuesto condicional para poder afrontar la
situación: «Si hago todas las cosas perfectamente, entonces las personas me querrán».
David tenía varias estrategias compensadoras, como esforzarse siempre por hacer las
cosas perfectamente o eludir hacer otras cosas que fueran desagradables. Otras
estrategias iban desde evitar decir a otros cómo se sentía realmente, y utilizar alcohol y
drogas. Después de usar cocaína, David se sentía especialmente seguro en cuanto a
poder hacerlo «todo perfectamente», lo que a su vez le hacía creer que sería querido y
deseado por otros.
Ocurrió una situación vulnerable cuando David fue invitado a una cena en casa de un
amigo. Antes de ir a casa de éste, David era muy consciente del hecho de que se estaba
poniendo nervioso y ansioso. Percibía que sus pensamientos automáticos se centraban en
ideas como «Estaré tenso» o «Me verán temblando» y se imaginaba a sí mismo
«superado por la ansiedad» y finalmente marchándose de la fiesta. Esto, a su vez, hacía
que tomara una copa y esnifara una raya de coca antes de ir a las fiestas.
A partir de este ejemplo, el terapeuta puede ver la relación entre el desarrollo de la
creencia nuclear de David, sus supuestos condicionales y sus estrategias compensadoras,
así como el impacto acumulativo en una situación vulnerable, ser invitado a una fiesta
por la noche en casa de su amigo (véase figura 5.1). De nuevo, debemos recordar que
estas estrategias compensadoras tienden a ser bastante compulsivas, inflexibles,
inapropiadas a veces, que agotan la energía y no se equilibran con otras estrategias
adaptativas. Además, a pesar de las estrategias compensadoras, el paciente todavía tiende
a tener dudas escondidas y temores secretos acerca del afrontamiento.
Recoger información para la formulación del caso
El resumen del caso y la hoja resumen para la conceptualización del caso son una
forma excelente de recopilar información, que se podrá utilizar en la formulación del
caso. Esta hoja resumen se divide en ocho secciones principales:
108
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
VIII.
Información demográfica.
Diagnóstico.
Puntuaciones de cuestionarios.
Presentación del problema y funcionamiento actual.
Perfil evolutivo.
Perfil cognitivo.
Integración y conceptualización de los perfiles evolutivos y cognitivos.
Implicaciones para la teoría.
En la sección de información demográfica el terapeuta recoge la información del
paciente como la edad, sexo, raza, religión, trabajo actual, estado civil y otras
características pertinentes identificadoras. Éste es un tipo de información estándar que
puede formar parte de cualquier evaluación psicológica.
109
Figura 5.1. Diagrama de conceptualización cognitiva desarrollado por Judith S. Beck. De J. S. Beck (en
prensa). Copyright Guilford Press. Reproducido con permiso.
110
En la sección de diagnóstico, es una ventaja poder formular un diagnóstico en los
cinco ejes del DSM-III-R. Los síndromes clínicos se designan en el Eje I. En el Eje II se
perfilan los trastornos del desarrollo y de la personalidad. En el Eje III se anotan los
trastornos físicos y otras condiciones pertinentes a las dificultades psicológicas del
paciente. El nivel de intensidad de los estresores psicológicos se identifica en el Eje IV.
El nivel de gravedad de estos estresores psicológicos va desde 1 (nada) hasta 6
(catastrófico), como la muerte de un niño, el suicidio de una esposa o un desastre natural
devastador. El Eje V se puede determinar a partir de la Escala para la evaluación de
funcionamiento global, con una escala que va desde 90 a 1, donde 90 significa
abstinencia de drogas y afrontamiento ideal, y progresivamente los números menores
indican un incremento de la gravedad del abuso de la droga o deterioros de
afrontamiento y del funcionamiento general. Toda la información recogida a partir de
estos cinco ejes será importante para que el terapeuta comprenda al paciente, así como en
el diseño posterior del plan de tratamiento.
Las puntuaciones en cuestionarios, como el Cuestionario de depresión de Beck, el
Cuestionario de ansiedad de Beck y la Escala de indefensión de Beck (que
presentaremos más adelante) se incluyen en esta sección. Se deben anotar las
puntuaciones de la primera sesión así como de las primeras seis semanas. También hay
una columna extra que permite anotar las puntuaciones de las sesiones más recientes.
Estas puntuaciones procedentes de los cuestionarios son extremadamente importantes
porque el terapeuta puede ver tendencias generales y cambios de patrón, cambios para
mejorar o empeorar.
La sección de presentación del problema y el funcionamiento actual describe las
dificultades presentes del paciente y se centra en áreas como el trabajo, trastornos
psiquiátricos concurrentes, naturaleza del abuso de drogas, actividades criminales,
problemas interpersonales y otros datos. Éste es un análisis a través de varias facetas del
funcionamiento actual del paciente.
El perfil evolutivo examina la historia social del paciente, la historia educativa, la
historia médica, la historia psiquiátrica y la historia profesional. Además, hay que anotar
las relaciones con los padres, hermanos, compañeros, figuras de autoridad y otras
personas significativas a lo largo de la vida. También es importante averiguar cualquier
acontecimiento significativo o trauma, en los años formativos del paciente o en su
pasado reciente. Este análisis longitudinal es similar a pasar hojas en un álbum de fotos
familiar. El terapeuta puede ver al paciente en distintos estadios evolutivos. Este análisis
111
retrospectivo también incluye una evaluación de la introducción del paciente a las
sustancias psicoactivas y cómo el problema llegó a ser una adicción hecha y derecha.
La sección de perfil cognitivo tiene en consideración la forma en que los pacientes
procesan la información. Se anotan las situaciones típicamente problemáticas del
paciente, así como los pensamientos automáticos correspondientes y los sentimientos, y
se señalan las conductas en estas situaciones. Además, las posibles creencias nucleares,
las creencias condicionales y las que están relacionadas con el consumo de drogas se
describen en esta sección.
La integración de los perfiles cognitivo y evolutivo han de tener en consideración el
autoconcepto del paciente y el concepto que tiene de los otros. También se centra en la
interacción con los acontecimientos vitales con las correspondientes vulnerabilidades
cognitivas, así como las estrategias de afrontamiento y compensatorias. Una parte
importante de esta sección es una descripción de cómo el autoconcepto y el concepto que
tiene de los otros pueden ser importantes en el inicio y evolución del abuso de
sustancias. Explicaremos está sección con el caso de Mike, de 31 años de edad y adicto a
la cocaína desde tiempo atrás. El paciente vive con sus padres en un barrio empobrecido,
con una alta tasa de paro y criminalidad. Creció rodeado de drogas y alcohol, y su madre
y hermanos también tenían problemas con las mismas sustancias. En estos momentos,
Mike está cumpliendo una libertad condicional por una estafa de seguros.
Su historia profesional como paciente es muy pobre. Después de abandonar el
instituto, Mike sólo encontró trabajos o faenas no cualificadas y normalmente ha estado
en paro. En su barrio existen cantidad de traficantes; Mike ha vendido drogas en el
pasado y sabe que se gana gran cantidad de dinero rápidamente. Mike se ve a sí mismo
como un solitario y no tiene ningún amigo de verdad. Sus creencias problemáticas son:
«No soy mejor que el resto de mi familia», «Nunca encontraré un trabajo», «No podré
escapar de las drogas», «Traficar es la única forma de salir de este barrio urbano» y
«Tomar drogas es la única forma de evitar el aburrimiento».
Sus circunstancias y creencias le han conducido a los siguientes patrones
conductuales: períodos breves de abstinencia del alcohol y las drogas, seguidos de
utilización solitaria del alcohol con valium, lo que a su vez, producía un consumo
intermitente de cocaína crack, hasta la utilización diaria de la misma.
El caso de Mike mostraba muchos de los factores cognitivos (entre otros factores)
que pueden influir en el consumo de drogas (véase figura 5.2).
Esta sección sobre las implicaciones de la terapia examina alguna de las siguientes
áreas:
112
1. La «aptitud» inicial del paciente propicia para intervenciones cognitivas.
2. Las características de personalidad del paciente, como «dependencia social» o
«autónomo».
3. Las motivaciones del paciente, metas y expectativas de la terapia.
4. Los objetivos del terapeuta.
5. Las dificultades esperadas para tratar al paciente.
En esta sección, el terapeuta debe ser capaz de hipotetizar si el paciente está
psicológicamente capacitado para llevar a cabo el tratamiento. Por ejemplo, ¿es el
paciente consciente de la naturaleza y gravedad de sus problemas? o bien, ¿tiene la
habilidad para controlar sus propios pensamientos automáticos? La capacidad del
paciente para acceder a sus pensamientos automáticos y creencias realmente tiene
importantes implicaciones para el ritmo del tratamiento. Además, las características
personales —por ejemplo, dependencia social o autonomía— pueden proporcionar al
terapeuta algunos indicadores de las condiciones en las que el paciente podría recaer, por
ejemplo, la persona con tendencias a depender mucho o a necesitar del contacto social,
peligra en situaciones en las que exista presión social, mientras que la persona autónoma
es más vulnerable cuando se bloquea, porque no puede conseguir sus objetivos. La
motivación del paciente, las metas y objetivos sobre la terapia, se han de plantear y
señalar en la conceptualización, al igual que con los objetivos del terapeuta sobre el
tratamiento, y si éstos son compatibles con los objetivos de los pacientes. Finalmente,
también es útil prever las dificultades que puedan aparecer durante el transcurso de la
terapia y que merezcan especial atención. Por ejemplo, si el paciente tiene una historia
de vagabundeo periódico, este aspecto se debe determinar pronto en el tratamiento para
evitar que el paciente pueda «desaparecer» del mismo y no sea accesible ni por correo ni
por teléfono.
113
Figura 5.2. Creencias y otros factores que contribuyen al consumo de drogas de Mike.
Ilustraremos a continuación una hoja resumen de la conceptualización cognitiva del
paciente D.D.
Resumen del caso y hoja resumen para la conceptualización cognitiva
Nombre del terapeuta: Doctor R.
114
Iniciales del paciente: D.D.
Fecha: 10/1/1992
Nº de Sesión: 6
I. INFORMACIÓN DEMOGRÁFICA
La señora D. tiene treinta y ocho años, mujer soltera blanca, actualmente en paro. Vive sola y ha roto
recientemente la relación con su novio. Asistía la universidad pero ha dejado de ir este mes.
II. DIAGNÓSTICO
Eje I: Abuso de cocaína.
Abuso de alcohol.
Depresión mayor, recurrente.
Eje II: Trastorno de la personalidad evitativo.
Trastorno de la personalidad histriónico.
Eje III: No se relatan enfermedades físicas.
Eje IV: Código 2 (moderado) —no atiende a sus clases en la universidad.
Eje V: Código 60 GAF —síntomas depresivos moderados; no funciona bien en la
universidad; dificultades con la comida, sueño y concentración.
III. PUNTUACIONES EN CUESTIONARIOS
Admisión
ses.
1
ses.
2
BDI
25
26
20
BAI
2
1
1
BIS
11
11
12
Otros
ses.
3
ses.
4
ses.
5
ses.
6
Última
sesión
BDI
21
17
17
16
16
BAI
12
11
12
13
13
BIS
12
12
10
7
7
Otros
115
Tendencia general de las puntuaciones: las puntuaciones del BDI y del BHS mejoran; sin embargo, han
disminuido sus puntuaciones en el BAI a lo largo de estas seis semanas (puntuaciones más altas indican más
sintomatología).
IV. PROBLEMAS QUE PRESENTA Y FUNCIONAMIENTO ACTUAL
Actualmente presenta tres problemas: a) historia de abuso de alcohol y cocaína
(aunque la paciente relata que no ha tomado nada desde hace 30 días); b) síntomas
depresivos moderados y miedo relacionado con que puedan empeorar, y c) preocupación
y miedo de que pueda empezar a utilizar drogas y alcohol de nuevo, evolucionando hacia
una recaída completa.
V. PERFIL EVOLUTIVO
A. Historia (familia, social, educacional, médica, psiquiátrica, profesional).
La paciente nació en la Costa Este y ha pasado la mayor parte de su vida en ambientes
urbanos. Su padre tenía numerosos negocios y su madre era ama de casa. Cuando D.
tenía trece años sus padres se divorciaron. A la paciente le gustaba la escuela primaria
pero se sentía ansiosa. Odió el instituto. D. pasó por una desintoxicación internada en
1985 y, posteriormente, sufrió de una depresión mayor en 1985.
B. Relaciones (parientes, hermanos, compañeros, figuras autoritarias, otros
significativos).
La paciente describió a su padre como una persona cariñosa y entregada. Afirma que
él era un gran bebedor —totalmente impredecible cuando estaba ebrio—. Su madre
era la «mujer perfecta», siempre estaba allí para la familia. D. era la mayor de cinco
hermanos. Explicó que la relación con sus hermanos había sido «muy buena».
C. Eventos significativos y traumas.
La paciente describió tres eventos significativos: a) el divorcio de sus padres, b) su
infelicidad en el instituto, y c) darse cuenta en 1985 de que tenía un problema con las
drogas y el alcohol.
VI. PERFIL COGNITIVO
A. Aplicación del modelo cognitivo a la paciente.
1. Problemas actuales típicos / situaciones problemáticas. Situaciones que pueden
provocar que tome drogas:
116
a. cuando esté con amigos con los que antes tomaba drogas;
b. cuando haya una ruptura en una relación sentimental;
c. cuando esté sola y aburrida.
2. Pensamientos automáticos (PA) típicos, afecto y conducta en estas situaciones.
Pensamientos automáticos:
«Ellos todavía consumen».
«Nunca encontraré a alguien que realmente me quiera.»
«No puedo soportar el aburrimiento.»
Afecto:
Enfado.
Depresión.
Desesperación.
Conducta:
Utiliza el alcohol primero, y luego, la cocaína.
B. Creencias nucleares (p. ej., «No soy querido»).
«No soy querido.»
«Soy indeseable.»
«No tengo fuerza, soy impotente.»
«Soy débil.»
C. Creencias condicionales (p. ej., «Si fallo es que no valgo nada»).
«Si hago lo que se espera de mí, entonces las personas me aceptarán.»
«Si hago las cosas perfectamente, entonces me sentiré competente.»
D. Reglas (deberes y obligaciones aplicadas a uno mismo y a los otros).
«Debo ser aceptada por los otros o no valdré nada.»
«Debo ser responsable emocionalmente o hay algo erróneo en mí.»
VII. INTEGRACIÓN Y CONCEPTUALIZACIÓN DE LOS PERFILES COGNITIVOS Y EVOLUTIVOS
A. Formulación del autoconcepto y los conceptos de los otros.
117
La paciente creía que tenía que hacer «lo correcto» cuando era una niña porque, si no,
su padre la dejaría de lado.
La paciente no pudo satisfacer siempre a su padre porque cuando estaba bebido
trataba de forma irregular y «voluble» a sus hijos. Su padre dejó a su madre sin
ninguna explicación; esto produjo la creencia en D. de que no se debe confiar en los
hombres.
B. Interacción entre los acontecimientos vitales y las vulnerabilidades cognitivas.
C. Estrategias compensadoras y de afrontamiento.
Evita hacer cosas que siente que no podrá hacer perfectamente.
Tendencia a utilizar las drogas y el alcohol cuando está preocupada.
D. Desarrollo y mantenimiento del trastorno actual.
Baja tolerancia a la frustración ante la ansiedad, el aburrimiento y la depresión.
Creencias relacionadas con las drogas como «La cocaína es la única forma de aliviar
mi aburrimiento».
VIII. IMPLICACIONES PARA EL TRATAMIENTO
A. Aptitud para la intervención cognitiva (evaluar como baja, moderada o alta, añadir
comentarios si se considera aplicable):
1.
2.
3.
4.
5.
Capacidad psicológica: muy buena.
Objetividad: buena.
Autoconciencia: muy buena.
Comprensión del modelo cognitivo: muy buena.
Accesibilidad y flexibilidad de los pensamientos automáticos y creencias: muy
buena.
6. Adaptación general: muy buena.
118
7. Humor: excelente.
B. Características de personalidad: dependencia social versus autonomía.
Dependencia social: gran necesidad de estar en contacto con otras personas.
Las necesidades de conseguir cosas son más o menos pronunciadas.
C. Motivación de la paciente, metas y expectativas de la terapia.
Mucha motivación para dejar de tomar drogas y alcohol.
Otros objetivos son realistas (p. ej., le gustaría finalizar la universidad).
D. Metas del terapeuta.
1. Enseñar a la paciente a controlar, examinar y responder a los pensamientos
automáticos negativos.
2. Ayudarla a adquirir habilidades para afrontar los impulsos y craving de tomar
drogas y alcohol.
3. Mejorar las habilidades de solución de problemas de la paciente D.
E. Dificultades predecibles en la terapia.
1. Si tiene un desliz podría recaer si la paciente no contacta con el terapeuta tan
pronto como sea posible, cosa que no hará si se avergüenza de su conducta y espera
que el terapeuta la critique.
2. La paciente intentará minimizar sus problemas (p. ej., tal y como hizo cuando
describió en términos brillantes sus relaciones con los miembros de su familia, en
vez de explicar los conflictos importantes que existían).
3. La paciente todavía mantiene contacto con sus amigos que tomaban drogas,
quienes pueden intentar sabotear su objetivo de abstenerse.
Otros datos adicionales para la conceptualización del caso
Además de la entrevista clínica, los cuestionarios de autoinforme proporcionan datos
que son importantes para la conceptualización del caso. Los siguientes son una lista de
estos cuestionarios y escalas.
1. Escala de depresión de Beck.
2. Escala de ansiedad de Beck.
3. Escala de indefensión de Beck.
119
4.
5.
6.
7.
8.
Escala de actitudes disfuncionales.
Escala de creencias acerca del abuso de sustancias.
Escala de predicción de recaídas.
Cuestionario de creencias sobre el craving (CBQ).
Escala de dependencia social-autonomía.
ESCALA DE DEPRESIÓN DE BECK
Esta escala de depresión de Beck (BDI) (Beck, Ward, Mendelson, Mock y Erbaugh,
1961) es una escala de autoinforme compuesta por 21 ítems. Cada ítem está compuesto
por cuatro oraciones que reflejan el grado de intensidad de un síntoma depresivo
determinado. Quien contesta, escoge la sentencia que corresponde mejor con la forma en
que se ha encontrado la última semana. La escala fue construida para ser utilizada con
poblaciones psiquiátricas como medida de la gravedad de los síntomas del estado de
ánimo depresivo y como instrumento de screening para su utilización en poblaciones no
psiquiátricas.
ESCALA DE ANSIEDAD DE BECK
El cuestionario de ansiedad de Beck (BAI) (Beck, Epstein, Brown y Steer, 1988) es
un autoinforme de 21 ítems diseñado para medir la gravedad de los síntomas de
ansiedad. El BAI se solapa mínimamente con el BDI y otras medidas de depresión, a la
hora de medir la ansiedad.
ESCALA DE INDEFENSIÓN DE BECK
La escala de indefensión de Beck (BHS) la desarrollaron Beck, Weissman, Lester y
Trexler (1974) para medir las expectativas negativas en relación con el futuro. La BHS
se compone de 20 ítems, formato verdadero/falso, evaluando la expectativa de que uno
no será capaz de superar las situaciones de la vida desagradables o bien conseguir las
cosas que uno valora en la vida. La BHS ha demostrado validez predictiva para los
suicidios consumados (Beck, Steer, Kovacs y Garrison, 1985).
ESCALA DE ACTITUDES DISFUNCIONALES
La escala de actitudes disfuncionales (DAS) (Weissman y Beck, 1978) es un
120
autoinforme compuesto de 100 ítems. Fue desarrollado para evaluar los supuestos
subyacentes y creencias que constituyen esquemas mediante los cuales los individuos
construyen sus experiencias vitales.
ESCALA DE CREENCIAS ACERCA DEL ABUSO DE SUSTANCIAS
La escala sobre las creencias acerca de la utilización de sustancias es un autoinforme
compuesto de 20 ítem que se puede evaluar mediante una escala que va de 1 a 7. Un «1»
indica que la persona está totalmente en desacuerdo con dicha sentencia. Una puntuación
de «7» significa que la persona está totalmente de acuerdo con dicha sentencia. Esta
escala mide muchas de las creencias más frecuentes acerca de la utilización de las drogas
(véase apéndice 1).
ESCALA DE PREDICCIÓN DE RECAÍDAS
Esta escala de predicción de recaídas (RPS) consiste en un autoinforme de 50 ítems.
Cada ítem se compone de situaciones que se sabe suelen disparar los impulsos de
consumir cocaína o crack. Cada situación se evalúa en dos dimensiones: «Fuerza del
impulso» y «Probabilidad de consumir», siendo en cada caso evaluadas en una escala de
0 a 5 (0 = nada a 5 = muy alta) (véase apéndice 1).
CUESTIONARIO DE CREENCIAS SOBRE EL CRAVING (CBQ)
El cuestionario de creencias sobre el craving (craving) (CBQ) es un autoinforme que
mide las creencias acerca del fenómeno asociado con el craving por consumir cocaína o
crack. Cada uno de los 28 ítems se evalúa en una escala de 1 a 7 (p. ej., 1 = totalmente
en desacuerdo y 7 = totalmente de acuerdo) (véase apéndice 1).
ESCALA DE DEPENDENCIA SOCIAL-AUTONOMÍA
La escala de dependencia social-autonomía (Beck, Epstein y Harrison, 1983) mide
dos amplias dimensiones de personalidad que se asocian con la depresión (Beck, 1967).
Una es «dependencia social», que hace referencia a la importancia que una persona
otorga a tener relaciones interpersonales para poder ser feliz. La segunda es
«autonomía», que hace referencia a la cantidad de logros o éxito que una persona cree
que debe conseguir para poder ser feliz.
Cada una de las sesenta cuestiones preguntan al encuestado que evalúe en qué
121
medida puede aplicarse a sí mismo una oración. La mitad de las cuestiones indican un
estilo de personalidad con dependencia social y la otra mitad indican un estilo de
personalidad autónomo. Un ejemplo de ítem de la escala de dependencia social es
«Encuentro difícil decir no a las personas». Existen cinco respuestas posibles —esto es
característico de mí un a) 0 %, b) 25 %, c) 50 %, d) 75 % y e) 100 % de mi tiempo—.
Las puntuaciones en dependencia social y autonomía se suman de forma separada; por
tanto, una persona puede puntuar alto en ambas escalas y bajo en las dos.
Resumen
La finalidad de este capítulo ha sido la de proporcionar al terapeuta una metodología
amplia que le permita conseguir una sólida formulación del caso.
Empezamos razonando que hay que dar importancia a una buena formulación del
caso, y sugiriendo preguntas clave que el terapeuta pueda hacer cuando está tratando a
los pacientes con abuso de sustancias. Luego, introducimos lo que consideramos los diez
componentes fundamentales de dicha formulación: a) datos sobre la infancia relevantes;
b) problemas vitales presentes; c) creencias nucleares; d) supuestos, creencias y reglas
condicionales; e) estrategias compensadoras; f) situaciones con vulnerabilidad; g) PA
(pensamientos automáticos); h) emociones; i) conductas, y j) integración de toda esta
información. Hemos descrito detalladamente cada componente, presentando ejemplos
pertinentes y seguido de un caso de estudio ilustrativo.
Posteriormente hemos revisado los métodos para reunir y organizar la información
para la formulación del caso. Hemos introducido una hoja resumen para la
conceptualización, proporcionando una explicación de cómo se utiliza y hemos señalado
ejemplos que ayuden a la descripción de la forma de usar dicha hoja. Este capítulo
concluye con una descripción de ocho cuestionarios de autoinforme utilizados para
proporcionar información que den acceso a una formulación sólida del caso.
122
CAPÍTULO 6
ESTRUCTURA DE LA SESIÓN TERAPÉUTICA
La estructuración de la sesión terapéutica es una de las características más
importantes y esenciales de la terapia cognitiva, por las siguientes razones: 1. A lo largo
de una sesión típica de 50 minutos, las personas con abuso de sustancias suelen exponer
gran cantidad de material que hay que discutir, tanto los pacientes que llevan mucho
tiempo en terapia como en el caso de crisis agudas, y el problema es que el tiempo de la
sesión es limitado. Si se estructura la sesión tendremos la oportunidad de hacer el mejor
uso del tiempo posible. El paciente y el terapeuta han de colaborar para poder manejar de
la forma más efectiva posible los problemas pendientes en el tiempo permitido. 2. La
estructuración de la terapia ayuda a centrarse en los problemas presentes más
importantes. 3. Aprender nuevas habilidades, como mejor resolución de problemas,
requiere un trabajo duro. La estructuración de la sesión de terapia predispone el tono
necesario para una atmósfera de trabajo. 4. Las sesiones estructuradas ayudan a evitar
aquellos momentos en que se va un poco a la deriva en la terapia, perdiendo la
continuidad de una sesión a otra. Saber cuáles son los elementos que forman una sesión
terapéutica facilita la adherencia al modelo cognitivo y minimiza las oportunidades de
que se vaya sin un rumbo fijo en la terapia.
Este capítulo se centra en ocho elementos importantes en la estructura de una sesión:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
Establecer la agenda.
Chequear el estado de ánimo.
Tender un puente con la última sesión.
Comentar los ítems que hoy tenemos en la agenda.
Interrogatorio socrático.
Resúmenes parciales.
Asignación de actividades entre sesiones.
Feedback en la sesión de terapia.
Establecer la agenda
123
El tiempo es precioso. Establecer una agenda nos ayudará a utilizar de forma
eficiente el tiempo y proporcionará un objetivo a la sesión de terapia. También enseña a
los pacientes a establecer prioridades, ya que, normalmente, dicha habilidad suele ser
deficiente en los individuos impulsivos y adictos a las drogas. Como pasan mucho
tiempo buscando, consumiendo y recuperándose del uso de las drogas, los pacientes
pierden muy poco tiempo centrándose en solucionar otros problemas, muy abundantes
en sus vidas.
Establecer una agenda tiene también un efecto opuesto en la alianza terapéutica.
Refuerza el acuerdo de colaboración entre el paciente y el terapeuta, ya que cada parte
tiene su oportunidad de contribuir al proceso de terapia. Esto permite que el paciente y el
terapeuta señalen objetivos específicos (véase capítulo 8) para dicha sesión y discutir si
es apropiado, o no, centrarse en dichos aspectos específicos. También, permitirá que el
paciente moldee formas de resolver conflictos más adecuadas, por ejemplo, cuando los
puntos de la agenda del paciente parecen incompatibles con los que el terapeuta quiere
plantear. Esto sucede en el caso en que el paciente diga: «Me gustaría darte todos los
detalles… Sólo quiero desahogarme… Hará que me sienta mejor». Para poder preservar
la colaboración, el terapeuta debe llegar a un acuerdo con dicho paciente de forma que
una parte de la sesión sirva para «desahogarse», pero que se sugiera que también han de
tratarse otros temas, como la ambivalencia acerca de la abstinencia, abuso continuado de
las drogas y los estímulos que disparan su consumo.
Algunos pacientes tienen muy poca tolerancia ante la ansiedad y, por tanto, evitan
sacar a relucir temas que provoquen malestar. Cuando los terapeutas proporcionan
argumentos para incluir dichos temas en la agenda a pesar del malestar que les
provoquen, ayuda a evitar confrontaciones de poder entre ellos y sus pacientes. Los
terapeutas también deben utilizar correctamente, de manera colaborativa, la agenda,
demostrando empatía frente a sus pacientes y sus reticencias a discutir algunos puntos
candentes, como los problemas de abuso de sustancias de sus esposas.
A veces, los terapeutas necesitan ser flexibles a la hora de establecer la agenda. Los
pacientes a menudo llegan a la sesión con una crisis, como cuando les acaban de
despedir de un trabajo o han sido abandonados por su esposa. Este tipo de problemas
requiere de una atención inmediata, suplantando los problemas previstos en la sesión.
Igualmente, un desliz o recaída se debe tratar de inmediato porque los pacientes que han
consumido, frecuentemente, se sienten indefensos acerca de su habilidad para apartarse
de las drogas y, por tanto, tienen mayor riesgo de una recaída total. Esto, a su vez, lleva a
124
sentirse desesperanzado acerca de la terapia y puede precipitar un abandono prematuro
del tratamiento.
Un aspecto importante que cabe recordar es la importancia de que el terapeuta no sea
rígido o dictatorial para establecer y seguir la agenda. Por ejemplo, cuando parece claro
que un ítem de la agenda que tiene mucha prioridad necesitará de la mayor parte de la
sesión para poder ser tratado adecuadamente, el terapeuta necesitará aparcar los ítems
que sean menos importantes. También, los terapeutas pueden modificar la agenda
chequeando periódicamente el número de ítems de la misma que han de ser tratados y la
cantidad de tiempo destinado a la sesión de terapia. Si no hay tiempo suficiente, entonces
el paciente y el terapeuta colaborarán a la hora de decidir qué temas de la agenda han de
ser pospuestos.
El texto que viene a continuación es una transcripción del principio de una sesión de
terapia, en la que el terapeuta y el paciente están colaborando para establecer la agenda.
Al leer esta transcripción, téngase en mente que el terapeuta está trabajando con el
paciente para establecer una agenda apropiada con un problema primordial específico, o
sea mantener una agenda que encaje en la cantidad de tiempo disponible en la sesión de
terapia y priorizar los temas.
TE: Bien, ¿en qué quieres centrarte hoy?
PT: Hay algunas cosas, pero ya sabes… lo que ahora me preocupa… es que necesito un
trabajo.
TE: Eso es algo importante para ponerlo hoy en la agenda. ¿Hay alguna otra cosa de la
que necesitemos hablar? Por ejemplo, ¿la frecuencia con que consumes droga
actualmente?
PT: No, voy bien en lo que hace referencia a las drogas.
TE: ¿Cuánto has tomado desde la última vez que te vi?
PT: Nada.
TE: ¿Nada?
PT: Nada. Ahora voy a mis grupos de reunión.
TE: ¿Ni bebida? ¿Ni alcohol?
PT: Nada.
TE: De acuerdo.
PT: Cuando me levanto por la mañana, ahora ya no tengo realmente esos craving por las
drogas. ¿Sabes lo que quiero decir? Por tanto, ahora sólo tengo que poner esta energía
125
en levantarme por la mañana, salir y conseguir un trabajo. Ése es el problema real;
asegurémonos de que lo tratamos.
TE: Vale. Lo que haré es escribir en la pizarra una lista de cosas que tenemos que tratar.
Hoy no seremos capaces de hacerlo todo. Primero, tenemos «encontrar un trabajo» —
dificultad en levantarse por la mañana para ir a buscar uno—. Lo siguiente que voy a
poner tiene que ver con los craving. Así, en algún momento de hoy, me gustaría
hablar acerca de lo que te pasó y te condujo a tu último desliz con las drogas. El
objetivo de eso es que te familiarices con lo que te pasó y así lo puedas reconocer
cuando te sientas mal, qué es lo que te conduce a ello, e intentar proponer algunas
formas para mantenerte y no caer de nuevo en el uso de las drogas. Primero en el
alcohol, luego en la coca y después en la heroína. Y, también, necesitamos repasar las
actividades asignadas la semana pasada.
PT: Lo más importante es encontrar un trabajo.
TE: Bien, puede que podamos empezar por ello. ¿Hay alguna otra cosa en la que quieras
que nos centremos?
PT: No, está bien así.
Tal y como ilustra esta breve transcripción, el terapeuta establece el escenario para
centrarse en dos objetivos básicos para el tratamiento: «¿Qué te pasó para que tuvieras
un desliz?» y practicar resolución de problemas: «Encontrar un trabajo… dificultad a la
hora de levantarse». El terapeuta preguntó dos o tres cuestiones importantes y que se
deben plantear en cada sesión: a) ¿has tomado drogas o alcohol desde la última sesión?;
b) ¿has tenido algún impulso o craving?, y c) ¿hay alguna situación, de aquí hasta
nuestra próxima sesión, en la que corras el riesgo de consumir? (Esta pregunta no fue
formulada por el terapeuta.)
Chequear el estado de ánimo
Como la depresión, la ansiedad y la desesperación son estímulos internos que tienen
el potencial de disparar la utilización continuada y/o la recaída, es importante controlar
estos (y otros) estados. Los terapeutas deben prestar especial atención a los sentimientos
de desesperanza, ya que se ha demostrado que un punto de vista marcadamente negativo
respecto al futuro es uno de los mejores predictores de suicidio (Beck, Steer y otros,
1985).
Es deseable que el paciente complete el BDI, el BAI y el BHS en cada sesión (véase
126
capítulo 5, para las descripciones de estos cuestionarios). Las puntuaciones con su
significado se deben comentar con el paciente, especialmente si hay cambios
sustanciales en las mismas. A veces puede haber cambios en el estado de ánimo medidos
por estos instrumentos, pero el paciente podría no ser consciente de los mismos. Por
tanto, el terapeuta debe preguntar al paciente si se ha percibido de dichos cambios. El
terapeuta puede decir: «Tu puntuación en el BDI es más alta esta semana, lo que podría
indicar que estás sintiéndote más deprimido. ¿Estás de acuerdo con eso?».
Hay una serie de aspectos importantes que cabe recordar: a) el estado de ánimo es
una variable importante en relación con el consumo de droga y su recaída; b) la
desesperación es uno de los mejores predictores de suicidio; c) los niveles de estado de
ánimo han de medirse en cada sesión, y d) los terapeutas deberían comentar las
puntuaciones obtenidas en el BDI, BAI y BHS con sus pacientes.
Tender un puente con la última sesión
Las personas que abusan del alcohol o las drogas suelen tener vidas caóticas; por
tanto, es fácil que los terapeutas se vean envueltos en un discurso en el que se salta de un
tema a otro de manera inconexa. Los terapeutas deberían pensar cuidadosamente cómo
seguir con cierta coherencia y mantener una continuidad a lo largo de las sesiones de
terapia. Se deberían preguntar a ellos mismos: «¿Cómo se relacionan los puntos de la
agenda actual con los planteados en la sesión anterior?» y «¿Cómo se relacionan estos
puntos con los objetivos generales del tratamiento?».
El terapeuta también revisa el feedback del paciente acerca de la sesión anterior. Hay
dos formas de conseguirlo. Primero, el terapeuta pregunta al paciente si hay algún asunto
pendiente que no hubiesen comentado en la última sesión, incluyendo cualquier reacción
negativa que haya tenido. Segundo, el terapeuta debe reflexionar sobre el Informe del
paciente sobre la sesión de terapia (véase apéndice 5), que los pacientes completan
después de cada sesión. Normalmente suele ser breve; sin embargo, algunas respuestas
requieren una atención considerable y bastante tiempo para tratarlas. Por ejemplo, un
paciente explicaba después de la última sesión que no esperaba hacer ningún progreso
en aquel momento, que realmente no había hecho ningún progreso y que no esperaba
tampoco hacer ningún progreso en las futuras sesiones. El terapeuta, dándose cuenta de
que el feedback del paciente indicaba puntos de vista muy negativos sobre la terapia,
sugirió que se debería hablar de ello con tiempo suficiente en aquella sesión de terapia.
Para hacerse una idea del mundo del paciente, es de mucha utilidad repasar brevemente
127
la vida del mismo durante la última semana. Los terapeutas pueden utilizar registros o
listas de actividades para estructurar esta revisión. También deben animar a sus pacientes
a que esta revisión sea lo más breve posible, de forma que no se convierta en una vaga
charla sobre las actividades del paciente con la que se pierda el valioso tiempo de la
sesión.
Comentar los puntos que hoy tenemos en la agenda
Cuando el paciente y el terapeuta empiezan a comentar los temas de la agenda en los
que han de ponerse de acuerdo en esa sesión, deben tener presente los siguientes
aspectos. Primero, es importante priorizar una lista de aspectos. No siempre es posible
discutir cada punto dentro de los límites de tiempo de cada sesión. Algunos puntos se
deben posponer hasta la siguiente sesión. Por tanto, lo que más sentido tiene es
determinar qué tema o temas son esenciales para abordar en la sesión actual, y plantear
primero estos aspectos. Cuando se proceda de esta manera, el terapeuta evitará
problemas desafortunados como, por ejemplo, que la sesión entera se pierda en las
quejas del paciente sobre los problemas de su coche, para descubrir, cuando la sesión ya
ha terminado, que el paciente empezó a beber compulsivamente después de que su mujer
lo abandonara. Evidentemente, este último aspecto se debería presentar primero y antes
que todo, no sólo durante los dos últimos minutos, al final de la sesión.
Segundo, los terapeutas deben estar alerta sobre las tendencias de los pacientes a
olvidarse de los ítems de la agenda, plantear temas irrelevantes y tangenciales. Una frase
educada pero rápida, como «No me gustaría interrumpir, pero creo que debemos volver a
centrarnos en el tema sobre el que empezamos a hablar», normalmente suele ser
suficiente. A veces, cuando parece que los pacientes se «desvían» de, incluso, los
aspectos más importantes (p. ej., un comentario sobre el matrimonio del paciente lleva a
percibir un indicio de que el paciente pueda estar contemplando la posibilidad del
suicidio) es aconsejable que el terapeuta cambie de sentido y pueda acomodarlo, y seguir
con estos aspectos importantes revisando su agenda. En general, los aspectos que suelen
sobrepasar en importancia a los otros de la agenda son la utilización de la droga por el
paciente, suicidio o desesperanza acerca de la terapia.
Tercero, los terapeutas deben ser conscientes del tiempo de la sesión, ya que hay que
cubrir varios aspectos con suficiente amplitud y profundidad y, por tanto, las transiciones
de un ítem de la agenda al siguiente se deben hacer de forma oportuna. A veces los
terapeutas pueden introducir la siguiente pregunta para facilitar este proceso: «Estamos a
128
mitad de la sesión, y tenemos que tomar una decisión. ¿Deberíamos seguir hablando
acerca de este tema un poco más o tendría sentido que lo zanjáramos y pasáramos al
siguiente ítem?». Ésta es una forma colaborativa y flexible de seguir centrado en el
material terapéutico valioso y ser tan eficiente como se pueda para hacer el mejor uso
posible del valioso tiempo de la sesión terapéutica.
Cuarto, los terapeutas no deberían dejarse bloquear por los pacientes cuando
contestan «No lo sé», después de preguntarles qué aspectos se deben plantear como parte
de la agenda. (De hecho, los buenos terapeutas cognitivos casi nunca aceptan un «No lo
sé» por respuesta. Persisten educadamente, encuentran maneras alternativas de formular
la pregunta o bien instan al paciente a que delibere más.) Por el contrario, los terapeutas
deben explicar que una de las responsabilidades del paciente en la terapia es pensar
acerca de qué le gustaría hablar en la sesión. Primero, el terapeuta debe ayudar al
paciente sugiriéndole algunos temas de la agenda, preguntándole: «¿Cuál de estos
aspectos es más importante para ti?». El terapeuta también puede preguntar: «¿Qué ha
pasado por tu cabeza últimamente?, ¿Qué hay en tu mente ahora?». Más adelante, si el
paciente continúa sin querer hablar o es incapaz de generar los aspectos necesarios para
el debate, este problema, por sí mismo, se puede convertir en un ítem importante de la
agenda. Por ejemplo, el terapeuta puede decir: «Discutamos tus dificultades para pensar
los temas de los que debemos hablar a lo largo de la sesión. Intentemos descubrir dónde
está el problema, y cómo superarlo». Al hacerlo, el terapeuta evita caer en la trampa de
aceptar la desesperación del paciente, o su resistencia, como algo inmodificable.
Además, el paciente aprende que decir «No lo sé», no le servirá, y que esta estrategia
fallará como forma intencionada de escapar del trabajo de la terapia.
Interrogatorio socrático
Overholser (1987, 1988) define el interrogatorio socrático como un método de
intervención que anima al paciente a contemplar, evaluar y sintetizar diversas fuentes de
información. Este tipo de interrogatorio, también conocido como «descubrimiento
guiado» se utiliza a lo largo de toda la sesión.
A diferencia de las típicas preguntas diseñadas por el terapeuta para recoger
información en relación con la frecuencia, intensidad y duración de los problemas de
abuso de sustancias, el interrogatorio socrático se utiliza para que el paciente tome
conciencia de la información. Por tanto, el interrogatorio socrático tiene como finalidad
proporcionar insight y mejorar el proceso racional de toma de decisiones. Las preguntas
129
se deben hacer de forma que estimulen el pensamiento e incrementen la conciencia,
antes que pensar que requieren de una respuesta correcta. La elección correcta, el fraseo
y la ordenación de las preguntas tienen un efecto muy notable en la organización del
pensamiento del paciente. Es más, hemos encontrado que la mayoría de los pacientes
que abusan de las drogas responden más favorablemente a las preguntas exploratorias,
que a las «lecciones» didácticas del terapeuta.
El interrogatorio socrático es una técnica muy eficaz cuando se están discutiendo
varios puntos de la agenda. Los terapeutas formulan preguntas, de tal forma que éstas
ayuden a los pacientes a examinar su pensamiento, a reflexionar sobre conclusiones
erróneas y, a veces, a descubrir soluciones mejores para los problemas. Esto,
frecuentemente, lleva a que los pacientes se pregunten a sí mismos y, por tanto, a
conseguir más objetividad de sus propios pensamientos, motivaciones y conductas.
Asimismo, el interrogatorio socrático establece una atmósfera sin juicios, libre y, por
tanto, facilita la colaboración entre paciente y terapeuta. Esto facilita que los pacientes
obtengan sus propias conclusiones acerca de la seriedad de su problema con el abuso de
las drogas.
Como regla básica, los terapeutas deberían empezar a utilizar el interrogatorio
socrático desde el principio del tratamiento. Éste ayuda a orientar a los pacientes hacia
un modo de pensar activo. Si los terapeutas encuentran que el interrogatorio socrático es
demasiado duro para los pacientes y no les ayuda, entonces deberían escoger una forma
más directa, como señalar inconsistencias y errores en el pensamiento, o bien
preguntando al paciente si está de acuerdo en seguir con esta lógica.
Aunque es importante utilizar el interrogatorio para explorar problemas y ayudar a
los pacientes a sacar sus propias conclusiones, debería existir un equilibrio entre las
preguntas y otros modos de intervención más directos, como la reflexión, clarificación,
dar feedback y educar al paciente. El siguiente diálogo ilustra dicho equilibrio, donde el
terapeuta empieza con la evaluación de algunas cuestiones básicas:
TE: Charleen, ¿has tomado drogas o alcohol esta semana?
PT: No, nada. Llevo ya más de un mes.
TE: ¿Qué me dices de la medicación para el dolor que te dio el dentista?
PT: ¿Qué quieres decir?
TE: Bien, tengo una serie de preguntas. Primero, ¿estás tomando la cantidad que se
supone debes tomar, y no más? ¿Lo tomas cuando se supone que lo debes tomar y no
más frecuentemente?
130
PT: Estoy haciendo lo que se supone que tengo que hacer, así que no te preocupes.
TE: ¿Sabes por qué te lo pregunto? ¿Sabes por qué me preocupa?
PT: Sí, porque me dijiste que la medicación para el dolor es igual que una droga.
TE: No es igual que una droga. Es una droga. Es como un narcótico moderado.
PT: Y me puedo volver adicta a ella.
TE: Correcto. ¿Y sabes por qué estoy preocupado por la cantidad y frecuencia con que
la estás tomando?
PT: No.
TE: Piensa en ello un minuto. ¿Por qué crees que deberíamos preocuparnos por eso?
PT: No lo sé.
TE: Bien, reconozco que no sabes exactamente por qué, pero podrías intentar adivinar
algunas razones que lo expliquen. No tendré ningún problema en explicarte mis
razones después de conocer tu teoría.
Podemos apreciar que el terapeuta está formulando toda una serie de preguntas
abiertas, con la esperanza de que el paciente empiece a pensar activamente en esta
sesión. El hecho de que el paciente no responda a la última cuestión no disuade al
terapeuta. En vez de eso, encuentra una forma (con mucho tacto e instándole a colaborar)
de animar al paciente a que aplique un poco de esfuerzo cognitivo. Más adelante,
planifica «recompensar» al paciente por su esfuerzo, dándole información adicional para
poder educarle sobre los peligros de las medicaciones contra el dolor, cuando se está
recuperando de una adicción. Sin embargo, primero continuará con una serie de
preguntas socráticas.
PT: Supongo que si tomo más de lo que debo, podría volverme adicta más rápidamente.
TE: Correcto. ¿Qué más?
PT: Podría colocarme con la medicación contra el dolor, perder el control y salir a buscar
otras drogas.
TE: Completamente de acuerdo, una respuesta excelente. ¿Ves?, lo comprendes muy
bien. ¿Algo más que puedas pensar?
PT: No, realmente no.
TE: Bien, pues, ten en cuenta esto. ¿Qué pasaría si agotaras la medicación para el dolor
antes del tiempo que se supone que te ha de durar?
PT: Necesitaría más.
TE: Sí, pero si el dentista sabe que se supone que tu medicación no debería haberse
131
agotado aún, y realmente estás pidiendo más, ¿qué ocurriría?
PT: Diría que no.
TE: ¿Qué harías entonces?
PT: Debería encontrar otras formas de matar el dolor.
TE: ¿Como qué?
PT: Como el whisky (risas).
TE: ¿Por qué sería eso un problema?
PT: Porque entonces rompería mi resolución de mantenerme fuera de aquellas cosas que
no debo tomar.
TE: ¿Y solamente beberías whisky?
PT: Si tuviese la oportunidad también usaría crack.
TE: Bien. Ahora has trabajado duro para llegar a este punto. Sería una lástima que
volvieras atrás por culpa de tomar demasiada medicación contra el dolor.
PT: Estoy de acuerdo.
TE: Por tanto, Charleen, ¿has estado tomando la medicación tal y como se te prescribió?
PT: Sí, pero todavía tengo dolor, así que he estado tomando también advil y tylenol. 1
En este punto, el terapeuta está satisfecho de que la paciente haya llegado a sus
propias conclusiones, y le advierte de que puede estar arriesgándose a tener un desliz o
una recaída grave si utiliza incorrectamente las medicaciones que le han prescrito. Al
mismo tiempo, ha oído algo que le ha preocupado un poco; por tanto, le hará alguna
pregunta con la idea de que se lo clarifique, antes de seguir con la educación didáctica no
socrática.
TE: Mm… ¿Estás tomando más medicaciones? ¿Cuánto?
PT: (Empezando a molestarse) Hasta que me sienta mejor, ¡para eso lo tomo!
PT: ¿Has leído las instrucciones antes de tomar estas medicaciones permitidas?
TE: No, sólo las tomo hasta que me siento mejor.
PT: Charleen, por favor, ten paciencia conmigo unos minutos. Puedo decirte que te estás
poniendo en mi contra y a mí no me gustaría que te enfadases, pero esto es importante.
¿Quieres escucharme?
PT: ¿Tengo otra opción?
TE: Si, claro. Puedes ignorarme si quieres, pero espero que me des una oportunidad de
decir lo que pienso antes de decidir si no vas a considerarlo.
PT: Adelante, pues.
132
TE: Gracias, agradezco que seas buena persona. Charleen, los medicamentos tienen
instrucciones y existen buenas razones para ello. Si las personas ignoraran dichas
pautas, podrían sufrir una sobredosis. O bien, podrían causar algo llamado
«interacciones» con otras drogas. En tu caso, las medicaciones permitidas se podrían
combinar con la medicación del dentista y crear un efecto en tu cuerpo que es igual a
muchas, muchas, muchas medicaciones, que podrían ser peligrosas. También —y no
estoy seguro que sepas esto— cada vez que una persona toma una medicación contra
el dolor disminuye la capacidad natural de su cuerpo para acabar con el dolor. Así, si
tomas demasiado de alguna cosa, puede suprimir tu capacidad para sentirte bien
después de que dejes de tomar la medicación. Ya ves, si la medicación se acaba y tú
has eliminado la capacidad natural de tu cuerpo de mitigar el dolor, lo que ocurrirá es
que tendrás abstinencia y mucho malestar. Entonces no serás capaz de conseguir un
sustituto de la medicación del dentista y probablemente pensarás que no tienes más
opción que beber whisky o conseguir crack. Por eso es tan importante para ti tomar
sólo aquello que te han prescrito y nada más, ni siquiera medicación permitida. ¿Me
sigues?
PT: ¿Quieres decir que si tomo estas medicaciones mi cuerpo nunca será capaz de matar
el dolor por sí mismo?
TE: No, «nunca» no. Sólo se suprimirá unos días; así es la fase de abstinencia, igual para
todas las drogas. Pero ¿puedes dejar de tomar drogas durante unos días cuando tienes
dolor?
PT: De ninguna manera.
TE: Eso es lo que quiero decir. Si sigues de esta forma como hasta ahora, existe el
peligro que utilices de nuevo alcohol y crack, sobre todo cuando se te acabe la receta.
PT: Ya veo. ¿Qué debería hacer?
TE: Buena pregunta. ¿Puedo devolvértela? ¿Qué crees que deberías hacer?
Ahora, el terapeuta cambia al estilo de interrogatorio socrático.
PT: Creo que debería dejar de tomar advil y tylenol.
TE: ¿Y qué me dices de la medicación del dentista?
PT: Creo que debo asegurarme y leer las instrucciones.
TE: Pero ¿qué pasará si haces exactamente lo que se supone que debes hacer y todavía
tienes dolor?
PT: No lo sé.
133
TE: ¿Qué piensas que haría yo en tu lugar?
PT: Llamarías al dentista.
TE: Sí, eso haría. ¿Qué más?
PT: Intentarías distraerte a ti mismo con actividades, ¿correcto?
TE: ¡Sí! ¿Podrías intentarlo?
PT: Sí, podría.
TE: ¿Qué tipo de cosas podrías hacer?
El terapeuta continuó haciendo preguntas abiertas de forma que Charleen pudiese
generar sus propias intervenciones, más adecuadas para ella y con más probabilidades de
que las siguiera que aquellas intervenciones simplemente dirigidas por el terapeuta. Por
tanto, este diálogo ha demostrado que una mezcla de intervenciones, desde la educación,
clarificación y el interrogatorio socrático, puede ayudar a los pacientes a realizar un
trabajo importante en la sesión, y sacar así a la luz la máxima cantidad de información y
cooperación.
Resúmenes parciales
El resumen parcial es una parte importante del proceso de aprendizaje en las sesiones
de terapia. Como regla general, tanto el terapeuta como el paciente deberían resumir lo
que se ha tratado en una sesión, al menos un mínimo de tres veces. Esto proporciona la
oportunidad de ajustar las agendas y de mantener el enfoque u objetivo central de la
sesión terapéutica. El primer resumen parcial se realiza habitualmente después de que la
agenda se haya establecido, el segundo, aproximadamente a la primera mitad de la
sesión terapéutica y el último al finalizar la sesión de terapia, en la conclusión.
El primer resumen ayuda a los pacientes a hacer una conexión entre la agenda de la
sesión presente y los objetivos a largo plazo de la terapia. El siguiente diálogo reproduce
un resumen parcial típico:
TE: Bien, resumamos en qué vamos a centrarnos hoy. Un aspecto es la situación en la
que tú muestras un impulso muy fuerte de ir a buscar crack. Segundo, es tu situación
en el trabajo. Estás preocupada por el hecho de que te despidan. ¿Me dejo algo?
PT: No, eso es todo.
TE: Ambos aspectos encajan perfectamente con tus metas de tratamiento a largo plazo:
una de ellas es ser capaz de afrontar los impulsos de tomar crack, encontrar otros
134
métodos para afrontar la ansiedad y, al final, tus preocupaciones acerca del trabajo y
ahorrar dinero. ¿Ves como están conectados?
PT: Sí, tiene sentido.
El segundo resumen ayuda al terapeuta a retomar sus propios pensamientos, a decidir
qué hay que hacer seguidamente (como pasar al siguiente ítem de la agenda), dar a
entender que el paciente es comprendido y proporcionarle una oportunidad para corregir
cualquier malentendido y hacer que el proceso terapéutico parezca más comprensible.
En principio, durante el tratamiento el último resumen lo realiza el terapeuta. Sin
embargo, a medida que la terapia progresa, el terapeuta puede avanzar mucho y permitir
que el paciente realice el resumen final. Cuando los pacientes hacen el resumen, esto les
da la oportunidad de procesar toda la sesión, y permite al terapeuta comprobar la
comprensión del paciente respecto a cómo ha ido la sesión. Es más, los pacientes
mejoran su retención de los contenidos de la sesión cuando recuerdan activamente lo que
se ha tratado.
Asignación de actividades entre sesiones
La asignación de actividades entre sesiones es una empresa común en la que el
terapeuta y el paciente colaboran y se ponen de acuerdo como un equipo. Sus dos
funciones primordiales son: servir de puente entre las sesiones, asegurando que el
paciente continúa trabajando en sus problemas, y proporcionar una oportunidad al
paciente de recoger información para evaluar sus creencias erróneas e intentar nuevas
conductas (Blackburn y Davidson, 1990).
Se anima a los pacientes a considerar su trabajo en casa como un componente vital e
integral del tratamiento (Burns y Auerbach, 1992; Burns y Nolen-Hoeksema, 1991;
Persons, Burns y Perloff, 1988). Como la sesión de terapia tiene un tiempo limitado,
normalmente menos de una hora, las actividades asignadas son un aspecto
extremadamente importante, ya que ofrecen oportunidades continuas a los pacientes de
practicar varias habilidades que se les han enseñado en la sesión de terapia.
Lo mejor es asignar actividades entre sesiones que se deriven de la sesión de terapia,
ya que dichas actividades resultan más efectivas cuando son una extensión lógica de la
sesión de terapia (Newman, 1993). Esto se puede hacer revisando qué ha ocurrido en la
sesión de terapia y, después, centrándose en cómo estos aspectos o lecciones pueden
continuar y ser reforzados fuera del tratamiento. De manera ideal, estas asignaciones al
135
final conducirán a la utilización continuada de las nuevas habilidades, incluso después de
concluir el tratamiento formal.
Normalmente se aconseja introducir como uno de los primeros puntos de la agenda la
necesidad de revisar las actividades asignadas la sesión anterior. Cuando se realiza de
esta forma, los terapeutas dan a entender a los pacientes que dichas actividades entre
sesiones son una parte muy importante del proceso terapéutico (Burns y Auerbach,
1992). También, al revisar las actividades de las sesiones anteriores los terapeutas
pueden corregir los errores de los pacientes al inicio del tratamiento, como por ejemplo,
a la hora de completar la hoja de registro diario de pensamientos (RDP) (véase capítulo
9). Si los terapeutas revisan las actividades asignadas, se podrán asegurar de que los
pacientes practican correctamente nuevas habilidades cognitivas y conductuales.
Los terapeutas que olvidan revisar las actividades asignadas en cada sesión acaban
provocando o creando tres problemas. Primero, los pacientes suelen acabar pensando
que las actividades que se les asigna entre sesiones no son algo importante y, por tanto,
el tratamiento se convierte en «algo que les hacen a ellos», y no algo en lo que ellos
tengan que trabajar activamente incluso en ausencia del terapeuta. Segundo, los
terapeutas pierden oportunidades de poder corregir errores de los pacientes como
respuestas racionales inadecuadas ante sus pensamientos automáticos. Tercero, los
terapeutas pierden su oportunidad de extraer lecciones que puedan ser muy útiles a partir
de las actividades realizadas y reforzar así dichas lecciones.
El terapeuta puede minimizar la falta de cumplimiento del paciente, asegurándose de
que explica las razones de las actividades entre sesiones que asigna y comentando con el
paciente cualquier posible dificultad que se pueda presentar (Newman, 1993). Por
ejemplo, el terapeuta puede preguntar: «¿Qué cosas podrían ocurrir que hicieran que
tuvieras que completar la tarea?» o/y «¿Cuál es la probabilidad de que puedas completar
la tarea?». Además, si el terapeuta tiene alguna duda acerca de la comprensión del
paciente sobre la tarea, debería, si es posible, repasar la asignación de la misma antes de
que el paciente se marche.
Si el paciente no cumple la asignación de las tareas entre sesiones, los terapeutas
deberán abordar dicho problema. Uno de los métodos es utilizar el inventario de
«Posibles razones para que no se realicen las tareas de autoayuda asignadas entre
sesiones» (véase apéndice 6). Este inventario permite identificar aquellas razones por las
cuales los pacientes no suelen cumplir con las actividades entre sesiones que les han sido
asignadas. Los terapeutas pueden sacar una copia de esta lista y pedir al paciente que
seleccione aquellos puntos que en su caso corresponden al hecho de no haber realizado
136
la tarea. Éstos son algunos ejemplos de los temas incluidos en dicho inventario: «No he
tenido suficiente tiempo, estoy demasiado ocupado», «Me siento desesperanzado y no
creo que realmente pueda llegar a hacer nada de lo que trato de hacer» y «Me parece que
no hay nada que me pueda ayudar, así que no tiene sentido que lo intente».
Estas creencias se convierten en nuevos objetivos, tanto para examinarlos como para
evaluarlos. En resumen, la asignación de actividades entre sesiones funciona como un
puente o enlace entre las sesiones de terapia y proporciona una oportunidad para probar
las creencias y practicar habilidades desarrolladas en la sesión. La tarea debe ser una
extensión lógica de la sesión y ser apropiada a los objetivos de la terapia. Los terapeutas
pueden minimizar la falta de cumplimiento, explicando razones de por qué se asignan
dichas actividades y discutiendo con el paciente posibles dificultades que puedan surgir.
Para facilitar la comprensión del paciente, se pueden repasar las actividades asignadas en
la sesión. Los terapeutas deberían explicar la importancia de dichas actividades y se
aconseja que revisen dichas tareas en cada sesión. Cuando no se cumplen, dicho aspecto
se debería discutir como un ítem más de la agenda de la sesión. Pueden averiguarse las
razones que los pacientes exponen para no hacer las actividades que se les han asignado
a través de preguntas o mediante un inventario, y estas razones son tratadas como
creencias que hay que evaluar.
Feedback en la sesión de terapia
Los terapeutas y los pacientes intercambian feedback de manera regular durante las
sesiones de terapia. A lo largo de la sesión, el terapeuta hace preguntas para estar seguro
de que el paciente comprende lo que aquél le ha dicho y hacia dónde se está
encaminando. Por ejemplo, el terapeuta podría preguntar: «¿Puedes decirme qué aspecto
estoy intentando tratar con estas preguntas?». A veces los pacientes no comprenden lo
que está intentando conseguir el terapeuta. Hacer preguntas en estos momentos permite
que, tanto el paciente como el terapeuta, clarifiquen los mensajes que no quedan bien
especificados durante la sesión de terapia. Al final de la sesión, el terapeuta debería
intentar obtener feedback del paciente con respecto a lo que ha aprendido durante la
sesión, cómo se ha sentido el paciente durante la sesión de terapia y cómo se siente
acerca de la terapia en general.
Por ejemplo, el terapeuta podría formular las siguientes cuestiones: «¿Qué has sacado
en claro de la sesión de hoy?», «¿Hay algo que yo haya dicho o hecho que te haya
molestado en la sesión de hoy?», «¿Crees que estamos llevando a cabo algo útil?».
137
Otras formas de generar feedback lo constituye responder a la conducta no verbal en
la sesión de terapia. Por ejemplo, si el terapeuta aprecia que el paciente frunce el ceño,
debería decirle: «Acabo de apreciar que tienes un aire de duda en tu rostro. ¿Qué te pasa
por la cabeza en estos momentos?». Esta estrategia suele ser eficaz para provocar un
feedback valioso.
Los principales aspectos que hay que recordar son que el terapeuta se debería esforzar
y llegar a ser suficientemente hábil para provocar y responder al feedback verbal y no
verbal a lo largo de la sesión. Además, el terapeuta debería comprobar regularmente la
comprensión del paciente acerca de lo que se está realizando en la sesión de terapia, así
como resumir regularmente los puntos más importantes a lo largo de la sesión; esto, a su
vez, ayuda a construir una relación de colaboración muy sólida.
Resumen
En este capítulo hemos estudiado la importancia de la estructuración adecuada de la
sesión y sus ocho componentes. Establecer la agenda ayuda a sacar el máximo partido
del tiempo, mantiene las sesiones centradas en unos temas, establece una atmósfera de
trabajo adecuada y evita que la terapia se desvíe de los temas principales. Comprobar
repetidamente el estado de ánimo permite identificar cambios en el mismo que podrían
llevar a recaídas. Enlazar las sesiones permite que se adquiera una noción de continuidad
entre las mismas y mantiene la terapia centrada en los objetivos del tratamiento. Al
plantear los puntos de la agenda, los terapeutas ayudan a sus pacientes a priorizar
algunos temas de la lista, a permanecer centrados en los puntos importantes, a sacar el
máximo provecho del tiempo y a contribuir activamente al debate. Los terapeutas
también deben utilizar hábilmente, y tanto como puedan, el interrogatorio socrático, que
ayuda a los pacientes a realizar sus propios descubrimientos. Se deberían realizar
resúmenes parciales al menos tres veces a lo largo de cada sesión. Hay que hacer
entender a los pacientes la importancia de las actividades asignadas entre sesiones y se
deben tomar las medidas apropiadas para evitar la falta de cumplimiento. Los terapeutas
proporcionan y provocan feedback para clarificar y descubrir algunos aspectos que no se
han comprendido y/o malas interpretaciones de lo que está ocurriendo en la sesión.
138
CAPÍTULO 7
EDUCAR A LOS PACIENTES EN EL MODELO
COGNITIVO
Como la terapia cognitiva del abuso de sustancias es una tarea de colaboración entre
el terapeuta y el paciente, es esencial que los pacientes adquieran una comprensión
conceptual de los componentes más importantes de dicho modelo, como entender las
asociaciones y las relaciones causales entre la cognición, el afecto, la conducta, el
craving y la utilización de las drogas. Los pacientes necesitan aprender acerca del
fenómeno de los pensamientos automáticos y de los elementos más importantes para
comprobar dichas hipótesis.
Algunos terapeutas empiezan educando en el modelo de tratamiento a los pacientes
que abusan de las drogas antes de que hayan podido captar adecuadamente los
planteamientos que tienen sus pacientes de varios de sus problemas. Al hacer esto, los
terapeutas pierden la oportunidad de fomentar una atmósfera de «equipo de trabajo» que
tan importante es concretar al principio del tratamiento. Al preguntar a los pacientes por
sus puntos de vista se está ayudando a crear una relación de colaboración. En algunos
casos, los pacientes son muy conscientes de las características de sus problemas; se
sienten como bloqueados y no saben qué pasos deben tomar para conseguir soluciones
óptimas. Cuando se está recogiendo los puntos de vista de los pacientes, los terapeutas
pueden empezar a educarlos en el modelo de terapia cognitiva, centrándose en las
creencias que son inherentes a las interpretaciones que ellos hacen respecto a sus
problemas con las drogas.
Descubrir cómo los pacientes formulan sus problemas
Los pacientes con abuso de sustancias normalmente tienen explicaciones para sus
problemas con las drogas tales como «Tengo un trabajo muy estresante», «Hoy en día
todo el mundo utiliza drogas», «Es por este matrimonio; si al menos ella cambiara…», y
139
otras parecidas. Al tratar de explorar estas «razones», el terapeuta empieza a comprender
la «realidad interna» del paciente y a establecer un clima de colaboración para la terapia.
Los terapeutas preguntan a sus pacientes cómo creen que se empezó a desarrollar su
problema con la droga y de qué forma explicarían ellos las dificultades actuales en su
trabajo, en las relaciones personales, con la justicia y en otras áreas importantes de su
vida. Además, los terapeutas indagan acerca de lo que los pacientes piensan que deberían
hacer para solucionar sus problemas con las drogas. De igual forma, el terapeuta
pregunta al paciente por qué cree que no ha intentado, o no ha sido capaz de, solucionar
hasta ese momento su problema con las drogas y otros problemas generales de su vida.
Aunque los pacientes expondrán lo que en apariencia son razones comprensibles de
su abuso de las drogas, normalmente muestran algún resquicio de duda (¡al igual que sus
terapeutas escépticos!). El grado en que ellos mismos se creen sus propias explicaciones
se puede evaluar haciendo que puntúen en una escala de 0 a 100, donde 0 significa que
no creen en ello en absoluto y 100 significa que creen completamente en ello. Esta
táctica sutil empieza a enseñar a los pacientes que sus creencias no son lo mismo que sus
conductas y que pueden estar sujetas a evaluación.
Por ejemplo, un paciente explicó al terapeuta durante la primera sesión de terapia que
él creía que usar el alcohol y la cocaína era el resultado directo del ambiente en que
había vivido. Afirmó que las condiciones de vida eran miserables: «Mucho paro, casas
en malas condiciones y droga por todas partes». Creía que cualquier persona con este
tipo de dificultades también tomaría cocaína y bebería. Cuando el terapeuta le preguntó
en qué medida se creía su propia explicación el paciente contestó «en un 85 %». El
paciente expuso que, de hecho, había algunas personas en dicha zona que no utilizaban
drogas, aunque eran «religiosos». Sin embargo, cuando lo meditó más detenidamente, el
paciente señaló que había dos miembros de su familia que no estaban usando drogas ni
alcohol: su hermana y su padre.
El terapeuta le dio como tarea enumerar a todas las personas de su calle que él creía
que utilizaban drogas y aquellas que no lo hacían. Aunque había un gran número de
consumidores, la gran mayoría de las personas de su calle no utilizaban drogas ni
abusaban del alcohol. El paciente se mostró bastante sorprendido con estos
descubrimientos. El terapeuta y el paciente acordaron que sería valioso intentar buscar
otras explicaciones a su abuso de la cocaína y el alcohol.
Demostrar las relaciones entre las situaciones, cogniciones, afecto, craving,
140
conducta y consumo de drogas
A continuación exponemos un ejemplo de una presentación o exposición didáctica:
Un pensamiento automático es un pensamiento espontáneo o una imagen en tu mente. Hasta ahora, no
habrás prestado mucha atención a estos pensamientos o imágenes o no te habrás fijado en la conexión que
existe entre ellos y la forma en que te sientes, pero, realmente, afectan a tus emociones y craving de drogas.
Los pensamientos automáticos pueden relacionarse con el pasado, el presente o los acontecimientos futuros,
como «Sabía que no debía ir a aquel bar, «No puedo soportar este craving» y «¡Dios mío, no voy a ser capaz
de solucionar este problema nunca!». Es más, estos pensamientos parecen completamente creíbles cuando
ocurren; por tanto se aceptan como hechos que no se cuestionan. Además, parecen tener sentido a pesar de
que existan evidencias en su contra.
Un método importante para enseñar a los pacientes cómo deben reconocer sus
pensamientos automáticos es hacer que relacionen sus pensamientos actuales, los que
tienen en las sesiones de terapia. El terapeuta podría decir: «Me gustaría que recordaras
cuando estabas esperando en la sala de espera, justamente antes de entrar a esta sesión.
¿Cómo te sentías?». Los pacientes a veces responderán diciendo «ansioso», «nervioso»»,
«inseguro de mí mismo», «aburrido», «enfadado» y otros adjetivos parecidos. Los
terapeutas, entonces, pueden preguntar: «¿Qué pasaba por tu mente en esos momentos en
que estabas esperando fuera?». Algunas respuestas típicas son: «Espero que nadie me
vea aquí», «Me pregunto cómo va a ser», «¿Me gustará el terapeuta?», «¿Voy a ser
capaz de hacer esto?», «¿De qué va todo esto de la terapia?», «¿Qué estoy haciendo
aquí?», «No voy a ser capaz de dejar de usar droga», o «No necesito ver a un
comecocos». Entonces se les explica a los pacientes que éstos son ejemplos de
pensamientos automáticos y que tienen relación directa con las emociones que antes han
mencionado. Como actividades entre sesiones, a los pacientes se les puede instruir para
que dominen algunos de sus pensamientos automáticos entre las sesiones de terapia. Por
ejemplo, se les dice que escriban sus pensamientos cuando se sienten deprimidos,
aburridos, ansiosos, enfadados y, sobre todo, cuando tienen craving e impulsos
irrefrenables de consumir.
La siguiente fase comprende la demostración de la relación entre las situaciones,
emociones, cogniciones, conducta y craving. Ésta se debe llevar a cabo mediante la
utilización de ejemplos que los pacientes expongan en las sesiones de terapia. Los
terapeutas utilizan los ejemplos de los pacientes para mostrar cómo los pensamientos del
paciente juegan un papel fundamental en sus sentimientos negativos, sus impulsos de
consumir drogas y las conductas relacionadas con las drogas que aparecen.
Por ejemplo, «Walter» expuso que estaba enfadado intensamente porque el terapeuta
había inferido que la falta de asistencia a una sesión reciente de terapia estaba
141
relacionada con la droga. Añadió: «Estaba tan cabreado por ello, que pensé en salir y
pincharme». El terapeuta, antes de ponerse a la defensiva, aprovechó esta oportunidad
para ilustrar a Walter acerca de las conexiones entre las situaciones, pensamientos,
emociones e impulsos por las drogas. Específicamente, ayudó a Walter a darse cuenta de
que sus pensamientos relacionados con «pincharse», no habían aparecido
espontáneamente ni sus impulsos por tomar drogas procedían solamente de tener una
adicción química. Antes bien, el pensamiento de Walter con respecto a que el terapeuta
no había confiado en él disparó una reacción de enfado (un pensamiento lleva a una
emoción) y la ira, a su vez, hizo estallar pensamientos acerca de recuperar el control de
la relación terapéutica, mediante el consumo de drogas (una emoción llevó a una
creencia relacionada con la droga) y, finalmente, esto estimuló el impulso de tomar
drogas (una creencia relacionada con la droga conduce a un impulso por tomarla). Por
tanto, una interacción potencialmente destructiva entre el paciente y el terapeuta se
convirtió en una oportunidad para aprender acerca del modelo cognitivo del abuso de
drogas.
A medida que los pacientes llegan a desarrollar más habilidad para hacer sus propias
conexiones entre las situaciones, el afecto, las cogniciones y el craving, el terapeuta
puede empezar a discutir con ellos el concepto de creencia.
El terapeuta explica que la forma en que interpretamos los acontecimientos viene
determinada sobre todo por nuestro sistema de creencias. Las creencias tienden a yacer
en un estado latente fuera de nuestra conciencia hasta que se activan por alguna situación
específica. Los pacientes que tienen dificultades en comprender la noción de creencias
en un contexto de abuso de drogas se pueden apoyar en el siguiente ejemplo, que no es
clínico:
Una persona tiene la creencia de que «todas las personas son creadas igual». Ésta es una creencia que
normalmente está latente; no es una afirmación que suela estar en la mente de la persona habitualmente, no
siempre se está pensando en ella. Sin embargo, bajo ciertas circunstancias, se activa esta creencia, como
cuando la persona ve que ocurre una injusticia (p. ej., alguien que es culpable de un delito muy grave queda en
libertad porque es poderoso e influyente). En estos ejemplos se activa la creencia de que todas las personas
son creadas igual porque ocurren circunstancias que tienen que ver con las mismas. Esto, a su vez, lleva a una
serie de pensamientos automáticos, como «Esto no debería pasar», «Esto es injusto» y «¿Por qué está pasando
esto?». En este punto, cuando se ha disparado la creencia, aparecen en la conciencia de dicha persona los
pensamientos automáticos y lógicamente se muestra enfadada.
Los terapeutas explican que mientras que la creencia anterior es adaptativa, muchas
de las creencias relacionadas con las drogas no lo son, y que los pensamientos y
sentimientos que disparan empeoran la situación, ya que activan las ansias y los
impulsos irrefrenables por consumir drogas. Las creencias disfuncionales llevan a que
142
las personas interpreten mal las situaciones, generalicen en exceso, exageren, vean las
cosas como si fueran o todo o nada y se impliquen en otros errores de pensamiento. Los
pacientes con abuso de drogas suelen cometer el error de asumir que sus creencias
disfuncionales son válidas y, por tanto, que sus interpretaciones son correctas. Una
forma de ilustrar la noción de creencias certeras o erróneas es recordar a los pacientes la
historia de Cristóbal Colón. Hubo una época en que, en Occidente, muchas personas
tenían la creencia de que el mundo era plano. Sin embargo, eso no era así. Sólo con esa
intrépida expedición se pudo probar la poca veracidad de su creencia. Se podría decir
que cuando Colón probó que el mundo no era plano, muchas personas renovaron su
información o creencia acerca de la superficie del mundo. Sin embargo, todavía hubo
algunos escépticos que se agarraron, obstinadamente, a la idea de que la tierra era plana.
Del mismo modo, algunas personas creen que las drogas son la única forma que tienen
de sentirse bien, incluso después de que hace ya mucho tiempo que se ha demostrado
que las drogas causan más sufrimiento que placer.
Tal y como hemos señalado antes (capítulo 2), las creencias adictivas son
componentes esenciales en la secuencia que lleva a la utilización compulsiva. Los
pacientes, frecuentemente, empiezan por pensar que la droga que han escogido no es
perjudicial. También tienen la creencia de que actúan mejor con otras personas cuando
están bajo la influencia de la droga, como por ejemplo, de la cocaína. Esta creencia
puede yacer latente hasta que el paciente se enfrenta a una situación, como un
acontecimiento social. Después de ser informado de que se va a celebrar una fiesta, se
activará esta creencia y esto le provocará el craving, seguido de una serie de
pensamientos automáticos que le darán el «permiso» que necesita para consumir la
droga, la cocaína. Esto, a su vez, le conducirá a una serie de conductas habituales que le
llevarán a buscar la cocaína.
Los pacientes también tienen creencias que se desarrollan con el tiempo. Por ejemplo,
un paciente puede empezar con la creencia de que está bien tomar cocaína, «que no es
adictiva». También abriga la creencia de que utilizar cocaína le hará ser más sociable.
Sin embargo, con el paso del tiempo, también desarrollará un nuevo conjunto de
creencias en relación con la cocaína, tales como «No puedo ser sociable sin ella» y
«Debo tomar cocaína para poder funcionar». En este caso, el paciente ha pasado de ser
un consumidor en los momentos de ocio a depender de la sustancia.
Al educar a los pacientes que abusan de las drogas acerca del modelo de terapia
cognitiva, es fácil ayudarlos a identificar sus creencias relacionadas con las drogas. Tal y
como señalamos antes, estas creencias pueden ser de diferentes formas. A saber: a)
143
creencias acerca de la misma droga, como que «La cocaína no es adictiva», b) creencias
sobre lo que se espera de la droga, como «La coca me ayudará a relajarme», y c)
creencias que permiten tener permiso para consumir, como «Merezco sentirme bien».
El señor C., un consumidor de sustancias, de 34 años de edad, tenía la creencia inicial
de que no sería adicto tomando cocaína. Empezó usando la cocaína de forma sociable,
«sólo» en fiestas. Más adelante, desarrolló la creencia de que podría trabajar mejor
utilizando cocaína. Esto, a su vez, le llevó a tomar drogas en el trabajo cuando estaba
bajo presión para entregar algo en una fecha determinada. Imaginaba que era mucho más
productivo en el trabajo cuando utilizaba coca. Sin embargo, pasó por alto la gran
cantidad de dinero que estaba gastando en cocaína. Además, ya no era tan productivo,
debido a que empezó a perder días de trabajo después de varios atracones de cocaína.
Más tarde, cuando trató de frenar y empezó a sentir craving e impulsos irrefrenables de
consumir, las creencias del señor C. se centraron en otros deseos. Algunos de éstos eran:
«No puedo soportar este craving de droga», «Estos sentimientos no desaparecen y «Los
impulsos me impelen a consumir».
Para ayudar a los terapeutas en el proceso de identificar las creencias de los pacientes
acerca de las drogas, hemos desarrollado el cuestionario de «Creencias acerca del abuso
de sustancias» (véase apéndice 1). Este cuestionario de procedencia clínica contiene un
listado de 29 creencias comunes que los pacientes suelen exponer acerca del consumo de
drogas. Hemos encontrado que los pacientes que tienen poca habilidad para relatar sus
pensamientos, pueden reconocer sus creencias acerca del consumo de drogas cuando
utilizan este cuestionario. Uno de los aspectos más valiosos del mismo es que permite a
los pacientes darse cuenta de creencias que son contradictorias unas con otras. Esto
puede ser importante para ayudar a los pacientes a comprender que tienen creencias
contradictorias acerca de la conducta de tomar droga. Por tanto, permite subrayar tanto
su ambivalencia como la naturaleza disfuncional de sus estilos de pensamiento.
Otro método útil para identificar creencias es a través de preguntas inductivas
(también conocida como «técnica de flechas descendentes»; véase Burns, 1980). El
paciente con abuso de sustancias reconoce primero un pensamiento automático; entonces
paciente y terapeuta intentan comprender los mecanismos que subyacen a estos
pensamientos.
Esta técnica se ilustra en el siguiente ejemplo: el señor C. expuso que durante la
semana se había sentido extremadamente enfadado y ansioso. El terapeuta entonces le
pidió al paciente que describiera la situación específica. El señor C. expuso que cuando
144
estaba en la fiesta, había visto a otras personas consumiendo, así como también a uno de
sus camellos, y empezó a tener impulsos de consumir.
TE: ¿Qué pensamientos te pasaban por la cabeza en ese momento?
PC: No es justo; ellos pueden consumir y yo no.
TE: Presupongamos por un momento que este supuesto fuera correcto. ¿Qué tiene de
importante? ¿Qué significa para ti?
PC: No seré capaz de consumir de nuevo.
TE: Y si no consumes de nuevo, ¿cuál sería el significado de eso?
PC: Siempre tengo estos impulsos y me siento ansioso.
TE: ¿Y cuáles son las implicaciones para tu vida?
PT: No hay escapatoria. Estoy atrapado e indefenso.
Tal y como se aprecia, al final podemos descubrir una creencia nuclear importante
mediante la utilización de la técnica de flechas descendentes (véase figura 7.1), y el
paciente comprende entonces más claramente el papel que juegan las creencias en sus
problemas.
145
Figura 7.1. La técnica de flechas descendentes.
EL «ESCENARIO DEL CRAVING»
Los terapeutas pueden enseñar a sus pacientes mucho sobre el abuso de sustancias y
cómo se aborda esto desde la perspectiva de la terapia cognitiva, mediante un diagrama
del «escenario del craving». Básicamente, esto comprende explicar el modelo cognitivo
de abuso de sustancias en la forma de diagrama de flujo, y completarlo con ejemplos,
que formen parte directamente de las experiencias subjetivas del paciente con las drogas.
Por ejemplo, la señora L. expuso un desliz o recaída con la cocaína a su terapeuta,
quien procedió a dibujar el «escenario del craving» de esta paciente (véase figura 7.2).
En este esquema se resaltaba la secuencia de acontecimientos y creencias que
condujeron a dicho episodio de consumo de droga.
146
PROBLEMAS EN LA EDUCACIÓN DE LOS PACIENTES ACERCA DEL MODELO COGNITIVO
Algunas veces, los pacientes al principio no son capaces de identificar sus
pensamientos automáticos. Dicen: «No tengo pensamientos». Para tratar de superar este
problema, el terapeuta debe esperar a que el paciente tenga algún cambio afectivo
durante la sesión, y entonces preguntarle: «¿Qué está pasando por tu mente en este
momento?». Cuando se elicitan de esta forma, los pacientes suelen tener acceso a sus
pensamientos. A veces, también se les pregunta: «Si no tienes ningún pensamiento,
¿puedes decirme qué estás sintiendo?». La mayoría de las veces, suelen exponer los
sentimientos en forma de cogniciones; por ejemplo: «Me siento como si hoy no quisiera
estar aquí». Al principio, el terapeuta puede escoger aceptar estas respuestas y
sentimientos, pero al final será importante educar a los pacientes a distinguir entre las
cogniciones, como «Hoy no me siento bien aquí» y los sentimientos como la ansiedad,
ira, tristeza, vergüenza y culpa.
Algunos pacientes muestran dificultad al etiquetar los sentimientos que están
experimentando. Dicen cosas como «Me siento como una mierda» o «Me siento
horrible». Uno de los métodos que se puede utilizar para que aprendan a etiquetar sus
sentimientos es animarlos a que usen los términos más simples posibles a la hora de
describir sus sentimientos, como por ejemplo, loco, triste y contento. Por ejemplo, si un
paciente dice: «Estoy preocupado, el terapeuta puede responder: «¿Y en qué lugar de tu
cuerpo estás experimentando este sentimiento de estar preocupado?». Los pacientes,
entonces, explicarán algunos indicadores fisiológicos como opresión en el estómago o en
el pecho, o bien tener el cuello rígido, y otros. El terapeuta puede enseñar a sus pacientes
a utilizar dichas sensaciones corporales para preguntarse algo importante: «¿Qué está
pasando por tu mente en estos momentos?». Mediante la repetición, al final los pacientes
llegan a comprender que es importante darse cuenta y poder modificar sus pensamientos
y sus creencias.
147
Figura 7.2. El escenario del craving.
Resumen
Una parte importante de los primeros estadios de la terapia comprende educar a los
pacientes acerca del modelo cognitivo de la adicción a las drogas y su tratamiento. Lo
más importante de este proceso es la explicación del terapeuta de las conexiones
148
causales y correlacionales entre las situaciones estímulo, los pensamientos, creencias,
emociones, impulsos de consumir drogas y el consumo de las mismas.
Los terapeutas pueden conseguir este objetivo tan importante resaltando las
secuencias naturales de acontecimientos que ocurren en las vidas de los pacientes, así
como en la sesión. De esta forma, los pacientes aprenden que la terapia implica algo más
que simplemente desahogarse de sus problemas y/o ser persuadido a abandonar el
consumo de drogas. En cambio, los pacientes aprenden que sus problemas con las drogas
comprenden una serie de acontecimientos externos e internos comprensibles que, si no
se descubren y si no se manejan, conducen de forma automática al consumo de droga.
También aprenden los pacientes que estos mismos acontecimientos, una vez que se han
comprendido, permiten asimilar una serie de claves que hay que tener en cuenta para
minimizar las posibilidades de que puedan experimentar oportunidades, impulsos, o
acciones que perpetúen el consumo de drogas. Lo más importante de este proceso es que
los pacientes comprendan que sus pensamientos automáticos, activados por las creencias
nucleares y las creencias acerca de las drogas, juegan un papel importante en su
adicción. Como resultado, aprenden que modificando estos pensamientos y creencias se
ayudarán a sí mismos en el proceso de recuperación.
«El escenario del craving», es un método útil para ilustrar toda la gama de
acontecimientos externos e internos señalada anteriormente. Otra herramienta útil son
los cuestionarios, como el cuestionario de «Creencias sobre el abuso de sustancias», que
ayuda al paciente a reconocer algunas de las creencias implícitas que sustentan su
consumo de drogas. Además, si el interrogatorio del terapeuta es hábil, permitirá ayudar
al paciente a demostrar el papel central que juega el pensamiento en cada situación en
que exista riesgo de consumo de drogas. Al final, los pacientes, por sí mismos, llegan a
ser adeptos a la modificación de sus estilos de pensamiento, un paso terapéutico de vital
importancia.
149
CAPÍTULO 8
ESTABLECER LAS METAS
Hay un viejo dicho que dice: «Si no sabes adónde vas, no sabrás cuándo has
llegado». Esta frase tiene un sentido especial para la terapia con las personas adictas. En
este capítulo examinaremos las razones de por qué es importante establecer unas metas
en la terapia.
Establecer las metas crea una especie de mapa que ayuda a tener un sentido de
dirección tanto para los pacientes como para los terapeutas. Generalmente, los pacientes
entran en tratamiento para sentirse mejor —salir de la depresión, ansiedad, pánico y
otros estados afectivos negativos—. Cuando el paciente y el terapeuta se ponen de
acuerdo en una serie de metas, ambos se centrarán y colaborarán en el cambio en la
conducta del paciente, por ejemplo, absteniéndose de consumir cocaína y encontrando
mejores maneras de solucionar sus problemas reales. Cuando hay ausencia de unos
objetivos o metas claros y definidos, las sesiones de terapia suelen parecer fragmentadas
y desunidas. En uno de nuestros casos, una paciente expuso una larga historia de
consumo de cocaína. Sin embargo, el problema que exponía era que quería «sentirse
mejor» con ella misma. Mediante un interrogatorio cuidadoso, el terapeuta fue capaz de
concluir que esto se podría conseguir si volvía al instituto, acabando sus estudios y
continuando su carrera. Debido a que su consumo de cocaína estaba interfiriendo en gran
medida con sus objetivos, el terapeuta asumió que uno de sus objetivos o metas tenía que
ser llegar a dejar la droga y mantener la abstinencia del todo. Hasta la mitad de su
primera sesión de terapia no quedó claro que la paciente tenía intención de continuar
consumiendo cocaína, «pero sólo durante los fines de semana», y quería trabajar
solamente con el objetivo de volver al instituto. No veía ninguna contradicción entre
estos objetivos.
La formulación de metas permite explicitar lo que los pacientes pueden esperar del
tratamiento. Algunas veces, los pacientes tienen expectativas irrealistas sobre la terapia.
Si se plantean al inicio los resultados que se esperan de la terapia y se definen en
términos conductuales concretos, los pacientes sabrán cuál es la finalidad de la terapia, y
a través de la comprensión del modelo cognitivo de la misma tendrán una idea de cómo
150
pueden conseguir dichos objetivos. En resumidas cuentas, tal y como hemos dicho al
inicio de este capítulo, los pacientes sabrán adónde se dirigen y cómo pueden conseguir
llegar a dichos objetivos.
Si la terapia se mantiene centrada en conseguir una serie de resultados esperados, los
pacientes se sentirán más esperanzados acerca de la posibilidad de cambio. Muchas
personas con abuso de sustancias han realizado numerosos intentos, fracasados, para
dejarlo por sí mismas y se sienten indefensas ante la posibilidad de abandonar su hábito.
Las metas claras se concretan en las posibilidades de cambio. Por ejemplo, «Jake»
empezó el tratamiento y, en la primera sesión de terapia, dijo que no podía imaginarse a
sí mismo al margen de la cocaína, incluso cuando acababa de terminar un programa de
desintoxicación y no había utilizado cocaína durante varias semanas. Era una tarea difícil
(aunque no imposible) hacer que este paciente se centrara en la posibilidad de cambio e
intentara imaginarse a sí mismo libre del uso de cocaína y afrontando muchas de las
otras preocupaciones que había manifestado en la terapia —deudas excesivas y
problemas de discordia familiares.
Establecer metas también evita cambiar de tema en las sesiones de terapia. Muchos
pacientes con abuso de sustancias llegan a la terapia sólo después de haber ido
acumulando muchos problemas como la pérdida de trabajo, problemas matrimoniales,
mala salud, depresión y ansiedad. Con todas estas preocupaciones es fácil que se pase de
un tema a otro durante la sesión. Saber específicamente cuáles son los objetivos a largo
plazo de la terapia y el orden de prioridad en que serán tratados los mismos, evitará que
se produzcan desvíos o cambios de temas en la terapia. El terapeuta y el paciente se
pueden centrar en uno o dos de los problemas más inmediatos y apremiantes, y atender a
todos los demás aspectos que se deberán tratar a medida que la terapia avanza.
Las metas específicas tienden a actuar como anclas y, por tanto, hacen que el
terapeuta se dé cuenta claramente de que tiene que virar hacia una nueva dirección. Por
ejemplo, consideremos el caso de un paciente que inició tratamiento para que le
ayudáramos con su ansiedad causada por la abstinencia de cocaína. No había consumido
cocaína durante un año, pero en las semanas anteriores había notado que se ponía más y
más ansioso acerca de la posibilidad de consumir de nuevo. El objetivo inicial en la
terapia era ayudar al paciente a desarrollar formas mejores de afrontar su ansiedad
relacionada con algunos de los impulsos y craving que estaban reapareciendo. Aunque
éste era el objetivo primordial de la terapia, se hizo evidente después de varias semanas
(cuando el paciente estaba menos ansioso sobre la posibilidad de recaída) que también
experimentaba problemas matrimoniales graves. Reveló que su mujer también estaba
151
abusando de las píldoras de adelgazar y del alcohol y que esto motivaba muchas peleas
entre ellos. Sabiendo cuál era el objetivo inicial de la terapia, que era ayudarle a manejar
la ansiedad sobre una posible recaída, el terapeuta y el paciente se dieron cuenta de que
si se centraban en los problemas conyugales habría un cambio en la planificación
original del tratamiento. Hubiera sido muy sencillo virar automáticamente para empezar
a trabajar en los problemas matrimoniales a costa de tratar los problemas acerca de
manejar la ansiedad y el craving de drogas. Por contra, el paciente y el terapeuta
pusieron ambos temas en la agenda del terapeuta, dispusieron una determinada porción
de tiempo para cada uno y decidieron que las futuras sesiones explorarían la conexión
causal entre sus craving renovados de consumir y el abuso de sustancias de su mujer.
Si los dos, terapeuta y paciente, establecen las metas, ayudarán a reforzar la alianza
terapéutica y el espíritu de colaboración entre ambos, lo que hace que el paciente
considere que participa activamente en su tratamiento. Esto es especialmente importante
para las personas que abusan de las drogas, que suelen ver sus vidas desordenadas, que
sienten que pierden el control y que están a merced de su dependencia. Por ejemplo, un
cocainómano joven y adicto expuso lo siguiente, tras establecer las metas en una sesión:
por primera vez y después de haber intentado dejar la cocaína por sí mismo, sentía que
controlaba su vida y tenía claro qué esperaba de la terapia —aprender técnicas para
afrontar sus craving y maneras más adecuadas de buscar un trabajo—. Se sentía como si
formara parte del proceso terapéutico y que la terapia no era algo que le «daban hecho».
Una parte importante de la estructura de la sesión de terapia cognitiva es definir
resultados terapéuticos positivos en términos concretos. El establecimiento de metas,
conjuntamente con otros elementos de la estructura de la sesión de terapia, como
establecer una agenda, evita caer en la trampa tan usual, que convierte a las sesiones en
una serie de intervenciones para frenar las crisis. Así, tanto el paciente como el terapeuta
establecen un sentido a largo plazo de las metas de la terapia conjuntamente con las
metas a corto plazo de la sesión en que se encuentran.
Comprender las metas de la terapia también es importante para evaluar los avances
terapéuticos y los resultados de los mismos. Es frecuente que los pacientes se sientan
desanimados durante el tratamiento por falta de progresos o retrocesos, como las
recaídas en la utilización de las drogas. Esto, a su vez, suele estimular el pensamiento
dicotómico, blanco o negro, sobre la terapia: «La terapia no está funcionando en
absoluto». Volviendo a los objetivos iniciales del tratamiento y revisando el progreso
que el paciente ha hecho durante este período, el terapeuta puede contrarrestar parte de la
desesperanza del paciente acerca del tratamiento.
152
Por ejemplo, un paciente y su terapeuta habían acordado los siguientes objetivos al
principio del tratamiento: abstenerse de la cocaína y del alcohol, tener más confianza en
las situaciones sociales y obtener y mantener un trabajo de forma estable. A lo largo de
un período de seis meses, el paciente fue capaz de abstenerse de tomar cocaína y alcohol.
Sin embargo, no consiguió ningún tipo de trabajo. Esto fue muy descorazonador para el
paciente, que empezó a manifestar pensamientos automáticos negativos sobre la terapia.
Entonces, el terapeuta le indicó que, aunque no había encontrado empleo, el paciente se
sentía mucho mejor y más orgulloso, ya que había logrado apartarse de las drogas y el
alcohol. Por tanto, se había conseguido uno de los objetivos importantes del tratamiento.
Además, el terapeuta preguntó al paciente acerca de la especificidad del objetivo inicial
de conseguir trabajo. Para poder alcanzar dicho objetivo, el terapeuta y el paciente
habían acordado un objetivo a corto plazo, que consistía en mejorar las habilidades para
encontrar trabajo, o sea la forma de comportarse en una entrevista de trabajo, dónde
buscar un trabajo y cómo preparar un curriculum vitae. De hecho, el paciente había
progresado en estas áreas. Después de este planteamiento, el paciente fue capaz de ver el
progreso que había hecho y desafiar su pensamiento sesgado negativamente acerca del
«fracaso» en la terapia sobre no ser capaz de encontrar trabajo. El paciente se sintió un
poco más esperanzado acerca de la terapia y más motivado a continuar el tratamiento.
Para ilustrar un caso opuesto al anterior, un paciente que estaba desanimado porque
no había podido dejar de fumar y beber completamente se alegró algo al darse cuenta de
que algunas de sus metas generales de la terapia se habían conseguido, como ser capaz
de resistir el impulso para abordar posteriormente su adicción con el alcohol y la
nicotina. Esto llevó al paciente a un punto importante; es decir, que los objetivos de la
terapia no consisten simplemente en abandonar la utilización problemática de la droga.
Los criterios de éxito de la terapia deben valorarse a lo largo de una serie de aspectos o
preocupaciones importantes de la vida, desde las relaciones con los familiares al
funcionamiento social y a la producción en el trabajo, por sólo nombrar unos pocos
(Covi y otros, 1990; McLellan y otros, 1992).
Hay muchos aspectos que se pueden resaltar y debatir en una sesión concreta de
terapia. El terapeuta y el paciente pueden sacar el máximo partido de la terapia cuando
existen metas claras y concretas, y pueden abordar los problemas de forma organizada y
sistemática.
Reglas generales para establecer las metas
153
Los terapeutas deberían colaborar con sus pacientes para establecer las metas del
tratamiento. Cuando los pacientes llegan al tratamiento suelen mostrarse frecuentemente
contradictorios acerca de la abstinencia de las drogas y el alcohol (Carroll, Rounsaville y
Keller, 1991; Havassy y otros, 1991; Miller y Rollnick, 1991). No es aconsejable que los
terapeutas anuncien simplemente a sus pacientes que se deben esforzar para mantener su
abstinencia como condición para seguir en el tratamiento. Por contra, es importante que
el terapeuta explore conjuntamente con el paciente los beneficios que supondría tener
abstinencia total de las drogas como la cocaína. Actuar de manera que el paciente
colabore ayudará a que éste sienta que es una parte verdaderamente importante de su
proceso de cambio.
Al establecer las metas, los terapeutas intentan señalar la relación entre la abstinencia
y la solución de problemas. Por ejemplo, comentar con los pacientes cómo contribuiría
estar al margen de las drogas para mantener un trabajo, tener mejores relaciones y más
dinero para otras cosas como ropa, vacaciones y un coche. Sin embargo, se debe explicar
que mientras que la abstinencia incrementa las oportunidades para llegar a obtener el
resultado deseado, no lo garantiza. A modo de ejemplo, la señora F. presentó como su
objetivo principal dejar de tomar crack. Entonces el terapeuta le preguntó cuáles creía
que iban a ser las ventajas de no tomar crack. F. expuso que si no tomaba crack podría
ahorrar dinero, sería capaz de pagar sus facturas, y que también tendría ganas de ir al
trabajo cada día. Entonces el terapeuta resumió: «Tu objetivo principal es estar libre de
la droga y los otros objetivos serán ahorrar dinero, ser capaz de pagar las facturas y
mantener el trabajo. Es importante señalar que la abstinencia, por sí sola, no asegurará
conseguir dichos objetivos. Te ayudará a estar en mejor predisposición para conseguir lo
que quieres en estas áreas de tu vida. Puede que trabajemos en estas habilidades
también».
Las metas se exponen mejor cuando se concretan en términos específicos.
Frecuentemente, al inicio de la terapia, los pacientes presentan metas vagas y no
específicas de tratamiento: «Me gustaría ordenar mi vida», «Me gustaría ser el que era
antes» o «Me gustaría que desapareciera esta ansiedad». Los terapeutas ayudan a que sus
pacientes definan sus metas de tratamiento en términos conductuales más específicos,
como encontrar un trabajo; alejarse de las personas, lugares y cosas asociadas con el
consumo de drogas; ser capaz de salir y divertirse sin necesidad de tomar drogas; o
restablecer una relación rota. Por ejemplo, el señor R., de 42 años de edad y adicto a la
cocaína, expuso que quería «parar el derrumbamiento de su mundo». Para poder
concretar sus metas, el terapeuta le preguntó qué le gustaría que fuera diferente al final
154
del tratamiento. El señor R. presentó entonces una serie de objetivos más concretos:
«Ante todo, me gustaría tener la oportunidad de ver a mis hijos más frecuentemente.
Estoy separado de mi mujer en estos momentos y ella no me permite ver a los niños. Me
gustaría dejar de tomar cocaína. También me gustaría volver a pertenecer al mundo de la
Iglesia, ya que antes estaba muy involucrado en ella. Me gustaría tener un trabajo
estable. Estoy cansado de hacer chapuzas. Quiero más emoción en mi vida. Estoy
aburrido la mayor parte del tiempo, excepto cuando tomo drogas». El terapeuta facilitó
este proceso preguntándole periódicamente: «¿Qué más te gustaría hacer de diferente?».
Como resultado, los objetivos del señor R. fueron plasmados desde frases vagas como
«evitar que se derrumbe mi mundo» a acontecimientos más concretos, conductuales y
medibles. El terapeuta resumió los objetivos del señor R. de la siguiente forma:
1.
2.
3.
4.
5.
Ver a los niños más frecuentemente.
Dejar de tomar cocaína.
Implicarse en la Iglesia.
Tener un trabajo estable.
Tener más emociones, pero al margen de las drogas.
Una vez que las metas de los pacientes se han podido concretar, el terapeuta puede
empezar a pensar en las operaciones necesarias para conseguirlas, y los criterios
mediante los cuales cabrá valorar los resultados del tratamiento. Un ejemplo de los
logros del señor R. fue conseguir un trabajo permanente en una compañía de
construcción. Otro objetivo se consiguió cuando, después de conseguir el empleo, su
mujer le permitió ver a sus hijos cada fin de semana. Más adelante, mediante los análisis
de orina, el terapeuta fue capaz de comprobar que el paciente no utilizaba cocaína.
Finalmente, el terapeuta y el paciente trabajaron conjuntamente para desarrollar nuevas
fuentes de refuerzo positivo que no fueran las drogas, como los hobbies y actividades de
ocio físicas (Stitzer, Graboski y Henningfield, 1984).
Si se tienen en mente estas metas específicas, se evitará que el terapeuta y el paciente
se desvíen en cada sesión de terapia. Además, si estos objetivos se escriben al principio
del tratamiento, se convierten en un fuerte incentivo para el señor R., ya que le
permitirán comparar cuál es su situación al inicio del tratamiento con su funcionamiento
en los últimos estadios del mismo y, por consiguiente, reconocer su progreso en la
terapia.
Al establecer las metas, es importante recordar lo siguiente:
155
1. Trabajar conjuntamente para establecer las metas.
2. Establecer las metas en términos positivos de forma que se relacionen con la
abstinencia.
3. Ser concreto y definir las metas en términos conductuales que se puedan medir.
Metas estándar del tratamiento
Dos metas estándar del tratamiento son: a) reducir la dependencia de la droga, con la
correspondiente necesidad de ayudar al paciente a desarrollar técnicas de afrontamiento
de los impulsos y los craving de consumir, y b) ayudar a los pacientes a aprender
métodos más adaptativos para afrontar los problemas de sus vidas.
Cuando los pacientes con abuso de sustancias llegan a terapia, frecuentemente
muestran contradicciones acerca de su deseo de dejar de tomar drogas. Un objetivo
importante del inicio de la terapia es incrementar su motivación para reducir su
dependencia de las drogas. En la primera fase del tratamiento, es imperativo facilitar la
comprensión del paciente de las diversas ventajas y desventajas de utilizar o no utilizar
drogas y alcohol. La siguiente transcripción que presentamos es una conversación que
mantuvieron el terapeuta y el paciente acerca de las ventajas y desventajas de tomar
cocaína.
TE: Una de las cosas que dijimos que analizaríamos es las ventajas y desventajas de
utilizar drogas. ¿Cuáles son algunas de las ventajas de tomar drogas? ¿Qué hay de
bueno en usarlas?
PT: No son buenas. No son buenas pero me hacen sentir muy bien.
TE: De acuerdo, te hacen sentir bien.
PT: Sí, esto es una ventaja. Me hacen sentir bien durante un rato.
TE: Dime otra ventaja.
PT: Veo que todo el mundo las consume, así que yo también quiero hacerlo.
TE: Es decir, ¿me estás diciendo que te integran?
PT: Sí, hacen que me integre en la multitud. Cuando veo que alguien más lo hace, es
como si quisiera formar parte de la muchedumbre. Gente con la que hablar cuando lo
estoy haciendo. Parece como si tuviera amigos, aunque realmente no lo son, ya sabes.
TE: Bien, así que tienes más amigos, aunque realmente no son amigos. Quizá podrías
considerar esto como un inconveniente de utilizar la droga. ¿Qué opinas?
PT: Sí. Te da la impresión de que tienes más pero realmente no tienes más amigos.
TE: Bien. Centrémonos ahora en las ventajas de no tomar drogas. ¿Por qué es bueno no
156
tomarlas?
PT: Ahorras dinero.
TE: «Tú ahorras dinero» (el terapeuta lo anota).
PT: Puedes pensar con claridad. Tu cerebro no está revuelto. Puedes pensar con claridad.
Puedes funcionar y trabajar mejor.
TE: Algunas personas dicen que pueden trabajar mejor cuando toman cocaína. ¿Qué
piensas de ello?
PT: Yo no puedo. Es como si sólo quisiera tomarme el día libre. No tengo ganas de
trabajar.
TE: Por tanto, ¿otra ventaja de no tomar drogas es que tienes ganas de trabajar?
PT: Sí, puedo ir al trabajo. Puedo trabajar. Puedo pagar a tiempo mis facturas. Sí, porque
cuando tomo drogas no me presento en el trabajo. No tienes la motivación de hacer
nada más que fumar.
TE: Así, una de las ventajas de no tomar drogas es que puedes ahorrar dinero, pensar
más claramente, tener ganas de trabajar y pagar tus recibos a tiempo.
PT: Sí, y me siento mejor conmigo mismo.
TE: ¿Me estás diciendo que a veces cuando no tomas coca te sientes mejor contigo
mismo? En otras palabras, ¿te sientes orgulloso de ti mismo cuando no la tomas? ¿Es
eso correcto?
PT: Sí, ése es el sentimiento del que estoy hablando. Sí, y cuando consumo, más
adelante, me siento deprimido y culpable de haberlo hecho.
TE: Bien, sí. Eso es algo que podemos estudiar. Algo que podemos poner bajo la
categoría de desventajas de utilizar y… podríamos decir que después de tomar cocaína
—¿cómo dijiste…?— ¿te sientes mal contigo mismo?
PT: Sí. Te sientes realmente mal contigo mismo por volver a tomar. Entonces es como si
te subieras a una noria de nuevo. Sólo quieres seguir tomando una vez has empezado.
TE: Ahora, ¿puedes pensar en otras ventajas de no usar drogas? ¿Alguna buena razón
para no hacerlo?
PT: Mis hijos, mi familia, tendría más tiempo para ellos.
TE: Bien, vayamos por otro lado. Veamos las desventajas de no consumir droga. En
otras palabras, ahora no estás consumiendo. ¿Hay algún problema cuando no estás
consumiendo coca? ¿Qué problema tienes por no usarla?
PT: ¿Por qué no la estoy tomando ahora?
TE: Si no la estás consumiendo, ¿hay algún pensamiento que te pase por la cabeza?
PT: Una pequeña voz que me dice: «Adelante, una vez más no te hará daño» [una
157
creencia permisiva].
TE: ¿Una vez más no te hará daño?
PT: Sí, lo podré soportar. Una vez no te hace daño.
TE: Sí, ¿este pensamiento te pasa por la cabeza a menudo?
PT: Sí, a veces el pensamiento aparece: «Sí, adelante, toma droga. No te hará daño».
TE: Así que, ¿cuál es el precio que pagas por no consumir droga?
PT: Lo único que se me ocurre es la voz diciendo: «Bien, puedes probarlo». Esto te
impulsa a consumir.
TE: Así, ¿me estás diciendo que la desventaja cuando no estás consumiendo es que a
veces estás preocupado por estos pensamientos que te impelen a consumir?
PT: Sí, «adelante, consume, sólo una vez».
TE: Bien, ahora te entiendo.
PT: Dice: «Adelante, es bueno tomarla». Me hace sentir mal y empiezo a tener de nuevo
el impulso.
TE: Así, en otras palabras, cuando no estás tomando coca, el pensamiento te hace sentir
a disgusto y empiezas a tener el impulso de nuevo. El precio que pagas por no
consumir es tener estos impulsos, y éstos, ciertamente, son un fastidio. Ahora, ¿cuáles
son las desventajas de tomar droga?
PT: ¿De tomar? Gasto mi dinero. Es algo que no quiero hacer. Y entonces digo: «Bien,
ya lo has hecho. No importa por tanto que continúes» [creencia permisiva; efecto de la
violación de la abstinencia].
TE: Así que, ¿la desventaja consiste en que una vez que has empezado a consumir te das
permiso a ti mismo para seguir tomando y después te sientes mal contigo mismo?
PT: Correcto. Me doy permiso a mí mismo para seguir tomando y me siento deprimido y
culpable posteriormente. Me siento mal. Y entonces utilizo todo el dinero. Es horrible
la cantidad de dinero que uso. Y también he tenido problemas legales por tomarla.
Esto sí que realmente es una desventaja. Además, mi vida es una mentira. Acabé
mintiendo a algunos de mis mejores amigos.
TE: Bien, estas cosas que hemos estado contemplando —las ventajas de tomar, las
ventajas de no tomar, las desventajas de consumir y las desventajas de no consumir—
son algunos aspectos que deberíamos revisar en la terapia una y otra vez. Primero
escribámoslas en unas tarjetas que tú llevarás encima y que te servirán de recuerdo.
En este ejemplo se puede ver que al revisar las ventajas de tomar y de no tomar
cocaína, el terapeuta ha dilucidado algunas metas importantes del tratamiento. Por
158
ejemplo, bajo la categoría de «ventajas de no consumir» se pueden obtener algunas
metas concretas y positivas: tener más dinero, ser capaz de pensar más claramente, ser
capaz de pagar las facturas, y otras. Sin embargo, hay otro conjunto de metas (es decir
menos obvias) que resaltan como resultado de discutir las «ventajas de tomar»: es decir,
el paciente ve la cocaína como si le hiciera sentirse bien, como si lo integrara con la
gente y le hiciera tener más amigos. A partir de estas frases se pueden derivar una serie
de metas, si el terapeuta dice: «Si podemos conseguir que te sientas mejor, para que te
puedas integrar con la gente, y ser capaz de tener amigos, eso sí, sin que tengas que
tomar cocaína, ¿crees que éstas podrían ser metas importantes para que tratáramos de
conseguirlas en la terapia?». Si se utiliza esta estrategia, el terapeuta se centra en los
aspectos positivos de abstenerse de tomar cocaína y presenta las metas de forma positiva,
empatizando también con el craving del paciente por la droga. Esto es importante ya que
algunos pacientes contemplan la abstinencia de las drogas como una forma de privación
en el sentido de que es algo que se les quita (Jennings, 1991). El terapeuta, mediante la
colaboración, ayuda al paciente a reenfocar el objetivo de una forma más positiva. Por
tanto, el paciente puede trabajar para conseguir los aspectos positivos percibidos de
consumir cocaína pero sin incurrir en las desventajas implicadas en el consumo real de la
misma.
Tal y como hemos mencionado antes, los dos objetivos estándar a largo plazo del
tratamiento son la reducción de la dependencia de la cocaína y el aprendizaje de métodos
más adaptativos de afrontamiento de los problemas reales. En relación con este último
aspecto, las personas con abuso de sustancias tienden a tener peores habilidades de
resolución de problemas, a culpar a los otros por sus problemas, a ser impulsivos en la
toma de decisiones, a cavilar en exceso acerca de sus problemas sin realmente dar los
pasos necesarios de manera activa para solucionarlos, y a evitar o a alejarse en vez de
pensar acerca de sus problemas y acabar generando soluciones prácticas para los
mismos.
Esta tendencia a alejarse y a evitar los problemas frecuentemente se consigue
mediante la utilización de las drogas. Por ejemplo, una vez un paciente culpaba a la
sociedad de su situación actual —estaba desempleado y en libertad condicional—. Decía
que dada su situación, cualquier persona tomaría cocaína. Por ejemplo, incluso cuando
había sido capaz de dejar la cocaína durante un tiempo, impulsivamente, decidió que
podría ganar un dinero extra «preparando cocaína». También tendía a dar muchas
vueltas acerca de sus problemas y a perder gran cantidad de tiempo fantaseando acerca
de cómo salir de su deprimente situación, sin empleo y viviendo con sus padres. Sin
159
embargo, cuando el terapeuta le cuestionó al respecto, el paciente fue capaz de ver que
no estaba dando los pasos necesarios, activamente, para solucionar sus problemas.
Además, tendía a alejarse de los demás y de sus problemas, ya fuese soñando despierto o
mediante la utilización del alcohol o la cocaína.
El terapeuta fue capaz de ayudar a este paciente con sus estrategias de resolución de
problemas, animándole a definirlos de forma clara y con términos específicos; por
ejemplo, no fue capaz de encontrar un trabajo porque no lo buscaba activamente y,
además, el paciente tenía pocas habilidades para realizar esa gestión. El terapeuta
también ayudó al paciente a identificar errores en su forma de pensar que interferían con
la búsqueda de soluciones. Por ejemplo, el paciente suponía que como se encontraba en
libertad condicional, nadie lo contrataría. En realidad, existen compañías que contratan
personas que están en libertad condicional y muchos en esta situación son capaces de
encontrar empleos, a pesar de su expediente delictivo. Además, este paciente valoraba su
autonomía y, por tanto, tenía muchas dificultades en dejarse ayudar por los otros. Creía
que era un signo de debilidad hacerlo, cuando realmente lo mejor que hubiera podido
hacer era sacar el máximo provecho de los sistemas de apoyo social en su área, como la
asistencia pública, los vales de comida, los grupos de ayuda y la terapia.
Tratar las contradicciones del paciente directamente
Tal y como hemos apuntado anteriormente, muchos pacientes se muestran indecisos
entre estar en terapia y abandonar el uso de las drogas. Esta mezcla de sentimientos y
actitudes se debe considerar como parte del proceso inicial de establecer metas
terapéuticas, tal y como se ilustra en el siguiente diálogo:
TE: Una de las cosas que dijimos que debíamos hacer hoy es continuar trabajando en las
metas. Me gustaría empezar por eso.
PT: Sí, creo que sí.
TE: En la última sesión parecías un poco indeciso acerca de abandonar del todo la
cocaína.
PT: Sí. Todavía no estoy seguro. A veces me parece una buena idea pero entonces tengo
ganas y me siento seguro de que puedo tomar de nuevo. ¿Entiendes lo que quiero
decir? Es como una especie de control de la droga que consuma, como cuando
empecé.
TE: Así que a veces piensas que quieres abstenerte del todo y otras veces sientes que
160
eres capaz de consumir pero controlándolo.
PT: Sí.
TE: Bien, ¿qué crees que pasaría si intentaras parar del todo?
PT: No estoy seguro… sería duro… lo perdería.
TE: Sería duro y sentirías una pérdida… (el paciente asiente)… sería el lado malo, pero
¿qué me dices del lado positivo? ¿Hay alguna ventaja de dejar de tomar del todo?
PT: Creo que me sentiría mejor conmigo mismo.
TE: Así que te sentirías mejor contigo mismo. ¿Cómo es eso?
PT: Me siento terriblemente mal cuando pienso en lo bajo que caí el año pasado. Lo
intenté dejar varias veces… y cada vez caí de nuevo… puede que si pudiera parar de
tomar drogas, me podría sentir bien conmigo mismo, tal y como me sentía antes.
TE: Esto sería realmente una ventaja. Acuérdate de que en la última sesión, hablamos
acerca de algunas ventajas específicas de no consumir droga. Éste podría ser un buen
momento para echar otro vistazo a la lista y también para hablar de lo duro que es
dejar la cocaína y de que dejes de contar con ella. ¿Te parece bien?
PT: Sí.
Frecuentemente los pacientes se sienten saturados, debido a los errores de su
pensamiento; exageran sus dificultades y minimizan las posibilidades de realizar
acciones correctivas. Esto, a su vez, les lleva a creer que no hay soluciones y que el
consumo de droga les proporciona su único respiro. Como respuesta, el terapeuta puede
ayudar al paciente a reenfocar sus problemas de una manera más esperanzadora. La
reestructuración consiste en hacer que el paciente reúna datos objetivos acerca de las
situaciones, generar formas alternativas de interpretarlas y empezar a buscar soluciones.
Ilustraremos con el siguiente caso este proceso de buscar una alternativa para poder
combatir la desesperanza del paciente:
TE: Hablemos de este problema que tienes con tu novia. Dices que te llama cuando se
encuentra colocada.
PT: No necesito hablar de ello… no hay nada que yo pueda hacer al respecto… es la
madre de mi hijo.
TE: Así que no hay nada que se pueda hacer… suena como si te sintieras realmente
desesperanzado.
PT: Tienes razón.
TE: ¿Puedes explicarme más cosas acerca de lo que pasa?… Anotaré brevemente
161
algunos de los detalles de este problema.
PT: Ella sale y corre a buscar crack. Entonces, cuando se hunde, me llama… está
llorando… quejándose… quiere que vuelva y eso es lo que suelo hacer, ya sabes…
TE: ¿Se coloca, te llama, llorando y quejándose, te pregunta si quieres volver y eso es lo
que haces?
PT: Sí.
TE: ¿Cómo acabas sintiéndote?
PT: Como en el infierno… Me enfado con ella… No puedo soportar verla de esa
forma… lo siento por ella, una especie de tristeza.
TE: ¿Qué pensamientos pasan por tu cabeza?
PT: Ya estamos de nuevo… Estoy cansado de esto… ella ha mentido de nuevo [la novia
le dijo al paciente varias veces que dejaría de tomar drogas y que buscaría ayuda]…
cuando me enfado de veras sólo quiero salir y empezar a beber… colocarme y pensar
acerca de la coca… a veces lo hago de esa forma, ya sabes, sólo para relajarme.
TE: Así que te llama, te enfadas, te sientes triste, vas a su casa, quieres colocarte para
soportar la ira y el cansancio. ¿Es así?
PT: Eso es exactamente.
TE: Me dijiste antes que no hay nada que puedas hacer con respecto a eso. ¿Qué te
gustaría ver que pasa?
PT: Ver que ella para de llamarme cuando está colocada o se hunde.
TE: Pensemos acerca de eso durante unos minutos. Si ella te llama, y a menos que tú no
contestes al teléfono, no está bajo tu control. Estaba preguntándome… ¿hay alguna
cosa que todavía esté bajo tu control?
PT: No tengo por qué hablar con ella… No tengo por qué ir.
TE: Es verdad. Pero ¿qué significaría si no hablases con ella y tampoco fueras?
PT: Es la madre de mi hijo… significaría que no la estoy ayudando.
TE: ¿Así que crees, en este punto, que hablando con ella y acudiendo la estás ayudando?
¿Es eso verdad?
PT: Realmente no. Sigo haciendo las mismas cosas una y otra vez… ella todavía no ha
dejado de hacerlo y no ha intentado buscar ayuda.
TE: Así que una forma alternativa de contemplar eso es que sería mejor si evitaras
cualquier contacto con ella cuando está tomando drogas. Tú crees que la estás
ayudando hablando con ella y yendo a su casa. Pero cuando vuelves la vista atrás te
das cuenta de que realmente no la estás ayudando y que, además, corres peligro de
volver a tomar cocaína para poder controlar tu ira.
162
PT: Es cierto.
TE: ¿Crees que una posible solución sería no hablar con ella o no ir a su casa?
PT: Sí.
TE: Creo que cuando ella llama se activa este pensamiento incorrecto en ti, se dispara y
te comportas como si fuera verdad.
PT: Eso es cierto. Sólo después veo que realmente no la estoy ayudando y ocurre lo
mismo una y otra vez.
TE: Creo que esto nos permite tener algo en lo que trabajar para solucionar tu problema.
Lo primero que haremos será ayudarte a tratar esa llamada y lo segundo es explorar
otras maneras posibles de ayudarla.
Resumen
En este capítulo hemos examinado algunas razones de por qué es importante
establecer las metas de la terapia: a) para fomentar un sentido de dirección; b) para
ayudar a los pacientes a sentirse más esperanzados; c) para evitar los desvíos o cambios
de tema en la terapia; d) para reforzar la colaboración, y e) para evaluar el avance y los
resultados terapéuticos. También hemos expuesto las siguientes reglas generales para
establecer las metas: a) colaborar; b) resaltar la relación entre la abstinencia y la
resolución de problemas en términos positivos, y c) establecer metas en términos
concretos y positivos. Se han estudiado con detalle dos objetivos estándar del
tratamiento: reducir la dependencia de la droga y aprender mejores habilidades de
solución de problemas; además, se han expuesto métodos para tratar las contradicciones
y la negatividad del paciente acerca de buscar ayuda.
163
CAPÍTULO 9
TÉCNICAS DE TERAPIA COGNITIVA
Para obtener resultados óptimos, la mejor forma de tratar los círculos viciosos
asociados con el abuso de sustancias es mediante una combinación de técnicas
cognitivas y conductuales. Las técnicas cognitivas tratan las creencias relacionadas con
las drogas y los pensamientos automáticos que contribuyen a los impulsos y los craving,
mientras que las técnicas conductuales se centran en las acciones que interactúan
causalmente con los procesos cognitivos. Las técnicas conductuales ayudan al paciente a
probar lo acertadas que son las creencias relacionadas con las drogas que disparan y
perpetúan el uso de las mismas, y se utilizan también para enseñar a los pacientes
habilidades (p. ej., asertividad y relajación) que les permitan tratar con situaciones de
alto riesgo, impulsos y craving de consumir. En este capítulo describimos algunas de las
técnicas más comunes y más ampliamente usadas en terapia cognitiva. Aunque algunas
de estas técnicas han sido adaptadas para el uso específico con el abuso de sustancias, la
mayoría son aplicables a pacientes que comprenden todo el espectro diagnóstico.
Principios básicos
LA RELACIÓN TERAPÉUTICA
La eficacia de las técnicas cognitivas y conductuales depende, en gran medida, de la
relación entre el terapeuta y el paciente. Beck y otros (1979) explicaron que dicha
relación requiere que el terapeuta se muestre cálido, empático y sincero. Sin estos
aspectos la terapia se convierte en una mera «orientación propagandística».
LA CONCEPTUALIZACIÓN COGNITIVA DEL CASO
Para un tratamiento efectivo se requiere una conceptualización cognitiva amplia y
precisa. La conceptualización del caso (capítulo 5) se ha definido como recoger,
sintetizar e integrar los datos relativos al paciente, de forma que se generen hipótesis
164
refutables acerca de la etiología y tratamiento de las creencias desadaptativas de varios
pacientes y de otros síntomas que puedan ser formuladas y comprobadas. Estos datos
incluyen información demográfica, presentación del problema, diagnóstico del DSM-III,
perfil evolutivo y perfil cognitivo del paciente. Sin una conceptualización del caso
adecuada, la elección de técnicas específicas puede ser arbitraria e incluso inapropiada
para un paciente determinado. Por ejemplo, esto se puede ilustrar en el caso de un
paciente que utiliza cocaína de manera ostensible para poder tener más «energía» y así
poder trabajar más horas en la oficina. Un paciente de este tipo no sería receptivo a la
aplicación ciega por parte del terapeuta de las técnicas de relajación.
EL MÉTODO SOCRÁTICO
En la terapia cognitiva se consigue una mejor interacción entre el paciente y el
terapeuta si se utiliza frecuentemente el método socrático (es decir, el descubrimiento
guiado). Mediante el método socrático, los pacientes son guiados a través de un proceso
de descubrimiento de sus patrones de pensamiento y acción distorsionados. A pesar de
que la terapia cognitiva comprende aprender nuevas creencias y conductas, éstas no se
pueden enseñar mediante lecciones o sermoneando. Por el contrario, la terapia cognitiva
utiliza preguntas para probar algo, reflexiones, resúmenes e hipótesis para poder elicitar,
examinar y refutar las creencias básicas y los pensamientos automáticos de los pacientes.
Overholser (1987) proporcionó una descripción excelente del método socrático.
Explicó que «el método socrático de intervención anima al cliente a contemplar, evaluar
y sintetizar diversas fuentes de información…» (pág. 258). Este proceso, cuando se
realiza adecuadamente, debería reducir «la angustia subjetiva» y «la sintomatología
aguda». Overholser explicó además que el método de cuestionamiento socrático
proporciona insight y toma de decisiones racional haciendo que el paciente esté atento a
la información importante. Lo más relevante es que este proceso configura el
pensamiento mediante un cuestionamiento activo y la reflexión selectiva. El objetivo del
método socrático es, para el paciente, aprender a pensar de forma independiente (es
decir, autónomamente) y de forma racional.
ASIGNACIÓN DE ACTIVIDADES ENTRE SESIONES
En gran medida, el éxito en la terapia se ve facilitado por la realización de actividades
entre sesiones formales (asignadas) e informales (espontáneas) externas a la terapia
(Burns y Auerbach, 1992; Persons y otros, 1988). La asignación de actividades entre
165
sesiones formales comprende la práctica de técnicas cognitivas y conductuales entre las
sesiones, donde el cambio es lo más importante. Para estar del todo seguros de las
actividades entre sesiones, las asignaciones de las mismas se deberían realizar
conjuntamente, siempre que sea posible, entre el terapeuta y el paciente. Además, el
terapeuta debería chequear si el paciente comprende la especificidad de la asignación y
sus razones, practicándolas antes, en la sesión. El terapeuta y el paciente pueden unir sus
esfuerzos para anticipar las posibles barreras con las que se encontrará el paciente para
completar sus actividades entre sesiones y se pueden hacer planes alternativos para el
caso de que dichas actividades entre sesiones no se puedan realizar (p. ej., el paciente es
instruido para enumerar los pensamientos automáticos que inhibió al afrontar los
aspectos inherentes a la tarea asignada). La realización de la tarea será reforzada más
adelante si el terapeuta chequea regularmente el estatus de las tareas asignadas
previamente a dicha sesión.
Técnicas cognitivas
ANÁLISIS DE LAS VENTAJAS Y DESVENTAJAS
La persona que utiliza drogas suele mantener creencias que minimizan las
desventajas y maximizan las ventajas de tomar dichas sustancias. Por eso, el análisis de
las ventajas y desventajas (V-D) es una técnica de terapia cognitiva extremadamente útil.
En el análisis V-D, se controlaba al paciente a través de un proceso de enumeración y
reevaluación de las ventajas y desventajas de tomar drogas. Se suele dibujar una matriz
de cuatro celdas para los pacientes y se les insta a que llenen cada celda con las
consecuencias escritas de tomar versus no tomar drogas.
Proporcionaremos aquí una ilustración del análisis V-D. «Jill» es una mujer de 34
años de edad, en terapia debido a su adicción a la cocaína. Como ha tenido un período de
abstinencia largo de cocaína, ha expresado su interés en dejar de fumar. Jill explicó que
no sabía si «realmente» quería dejarlo. El terapeuta sometió a la paciente a un análisis de
V-D tal y como sigue (la matriz que completó aparece en la figura 9.1):
TE: Dices que no estás segura de si realmente quieres dejarlo.
PT: Sí, correcto.
TE: Bien, analicemos las posibles ventajas y desventajas de dejar de fumar. Te dibujaré
una ventana como ésta (dibuja la matriz), de forma que podamos darnos cuenta de tus
166
pensamientos.
PT: Vale.
TE: En el eje vertical escribiremos las «ventajas» aquí y las «desventajas» aquí. En el eje
horizontal escribiremos «dejarlo» versus «no dejarlo».
PT: Bien.
TE: Ahora, ¿cuáles son las ventajas de dejarlo?
PT: Respiraré mejor.
TE: ¿Qué más?
PT: Oleré mejor.
TE: ¿Qué más?
PT: Viviré más años.
TE: ¿Qué más?
PT: ¿No son éstas razones suficientes para dejarlo?
TE: Deberían serlo, pero intentemos agotar todas las posibilidades de cada celda de la
matriz antes de dejarlo.
PT: Bien, entonces apunta el dinero.
TE: Te ahorrarás dinero. ¿Alguna más?
PT: No puedo pensar en ninguna más.
TE: Bien, ¿que hay de las ventajas de fumar?
PT: Ahora mismo no puedo pensar en ninguna.
TE: Debes ver alguna ventaja en el hecho de fumar, ya que sino no estarías fumando.
PT: Sí, creo que puedo. Fumar parece que me alivie de mi estrés… a veces.
TE: ¿Qué más?
[Esta charla continuó hasta que todas las celdas de V-D estuvieron llenas.]
Dejar de fumar
Ventajas
Desventajas
No dejarlo
Respirar mejor
Oler mejor
Vivir más
Ahorrar dinero
Continuar con el alivio del estrés
Evitar la abstinencia
Menos molesto
Síntomas de
abstinencia
Incapaz de
La autoestima, al final, sufrirá por no
tener control
Probablemente moriré por fumar
167
manejar el estrés
Abandonar a un
«amigo»
Probablemente moriré por fumar
Seguiré teniendo este hábito sucio,
desagradable y repugnante
Figura 9.1. Análisis de ventajas y desventajas.
Cuando el análisis V-D tiene éxito, el paciente consigue tener una visión más precisa,
objetiva y equilibrada del consumo de la sustancia que la que tenía previamente. Tal y
como dijimos antes, aquellos que abusan de las drogas tratan de alguna forma de
minimizar sus problemas relacionados con las mismas y maximizar (es decir, hacer
románticos) los beneficios asociados a tomarlas.
IDENTIFICAR Y MODIFICAR LAS CREENCIAS ASOCIADAS CON LA DROGA
En capítulos anteriores hemos presentado el modelo de terapia cognitiva del abuso de
sustancias. Hemos explicado que el paciente que abusa de las mismas tiene más
probabilidad de tener esas creencias asociadas a las drogas, como:
«Trabajo duro y merezco diversión».
«Fumar me relaja.»
«Las drogas me hacen más creativo.»
«Tengo una carrera muy exitosa, así que no es posible que tenga un problema con el alcohol.»
«De todas formas, mi vida es un asco, así que las drogas no la pueden empeorar más.»
«Si dejo de consumir drogas, me deprimiré.»
Los individuos que abusan de las drogas normalmente no están atentos a las creencias
que tienen asociadas a dichas sustancias, y contemplan casi siempre ese abuso como
función de factores extrínsecos. Por ejemplo, suelen atribuir el hecho de fumar
cigarrillos al «estrés», antes que a sus actitudes acerca de fumar. Por tanto, es esencial
ayudar a los pacientes a controlar e identificar sus creencias acerca de las drogas y su
uso.
En terapia cognitiva se muestran estas creencias a la persona que utiliza drogas, y
luego se aplican a sus patrones de abuso de drogas. Específicamente, el terapeuta explica
e ilustra el «modelo cognitivo de abuso de sustancias» (véase figura 3.5) al paciente, y
168
conjuntamente rellenan en cada casilla del diagrama de flujo por ejemplo acerca de
creencias básicas, pensamientos automáticos, sentimientos y conductas que son
pertinentes a la vida del paciente. Por ejemplo, consideremos el caso de «Mack», que
explicaba a su terapeuta: «Me emborraché el sábado por la noche». Sobrevino el
siguiente diálogo:
TE: Explícame acerca de tu borrachera.
PT: ¿Qué tengo que decirte? Sólo que me sentía muy bien y que decidí beber.
TE: Veamos el modelo cognitivo conjuntamente. [El terapeuta sacó una fotocopia del
modelo cognitivo de abuso de sustancias y se la mostró al paciente.] Así que el primer
estímulo fue interno; te «sentiste muy bien».
PT: Sí.
TE: En respuesta a sentirse bien, ¿qué pasaba por tu cabeza que contribuyó a que
bebieras?
PT: Creo que estaba pensando: «Caramba, una bebida aún me hará sentir mejor».
TE: ¿Y qué pensamiento automático pasó por tu cabeza?
PT: «¡Qué diablos! Da lo mismo.»
TE: ¿Y en ese momento empezaste a sentir el craving?
PT: Cierto, así es.
Cuando los pacientes saben controlar sistemáticamente sus creencias y pensamientos
automáticos relacionados con las drogas, y cuando se demuestra que estos procesos
cognitivos están relacionados con su consumo de drogas subsiguiente, esos pacientes
saben explicar que comprenden mejor por qué utilizan droga y por qué es mejor no usar
droga.
LA TÉCNICA DE FLECHAS DESCENDENTES
Es muy común que los pacientes con abuso de drogas tengan pensamientos
catastróficos (todo o nada, o bien exageración) no sólo acerca de su abuso de sustancias
sino acerca de ellos mismos, y sobre su futuro (la tríada cognitiva, Beck, 1976). Dichos
pensamientos suelen ser:
«Mi vida se está desmoronando».
«Me desmoronaré si no puedo tener una dosis.»
«No puedo hacer nada bien.
«Nadie daría nada por mí.»
169
«Estoy totalmente fuera de control.»
La técnica de flechas descendentes es muy útil para tratar creencias de este tipo.
Muchos pacientes son incapaces de articular estas creencias subyacentes, hasta que se les
insta para que consideren el significado personal que sus pensamientos más manifiestos
tienen para ellos. Por tanto, cuando los pacientes exhiben emociones negativas intensas
que parecen ser mucho más importantes que lo que sus pensamientos automáticos
pudiesen originar, los terapeutas suelen pedir a los pacientes que intenten profundizar un
poco más formulándose variaciones sucesivas de la pregunta «¿Qué significa eso para
ti?». Frecuentemente, el final de la cuestión coincide con el descubrimiento de una
creencia nuclear o subyacente. Lo siguiente es una ilustración de lo anterior:
TE: Phil, parece que estés teniendo una reacción muy fuerte contra la idea de mantenerte
al margen de la bebida, en la fiesta que se va a celebrar en tu oficina. ¿Qué te
preocupa sobre el hecho de estar sobrio en esa fiesta?
PT: Nunca soy divertido en las fiestas, si no bebo.
TE: ¿Y si no eres divertido en las fiestas, cuáles serían las consecuencias?
PT: La gente no estará conmigo.
TE: Y si las personas no están a tu alrededor, ¿qué significaría esto?
PT: Significaría que yo no les gusto.
TE: Y asumiendo que todo lo anterior sea verdad, ¿cuáles serían las consecuencias?
PT: Significaría que mi carrera está en peligro, ya que soy un vendedor y dependo de
que caiga simpático a las personas para poder tener éxito.
TE: Y si tu carrera estuviese en peligro, ¿cuáles serían las últimas consecuencias?
PT: ¡Podría perder mi casa y mi familia y todo aquello por lo que he trabajado!
TE: ¿Y crees que todo esto pasará por no beber alcohol en los eventos sociales?
PT: Bien, si lo dices de esta forma, creo que es más bien poco probable.
TE: Estoy de acuerdo, pero ¿te das cuenta de cómo una cadena de creencias
progresivamente más problemáticas te lleva a suponer que habrá una catástrofe si
sigues con la idea de mantenerte «seco» en la fiesta?
PT: Sí, nunca me había dado cuenta antes. Realmente parece como si se tratara de
hacerlo o morir, pero seguro que eso no es así.
TE: Deberemos estar alerta ante cadenas parecidas de creencias. De momento,
escribamos lo que hemos aprendido en el papel [véase figura 9.2].
170
Figura 9.2. Ilustración de la técnica de flechas descendentes.
La técnica de flechas descendentes (llamada de esta manera por la forma en que se
ilustra en el papel, con cada creencia sucesiva señalando con una flecha hacia abajo
hacia la siguiente creencia subyacente) es efectiva porque ayuda al paciente a
«descatastrofizar» (es decir, a reevaluar y modificar los pensamientos catastróficos). En
el ejemplo anterior, la técnica de flechas descendentes ayudó a Phil a articular el
pensamiento catastrófico de que perdería su carrera, familia y casa, si dejaba de beber.
Al hacer esto, Phil fue capaz de ver la distorsión de su pensamiento. Como resultado, se
encontraba en mejor posición para modificar sus pensamientos. De hecho, la ironía del
pensamiento catastrófico de Phil se hizo a la luz cuando hizo un análisis V-D y éste
determinó que «podía perderlo todo» si no dejaba de beber.
REATRIBUCIÓN DE RESPONSABILIDAD
Las personas que toman drogas tienden a atribuir dicha conducta a factores externos.
Por ejemplo, el alcohólico atribuirá su hábito de beber a un matrimonio infeliz, a un
trabajo estresante o a compañeros de bebida que ejercen presión para que sea uno de
ellos. El terapeuta puede ayudar a los individuos a reatribuir la responsabilidad de su uso
de drogas de forma que puedan tomar iniciativas para modificar sus conductas de abuso
de sustancias. La reatribución de responsabilidades requiere la aplicación habilidosa del
método socrático, de forma que los pacientes no sientan que sus terapeutas les estén
juzgando o acusando. El siguiente es un ejemplo de este proceso:
171
TE: Dices que has estado bebiendo de nuevo. ¿Cuáles son tus pensamientos acerca de
por qué te pasa esto?
PT: Bien, mi mujer ha estado molestándome últimamente. Sería capaz de mantenerme
sobrio si consiguiera sacármela de encima durante un tiempo.
TE: Por tanto, ¿crees que tu mujer es la que causa tu hábito de beber?
PT: En cierta forma, sí… pero no es tan simple.
TE: Bien. Dime más cosas acerca de las complejidades implicadas en ese punto.
Exactamente, ¿qué rol juega tu mujer y qué rol juegan tus creencias y conductas?
PT: Me critica y empiezo a pensar que no puedo conseguir paz, estoy atrapado.
TE: ¿Y entonces?
PT: Entonces pienso que la única forma de escapar con vida es beber y olvidar mi
misérrimo matrimonio.
TE: Así que cuando te centras en la miseria de tu matrimonio acabas pensando que sólo
hay un remedio, beber hasta que acabas «derrumbado». ¿Es así?
PT: Sí.
TE: ¿Sería justo decir que decides beber, antes que buscar otras formas de resolver tus
problemas con ella?
PT: Sí, creo que ésa es mi decisión, pero es más fácil culparla a ella (se ríe entre
dientes).
TE: Puede que sea más fácil culparla a ella, pero ¿esto te ayuda a alcanzar tu meta de
tratar tus problemas con el alcohol?
PT: No.
TE: ¿Qué te ayudaría?
PT: Si me hiciera cargo de mi propia vida y de mis propias decisiones, a pesar de que
esté «cabreado» con mi mujer.
TE: No es tan fácil, lo admito, pero es un objetivo valioso.
En este ejemplo, la atención del paciente se centró desde factores internos a externos.
Inicialmente acusó a su mujer por su hábito de beber. Al final de este diálogo había
empezado a ver que de alguna manera él era responsable de su alcoholismo. Como
resultado, empezó a mostrar algunas acciones responsables para cambiar su bebida.
REGISTRO DIARIO DE PENSAMIENTOS (RDP)
El Registro diario de pensamientos (RDP) es una estrategia fundamental en la terapia
172
cognitiva, que ha sido útil en el tratamiento de la depresión, la ansiedad y otros estados
de ánimo problemáticos (Beck y otros, 1979; Burns, 1980). El RDP estándar consiste en
un formato de cinco columnas que completa el paciente (véase figura 9.3).
Aquellos que abusan de sustancias tienden a hacerlo como resultado de sus creencias
(frecuentemente desadaptativas) acerca de las drogas. Por ejemplo, la persona que abusa
de las drogas, antes de ir a la taberna de la esquina tendrá la creencia de que «Necesito
una bebida». Mediante la utilización de la RDP, el paciente es capaz de examinar esta
creencia y considerar su validez de forma más sistemática y objetiva. Además, el RDP
proporciona un lapso de tiempo entre el impulso inicial durante el cual el paciente puede
escoger no beber (o consumir otras drogas), y experimentar una disminución natural del
craving. Además, el RDP proporciona un método para afrontar los estados de ánimo
negativos, de forma que no sea tan probable disparar el consumo de droga.
Consideremos el caso de Mack, que decía que había estado tentado a beber, cuando
estaba solo durante los fines de semana. Como actividad que debía realizar entre
sesiones, su terapeuta le pidió que completara un RDP en base a su experiencia de estar
solo los sábados por la noche (véase figura 9.3). Al principio Mack se describió como si
estuviera solo y enfadado como resultado de no tener una cita. Evaluó estas emociones
con mucha intensidad: 80 y 75 respectivamente. Estos sentimientos se basaban en sus
creencias: «Nadie cuida de mí» y «Es insoportable estar solo». Utilizando el RPD como
guía, el terapeuta de Mack le ayudó a considerar respuestas racionales alternativas como
«Mis amigos y mi familia se cuidan de mí» y «PUEDO soportar estar solo». Como
resultado de hacerlo de esta forma, Mack expuso que se sentía suficientemente aliviado y
que fue capaz de evitar tomar una copa. Este resultado fortaleció su sentido de
autoeficacia de forma clara.
Un método útil para enseñar a los pacientes a generar respuestas racionales objetivas
comprende la aplicación de una serie de preguntas abiertas (véase la parte baja de la
figura 9.3). Estas cuestiones serían:
1. ¿Qué evidencias concretas y objetivas apoyan o refutan mis pensamientos
automáticos y creencias?
2. ¿Hay otras maneras de que pueda contemplar la situación? ¿Hay alguna ventaja de
que la disfrace?
3. ¿Qué es la peor cosa que me puede pasar? ¿Cuál es la mejor cosa? ¿Qué es lo más
probable que pase realmente?
4. ¿Qué acción constructiva puedo realizar para manejar la situación?
173
5. ¿Cuáles son los pros y contras de que cambie mi manera de ver la situación?
6. ¿Qué consejo útil darías a tu mejor amigo si estuviera en tu misma situación?
Cualquiera de estas cuestiones pueden ayudar a estimular a los pacientes a pensar en
respuestas racionales. Hemos encontrado que la aplicación regular de estas preguntas se
convierte en una actividad entre sesiones excelente y que les ayuda para que saquen el
máximo beneficio del RPD.
IMAGINACIÓN
Las técnicas de imaginación se pueden utilizar con los que consumen drogas para
ayudarles a visualizar el «autocontrol» y evitar el abuso de droga. La imaginación puede
ser una técnica muy útil para que los pacientes se centren en las creencias relacionadas
con las drogas y los pensamientos automáticos, o bien distrayéndoles de sus craving y
urgencias.
También puede servir como método para cambiar las creencias y los pensamientos
asociados con las drogas. Por ejemplo, se pueden imaginar actividades positivas y
divertidas como alternativas al consumo de drogas; e imaginar una vida saludable,
productiva, como resultado de estar libre de las drogas. El siguiente ejemplo demuestra
la utilización de la imaginación para dejar de fumar:
PT: No sé cómo sobreviviré sin mi primer cigarrillo del día.
TE: ¿Cuáles eran tus pensamientos justo antes de fumar el cigarrillo?
Instrucciones: Cuando notes que tu estado de ánimo está empeorando, pregúntate a ti mismo: «¿Qué está
pasando por mi cabeza en este momento?» y tan pronto como sea posible anota brevemente el pensamiento o
la imagen mental en la columna de Pensamientos automáticos.
174
Algunas preguntas que ayudarán a formular respuestas racionales: 1. ¿Qué evidencias existen de que el
pensamiento automático sea verdadero? ¿No es verdadero? 2. ¿Hay alguna explicación alternativa? 3. ¿Qué es
lo peor que puede pasar? ¿Puedo vivir con ello? ¿Qué es lo mejor que puede pasar? ¿Cuál es el resultado más
realista? 4. ¿Qué debería hacer acerca de ello? 5. ¿Cuál es el efecto de creer en pensamientos automáticos?
¿Cuál puede ser el efecto de cambiar mi pensamiento? 6. Si____________(el nombre de mi amigo) estuviera
en mi situación y tuviera este pensamiento, ¿qué le diría yo a él?
Figura 9.3. Registro diario de pensamientos (RDP) (formulario).
PT: Normalmente no pienso. Simplemente busco el paquete, saco un cigarrillo y lo
enciendo.
TE: Puede que tus pensamientos sean tan automáticos que no les prestes atención. Me
gustaría ayudarte a recordar los pensamientos que te llevan a fumar el primer cigarrillo
del día. Cierra tus ojos por un momento e imagínate qué ocurre cuando te levantas por
la mañana, al principio de todo. ¿Qué ves? ¿Hueles algo? ¿Oyes algo? ¿Cómo te
sientes? Ahora, ¿qué pensamientos pasan por tu mente? ¿Qué te estás diciendo a ti
mismo?
PT: Primero, estoy un poco grogui. Cuando mi mente empieza a aclararse estoy tumbado
en la cama pensando acerca de qué tengo que hacer hoy. Me da la impresión que me
pongo un poco nervioso y pienso: «Oh, necesitas relajarte; ve a la cocina a tomar una
taza de café y encender un cigarrillo».
TE: ¿Qué pasa después?
PT: Bien, si he de ser sincero, primero voy al lavabo, pero después, voy a la cocina a por
175
café y un cigarrillo.
TE: Cuando vas hacia la cocina, ¿puedes recordar en qué piensas?
PT: ¡Seguro! Pienso que conseguiré levantar el ánimo con los cigarrillos y el café.
TE: Así que piensas «Voy a conseguir levantar mi ánimo mediante este primer cigarrillo.
¡Rápido, ve a fumar!». ¿Cómo te sientes con esta imagen y qué pasa después?
PT: Siento un impulso de fumar y me perdono a mí mismo.
TE: Bien, probemos algo. Las imágenes de fumar y beber café son muy positivas.
¿Puedes reemplazarlas por imágenes alternativas de lo que podría suceder por la
mañana?
PT: Creo que sí. La última vez que deje de fumar me levanté y me fui a hacer jogging.
TE: ¿Cuáles eran tus pensamientos antes de ir a hacer jogging?
PT: Eran del mismo tipo que los pensamientos sobre fumar, pero en su lugar pensé que
correr me levantaría el ánimo.
TE: Bien, intentemos imaginar que haces jogging por la mañana. ¿Qué ves? ¿Qué oyes?
¿Qué sientes? Intenta hacerlo lo más atractivo y tentador posible.
PT: Veo la tenue luz del sol de la mañana tal y como brilla en los árboles, la casa y el
campo. El aire de la mañana huele a fresco y limpio. Oigo cantidad de pájaros
gorjeando porque es temprano. Me siento saludable y vivo.
TE: ¿Qué ocurre cuando te provocas esta nueva imagen?
PT: Pierdo algo de interés en el cigarrillo.
TE: ¡Fantástico! Así que ahora tienes una imagen alternativa a la imagen de fumar
cuando te levantas por la mañana. ¿Puedes intentar, voluntariamente, «llamar» en tu
conciencia a esta imagen por la mañana? PT: Lo intentaré.
TE: Antes de empezar, asegurémonos también de que tu médico de cabecera está de
acuerdo y cree que es seguro que vuelvas a realizar jogging de nuevo. ¿Vale?
Técnicas conductuales
PROGRAMACIÓN Y CONTROL DE LA ACTIVIDAD
Los pacientes que abusan de las drogas tienden a involucrarse en actividades y
conductas que favorecen su abuso de drogas y, a su vez, a no tomar parte en actividades
que promueven algunos objetivos prosociales vitales, como son el trabajo, los hobbies,
los servicios comunitarios y las relaciones estables. El control de actividades y su
176
programación pueden ser estrategias básicas útiles para comprender y controlar las
conductas relacionadas con la droga y para incrementar las conductas productivas.
El proceso de control de la actividad y de su programación es simple y sencillo. El
paciente recibe una rejilla formulario (el Inventario de actividades diarias) que incluye
los 7 días de la semana divididos en bloques de 1 hora (véase figura 9.4). Durante un
período de una semana, el paciente apunta las actividades diarias y el grado en que siente
placer y dominio o habilidad cuando participa en dicha actividad. El placer y la
habilidad, registrados en una escala de cero (nada) a diez (extrema) proporciona una
indicación del estado de ánimo del paciente y la cantidad de refuerzo o satisfacción que
se deriva de dicha actividad.
El Inventario de actividades diarias se puede usar al menos con tres finalidades.
Primero, sirve como un diario de las actividades que se realizan. Mediante la revisión de
todo un inventario, el terapeuta y el paciente consiguen un nivel de comprensión básico
de las actividades del paciente y de cómo éstas se relacionan con el consumo de droga.
Segundo, el Inventario de actividades diarias puede servir como una guía prospectiva
para futuras actividades. Es decir, el paciente y el terapeuta pueden usar un formulario en
blanco para programar actividades alternativas que tiendan menos hacia el consumo de
drogas. Además, en la medida en que el paciente tenga necesidad de satisfacción y
sentido de realización de la vida, el terapeuta puede escoger examinar las creencias
nucleares del paciente acerca de ser querido y de su adecuación, respectivamente. Y por
fin, el Inventario de actividades diarias se puede utilizar para evaluar en qué medida el
paciente ha estado siguiendo su programación adecuadamente. Es decir, después de que
el plan de una semana se haya acabado, los pacientes se llevan a casa un formulario en
blanco para controlar sus conductas reales. Frecuentemente, los fracasos a la hora de
realizar actividades planificadas suelen ser paralelas a las conductas relacionadas con las
drogas, juntamente con sus pensamientos concomitantes, tales como «No puedo hacer
nada correctamente» o «Nunca logro mis objetivos». Cuando esto ocurre, el terapeuta
deberá permanecer optimista, ayudando a sus pacientes a considerar que se ha obtenido
información valiosa, y que aún pueden conseguir los objetivos a pesar de los reveses
iniciales.
Cuando los pacientes son capaces de planificar y conseguir hacer las actividades no
relacionadas con las drogas, se sienten más satisfechos y aumenta su autoeficacia;
empezarán a verse menos indefensos, con más capacidad de autocontrol y con menor
dependencia de las «dosis» químicas.
177
EXPERIMENTOS CONDUCTUALES
Los experimentos conductuales se utilizan para probar la validez de las creencias
relacionadas con las drogas y las creencias nucleares de los pacientes. Por ejemplo,
consideremos el paciente que cree: «Perdería a todos mis amigos si no fumara porros».
Un experimento conductual consistiría en que este paciente participara en «actividades
usuales» con sus amigos, sin usar marihuana (el paciente se vería impelido a participar
completamente en todas las actividades no relacionadas con las drogas). Por tanto, la
«variable independiente» en este experimento sería la utilización de marihuana por parte
del paciente. La «variable dependiente» sería mantener las amistades. El paciente se
vería impelido a evitar cualquier «variación extraña» manteniendo la consistencia en
todas las otras facetas de su conducta. A pesar de los resultados de estos experimentos,
es probable que el paciente aprenda algunas lecciones importantes. Específicamente, si
pierde a sus amigos el terapeuta le animará a examinar el significado de sus amistades
anteriores a la abstinencia. Si consigue mantener sus amistades, se espera que el paciente
modifique sus creencias originales distorsionadas: «Perderé a todos mis amigos si no
fumo marihuana».
Nota: clasificar de 0 a 10 las actividades H para habilidad y P para placer
Figura 9.4. Inventario de actividades diarias (formulario).
178
Otra forma de experimentación conductual es la técnica «como si». Utilizando esta
técnica, el terapeuta animará al paciente a actuar como si una conducta deseada o una
serie de circunstancias fueran reales para él. Por ejemplo, el paciente que desea dejar de
fumar podría pasar una semana actuando «como si» fuera un no fumador. Otro ejemplo:
podría pedir a otros que no fumaran a su alrededor, hacer ejercicio o sentarse en las
secciones de no fumadores en los restaurantes. Estas actividades se diseñan para
modificar las creencias relacionadas con las drogas, así como las conductas.
REPASO CONDUCTUAL (ROLE-PLAYING Y ROLE-PLAYING INVERTIDO)
Muchos pacientes con problemas de abuso de sustancias tienen también problemas
concomitantes de comunicación interpersonal (p. ej., asertividad, revelar cosas de uno
mismo y escuchar activamente) (Platt y Hermalin, 1989). Consecuentemente, con
frecuencia se sienten frustrados y saturados en las situaciones interpersonales, y esto
genera un incremento de su vulnerabilidad para utilizar droga. Por tanto, el terapeuta
puede iniciar un role-playing para enseñar al paciente habilidades interpersonales
efectivas. Lo siguiente es un ejemplo de lo anterior:
PT: Me siento como un inútil cada vez que mi mujer me riñe.
TE: ¿Qué quieres decir cuando dices que te «regaña»?
PT: Me refiero a cuando quiere que haga más cosas aparte del trabajo que me toca.
TE: ¿Qué haces cuando piensas que te está riñendo?
PT: Bien, lo normal es que vaya a otra habitación o que me marche. Entonces corro más
peligro de emborracharme.
TE: Así que te marchas.
PT: Sí.
TE: ¿Cuánto tiempo puedes aguantar dicha situación?
PT: No tengo ni idea.
TE: Vale, probemos distintas opciones. Yo tomaré el rol de tu esposa y me gustaría que
discutieras tus sentimientos conmigo tan sinceramente como te fuera posible, sin
atacarme o sin ser agresivo.
PT: No comprendo. ¿Qué debo hacer?
TE: Simplemente simularemos que yo soy tu esposa y practicas hablando conmigo de
forma constructiva acerca de mi reprimenda.
PT: Vale, ¿quién empieza?
TE: Yo mismo (actuando como la mujer del paciente, y expresándose molesta ante
179
éste). Me gustaría que cuidaras del jardín este fin de semana. Han pasado tres semanas
desde que prometiste plantar hierba tan pronto como pudieras para evitar que ya fuera
demasiado tarde como para intentarlo. Estoy deprimida y cansada de esperar que
hagas las cosas por ti mismo (silencio; el paciente mira extrañado). [El terapeuta para
momentáneamente el role-playing para animar al paciente.] Ahora, me respondes
como a tu mujer.
PT: No veas, ¡esto suena igual que lo que ella me dice!
TE: Bien, ahora háblame como lo harías con ella.
PT: (Otra pausa, y entonces continúa el role-playing.) ¡María, estoy harto de que me
riñas!
TE: ¡Es la única forma de que se hagan las cosas en esta casa!
PT: ¡Hago muchas cosas aquí! (elevando la voz). ¡Estás tan ocupada riñéndome que
nunca lo notas!
TE: [De nuevo, se para el role-playing. El terapeuta habla con el paciente.] Ahora,
veamos qué ha pasado. ¿Cuáles son tus pensamientos acerca de este role-playing?
Quedó claro que a este paciente le faltaban habilidades adecuadas para resolver
problemas. Por tanto, el terapeuta debía empezar a enseñar las habilidades conductuales
de escuchar activa y asertivamente (versus agresividad) e implicándose. El proceso de
aprendizaje comprende el entrenamiento didáctico, conjuntamente con el role-playing
frecuente, para poder aprender y practicar más conductas interpersonales efectivas.
Una forma de convencer a un paciente reticente a participar activamente en el roleplaying es tomar voluntariamente el papel del paciente mientras que éste representa al
«otro problemático» (p. ej., un empleado, una esposa o un antiguo colega de droga que
está intentando convencer al paciente para que se coloque). De esta forma, el paciente
puede mostrar al terapeuta lo difícil que es manejar la situación, mientras que el
terapeuta puede modelizar algunas respuestas que el paciente no había pensado antes.
Una variante más costosa de este procedimiento se ha descrito en Moorey (1989).
Este autor sugiere que los pacientes con abuso de drogas pueden aprender a empatizar
con personas importantes en sus vidas mediante el role-playing de personas
significativas que se han visto afectadas por el abuso de las drogas realizado por el
paciente. Este ejercicio también sirve para resaltar la destrucción que el abuso de drogas
ha causado en la vida personal del paciente.
Por otro lado, cuando el role-playing se repite, ayuda al paciente a desarrollar
repertorios de conducta social nuevos, maduros, efectivos en ambientes seguros, donde
180
los errores se pueden corregir sin consecuencias reales.
ENTRENAMIENTO EN RELAJACIÓN
Frecuentemente hay un componente de ansiedad en el consumo de drogas (véase el
capítulo 15). Por ejemplo, los fumadores de cigarrillos y los consumidores de alcohol
adictos suelen explicar que fuman o beben para relajarse. Por tanto, el abuso de drogas
suele ser una forma de automedicación para las personas que tienen dificultad
relajándose (Castaneda y otros, 1989; Khantzian, 1985). Incluso las personas que abusan
de la cocaína por sus efectos estimulantes, se sienten ansiosas o tensas cuando prevén
que van a usar droga, especialmente si hay algún retraso entre el momento en que
empieza el craving irrefrenable y el momento real en que toman la droga.
Por tanto, el entrenamiento en relajación puede ser una técnica útil porque
proporciona al paciente un método para relajarse seguro (cuando está libre de la droga).
Segundo, proporciona al paciente un período de tiempo después de la experiencia inicial
del craving, durante la cual disminuirá el mismo (Carroll, Rounsaville y Keller, 1991;
Horvath, 1988). Al final, el entrenamiento en relajación será útil para establecer la
creencia nueva del paciente de que controla y es responsable de sus respuestas de
afrontamiento (véase el capítulo 15, para información adicional sobre el tema).
ASIGNACIÓN DE ACTIVIDADES ENTRE SESIONES GRADUADAS
Con frecuencia, los pacientes tienen que cambiar espectacularmente sus conductas,
para facilitar que estén fuera de la droga (o reduzcan su consumo). Por ejemplo, el
paciente que sólo tiene amigos consumidores de crack tendrá que reestructurar su vida
social casi por entero para minimizar las posibilidades de recaída. El sentido común y la
experiencia nos dice que esto no es una tarea fácil. Por tanto, se anima al paciente a que
se comprometa a ir aproximándose hacia las conductas deseadas para poder ir
consiguiendo las metas propuestas. Por ejemplo, el paciente que necesita modificar sus
relaciones debe ser animado a empezar a pasar el tiempo libre del consumo de droga con
citas que no utilicen drogas (p. ej., un nuevo amigo hecho en un grupo de apoyo) o como
ir a cenar o a ver una película. Al ejecutar adecuadamente esta práctica, el paciente
escogerá otra tarea (que demande más) hasta que haya conseguido construir una nueva
red social no relacionada con el consumo de drogas.
RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS
181
Los pacientes con abuso de drogas que suelen demostrar impulsividad tienden a
solucionar mal sus problemas. De hecho, en estadios avanzados del abuso de sustancias
muchos pacientes o bien ignoran sus problemas (negación, evitación) y/o responden a
sus problemas anestesiándolos con las drogas. Aquellos pacientes con una larga historia
de abuso de sustancias es notablemente aparente que tienen muy poca experiencia
acumulada en reconocer y solucionar los problemas constructivamente.
Por ejemplo, una de nuestras pacientes con abuso de drogas estaba preocupada por el
abuso de sustancias de su marido. Un día encontró un escondite de cocaína crack de su
marido. En vez de enfrentarse a él o derramar la droga en el lavabo, se fumó cada
cápsula hasta que se acabó. Cuando explicó esto a su terapeuta, éste agitaba su cabeza
incrédulamente y le preguntó qué razones tenía para ese acto tan contraproducente. Ella
expuso: «No quería que él consumiera, así que supuse que si me lo fumaba todo, él no
podría tomarlo». El terapeuta señaló que esto era un ejemplo de una «creencia
permisiva» y que reflejaba la incapacidad de pensar el problema cuidadosamente (lo
menos que se puede decir). Otro paciente aludió a un conflicto de horarios entre sus
sesiones de terapia y su trabajo. Su respuesta inmediata fue dejar su trabajo, antes que
esperar una semana para programar un nuevo calendario con el terapeuta.
El resultado de estos ejemplos es que a los pacientes con abuso de drogas se les
deben enseñar los principios de resolución de problemas (Nezu, Nezu y Perri, 1989). Los
pasos de resolución de problemas son éstos:
1. Definir el problema con términos específicos y claros.
2. Proponer (brainstorming) una serie de soluciones posibles.
3. Examinar los pros y los contras de cada solución propuesta (para el presente, el
futuro y también para aquellas personas significativas).
4. Escoger la mejor solución hipotetizada.
5. Aplicar la conducta después de planificarla, prepararla y practicarla.
6. Valorar el resultado y evaluar la solución de otros problemas posibles.
Éste es un proceso largo y gradual que, además, está cargado de frustración a lo largo
del camino. El terapeuta debe dar siempre apoyo, tener paciencia y animar a sus
pacientes a que perseveren y que puedan aprender dichas habilidades.
EJERCICIO
La mayor parte de abuso de sustancias es incompatible con la salud física y hacer
182
ejercicio regularmente. Por ejemplo, parece incongruente fumar cigarrillos y practicar
aerobic regularmente (p. ej., jogging). Por tanto, la actividad aeróbica regular es probable
que aumente la conciencia de la persona de las desventajas de abuso de sustancias y las
ventajas de dejarlo.
El terapeuta debe animar al paciente a implicarse en el ejercicio físico, como parte del
programa de tratamiento (evidentemente, sólo con la aprobación del médico). Esta
actividad ayudará al paciente a redefinirse a sí mismo como saludable, en forma física.
Esta imagen podría causar disonancias cognitivas para el paciente y motivarlo a
modificar su patrón de abuso de sustancias.
(Una excepción notable a lo dicho anteriormente implica a los atletas que abusan de
los esteroides anabólicos, al pensar que éstos son muy compatibles con el logro atlético.
En estos casos, los terapeutas no querrán centrarse en el ejercicio como una intervención.
Por contra, la terapia se debería centrar en el control de la ira, resolución de conflictos
interpersonales y en los efectos secundarios no atractivos de los esteroides [calvicie,
acné, respuesta sexual reducida y toda una miríada de consecuencia médicas graves].)
CONTROL DE ESTÍMULOS
A primera vista, parecería que una estrategia efectiva para reducir el abuso de
sustancias sería eliminar todos los estímulos que desencadenan el consumo de droga. Sin
embargo, en la práctica es obvio que eso no es posible: todas las personas tendrán
episodios en los que se sentirán tristes, solas, ansiosas, aburridas, frustradas o con otras
fuentes internas de alto riesgo. Los exfumadores, de forma inevitable, se encuentran en
lugares en los que otras personas están fumando; las personas dependientes del alcohol
acaban encontrándose con anuncios tentadores, y muchos individuos que toman drogas
ilícitas tienen que entrar en contacto con sus familias, que también abusan de dichas
drogas.
Para poder minimizar el contacto con los estímulos que disparan el consumo de
droga, se anima a los pacientes a identificar dichos estímulos (internos y externos), que
los exponen ante situaciones de alto riesgo de que se activen las creencias relacionadas
con las drogas y que a su vez disparan el consumo de droga (Carroll, Rounsaville y
Keller, 1991). Por ejemplo, algunas personas son vulnerables a los estados de ánimo
negativos (aburrimiento, ansiedad, tristeza, etc.) mientras que otros son vulnerables a los
estados de ánimo positivos (alegría, felicidad, diversión, etc.). En cambio otros son
vulnerables a señales extrínsecas (comidas, otros consumidores, hora del día,
localización geográfica, etc.). También se anima a los pacientes a que planifiquen formas
183
de evitar estas señales siempre que puedan. Sin embargo, lo más importante es animar a
que preparen métodos para manejar estas señales o estímulos cuando se encuentran
inevitablemente con ellos (véase el capítulo 10).
Obstáculos comunes en el tratamiento
Cuando un paciente no parece estar respondiendo favorablemente a la terapia
cognitiva, podría ser que existiera un problema en la relación terapéutica. El paciente que
no confía en el terapeuta, o que no se siente cómodo en terapia, es posible que esté a la
defensiva en las sesiones; por tanto, evitará hacer revelaciones importantes por miedo a
ser juzgado o reprendido. Sin estas revelaciones, es poco probable que el paciente
examine objetivamente o reconozca patrones de pensamiento sesgados. Este tipo de
examen es algo central para el éxito de la terapia cognitiva y se puede tratar de fomentar
mediante un abordaje terapéutico cálido, colaborador y de aceptación.
Cuando se cree que la relación terapéutica es apropiada y profunda, pero en cambio
las técnicas parecen ser inefectivas, es importante revisar la conceptualización del caso
para evaluar si se ha omitido algún diagnóstico, se han pasado por alto creencias o
acontecimientos vitales históricos que no se hayan evaluado. Por ejemplo, muchos
pacientes con abuso de sustancias tienen un trastorno de personalidad concomitante
(borderline, antisocial, trastorno de personalidad evitativo, etc.). Estos pacientes
requieren que el terapeuta esté atento simultáneamente y de forma cuidadosa a sus
patrones de personalidad desadaptativos (p. ej., creencias) así como de sus problemas
con el abuso de sustancias. Los pacientes también tendrán problemas con la ansiedad y
la depresión e intentarán solucionar estos problemas con sustancias psicoactivas (p. ej.,
automedicación). Los terapeutas deben tener presente que la «resistencia» de este tipo de
pacientes al tratamiento simplemente refleja un miedo no manifiesto de que sin drogas
sus ansiedades o disforia serían insoportables. También es importante revisar de nuevo la
historia del paciente de forma que permita un cambio en el tratamiento. Por ejemplo, un
terapeuta no se dio cuenta hasta varios meses después del tratamiento que su paciente
había pasado en la escuela por experiencias humillantes de fracaso y de que los
recuerdos que tenía de ello le habían conducido a resistirse a cualquier cosa que fuera
parecida a los «deberes» o actividades que hay que realizar entre sesiones, por miedo a
que le hicieran parecer estúpido. Una vez esto salió a la luz y se comprendió, el terapeuta
fue capaz de ayudar al paciente a producir respuestas racionales que combatieran estas
expectativas negativas y miedos.
184
El aspecto que tiene que ver con las tareas que debe realizar el paciente es de
suficiente importancia como para que merezca un debate aparte. Cuando el paciente no
participa en las actividades que se le asignan entre sesiones, esto puede impedir el
proceso de aprendizaje terapéutico. Es tentador, en cualquier intervención médica o
psicológica, que simplemente se le diga al paciente que se vaya a casa y que lo haga…
Sin embargo, para que dichas tareas o actividades sean el máximo de efectivas, deben
tener una serie de cualidades. Primero, se deben determinar de forma conjunta,
colaborando terapeuta y paciente. Segundo, el terapeuta debe chequear si el paciente
comprende la naturaleza exacta de dicha tarea, así como el conocimiento del paciente de
cuáles son las razones de dicha asignación o tarea. Tercero, el terapeuta y el paciente
deben considerar cualquier posible obstáculo que pueda aparecer al realizar dichas
actividades y preparar planes concomitantes. Finalmente, el paciente debería tener la
oportunidad de practicar las actividades o tareas asignadas con el terapeuta para poder
probar su comprensión y habilidad para realizarlas.
Un problema final en la aplicación de las técnicas de terapia cognitiva en el abuso de
sustancias podría residir en el estilo terapéutico del terapeuta. Es esencial que el
terapeuta estimule el proceso de pensamiento del paciente con preguntas abiertas
expresadas delicadamente, antes que sermoneando o dando discursos al paciente.
Cuando las técnicas de terapia cognitiva presentadas aquí se aplican de forma dictatorial,
es probable que las palabras del terapeuta «entren por una oreja y salgan por la otra». Un
buen antídoto para ello es aplicar abundantemente el método socrático.
Resumen
En este capítulo hemos presentado muchas de las técnicas más utilizadas en la terapia
cognitiva del abuso de sustancias. La mayoría de estas técnicas que se han aplicado con
éxito en el tratamiento de otros síndromes psiquiátricos son útiles en el tratamiento del
abuso de sustancias. Es importante que estas técnicas se apliquen prestando una atención
y cuidado especial a la relación terapéutica, la conceptualización individual del caso, la
aplicación del paciente de estas técnicas en forma de actividades asignadas entre
sesiones y la utilización por parte del terapeuta de preguntas abiertas.
Las técnicas que hemos descrito no representan una lista completamente exhaustiva.
De hecho, animamos a los terapeutas a que utilicen su creatividad y las necesidades
individuales de sus pacientes así como sus virtudes para inventar nuevas variaciones de
la terapia cognitiva y sus actividades a asignar. En la medida en que estas técnicas sirvan
185
con una finalidad lógica y razonable, encajen en la conceptualización del caso, se
adhieran a los principios éticos y se centren en los cambios de creencias así como en las
conductas relacionadas con las drogas, no parece haber ningún límite en su aplicación
adecuada y con éxito a distintos problemas.
186
CAPÍTULO 10
MANEJO DEL CRAVING Y LOS IMPULSOS
IRREFRENABLES DE CONSUMIR
Los craving y los impulsos irrefrenables por consumir, descontrolados, son los
factores más importantes de abandono terapéutico e incluso a veces llegan a provocar la
recaída después de largos períodos de abstinencia, sobre todo porque resurgen durante y
después del tratamiento (Annis, 1986; Carroll, Rounsaville y Keller, 1991; Childress y
otros, 1990; Covi y otros, 1990; Horvath, 1988, en prensa; Shulman, 1989; Tiffany,
1990; Washton, 1988). El terapeuta evalúa inicialmente la percepción idiosincrásica del
paciente de sus craving. Entonces, a lo largo del tratamiento, el terapeuta ayuda al
paciente a comprender los distintos factores que contribuyen al craving, a reenfocar sus
experiencias y a desarrollar formas más adecuadas para tratar estos problemas.
Horvath (1988) distingue el fenómeno de los craving y los impulsos, describiendo los
primeros como la sensación subjetiva (p. ej., arousal físico, arousal emocional,
«necesidad» y «deseo») de deseo por conseguir el estado psicológico inducido por las
drogas. En cambio, los impulsos se describen como el determinante conductual de
buscar y tomar drogas. Aunque son distinciones importantes a nivel teórico, en la
práctica hemos utilizado los términos «craving» e «impulsos irrefrenables» de manera
intercambiable, al igual que lo haremos en lo que resta de capítulo.
Tipos de craving
Hemos identificado cuatro tipos importantes de craving, cada uno con sus propias
características (aunque hay algún tipo de solapamiento entre unos tipos y otros).
1. Respuesta a los síntomas de abstinencia. Las personas con un consumo importante
de drogas como la cocaína o la heroína suelen experimentar una disminución en el grado
de satisfacción que encuentran en el uso de la droga, pero con un incremento de la
sensación de malestar interno cuando dejan de tomar la droga. En dichos casos, el
187
craving toma la forma de una «necesidad de sentirse bien de nuevo». Esto es
especialmente real para el consumidor de heroína, que experimenta síntomas febriles
durante la abstinencia, y el consumidor de cocaína, que llega a estar profundamente
deprimido durante el «mono». Los terapeutas que tratan a pacientes que muestran este
tipo de craving deberán ser empáticos con la aguda sensación de dolor y sufrimiento que
manifiestan los pacientes como resultado de la abstinencia. Lo más importante es
informar a dichos pacientes que este malestar es temporal (aunque en casos extremos se
requerirá de supervisión médica).
2. Respuesta a la falta de placer. Otro tipo de craving implica los intentos de los
pacientes por mejorar sus estados de ánimo de la forma más rápida y más intensa
posible. Lo más probable es que este fenómeno ocurra cuando los pacientes están
aburridos, no tienen habilidades para encontrar formas prosociales de divertirse y
quieren «automedicarse» (Castaneda y otros, 1989; Khantzian, 1988) con la finalidad de
borrar de su recuerdo los pensamientos o sentimientos desagradables. En este caso, los
terapeutas deben ser conscientes de que las sesiones de terapia por sí mismas pueden ser
tan preocupantes para los pacientes que tal vez experimenten el craving de drogas para
poder olvidar sus problemas. Por tanto, se aconseja a los terapeutas evaluar los estados
de ánimo de sus pacientes y el grado de craving al final de una sesión que haya sido
particularmente estresante (p. ej., productiva y significativa).
3. Respuesta «condicionada» a las señales asociadas con drogas. Este tipo de
craving no requiere por parte del paciente de ningún estado de ánimo disfórico en
particular, o estresor o impulso hedónico. Los pacientes que han abusado de las drogas
han aprendido también a asociar algunos estímulos que serían considerados neutros (una
esquina determinada de una calle, una persona en particular, un número de teléfono, una
determinada hora del día, etc.) con la intensa recompensa obtenida de la utilización de
las drogas. Por tanto, estos estímulos neutros llegan a estar como «cargados» con
significado y pueden inducir craving automáticos, incluso en ausencia de estresores. Los
terapeutas deberían ayudar a sus pacientes a estar conscientes de, y a afrontar, los
craving que aparecen simplemente como resultado de estas asociaciones con los
estímulos cotidianos.
4. Respuesta a los deseos hedónicos. Los pacientes a veces experimentan el inicio de
los craving de droga cuando desean aumentar una experiencia positiva. Por ejemplo,
algunos pacientes han desarrollado el hábito de combinar sexo y drogas como forma de
magnificar la experiencia sexual. Otros, por ejemplo, buscan las drogas como forma de
conseguir tener interacciones sociales más «divertidas y espontáneas».
188
Desafortunadamente, el nivel de satisfacción conseguido con dichas prácticas es difícil
de igualar (a corto plazo) cuando se está libre de drogas. Por tanto, estos craving son
especialmente difíciles de combatir con la terapia. El momento en que los terapeutas
consiguen tener su mayor influencia es cuando el consumo de drogas de sus pacientes ha
llegado a un límite en que sus problemas personales han acabado con sus momentos
aislados de disfrute hedónico inducido por la droga. En estas circunstancias, los
pacientes suelen tener ganas de trabajar para encontrar otras formas de conseguir
satisfacción en su vida. Todavía habrá una batalla con estos craving siempre que el
paciente experimente un estado de ánimo positivo y natural.
Craving: comprender la experiencia del paciente
Un terapeuta puede empezar a comprender los craving que experimenta su paciente
identificando primero sus pensamientos automáticos (PA) asociados con esta
experiencia. Se pueden disparar los craving en el gabinete del terapeuta haciendo que los
pacientes simplemente describan la última vez que habían consumido drogas. La
inducción de imaginación es un método más potente de evocar estos craving. Como
medida de precaución, es importante hacer que el paciente comprenda las razones de esta
inducción, es decir, que aprenda a identificar y a afrontar los craving y las señales o
estímulos asociados con los mismos. Además, los terapeutas deben estar preparados para
ayudar a reducir los intensos sentimientos de craving antes de que acabe la sesión
(Childress y otros, 1990). De otra forma, los pacientes se irán de la sesión de terapia con
mucha excitación y sin suficientes habilidades como para afrontar sus craving. Por tanto,
puede sobrevenir un desliz. Las técnicas de inducción de craving no se deberían aplicar
hasta que los pacientes no hubieran adquirido práctica con las habilidades de la terapia
cognitiva en general y las técnicas de afrontamiento (véase capítulo 9).
En una inducción típica de craving, se insta a los pacientes a que imaginen la última
vez que tomaron cocaína y, posteriormente, a que describan dicha imagen. Se les da la
instrucción de que describan la imagen con el mayor detalle posible. El objetivo es que
los pacientes revivan dicha experiencia tan vívidamente como les sea posible y, por
tanto, tengan acceso a las cogniciones «calientes» que acompañan al craving.
Una forma típica de introducir una experiencia de craving es la siguiente: «Jim, hoy
me gustaría que intentaras comprender tus experiencias con el craving, de forma que te
ayudemos a desarrollar mejores estrategias para que lo puedas afrontar. Por tanto, te voy
a pedir que hagas un pequeño ejercicio conmigo.
189
»Me gustaría que recordaras la última vez que tomaste cocaína [u otra droga
apropiada con el problema del paciente]. [Esperar un minuto o dos para que el paciente
se haga con la imagen.] Ahora, me gustaría que pensases acerca de los acontecimientos
que te condujeron a tomar la droga. Me gustaría que intentaras dibujarlo en tu mente,
describieras la situación, me relataras la secuencia de acontecimientos y expresaras lo
que sentías. Tan pronto como notes que empiezas a tener el craving, por favor,
indícamelo levantando la mano». (El paciente indica que está viendo una imagen.)
«Describe qué estás sintiendo y qué pensamientos pasan por tu mente ahora.»
El terapeuta debería pedir a su paciente que comparara el craving que acababa de
tener en el gabinete con los que suele experimentar en el exterior. Además, se puede
pedir a los pacientes que intenten buscar sus propios métodos para inducir el craving.
Por ejemplo, algunos pacientes con abuso de cocaína expusieron que una de las señales
de craving más intensas es recordar a un compañero sexual determinado que hubiesen
tenido mientras tomaban cocaína. Pensar en dicha persona y en la imagen de escenas
sexuales servía como un estímulo muy potente para elicitar deseos de tomar cocaína.
Afrontar los craving
Se puede ayudar a los pacientes a reducir la aparición de craving con una serie de
técnicas, que incluyen: a) la distracción; b) las tarjetas-flash; c) imaginación; d)
respuestas racionales a pensamientos automáticos relacionados con los impulsos; e)
programación de actividades, y f) técnicas de relajación. Estas técnicas se pueden
mostrar y practicar al inicio del tratamiento. Para poder desarrollar una estrategia que
perdure en el manejo de los craving es evidente que los pacientes también deberán
aprender a manejar sus creencias disfuncionales que tienden a facilitar el consumo de
drogas.
TÉCNICAS DE DISTRACCIÓN
El principal objetivo de las técnicas de distracción es conseguir que los pacientes
cambien su enfoque atencional, de interno (p. ej., pensamientos automáticos, recuerdos,
sensaciones físicas) a externo. Aunque algunas de estas técnicas parecen muy simples,
realmente ayudan a disminuir los craving intensos.
Seguidamente expondremos una serie de descripciones breves de las técnicas de
distracción más utilizadas:
190
1. Dar instrucciones a los pacientes para que concentren su atención en la descripción
de aquello que les rodea, como los coches, las personas, los árboles y las tiendas.
Al principio los pacientes pueden practicar en la oficina. Cuanto más capaces sean
de centrarse y de dar detalles de los aspectos y acontecimientos externos, menos
probabilidad habrá de que presten atención a sus craving internos.
2. Hablar para distraerse. Esto comprende empezar conversaciones con amigos, con
parientes, con su responsable en el grupo de apoyo o con el terapeuta.
3. Los pacientes tratarán de evitar por sí mismos el ambiente propio de los estímulos
que disparan el craving. Pueden ir a dar un paseo rápido, visitar a un amigo o
conducir. Uno de nuestros pacientes descubrió que la biblioteca pública era un
lugar excelente para escapar a la hora de reducir los craving.
4. Realizar tareas domésticas como distracciones positivas. Si los pacientes están en
casa y notan estos craving e impulsos, algo tan simple como empezar a limpiar la
casa les puede distraer del craving. Además, esta actividad con unos objetivos
determinados también les ayuda a incrementar su autoestima, ya que ven que han
conseguido algo útil. (Como advertencia, no se recomendará esta actividad si las
drogas y todos sus elementos visuales externos están escondidos en distintos sitios
de la casa.)
5. Animar a los pacientes a recitar poemas que les gusten mucho o a rezar. Para
algunos pacientes es incluso más útil escribir un poema o una oración en un papel.
6. Sugerir a los pacientes que pasen el tiempo practicando juegos, como cartas,
videojuegos, juegos de mesa y rompecabezas. Estas actividades pueden ser muy
desafiantes y, por tanto, requieren que se tenga la atención muy centrada. Además,
los pacientes pueden hacer algunas de estas actividades incluso si están solos.
TARJETAS-FLASH
Cuando los craving son fuertes, parece que los pacientes pierdan la habilidad para
razonar objetivamente. Esto tiene utilidad para ayudar a los pacientes en estos períodos
críticos a que escriban tarjetas de afrontamiento. La utilidad de estas frases de
afrontamiento se puede aumentar haciendo que el paciente escriba estas frases en
tarjetas-flash (p. ej., tarjetas de cartulina de 6 × 12 cm). Un ejemplo sería una tarjetaflash que incluyera la lista de ventajas de no tomar drogas y una lista de cosas que se
pueden comprar con el dinero gastado en cocaína.
191
Como ejemplo, éstas son algunas de las frases que un paciente escribió en sus
tarjetas-flash:
1.
2.
3.
4.
Te sientes más sano cuando no tomas drogas.
Las cosas me van muy bien con mi mujer; ¡sigue así!
Tienes buen aspecto físico; ¡sigue así!
¡Vete de aquí inmediatamente!
TÉCNICAS DE IMAGINACIÓN
Estas técnicas incluyen: a) reenfoque con imaginación; b) sustitución por imagen
negativa; c) sustitución por imagen positiva; d) repaso mediante imagen, y e) adquirir
dominio mediante imaginación.
El reenfoque no es más que una técnica de distracción. Los pacientes apartan su
atención de los craving internos imaginando acontecimientos externos. El reenfoque
puede empezar antes de todo diciendo «¡Stop!». Para acentuar esta técnica de parada de
pensamiento o stop, los pacientes pueden interponer una imagen visual de una señal de
stop, un oficial de policía o un muro de ladrillos, por nombrar sólo algunos estímulos.
Entonces, empiezan a describirse a sí mismos lo que ven a su alrededor.
Por ejemplo, un paciente estaba en un pícnic, con muchas otras personas que estaban
bebiendo y pasándolo bien. Empezó a tener recuerdos espontáneos de la última vez que
había tomado cocaína, lo que le produjo el deseo de tomar droga en dicho momento. Se
dijo a sí mismo «Stop», dibujó una señal de stop y entonces empezó a centrar su
atención en las personas que estaban a su alrededor que no estaban bebiendo. Las
identificó por su nombre, y se fijó en lo que llevaban de ropa y lo que estaban haciendo.
Al actuar de esta forma, fue capaz de desviar su atención de los recuerdos sobre la
cocaína y experimentó la consiguiente reducción del craving.
Otra técnica de imaginación es la sustitución por imágenes negativas.
Frecuentemente, durante las primeras semanas de abstinencia, los pacientes dicen que se
ven o imaginan consumiendo, incluso a veces, tienen sueños en que toman drogas. En
estas imágenes, ven el consumo de drogas como un método de afrontamiento de la
angustia que están experimentando y la imagen toma un matiz positivo. Como respuesta
a ello, es útil que el paciente la reemplace por una imagen negativa que haga referencia a
las desafortunadas consecuencias de tomar drogas, como sentirse indefenso y
desesperanzado (especialmente después de un período de abstinencia) o la pérdida de
dinero, trabajo o relaciones personales. Por ejemplo, un paciente, mientras estaba en una
192
sala de fiestas, llegó a enfadarse tanto que ni siquiera pudo seguir bebiendo alcohol. Vio
a otras personas alrededor suyo bebiendo y esto le devolvió recuerdos nostálgicos sobre
sus «días de alcohol y drogas». Como respuesta, reemplazó su imagen por otra que
estaba relacionada con las experiencias físicas desagradables que tuvo cuando se
desmoronó el día después de dejar de usar el alcohol y la cocaína. Esta imagen fue
suficientemente desagradable como para que se disuadiera de tomar la primera bebida.
La técnica de reemplazar por imágenes positivas está relacionada con las anteriores y
ayuda al paciente a afrontar los craving y los impulsos. Por ejemplo, un paciente
experimentó imágenes negativas de mucha intensidad acerca de su situación presente, en
la que casi toda su familia tenía problemas con las drogas. Su padre estaba a punto de
perder la casa donde el paciente estaba viviendo. Consecuentemente, el paciente tenía
imágenes en las que veía cómo perdía a sus hijos, y los había de instalar en un hogar de
acogida, para él vivir en un refugio. En ese momento, en medio de su sentimiento de
desesperación, el paciente empezó a tener pensamientos acerca de abandonar su
abstinencia de la cocaína. Sin embargo, se remitió a una tarjeta-flash que describía una
escena positiva. Se imaginó de nuevo volviendo a casa después del trabajo, estando en su
propia casa y siendo capaz de cuidar de sus hijos. También, concomitante con esta
imagen positiva, estaba la autosatisfacción que tendría después de un largo día de
trabajo. Esta técnica permitió que disminuyera su desesperanza y, con ello, su craving.
El repaso mediante imaginación se debería usar para preparar a los pacientes cuando
se sabe que van a tener que enfrentarse a ambientes que pueden disparar o provocar el
craving. Un paciente, que se había abstenido de la cocaína y el alcohol durante un año,
planeó ir a un banquete formal donde se serviría alcohol. En el repaso mediante
imaginación el terapeuta instó al paciente a imaginar que iba al banquete y que decía
cuando se le ofrecía una bebida: «No, gracias, tomaré agua». El terapeuta dijo al paciente
que repitiera la imagen varias veces y que controlase sus pensamientos y sensaciones
asociados con el repaso mediante la imaginación. Al inicio, el paciente estaba muy
ansioso cuando lo hacía, pero después desarrolló gran habilidad y confianza hasta ser
capaz de ir al banquete y manejar dicha situación en la que se serviría alcohol a su
alrededor.
Algunos pacientes tienen miedo de que, cuando experimenten craving e impulsos
muy intensos, no sean capaces de tolerar sus sentimientos negativos sin verse en la
necesidad imperiosa de tomar drogas (Horvath, 1988; Washton, 1988). Hemos
encontrado que es útil enseñar a estos pacientes a tener dominio mediante imaginación,
viéndose a sí mismos como personas muy fuertes y poderosas que superan los craving y
193
los impulsos muy bien. Un paciente que se inyectaba cocaína de forma intravenosa, dijo
que tenía imágenes repetidas de lo que describía como «la mujer de cocaína». En su
imagen, él tenía la sensación de un craving intenso de cocaína ya que dibujaba a una
mujer muy bonita, que le estaba ofreciendo cocaína. El terapeuta enseñó al paciente a
cambiar esta imagen de forma que tuviera más control. Utilizó para ello una metáfora en
la que el paciente era el director de una obra; es decir, la mujer de cocaína era un
personaje en la obra y el paciente era el director, capaz de decidir cómo sería ella y cómo
se comportaría. Después, recondujo la imagen de forma que la «mujer de cocaína» era
una persona con una imagen grotesca, muy pequeña, mientras que el paciente era un
boxeador muy fuerte capaz de luchar con los impulsos que estaba experimentando.
RESPUESTAS RACIONALES A LOS PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS RELACIONADOS CON LOS IMPULSOS
Los terapeutas empiezan entrenando a los pacientes para dominar sus pensamientos
automáticos cuando están teniendo emociones desagradables como la ira, la ansiedad, la
tristeza y el aburrimiento. Posteriormente, se instruye a los pacientes para evaluar sus
pensamientos automáticos, mientras experimentan craving e impulsos.
Es útil que los pacientes lleven consigo una «libreta de terapia» y un bolígrafo para
poder escribir estos pensamientos. Se les dice a los pacientes que cada vez que
experimenten craving intensos o emociones desagradables, se pregunten a sí mismos:
«¿Qué pensamientos están pasando por mi mente en este momento?». También se les
enseña a anotar cualquier malestar fisiológico y a preguntarse a sí mismos: «¿Qué estoy
sintiendo?» y «¿Qué pensamientos están pasando por mi mente?». Entonces ellos
escriben las respuestas y llevan sus libretas a la siguiente sesión de terapia.
El Registro diario de pensamientos (RDP) se utiliza para ayudar a los pacientes a
examinar pensamientos automáticos negativos y a generar respuestas adaptativas. El
RDP se puede completar antes, durante y después de los episodios de craving. La
utilización del RDP puede demostrar a los pacientes que no están indefensos para
enfrentarse a los craving y a los impulsos, y revisar el RDP les puede ayudar a recordar
este aspecto tan importante.
En la figura 10.1 hemos representado el RDP de «Jim». Como se observa, debajo de
la columna de «Situación», Jim estaba sentado en su casa. Había tenido recientemente un
accidente en un edificio en construcción, que acabó con la rotura de una mano y una
muñeca. Debajo del título de «Situación» escribió: «Sentado en casa, mi mano está rota
y no puedo ir a trabajar. Tengo mucho dinero en mi bolsillo». También empezó a pensar
en alguno de sus viejos compañeros de drogas y en la última vez que había tomado
194
cocaína. Jim también era consciente de tener un craving intenso de cocaína. Evaluó que
estaba experimentando cerca de un 95 % de aburrimiento y ansiedad, un indicador de la
cantidad de emociones negativas. Algunos de los pensamientos automáticos que
identificó eran: «No hay nada que hacer» y «No puedo soportar este aburrimiento».
Al reexaminar estos pensamientos automáticos los pacientes deben plantearse a sí
mismos cinco cuestiones básicas (véase capítulo 9). La primera pregunta es: «¿Cuál es la
evidencia a favor y en contra de mi pensamiento automático?». La segunda pregunta es:
«¿Hay otras formas de ver esta situación?». La tercera pregunta es: «Si es verdad,
¿cuáles son las consecuencia reales?». La cuarta cuestión es: «¿Cuáles son los
inconvenientes de que continúe insistiendo en estos pensamientos?». La última pregunta
es: «¿Qué acción constructiva puedo realizar para solucionar este problema?».
Jim empezó a examinar el pensamiento automático «No hay nada que hacer»,
preguntándose a sí mismo: «¿Cuál es la evidencia en su contra?». Respondió a esta
cuestión diciendo: «Realmente, hay muchísimas cosas que puedo hacer; por ejemplo, ir a
una reunión, ver un partido o llamar a mi terapeuta». Después, se preguntó de nuevo a sí
mismo: «¿Existen otras formas de mirárselo? ¿Realmente me parece que no hay nada
que hacer?». Sus respuestas fueron: «No, no es verdad que no haya nada que hacer, pero
el dolor del aburrimiento hace difícil que vea otras cosas que pueda hacer». Entonces se
preguntó: «Si es verdad, ¿cuáles son las consecuencias reales?». Respondió: «Bien, si
fuera verdad que realmente no hay nada que hacer, entonces las consecuencias serían
que me sentiría aburrido, y aunque el aburrimiento resulta doloroso, no es el fin del
mundo. Las consecuencias son que me sentiré aburrido pero esto ya desaparecerá». La
siguiente pregunta de Jim fue: «Si es verdad, ¿cuáles son los inconvenientes de continuar
insistiendo en estos pensamientos?». Respondió: «La desventaja es que me siento
indefenso, lo que a su vez, conduce al deseo de tomar cocaína». La última pregunta del
paciente fue: «¿Qué acción constructiva puedo hacer?». Respondió: «Puedo coger un
periódico y leer la sección de deportes hasta que sea la hora de la reunión». La creencia
de Jim acerca de la racionalidad de su respuesta fue de un 90 %. En la última columna,
vemos que Jim ha reevaluado su creencia en el pensamiento automático en un 10 %.
Esto indica que la respuesta racional ha tenido un impacto significativo en la
modificación de la creencia de Jim en esos pensamientos automáticos. También
podemos ver que su nivel de aburrimiento y ansiedad han disminuido, yendo de un 95 %
en cada uno a un 30 % en aburrimiento y un 20 % en ansiedad. Este nivel de
disminución indica una reducción en la intensidad de estas emociones, que a su vez le
195
ayudará a reducir la probabilidad de que tome cocaína para afrontar el aburrimiento y la
ansiedad.
Además, utilizando una escala rating de 0-100 en el RDP estándar (a pesar del nivel
de confianza acerca de los pensamientos) el paciente comprende que los pensamientos
automáticos no son necesariamente realidades objetivas. Los pacientes pueden aprender
a utilizar la escala rating para calibrar cambios en sus percepciones a medida que van
aplicando las técnicas cognitivas y conductuales. Por tanto, la escala rating de 0-100
sirve como un barómetro cognitivo útil.
El craving es una experiencia idiosincrásica formada por componentes cognitivos,
afectivos, conductuales y fisiológicos. Por tanto, identificando sus componentes, los
pacientes pueden ser más objetivos acerca de su experiencia de craving y, así, disminuir
su intensidad subjetiva.
Más adelante, mediante la utilización de los siguientes registros PRD, el terapeuta fue
capaz de ayudar a Jim a ser más objetivo acerca del craving. El estímulo (p. ej., una
sensación extrema de aburrimiento o ansiedad) activó o disparó las creencias «No puedo
soportar estar sin cocaína» y «El craving hace que lo haga», representado por el
pensamiento automático «No puedo soportarlo». Jim etiquetaba inicialmente como
craving una secuencia de acontecimientos que incluían sus respuestas fisiológicas, la
tensión, sudoración excesiva y el impulso a buscar alivio. Entonces el terapeuta le ayudó
a entender qué intervenciones podía hacer, como por ejemplo, ser consciente de los
pensamientos automáticos y ser capaz de responder racionalmente a ello, disminuyendo,
por tanto, el impulso a tomar cocaína.
Instrucciones: Cuando notes que tu estado de ánimo está empeorando, pregúntate a ti mismo: «¿Qué está
pasando por mi cabeza en este momento?», y tan pronto como sea posible anota brevemente el pensamiento o
la imagen mental en la columna de Pensamiento(s) automático(s).
196
Algunas preguntas que ayudarán a formular respuestas racionales: 1. ¿Qué evidencias existen de que el
pensamiento automático sea verdadero? ¿No es verdadero? 2. ¿Hay alguna explicación alternativa? 3. ¿Qué es
lo peor que puede pasar? ¿Puedo vivir con ello? ¿Qué es lo mejor que puede pasar? ¿Cuál es el resultado más
realista? 4. ¿Qué debería hacer acerca de ello? 5. ¿Cuál es el efecto de creer en pensamientos automáticos?
¿Cuál puede ser el efecto de cambiar mi pensamiento? 6. Si (el nombre de mi amigo) estuviera en mi situación
y tuviera este pensamiento, ¿qué le diría yo a él?
Figura 10.1. Registro diario de pensamientos de Jim.
Además, es importante ayudar a los pacientes a afrontar los craving enseñándoles a
probar sus predicciones idiosincrásicas acerca de la duración y la intensidad del
fenómeno del craving, así como la habilidad del paciente para controlarlo. Esto se puede
conseguir enseñándoles a controlar la intensidad, frecuencia y duración del craving de
forma que puedan contrarrestar su visión dicotómica y catastrófica del fenómeno del
craving (Hovarth, 1988, en prensa; Tiffany, 1990).
Como ejemplo de estas predicciones catastróficas, veamos las siguientes frases:
«Si no tomo algo ahora mismo, no seré capaz de ir a trabajar; perderé mi trabajo».
«Sin la droga, tendré los nervios destrozados todo el día. Todo el mundo pensará que voy a tener una crisis
nerviosa.»
«No tendré una vida normal nunca más. Soy un esclavo de la droga. Simplemente tengo que tomarla para
conseguir pasar el día.»
«Si me resisto ahora a tomar la droga, necesitaré dos veces más de la misma después para llegar a sentirme
normal. Si esto ocurre, puedo sufrir incluso una sobredosis.»
197
PROGRAMACIÓN DE ACTIVIDADES
Los pacientes con una larga historia de abuso de drogas, a menudo se implican sólo
en actividades centradas alrededor del uso o la búsqueda de las mismas. Frecuentemente,
toda su red social está relacionada con las drogas. Cuando los pacientes están intentando
controlar su abuso de sustancias, suelen encontrar que al principio es beneficioso
permanecer al margen de las personas, lugares y cosas asociadas con su estilo de vida
anterior (O’Brien y otros, 1992). Como resultado, cuando los pacientes se están
recuperando deben enfrentarse con mucho tiempo libre en sus manos. El aburrimiento
que suele acompañar a este estado puede resultar problemático para la abstinencia de los
pacientes, a menos que se reemplace por nuevas actividades.
Por ello, los programas de actividades resultan útiles. Primero, el programa de
actividades se usa para recoger una línea base de cómo pasan el tiempo realmente los
pacientes. Los programas de actividades también se pueden realizar proactivamente para
estructurar de manera constructiva el día de los pacientes. Muchos pacientes con abuso
de drogas han olvidado algunas de las actividades en las que alguna vez habían
disfrutado antes de los días en que abusaron de las drogas. La programación de
actividades puede revitalizar algunas de estas actividades viejas, divertidas y prosociales.
Estas actividades, si gustan al paciente, le ayudarán a rehacer su vida al margen de la
influencia de la droga (Hall, Havassy y Wasserman, 1991).
Dichas actividades sirven para dos propósitos. Algunas de ellas ayudan a los
pacientes a corto plazo a manejar sus crisis inmediatas de afrontamiento de los impulsos.
Otras actividades de esta lista son alternativas a largo plazo a las conductas previas del
paciente relacionadas con la droga. En general, la finalidad de estas actividades sustitutas
es proporcionar a los pacientes la posibilidad de hacer algo diferente a la experiencia de
usar drogas, que es positiva aunque de vida corta y engañosa. Esto no quiere decir que
estas actividades sean igual que el placer intenso e inmediato producido al usar drogas
como la cocaína; sin embargo, estas actividades tienen muchas ventajas a largo plazo.
Mientras que resulta vital enseñar a los pacientes con abuso de sustancias a buscar
alternativas (fuentes de refuerzo no relacionadas con las drogas), los terapeutas deben
tener presente que esto requerirá de mucho entrenamiento y práctica. La dificultad
estriba en el hecho de que tomar drogas no requiere de habilidades concretas, mientras
que las actividades no relacionadas con las drogas requerirán de habilidades
considerables (Stitzer y otros, 1984). Por tanto, los terapeutas no deben dar por hecho
que los pacientes saben cómo programar actividades positivas y se deben preparar para
198
tratar la falta de confianza, marcada desesperación y evitación pasiva que envuelve a esta
técnica.
ENTRENAMIENTO EN RELAJACIÓN
Otra técnica que hemos encontrado útil, es el entrenamiento en relajación (Bernstein
y Borkovec, 1973). El entrenamiento en relajación ofrece a los pacientes una
herramienta que pueden usar para afrontar emociones como la ansiedad o la ira, las
cuales, en algunos pacientes, pueden disparar los craving (véase capítulo 15).
Cuando se presentan las técnicas de relajación a los pacientes, es importante
ofrecerles las razones para aplicarlas durante esta intervención. Por ejemplo, el
entrenamiento en relajación es un método para reducir la tensión que, si no se controla,
puede conducir al craving. El entrenamiento en relajación también ayuda a desarrollar
un mayor sentimiento general de bienestar, disminuyendo la sensación de estrés de día a
día. Además, una persona relajada es menos probable que actúe impulsivamente y de
manera desesperada.
Es importante que los pacientes comprendan que la relajación es una técnica que se
puede aprender como cualquier otra habilidad. Cuanto más practiquen su entrenamiento
en relajación, más capaces serán de evocar un estado de relajación profundo.
Recomendamos que el primer ejercicio de relajación tenga lugar en la sesión de terapia,
bajo la supervisión del terapeuta, para así poder asegurar que los pacientes lo están
haciendo adecuadamente.
Resumen
Los tres objetivos más importantes de este capítulo son: a) centrarse en la
importancia de manejar los impulsos y los craving; b) comprender mejor la experiencia
subjetiva del paciente, y c) describir técnicas que puedan ayudar al paciente a afrontar
mejor sus impulsos y sus craving.
Uno de los factores que más contribuyen al fracaso del tratamiento, es el descontrol
de los impulsos y los craving. Por tanto, es necesario enseñar a los pacientes, al inicio
del tratamiento, a controlar y manejar sus impulsos y sus craving.
199
CAPÍTULO 11
PRESTAR ATENCIÓN A LAS CREENCIAS
Las creencias se definen como estructuras cognitivas relativamente rígidas y
duraderas, que no son fáciles de modificar por la experiencia. En la terapia cognitiva se
suele proponer que las creencias tienen una influencia enorme en los sentimientos y en
las conductas. Por ejemplo, los pacientes deprimidos tienen puntos de vista negativos y
globales acerca de sí mismos, el mundo y el futuro. Estas creencias influyen en sus
sentimientos de desesperación, culpa y tristeza (Beck y otros, 1979). Las creencias
negativas también contribuyen en conductas depresivas como aislarse o alejarse. En el
caso de los trastornos de ansiedad, los pacientes tienen creencias aprensivas y negativas
acerca de alguna amenaza del futuro que contribuya a la evitación, ansiedad y puede que
al pánico (Beck y otros, 1985).
Hay al menos tres tipos de creencias pertinentes en el caso de los pacientes con abuso
de sustancias: anticipadoras, orientadas hacia el alivio y facilitadoras o también
denominadas permisivas. Tal y como describimos en los capítulos 2 y 3, las creencias
anticipadoras comprenden expectativas de recompensa, tales como: «Esta noche
haremos una gran fiesta. ¡No puedo esperar a colocarme!». Las creencias relacionadas
con el alivio son aquellas que suponen que la utilización de las drogas acabará con un
estado de malestar determinado, por ejemplo: «No puedo soportar el aislamiento.
Necesito un pico». Y finalmente, las creencias facilitadoras o permisivas son aquellas
que consideran que tomar drogas es aceptable, a pesar de las posibles consecuencias; por
ejemplo: «Sólo las personas débiles tienen problemas con las drogas. Esto no me
ocurrirá a mí». Las creencias permisivas también tienen mucho en común con lo que
denominamos, más frecuentemente, como «racionalizaciones». Los pacientes tienen
pensamientos destinados a «justificar» su consumo de drogas: «Tengo que tomar cocaína
o no seré capaz de concentrarme en mi trabajo». Este pensamiento es equivalente a
autoengañarse.
Los siguientes ejemplos ilustran las creencias adictivas de dos personas que son
adictas a la cocaína. (Utilizaremos estos casos como ejemplos para ilustrar una serie de
aspectos importantes en lo que queda de capítulo.)
200
«Louise» es una madre soltera de 21 años, sin trabajo, que ha estado tomando cocaína
durante dos años. La mayoría de las personas que se encuentran con Louise podrían
pensar que ha tenido una vida «dura». Cuando Louise no se puede permitir comprar
cocaína, se prostituye para conseguir dinero. Tiene las siguientes creencias adictivas
acerca de la cocaína y de sí misma:
«Necesito las drogas para no sentir el dolor».
«Da lo mismo que tome droga, ya que mi vida no mejorará de ninguna forma.»
«De lo único que tengo ganas, es de colocarme.»
«Soy fuerte; puedo soportar las drogas.»
Al contrario de Louise, «Bill» es un ejecutivo comercial con éxito de 39 años, que ha
estado tomando cocaína los últimos tres años. «Le encantan las fiestas» con sus amigos y
compañeros de trabajo. Tiene las siguientes creencias adictivas:
«Trabajo como un demonio toda la semana. Merezco poder colocarme el fin de semana».
«No puedo coger el ritmo sin alguna esnifada ocasional de cocaína.»
«Nunca he fallado en nada, así que las drogas no me harán daño.»
«Soy básicamente un hombre bastante decente.»
A primera vista, Bill y Louise parecen muy distintos uno de otro. Sin embargo, a
medida que los examinas más de cerca, se puede ver que ambos son víctimas de las
creencias anticipadoras, orientadas hacia el alivio y permisivas, que perpetúan sus
adicciones.
En vez de creencias adictivas, los individuos deberían tener creencias de control. Las
creencias de control se definen como creencias que disminuyen la probabilidad de tomar
drogas o abusar de las mismas. Pongamos algunos ejemplos de este tipo de creencias
control:
«Las drogas son peligrosas para mi bienestar».
«Soy capaz de resistir los impulsos.»
«Si tolero este craving un rato, perderé mi fuerza de voluntad.»
«Si resisto este impulso me sentiré más libre.»
«Lo que más me interesa es estar libre de las drogas.»
Una persona adicta puede tener creencias contradictorias. Por ejemplo, una persona
con dependencia de las drogas podría tener la siguiente creencia: «Me encanta la
sensación de colocarme», y simultáneamente la creencia control de «Esto me mata».
Como resultado de estas creencias contradictorias las personas que dependen de las
drogas son contradictorias acerca de su hábito. Pueden despertar un día por la mañana y
201
«jurarse» a sí mismos renunciar a las drogas. Al mediodía se verán buscando tratamiento
para sus adicciones aunque por la noche, puede ser que estén consumiendo de nuevo.
(Las creencias contradictorias también son frecuentes, evidentemente, entre las personas
que han intentado disminuir el tabaco o dejar de fumar.)
Cuando las creencias adictivas son más fuertes que las creencias control, una persona
adicta a la droga tendrá más probabilidad de consumir. Evidentemente, lo contrario
también resulta cierto: cuando las creencias de control predominan sobre las creencias
adictivas, la persona tiene más probabilidad de mantener la abstinencia. Un objetivo
ideal para la terapia cognitiva es identificar y eliminar las creencias adictivas del
paciente, reemplazándolas con creencias control más adaptativas. De forma más realista,
el objetivo de la terapia cognitiva es facilitar el proceso mediante el cual las creencias
control del paciente acaben siendo más influyentes que sus creencias sobre la adicción.
El resultado, evidentemente, será que el paciente se abstendrá, o al menos disminuirá el
consumo de drogas. A continuación exponemos una lista de métodos específicos para
tratar los sistemas de creencias problemáticas de los pacientes que abusan de las drogas:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Evaluar creencias.
Orientar al paciente hacia el modelo de terapia cognitiva.
Examinar y probar las creencias adictivas.
Desarrollar creencias de control.
Practicar la activación de creencias de control.
Asignar actividades entre sesiones para fomentar estas creencias.
En lo que resta de capítulo describiremos estos seis métodos con más detalle.
Evaluar creencias
Para modificar las creencias sobre la adicción del paciente, primero el terapeuta
cognitivo debería comprender de forma precisa el rol que interpretan estas creencias en
la vida del paciente. Por tanto, hay que hacer una evaluación cuidadosa para cada
paciente. Esto se puede conseguir de dos formas: a través de la interacción terapeutapaciente durante las sesiones de psicoterapia y con cuestionarios estandarizados.
Las siguientes preguntas abiertas son ejemplos útiles que podemos seguir para elicitar
información acerca de las creencias de los pacientes:
202
«¿Cuáles son tus pensamientos acerca de____?»
«¿Qué pasa por tu cabeza cuando ocurre____? «
«¿Cómo podrías explicar que____?»
«¿Cómo interpretas que____?»
«¿Qué significa____para ti?»
«¿Cuál es la “regla” que aplicas aquí?»
«¿Qué idea te formaste de esa situación?»
A medida que el paciente responde a estas preguntas, el terapeuta expresa
verbalmente lo que aquél ha dicho, poniendo un énfasis especial en las creencias
expresadas por el paciente. En varios momentos de la entrevista el terapeuta proporciona
«resúmenes parciales» de lo que se ha estado tratando, insistiendo en los pensamientos
del paciente. Para ilustrar dicho proceso, presentaremos el siguiente diálogo entre el
paciente y el terapeuta, extraído de la primera sesión. Louise fue derivada a terapia por
un médico de asistencia primaria, que la había tratado en la clínica de salud del condado
por gonorrea.
TE: Hola, Louise. ¿De qué te gustaría hablar hoy?
PT: Ni siquiera lo sé. Me ha enviado el doctor de la clínica. Me figuro que debo estar
aquí.
TE: Debes tener algunas preocupaciones… cosas que te molesten.
PT: Sí, eso creo. Pero no sé si me hará bien hablar de ello contigo.
TE: O sea que dudas de que esto te sirva.
PT: Sí, eso es.
TE: ¿Qué otros pensamientos te pasan por la cabeza por el hecho de estar aquí?
PT: Bueno, he estado en tratamiento antes, pero como ya habrás podido adivinar estoy
de nuevo hecha una mierda.
TE: ¿Qué quieres decir con que estás «hecha una mierda»?
PT: ¡Vamos hombre! ¡Ya sabes a lo que me refiero! ¡Estoy metida en las drogas!
TE: Por tanto, ¿estar «hecha una mierda» significa que estás tomando drogas cada día?
¿Semanalmente? ¿Mensualmente?
PT: ¡Para mí todo significa estar metida en las drogas!
TE: Así, para ti, ¿cualquier desliz lo considerarías estar «hecha una mierda»?
PT: ¡Sí! Estuve limpia durante un mes y entonces, la semana pasada, tuve problemas
graves con mi antiguo hombre. Entonces estuve tomando drogas durante dos días
compulsivamente.
TE: ¿Y qué has hecho desde entonces?
203
PT: Si te refieres a las drogas, he estado limpia desde entonces, aunque no supongo que
acabe aquí.
TE: Así que cuando tienes un desliz, incluso sólo uno, te ves a ti misma como si hubieras
recaído.
PT: Correcto.
TE: Y cuando dices «No supongo que acabe aquí» tengo la impresión de que no te
sientes capaz de pasar sin tomar drogas.
PT: No, sinceramente no. Algunas veces parece muy fácil estar sin tomar drogas y, a
veces, se hace realmente imposible.
TE: De momento, por lo que has dicho, pareces escéptica acerca de estar aquí. Dudas de
que yo te pueda ayudar y te ves a ti misma, como si hubieras tenido una recaída
completa, sólo por los días en que te estuviste drogando. Generalmente, te ves a ti
misma indefensa para controlar el consumo de drogas.
PT: ¡Sí, eso es en resumidas cuentas!
Ya en los primeros minutos de la primera entrevista, la paciente ha revelado algunas
de sus creencias relacionadas con las drogas. No parece tener creencias de control muy
notables. El terapeuta continuó construyendo una base de datos de sus creencias
adictivas y de control, que más tarde tendrían un papel muy relevante en la terapia.
Además del proceso de entrevista, diversos cuestionarios estaban disponibles para
recoger datos acerca de las creencias de la persona. Algunos han sido diseñados para
evaluar las creencias generales (p. ej., la Escala de actitudes disfuncionales; Weissman y
Beck, 1978); algunos están diseñados para evaluar el estado de ánimo (p. ej., Escala de
depresión de Beck; Beck y otros, 1961); mientras que otros (recientemente elaborados en
el Centro de Terapia Cognitiva de Filadelfia) han sido diseñados específicamente para
evaluar las creencias relacionadas con las drogas (p. ej., el Cuestionario de creencias
sobre el craving, Creencias y abuso de sustancias, y Pensamientos automáticos acerca
del abuso de sustancias).
El terapeuta entrega estos cuestionarios al paciente al inicio de la terapia para
proporcionarle una línea base. Luego, los completan en las siguientes visitas para evaluar
los cambios que hayan ocurrido a lo largo del tratamiento. Durante el proceso de terapia,
estos cuestionarios ayudan al terapeuta a comprender el «estatus de las creencias» del
paciente y cómo se relaciona con los problemas y las mejorías. Por ejemplo, durante la
tercera visita, Louise expresó que quería empezar a tomar cocaína de nuevo. Cuando se
examinó su Cuestionario de creencias sobre el craving, el terapeuta vio un incremento en
204
las creencias adictivas de Louise acerca del craving. Había indicado en el cuestionario
que creía firmemente en lo siguiente:
«El craving está totalmente fuera de control».
«El craving te puede volver loco.»
«Siempre tengo craving de cocaína.»
«El craving me pone tan nerviosa que no lo puedo soportar.»
«Como tendré el craving el resto de mi vida, da lo mismo que empiece de nuevo a tomar cocaína.»
«Si el craving se hace demasiado intenso, la única forma de afrontar dicho sentimiento es con cocaína.»
«No puedo soportar las sensaciones de pánico cuando tengo el craving de cocaína.»
«El craving me da miedo.»
Además de proporcionar estos datos al terapeuta, Louise también completó la Escala
de depresión de Beck (BDI) antes de esta sesión y su terapeuta apreció que había
obtenido una puntuación de 20, que sugiere una moderada depresión. Louise puntuó
favorablemente en las siguientes afirmaciones:
«Me siento triste».
«Me siento como si no tuviera ganas de hacer nada.»
«No hay nada que me satisfaga y todo me aburre.»
«Estoy disgustada conmigo misma.»
«Me culpo constantemente por mis errores.»
«Me siento todo el tiempo irritada.»
«He perdido cualquier interés por la gente.»
«Tengo que esforzarme mucho para hacer cualquier cosa.»
«He perdido completamente el interés por el sexo.»
Ambos cuestionarios, conjuntamente, alertaron al terapeuta de que Louise sufría un
estado disfórico y el posible efecto que esto podría tener en el tratamiento. Se hizo aún
más claro durante la sesión que Louise estaba luchando con un círculo vicioso (véase
figura 11.1): tenía impulsos muy fuertes de tomar cocaína; creía que no podría controlar
estos impulsos; creía también que nunca desaparecerían; además creía que no podía ir a
ningún sitio para buscar apoyo, ya que «todos» sus «amigos» tomaban cocaína; creía que
su falta de amigos significaba que nunca podría estar contenta de nuevo; se sentía
deprimida y creía que solamente la cocaína podría devolverle la alegría, cosa que aún
incrementaba más sus impulsos, y así seguía dentro del círculo. A partir de la evaluación
que el terapeuta hizo de las creencias de Louise, éste fue capaz de ayudarla a tratar de
modificarlas.
205
Figura 11.1. Modelo cognitivo aplicado a Louise.
Orientar al paciente hacia el modelo de terapia cognitivA
Muchas personas adictas tienen una visión externa de su adicción. Creen lo siguiente:
«No tengo control, en absoluto», «Lo único que necesito es ponerme en manos de un
doctor. Puede que esta vez consigan que mejore», o «Este tratamiento probablemente no
funcione, ya que no me hace nada». Por tanto, es importante que se oriente a los
pacientes hacia el modelo de terapia cognitiva en los primeros estadios de la terapia.
Orientar a los pacientes implica modificar sus creencias acerca de sus adicciones, desde
una orientación externa (p. ej., «El control está fuera de mí») hacia una orientación
interna (p. ej., «Soy responsable de mi consumo de drogas y de mi recuperación de la
adicción»).
Como parte de este proceso de orientación al paciente, hay una serie de términos que
cabe definir y que incluyen «creencias adictivas», «creencias de control», «pensamientos
automáticos», «situaciones estímulo», «craving», «desliz» y «recaída». Luego, hay que
206
explicar las interrelaciones entre estos fenómenos, poniendo especial énfasis en el papel
que interpretan las creencias en el proceso adictivo.
En el siguiente diálogo, el terapeuta de Bill le está introduciendo en el modelo de
terapia cognitiva:
TE: Bill, hablemos sobre cómo se fue desarrollando esta adicción. ¿Cómo piensas que
llegaste a hacerte adicto a la cocaína?
PT: Cuando empecé a tomar cocaína con mis amigos, no era más que una cosa inocente.
TE: ¿Qué quieres decir por «inocente»?
PT: Bien, cuando empecé a tomarla podía controlarme. Hacía que lo pasara bien con mis
amigos. Ahora, parece que la cocaína puede controlarme a mí.
TE: ¿Qué quieres decir con la expresión «me controla»?
PT: A veces, me siento como si no tuviera más opción acerca de si voy o no a utilizar
drogas.
TE: ¿Me estas diciendo que no tienes control sobre los impulsos y los craving? ¿Te
parecen involuntarios e irresistibles?
PT: Sí, la mayoría de las veces.
TE: Así que puede que creas que las propiedades químicas sean como magnéticas, y te
llevan involuntariamente a consumir drogas.
PT: Correcto.
TE: Bien, consideremos otra perspectiva. Lo que me gustaría enseñarte es el modelo que
utilizo para comprender la adicción. Empezamos por un diagrama. (El terapeuta
dibuja un diagrama [presentado en el capítulo 3].) Primero, definamos los términos de
este diagrama. Un estímulo es una circunstancia interna o externa que puede fomentar
sentimientos y creencias. Una creencia es una idea establecida que tienes acerca del
estímulo o de cómo debes responder al estímulo. Tu creencia, a su vez, activa una
serie de pensamientos automáticos, que a su vez, disparan los impulsos y los craving.
¿Tienes alguna pregunta hasta aquí?
PT: No estoy seguro de que entienda lo que me dices.
TE: Bien. Lo más importante de este modelo es que se centra en tus pensamientos y
creencias, como si jugaran un papel muy importante en tus impulsos y en el craving.
Previamente, creíste que tus impulsos eran sólo el resultado de un proceso biológico
sobre el cual no tenías ningún control. En cambio, es más fácil pensar que los
impulsos están influenciados por tus pensamientos, y que al final están bajo tu control.
PT: Por tanto, si puedo controlar mis pensamientos y si mis pensamientos controlan que
207
tome drogas, y si consumir drogas resulta tan malo para mí, entonces, ¿por qué sigo
tomándolas?
TE: Ésa es una buena pregunta, Bill. Cuando tomas cocaína es en parte porque crees que
las ventajas inmediatas de tomarla superan las desventajas a largo plazo.
PT: Me he dado cuenta de que otra razón por la que continúo tomando es que no creo
que nunca me lleguen a pasar cosas malas.
TE: Sí, correcto. Bill, en la terapia cognitiva debes tener en cuenta que intentaré
centrarme en tus pensamientos y creencias. Específicamente, intentaré ayudarte a
modificar tus creencias de forma que seas menos vulnerable a tomar drogas. ¿Qué
opinas de todo ello?
PT: Suena bastante bien.
TE: ¿Qué es lo que «suena tan bien» del modelo?
PT: Bien, me da más esperanzas de controlar mis impulsos y conductas, antes que dejar
que me controlen ellas a mí.
Examinar y probar las creencias adictivas
Las creencias adictivas se van desarrollando a lo largo del tiempo. Como resultado,
se acaban asimilando mucho y se vuelven extremadamente resistentes al cambio. La
persona que es adicta va recogiendo datos, que apoyan dichas creencias tales como «las
drogas son divertidas y muy excitantes», «la cocaína aumenta la experiencia sexual y
otras actividades» y «nada puede compararse con tomar cocaína». Muchas personas que
abusan de la droga han intentado dejar de usarla alguna u otra vez; sin embargo, la
dificultad para hacerlo les proporciona una forma de validez para su creencia «Es inútil
que intente controlar mi adicción».
Dada la naturaleza resistente de estas creencias adictivas, el proceso de modificarlas
es todo un reto. Después de que el terapeuta haya evaluado las creencias del paciente y
lo haya orientado en el modelo de terapia cognitiva, debería empezar a examinar y
refutar o probar la veracidad de cada una de estas creencias. Este proceso de examinar
las creencias adictivas implica plantear cuestiones a los pacientes que les permitan
validar estas creencias. Este proceso se conoce como «método socrático» o
«descubrimiento guiado». Veamos algunas preguntas apropiadas en este proceso:
«¿Qué evidencias tienes de estas creencias?».
«Cómo sabes que esta creencia es verdad?»
«¿Dónde está eso escrito?»
208
«¿Dónde has aprendido eso?»
«¿Tienes mucha confianza en dicha creencia?»
Cuando el paciente considere estas preguntas, se empezarán a «aflojar» suavemente
las creencias adictivas. Es decir, el paciente empezará a considerar la posibilidad de que
las creencias que tiene sobre la adicción no son necesariamente verdaderas. El siguiente
diálogo entre Bill y su terapeuta ilustra dicho proceso:
TE: Bill, hablemos de tus creencias acerca de la cocaína.
PT: ¿Quieres saber la verdad? Han pasado tres semanas desde mi última dosis y…
debería ser sincero sobre este aspecto… realmente me siento como perdido.
TE: ¿Qué has perdido por no tomar drogas?
PT: Lo he perdido todo, mis amigos, las fiestas, todo el ímpetu que conllevaban.
TE: Parece que asocies la cocaína con la socialización y la diversión.
PT: Claro que sí. No hay nada más divertido que sentarse alrededor de un grupo de
amigos y colocarse.
TE: ¿Así que no crees que exista nada más divertido que colocarse?
PT: (Piensa) Mm… (mueve su cabeza enérgicamente, sonriendo)… ¡No!
TE: ¿Nada?
PT: (Todavía sonríe) ¡Nada que yo haya hecho!
TE: Examinemos esa creencia detalladamente. Ante todo, ¿qué confianza tienes en que
realmente no hay nada tan divertido como colocarse?
PT: Puede que haya alguna cosa más divertida, pero yo no lo sé.
TE: Bill, antes de tomar cocaína, ¿qué hacías para divertirte?
PT: Mm… (una larga pausa)… puede que eso explique en parte porque empecé a tomar
cocaína. Recuerdo estar aburrido; un poco. Realmente estaba metido en una rutina…
aburrido con mi trabajo y mi vida en general.
TE: Así que inicialmente empezaste con la cocaína para escapar del aburrimiento y la
monotonía de tu vida.
PT: Sí.
TE: Suena como si hubieras estado en un período de tu vida poco satisfactorio e incluso
infeliz.
PT: Seguro.
TE: Y buscabas una solución que fuera simple e inmediata.
PT: Puede.
TE: ¿Puede?
209
PT: Bien, realmente creo que tengo tendencia a buscar soluciones simples y rápidas.
TE: Volvamos de nuevo a tu creencia original: «Nada es más divertido que colocarse».
Cuando empezaste a tomar cocaína, al inicio, ¿qué otras alternativas habías explorado
para intentar superar tu aburrimiento y estancamiento?
PT: Bueno, puede que no diera muchas más oportunidades a otras alternativas.
TE: Así, entonces, ¿qué evidencias tienes de que tomar cocaína es la única cosa divertida
que puedes hacer con tus amigos?
PT: Realmente, si lo dices de esta forma, y cuando reviso mi vida, creo que empecé con
eso en un momento de mi vida en que cualquier forma de escapar me hubiera parecido
bien.
Al principio de este diálogo Bill estaba seguro de que nada era tan gratificante como
tomar cocaína. Sin embargo, las preguntas del terapeuta le condujeron a que
reconsiderase su creencia. A medida que la confianza del paciente en sus creencias se
empieza a desvanecer, puede empezar a reemplazar estas creencias por creencias de
control más adaptativas.
Desarrollar creencias de control
Normalmente, el método socrático proporciona una estrategia excelente para que los
pacientes examinen sus creencias disfuncionales y las reemplacen por creencias más
constructivas y alternativas. En el caso de la adicción a la cocaína, el método socrático
estimula a los pacientes a examinar sus creencias adictivas y a reemplazarlas por
creencias control. Por ejemplo, éstas son algunas preguntas que permiten introducir
creencias control:
«¿Qué harías si no pudieses conseguir droga?».
«¿Cuáles son las desventajas de tomar drogas?»
«¿De qué otra forma puedes ver esta situación?»
«¿De qué otra forma podrías conseguir el mismo resultado? ¿Qué más?»
La discusión anterior con Bill ilustró cómo el interrogatorio guiado puede «aflojar»
las creencias mantenidas por el paciente acerca de las ventajas de tomar cocaína. En esta
sección, continuamos con el diálogo de Bill para ilustrar cómo le ayuda el terapeuta a
desarrollar creencias control:
210
TE: Bill, ahora pareces menos decidido a creer que nada sea tan divertido como
colocarse.
PT: No estoy seguro en qué tengo que creer ahora.
TE: ¿Qué quieres decir?
PT: Bien, todavía creo que colocarme con mis amigos es realmente muy divertido, pero
puede que no sea una cosa tan perfecta como yo creía.
TE: Bill, ¿qué más podrías hacer con tus amigos que fuera divertido?
PT: Bien, no lo sé con estos amigos, pero con otros amigos, mucho antes, podía ir a
jugar un partido de béisbol, jugar a frontón o bien practicar otros deportes o hacer
otras cosas.
TE: ¿Qué más?
PT: Creo que podría hacer montones de cosas… aunque ninguna parece tan divertida
como la cocaína.
TE: Intentemos pensar en algunas cosas más. ¿Qué es lo que más te emocionaba antes de
empezar a tomar cocaína?
PT: Bien, era muy aventurero. Cuando era mucho más joven iba de acampada, andaba y
escalaba montañas, aunque ahora no estoy en forma para ello.
TE: ¿Qué quieres decir con «No estoy en forma para ello»?
PT: Creo que soy escéptico acerca de poder disfrutar ahora con ese tipo de cosas. Ha
pasado demasiado tiempo desde la última vez.
TE: ¿Qué te costaría intentarlo de nuevo?
PT: Creo que sólo tendría que hacerlo.
TE: ¿Cuáles eran algunos de los sentimientos que tenías en el pasado cuando estabas de
acampada, caminando o escalando?
PT: ¡Me sentía muy bien… realmente vivo!
TE: ¿Cómo se podría comparar esa sensación con la sensación que consigues al
colocarte con cocaína?
PT: (Pausa)… Creo que en determinados aspectos era mejor.
TE: ¿Qué quieres decir?
PT: Bien, realmente conseguía el mismo nivel o placer que consigo con las otras
actividades. No había cortocircuitos entonces. Era una especie de «supersensación».
TE: Así que puede que ahora tengas una creencia de control que pueda reemplazar la
vieja creencia adictiva: «Puedo experimentar un supercolocón sin tomar cocaína».
PT: Sí, sólo tengo que recordar ese pensamiento.
211
Otra estrategia para examinar y probar las creencias adictivas es el Registro diario de
pensamientos (RDP; capítulo 9). El RDP es un formulario estandarizado para escribir y
modificar los pensamientos poco adaptativos. En el caso de la adicción a la cocaína, es
útil para modificar las creencias adictivas que llevan a impulsos y a craving.
Específicamente, el RDP tiene cinco columnas: situación, emociones, pensamientos
automáticos, respuestas racionales y resultados. Cuando el paciente experimenta un
impulso o el craving, escribe las creencias adictivas que le precipitan a o que nutren ese
craving. Entonces, en la columna de respuestas racionales escribe creencias de control
alternativas; por ejemplo, si la creencia adictiva es «No puedo soportar el estrés sin
cocaína», el paciente debería escribir la respuesta control alternativa: «¡Sí, puedo! De
hecho, hay muchos días en que me siento mejor porque no tomo drogas».
Otra estrategia para desarrollar creencias de control es el análisis de ventajas y
desventajas (V-D). Las personas toman drogas porque consideran que las ventajas de
hacerlo son mayores que las desventajas. Por tanto, la finalidad del análisis V-D es la de
reconducir la atención del paciente a las desventajas de tomar drogas y las ventajas de
abstenerse. Se ayuda al paciente a construir una matriz de cuatro celdas, donde se
comparan las ventajas y desventajas de dos decisiones alternativas. En relación con la
dependencia de cocaína, las dos decisiones alternativas son tomar cocaína y abstenerse
de la misma. El terapeuta de Louise utilizó esta estrategia de la siguiente manera:
TE: Me gustaría ayudarte a evaluar las ventajas y desventajas de tomar cocaína versus
abstenerse de tomarla. Tal y como puedes ver, estoy dibujando una caja de cuatro
partes (dibuja la matriz). En el lado izquierdo escribimos las «ventajas» y
«desventajas». En la parte superior escribiremos «tomar cocaína» y «abstenerse».
Vamos a intentarlo. ¿Cuáles son las ventajas de tomar cocaína?
PT: Te permite tener un respiro y romper con las tonterías… y te lo pasas muy bien.
TE: (Escribe) Así, podemos decir que es como romper y que te lo pasas muy bien. ¿Qué
más?
PT: Es una oportunidad que tengo para estar con mis amigos.
TE: (Escribe) Tiempo para amigos. ¿Qué más?
PT: Practicar el sexo es realmente increíble.
TE: (Escribe) El sexo es más divertido. ¿Otras ventajas?
PT: Estoy segura de que las hay… pensaré en ellas.
TE: Bien, si piensas en alguna otra, dímelo. Vayamos ahora a las desventajas de
212
abstenerse. ¿Qué te pasa por la cabeza?
PT: Bien, es fácil. Debería renunciar a las cosas que he dicho antes: tener un respiro, la
diversión, el tiempo con los amigos y sexo increíble.
TE: (Escribe) Así que sería como renunciar a «colocarse enseguida».
PT: Sí, es otra forma de mirarlo.
TE: ¿Qué me dices de las desventajas de tomar cocaína?
PT: Creo que me podrían detener.
TE: (Escribe) Te podrían detener. ¿Qué más?
PT: Es muy peligroso. He visto a gente en muy mal estado perdiendo el tiempo con esa
porquería.
TE: (Escribe) Peligro de hacerse daño.
PT: Además, también hay el momento en que te hundes del todo. A veces me siento
como si fuese mejor morirse… (pausa larga)… Y cuando realmente pienso en ello
tengo la sensación de perder el control. Creo que otra desventaja es que no me gusta
depender de nadie o de nada.
TE: (Escribe) Déjame que lo escriba todo: hundirse después de colocarse, sentir que
pierdes el control, ser dependiente de alguien y de la droga…
PT: Es duro tener que admitir estas cosas, pero todas son verdad.
TE: ¿Hay otras desventajas de tomar drogas?
PT: Sí, creo que no lo vas a creer, pero realmente quiero a mi hijita. Cada vez que me
coloco, me arriesgo a perderla.
TE: (Escribe) Así que otra desventaja de tomar drogas es que podrías perder a tu hija.
¿Alguna cosa más?
PT: ¿No es suficiente?
TE: Todas estas cosas parecen muy importantes. ¿Cuáles son las ventajas de abstenerse o
dejarlo?
PT: Van parejas a las desventajas de tomarlo: evitaría los problemas de que me puedan
detener, o que me haga daño, o que pierda a mi hija y así, podríamos seguir.
TE: ¿Y qué ganas tú?
PT: Autorrespeto… y el respeto de los otros.
TE: Bien, esto completa nuestro análisis. Revisemos lo que he escrito. (Muestra la
matriz [figura 11.21 a Louise.) ¿Qué ves aquí?
PA: Veo muchas cosas que no me gustan.
TE: ¿Qué piensas?
PA: Esto me hace sentir mal. No me doy cuenta, pero realmente no me gusta pensar en
213
mis problemas cuando tomo cocaína.
TE: Y son esos pensamientos, los pensamientos de «control», los que te ayudarán a
mantenerte al margen de la droga.
PT: Lo comprendo. Cuando estoy tomando cocaína es más fácil ignorar los
pensamientos de control.
TOMAR COCAÍNA
VENTAJAS
Romper con las «tonterías»
Pasarlo bien
Estar con los amigos
El sexo es más divertido
DESVENTAJAS
Peligro de ser detenida
Peligro de ser malherida
Hundirse es horrible
Sentir que se pierde el control
Dependencia de los demás
Peligro de perder a la hija
ABSTENERSE
Consigue:
Autorrespeto
Respeto de los otros
Evita:
1. Ser detenida
2. Ser herida
3. Hundirse
4. Perder el control.
5. Ser independiente
«No me “colocaré
enseguida” nunca más»
Figura 11.2. Análisis de ventajas-desventajas de Louise.
Práctica de activación de creencias de control
Al acabar los ejercicios (descubrimiento guiado, respuesta racional mediante el RDP
y el análisis de V-D), la paciente estaba más atenta a las desventajas de tomar cocaína.
Desarrolló adecuadamente creencias control para fortalecer su resolución de no tomar
cocaína en el futuro. Sin embargo, es posible que no acceda a estas creencias de control
214
cuando se enfrente a la «tentación», sobre todo cuando sus creencias adictivas están muy
enraizadas. (Esto se hace muy evidente en el último comentario de Louise: «Cuando
estoy tomando cocaína, simplemente es más fácil ignorar los pensamientos de control».)
Por tanto, se debe prestar una atención especial a la activación de las creencias de control
como parte de la terapia. Hay varios métodos que sirven para esta finalidad. Dos
métodos presentados en esta sección son las tarjetas-flash y la práctica programada en las
sesiones. En la última parte de este capítulo introduciremos las «actividades entre
sesiones» como forma ideal de practicar la activación de las creencias de control.
Después de que el paciente desarrolle las creencias de control, se pueden utilizar las
tarjetas-flash para reforzar y activar estas nuevas creencias desarrolladas. Por ejemplo,
después de acabar el análisis de V-D, el paciente escribió acerca de las desventajas de
tomar cocaína (es decir, las creencias de control) en una o varias tarjetas de 6 × 12 cm.
Las tarjetas-flash de Louise citaban las siguientes creencias control:
«Colocarse es muy divertido pero tiene muchas desventajas».
«Colocarme puede hacer que me detengan o que me maten.»
«Cuando tomo cocaína, renuncio a controlar mi vida.»
«Cuando tomo cocaína, me hago dependiente de la droga y de los otros.»
«Cuando tomo cocaína, me arriesgo a perder a mi hija.»
Al utilizar las tarjetas-flash, es como si Louise se viera empujada a revisar las
creencias de control diariamente y a acceder a ellas siempre que tuviera el impulso de
tomar cocaína.
La práctica programada (o «repaso encubierto») en las sesiones, a través de la
imaginación, es otra herramienta para ayudar a los pacientes a activar sus creencias de
control. Se anima al paciente a imaginarse en una situación en la que está tentado a
tomar droga. Como esta situación provoca el craving en los pacientes, éstos activan las
creencias de control para poder mitigarlo. El siguiente diálogo que reproducimos, entre
Louise y su terapeuta en una sesión, ilustra perfectamente este concepto:
TE: Louise, al final de nuestra última sesión dijiste que era fácil ignorar las creencias de
control cuando estabas usando cocaína. Hoy, me gustaría ayudarte a practicar, a
activar tus creencias de control de forma que aparezcan de manera más natural,
cuando te encuentres en situaciones de alto riesgo.
PT: Es una buena idea, ya que seguramente son los últimos pensamientos que
aparecerían en mi mente, antes de tomar una dosis.
TE: Me gustaría que imaginaras y describieras una situación tentadora en la que
215
probablemente acabaras drogándote. Sé tan detallista y vívida como sea posible en tu
imaginación y descripción. Cuando este ejercicio se hace correctamente, es frecuente
que las personas empiecen a sentir el craving de cocaína. No tengas miedo ni te
sorprendas de que esto ocurra. Realmente, espero que ocurra de esta forma, ya que mi
pretensión es que realmente desees tomar cocaína, ésa es la finalidad de este ejercicio.
Cuando esto ocurra practicaremos la activación de las creencias de control, que
deberían reducir el craving.
PT: Bueno, es un poco raro. Pero si insistes… (pausa larga mientras Louise se
concentra en las imágenes)… Bien, ya lo tengo. Una escena habitual es que me
encuentro en casa de mi madre con mi hija, y mi madre me está criticando porque no
tengo un trabajo. Me dice de todo: «vaga», «inútil», ya sabes toda esa lista de
palabras. De todas formas, siento el impulso de marcharme, aunque sé que no puedo ir
a ningún sitio. Me gustaría pegarle pero evidentemente no lo hago. Me gustaría llorar
pero no voy a darle la satisfacción de que vea que me ha hecho daño. Y finalmente
empiezo a pensar en ir a casa de Michelle. Siempre sabe dónde encontrar algo de
«mierda». Pienso: «Eso es lo único que hará que me sienta mejor». Sé que puedo dejar
a mi hija con mi madre mientras salgo a colocarme. También pienso en lo que haré si
no encuentro a Michelle. Si ella no está, entonces iré al centro y ligaré un cliente
rápido. Y entonces siento deseos cada vez más fuertes de colocarme… (dirige la
atención de nuevo al terapeuta)… Bien, has tenido éxito haciendo que deseara tomar
cocaína. Ahora, ¿qué vas a hacer?
PT: ¿Ahora tienes el craving de cocaína?
TE: ¡Condenadamente cierto!
PT: Bien, ahora empezaremos a repasar tus creencias de control en voz alta; ya sabes
cuáles son.
TE: ¿Las desventajas?
PT: Sí, pero ¡exprésalas con sentimiento! Coge tus tarjetas-flash si lo prefieres.
TE: No, no las necesito. (Empieza tentativamente, como probando, y luego crece su
entusiasmo.) No voy a colocarme; mi hija me necesita. Esto me está matando. No hace
realmente que las cosas vayan mejor. Estoy mejor sin ello. Puedo mantenerme limpia
de ello, si quiero. Puedo construir una vida para mi hija y para mí si me mantengo
limpia (sonríe).
TE: ¿Qué estás pensando ahora mientras sonríes?
PT: ¡Que he podido hacerlo!
TE: ¡Fantástico!
216
En este diálogo, Louise ha conseguido generar un fuerte impulso de tomar cocaína,
pero lo contrarrestó completamente con las creencias de control. Este proceso se repitió
varias veces a lo largo de las siguientes sesiones. Como asignación de actividades entre
sesiones, el terapeuta le aconsejó que lo practicara in vivo, en el momento en que las
tentaciones de las drogas aparecieran de forma natural.
Asignación de actividades entre sesiones que versen sobre las creencias
Al igual que en las otras aplicaciones de la terapia cognitiva, la asignación de tareas
comprende aplicar las habilidades aprendidas en las sesiones de terapia. Por tanto, las
actividades entre sesiones son una continuación vital de la terapia (Burns y Auerbach,
1992; Persons y otros, 1988). Como objetivo a largo plazo de las actividades entre
sesiones dentro de la terapia cognitiva, los pacientes deberían aprender a utilizar
espontáneamente el interrogatorio socrático autoguiado en sus vidas. Por ejemplo:
«¿Qué evidencias tengo de esta creencia?», «¿Cuáles son las consecuencias de mis
creencias?».
Las actividades programadas entre sesiones son una buena oportunidad para aplicar
las creencias control en el «mundo real». Comprenden hacer que los pacientes
practiquen la activación de las creencias control para poder afrontar los estímulos de alto
riesgo, aunque nunca serán capaces del todo de evitar todos los estímulos tentadores.
Louise, por ejemplo, no podrá cambiar la conducta de su madre, pero en cambio, puede
aprender a afrontarla de manera más efectiva para ella. Por tanto, una actividad asignada
a Louise fue que practicara sus creencias de control en respuesta a sus creencias
adictivas y pensamientos automáticos cuando estaba en presencia de su madre.
La asignación de actividades entre sesiones también debe comprender la evaluación
de la validez de las creencias adictivas. Por ejemplo, el terapeuta desafió a Bill a que
recordara varias maneras de divertirse, para probar y refutar realmente su creencia de
que «no hay nada más divertido que tomar cocaína».
Tal y como explicamos en el capítulo 6, las actividades entre sesiones asignadas al
final de cada sesión son revisadas al principio de la siguiente sesión. Al inicio, las
actividades asignadas son muy estructuradas. Por ejemplo, los terapeutas instruyen a los
pacientes para que completen su RDP, cada día. Sin embargo, al final las actividades
acaban siendo menos formales, a medida que el paciente desarrolla patrones de
pensamiento nuevos y más adaptativos.
217
Resumen
Gran parte del consumo de drogas se explica por las creencias básicas y
pensamientos automáticos que se tienen sobre dicho consumo. Existen al menos tres
tipos de creencias relacionadas con las drogas que contribuyen a los impulsos, craving y
finalmente a tomar drogas: creencias anticipadoras, creencias orientadas al alivio y
creencias permisivas. La función del terapeuta cognitivo es la de evaluar, examinar y
probar la veracidad de estas creencias con el paciente, con el objetivo de poder
reemplazarlas por creencias de control. Hay muchas estrategias cognitivas que ayudan a
facilitar este proceso, gran parte de las cuales han sido presentadas en este capítulo.
218
CAPÍTULO 12
MANEJO DE LOS PROBLEMAS VITALES EN
GENERAL
Los pacientes rara vez llegan al tratamiento de adicción o dependencia de las drogas
por sí mismos y en ausencia de otros problemas vitales (Carey, 1991). Cuando los
pacientes están en una fase temprana de su consumo de drogas, es típico que se
encuentren bastante contentos con los efectos de las mismas. Esto ocurre, o bien porque
las drogas les producen un estado incomparable de entusiasmo y euforia, o bien porque
les proporcionan una especie de respiro artificial ante las obligaciones, presiones, tedio y
dolor emocional que puedan estar sufriendo. En esos momentos, los pacientes operan
bajo el supuesto de que la utilización de sustancias químicas que alteran el estado de
ánimo les ofrece una opción factible y práctica de actuar con un estado mental libre de
drogas.
Sin embargo, a medida que dicho consumidor de drogas cada vez es más activo en su
proceso de búsqueda, de conseguir y de repetir la experiencia de «colocarse», aparecen
toda una serie de problemas. Dichos problemas incluyen, aunque no se limitan a: a)
darse cuenta de que el consumo de drogas no les ayuda a que sus obligaciones actuales,
responsabilidades y problemas cotidianos desaparezcan de forma mágica; b) desarrollar
tolerancia fisiológica a las drogas y, por tanto, necesitar pasar más tiempo y gastar más
energía y dinero en la búsqueda de su cada vez más esquivo «colocón»; c) se exacerban
los olvidos de aspectos cotidianos y, por tanto, se incrementa el estrés y el deseo de
escapar mediante el uso de sustancias psicoactivas; y d) las consecuencias de los malos
hábitos, como relaciones dañadas, fracasos académicos o profesionales y complicaciones
médicas o legales serias. En este estado de problemas psicológicos complicados y de
crisis vitales, el individuo será considerado como un consumidor de drogas y,
probablemente, en ese momento se dirigirá a terapia psicológica.
El terapeuta se enfrenta a la desalentadora tarea de ayudar a sus pacientes no sólo en
frenar y reducir su adicción a la droga sino también para tratar muchas dificultades reales
de su vida. Como muchos de estos problemas son similares a los que son característicos
219
de otras categorías de pacientes, algunos de ellos son particularmente importantes para la
población con abuso de drogas.
Es necesario que los terapeutas sean conscientes de los problemas vitales más
frecuentes que presentan los pacientes adictos al inicio del tratamiento (y a lo largo del
mismo). Es de igual importancia que se les preste una atención adecuada en la terapia, a
pesar de la tentación de centrarse sólo en el trastorno por abuso de sustancias. Dentro de
esta pauta, el presente capítulo expone una visión general de algunos problemas vitales
frecuentes que el terapeuta cognitivo deberá abordar durante el tratamiento de esta
población tan desafiante.
El enigma del «huevo o la gallina»: ¿quién apareció primero, el abuso de
sustancias o los problemas vitales asociados?
Una pregunta importante para la evaluación es si los principales problemas vitales del
paciente preceden o son posteriores al trastorno por abuso de sustancias. (De igual
forma, es crucial saber si las conductas antisociales del paciente son primarias o
secundarias a la adicción por drogas. Véase el capítulo 16, para más detalles.) La
información acerca de la cronología de los problemas vitales y los patrones de abuso de
drogas puede enseñar la «función» de la utilización de sustancias psicoactivas en el
paciente, y descubrir los factores que disparan el consumo de drogas.
Por ejemplo, «Marla» se presentó con una adicción al crack que había empezado dos
años atrás, como consecuencia de la muerte violenta de su hermana más joven. Después
de ser arrestada por posesión, Marla pasó los tres meses siguientes interna en varios
centros de rehabilitación. Cuando fue dada de alta, Marla estaba convencida de que
nunca más se volvería a pinchar (a reanudar el consumo de drogas), ya que estaba en el
buen camino. Sin embargo, poco después volvió a sufrir un golpe importante cuando uno
de sus mejores amigos falleció. Casi inmediatamente reanudó su consumo de crack y, de
nuevo, volvió a encontrarse delante de los tribunales. Después de un breve período en la
cárcel, le dieron la libertad condicional con el requisito de que recibiera tratamiento
continuado. En este momento de su vida, Marla empieza la terapia cognitiva.
En el caso de Marla, el dolor y la pérdida eran potentes estímulos que disparaban el
consumo de droga. Como no tenía un historial de abuso de drogas antes de la muerte de
su hermana, las expectativas de éxito eran muy esperanzadoras. Estaba claro que había
sido durante muchos años una persona responsable, con una buena conducta. Además, su
vida estaba en orden, y sus estresores no estaban lejos de la esfera de su vida cotidiana.
220
Sin embargo, para que la terapia fuera completa, fue necesario ayudar a Marla a que se
adaptara y aceptara las muertes de su hermana y su amigo, y su creencia concomitante
«Estoy sola».
Además, el terapeuta necesita enseñar al paciente a utilizar las habilidades de la
terapia cognitiva de manera preparatoria para prever los episodios asociados con la
pérdida. Por ejemplo, la enfermedad de otra persona significativa podría ser suficiente
para que Marla tuviera expectativas catastróficas de que esa persona muriera. Dicha
preocupación tan intensa podría situar a Marla en una situación de riesgo de recaída, ya
que la ansiedad provocada por el pensamiento de perder a alguien (y sentirse sola) le
induciría a automedicarse con cocaína crack. De igual forma, el calendario también
puede originar señales o estímulos negativos que se deben prever, y que sirven como una
llamada terapéutica a la acción. Las fiestas más importantes, los cumpleaños y los
aniversarios de los fallecimientos de seres queridos han llegado a ser capaces de activar
pensamientos automáticos preocupantes y emociones, las cuales pueden disparar la
reanudación del abuso de drogas.
Así, Marla aprendió bastante bien las habilidades para responder racionalmente,
programar actividades y solucionar problemas, y superó el «fenómeno del aniversario»,
sin más incidentes. Sin embargo, cuando quedó «noqueada» por la decisión de su novio
de dejarla, sufrió una recaída temporal (sólo un episodio de consumo). Otra pérdida
interpersonal había activado la necesidad de borrar su dolor emocional mediante el
consumo de cocaína crack.
El caso de Marla parecía claro, ya que los problemas personales precedían el inicio
del abuso de sustancias. Por otro lado, hemos tenido casos en los que los problemas
serios de la vida parecían ocurrir como resultado del abuso de sustancias. Hasta el
momento en que «Ronald» había empezado a tomar drogas en el instituto, parecía haber
tenido una vida totalmente corriente. Era un alumno medio, venía de una familia intacta,
sin experiencia previa con las drogas, y tenía un círculo de amistades regular. Después
de ser introducido en la marihuana, Roland empezó a saltarse clases y a apartarse de su
familia, de muchos de sus amigos y de la mayoría de sus actividades recreativas
normales.
A medida que su consumo de drogas empezó a extenderse a sustancias más «duras»
como quaaludes 1 y cocaína, cada vez tenía problemas más serios concomitantes en su
vida. Por ejemplo, aunque de alguna forma consiguió graduarse en el instituto, Roland
no prosiguió sus estudios o aprendizaje profesional, ni tan sólo buscó empleo. Su única
fuente de ingresos era el tráfico de drogas de poca monta que realizaba. Sus padres, al
221
darse cuenta de que la cosa iba tremendamente mal, presionaron a Roland a «cambiar su
comportamiento» y a que encontrara un trabajo. Esto condujo a menudo a que padre e
hijo riñeran, gritaran y hubieran empujones y peleas. Finalmente, como los padres de
Roland estaban asustados por dos incidentes, en los que compañeros de droga de Roland
llamaron a la puerta a medianoche, le pidieron a Roland que se fuera de casa. Poco
después lo arrestaron por conducir intoxicado, así como por posesión de sustancias
ilegales.
El marcado incremento de problemas de Roland con su abuso de sustancias le llevó a
estancarse académica y vocacionalmente, a tener conflictos familiares, a perder su
domicilio paterno y a problemas legales. Prácticamente sus principales intereses y
actividades se redujeron a procurar utilizar y vender drogas ilegales. Sus principales
asociados eran consumidores y traficantes de drogas y no tenía ningún amigo con un
estilo de vida apartado de las drogas. El consumo de droga de Roland había producido
numerosas consecuencias negativas en su vida. Tanto el aumento de su indefensión para
manejar todas esas dificultades, como su deseo de «olvidar todos estos problemas»
tomando drogas como la cocaína, perpetuaron su estilo de vida relacionado con la droga.
Cuando al final Roland llegó a terapia, éstos eran los principales problemas que
debíamos tratar, además de la problemática de abuso de drogas per se.
Aunque los casos de Marla y Roland parecen totalmente distintos, la primera porque
sufría de problemas vitales identificables que eran un factor precipitante de su abuso de
drogas, mientras que en el segundo caso la mayoría de los problemas se produjeron
debido al aparente y «no provocado» uso ocioso de las drogas, ambos casos tienen al
menos un punto en común muy importante.
Ambos pacientes, al final, acabaron atrapados en un círculo vicioso, donde los
problemas duales del abuso de drogas y los problemas generales de la vida se mezclaron
unos con otros. Por ejemplo, el uso de cocaína crack de Marla, al principio debido a su
pena, llegó a ser la causa de que la arrestaran y de que la encarcelaran. Aparte del
impacto obviamente negativo que esto tuvo en su vida por sí mismo, Marla sufrió
después por su incapacidad para encontrar empleo como resultado de su ficha criminal.
Debido a la ira y frustración que sentía, recurrió de nuevo, al uso del crack.
Sobrevinieron otra vez problemas legales y se completó el círculo vicioso.
El círculo vicioso de abuso de sustancias de Roland y sus crisis vitales era aún más
inamovible y autoperpetuante que el de Marla. Su estilo de vida «drogadicto» le condujo
a numerosas complicaciones personales, financieras y legales. No tenía relaciones
estables, no confiaba en los otros, tenía una autoestima muy baja cuando dejaba de estar
222
colocado, no tenía fuentes legales de ingresos, ningún placer o estímulo saludable, no
tenía tratamiento para numerosos problemas médicos y un miedo constante a tener
problemas criminales. Todas estas preocupaciones se «olvidaban» rápidamente mediante
las drogas como la cocaína, que lo mantenían firme y cómodamente instalado en su
estilo de vida. Las drogas eran el principal origen del caos y las crisis, aunque
continuaba viéndolas como su única «solución» para tratar estos problemas. Más
adelante, cuando Roland empezó el tratamiento, no sólo tenía que superar sus
adicciones, sino que literalmente tenía que «encontrar una vida». (Los trastornos de
personalidad de Roland también jugaban un papel importante en relación con su
consumo de drogas y problemas vitales. Para saber más sobre este aspecto, véase el
capítulo 16, acerca de la interacción entre el abuso de sustancias y los trastornos de
personalidad.)
En cada uno de estos casos prototípicos, los problemas vitales representan
«situaciones estímulo» amplias que tanto se disparan como empeoran por el continuo
abuso de sustancias por parte del paciente. La figura 12.1 ilustra las creencias y
pensamientos automáticos que nutren este proceso.
Tal y como exponemos en la figura 12.1, el desempleo crónico del paciente servía
como situación estímulo que desencadenaba una serie de creencias, pensamientos
automáticos y acciones que acababan con el hecho de tomar droga. Entonces, el
consumo de droga por parte del paciente contribuía a que cada vez fuera más difícil que
lo contrataran (estaba menos motivado, era menos de fiar, etc.), y así continuaba el ciclo.
Este capítulo se centra en las áreas más importantes del estrés crónico de la vida que
inunda a tantos pacientes con abuso de sustancias. (Véase el capítulo 13 para ejemplos
de crisis agudas frecuentes y emergencias, muchas de las cuales están relacionadas con
los aspectos que trataremos en este capítulo.) Algunos de éstos tienen más
probabilidades de ser precursores de los problemas con las drogas, mientras que otros
son, claramente, más bien la secuela del abuso de drogas. En cualquier caso es
importante ser consciente de la forma en que estos problemas llegan a formar parte de un
círculo vicioso en el que vertiginosamente se va perdiendo cada vez más control. En este
capítulo describiremos con detalle los siguientes problemas vitales: problemas
matrimoniales y familiares, problemas socioeconómicos, problemas legales y problemas
médicos.
223
Figura 12.1. Círculo vicioso de los problemas vitales y el abuso de drogas.
Problemas matrimoniales y familiares
Tal y como señalamos antes, es vital para los pacientes ser conscientes de «las
personas, lugares y cosas» que asocian con la utilización de sustancias ilegales. En los
primeros estadios del tratamiento, es aconsejable que la persona con abuso de sustancias
que trata de dejar las drogas, evite contactos innecesarios con estímulos que puedan
provocar fuertes craving o le faciliten la obtención de las mismas. (Sin embargo, una vez
avanzado el tratamiento, es importante enseñar a los pacientes a aplicar y practicar
técnicas de autoayuda al enfrentarse con aquella clase de estímulos relacionados con la
droga que son inevitables en su vida cotidiana.) Cuando las «personas» y «lugares» son
simplemente conocidos impersonales o lugares de paso, será razonablemente sencillo (si
se encuentra en condiciones motivacionales y de afrontamiento adecuadas) para el
paciente manejar con facilidad estos estímulos. Este cuadro se complicará mucho cuando
las personas y los lugares son los propios miembros de la familia del paciente, en su
propio hogar. El abuso de sustancias entre familiares supone un problema importante
para el paciente. Si consideramos los aspectos etiológicos, cuando los padres o hermanos
de una persona abusan de las drogas, dicha persona corre el riesgo de modelizar estas
conductas (Gomberg y Nirenberg, 1991; Lang, 1992). El paciente tendrá fácil acceso a
224
los elementos característicos de la droga y conocerá los escondites secretos de algunos
de sus familiares.
Si consideramos los aspectos relacionados con el mantenimiento y la recaída, el
paciente lo pasará bastante mal cuando rechace el encanto continuo de las drogas cuando
los miembros de la familia están colocados, así como cuando estos mismos le animen
también a que se coloque y cuando haya mucho dinero abiertamente a su disposición a
todas horas del día. Además, puede haber fuertes presiones sociales para que se ajuste a
la «subcultura de las drogas» en su hogar. Una de nuestras pacientes, Dee, fue
ridiculizada sin compasión por sus dos hermanos consumidores por su intento de dejar al
margen las drogas e intentar asistir a terapia y a las reuniones de apoyo. Intentaron
«derrumbarla» acusándola de tener una actitud farisaica con ellos, esperando que
sucumbiría a sus dardos envenenados y acabaría consumiendo drogas con ellos.
Afortunadamente para Dee, estos hermanos vivían un bloque más allá del suyo, de forma
que no tenía que soportarlos constantemente. Sin embargo, en terapia se invirtió mucho
tiempo y energía en que aprendiera cómo podía dirigirse asertivamente a sus hermanos y
a responder de manera racional a sus primeros pensamientos automáticos. Estos
pensamientos incluían: «Si no puedo superarlos, me uniré a ellos», «Me los tengo que
sacar de encima» y «Tengo que probar que no estoy indefensa y atrapada».
Las respuestas racionales que se generaron en respuesta a estos pensamientos
automáticos incluían las siguientes:
1. «Si ellos (sus hermanos) quieren ser unos perdedores, es su problema, estoy
haciendo lo correcto manteniéndome en esta línea».
2. «Preferiría que mis hermanos me odiaran que volver a usar droga y hacer que mis
hijos me odiaran.» «Mis hijos son mucho más importantes.»
3. «No estoy indefensa y atrapada. Estoy intentando ser humilde y conozco mis
limitaciones. Mis hermanos sí que están realmente indefensos y atrapados, sólo que
están tan colocados que no lo ven.»
4. «No puedo cambiar a mis hermanos, así que, ¿por qué les he de dejar que me
cambien?»
5. «Me he visto en peores peleas antes. Sólo tengo que recordarme a mí misma que
todo lo que dicen son tonterías, y que he de preocuparme por lo mío.»
Dee fue capaz de defenderse a sí misma de los intentos de sus hermanos, que ejercían
una presión mal intencionada y dura, aunque el hecho de que sus dos hermanos
225
«favoritos» tuvieran problemas con las drogas fuese una fuente de estrés importante para
ella. Dee creía que el problema con las drogas de sus hermanos significaba que venía de
una familia de «perdedores», en la que cada miembro de la misma (incluyéndose ella)
tendría, inevitablemente, una vida llena de problemas. Además, creía que necesitaba
apartarse de sus hermanos en la medida de lo posible, y por tanto, privándose de lo que
para ella habían sido unas relaciones divertidas y simpáticas. Esto exacerbaba su
sensación de soledad.
Normalmente es poco realista por parte de los pacientes esperar que podrán
solucionar los problemas de abuso de sustancias de los miembros de su familia. Suele ser
más inteligente que el paciente se centre en adquirir habilidades cognitivas de
afrontamiento que le permitan distanciarse algo de dicho problema, permaneciendo
centrado en su propia recuperación. Al final, se pueden recomendar grupos de apoyo
concomitantes a la terapia cognitiva, sobre todo cuando los pacientes se sientan
completamente culpables de los problemas con las drogas de los miembros de su familia.
También se pueden discutir, como parte del tratamiento, las experiencias negativas que
estos pacientes han tenido durante su crecimiento relacionadas con los problemas
domésticos ocasionados por el alcohol y el consumo de drogas. Esto fomentará el
rapport entre el paciente y el terapeuta y ayudará a clarificar algunas reglas
disfuncionales implícitas aprendidas por el paciente acerca del abuso de sustancias y las
relaciones con su familia.
Tener un marido que está totalmente absorbido por el consumo de drogas implica un
estrés tremendo para el paciente. Entre los problemas que se encontrará están: a) los
cambios erráticos de estado de ánimo de su pareja; b) la temeridad e irresponsabilidad en
materia económica y sexual; c) consecuencias médicas y legales importantes; d) poner
en peligro al paciente en relación con el sida y otras enfermedades de transmisión sexual,
y e) seducir al paciente para que vuelva a consumir y recaiga. Cuando un miembro de la
pareja con abuso de sustancias rehúsa reconocer su problema o buscar ayuda, suele ser
necesario que el paciente se vaya del hogar o que invite a su pareja a irse. Ésta es la
mejor estrategia para conservar un ambiente familiar que permita la recuperación. Para
maximizar el hecho de que los pacientes quieran optar por dicha estrategia, los
terapeutas enfatizarán que no es necesario dejar la relación de manera permanente, pero
que, en ese momento de su vida, hacer ese cambio es necesario.
Los inconvenientes de la anterior estrategia, en relación con el paciente, pueden ser
difíciles de soportar. Por ejemplo, el paciente tal vez detesta enfrentarse con su pareja,
potencialmente violenta, y puede que no tenga suficientes recursos como para empezar
226
realmente en condiciones en otro domicilio. Además, el paciente se verá forzado a
afrontar la pérdida de una relación amorosa significativa —y eso es desalentador, sobre
todo si el paciente tiene características de personalidad dependiente (véase capítulo 16)
—. Cuando éste sea el caso, el terapeuta se debe dar cuenta de que el paciente tiene un
apego emocional muy grande con su pareja adicta al consumo de sustancias, y que este
apego está por encima del coste personal que le suponga ceder ante su pareja. Ocurriría
que al cabo de un breve período de tiempo, el paciente todavía querría más a su pareja, a
pesar de su problema con las drogas. De hecho, el paciente todavía iría más lejos para
poder excusar o encubrir las transgresiones de su pareja, ante la insoportable perspectiva
para el paciente de poder perderla (o incluso de oír feedback negativo sobre su pareja).
Todavía peor, el paciente se podría confabular con su pareja para usar drogas
conjuntamente en secreto y encubrirse ambos. En los últimos tiempos se ha escrito
bastante acerca de este fenómeno conocido mediante la rúbrica de «codependencia»
(véase Lyon y Greenberg, 1991).
Si esto ocurriera, la intervención cognitiva se debe centrar de manera intensiva en la
solución de problemas adaptativos (Platt y Hermalin, 1989) y tanto en la culpa exagerada
del paciente como en su sentimiento de soledad. Por ejemplo, el paciente puede creer
erróneamente que su «otro significativo» empezará a tomar más drogas si lo deja solo,
cuando en realidad el consumo de drogas de dicha persona se está intensificando,
independientemente de que el paciente esté o no esté ahí. De igual forma, el paciente
puede creer que no podrá soportar la soledad de estar sin su pareja toxicómana, cuando
en realidad el paciente ya está funcionalmente solo en su afrontamiento del problema de
las drogas, ya que su pareja está emocionalmente ausente. Es más, es vital enseñar al
paciente a aumentar su red social con personas que no consuman, de manera que su
pareja con problemas de abuso deje de ser su fuente principal de refuerzo interpersonal.
Al mismo tiempo, el paciente y el terapeuta deberían permanecer atentos a la
vulnerabilidad del propio paciente a tomar drogas. Es importante prestar mucha atención
a la manera en que los problemas vitales del paciente y el consumo de sustancias encajan
uno con otro, antes que ver cada problema aislado de los otros. Por ejemplo, en el caso
del paciente que tiene una pareja con abuso de sustancias manifiesto, la creencia de que
«si salgo de las drogas tendré que abandonar a la persona que quiero y estar sola»
producirá que él/ella tienda a reanudar su consumo de drogas.
«Walter» explicó muchas veces a su terapeuta que una de las únicas cosas que le
importaba en esta vida era el amor de sus hijos. Por tanto, el hecho que en dicho
momento no se le permitiera verlos, era un motivo de estrés tremendo. Como resultado,
227
empezó a intensificar su consumo de droga —en parte debido a la creencia de que «se
necesita mayor cantidad de drogas para borrar del recuerdo los estados de más
sufrimiento», y en parte debido al deseo de hacer un gesto suicida que atrajera la
atención y el cuidado hacia él— y al poco tiempo ingresó malherido en un hospital por
convulsiones inducidas por sobredosis. Su fracaso en manejar el estrés sin la utilización
de sustancias químicas le llevó a acentuar su sentido de pérdida (sus hijos), lo que a su
vez, le condujo a una exacerbación de su consumo de drogas.
Tras salir del hospital y haber reanudado su terapia cognitiva externa, dedicó gran
parte del tiempo de las sesiones terapéuticas a revisar los pros y los contras de varias
estrategias de afrontamiento de la pérdida interpersonal. De entre las sugerencias
terapéuticas escogidas se encontraba buscar el apoyo de los otros, como la familia, los
amigos y el terapeuta, y centrarse en las actividades relacionadas con el trabajo, sobre
todo aquellas que requieran de gran ejercicio físico. Además, el terapeuta enseñó a
Walter a responder ante sus impulsos de comprar y tomar drogas, haciendo aparecer
imágenes de sus hijos, las personas que más quería que se sintieran orgullosos de él.
Estas imágenes tenían la finalidad de servir como disuasores potentes de sus ganas de ir
a buscar drogas (sin embargo, tenían menos efectividad para frenar su consumo una vez
tenía los elementos preparatorios y las drogas en la mano).
Las disputas matrimoniales (o cualquier discordia en las relaciones amorosas) puede
servir como un estímulo poderoso para disparar el craving de las drogas y su abuso.
Hemos visto a pacientes, a muchos pacientes, tomar drogas en dichas situaciones por
distintos motivos. Dichas «funciones» de la droga incluyen: a) reanimar la autoestima de
manera química, aunque de una forma falsa y temporal; b) ejercer control en la relación
desafiando a la esposa, e induciendo a un estado de autoprotección mediante la apatía y
la invulnerabilidad; c) «calmando» la ira que sienten contra su pareja, especialmente si el
paciente tiene la creencia de que si no toma algo, eso le conducirá a incrementar las
posibilidades de que acabe habiendo agresión física, y d) encontrar una escapatoria
emocional de la infelicidad conyugal, especialmente si la esposa con abuso de drogas
cree que no hay ninguna forma de solucionar su problema marital o dejar su matrimonio.
En general, la insatisfacción y la ira en una relación alimentan la sensación de
indefensión de los pacientes, así como de soledad, lo que a su vez, incrementará el deseo
de un alivio inmediato. Al final el resultado será el craving de drogas, seguido de su
consumo.
No es sorprendente señalar que el consumo de drogas en el contexto de un
matrimonio probablemente afectará a la relación de manera adversa. Si el matrimonio
228
realmente es problemático, el consumo de sustancias exacerbará las cosas,
contribuyendo por tanto a otro círculo vicioso. Puede que la situación aún sea peor
cuando el abuso de sustancias conduce al ataque sexual, físico o psicológico.
Contrariamente a la repetida creencia (mencionada anteriormente) de que el consumo de
drogas puede «calmar» la ira contra la pareja, de hecho tomar drogas suele fomentar más
la desinhibición e incrementa la probabilidad de ser violento (Amaro, Fried, Cabral y
Zuckerman, 1990). Por tanto, el terapeuta debería estar atento a posibles signos de
violencia doméstica en la vida de su paciente con abuso de sustancias. Además de esta
atención, sería aconsejable que el terapeuta tuviera rápido acceso a información, acerca
de las líneas telefónicas especializadas en crisis, y refugios para las víctimas de abuso
sexual o físico.
Si el paciente es ante todo responsable de dicha violencia, el terapeuta debe hacer
todo lo posible para comprometerse con él, para poder tratar este problema con máxima
prioridad en la terapia. Tal y como dijimos más arriba (capítulo 4), los límites de
confidencialidad que existen cuando el paciente amenaza el bienestar de otros se deben
dejar claros. Al mismo tiempo, hay que emplear muchas habilidades terapéuticas para
que el paciente se mantenga positivamente en la terapia y conserve la confianza con el
terapeuta.
Si se examina la historia personal y familiar del paciente, se podrá averiguar si éste
sufrió abuso sexual, físico o psicológico durante su infancia y adolescencia, que haya
podido influir significativamente en el desarrollo de su problema. (Nota: para señalar los
patrones y el esquema de relaciones de la familia del paciente, suele ser útil a veces
dibujar un árbol de familia. Dicho esquema puede indicar separaciones, divorcios,
muertes, relaciones abusivas, personas que abusaron del alcohol y las drogas y otros
aspectos parecidos.) Esto es así por una serie de razones: a) las condiciones aversivas en
el hogar pueden forzar a los pacientes a que pasen cada vez más tiempo en la calle y, por
tanto, estén más expuestos a la cultura de la droga; b) los responsables de la violencia en
la familia también podrían ser personas con abuso de sustancias, y, por tanto, no dejar la
conducta de las víctimas para su posterior emulación de la misma; c) la utilización de las
drogas se puede considerar como la única forma de escapar de una situación insoportable
en casa, y d) la pérdida de autoestima, en la que se incurre a lo largo de los años del
abuso, crea una creciente vulnerabilidad a la adicción en las víctimas, ya que buscarán
formas rápidas de tener sentimientos positivos y conseguir un grupo de compañeros que
le autoafirmen en su comportamiento y actúen de igual manera.
Este tipo de factores subyacentes producen creencias del tipo «Tomar drogas es una
229
forma natural de vivir», «La violencia es aceptable, sobre todo bajo la influencia de las
drogas», «Tomar drogas es la única forma de eliminar del recuerdo las sensaciones
desagradables», y «Soy débil e inferior y puedo sentirme bien (y aceptado) sólo cuando
consumo».
Al tratar a dichos pacientes, las cuestiones relacionadas con la autoestima llegan a ser
componentes centrales en la terapia. Los terapeutas pueden ayudar a sus pacientes a
desarrollar un estímulo interno y fuerte que les disuada del consumo de drogas, si
encuentran (y trabajan con dicho objetivo) evidencias que les permitan disipar las
creencias de los pacientes de que son inútiles, que merecen una vida problemática y que
no son capaces de satisfacer sus propias necesidades con maneras socialmente más
aceptables y por medios más saludables.
Estatus socioeconómico
Los trastornos por abuso de sustancias ocurren frecuentemente bajo el telón de fondo
de problemas socioeconómicos. Por ejemplo, en la pasada década hemos sido testimonio
de un incremento significativo de la prevalencia de la cocaína entre los sectores más
empobrecidos de nuestras ciudades (Closser, 1992: O’Brien y otros, 1992). En
particular, en estos ambientes ha sido cada vez más accesible la cocaína crack (Gawin y
Ellinwood, 1988; Smart, 1991). A medida que las personas de estos segmentos de la
sociedad están cada vez más desilusionadas con sus oportunidades de mejorar su suerte
en la vida mediante los medios estándares a «largo plazo» (p. ej., encontrar educación de
calidad, seguir en la escuela y trabajar para ascender de escala social mediante el éxito
profesional), estarán cada vez más inclinadas a usar soluciones a corto plazo (p. ej.,
tomar drogas para mejorar su estado de ánimo y vender drogas para incrementar sus
ingresos).
Se ha argumentado que es muy difícil hacer que los niños, los adolescentes y los
adultos se mantengan al margen de las drogas cuando se está inmerso en un ambiente
con tan pocas alternativas para encontrar placeres. Además, también es muy difícil
mantenerse centrado en las recompensas a largo plazo que ofrece la educación o la
modesta remuneración de los trabajos de bajo nivel, cuando la distribución de drogas
puede producir una asombrosa cantidad de recompensas materiales en un período de
tiempo relativamente corto. Es más, el riesgo de cárcel, sobredosis e intoxicación, y
violencia no son grandes disuasorios de tomar drogas, sobre todo cuando existe la
sensación prevalente de que no hay esperanzas para el futuro, de ninguna forma. Esto es
230
así, sobre todo en los individuos vulnerables que han desarrollado creencias nucleares de
desesperación e indefensión.
Por estas y otras razones, la terapia con pacientes por abuso de sustancias con niveles
socioeconómicos bajos supone un reto para el terapeuta. Walter tipifica muy bien este
tipo de paciente. Cuando el terapeuta hizo el intento de apelar al sentido de orgullo y
autoestima de Walter, a la hora de contrarrestar su creencia de que era una víctima
indefensa, preguntándole si podría ser «suficientemente fuerte como para ser un hombre
y apartarse de sus amigos traficantes», Walter contestó: «No me siento fuerte cuando me
aparto de las drogas. Me siento como si no fuera nada, como siempre me he sentido.
Sólo pienso que soy valioso en algún sentido cuando tomo un poquito de algo
(normalmente cocaína o heroína). Ésa es la única vez en que me siento muy bien». Para
poder combatir esta actitud que fomenta el consumo de drogas, el terapeuta centró la
atención del paciente en cómo se sentía después de que pasara el efecto de la droga,
cuando se encontraba más débil, se sentía más pequeño, más indefenso y menos
adecuado que nunca. Este hecho fue repasado una y otra vez, para desmitificar el falso
sentido de orgullo que parecía que le provocaban temporalmente las drogas.
Otro componente básico del tratamiento al respecto era ayudar a que Walter
reconociera aspectos de su vida de los que podría sentirse orgulloso cuando se
encontraba en un estado mental libre de las drogas o el alcohol. Esto incluía sus
habilidades de estibador, su fuerza física y el amor y orgullo que sentía por sus hijos.
Además, Walter tenía dificultades en centrarse en estos factores, sobre todo cuando se
sentía frustrado al intentar alcanzar sus objetivos. Cuando estaba desesperado y sentía
mucha ira, caía en el pensamiento dicotómico típico de todo o nada, y creía que no había
nada valioso por lo que vivir. A Walter le gustaba resaltar este punto haciendo una breve
y archiconocida cita de Bob Dylan: «Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder».
Esta frase activaba la creencia de que «No tengo nada y no soy nada» e incrementaba su
tendencia a volver a las drogas cuando sufría un revés. Por tanto fue fundamental que a)
se plantearan las cosas valiosas que realmente sí tenía en su vida, y b) que las podía
perder si seguía siendo indulgente con su consumo de drogas. Deberíamos apreciar que
una de las oportunidades más importantes para producir cambios en las creencias básicas
se da cuando dichas creencias se han activado, como por ejemplo por un revés o una
frustración.
Justamente, en el extremo socioeconómico opuesto también se encuentran pacientes
ricos que padecen abuso de sustancias. Algunas de las razones ofrecidas por dichos
pacientes con una economía elevada son bastante parecidas a las de aquellos pacientes
231
con menor poder adquisitivo, y giran en torno a las creencias nucleares de ser ineficaz o
socialmente indeseable. Un paciente expresó que había empezado tomando cocaína en
un momento (diez años antes) cuando todavía se creía que era «fabuloso» colocarse, en
que la cocaína se consideraba como una droga de un estatus económico elevado propia
de aquellos que tenían ambiciones. Notó que la droga acentuaba su sensación de poder,
atractivo e invulnerabilidad, sentimientos todos ellos que no sólo eran agradables para él
sino congruentes con su punto de vista de lo que un vicepresidente de una compañía
debía ser. Aunque empezó como un consumidor social, su uso continuado le condujo a
tener tolerancia fisiológica y psicológica, con lo que necesitó incrementar la cantidad y
frecuencia de su uso. Como su nivel económico era alto, pudo continuar con su hábito
sin abatimiento. En ese sentido, su poder adquisitivo sirvió de factor causal que
contribuyó al desarrollo de una dependencia hecha y derecha de la cocaína.
Al final se deterioró su competencia en el trabajo y fue despedido sin miramientos.
Después de esto, no fue capaz de conseguir un empleo que estuviera a su nivel. El
paciente creyó que había sido puesto en la lista negra de la comunidad local de
compañías. En ese momento se encontraba en plena crisis económica, ya que no había
disminuido su lujoso estilo de vida ni el consumo de cocaína, aunque había dejado de
tener ingresos. Como resultado, cayó en un estado de crisis considerable, con una
dependencia seria de la cocaína, y se tuvo que enfrentar a la amenaza de bancarrota. En
este momento ya avanzado de dificultades económicas y abuso de sustancias, buscó
ayuda terapéutica. Actualmente es capaz de mantenerse al margen de la cocaína durante
varios meses, aunque todavía se encuentra moderadamente deprimido con respecto a su
pérdida significativa de estatus, dinero y amigos. La terapia continúa centrándose en: a)
resolución de problemas con relación a ganarse la vida; b) manejar los continuos craving
de cocaína (aunque hayan disminuido algo con el tiempo), y c) reconstruir su autoestima,
desacreditada cuando perdió su alto nivel de vida y tuvo que contemplarse a sí mismo
sin los sentimientos disfrazados que le proporcionaba la cocaína.
Otro paciente con nivel socioeconómico elevado argumentó que había empezado a
tomar cocaína con la finalidad de incrementar su energía y confianza. Llegó a creer que
no sería capaz de realizar su trabajo sin el «impulso» que recibía de tomar dicha droga.
También disfrutaba con la sensación temporal de alivio de la presión y, por tanto, estaba
convencido de que la cocaína era un reductor del estrés. Como era de prever, a medida
que su hábito crecía, las percepciones sobre la calidad de su trabajo llegaron a
distorsionarse, y él las exageró por encima de la realidad. Empezó a ser menos
productivo y cada vez más aversivo interpersonalmente, debido al incremento de sus
232
síntomas de paranoia y rabietas de impulsividad e ira. Al igual que ocurrió con el
paciente anterior, perdió su trabajo y empezó a tener deudas económicas. Es más, sus
amigos y amante le volvieron la espalda después de que él rechazara varias veces sus
sugerencias de que necesitaba ayuda de un profesional para su problema.
Un factor que tienen en común tanto los pacientes de alto como de bajo nivel
económico es su vulnerabilidad ante la presión de sus compañeros. Los pacientes con un
estatus socioeconómico bajo suelen enfrentarse con sus amigos y compañeros que los
impulsan a consumir, compartir y vender drogas. Dichos pacientes llegan a creer que se
quedarán sin contactos sociales significativos si evitan a cada persona con abuso de
sustancias que conocen. Tal y como fuimos testimonio en el caso de Dee, las burlas de
sus hermanos por no unirse a ellos cuando fumaban le provocaban fuertes tentaciones
para reanudar su consumo. En este caso, es vital ayudar a buscar y desarrollar contactos
y amistades con personas que estén completamente al margen de las drogas y el alcohol.
Otros pacientes con estatus socioeconómico bajo se pueden sentir presionados por
sus compañeros para probar que son «un miembro del grupo», o que tienen agallas para
consumir drogas intensamente. Walter dijo a su terapeuta que le retaban unos
compañeros que conocía del depósito de chatarra donde él solía merodear, a chutarse una
fuerte combinación de cocaína con heroína. Cuando el terapeuta le sugirió algunos
comentarios asertivos típicos de «clase media liberal» (descripción del paciente) que
podía responder ante dicha provocación, Walter le dijo: «No puedo hablar a esa gente de
mi barrio con esa porquería intelectual. Puede que eso funcione en tu barrio, pero no en
el mío». Entonces el terapeuta ajustó su intervención cargando la responsabilidad de
producir «respuestas orgullosas y libres de la droga» en Walter. Este episodio resalta el
papel de las características socioeconómicas en la conceptualización del problema y en
el diseño de las intervenciones.
La presión de los compañeros puede tomar una forma diferente entre los pacientes
con estatus socioeconómico elevado, aunque siga existiendo. Por ejemplo, un paciente,
en una fiesta selecta puede llegar a estar convencido de que debe unirse a los
consumidores «ociosos» de cocaína para ser considerado un miembro de beautiful
people. Afortunadamente, esta visión distorsionada y excesivamente romántica de los
consumidores de cocaína con alto poder adquisitivo ha empezado a caer en desgracia en
la medida en que la extensión y ramificación de los problemas por la cocaína en la
nación han salido a la luz desde la última mitad de los ochenta.
Por otro lado, los consumidores de cocaína con mucho dinero pueden estar motivados
por la necesidad de ganar incluso más, y también más poder y más éxito como forma de
233
conseguir más aceptación por el escalón percibido como superior en su profesión o
comunidad. Con este impulso por el éxito el paciente confiará en un estimulante químico
como la cocaína para que le proporcione una sensación de mayor productividad y
sociabilidad.
Cuando la presión de los compañeros (sea cual sea su manifestación) es un factor que
contribuye al abuso de sustancias, se hace necesario que se trate la excesiva necesidad
que tiene el paciente de aceptación social. En este sentido, los aspectos relacionados con
la autoestima se ponen en la palestra. Es más, el terapeuta y el paciente deberían trabajar
conjuntamente para que éste aprenda habilidades más adaptativas a fin de solucionar sus
problemas, de forma que las drogas ya no sean consideradas como una «solución».
EstrEsores cotidianos
Los problemas mundanos o estresores pueden servir como elementos que disparen el
consumo de droga del paciente. Estas dificultades cotidianas que las personas afrontan,
tales como tener un trabajo que implica presión y fechas límite, o bien un trabajo en el
que se sientan atrapados por razones económicas o que deban tratar con dos o tres bebés
revoltosos sin ningún respiro, puede producir sentimientos que sobrepasen la tolerancia
al malestar de una persona. Si dichos acontecimientos y sensaciones estresantes se van
acumulando y se experimentan un día tras otro, pueden servir como factores que animen
a la persona a utilizar las drogas para «conseguir pasar el día».
«Dee» era una paciente para la cual tratar con las preocupaciones cotidianas era
primordial con objeto de mantener la abstinencia. Una de las prioridades importantes de
Dee para el tratamiento implicaba ayudarla a afrontar el tener que cuidar de su hijo.
Como madre soltera, Dee se tuvo que enfrentar con gran cantidad de cambios en su vida
cuando su hijo nació. Estaba contenta trabajando muchas horas seguidas como asistenta
en un hogar de enfermeras: ahora, había tenido que acortar las horas considerablemente.
También estaba acostumbrada a ir y venir cuando quería, ya que sus otros hijos mayores
ya eran adolescentes en los que se podía confiar para que cuidaran de sí mismos en
ausencia de su madre. Ahora tenía menos libertad para moverse, y debía planificar sus
actividades como tener en mente el cuidado de su hijo. Además, Dee estaba muy enojada
y preocupada con los lloros nocturnos del niño. Resumiendo, las demandas cotidianas de
Dee para ser responsable del bienestar de su niño reforzaron una sensación de ineficacia
(como madre), indefensión (de afrontar todas las responsabilidades) y desesperación
(incluso en disfrutar de su vida de nuevo). Estas creencias nucleares empezaron a ser
234
origen de una marcada ira, frustración y cansancio, que al experimentarlas dispararon
pensamientos y craving de fumar crack como la «única» fuente de placer y «libertad».
Estaba claro que mantener a Dee fuera del consumo de drogas requería lecciones para
afrontar su nueva vida como una persona que cuidaba a un niño indefenso. Entre otras
estrategias terapéuticas, se utilizaron y repasaron la técnica de resolución de problemas y
la planificación de actividades diarias (trabajar pocas horas, disponer de canguro para su
hijo, asistir a un grupo de apoyo, pasar tiempo con su hijo, leer, etc.). Además, se trató a
fondo la utilización del Registro diario de pensamientos para poder contrarrestar los
pensamientos de Dee que le sugerían que su vida era del todo intolerable. De hecho, se la
animó a que reconsiderase respuestas racionales que versaran sobre las ventajas
potenciales que tendría como resultado de su hijo recién nacido. Por ejemplo, tendría la
oportunidad de desaprobar todas las críticas que le decían que no sería capaz de cuidar
de su niño, debido a su hábito con las drogas. Naturalmente, esta respuesta racional fue
un incentivo muy positivo para que se implicara en la terapia cognitiva; si embargo, a su
vez la condujo a otro pensamiento automático. Es decir, Dee estaba preocupada porque
si recaía en las drogas, sucedería que todos la abandonarían, juzgándola negativamente,
y diciéndole «Ya te lo habíamos dicho» y quitándole al niño.
Para poder protegerla ante esta posible eventualidad, Dee y su terapeuta trabajaron a
fin de fortalecer sus reacciones en las áreas de más vulnerabilidad. Específicamente, se
enseñó a Dee a soportar mejor los llantos de su bebé (que la perturbaban mucho). En la
sesión se entrenó a Dee para que cerrara los ojos y se imaginara en casa a una hora
determinada cuando su hijo estaba llorando sin cesar. Cuando Dee decía que ya podía
«escuchar» el llanto de su niño, se la animó a que expresara sus pensamientos
automáticos. Dada la gran aptitud de Dee para imaginarse las cosas vívidamente, sus
pensamientos automáticos realmente representaban sus cogniciones «calientes» (es
decir, cargadas afectivamente). Éstas incluían: «No puedo soportarlo más. Tengo que
irme de aquí» y «Me voy a ir y tomaré de nuevo drogas, y entonces vendrá mi tía y se
hará cargo del bebé. Entonces, volveré de nuevo a ser libre». Después de exponer estos
pensamientos, Dee fue incitada a imaginar cómo sería su vida con todas las
consecuencias de estos acontecimientos. Con ello, se encontraría llena de
remordimientos y empezaría a expresar respuestas racionales que anularían las
cogniciones calientes elicitadas previamente.
A medida que el ejercicio continuaba, Dee produjo espontáneamente más
pensamientos automáticos, que más adelante explicaron sus respuestas emocionales
negativas ante el llanto de su hijo. Ella pensaba: «Mi niño no me quiere. No quiere estar
235
conmigo. Prefiere estar con la canguro. Preferiría estar con mi tía». Estos pensamientos
encajaron en la sensación de rechazo de Dee. Como respuesta, se animó a Dee a que
considerase significados alternativos al llanto de su niño, tales como «Está intentando
decirme que no se encuentra bien, que está hambriento, o tiene frío, o necesita que lo
cambien» y «Es sólo un niño pequeño. No está diciéndome que no me quiera. Ni
siquiera comprende estas cosas aún. Es sólo un niño».
Manteniendo sus ojos cerrados, se le dijo a Dee que imaginara la autosatisfacción que
sentiría si resistía la tentación de tomar drogas y, en vez de ello, probarse a sí misma y a
los otros que era capaz de cuidar a su criatura. Además, el terapeuta ayudó a Dee a
imaginar un futuro lejano, cuando su niño ya hubiera crecido y la quisiera y pensara muy
bien de su madre, ya que siempre había estado con él y porque consideraba que había
ejercido un papel muy positivo como madre. Estas técnicas, repetidas varias veces a lo
largo del curso del tratamiento, fueron muy eficaces para ayudar a Dee a verse a sí
misma como una persona valiosa, deseable y eficaz para poder soportar los estresores
cotidianos. Como sus creencias nucleares de indefensión y de que no era querida
disminuyeron, Dee empezó a ser más consistente en su resolución de mantener su
abstinencia de las drogas y del alcohol. A su vez, mejoraron sus habilidades como
madre.
Los estresores cotidianos pueden incluir acontecimientos que provocan un
sentimiento de frustración, ansiedad, ira, fatiga y soledad. Cuando dichos
acontecimientos ocurren frecuentemente, o forman parte de condiciones crónicas como
vivir en un hogar pernicioso o en un barrio indeseable, entonces el terapeuta necesita
ayudar a sus pacientes con abuso de drogas a prever y responder adaptativamente a sus
reacciones disfuncionales ante dichas situaciones. De esta forma, los pacientes aprenden
a afrontar (y solucionar) los estímulos comunes que les conducen a situaciones diarias de
riesgo de tomar drogas de nuevo.
Problemas legales
Siempre que haya consumo de sustancias ilegales, existirá la amenaza de problemas
con la justicia. Esto no sólo es así por el propio consumo de droga, sino porque el uso de
las mismas suele conducir también a participar en actividades ilegales. Por ejemplo, la
primera vez que arrestaron a Dee fue cuando fue capturada al tratar de cobrar cheques
sin fondos. Los problemas de Walter con la justicia empezaron al intentar piratear y
236
escabullirse con bienes robados de los muelles en que trabajaba. «Charleen»» fue
detenida cuando quiso vender crack a un policía de paisano.
Cuando un paciente que está en libertad condicional llega a tratamiento, el terapeuta
ha de ser consciente no sólo de las dificultades que aquél tendrá para mantenerse fuera
de las drogas, sino también de sus dificultades para afrontar las restricciones impuestas y
los estigmas asociados con estar en una situación de legalidad indeterminada. Charleen
solía expresar su consternación por tener que ser vigilada tanto por el terapeuta como por
los agentes de la condicional. Para ella, casi cada sesión de terapia y análisis de orina
servían para recordarle que no disponía por entero de su vida. A medida que meditaba
sobre los inconvenientes de esta situación (p. ej., la pérdida de libertad), crecía su ira, y
con ella también sus deseos desafiantes de reanudar su consumo de drogas. La figura
12.2 representa uno de los Registros diarios de pensamientos en los que Charleen
trabajaba para sofocar la ira y los craving asociados con esos pensamientos negativos
acerca de su estado actual en libertad condicional. Antes de usar los Registros diarios de
pensamientos (RDP), Charleen nunca había considerado las ventajas que su control legal
y psicológico le proporcionaban —por ejemplo, más apoyo e incentivos para seguir
fuera de las drogas.
También Walter reaccionaba con un nivel significativo de disforia ante los
pensamientos automáticos que disparaba su estatus legal. En particular, se frustró e irritó
por las limitaciones interpuestas por la condicional para que viajara. Creía que la
mayoría de sus problemas tenían que ver con los miembros de su familia y sus conocidos
en el barrio que abusaban de las drogas. Solía argumentar (¡no deben confundirse estos
razonamientos con una respuesta racional!) que tendría más oportunidad de mantenerse
al margen de las drogas si pudiera mudarse a vivir a una zona más rural. De hecho, pidió
permiso a su agente de la condicional para cambiar de vecindad, pero le dijeron que
tendría que esperar bastante tiempo antes de que se lo aprobaran. Walter reaccionó con
una sensación de indefensión, que se unió a su cinismo e ira. Por tanto, cada vez que
entraba en contacto con las «personas problemáticas» que aludíamos antes, Walter
pensaba que ahora sí tenía una justificación para tomar droga. Su racionalización era
algo así como: «Bien, intenté alejarme de estas personas, pero los policías no me han
dejado. Si me pierdo, será por su culpa». Naturalmente, el terapeuta dedicó mucho
tiempo en este caso para intentar que Walter modificara sus puntos de vista sobre este
tema y a que encontrara métodos alternativos de mantenerse al margen de «estas
personas y lugares».
237
Instrucciones: Cuando notes que tu estado de ánimo está empeorando, pregúntate a ti mismo: «¿Qué está
pasando por mi cabeza en este momento?», y tan pronto como sea posible anota brevemente el pensamiento o
la imagen mental en la columna de Pensamiento(s) automático(s).
Algunas preguntas que ayudarán a formular respuestas racionales: 1. ¿Qué evidencias existen de que el
pensamiento automático sea verdadero? ¿No es verdadero? 2. ¿Hay alguna explicación alternativa? 3. ¿Qué es
lo peor que puede pasar? ¿Puedo vivir con ello? ¿Qué es lo mejor que puede pasar? ¿Cuál es el resultado más
realista? 4. ¿Qué debería hacer acerca de ello? 5. ¿Cuál es el efecto de creer en pensamientos automáticos?
¿Cuál puede ser el efecto de cambiar mi pensamiento? 6. Si_________(el nombre de mi amigo) estuviera en
mi situación y tuviera este pensamiento, ¿qué le diría yo a él?
Figura 12.2 Registro diario de pensamientos de Charlenn.
Otra preocupación legal que tienen que afrontar a veces las personas con abuso de
sustancias es la pérdida de la custodia de sus hijos, o bien a manos de su exmujer, de un
familiar o de los servicios oficiales de protección. Uno de estos pacientes fue Dee. Su tía
de Baltimore se hizo cargo del hijo de Dee durante dos meses cuando Dee fue internada
en un programa de rehabilitación por su abuso de sustancias. Dee sabía que su tía estaba
esperando impacientemente poder asumir la custodia del niño si Dee recaía. De hecho, la
tía de Dee expresó que quería convertirse en la tutora legal del niño si Dee acababa
demostrando que no era una buena madre. Antes que ver a su tía como una tabla de
salvación, la veía como una amenaza y solía ponerse nerviosa cuando pensaba en la
posibilidad de perder a su hijo. Dicha percepción todavía le añadía más estrés y
exacerbaba sus impulsos para reanudar su consumo de cocaína crack.
238
En este caso, Dee se vio enfrentada con la posibilidad real de perder la custodia de su
hijo. El terapeuta ayudó a Dee a ver esta situación como un impulso para que pudiera
seguir firme, antes que como una espada de Damocles colgando sobre su cabeza.
Además, antes que tratar a su tía de forma suspicaz como si fuera un enemigo, se enseñó
a Dee a cooperar y trabajar con su tía. Se le hizo apreciar que ambas compartían una
preocupación común, que era el bienestar del niño.
También deberíamos señalar que los terapeutas que tratan con poblaciones con abuso
de sustancias se suelen ver involucrados en más problemas legales y éticos que aquellos
terapeutas dedicados a otras poblaciones. Por ejemplo, la asociación entre la utilización
de droga y la violencia doméstica significa que el terapeuta debe estar especialmente
atento a situaciones que requieran la tarea de avisar a una posible víctima, o bien de
tener que contactar con las oficinas que tratan con el abuso de niños y esposas. De
hecho, controlar dichas situaciones, manteniendo también una relación terapéutica
constructiva con el paciente, requiere de mucha habilidad por parte del terapeuta.
Otra situación legal y ética que hemos encontrado ocurre cuando el paciente asiste a
las sesiones de terapia en un estado de intoxicación. El terapeuta elegirá personalmente
y/o decidirá caso por caso si continúa con la sesión o no. Sin embargo, si el terapeuta
decide interactuar con el paciente, es obligatorio que evalúe si el paciente ha venido
conduciendo un coche a la sesión de terapia. Si realmente ha estado conduciendo, el
terapeuta deberá hacer todo lo posible para mantenerlo apartado de la carretera hasta que
pase un tiempo y esté sobrio. En un caso, pedimos a un paciente que permaneciera en
una sala de espera durante dos horas antes de permitirle abandonar el centro. Otras
posibles alternativas van desde llamar a un taxi, usar el transporte público o contactar
con alguien que pueda recoger al paciente.
Problemas médicos
El abuso de drogas está asociado con toda una miríada de estados médicos crónicos
(O’Connor, Chang y Shi, 1992). Incluso cuando el paciente ha abandonado las drogas
del todo, las consecuencias médicas del abuso pueden tardar en desaparecer
indefinidamente, causando dolor, preocupación, indefensión e impulsos renovados de
«automedicarse» utilizando drogas ilícitas. Este fenómeno está muy bien ilustrado en
una escena de la película Bird, la historia del legendario saxofonista de jazz Charlie
Parker. Parker, que tenía un estilo de vida durísimo, con gran consumo de drogas y
alcohol, acabó teniendo úlceras gástricas agudísimas, y utilizaba heroína para amortiguar
239
el dolor. Este hábito sólo sirvió para acelerar su muerte a la edad de 34 años. En una de
las escenas, le dice lloroso a uno de sus amigos, que también tomaba droga, Dizzi
Gillespie: «¿No es una putada… Voy al médico y le pago 75 dólares, y no me ayuda…
pero voy a algún “tipejo” le doy 10 dólares por una bolsa de mierda [heroína], y mi
úlcera deja de dolerme, mi hígado ya no me duele, los problemas de mi corazón se
desvanecen… y tú me estás diciendo que éste es el hombre del que tengo que alejarme?
Señor Gillespie, mi compañero de armas, eso es lo que yo llamo una paradoja».
Los terapeutas necesitan ser conscientes de los aspectos médicos implicados en el
abuso de sustancias, de forma que puedan educar a sus pacientes acerca de dichos
asuntos, y así sean capaces de detectar signos físicos que indiquen que podrían sufrir una
posible recaída.
Si un paciente abusa de las drogas duras constantemente, como la cocaína, la heroína
o las anfetaminas, también será un paciente con mal humor y que dormirá mal. Charleen
se equivocaba al pensar que la cocaína crack le producía un beneficio en su pérdida de
peso. Ella lamentaba haber ganado peso durante la recuperación y el período de
tratamiento y se refería a éste como «aquellos días tan bellos», cuando tomaba drogas y
estaba delgada. El terapeuta le enseñó que su pérdida de peso reflejaba una dependencia
disfuncional de la droga que, de ninguna forma, podía sustituir su nutrición. Enfatizó que
la pérdida de peso debía llevarse a cabo mediante ejercicio y con hábitos de comida
específicos, no mediante la pérdida de apetito que producen las drogas.
Es frecuente que los pacientes que toman drogas compulsivamente estén despiertos
toda la noche (mientras toman) y que duerman durante gran parte del día. Otra variación
de los hábitos de sueño implica que el paciente permanezca despierto durante días, y
luego caiga dormido también durante varios días. En cualquier caso, se ha trastornado el
ciclo natural del sueño y deja de ser viable el funcionamiento normal tanto laboral como
social.
Es fácil que un paciente pierda una sesión de terapia por la tarde debido a «dormir
demasiado» o bien que suene grogui al hablar por teléfono al mediodía. Éstos son signos
reveladores de abuso de sustancias (Gawin y Kleber, 1988). De hecho, en una serie de
atletas de elite que se descubrió que eran consumidores de cocaína, esta sospecha nació
debido a que se solían dormir en los encuentros importantes del equipo, en las
competiciones o en los viajes.
Siempre que sea posible, hay que programar a los pacientes más difíciles a primera
hora de la mañana. A las 9 de la mañana se minimiza la probabilidad de que el paciente
disfrace el hecho de que ha estado utilizando drogas el día anterior. A veces, cuando no
240
se puede programar una sesión temprano, se pueden utilizar, para chequear el estado del
paciente, las llamadas a primera hora de la mañana. Por ejemplo, se pide a un paciente
(como parte de las actividades entre sesiones que se le asignan) a llamar al terapeuta
cada día a una hora específica a media mañana, sólo un minuto. Cuando un paciente se
queja de que una sesión o una llamada de teléfono son demasiado tempranas para ellos,
hay que responderles: «Si no puedes venir a una sesión de terapia a las 9 de la mañana,
¿serás capaz de mantener un trabajo que requiera que estés a las 9? ».
De igual forma que a veces los pacientes no cumplen del todo con la terapia, suelen
tender a cumplir menos con los consejos médicos. Cuando los pacientes tienen un
médico estable, es importante obtener la información necesaria manteniendo contacto
con el doctor correspondiente. Cuando se encuentra en asistencia pública y, por tanto, no
ve siempre al mismo doctor cada vez que se visita, la situación es un tanto más
complicada. Sin embargo, es importante hacer el esfuerzo de mantenerse informado de
las condiciones físicas y tratamientos médicos del paciente.
Uno de nuestros casos más tenaces de no cumplimiento médico fue Ray, quien sufría
de una diabetes grave y dependía de la insulina. La forma tan desadaptativa en que
abordaba su condición era una causa continua de preocupación en la terapia. Durante un
período del curso de la terapia rechazó inyectarse la dosis diaria de insulina que requería,
diciendo que podía controlar su nivel de glucosa en sangre simplemente prestando
especial atención a su dieta. Cuando el terapeuta puso en duda su resolución, Ray añadió
que utilizar la aguja (para inyectarse insulina) le supondría una especie de inducción a
inyectarse «cualquier cosa un poco más dura que la insulina». No es necesario decir que
esto suponía un dilema importante.
Para empeorar aún más las cosas, Ray rehusó consultar con su médico acerca de esta
cuestión. El terapeuta intentó apelar a su racionalidad, y expresó mucha preocupación
por la vida de Ray, aunque todo fue en vano. Sólo cuando Ray empezó a experimentar
un malestar físico importante, empezó a ceder y finalmente contactó con su médico.
Cuando existió una comunicación fluida entre el paciente, el terapeuta y el médico,
pudo empezar la siguiente fase del tratamiento. Esto comprendía que Ray llevara a la
sesión las agujas y la insulina, de forma que se pudieran practicar respuestas racionales
intensivas en presencia del estímulo que provocaba sus cogniciones más «calientes» y
craving. Aunque esta intervención comprendía un riesgo importante de recaída, ambas
partes acordaron que sería menos arriesgado que la posibilidad de un coma diabético. Al
cabo de poco tiempo, Ray conseguía inyectarse la insulina sin ningún problema, aunque
esporádicamente aún tenía dudas. El cumplimiento de la inyección de insulina de Ray
241
tuvo que ser chequeado constantemente a lo largo de todo el curso de la terapia
cognitiva.
Uno de los problemas médicos más serios asociados con el abuso de las drogas como
la cocaína es el incremento de la prevalencia de madres embarazadas que son
consumidoras regulares. Hemos sido testimonios de un incremento del número de casos
en que los bebés nacen prematuramente, con complicaciones que amenazan su vida, con
adicciones físicas a la cocaína como resultado del hábito de sus madres durante el
embarazo (Closser, 1992; Grossman y Schottenfeld, 1992; Smart, 1991; Stimmel, 1991).
(Además, existen evidencias preliminares recientes de que pueden haber huellas del
consumo de cocaína ligadas al esperma y, por tanto, que impliquen también a los padres
en la transmisión de efectos nocivos de la cocaína a sus hijos nonatos.)
De nuevo, la educación juega un papel importante en el tratamiento. El terapeuta
puede explicar a las pacientes embarazadas los riesgos de tomar drogas (y del uso del
alcohol, así como de fumar cigarrillos) en los hijos que están esperando. Estas pacientes
también necesitan que les animen a recibir atención médica prenatal de manera regular.
El trabajo con la imaginación puede ayudar a estos pacientes a centrarse en imágenes
mentales de bebés sanos versus imágenes de bebés muy enfermos, de forma que disuada
a las pacientes a tomar drogas cuando aparezca el craving. Una de nuestras pacientes
embarazadas aprendió a recitarse a sí misma una respuesta racional estándar cuando
tenía una urgencia por marcharse y comprar cocaína crack. Podía imaginar a un niño
saludable y feliz y se decía a sí misma: «Voy a empezar siendo una buena madre, ¡ya!
Voy a empezar cuidando a mi bebé ahora mismo. Voy a escoger la salud para nosotros
dos. No voy a salir a buscar droga».
Otro problema médico relacionado con el abuso de sustancias tiene que ver con las
enfermedades de transmisión, ya sea por contacto sexual o bien compartiendo
jeringuillas. Las personas con abuso de sustancias suelen ser bastante desinhibidas en su
conducta sexual (véase p. ej., Goldsmith, 1988; Watkins, Metzger, Woody y McLellan,
1991). Tienen tendencia a ignorar medidas simples de protección, como el uso de
preservativos. Recordemos (tal y como dijimos en el capítulo 4) que Walt dijo
graciosamente que utilizar preservativos estaba prohibido en su religión. En algunos
casos extremos las personas que son adictas a las drogas duras pueden llegar a cambiar
sexo por drogas. Esto hace que muchas personas tengan relaciones sexuales
indiscriminadas con muchas otras personas a lo largo del tiempo. De esta forma se
incrementa sustancialmente el riesgo de contraer gran cantidad de enfermedades
venéreas, hepatitis y el virus del sida en esta población (Chiasson y otros, 1989;
242
Fullilove, Fullilove, Bowser y Gross, 1990; Stimmel, 1991). Dado el hecho de que
muchas de estas personas son consumidoras de droga por vía intravenosa y que utilizan
jeringuillas no esterilizadas (Metzger y otros, 1991), todavía se acentúa más el riesgo de
contraer el sida.
De nuevo, la educación es un componente crucial de la terapia. Existen tres pasos
importantes para conseguir seguridad ante la transmisión de enfermedades, que incluyen:
a) abstenerse de inyectarse droga vía intravenosa; b) practicar sexo seguro, y c)
mantenerse monógamo con una pareja en la que se pueda confiar. Hemos encontrado
que los pacientes pueden cumplir bien el primer punto, menos el segundo y muy
raramente son capaces de cumplir el tercero. Es extremadamente difícil ayudar a un
paciente que siempre está tomando sustancias activamente enseñarle a controlar sus
conductas sexuales. Es mucho más realista intentar que los pacientes tengan contactos
sexuales seguros una vez han dejado de tomar drogas. Sin embargo, hay que esforzarse
al máximo para tratar este aspecto médico, independientemente de si se está o no
consumiendo (véase apéndice 7, para más información sobre cómo manejar a los
pacientes con VIH positivo, adaptado de Fishman, 1992).
Finalmente, una complicación médica más básica y obvia son los efectos perniciosos
de la droga por sí mismos en los consumidores (Frances y Miller, 1991). Los peligros
van desde daños al sistema nervioso central, anormalidades cardíacas y respiratorias,
atrofia del hígado y muerte por sobredosis. No nos olvidemos de otro gran peligro:
cuando la droga está adulterada por sustancias extrañas. En un caso muy célebre en el
área de Filadelfia, tres hombres se mataron cuando fumaron crack envenenado que había
pasado bajo mano a sus celdas de la cárcel.
Resumen
En este capítulo hemos presentado una visión general de los problemas que son
característicos de las poblaciones con abuso de sustancias. Hemos señalado los círculos
viciosos que se producen cuando dichos problemas vitales disparan el abuso de
sustancias, que a su vez exacerba la situación vital negativa del paciente.
Las áreas comúnmente problemáticas van desde la familia hasta relaciones
disfuncionales o con desacuerdos, pasando por apuros socioeconómicos, estresores
cotidianos y acumulativos en el trabajo y en la familia, dificultades asociadas con el
miedo a los problemas legales y enfermedades o complicaciones médicas. Hemos
planteado el papel que juegan estos problemas en el curso de la terapia cognitiva y
243
hemos proporcionado ilustraciones de casos que relatan métodos para tratar esas crisis
vitales en el contexto del tratamiento externo de los pacientes con abuso de sustancias.
Nos gustaría añadir que nos ha llegado a sorprender la forma en que algunos
pacientes son capaces de hacer cambios impresionantemente profundos en sus vidas,
como resultado de su firme resolución de seguir el tratamiento. Cuando se producen
cambios en la vida positivos después de la decisión del paciente de mantenerse al
margen de las drogas, le incumbe al terapeuta asegurarse de que el paciente comprende
la naturaleza de este feedback positivo en su vida. De igual forma que el terapeuta
enseña al paciente a reconocer los peligros que ofrece el círculo vicioso, el terapeuta ha
de recordar al paciente que haga inventario de los cambios beneficiosos que tienen lugar
como resultado de su abstinencia. Cuando los pacientes se dan cuenta totalmente de
cómo ha mejorado su vida en general, todavía obtienen más impulso para sacar el
máximo de la terapia y prevenir la recaída.
244
CAPÍTULO 13
INTERVENCIÓN ANTE LA CRISIS
Una crisis supone un cambio no planificado, repentino y frecuentemente no deseado,
en la vida de una persona, y se asocia normalmente con el estrés emocional. El símbolo
chino que indica «crisis» consiste en una combinación de los caracteres «peligro» y
«oportunidad». De igual forma, en la terapia cognitiva del abuso de sustancias una crisis
se considera como un estresor que presenta simultáneamente un peligro de recaída y,
también, una oportunidad para aprender. En la medida en que los pacientes afronten con
éxito las crisis sin tomar drogas, aumentarán su autoconfianza y las habilidades futuras
de afrontamiento. El individuo que no afronta con efectividad las crisis, hace disminuir
su seguridad, provocando un debilitamiento de sus habilidades de afrontamiento y un
incremento potencial de recaída futura.
Una de las responsabilidades más importantes del terapeuta es estar disponible para
los pacientes en el momento de la crisis. Por ejemplo, cuando un paciente está en
situación aguda de suicidio, o en una situación potencialmente peligrosa, es vital que el
terapeuta esté accesible para que pueda consultarlo en caso de emergencia. Además, es
aconsejable que el terapeuta tenga mucha habilidad en saber controlar dichas situaciones.
Los pacientes que abusan de las drogas son especialmente propensos a verse
involucrados en problemas serios, y el transcurso típico de una terapia con dichos
pacientes suele implicar tener que tratar una serie de incidentes críticos de este tipo
(Newman y Wright, en prensa).
Por ejemplo, no es nada raro ver a un paciente que parece estar haciendo progresos
terapéuticos, que, de repente, deje de venir a terapia y no responda a las llamadas de
teléfono del terapeuta. Al cabo de un tiempo, el paciente llama al terapeuta en un estado
de agitación elevado y se hace evidente que ha vuelto a consumir drogas de nuevo.
Las crisis típicas comprenden (aunque no se limitan): reanudar el consumo de drogas,
romper con relaciones significativas y/o violencia con las mismas, reducción de la
capacidad económica, problemas legales recurrentes, problemas de delincuencia,
emergencias médicas, sobredosis y suicidio.
Este capítulo sirve como guía para que el terapeuta pueda manejar las crisis agudas
245
de sus pacientes con abuso de sustancias. Revisaremos y estudiaremos los tipos más
frecuentes de incidentes críticos, y explicaremos alguna de las opciones del terapeuta
para tratar estas situaciones clínicas tan difíciles. Primero, examinaremos algunos de los
signos de alarma que deberían alertar al terapeuta, ante la posibilidad de una crisis
inminente o actual en la vida del paciente.
Signos de alarma
Incluso cuando los pacientes no son capaces de prevenir voluntariamente las
dificultades serias que van a encontrarse, existen una serie de signos reveladores que
indican que puede suceder una crisis. Estas crisis tal vez conlleven (o no) el consumo de
drogas. Sin embargo, suele ser más frecuente que una crisis que empieza como un
acontecimiento no relacionado con la droga, cuando no se trata, acabe en un episodio
de abuso de drogas que, por tanto, agrave dicha crisis (Kosten y otros, 1986).
Un signo típico es que el paciente suele llegar habitualmente tarde a las sesiones de
terapia, o bien, ya no aparece. Cuando un paciente pierde una sesión, sobre todo si no ha
llamado para cancelarla, eso suele presagiar un problema. Hemos sido testigos muchas
veces de distintos casos en que los pacientes no sólo perdían sesiones sino que
literalmente parecía que desaparecían durante largos períodos de tiempo. Cuando el
paciente se incomunica de esta forma, las probabilidades de que esté buscando drogas
activamente son muy altas (o bien esté envuelto en otras dificultades graves).
Después de que un paciente ha faltado a una sesión, el terapeuta debe intentar
contactar con él tan pronto como sea posible. Si se contacta fácilmente con el paciente
por teléfono, el terapeuta puede preguntarle qué está ocurriendo (p. ej., «¿Sabes por qué
te llamo? ¿Te acuerdas que habíamos acordado vernos hace ya media hora? ¿Puedes
decirme qué está ocurriendo ahora?»).
La situación se complica cuando no es posible localizar a un paciente que ha fallado a
una sesión. Esto suele ocurrir cuando: a) el teléfono del paciente está sonando a todas
horas, día y noche, sin que nadie lo coja; b) no responde a los mensajes telefónicos del
terapeuta, y c) los parientes o las personas que están en su casa reaccionan de manera
hostil, dando mensajes crípticos en respuesta a los requerimientos acerca del paradero
del paciente, o hacen ver que pasarán el mensaje al paciente, quien al final no responde a
la llamada.
En un porcentaje alto de casos en los que el paciente desaparece varios días de la
vista del terapeuta, esto suele estar relacionado con el consumo de drogas. Por tanto, las
246
sesiones perdidas proporcionan al terapeuta una llamativa bandera roja.
Otros signos de alarma de que el paciente está en crisis es la demostración por parte
de éste de un cambio en el estado de ánimo o de conducta muy marcado. Entre los
ejemplos se incluye: a) un paciente que normalmente habla claro y articula bien sus
pensamientos, durante una conversación telefónica parezca misteriosamente incoherente
o desorganizado cognitivamente; b) un paciente que casi siempre puntúa cero (es decir,
no señala patología) en cuestionarios como la Escala de depresión de Beck, de repente
puntúe favorablemente en afirmaciones que pertenecen a un extremo de sintomatología
(p. ej., «Me gustaría suicidarme»); c) un paciente que normalmente ha cooperado y ha
sido amable evidencia hostilidad hacia el terapeuta; d) un paciente evidencia un afecto
lábil en la sesión como, por ejemplo, el paso de la agitación, a llorar y a decir
«tonterías», y e) un pariente del paciente telefonea para decir que éste está actuando
«fuera de contro1» y ruega al terapeuta que intervenga inmediatamente. Aunque estos
ejemplos son los más típicos, no representan de ningún modo una lista exhaustiva de los
mismos.
Siempre que sea factible, deben tratarse lo más rápidamente posible los cambios
pronunciados en el funcionamiento del paciente. En dichos casos se aconseja una mezcla
—aplicada hábilmente— de empatía adecuada y de franca confrontación. De esta forma
el terapeuta puede fortalecer la relación terapéutica, mientras hace progresos para
estabilizar al paciente y empezar a tratar con las causas de la crisis de manera
constructiva. Otra bandera de alerta roja, que debe notar y tratar el terapeuta, es cuando
el paciente suena o parece grogui, ya sea en persona o por teléfono, y especialmente a
mitad del día. Uno de nuestros pacientes utilizaba la excusa de que había estado
trabajando «el último turno» el día antes de una sesión en la que aparecía
extremadamente fatigado y apagado. La excusa parecía plausible al principio pero
empezó a perder credibilidad cuando empezó a saltarse sesiones y, entonces, contestaba
a las llamadas de teléfono del terapeuta con estados de enlentecimiento parecidos, fuese
cual fuese la hora del día en que llamara. Además, cuando se le preguntó acerca de
programar sus sesiones de tal forma que no tuviera que llegar después del trabajo, del
«último turno», el paciente no fue capaz, de ninguna manera, de planificar un horario. En
ese momento, el terapeuta afirmó tajantemente que creía que su cansancio era debido al
alcohol o la droga y que de hecho era un problema muy serio.
Los pacientes raramente ansían o tienen entusiasmo por contar que han reanudado
episodios con droga o bien sus crisis concomitantes, pero tendrán más ganas de discutir
«situaciones en las que han escapado por un pelo». Cuando un paciente expone
247
espontáneamente que «casi estuvo a punto de tomar drogas la semana pasada», es casi
seguro que vivirá otra situación similar esta semana. Es más que probable que ya haya
empezado a tomar drogas durante la semana pasada y que probablemente tome aún más
en la semana venidera. Cuando este tema se hace público en la sesión, el terapeuta debe
estar atento para convertirlo en el aspecto más prioritario de la misma. El resto de la
sesión debe comprender un esfuerzo concentrado para planificar una estrategia de
emergencia a fin de evitar que el paciente tome drogas cuando salga de la sesión.
Cuando el paciente no menciona por sí mismo episodios en los que «casi» ha tomado
drogas, el terapeuta puede preguntar, como de forma casual: «¿Ha habido otros
momentos de la semana pasada en que te hayas sentido tentado a tomar drogas? ¿Cómo
de cerca has estado de tomar drogas?». Este tipo de preguntas puede llevar a discutir los
problemas y las crisis potenciales que, de otra forma, el paciente no hubiera accedido
voluntariamente a comentar.
Cuando los terapeutas están atentos a los signos de alarma de la reanudación del
consumo de drogas y de otras crisis, tienen mucha más oportunidad de que sus pacientes
con abuso de sustancias sigan el tratamiento. Al hacerlo, tendrán más posibilidades de
cortar de raíz problemas más importantes y tratar con emergencias graves, antes de que
lleguen a perjudicar a la persona o provoquen su encarcelación (Newman y Wright, en
prensa).
Situaciones de crisis
En las secciones que siguen, expondremos algunas crisis comunes que suelen estar
relacionadas directamente con el alcohol y las drogas ilegales. Estas crisis incluyen la
sobredosis y el suicidio, la pérdida de domicilio, la desaparición, la pérdida de empleo, la
pérdida de relaciones personales íntimas, las emergencias médicas, la delincuencia y los
enfrentamientos violentos con el terapeuta.
SOBREDOSIS Y SUICIDIO
Ya sea por accidente o porque deliberadamente intente herirse a sí mismo, una
sobredosis con drogas ilegales (puede que en combinación con el alcohol o sustancias
controladas legalmente) representa una situación potencialmente amenazante para la
vida.
En muchos casos, el terapeuta de un paciente que ha sufrido una sobredosis no sabrá
248
del episodio hasta que el daño ya esté hecho. Por ejemplo, Dee llamó a su terapeuta
desde la cama del hospital, diciéndole que no podría asistir a su sesión de terapia debido
a su hospitalización, por un ataque de asma grave. Más adelante, cuando el terapeuta
consultó con el médico por este caso, supo que el ataque fue inducido por la intoxicación
con cocaína, y que Dee prácticamente se había asfixiado.
En raras ocasiones, el paciente llamará al terapeuta para informarle de que ha tenido
una sobredosis. Cuando la sobredosis es por accidente, es probable que el paciente se
encuentre en un estado de pánico y confusión. Se debe confirmar la localización del
paciente y explicar que llamaremos a un número de teléfono determinado para que vaya
una ambulancia. Si hay algún amigo o pariente cercano, se le dirá a dicha persona que
haga lo mismo. En los casos en que el paciente está solo y parece demasiado incoherente
como para poder proporcionar una dirección, el terapeuta necesitará tener a mano ese
tipo de información sobre su paciente. Una solución simple es que el terapeuta tenga
copias de los números de teléfono de todos los pacientes y pueda disponer de ellos tanto
en casa como en el trabajo.
Cuando la sobredosis es un gesto o un intento suicida, también se requerirá de una
ambulancia. (No es necesario decir que en esas condiciones el terapeuta no tiene
obligación de proteger el anonimato del paciente; por tanto, es importante romper la
confidencialidad para poder salvaguardar la vida del paciente.) Sin embargo, si es
posible, es importante mantener al paciente en la línea. Esto resulta muy importante
cuando el paciente no quiere revelar su paradero. Cuando Ray llamó a su terapeuta a su
casa (a cobro revertido) en el día de acción de gracias, decía que había tomado suficiente
heroína y cocaína como para «matar a un elefante». Rehusó decir dónde se encontraba,
diciéndole que estaba en una cabina de teléfono. Afortunadamente, el terapeuta tenía dos
líneas de teléfono en su casa y fue capaz de escribir un mensaje a su mujer, pidiéndole
que llamara a la operadora desde la otra línea para que descubrieran el sitio desde donde
llamaba Ray. Aunque el terapeuta mantuvo al paciente en la línea durante 50 minutos, el
intento de localizar la llamada no tuvo éxito. Luego el terapeuta llamó a la policía
directamente, dando una descripción del paciente y sugiriéndole sitios en los que muy
probablemente podía estar. Afortunadamente lo que dijo Ray era exagerado y su «intento
suicida» casi consigue que duerma en el calabozo durante las siguientes 24 horas.
Cuando el suicida llama directamente al gabinete del terapeuta, ha de ser posible
contactar con un colega de la misma forma que el terapeuta en el ejemplo anterior
contactaba con su esposa.
En resumen, el terapeuta debería: a) determinar la localización del paciente; b)
249
mantener al paciente en el teléfono o si se da el caso en el gabinete; c) evaluar el nivel de
gravedad de las conductas suicidas, y d) contactar con la policía, una ambulancia u otra
persona que esté cerca y que pueda hacer estas tareas por el terapeuta, de forma que éste
preste atención exclusivamente al paciente.
En el caso de que haya una emergencia suicida en la que aún no se han ingerido
drogas, sino que el paciente amenaza de que va a hacerlo, el terapeuta puede permitirse
responder un poco más cautelosa y metódicamente. Si un paciente se siente indefenso
como resultado de haber reanudado su consumo de drogas, o bien ha sufrido una pérdida
afectiva como resultado del abuso de sustancias, se puede intentar reducir los deseos del
suicida atacando directamente su desesperación. Si esta estrategia resulta bien, el
terapeuta no tendrá que contactar con la ambulancia o la policía y, por contra, debería
quedar con el paciente para una visita «cara a cara» tan pronto como sea posible (p. ej.,
el mismo día o a primera hora de la mañana).
La situación se convierte en un poco más peligrosa cuando el paciente suicida está
bajo la influencia de las drogas y el alcohol. Incluso aunque el paciente no haya tomado
una sobredosis, la intoxicación hará que tenga una intensificación irracional de sus
intenciones de autolesionarse por otros medios (Marzuk y otros, 1992). Bajo estas
condiciones, el paciente no será capaz de seguir las instrucciones del terapeuta o
comprender los intentos de éste para ayudarle. Si el terapeuta lo cree conveniente, será
necesario que opte por la vía de acción más segura. Ésta consiste en contactar o indicar a
un familiar del paciente para que lo lleve a un hospital o bien que el terapeuta llame a un
vehículo de emergencia directamente.
PÉRDIDA DE DOMICILIO
Otra crisis relacionada con las drogas suele aparecer cuando el paciente es expulsado
de su hogar, normalmente por la esposa, padres, compañero de piso o el propietario, una
vez éstos ya han franqueado los límites de la tolerancia con las conductas desadaptativas
y extremas del paciente. En algunos casos, éste tiene un sitio alternativo para ir, como la
casa de un familiar o de un amigo. Desafortunadamente, a menos que el paciente cambie
su conducta, ocurrirá la misma secuencia de acontecimientos. Al final, dichos pacientes
se encontrarán sin ningún sitio donde poder ir, solos en las calles, en refugios para
mendigos, en lugares donde se vende droga o (si tienen suerte) en servicios públicos.
Cuando un terapeuta se da cuenta de que su paciente ha sido echado de su domicilio,
es aconsejable que pida permiso al paciente para consultar con el agente de la
condicional o con su asistenta social. Esto le permitirá mejorar las oportunidades para
250
que el paciente sea admitido en un programa de rehabilitación por abuso de drogas como
interno. Aunque el ingreso del paciente proporcionará sólo una solución del problema a
corto y no a largo plazo (Cummings, 1993), es mucho mejor para los pacientes estar bajo
supervisión médica que languidecer en las calles. Además, la participación del paciente
en un programa como interno, le ayudará a ganarse el favor de los miembros de su
familia así como a restablecer su terapia cognitiva externa después de que lo den de alta.
DESAPARICIÓN
A veces la crisis no surge cuando se fuerza a los pacientes a dejar sus hogares, sino
cuando desaparecen de sus residencias súbitamente. Tal y como señalamos antes, esto
suele indicar que el paciente vuelve a salir a tomar drogas, y debe refugiarse en casa de
otras personas que también «están huyendo». Este tipo de crisis es una de las muchas en
las que los pacientes no contactan con el terapeuta. Aunque los pacientes que
«desaparecen» a lugares como casas donde se consume crack (durante varios días)
pueden estar perdiendo su dinero, su trabajo, sus vínculos familiares, su salud física y
otras facetas importantes de su vida, normalmente no se dan cuenta de esas crisis hasta
que no acaba su periplo. En ese momento, los pacientes se tienen que enfrentar con la
devastación que han causado. Tendrán que enfrentarse a la falta de dinero, al
agravamiento de sus impulsos por consumir droga, a la poca higiene física que tienen y a
las condiciones en las que viven, a los familiares, jefes y propietarios enojados, y a las
posibles consecuencias legales, especialmente si su agente de la condicional averigua su
paradero y los encuentra.
Cuando los pacientes dejan su casa para ir a por droga, es prácticamente imposible
localizarlos. De hecho es importante que el terapeuta siga tratando de localizarlos por
teléfono o correspondencia, y esté preparado para reanudar el tratamiento con ellos una
vez hayan vuelto (o cuando se les localiza).
Los terapeutas de los pacientes que reaparecen después de sus escapadas para
drogarse se sentirán especialmente frustrados, decepcionados y enfadados con sus
pacientes por las conductas contraproducentes y antiterapéuticas que han realizado. Un
pensamiento automático que hemos compartido en respuesta a esta situación que se
repite se podría expresar de la siguiente manera: «¡Después de todo el trabajo que he
hecho con este paciente, tiene el descaro de dejar la terapia y volver a tomar drogas!
¿Cómo se atreve a arruinar todo el trabajo tan cuidadoso que hemos estado haciendo
conjuntamente, sólo por colocarse de nuevo? ¡Ahora, espera que yo recoja todos los
escombros y que lo salve otra vez!». Estos pensamientos automáticos se deben contrastar
251
mediante respuestas racionales que resalten el estado real de desesperación del paciente,
la oportunidad del terapeuta de continuar ofreciendo ayuda profesional seria incluso bajo
esas condiciones adversas (por tanto, con la esperanza de fortalecer la relación
terapéutica), y darse cuenta de que el terapeuta no tiene que «recoger los escombros». Es
muy importante que el terapeuta demuestre su deseo de continuar con el trabajo que
realiza con el paciente. Sin embargo, se requiere de un gran esfuerzo para minimizar el
riesgo de que se repita un episodio de este tipo. Esto incluye enfatizar la importancia de
que el paciente contacte con el terapeuta de manera regular y programada y siempre que
los craving de drogas sean intensos.
PÉRDIDA DE EMPLEO
Las personas que buscan drogas activamente raras veces tienen buenos empleos.
Normalmente su abuso hace que lleguen tarde al trabajo, pierdan días laborales, hagan el
trabajo deficientemente y, a veces, también lleguen a perderlo. Un paciente que pierda el
trabajo puede reaccionar con ira, ansiedad, frustración, desesperanza, reducción
acentuada de la autoestima y una gran gama de otras emociones negativas. Estos
sentimientos, conjuntamente con sus pensamientos automáticos concomitantes y
creencias, suponen amenazas significativas a la abstinencia del paciente. Por ejemplo, si
la autoestima de un paciente depende en gran parte de su trabajo, probablemente
reaccionará con bastante intensidad ante el hecho de ser despedido. Empezará a creer
que ya no tiene nada que perder (incluso su orgullo, que ya ha sido dañado) si sale y se
«coloca». En esta situación el paciente podría pensar: «¡He trabajado tan duro para salir
de las drogas y mira en qué ha acabado, sólo problemas! ¡Si esto es lo que me espera, da
lo mismo que salga y me coloque!».
Cuando un terapeuta se entera de que su paciente con abuso de sustancias ha perdido
el trabajo, debe hacer un esfuerzo repentino y coordinado para ayudar al paciente a
solucionar este problema tan vital y devastador. Uno de sus deberes prioritarios debería
ser obtener nuevas fuentes legales de ingresos para su paciente. Éstas pueden incluir
seguro de desempleo, asistencia pública u otro trabajo. A los pacientes que acaban de ser
despedidos no se les debe proporcionar una especie de permiso tácito para renunciar o
ignorar las responsabilidades económicas que tienen con sus familiares, para que se
anestesien ellos mismos con drogas y alcohol, y a buscar dinero mediante medios
ilegales. Naturalmente, se continuará tratando el problema de abuso de sustancias per se,
ya que si no, los hábitos de trabajo empobrecidos del paciente conducirán a que acabe
perdiendo más trabajos.
252
Si el paciente dice que no puede ir a terapia por motivos económicos, el terapeuta
debería mostrar simpatía ante esta situación. Sin embargo, hay que inculcar al paciente la
importancia de venir al menos a una sesión con el objetivo de poder tratar su crisis de
manera productiva. Entonces, el terapeuta puede intentar considerar la posibilidad de
hacer arreglos especiales para que el paciente pueda continuar con el tratamiento, como
una cuota reducida (si es posible) o bien disminuir la frecuencia de las visitas. En el caso
de los pacientes remitidos por la justicia, o bien de los pacientes de investigación, el
desempleo no tiene por qué ser un obstáculo para que continúen con la terapia, ya que
los honorarios los suele cubrir un tercero. Los dos aspectos clave de la sesión deberían
implicar: a) evaluar y modificar los sentimientos negativos, pensamientos e impulsos de
tomar drogas que hayan aparecido a raíz de la pérdida del trabajo, y b) la planificación y
resolución de problemas en relación con poder llegar a fin de mes económicamente
desahogados y, también, empezar el proceso de buscar un nuevo empleo.
Además, el terapeuta necesita implicar al paciente en una exploración de los posibles
resultados que supondrían obtener un nuevo empleo. Esto incluiría planificar acerca de:
a) cómo se desenvolverá el paciente después del trabajo sin recurrir a las drogas o al
alcohol; b) cómo gastará y ahorrará dinero; c) qué clase de pensamientos y creencias es
probable que se disparen como resultado de ajustarse a un nuevo empleo, y d) cómo
responder racionalmente a los impulsos de tomar droga que se pueden intensificar como
reacción a los cambios asociados con el trabajo.
PERDER RELACIONES INTERPERSONALES ÍNTIMAS
Otra de las crisis que suelen tener los pacientes en su vida como resultado de su
abuso de sustancias es la desavenencia con alguna persona significativa para ellos.
Hemos visto pacientes que llegan a estar tremendamente disfóricos, enojados e
indefensos cuando sus padres les han rechazado, su pareja ha roto con ellos, les han
negado el contacto con sus hijos (p. ej., lo ha hecho una exesposa o los tribunales), o
bien ha muerto algún miembro de su familia o de su círculo de amistades. No es
necesario decir que la relación terapéutica cobra un sentido clave en dichos momentos,
ya que los pacientes pueden inferir que también pueden perder el apoyo de su terapeuta.
Cuando se acaba de romper una relación amorosa, matrimonial, esto suele situar al
paciente en una situación de riesgo de volver a consumir droga. Los pacientes pueden
buscar consuelo en sus drogas preferidas, esperando anestesiarse por el dolor de la
pérdida de la relación. Incluso si dichos pacientes no intentan tomar drogas como forma
de automedicación, se pueden implicar deliberadamente en conductas autodestructivas
253
como la ira, la desesperación o el deseo de manipular a su pareja. En un caso, un
paciente empezó a tomar de nuevo alcohol y cocaína para hacer que su exnovia se
sintiera culpable y responsable de su «falta». Más tarde, admitió que creía que la haría
volver si la podía convencer de que la separación «le había llevado a beber y drogarse de
nuevo». En otro caso, una paciente explicó que cuando su novio la echó de casa pensó:
«Ya no importa nada, así que da lo mismo si me convierto en un desecho». Como
consecuencia, pasó la noche en una casa de crack y reanudó su consumo frenético de
droga.
Un aspecto muy perturbador de las crisis interpersonales relacionadas con el abuso de
sustancias es la violencia doméstica. Cuando el paciente es responsable del abuso sexual
o físico de un menor, el terapeuta está obligado a informar a las autoridades de
protección de menores. Para mantener al paciente en el tratamiento y, por tanto, ayudarlo
a controlar este problema tan serio, aconsejamos a los terapeutas a animar a sus pacientes
a que llamen por sí mismos a la policía u otras organizaciones legales en presencia del
terapeuta. El terapeuta que desea y es capaz de seguir colaborando con el paciente en
estas situaciones que son las más delicadas, es el que tendrá más probabilidad de trabajar
para que el paciente que ha cometido el abuso pueda cambiar.
Cuando el paciente es víctima de la violencia en su hogar, el terapeuta necesitará
tener a mano rápidamente los números de teléfono de los hogares de protección o grupos
de apoyo. Los terapeutas deben poner especial atención con sus pacientes femeninas que
están relacionadas con hombres con trastornos por sustancias, ya que este tipo de
relación se correlaciona significativamente con la violencia doméstica, y con la vuelta
atrás del paciente, que consume de nuevo drogas y alcohol como mecanismo de
«afrontamiento» (Amaro y otros, 1990).
Cuando los pacientes experimentan crisis en sus relaciones más importantes, es
necesario que los terapeutas les apoyen y animen para que expliquen su sentimiento de
pérdida, la ira o la culpa que estén experimentando. Hay que poner énfasis en dos puntos
cruciales: a) que el terapeuta no abandonará al paciente, incluso aunque haya otras
personas que hayan cortado emocionalmente con él, y b) que el paciente tiene formas de
controlar esta pérdida de relaciones, a saber, el paciente es capaz de hacer cosas que son
la causa de que pierda personas queridas y, por tanto, también es capaz de cambiar su
conducta para poder facilitar la reconciliación o bien establecer nuevas relaciones. En
aquellos casos en que la reconciliación no es posible, como cuando la persona amada
muere, el terapeuta debe reaccionar con gran sensibilidad ante el dolor que está sufriendo
el paciente, aunque debe seguir estando atento al incremento del riesgo de que el
254
paciente tome drogas. Como en cualquier otra crisis, en ésta se incrementará el riesgo de
suicidio del paciente.
URGENCIAS MÉDICAS
Los pacientes que abusan de las drogas y del alcohol tienen mayor riesgo de crisis
médicas agudas que la población en general. Como ejemplos tenemos: el paciente
alcohólico que suele tener úlceras gastrointestinales sangrantes; la mujer embarazada que
abusa del crack y que suele tener partos prematuros; el diabético que olvida la insulina y
en cambio se inyecta heroína, con el consiguiente coma; la mujer asmática que se
empieza a asfixiar después de fumar cocaína en estado puro y otros.
Roland puede ejemplificar un caso cada vez más corriente: de pronto descubrió que
era seropositivo de VIH. Llamó a su terapeuta en un estado de gran excitación cuando
recibió los resultados de la prueba, diciéndole una y otra vez: «Me voy a matar, me voy a
matar». La primera respuesta del terapeuta fue la de mostrarle mucha simpatía y dejar
que el paciente se desahogase. Después, el terapeuta evaluó si había algún riesgo
potencial de consumir droga o bien de que se suicidase. Finalmente, después de estar 30
minutos al teléfono, el paciente estaba suficientemente calmado como para poder
empezar a vislumbrar algunos signos de esperanza. Específicamente, el terapeuta señaló
que aunque fuera seropositivo, no había contraído el sida y que seguiría en dicho estado
durante muchos años. El terapeuta y el paciente se pusieron de acuerdo en que, para
maximizar su período de incubación, Roland debería vivir con un estilo de vida lo más
saludable posible, incluyendo el que se abstuviera del consumo de drogas. De esta
forma, Roland incrementaría sus posibilidades de supervivencia como para ver llegar el
día en que se hubieran desarrollado tratamientos efectivos o bien se hubiera desarrollado
un medicamento que lo curara totalmente.
Más adelante, cuando Roland llegó a la sesión «en vivo» con el terapeuta, se
encontraba en un estado mental suficientemente positivo como para poder tratar temas
relacionados con la responsabilidad sexual de sus parejas. Mientras tanto, el terapeuta
continuó mostrando empatía por el problema médico en que se encontraba el paciente y
desaprobó totalmente la hipótesis de éste respecto a que él (el terapeuta) lo trataría como
si fuera un paria social.
En muchos casos, los terapeutas no sabrán de las urgencias médicas de sus pacientes
hasta que las crisis agudas hayan pasado y hayan recibido el tratamiento pertinente. En
este caso, el trabajo del terapeuta no es tanto ayudar al paciente a solucionar la crisis
como volver a reengancharlo en el trabajo que están realizando en terapia, poniendo un
255
énfasis especial en la forma en que el consumo de drogas y el estilo de vida tan poco
saludable del paciente han contribuido a sufrir dicha crisis o situación de emergencia. El
nuevo objetivo del terapeuta consiste en dar todos los pasos necesarios para minimizar el
riesgo de que surjan de nuevo complicaciones médicas.
En esas ocasiones, cuando el paciente informa al terapeuta de que un problema físico
grave que sufre no está siendo tratado, es del todo necesario que el terapeuta anime al
paciente a consultar a un médico, o bien ir a la sala de urgencias del hospital más
cercano (o más apropiado) tan pronto como sea posible. Cuando el paciente indica que
se encuentra imposibilitado por la enfermedad, infección o trastorno, el terapeuta deberá
realizar todos los pasos necesarios para salvaguardar la vida de ese paciente, descritos
anteriormente en la sección de sobredosis y crisis de suicidio.
A veces los pacientes se pueden resistir a las súplicas del terapeuta para que busque
ayuda médica, ya sea porque quieran empeorar la crisis (p. ej., debido a la desesperación
y al suicidio pasivo), o bien, porque se toman mal la debilidad implícita o la pérdida de
control sobre sus cuerpos, o quizá porque tengan miedo de que las pruebas a las que se
verán sometidos en los hospitales revelen que están tomando drogas de manera activa.
En dichos casos, cuando los pacientes hacen oídos sordos a los intentos del terapeuta
para apoyar y razonar, éste necesitará que faciliten ayuda médica al paciente sin su
consentimiento, esperando que después de que la crisis remita, podrán reparar su alianza
terapéutica. El terapeuta debería poner énfasis en que esto no significa el final de la
relación terapéutica, sino una escisión momentánea mientras el paciente recibe atención
médica.
PROBLEMAS DE DELINCUENCIA
Cuando los pacientes recaen en un consumo regular de drogas, corren el riesgo de
verse involucrados en un gran número de actividades delictivas, que, unidas,
compondrán una especie de estado de crisis. Por ejemplo, varios meses después de que
Walter dejó la terapia precipitada y prematuramente, supimos de su agente de la
condicional que se había escondido para evitar las amenazas y palizas de algunos
cabecillas del crimen organizado. Parece que cuando reanudó su consumo de cocaína,
empezó a robar grandes sumas de dinero a prestamistas estafadores. Esto fue un ejemplo
espantoso de su poco juicio y pocas habilidades de planificación (sobre todo bajo la
influencia frecuente de la cocaína), ya que no podía pagar sus deudas desorbitantes. Al
final, Walter recurrió a cometer robos para poder conseguir suficiente dinero y bienes
256
para calmar a sus prestamistas. Y la policía lo capturó y fue reencarcelado durante unos
meses. Cuando lo liberaron, reanudó la terapia.
Cuando los terapeutas se enteran de que un paciente está cometiendo acciones fuera
de la ley, lo primero que deben determinar es si hay otras personas que corran riesgo de
ser heridas. Si se da el caso, están en la obligación de avisar a la policía así como a la
posible víctima. Lo ideal es que esto se pudiese evitar si el paciente desea trabajar con el
terapeuta para que cese y desista de dichas actividades delictivas en cuestión, o bien
quiera dirigirse voluntariamente a su agente de la condicional o bien se someta
voluntariamente a tratamiento por abuso de sustancias en un hospital psiquiátrico,
interno o de día.
Si no corren riesgo otras personas, el terapeuta y el paciente deben colaborar para
encontrar y aplicar conductas de solución de problemas en lugar de las conductas
ilegales. Las técnicas cognitivas pueden ayudar al paciente a generar opciones viables y
a combatir las creencias de que «No hay ninguna forma de salir de dicha situación»
[excepto verse involucrado en actividades ilegales].
CONFRONTACIÓN VIOLENTA CON EL TERAPEUTA
Otra de las crisis relacionadas —con la que afortunadamente casi nunca nos hemos
encontrado en el Centro de Terapia Cognitiva— consiste en que el paciente amenace
físicamente al terapeuta. Si la amenaza es simplemente verbal, y el paciente no tiene
ningún arma y no ha hecho gestos amenazadores hacia el terapeuta, éste ha de ser capaz
de manejar la situación simplemente mostrando un interés empático por comprender las
razones del estado airado del paciente. Cuando el paciente se ha calmado un poco, el
terapeuta puede explicar que no hay ninguna necesidad de que el paciente amenace al
terapeuta. Por ejemplo, el terapeuta puede decir: «Señor Smith, está bien que esté
enfadado conmigo. Me gustaría saber por qué y quisiera arreglar las cosas entre
nosotros, de forma que podamos continuar trabajando conjuntamente. Sin embargo, no
ayuda en absoluto que usted me diga que me hará daño, porque entonces tengo que
apartar mi atención de sus necesidades y dirigirla a mi seguridad personal y autodefensa.
Si hemos de seguir trabajando juntos, debo insistir en que nunca más intente
amenazarme o hacerme daño. ¿Lo entiende?».
Cuando la amenaza es más seria, como cuando el paciente ataca al terapeuta o saca
un arma, el terapeuta tiene que decidir rápidamente si huir de la situación (si es posible)
o reunir todas sus habilidades empáticas para poder apaciguar al paciente hasta que pase
la amenaza. Bajo dichas condiciones resulta apropiado conseguir la ayuda de colegas y/o
257
de la policía, e incluso, está incluida dentro de las prerrogativas éticas del terapeuta la
decisión de no continuar viendo al paciente (principio de autoprotección). Si el terapeuta
se encuentra fuera de peligro y el paciente todavía está presente, el terapeuta también
puede escoger seguir con el contrato terapéutico, después de explicarle las reglas básicas
tal y como señalábamos anteriormente. Afortunadamente, la incidencia de crisis como
éstas ha sido realmente baja en nuestra muestra de pacientes externos.
Resumen: principios generales para tratar una crisis
Cuando los pacientes responden a las crisis tomando drogas, resulta muy aconsejable
que contacten con alguien que les ayude para poder prevenir que dicho episodio acabe
siendo una recaída completa. Los terapeutas deben recalcar a sus pacientes que un desliz
en el consumo de droga puede servir para sacarle aún más partido a la terapia y, por
tanto, ser muy beneficioso para el tratamiento. Pueden explicar a sus pacientes que
reanudar el consumo de drogas no significa que los pacientes han «fracasado» en el
tratamiento, y que el terapeuta todavía quiere ayudarlos. Los terapeutas también pueden
decir a sus pacientes que no es necesario —de hecho, a veces incluso es doloroso— que
se aíslen de las demás personas que quieren ayudarlos después de haber tomado drogas.
Una vez que el terapeuta ha sido capaz de establecer contacto con el paciente durante
o después de la crisis, al menos hay cuatro principios que debe seguir. Primero, el
terapeuta debe estar atento, ya que en dichas situaciones el paciente querrá recurrir
probablemente a las drogas como técnica de «afrontamiento». Por tanto, además de
ofrecerle apoyo y adecuada empatía, el terapeuta debe evaluar las intenciones que el
paciente tiene de consumir drogas con este propósito. Se necesita mucho trabajo
terapéutico para ayudar al paciente a mantenerse al margen de la droga en estas
condiciones.
Segundo, es necesario que el terapeuta esté atento a la sensación de desesperanza y
fatalismo del paciente (p. ej., «Estoy destinado a tener siempre mala suerte. ¿Por qué
tendría ni siquiera que esforzarme en recuperar mi vida de nuevo? De todas formas no
haré nada bueno»). A menos que se combata duramente, ese punto de vista puede hacer
que el paciente esté en situación de riesgo de tomar drogas, de dejar el tratamiento y de
otras conductas contraproducentes.
Tercero, el terapeuta puede ayudar al paciente a utilizar sus crisis actuales como una
oportunidad en la que pueda practicar las habilidades de afrontamiento, sin que tenga
que tomar drogas como una forma de escapar o una muleta. Por tanto, el terapeuta ayuda
258
al paciente a contemplarlo como una especie de «test» que, si lo supera, le indicará un
progreso realmente importante para una recuperación completa. También cabe añadir la
otra ventaja: el paciente gana en autoeficacia con cada una de estas crisis manejadas
correctamente, en las que no ha utilizado sustancias psicoactivas.
Cuarto, de cara a prevenir que el tratamiento no se acabe reduciendo a tener que
centrarse en una crisis tras otra, los terapeutas observarán las creencias disfuncionales y
conductas problemáticas habituales que subyacen bajo toda una serie de crisis dispares.
Por ejemplo, una serie de desavenencias personales repetidas (con la esposa, la familia
de origen, el jefe) pueden estar relacionadas con un tema común, como la resistencia del
paciente a que le digan lo que tiene y lo que no tiene que hacer. En ese caso, el terapeuta
puede ayudar al paciente a explicar detalladamente estas creencias disfuncionales; por
ejemplo: «Si escucho los consejos de alguien, significa que estoy siendo controlado» y
«Si estoy siendo controlado, no soy un hombre de verdad». El terapeuta podrá mantener
una mejor estructura y mayor continuidad en la terapia, prestando atención a estas
creencias y a sus conductas problemáticas concomitantes.
Todos los terapeutas son humanos y no son inmunes a sentirse obstaculizados por las
crisis que presentan sus pacientes. En dichas situaciones, recomendamos sobre todo que
los terapeutas consulten con otros profesionales, incluyendo asistentes sociales, agentes
de la condicional y otros colegas clínicos. Por ejemplo, cuando han aparecido problemas
legales, hemos realizado sesiones de terapia que incluían al agente de la condicional del
paciente. De vez en cuando esto proporciona un escenario interesante, a la vez positivo y
negativo, en el que el agente de la condicional reprendía severamente al paciente
mientras que el terapeuta intervenía para reenganchar al paciente en el trabajo
terapéutico serio y coordinado y para que no se complicara aún más la situación del
mismo.
Finalmente, nos gustaría reiterar un punto bastante serio y esperanzador. Los
pacientes con abuso de sustancias, como grupo, casi con toda certeza experimentarán y
presentarán más crisis que la mayoría de los otros tipos de pacientes. Esto significa que
el terapeuta casi nunca será capaz de permanecer tranquilo con dichos pacientes,
independientemente de lo bien que parezca que vayan las cosas en el tratamiento. Por
otro lado, los terapeutas que estén preparados para manejar dichas crisis y que
perseveren en enseñar a sus pacientes a sobrellevarlas, tendrán la oportunidad de
impactar positiva y significativamente en la vida de sus pacientes. Se tiene una gran
sensación de recompensa intrínseca al ver a los pacientes en sus momentos más difíciles
259
y siendo luego testigo del momento en que éstos consiguen que sus vidas cambien para
mejor.
260
CAPÍTULO 14
TERAPIA DE LA DEPRESIÓN EN PERSONAS ADICTAS
Los trastornos del estado de ánimo suelen aparecer frecuentemente como un añadido
a los trastornos por abuso de sustancias. La comorbilidad entre ambos va desde un 13,4
% en alcohólicos, hasta un 26 % en los trastornos por abuso de sustancias en general (sin
considerar el alcoholismo) (Regier y otros, 1990), pasando por un 30,5 %
específicamente para el abuso de cocaína (Rounsaville y otros, 1991). Es importante
prestar atención a la presencia de depresión: primero, porque puede ser una causa de
sufrimiento muy importante para el paciente en cuestión; segundo, porque reduce el
pronóstico de recuperación del abuso de sustancias; y tercero, porque es un signo muy
claro de que se requiere la interacción con un profesional bien formado antes que con un
counselor (Woody y otros, 1983).
Deberíamos señalar que en algunos casos no será posible hacer un diagnóstico
completo de depresión durante varias semanas, después de que la persona adicta haya
finalizado su programa de desintoxicación, ya que el consumo de drogas, por sí mismo,
produce un cuadro clínico parecido al trastorno del estado de ánimo o de algunos otros
trastornos. Sin embargo, una historia clínica bien elaborada y una buena valoración
clínica basadas en un instrumento como puede ser la Entrevista estructurada clínica del
DSM-III-R (SCID: Spitzer, Williams y Gibbon, 1987) y la Escala de depresión de Beck
(BDI: Beck y otros, 1961) puede ayudar a descubrir una verdadera depresión. En
cualquier caso, los pensamientos y creencias negativos típicos de la depresión
(«depresógenos») se deberían considerar como una parte del programa de tratamiento.
Aplicación del modelo cognitivo de la depresión
El abordaje ante los pacientes con abuso de drogas deprimidos se puede formular de
manera similar al de la depresión en general (Beck y otros, 1979; Carroll, 1992). Es fácil
indagar sobre la tríada cognitiva negativa (Beck, 1967): la visión que el paciente tiene de
sí mismo, su situación actual en la vida y la de su futuro. Gran parte de esta tríada
261
negativa tiene un efecto particular en el abuso de sustancias, y, en muchos sentidos, es
idéntica para el paciente deprimido adicto a las drogas que para el adicto no depresivo.
Los pensamientos automáticos y creencias depresógenas de cada uno de ellos se
expresan de manera similar o con idénticas palabras y el trastorno del pensamiento y la
permanente negatividad son lo mismo.
Las personas que se ven atrapadas en una situación sobre la cual no tienen control,
creen que están indefensas o bien que son socialmente indeseables, y sólo pueden ver
frente a ellas un muro lleno de dificultades y de decepciones, con probabilidad de: a)
sentirse tristes; b) expresar pesimismo acerca de su futuro; c) considerar que el suicidio
es la única solución; d) experimentar una pérdida de energía subjetiva; e) perder la
motivación para poder intentar alguna solución constructiva («porque es inútil y lo único
que pasará es que fracasaré»), y f) perder la satisfacción por el sexo, la comida o bien
otras actividades que anteriormente les resultaban placenteras. Además, dichas personas
tienen mayor probabilidad de acabar siendo dependientes e indecisas. Cada uno de estos
síntomas podría ser una meta de intervención terapéutica (véase Beck y otros, 1979).
Como hay mucho riesgo de suicidio en los pacientes adictos o alcohólicos con depresión
(Mirin y Weiss, 1991), se debe prestar una atención especial hacia dichas tendencias
suicidas.
Creencias asociadas con la depresión
Algunas creencias negativas son propiamente típicas de la depresión, aunque también
se observen en algunas personas adictas que no están deprimidas. Tal y como
describimos en los capítulos 2 y 3, estas creencias disfuncionales tienen un efecto muy
poderoso en el pensamiento de las personas adictas, su manera de sentir, su motivación y
su conducta. Expondremos a continuación algunas clases de pensamientos que son
típicos de los pacientes deprimidos que abusan de las drogas o del alcohol:
AUTOCONCEPTO NEGATIVO
«Estoy indefenso [ya que no puedo controlar el consumo de drogas].»
«Soy débil [porque no puedo resistir el craving].»
«Soy indeseable.»
«Soy anormal.»
«Soy un inútil/repugnante [porque tengo “malos” hábitos].»
262
«Todo lo que hago está mal.»
«Soy un fracaso.»
«Estoy atrapado.»
No tengo suficiente fuerza de voluntad como para dejar de tomar drogas.»
ACTITUD NEGATIVA SOBRE EL PASADO
«Nunca he hecho nada bien.»
«Nada me ha funcionado.»
«Siempre he sido infeliz.»
«He arruinado mi vida entera.»
«Toda mi vida es un gran fracaso.»
ACTITUD NEGATIVA ANTE LA VIDA PRESENTE
«Las personas me desprecian debido a mi adicción.»
«Mi familia me ha abandonado.»
«Hay demasiadas presiones sobre mí, y no puedo soportarlas.»
«Mi familia me está vigilando en todo momento.»
«Mi barrio no vale nada.»
«Mi trabajo es aburrido y depresivo.»
ACTITUD NEGATIVA ACERCA DEL FUTURO
«Si intento algo, no funcionará.»
«Nunca conseguiré lo que quiero.»
«Mi futuro es desesperanzador.»
«Las cosas sólo pueden empeorar.»
«Nunca seré capaz de dejar de tomar drogas.»
«No hay nada del futuro que me haga ilusión.»
«No merezco nada mejor en esta vida.»
El terapeuta puede someter a exploración estas creencias mediante una serie de
maniobras como: a) encontrar evidencias que sirvan de contraargumento antes estas
creencias disfuncionales; b) examinar las relaciones lógicas entre estas creencias y las
experiencias presentes, y c) intentar refutar dichas creencias en experimentos
263
controlados. El listado de creencias anterior se puede utilizar para centrarse ante dichas
creencias negativas y también para controlar los avances del paciente. Los terapeutas
deberían señalar que es particularmente importante que se puedan evaluar y modificar
las creencias de los pacientes acerca de «su total inutilidad» para superar su adicción a
las drogas, sobre todo teniendo en cuenta las investigaciones que sugieren que las
creencias de autoeficacia afectan profundamente al resultado del tratamiento y a su
mantenimiento (Burling, Reilly, Moltzen y Ziff, 1989).
Abordaje terapéutico
TEMPORIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN
Una vez que se ha preparado una formulación amplia de la depresión del paciente
(véase la siguiente sección), el terapeuta puede tomar decisiones provisionales acerca del
tipo de tratamiento y su temporización. El terapeuta debería considerar las siguientes
cuestiones a la hora de decidir qué estrategias utilizará al inicio:
1. ¿Es la depresión tan dolorosa que se debe poner énfasis en el alivio de los síntomas
antes que enfrentarse inmediatamente con el problema del abuso de las drogas o
del alcohol?
2. ¿Es probable que cuando se alivien los síntomas se reduzca la presión de tomar
drogas?
3. Si se proporciona la estructura necesaria (inherente en la terapia cognitiva) para
controlar el craving y el consumo, ¿se reducirá la depresión?
4. ¿Puede el terapeuta utilizar los programas de control de drogas y los programas
contra la depresión conjuntamente?
5. ¿Son las tendencias suicidas y la desesperación suficientemente intensas como para
garantizar que se requiera de una intervención y tomar precauciones contra el
suicido?
Obviamente, si el paciente muestra síntomas agudos de depresión y tendencias
suicidas, la atención del terapeuta se debe centrar en dichos problemas clínicos graves.
Si el esfuerzo se centra en la mejora del estado de ánimo del paciente, el terapeuta no
264
sólo reduce el riesgo de suicidio, sino que también le ayudará a que se sienta mejor
equipado para poder manejar su problema con las drogas (Hall y otros, 1991).
FORMULACIÓN DEL CASO
La formulación del caso es tan importante en el tratamiento de la depresión, como lo
es en el tratamiento por abuso de sustancias en general. La exploración sintomatológica
debe cubrir los siguientes aspectos: a) cognitiva; b) afectiva; c) fisiológica (p. ej.,
trastornos del sueño); d) motivacional (abandono, evitación, falta de impulso,
contradicciones, deseos suicidas), y e) conductual («lentitud», inercia, agitación).
Se deben identificar en particular los síntomas cognitivos, específicamente los
pensamientos automáticos y los tipos de distorsiones cognitivas. El terapeuta también
debería relacionar los pensamientos automáticos con los síntomas afectivos y
motivacionales consecuentes. Por ejemplo, «Es inútil hacer nada, sólo hará que me
sienta peor» puede relacionarse con la pérdida de motivación del paciente y la
consiguiente evitación o inactividad. El pensamiento «Todo es desesperanzador. Nunca
obtendré lo que quiero», puede unirse con los deseos suicidas del paciente. El
pensamiento «Estoy solo, no le importo a nadie» puede ligarse a la tristeza del paciente.
El pensamiento «He arruinado mi vida» puede ligarse a la autocrítica del paciente.
A medida que la historia vital del paciente se va desentrañando, el terapeuta puede
construir un diagrama como el que mostramos en la figura 14.1. En este caso, el paciente
intentó romper el rígido patrón que tenía de obediencia ciega a las demandas del grupo,
pero al quedarse solo experimentó la creencia proveniente de su infancia acerca de que
no era querido y acabó deprimiéndose.
265
Figura 14.1. Relación entre los factores evolutivos, las creencias básicas y el hecho de consumir drogas.
El terapeuta debería preparar un diagrama conceptual como el que se puede ver en la
figura 14.1. En su justo momento, el terapeuta se lo debería enseñar al paciente y
explicar la secuencia de acontecimientos externos y de reacciones externas.
Seleccionar síntomas diana
Es difícil especificar a priori sobre qué problemas de los que intervienen durante el
tratamiento se han de seleccionar y a qué nivel se pueden abordar mejor. En general,
266
para la persona deprimida que consume drogas de moderada a intensamente, el enfoque
de la intervención terapéutica se ha de situar a nivel de síntomas («nivel de síntomas
diana»). El síntoma «diana» se define como un componente del trastorno depresivo que
implica sufrimiento o incapacidad funcional. Los síntomas diana específicos se dividen
en cinco categorías (véase Beck, 1967, para una descripción más completa):
1. Síntomas afectivos. Tristeza, pérdida de gratificación, apatía, pérdida de
sentimientos y del afecto hacia otros, pérdida de la sonrisa, ansiedad.
2. Motivacionales. Deseo de escapar de la vida (normalmente a través del suicidio),
deseo de evitar «problemas» o incluso actividades cotidianas normales.
3. Cognitivas. Los errores cognitivos como el pensamiento dicotómico,
sobregeneralización, abstracción selectiva, personalización; los errores se suelen
asociar a duras autocríticas (p. ej., «Soy una persona inútil» o «No soy bueno y no
merezco tener ninguna satisfacción»).
4. Conductual. Pasividad (p. ej., estirarse en la cama o bien sentarse en una silla
durante horas y horas); evitar el contacto con otras personas, enlentecimiento y
agitación; confianza total en las drogas o el alcohol para escapar de, o mitigar, su
disforia.
5. Fisiológicas o vegetativas. Trastornos del sueño (ya sea incrementándolo o
disminuyéndolo); trastornos del apetito (ya sea incrementándolo o
disminuyéndolo).
El terapeuta (en colaboración con el paciente) debe tomar la decisión de qué síntomas
diana quiere tratar, en base a varios factores:
1. ¿Qué síntomas son los más estresantes para el paciente?
2. ¿Qué síntomas son los más viables para una intervención terapéutica?
En general, las técnicas se pueden clasificar, ante todo, como conductuales —
implicando al paciente en actividades o proyectos específicos, que, por sí mismos,
ayudarán a mejorar algo el sufrimiento—; y predominantemente cognitivas —en las que
el principal objetivo es el pensamiento del paciente.
Cuando la depresión del paciente es menos grave, los objetivos del terapeuta suelen
ser aquellos problemas que están relacionados con la aceleración o el agravamiento de la
depresión. Estos problemas incluyen desde las dificultades en el hogar, hasta en la
267
escuela o en el trabajo. Muchos consumidores de drogas se deprimen después de una
pérdida, como cuando se rompe una relación interpersonal íntima, en particular la muerte
de una persona que les es muy cercana. Las pérdidas personales también coinciden con
los problemas legales, económicos o médicos que van asociados al consumo de drogas.
En el caso de depresión grave, en la que el paciente se siente totalmente fuera de control
con relación al uso de sustancias, el terapeuta se debería centrar en maneras de ayudarle
para que controle su craving y para ordenar o estructurar sus días, de forma que se aleje
al máximo del craving.
Algunas personas adictas a las drogas, y que muestran depresión, se implican en
actividades al margen de las drogas, pero apenas consiguen placer de las mismas. Dicho
fracaso en conseguir gratificación se puede derivar de: a) intentar implicarse en
actividades que no sean placenteras incluso antes del episodio depresivo; b) la
preponderancia de cogniciones negativas que oscurecen cualquier posible sensación de
placer; c) la falta de atención selectiva ante las experiencias actuales de placer, y d) la
creencia de que ninguna de estas actividades pueden, ni siquiera, reemplazar
mínimamente el placer conseguido con el consumo de drogas. Otros pacientes adictos
con depresión no se implican en actividades al margen de las drogas por distintas
razones, como son su falta de habilidades, el hecho de no prestar atención a la existencia
de dichas actividades, la sensación de apatía, o bien la naturaleza propia de las
actividades relacionadas con buscar, tomar o responder a las drogas, que supone una
dedicación a tiempo completo. Por tanto, una estrategia terapéutica no estará completa si
sólo se presta atención a que la persona deje de tomar drogas. Es completamente
necesario que dichos pacientes adquieran nuevas fuentes de refuerzo positivas que estén
al margen de las drogas, como el trabajo, los hobbies y la participación en actividades
prosociales (Stitzer y otros, 1984).
SACAR A LA LUZ PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS Y CREENCIAS
Algunos pacientes deprimidos encuentran difícil, o puede que no deseen, sacar a la
luz algunos temas para discutir en la sesión, lo cual también puede ser consecuencia de
la misma depresión. Entre los factores depresivos que pueden explicar la falta de
productividad de los pacientes se encuentran los siguientes: dificultad en recordar
problemas específicos ya que en la última sesión el paciente mostró una pasividad
generalizada y enlentecimiento que interfirió con la discusión de sus problemas,
evitación de los temas dolorosos e inhibición debido a la preocupación de que el
terapeuta posiblemente los desapruebe. Una forma de sacar a la luz material relevante es
268
revisar las respuestas específicas a algunos ítems de la Escala de depresión de Beck y la
Escala de desesperación de Beck. Por ejemplo, el terapeuta puede preguntar al paciente
cuáles son sus razones para puntuar de esa forma en una determinada alternativa de un
ítem del cuestionario, de manera que se genere un flujo de información específico:
PT: Hoy no tengo nada que decir. No ha pasado nada importante desde la última semana.
TE: (Examina la Escala de desesperación de Beck.) Veo que has escogido el ítem «Mi
futuro me parece oscuro». ¿Cuándo tuviste este pensamiento durante la semana
pasada?
PT: Bueno, la semana pasada mi novia me dijo que cortaría conmigo a menos que dejara
de consumir.
TE: ¿Sí…?
PT: Bueno, no creo que lo pueda dejar.
TE: ¿Cómo te sentiste cuando ella te dijo eso?
PT: Me sentí mal… desesperado.
TE: ¿Qué pensamiento pasó por tu cabeza cuando te dijo eso?
PT: Si rompemos, ya no me quedará nada.
TE: Y si no tienes nada, ¿entonces qué?
PT: No tiene sentido seguir adelante.
En este punto, el terapeuta demostró la relación entre el sentimiento de tristeza y el
pensamiento «No tengo nada». Entonces, el terapeuta exploró cuáles eran las bases de
sus creencias «No creo que pueda dejarlo» y «Si rompemos, ya no me quedará nada».
(Ambas creencias, evidentemente, contribuyen a la desesperación del paciente y a sus
creencias suicidas.)
El terapeuta pudo inferir, a partir de estas ideas, que el paciente tenía una serie de
creencias nucleares centradas alrededor de «Estoy indefenso (soy débil, incapaz)» y
«Soy indeseable». Sin que esta vez el terapeuta tuviera la necesidad explícita de tratar
estas creencias nucleares, pudo utilizar intervenciones específicas para restar importancia
a dichas creencias disfuncionales, y, por tanto, en cierta medida mitigar los sentimientos
de depresión y las tendencias suicidas. Por ejemplo, el terapeuta podría iniciar una serie
de preguntas como las siguientes:
TE: Has mostrado mucho control en el pasado, y, de hecho, no has estado tomando
drogas durante varias semanas. ¿Qué es lo que te hace pensar que no serás capaz de
269
continuar?
PT: Es como si sintiera que ya no tengo más fuerza de voluntad.
TE: Respeto tus sentimientos. Pero recuerda que también te sentías así varias semanas
atrás, y que has sido capaz de aplicar las técnicas y mostrar control.
Tratar el sentimiento de soledad y dependencia de la novia también se iniciaría con
otra pregunta:
TE: Por el momento, tu novia parece muy apegada a ti. Sin embargo, si por alguna razón
te dejara, ¿cómo explicas eso que has dicho, respecto a que te sentirías como si no
fueras nada?
PT: Porque me siento como si no fuera nada.
En función de la interacción, entonces el terapeuta podría proceder con una serie de
cuestiones tales como:
TE: ¿Te sentías como si no fueras nada antes de conocer a tu novia?
PT: Me sentía bien en esos momentos.
TE: ¿Tenías una novia entonces?
PT: No.
TE: Por tanto, no parece que necesites tener una novia para sentirte bien.
PT: Supongo que sí… Aunque sigo sintiéndome como si no fuera nada.
TE: Sólo porque sientas que no eres nada, ¿significa eso que, en efecto, no eres nada?
Entonces, el terapeuta continuaría con el tipo de interrogatorio socrático descrito en
el capítulo 6. El terapeuta debe tener en mente que la finalidad última del interrogatorio
de las interpretaciones del paciente sobre un acontecimiento en particular no sólo es
descalificar una interpretación sino la de socavar las creencias básicas negativas que
conducen a dicha interpretación o conclusión.
Tal y como hemos apreciado en los anteriores extractos, muchos pacientes
deprimidos se dejan influir por sus sentimientos de infelicidad. Interpretan estos
sentimientos como si estuvieran solos, que no son nada, y que las cosas están
desesperadas. Toman los sentimientos como una fuente de información a la que los
pacientes añaden una enorme credibilidad. El terapeuta necesita reducir la tendencia del
paciente a aceptar sus sentimientos como si fuesen verdades de hecho y ayudarle a que
270
utilice evidencias objetivas y verificables para formar sus conclusiones e
interpretaciones.
Uno de los aspectos más molestos, en la ideación de los pacientes deprimidos adictos
a las drogas, es la saturación de ideas sobre su propia desaprobación relacionada con los
significados que conlleva la adicción. Por ejemplo, un paciente se puede aplicar las
siguientes etiquetas a sí mismo: carácter débil, malo, inútil, inmoral, enfermo. Estas
nociones están entretejidas en la creencia del paciente de que es una víctima indefensa de
su adicción, de que es incapaz de aplicar su fuerza de voluntad cuando aparece el
craving. Como consecuencia, los pacientes serán muy autocríticos con sus presumibles
fallos («Soy inútil», «Soy repugnante», etc.). Dicho pensamiento perpetuará tanto los
síntomas depresivos como el consumo de droga. Por tanto, no es sorprendente que exista
una asociación entre la depresión y la tasa de recaída en las drogas (véase, p. ej.,
Hatsukami y Pickens, 1982).
El terapeuta trata las creencias depresógenas mediante explicaciones y reenfoque. Sin
embargo, necesita utilizar su juicio para decidir si una explicación es indicada en un caso
determinado y cómo presentarla al paciente. La tabla 14.1 ilustra este procedimiento.
MANEJAR LA IDEACIÓN SUICIDA
El terapeuta necesita estar alerta ante las tendencias suicidas encubiertas y tratarlas de
manera franca. Se dispone de toda una serie de intervenciones posibles (véase Beck y
otros, 1979, capítulo 10). Como en el ejemplo anterior, el terapeuta necesita tratar la
desesperación subyacente y la autoimagen negativa.
Otro abordaje es enumerar las razones que existen para vivir, en contraposición con
las razones para morir. Esta estrategia requiere de habilidades considerables porque
presupone que las razones para vivir pesarán más que las razones para morir. Otra
estrategia es motivar al paciente por el proceso terapéutico y los temas tan interesantes
que surgen, de manera que esté motivado para volver a las siguientes sesiones para poder
conseguir algunas de las respuestas que quiere. También se puede enseñar al paciente a
que llame al terapeuta cuando el deseo de escaparse mediante el suicidio sea muy
grande. El terapeuta puede decir, por ejemplo: «Te sentirás mejor cuando estés aquí,
aunque te sentirás peor después. Ése es el momento en que puedes sacar más partido de
la terapia. Si me llamas en ese momento, o al menos escribes tus pensamientos,
podremos ayudarte mucho más». El terapeuta también debe tener presente la necesidad
de comunicar con la familia del paciente y considerar la posible hospitalización si no
puede controlar el impulso suicida del paciente. Sobre todo, el terapeuta debe parecer
271
seguro de sí mismo, razonablemente preocupado y como si tuviera el control de la
situación.
Creencia
Explicación / Reenfoque
«Soy una mala persona.»
El abuso de drogas es un patrón de
comportamiento muy destructivo. Por
tanto, sus efectos son malos, aunque la
persona adicta no es por ello
necesariamente mala o inmoral.
«Soy inútil porque no puedo controlar mi
hábito.»
Tu problema no es más que un problema
técnico. Necesitas comprender más
acerca de cómo funciona tu adicción y,
entonces, aprender técnicas especiales
que permitan que controles tu hábito.
«Sin la droga, la vida es dolorosa y
vacía.»
Los sentimientos dolorosos de vacío que
tienes se deben en parte a tus problemas
personales y en parte a la dependencia
que tienes de las drogas para buscar
alivio. Podemos trabajar conjuntamente
para que soluciones los problemas de otra
manera y para que puedas desarrollar
formas nuevas de obtener placer y
satisfacción.
Figura 14.2. Ejemplos de creencias, explicaciones y reenfoques.
REACCIONES NEGATIVAS ANTE LA TERAPIA
Durante la terapia puede ocurrir que se rompa la colaboración terapéutica si el
paciente no consigue ser objetivo acerca de sus pensamientos negativos. Por ejemplo, los
pacientes suelen experimentar nuevas decepciones o frustraciones, debido a
acontecimientos ambientales traumáticos. Cuando ocurre esto, pueden reunir una gran
cantidad de cogniciones negativas que considerarán automáticamente como válidas, sin
272
someterlas a ninguna otra consideración. Como consecuencia, es probable que, de
nuevo, experimenten depresión y desesperanza. Esta exacerbación sintomática les llevará
a decidir que la terapia cognitiva es ineficaz y que su adicción es incurable. Los
pacientes también se sentirán desilusionados con su terapeuta.
Cualesquiera de estas reacciones pueden llevar al paciente a dejar de cooperar,
resistirse a realizar ninguna tarea entre sesión y sesión, no asistir a algunas citas o bien
dejar la terapia. Sus reacciones se agravarán si el terapeuta acepta sin cuestionárselo la
interpretación negativa del paciente acerca de su progreso. Si el paciente empieza a
perder sesiones, se aconseja que el terapeuta contacte con él y clarifique el pensamiento
disfuncional que perturba la colaboración terapéutica entre ambos. Por otra parte, el
hecho de que falle en una visita puede ser debido a una recaída, lo cual debe ser
investigado.
Irónicamente, hay evidencias de que con pacientes diagnosticados con trastorno de la
personalidad antisocial (TPAS) realmente existe más probabilidad de que busquen ayuda
y colaboren con el terapeuta cuando están muy deprimidos (Alterman y Cacciola, 1991;
Woody, McLellan y O’Brien, 1990). En dichos casos, el deseo del paciente de sentirse
mejor pesa más que su necesidad autónoma característica de desafiar a las figuras
autoritarias. Si se ayuda a estos pacientes con TPAS/adictos a las drogas y deprimidos a
mejorar su estado de ánimo, los terapeutas serán capaces de formar una alianza
interpersonal con los pacientes; de otra forma sería difícil establecer un vínculo con la
persona que les quiere ayudar.
Durante el tratamiento son frecuentes las recaídas sintomáticas de depresión
(Rawson, Obert, McCann, Smith y Ling, 1990; Ziedonis, 1992). El terapeuta debe
preparar a su paciente cuando se inicia el tratamiento, para que éste reciba repetidas
fluctuaciones negativas. Dichas exacerbaciones propician una valiosa oportunidad para
aplicar las técnicas y habilidades cognitivas. Más adelante proporcionan «práctica» para
manejar los problemas que ocurren de manera inevitable, cuando acaba el tratamiento.
Otro foco de atención terapéutico en las personas adictas con depresión se debe
centrar en los problemas externos que están relacionados con la aceleración y
agravamiento de la depresión (véase Kosten y otros, 1986). Estos problemas pueden
incluir estresores o dificultades en el hogar, trabajo o escuela. Suelen comprender
frecuentemente fricción en las relaciones íntimas, dificultades relacionadas con el
trabajo, la economía o problemas legales. Por tanto, como ejemplo, el terapeuta y el
paciente pueden trabajar para ayudar a que éste tome decisiones importantes acerca del
problema que mantiene firme su depresión, examinar técnicas específicas que le ayuden
273
a afrontar su situación vital y que todo ello le haga considerar nuevas formas de aliviar
sus estresores o las presiones externas.
Este tipo de abordaje (concentrarse en problemas externos) también se utiliza después
de que los síntomas agudos o graves del paciente hayan sido aliviados. El terapeuta debe
tener en mente que los problemas situacionales, el abuso de droga y la depresión se
agravan unos con otros. Estas interacciones múltiples y recíprocas pueden ser
modificadas para mejorar tanto los estresores externos como la sintomatología depresiva.
Aplicación de técnicas conductuales
CAMBIO COGNITIVO MEDIANTE EL CAMBIO CONDUCTUAL
La terapia cognitiva de los adictos con depresión se basa en la teoría cognitiva de la
depresión (así como en la teoría cognitiva de las adicciones). Si se trabaja bajo el marco
del modelo cognitivo, el terapeuta puede variar su abordaje terapéutico de acuerdo con
las necesidades específicas de un paciente en un momento determinado, en la medida en
que el tratamiento se fundamenta en la formulación cognitiva del caso (véase Persons,
1989). El terapeuta está realizando terapia cognitiva incluso aunque aplique técnicas
conductuales.
En los primeros estadios de la terapia cognitiva con los adictos deprimidos suele ser
necesario que el terapeuta se concentre en restaurar el funcionamiento del paciente a los
niveles anteriores a la depresión. Específicamente, el terapeuta intenta inducir al paciente
a contraatacar su evitación y a que llegue a implicarse en actividades más constructivas.
Suele ser normal que las personas significativas en la vida de los pacientes lo hayan
abandonado. Estas personas importantes en su vida suelen atribuir a las drogas la culpa
del bajo estado de ánimo y funcionamiento deteriorado del paciente y acaban
concluyendo que éste ya no es capaz de llevar a cabo sus funciones básicas como
proporcionar sustento, ser un ama de casa, esposo, padre o estudiante. Es más, los
pacientes no ven ninguna posibilidad de que puedan obtener satisfacción de alguna de
esas actividades (aparte de usarlas) que antes les habían proporcionado placer.
Los pacientes deprimidos pueden caer en un círculo vicioso en el que su reducido
nivel de actividad les lleve a etiquetarse como incapaces o inútiles. Estas
autoevaluaciones negativas suelen reflejar las opiniones de aquellos que están a su
alrededor, y en el fondo también de la sociedad. Estas autodegradaciones que se
imponen a ellos mismos les llevan a desmoralizarse aún más y, al final, acaban en un
274
estado de inmovilidad. En los casos graves, es difícil llevar a cabo funciones
intelectuales (como razonar y planificar) así como ejecutar actos complicados que
requieran de habilidades especializadas y de entrenamiento. Como estas formas de
comportamiento suelen ser instrumentos para conseguir satisfacción y mantener la
propia autoestima y la estima de los otros, la perturbación de estas funciones acaba con
una disminución de la concentración y la fatiga, y el bajo estado de ánimo produce poca
satisfacción y una disminución de la autoestima.
El rol del terapeuta está claro. No hay una forma fácil de «disuadir» a los pacientes
de su convicción de que son débiles, ineptos o indeseables. Los pacientes pueden
explicar que simplemente no están haciendo aquellas cosas que habían sido
relativamente fáciles e importantes para ellos. Ayudando a los pacientes a cambiar
ciertas conductas depresivas (evitación, pasividad), el terapeuta les puede demostrar que
sus autoevaluaciones negativas están sesgadas y ayudarles a restaurar su moral. Una vez
el paciente empieza a implicarse en actividades constructivas, el terapeuta puede mostrar
al paciente que, de hecho, no ha perdido irreversiblemente su capacidad para actuar en el
nivel que estaba anteriormente. El terapeuta señala que la desazón del paciente, su
pesimismo y su renuncia le dificultan que movilice los recursos que necesita para el
esfuerzo. El objetivo es que el paciente reconozca que una de las causas fundamentales
es un error cognitivo: el paciente piensa (rotundamente) que es débil, indefenso o inútil,
y dichas creencias empeoran gravemente su motivación y conducta.
El término «técnicas conductuales» sugiere que el objetivo terapéutico inmediato es
exclusivamente la conducta observable del paciente; es decir, el terapeuta simplemente
prescribe algún tipo de actividad dirigida a un fin. En la práctica real, un factor central en
la aplicación con éxito de las técnicas conductuales estriba en que el paciente informe de
sus pensamientos, sentimientos y deseos. La finalidad última de estas técnicas es
producir un cambio positivo en las actitudes negativas disfuncionales, de forma que el
nivel de competencia del paciente siga mejorando.
En cierto sentido, cabe considerar los métodos conductuales como una serie de
pequeños experimentos diseñados para probar la validez de las hipótesis negativas de los
pacientes o ideas acerca de sí mismos. En la medida en que estas ideas negativas se
contradigan con estos «experimentos», el paciente llegará gradualmente a estar menos
seguro de su validez y se encontrará motivado para intentar tareas más difíciles.
PROGRAMAR ACTIVIDADES
Muchos pacientes deprimidos informan de un número insoportable de pensamientos
275
pesimistas y autodegradantes cuando están aislados o inactivos. Se critican ellos mismos
por ser «vegetales», por ser adictos y por haberse aislado de los demás. Al mismo
tiempo, pueden justificar su aislamiento porque su actividad e interacción social no son
importantes o bien porque son una responsabilidad molesta para los otros. Por tanto, se
sumergen cada vez más en su pasividad y aislamiento social. Los pacientes deprimidos
tienden a interpretar su inactividad y aislamiento como una evidencia de su inadecuación
e indefensión y caen en una especie de círculo vicioso. Las personas con un problema de
drogas tienden a recaer rápidamente si su vida no está estructurada.
La prescripción de proyectos específicos se basa en la observación clínica de que los
pacientes deprimidos encuentran difícil acometer o acabar sus trabajos que antes de la
depresión conseguían realizar con relativa facilidad. Cuando se deprimen, tienden a
evitar tareas complejas, o bien, si las intentan, es probable que tengan bastante dificultad
para conseguir su objetivo. Suele suceder que el paciente deprimido evita el proyecto o
deja de intentarlo pronto, después de que encuentre alguna dificultad.
Las creencias y actitudes negativas parecen subyacer a la tendencia a renunciar. Los
pacientes suelen decir: «Es inútil que lo intente», ya que están convencidos de que
fracasarán. Cuando realizan actividades dirigidas a conseguir un objetivo concreto,
tienden a magnificar sus dificultades y minimizan su habilidad para superarlas y llevar a
cabo la tarea.
Utilizar registros de actividades (véase capítulo 9) sirve para contrarrestar la pérdida
de motivación del paciente, su inactividad y preocupación por sus ideas depresivas.
Programar la actividad del paciente, hora a hora, aumenta la probabilidad de que éste
mantenga un cierto nivel de impulso o actividad y previene de que regrese sigilosamente
a la inmovilidad. Centrándose en tareas orientadas a alguna meta, el paciente y el
terapeuta pueden obtener datos concretos en los que poder basar evaluaciones realistas
de la capacidad de funcionamiento del paciente.
Como con otras técnicas cognitivas, el terapeuta debe explicar al paciente las razones
para realizar un programa de actividades. Frecuentemente, los pacientes saben que la
inactividad está asociada con un incremento de sus sentimientos dolorosos. El terapeuta
puede inducir a los pacientes a que se impliquen en un «experimento» para determinar si
su nivel de actividad disminuye las preocupaciones y posiblemente mejore su estado de
ánimo. El terapeuta y el paciente determinan actividades específicas y el paciente está de
acuerdo en controlar sus pensamientos y sentimientos mientras se compromete con dicha
tarea. Si el paciente se muestra poco dispuesto a ello, el terapeuta debe cuestionar
seriamente al paciente de la siguiente forma: «¿Qué pierdes intentándolo?».
276
El terapeuta podría escoger proporcionar al paciente una hoja de registro para
planificar sus actividades anticipadamente y/o registrar las actividades presentes durante
el día. En el plan diario se podría incluir una jerarquía de «tareas graduales».
Un paso importante para demostrar a los pacientes que son capaces de utilizar su
tiempo constructivamente es que ambos, terapeuta y paciente, colaboren para planificar
actividades específicas. Los pacientes con depresiones graves suelen informar de una
sensación de «hacerlo porque deben hacerlo», con la idea de que para ellos dichas
actividades no cobran sentido alguno. Planificando el día con el terapeuta, suelen ser
capaces de establecer objetivos significativos. Más adelante, el registro de las
actividades presentes del paciente (comparándolo con lo que se planificó para ese día)
puede proporcionar al terapeuta y al paciente un tipo de feedback objetivo sobre los
logros del paciente. El registro también proporciona un marco de referencia sobre las
autoevaluaciones de dominio y satisfacción de lo que han conseguido con éxito.
Debería suponer un reto para la inventiva del terapeuta conseguir que el paciente
deprimido se implique en la idea de llevar a cabo un programa de actividades o incluso
de rellenar su hoja de registro diaria de manera retrospectiva. Por tanto, el terapeuta: a)
explica las razones (p. ej., las personas normalmente funcionan mejor cuando tienen un
programa); b) saca a la luz las objeciones o reservas del paciente, y c) le propone
entonces realizar un programa de actividades como si fuera un experimento. El terapeuta
debería insistir al paciente que el objetivo inmediato es intentar seguir el programa y no
buscar un alivio inmediato de los síntomas: normalmente la mejoría del funcionamiento
suele venir antes que el alivio subjetivo de la persona.
Cuando los pacientes se implican en distintas actividades, es útil que registren el
nivel de dominio y placer asociado con las actividades prescritas. El término «dominio»
se refiere al nivel de habilidad con que los pacientes creen que han llevado a cabo una
tarea específica. El término «placer» se refiere a los sentimientos de placer asociados con
dicha actividad. Tanto el dominio como el placer se pueden evaluar en una escala de 10
puntos, donde el 0 representa la falta de habilidad/o poco placer y el 10 el máximo de
capacidad o dominio y de placer experimentado. Si se utiliza una escala rating, el
paciente puede reconocer éxitos prácticos y poca cantidad de placer. Esta técnica tiende
a contrarrestar el pensamiento dicotómico (todo-nada) del paciente.
Resumen
El abordaje de la persona con abuso de sustancias o alcohólica, y con depresión
277
concomitante, es parecido al abordaje que se realiza ante la depresión en general, con la
característica añadida de que el sesgo depresivo típico contra uno mismo frecuentemente
gira alrededor de la decisión del paciente de seguir con las drogas o con el alcohol. Por
tanto, los pacientes están llenos de desprecio por sí mismos, consideran que no tienen
carácter, y se autoperciben como indefensos, incapaces y rechazados por otras personas
y por la sociedad en general. Dado dicho sesgo negativo contra sí mismos y la profunda
desesperación que normalmente lo acompaña, estos individuos que combinan la
depresión y la adicción constituyen uno de los grupos de mayor riesgo de suicidio
(Marzuk y otros, 1992; Mirin y Weiss, 1991; Ziedonis, 1992). En consecuencia, en la
terapia se debe abordar rápidamente la posibilidad de que existan intenciones suicidas.
Aparte de la atención a los deseos suicidas, el terapeuta puede seguir las reglas
habituales:
1. Conceptualización del caso.
2. Aplicar estrategias conductuales si el paciente está inhibido motrizmente.
3. Utilizar estrategias cognitivas para disminuir la desesperación y la autoimagen
negativa, así como las tendencias suicidas.
4. Ayudar a que el paciente adquiera más control sobre los craving (véase capítulo
10), una estrategia que por sí misma puede ayudar a detener el avance de la
depresión.
Las técnicas específicas incluyen la programación de actividades estructuradas, una
mayor asignación de tareas, y un mejor manejo del tiempo como forma de contrarrestar
las tendencias regresivas del paciente. Además, el interrogatorio socrático y la utilización
del registro de pensamientos diarios ayudarían a los pacientes a poner aún más distancia
respecto a su pensamiento disfuncional. Al igual que con el tratamiento estándar de la
adicción, al final es completamente necesario luchar a brazo partido con las creencias de
los pacientes que controlan tanto el abuso de sustancias como sus tendencias depresivas.
278
CAPÍTULO 15
IRA Y ANSIEDAD
Un problema importante de las relaciones humanas, ya sean íntimas o casuales,
aparece ante la manifestación exagerada o innecesaria de ira. El hecho es que las
personas reaccionan exageradamente ante las desilusiones, el daño, los supuestos
insultos o la conducta imperfecta de los otros. Este fenómeno es muy evidente en las
personas con abuso de sustancias (Ellis y otros, 1988; Walfish y otros, 1990). La
hostilidad se cobra su peaje no sólo por sus efectos indeseables en otras personas sino
también por el efecto que causa en la persona que está enojada. Las personas con abuso
de sustancias tienen tendencia a mostrar impulsos hostiles cuando se encuentran bajo la
influencia de las drogas o el alcohol. Aunque tienen una tendencia particular a tomar
droga o beber alcohol para amortiguar sus sentimientos desagradables como la ira,
paradójicamente también incrementan la probabilidad de expresar su ira a través de la
desinhibición.
La reacción de ira es mayor si la «acción nociva» de una persona es percibida como
evitable, innecesaria, intencional y atribuible a un error de la otra persona; la reacción es
menor (o no existe) si el mismo acontecimiento es visto como inevitable, necesario, no
intencional y no censurable. Si las personas perciben que ellas (o alguien que vaya con
ellas) han sido agraviadas, se pondrán furiosas con una intensidad que sobrepasa, en gran
medida, la cantidad de daño o malestar recibidos. Gran parte de la ira es el resultado del
significado simbólico que va unido al acontecimiento, el mecanismo cognitivo implicado
en magnificar este impacto y el grado de responsabilidad atribuido a la otra persona.
Poca tolerancia ante la frustración
Una de los estados más comunes que induce a las personas con tendencias adictivas a
buscar alivio en el consumo de drogas es el sentimiento de frustración. Los pacientes con
poca tolerancia ante la frustración (PTF) son hipersensibles ante cualquier desengaño,
insatisfacción o interferencia con sus objetivos, deseos o acciones. El típico paciente con
279
PTF pasa por la vida juzgando las situaciones en los siguientes términos; «¿Estoy
obteniendo lo que quiero?» o «Me están estorbando esas personas para conseguir lo que
quiero?». Debido a la presión «interna» para conseguir sus objetivos de satisfacción de
los deseos o de acabar una tarea determinada, los pacientes sobrerreaccionan ante las
situaciones que interfieren con la satisfacción de sus deseos o con la realización de sus
objetivos. Por tanto, tienden a ser impacientes de manera crónica, son intolerantes e
inquietos.
Los pacientes «orientados al deseo» operan bajo la «dimensión del ahora»:
experimentan continuamente el craving del «refuerzo» inmediato (ánimo, elogios,
reconocimiento) o ayuda. Anclados en su modo receptivo, consideran totalmente
necesario que sus craving y deseos se satisfagan sin dilación. Detrás de esta presión está
escondido un miedo arropado por el pensamiento dicotómico: «Ahora o nunca». Los
pacientes reaccionan de la siguiente forma: «Si no puedo conseguir lo que quiero ahora
mismo, ya nunca lo haré». Consecuentemente, cualquier retraso en su satisfacción
resulta particularmente desagradable. El miedo que les previene de que no conseguirán
lo que quieren dispara la ansiedad. Cualquier interferencia o interrupción de una
actividad placentera será percibido como una gran privación y causa de dolor. Ya sea el
dolor o la ansiedad (o ambos) puede llevar a desarrollar la ira si la persona considera a
otra persona como responsable de la privación o la interferencia.
La propietaria del piso de «Lil», una chica joven, le dijo que bajara el volumen del
estéreo, y Lil sintió una aguda desilusión por ser privada de uno de sus placeres
(escuchar la música muy alta). Generalizó esta desilusión así: «Nadie me deja nunca
hacer lo que quiero». Consecuentemente, Lil se enfadó, empezó a dar fuertes pisadas por
el apartamento y a beber. Tal y como demuestra la acción de Lil, las experiencias rápidas
y efímeras de decepciones o ansiedad disparan y son eclipsadas en la conciencia del
paciente por la ira hacia la persona que la ha frustrado o decepcionado.
Debemos señalar que hay un mecanismo bastante sutil que opera entre los
sentimientos iniciales de desilusión (o ansiedad) y la experiencia de ira. Este mecanismo
comprende la atribución de responsabilidad de la decepción hacia otra persona de una
forma similar a la culpa. Uno de los temas que hay que tratar en la terapia es la
atribución de la responsabilidad. El paciente y el terapeuta pueden explorar si la
atribución de responsabilidad que se hace es razonable.
Como estos pacientes no han aprendido a modular sus deseos e impulsos, tienden a
experimentarlos como «necesidades» que demandan de una pronta satisfacción. Estas
demandas sobre sí mismos y los otros se experimentan como necesidades fatales («Yo
280
debo») o imperativas («las personas deben»). Como las necesidades tienen la cualidad de
«realizarlas o morir», si no se satisfacen, se experimenta como una amenaza o bien una
privación dolorosa. La intolerancia ante la frustración va pareja con la intolerancia ante
la disforia producida por la desilusión. La angustia se agrava por pensamientos como
«Esto no debería haber pasado. No tienen ningún motivo para tratarme de esta forma».
Las demandas, expectativas y peticiones de estos pacientes y otros no sólo son
imperativas sino también rígidas y poco realistas. Karen Horney (1950) se refería a estos
fenómenos como «la tiranía de los deberías»; Albert Ellis (1962) utilizó el término
musturbation. Estos individuos imponen los deberes tanto sobre sí mismos como sobre
los otros. Los individuos que intentan conseguir el éxito pueden experimentar una
sensación de ser dominados por un «negrero». Estos individuos suelen experimentar
síntomas de estrés (Beck, 1993) y acabar tomando drogas o alcohol para aliviar estos
síntomas.
Las personas orientadas a la acción con PTF operan de acuerdo con las mismas reglas
como los individuos orientados al deseo o receptivos. Actúan bajo el supuesto de que
deben conseguir una meta rápidamente. Cualquier retraso se percibe como interminable,
y cualquier interferencia como desmedida. El principio que subyace a la sensibilidad
parece estar relacionado con la «conservación de la energía». Los impedimentos para el
progreso futuro de estos individuos se experimentan como un drenaje inaceptable de
poder o energía, lo que lleva a la impaciencia e intranquilidad.
Las personas orientadas al deseo o la acción están dispuestas a adscribir intenciones
negativas hacia otras personas. Operan bajo la siguiente premisa: «Cualquier persona
que no me ayude o facilite mis objetivos es egoísta; la falta de cumplimiento de los otros
con mis deseos es lo mismo que la oposición». El individuo con PTF interpreta la falta
de apoyo o de ayuda como un signo de indiferencia, negligencia o irresponsabilidad.
Irónicamente, estas personas no son conscientes de que su conducta es controlada por
sus dictados internos (craving, demandas, imperativos) pero, en cambio, se perciben a sí
mismas como controladas y víctimas de otras personas que son indiferentes ante sus
«auténticas necesidades legítimas».
Como el patrón de frustración del paciente es crudo, inflexible e indiscriminado, los
mecanismos de pensamiento también son igualmente brutos. Dichos pacientes tratan de
catastrofizar y sobregeneralizar cuando sus deseos no se consiguen: «Nunca seré capaz
de acabar el trabajo», «Los otros nunca cooperan conmigo, «Los otros siempre me
estorban y no dejan que me salga con la mía».
Para poder desviar las amenazas y prevenir el dolor, los pacientes con PTF intentan,
281
cuanto pueden, controlar su ambiente e imponen reglas y expectativas a las otras
personas. Sin embargo, cuanto más tratan de compensar su sensación de vulnerabilidad
interna, más probable es que acaben frustrándose. Como sus demandas y peticiones
sobre los otros cada vez son más elevadas e intensas, tendrán más tendencia a sentirse
mal, desilusionarse o bloquearse. Por tanto la estrategia de hipercontrolar a los otros, al
final, acaba siendo contraproducente. El ambiente social simplemente no estará de
acuerdo con estas demandas y expectativas continuas. Más pronto o más tarde otras
personas fallarán y no serán capaces de satisfacer sus deseos o impulsos de manera
satisfactoria.
A un nivel más profundo, los pacientes con PTF se perciben a sí mismos como
impotentes o indefensos. Cualquier obstáculo que los pacientes encuentren dispara la
sensación de impotencia y produce un sentimiento transitorio de debilidad. El siguiente
paso consiste en atribuir la responsabilidad al individuo que le ha «frustrado» y querer
agredir a dicha persona por su transgresión. Esta secuencia conduce, obviamente, a la
característica más notable de los pacientes con PTF, es decir, la rabia explosiva ante
accidentes relativamente triviales. Una persona orientada a la acción se enfurece con un
conductor lento que se encuentre delante de ella y le adelanta agresiva y peligrosamente,
presionando con rabia el claxon del coche con su dedo pulgar. Un marido despotrica
sobre los retrasos en la comida o porque ésta no le haya satisfecho; una esposa se
encoleriza al tener que estar esperando, mientras su marido trabaja en la oficina hasta
tarde. En cada caso, el paciente añade una especie de significado sobregeneraIizado a la
«ofensa»: «No me cuidas» o bien «Me trata como su sirviente». Estos significados tan
personales, añadidos al acontecimiento —no el acontecimiento por sí mismo—
conducen a la reacción inflamada: la sensación de ser atacado. Esta tendencia a
«personalizar» las situaciones, interpretar las conductas neutrales como una afrenta
percibida, es una especie de sello de la PTF.
La generación y expresión de ira y hostilidad sirve para distintas finalidades.
Constituyen un intento importante de establecer control sobre las personas,
«castigándolas» por sus acciones o pasividad. Cuando la expresión de hostilidad resulta
efectiva, no hay ninguna otra forma de conducta que ejerza tanta influencia en las otras
personas, sobre todo si la persona que ha sido ofendida está en una situación de fuerza.
El paciente asume que el castigo, ya sea mediante la forma de una queja, un reproche o
una rabieta, ayudará a moldear la conducta futura de la persona apropiadamente. Este
castigo implícito, supuestamente, es como una «experiencia de aprendizaje» para el que
ofende. Es más, el castigo contenido en el reproche, aunque de forma vaga, deshace o
282
compensa el daño a la autoestima del paciente: una persona no es un «enclenque
vulnerable e indefenso» si puede infligir daño a otra persona.
Quizá lo más importante es que la expresión de ira produce una sensación subjetiva
de poder (incluso aunque sea efímera). Actuando de manera enérgica y agresiva, el
paciente es capaz de neutralizar la sensación de impotencia activada ante el retraso de la
gratificación. Como la frustración o la decepción acentúan la percepción de uno mismo
como poco efectivo, la expresión de hostilidad vira el autoconcepto desde «Estoy
indefenso» a «Realmente tengo poder».
Obviamente, castigar a otras personas como consecuencia de la propia «necesidad»
de uno o por su sensación de impotencia, acaba resultando contraproducente. Otras
personas se ofenden y se suelen enfadar cuando se les reprocha algo, con la tendencia a
que se tomen sus propias represalias. Es más, la persona frustrada es arrastrada a una
lucha de poder para aclarar quién va a controlar a quién. La persona se enreda en un
círculo vicioso donde cada vez hay más intentos fútiles de controlar a otros, con el
consiguiente incremento de decepciones y rabia.
Los individuos con PTF son los primeros candidatos a la adicción (Ellis y otros,
1988). Tomar drogas o alcohol se puede utilizar para distintas finalidades. Primero, estas
sustancias satisfacen el deseo de gratificación instantánea. Segundo, reducen la ansiedad
y la tristeza engendradas por las frustraciones. Finalmente, pueden proporcionar una
euforia transitoria y una sensación de dominio para compensar los sentimientos de
indefensión y de ineficacia.
Es importante que el terapeuta reconozca que los pacientes con PTF no son muy
eficaces a la hora de percibir señales sociales importantes, o reconocer las reglas que
gobiernan la conducta humana y que permiten a las personas interactuar con un mínimo
de fricción. Normalmente no son conscientes o exceden los límites normales entre las
personas. Por ejemplo, Lil no se podía dar cuenta de que la música tan alta de su estéreo
molestaría a los otros inquilinos. Algunos pacientes adictos a las drogas tienen trastorno
por déficit de atención (Gawin y Kleber, 1986; Glantz y Pickens, 1992; Weiss, 1992) y
deben confiar en la cocaína, por ejemplo, para intensificar su enfoque atencional e
incrementar la conciencia que tienen sobre las otras personas.
Listado para la evaluación de la PTF
1. Los deseos de los pacientes son considerados como necesidades imperativas que
283
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
requieren una pronta satisfacción.
Los retrasos, la interferencia o los bloqueos tienen significados idiosincrásicos
como «Puede que no acabe este trabajo» o «No puedo conseguir lo que quiero».
La frustración está sobregeneralizada con nociones como «Nunca consigo lo que
quiero» o «Las personas siempre me estorban y se meten con lo que yo hago».
Los pacientes personalizan dichas frustraciones como si las mismas estuvieran
dirigidas deliberadamente contra ellos, y consideran el supuesto agente de la
frustración como si fuera el culpable. Los pacientes manifiestan los errores de
pensamiento habituales asociados a la angustia emocional: el pensamiento todonada, la abstracción selectiva, sobregeneralización, catastrofismo y
personalización.
Debido a su pensamiento dicotómico («Ahora o nunca»), los pacientes construyen
reglas arbitrarias (deberes y obligaciones) para hacer que se cumplan sus deseos,
expresan sus derechos, privilegios y peticiones: «Las personas no tienen derecho a
negarme lo que quiero», «Las otras personas se equivocan al no dejarme hacer lo
que quiero» y «Debería poder trabajar sin que me interrumpieran».
Las expectativas y las demandas absolutistas conducen a catastrofizar: se espera
que las consecuencias de un retraso, un obstáculo o una dificultad sean un desastre.
Las reglas y las demandas de los pacientes suelen representar también intentos de
controlar a los otros y de prevenir problemas. Cuando se pierde el control (se
infringe una regla, no se cumple una petición), los pacientes experimentan ansiedad
o daño que proviene del catastrofismo o de la exagerada sensación de pérdida.
La expresión de ira se legitima por: «Tengo todo el derecho a estar enfadado».
Como trasfondo ante la escasa tolerancia frente a la frustración subyace la creencia
nuclear de que «Estoy indefenso» y «Soy indeseable». Cualquier retraso,
interferencia o problema relacionados con conseguir deseos o metas puede evocar
la sensación de indefensión o indeseabilidad, conducir a catastrofizar, a la angustia
y finalmente a la ira.
Cuando, ya sea por la acumulación de ansiedad o ira, o porque el paciente se
moviliza para castigar al culpable, se acaba generando mucha tensión, los pacientes
intentarán aliviarla con las drogas. En dicho contexto, las creencias asociadas con
el consumo de drogas pueden tener la siguiente forma:
284
«No puedo soportar la ansiedad, tristeza o rabia y tengo que aliviarla enseguida».
«Las personas quieren que deje de tomar drogas o beber porque me consideran débil y quieren
controlarme.»
«Están equivocados y son malas personas por querer controlarme.»
«Recuperaré el control mediante la bebida o las drogas cuando quiera hacerlo.»
11. Las personas pueden estar demasiado frustradas por sus propios errores, inaptitud o
deficiencias y manifestar mucha autocrítica. Este mecanismo funciona de manera
prominente en los pacientes adictos con baja autoestima (Tarter, Ott y Mezzich,
1991).
PTF y abuso de sustancias: exposición de un caso
«Charlotte», una chica soltera de 35 años, se encontraba en terapia cognitiva externa
después de estar internada 30 días por abuso de cocaína crack en un hospital cercano.
Charlotte y su terapeuta cognitivo identificaron muchos estímulos situacionales y
cognitivos que disparaban sus impulsos de tomar crack, que iban desde las disputas con
su familia, preocupaciones por el dinero, pensamientos acerca del fallecimiento de
parientes, noticias acerca de viejos novios suyos, hasta su insatisfacción con su empleo
actual. Estos estímulos, que disparaban sus impulsos por consumir, derivaban en una
gran sensación de pérdida (p. ej., «No tengo ya nada significativo en mi vida, por tanto,
puedo ahogar mis penas en el alcohol y la cocaína»), indefensión y desesperanza («Cada
cosa que hago para tratar de ayudarme a mí misma acaba fracasando, por tanto, no tiene
sentido que planifique el futuro»).
Las creencias disfuncionales de Charlotte (señaladas arriba) subyacen a su baja
tolerancia ante la frustración. Por ejemplo, una noche, cuando intentó comunicarse con
su nuevo novio por teléfono para hablar acerca de algunas cosas preocupantes que le
habían ocurrido en su entrevista de trabajo aquel día, no encontró a nadie en su casa.
Intentó llamarle varias veces durante la siguiente hora, pero siguió sin contestar nadie al
teléfono.
Charlotte empezó a ponerse nerviosa y comenzó a sentir un fuerte impulso de ir a
buscar a su camello de crack. Retrospectivamente, sus pensamientos versaban sobre:
«Lo necesito ahora. Si no puedo hablar con él ahora, me volveré loca». [Imperativo: equipara el deseo con
la necesidad.]
«No puedo soportar estar sola cuando estoy dolida. La única alternativa que tengo para sentirme mejor es
colocarme.» [Mito acerca de la incapacidad para tolerar el dolor.]
«Por qué no se encuentra en casa cuando yo lo necesito?» [Demanda exagerada.]
285
«¡No puedo esperar más!» [Intolerancia ante la frustración.]
«Puede que se haya ido con otra mujer. Puede que esté engañándome.» [Dramatiza.]
«Si es verdadero, no tengo ya ninguna razón para seguir por este camino.» [Justificación.]
Charlotte señaló que todos estos pensamientos ocurrieron sólo en el margen de 90
minutos en los que estuvo intentando localizar a su novio en casa. Antes que procurar
solucionar el problema, llamándole de nuevo más tarde, contactar con el terapeuta, o
intentar utilizar sus propias habilidades de afrontamiento, llegó a preocuparse muchísimo
de que no pudiera encontrar a su novio justo en ese momento en que lo «necesitaba». La
frustración le condujo a la conclusión prematura y poco adaptativa, de que no tenía más
elección que salir y colocarse. Creía que era justificable hacerlo; al fin y al cabo, si estás
solo (como ella creía), indefensa, y no tienes futuro, ¿por qué no podrías buscar una
forma de sentirte mejor, ahora y de la manera en que sea posible, incluyendo las drogas?
Estas frases demuestran cómo la PTF se basa en un estilo de pensamiento que
justifica las conductas impulsivas y contraproducentes y, por tanto, alimenta los
impulsos de consumir drogas. El paciente con PTF está constantemente en peligro de
exagerar inconvenientes y preocupaciones puntuales, como indicadores (o equivalentes)
de la incesante negación de las metas más importantes de su vida. Por tanto, el paciente
con PTF probablemente concluirá que tomar drogas (una solución a «corto plazo») es
necesario, ya que no es capaz de considerar las soluciones a largo plazo o bien las da por
perdidas.
Tratar aspectos específicos
IMPERATIVOS Y «NECESIDADES»
Los pacientes requieren de práctica para retrasar la satisfacción de sus deseos, ya sea
en términos de resistir su deseo de beber o tomar drogas o bien de las demandas de otros
de ayuda, ánimo o elogios.
1. Desde un punto de vista práctico, los pacientes deberán ser entrenados para
controlar sus deseos: escribir el deseo específico, anotar su intensidad y determinar
cuánto tarda el deseo en reducirse. Este procedimiento permite a los pacientes
distanciarse del deseo y, por tanto, controlarlo mejor.
2. Distracción —por ejemplo, participar en una actividad absorbente como conversar
286
con otra persona—: suele ayudar a reducir la obligatoriedad del deseo o la
necesidad.
3. Si retrasan su demanda en busca de una gratificación inmediata, los pacientes
serán conscientes de la importancia exagerada que otorgan a un deseo. Sus deseos
de afecto y reconocimiento son parecidos a los craving de drogas o alcohol.
Cuando una persona se frustra en su anhelo de afecto (o espera estar frustrada), por
ejemplo, puede cambiar esta ansia por un craving de alcohol o alguna droga. El
tipo de placer que le produce el agente químico se percibe como un sustituto del
placer deseado de la persona a la que se quiere.
SIGNIFICADO DEL ACONTECIMIENTO: MIEDOS ESCONDIDOS
Si se retrasa la expresión de ira o de impaciencia (mostrando la frustración), el
individuo tiene la oportunidad de llega a ser consciente de: a) la reacción cognitiva
inmediata ante un acontecimiento (p. ej., un miedo específico o una desilusión), y b) la
respuesta afectiva inmediata como ansiedad o tristeza. Por ejemplo, la mujer que
despotrica del marido por no llegar a casa cuando lo esperaba, tiene un cierto miedo
inicial, «puede que algo le haya ocurrido», y siente bastante ansiedad. Cuando al final
aparece, ella está enfadada con él por haberle «causado» dicha angustia antes que por
llegar tarde, aunque lo regañe por el retraso. En terapia, reconoció que el miedo inicial
estaba relacionado con su preocupación infantil de ser abandonada. Por tanto, la terapia
se centró en enfrentarse a su sensación de vulnerabilidad, que se había disparado por la
tardanza de su marido. En este caso, su hostilidad le sirvió para castigar a su marido por
hacerla sentir vulnerable y, al mismo tiempo, le dio algo de poder a ella.
Cuando ocurre un acontecimiento desagradable, los pacientes con PTF practican, y
simultáneamente evalúan, las consecuencias y buscan la responsabilidad o bien de ellos
mismos o de los otros (u ocasionalmente culpan a la simple mala suerte). Las
expectativas de resultados negativas no reflejan un procedimiento racional, reflexivo, de
pensar sino más bien se forman en gran medida por una tendencia a exagerar. Esta
tendencia puede tomar la forma de prever la posibilidad de consecuencias catastróficas o
bien de exagerar las pérdidas actuales. El catastrofismo se anuncia por medio de un
preludio como «¿Qué ocurriría si…?»; por ejemplo: «¿Qué ocurriría si no hubiera
evitado el error a tiempo?… Me hubiese costado una enorme cantidad de dinero». La
sensación de pérdida hace que la presunta disminución de algún recurso se considere
como una gran ventaja; por ejemplo: «Me está costando un tiempo valioso por culpa de
287
su ineficacia» o «Me veo obligado a gastar mi energía respondiendo a preguntas
estúpidas».
LA RESPONSABILIDAD
La atribución de responsabilidad se establece casi al mismo tiempo que la valoración
de la pérdida o la amenaza. El paciente determina que alguna otra persona es responsable
de dicha pérdida o amenaza. La reacción del paciente es fijar la responsabilidad en la
otra persona como causa de la frustración. La atribución de responsabilidad se evidencia
con expresiones (o pensamientos) como «Deberías haberlo conocido mejor» o «Nunca
prestas atención». Las palabras como deberías, no deberías, nunca y siempre suelen ser
expresiones frecuentes de atribución de responsabilidad y reprimenda simultánea.
Aún se puede discernir un proceso más sutil. Los acontecimientos nocivos
probablemente desencadenarán una sensación de indefensión en los pacientes con
tendencia a la PTF. Si estos pacientes pueden atribuir la responsabilidad a otro y a su vez
pueden reprochárselo, podrán recuperar en parte la sensación de poder perdido. Si se
insulta a otra persona, es como si el paciente estuviera diciendo: «No soy tan débil e
indefenso. Soy suficientemente fuerte como para castigarte a ti». Evidentemente, si
dichos pacientes perciben en sí mismos la causa del problema, se autocritican y se
sienten aún más indefensos.
CONTROL
El problema del control es muy pertinente en el tratamiento de los pacientes con
abuso de drogas ya que la terapia comprende, en esencia, el intento del terapeuta de que
el paciente controle su comportamiento. Este problema se exacerba en muchas
situaciones en las que los pacientes están sujetos a amenazas, coerciones y críticas por
otras personas con buena intención y que intentan que el paciente cumpla con la
abstinencia o al menos se contenga. Estos intentos por otras personas pueden producir un
resentimiento crónico en los pacientes con abuso de sustancias. Lo más significativo
desde un punto de vista terapéutico es el impacto de dichas intervenciones en la
autoestima del individuo. Probablemente responderán encubiertamente a la crítica con
un incremento de la sensación de ineficacia, incluso de desesperación, aislamiento y de
inutilidad, aunque, externamente, desvalorizarán a la otra persona.
Muchos de estos pacientes sentirán rabia hacia sus «atormentadores» e intentarán
recuperar su sensación de poder, contraatacándoles y, por tanto, aliviando su dolor. Otras
288
personas se inventarán mentiras elaboradas para disfrazar su consumo de drogas o la
bebida y para proteger su autoestima y no recibir aún más bofetadas. Por tanto, que el
terapeuta se enfrente a las mentiras del paciente supone un procedimiento delicado, ya
que decirle abiertamente que está fingiendo supondría una amenaza significativa a la
autoestima del paciente.
MANEJAR LA IRA CONTRA EL TERAPEUTA
Las situaciones en que una persona intenta influir en la conducta de otra persona,
supone una serie de problemas. Uno de los aspectos que debe tratar el terapeuta gira en
torno a la sensibilidad del paciente con abuso de drogas respecto a ser controlado. Tal y
como hemos indicado, la estrategia del paciente de encubrir sus deslices de cara a
protegerse de la crítica, puede suponer una maniobra defensiva importante. Como
consecuencia, las discusiones que se tengan sobre la bebida o las drogas que toma el
paciente, o bien sobre sus mentiras, activarán rápidamente la ira del paciente y sacudirán
la base de la confianza en la relación terapéutica. Por otro lado, si parece que el terapeuta
se «traga» las mentiras del paciente, aquél parecerá un «bobo» y no mantendrá la
confianza de éste.
Hay que animar a los pacientes para que expongan sus sentimientos de rabia contra el
terapeuta. Sin embargo, mientras que desahogar los sentimientos puede servir con
finalidades constructivas, hasta un determinado punto, el terapeuta debe estar preparado
para marcar bien los límites de la expresión de la ira, tal y como se ilustra a
continuación.
Me he dado cuenta de que estás muy enfadado conmigo y me gustaría que fueras libre para expresarlo aquí.
Pero antes de ir un poco más allá, es muy importante descubrir los factores que alimentan tu ira. Por ejemplo,
¿qué estabas pensando antes de que te enfadaras?
Normalmente la exploración de los pensamientos automáticos que preceden a la
aparición de la respuesta de enfado sirve como estímulo distractor y, a su vez, permite al
paciente adquirir cierta objetividad. Es más, al provocar los pensamientos automáticos,
el terapeuta puede comprender mejor los aspectos cognitivos del paciente que le
predisponen a la ira. Normalmente la ira es la consecuencia de una serie de pensamientos
automáticos asociados con los miedos secretos o con las dudas escondidas. Por ejemplo:
«Está intentando controlarme» y, por tanto, «No voy a ser capaz de hacer nada por mí
mismo» (miedo secreto), y así, «No puedo dejar que siga con esto», y a continuación
aparece la ira; o bien «Debo ser un cobarde para permitirle que me trate de esa forma»
289
(duda de sí mismo), por tanto, «No tiene ningún derecho a tratarme de esa forma», y
consecuentemente, acaba apareciendo la ira.
Sin embargo, esta estrategia terapéutica no es efectiva todo el tiempo y muchas veces
el terapeuta tiene que estar preparado para dejar pasar algunas expresiones de hostilidad,
hasta que la ira del paciente disminuya.
CONDUCTAS DE ABUSO Y CONTROL DE LA IRA
Los pacientes con un perfil de personalidad adictiva tienen muchas probabilidades de
afrontar dificultades en las relaciones de familia y se pueden ver involucrados en
conductas de abuso (Amaro y otros, 1990). Los distintos pasos para controlar la ira se
han descrito en el libro El amor nunca es suficiente (Beck, 1988). Brevemente, consisten
primero en ser capaz de reconocer los signos iniciales subjetivos de la ira, que
simplemente consistirán en sensaciones somáticas como rigidez en el pecho o bien falta
de flexibilidad en los músculos de las manos. Cuando un paciente experimenta estos
síntomas premonitorios, por ejemplo, entonces debe enlentecer su discurso y empezar a
examinar si está hablando de forma enojada. Si de hecho está realmente enfadado, debe
parar de hablar hasta que disminuya su ira. Si todavía está enfadado, debe dejar la
habitación (asumiendo que la interacción hostil se encuentra en su casa). Entonces, debe
mantenerse fuera durante un rato, aunque es esencial para los pacientes que tengan en
mente un destino al margen de las drogas (p. ej., la biblioteca pública).
El terapeuta debería explorar con el paciente varias clases de distracción. Cuando la
discusión sea más acalorada, el paciente tratará de distraerse pensando en una
experiencia placentera. Después de dejar la habitación, el paciente puede realizar algún
ejercicio físico o bien un ejercicio manual para «liberarse» de la ira. Para poder preparar
al paciente de modo que pueda utilizar estos métodos de autocontrol, el terapeuta debe
centrar la sesión terapéutica haciendo que el paciente practique dichas técnicas. Uno de
los métodos es hacer que recuerde con detalles vívidos una interacción disfuncional
reciente y, entonces, utilizando la imaginación, seguir en dicho escenario imaginándose
que emplea técnicas de autocontrol.
La inducción de imaginación también resulta útil para averiguar los pensamientos
automáticos individuales (véase el capítulo 10). Se insta al paciente a revivir un
encuentro hostil en la imaginación para indicar, con toda precisión, los pensamientos
automáticos asociados con el sentimiento de ira. Entonces se puede tratar con dicho
material utilizando la manera estándar de reenfocar respuestas razonables ante los
pensamientos automáticos.
290
El terapeuta puede también utilizar el role-playing para modelar técnicas de
autocontrol para el paciente. El paciente y el terapeuta simulan o recrean un encuentro
hostil que proporcionará al paciente una oportunidad para reconocer su ira, detectar
pensamientos automáticos y repasar respuestas racionales.
Se debe tener presente que una faceta importante de la tendencia a enfadarse de los
pacientes es su profundo sentido de desesperación e ineficacia en sus conflictos
interpersonales. A esta autoimagen defectuosa se añade la falta de habilidades para
resolver problemas sociales (Platt y Hermalin, 1989) y, frecuentemente, la falta de
asertividad. En su formulación de la dificultad del paciente, el terapeuta necesita dibujar
la siguiente secuencia:
«Estoy indefenso/soy incapaz», por tanto, «Soy vulnerable a ser insultado, controlado, etc.». Por tanto, «Se
aprovechan de mí» y, por tanto, «Tengo que protegerme mostrando ira y expresándola».
Los pacientes que tienen insight, frecuentemente desean aceptar esta formulación.
Entonces el rol del terapeuta consiste en reforzar la autoimagen de eficiencia, sin que
tenga que probarla expresando ira o abusando de otra persona. Formar un concepto
nuclear positivo no sólo incluye demostrar a los pacientes su capacidad potencial de
manejar los conflictos con otras personas, sino también negar sus propias creencias
disfuncionales; por ejemplo: «Si no soy capaz de hacer algo, esto quiere decir que soy
incapaz» o «Si alguien discute conmigo, significa que soy inferior». Además, el
terapeuta tiene que comunicar al paciente que «sentirse indefenso» no es una adecuada
representación de la realidad; las personas tienden a leer sus sentimientos como si fueran
pruebas. Pero uno puede «sentirse indefenso» y seguir actuando adecuadamente.
ENTRENAMIENTO EN ASERTIVIDAD Y RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS
Algunos pacientes se sienten provocados innecesariamente porque se muestran
inhibidos o les faltan habilidades sociales para poder presentar su propio punto de vista o
expresar sus propios intereses. Si no son capaces de ser asertivos de manera apropiada,
se sentirán molestos e indefensos y considerarán que los otros quieren controlarlos o
dominarlos. Estos pacientes suelen tener un problema concreto con las personas en torno
a la autoridad.
«Steve», que tenía una historia de dependencia del alcohol y la cocaína, trabajaba
como mecánico contratado en un garaje de automotor. Cuando el encargado les repartía
los trabajos a él y a los otros mecánicos, notó que a los otros mecánicos se les asignaban
los trabajos más caros. Aunque se había dado cuenta de que los otros eran más asertivos
291
que él a la hora de reclamar los trabajos más buenos, llegó a la conclusión de que estaba
siendo discriminado. Sin embargo, se sentía demasiado inhibido como para quejarse a su
encargado, a quien percibía como autoritario e insensible.
Un día se sintió particularmente frustrado porque se asignó a otro mecánico un
trabajo de envergadura que se había de realizar en un coche extranjero. Quería decirle
algo al encargado pero estaba demasiado inhibido. Así que al dejar el garaje, cada vez se
iba enfadando más. Pensó en ir a casa pero vio la imagen de sus niños peleándose y eso
aún le frustró más. Aunque anteriormente ya había decidido no beber más o no tomar
más droga, decidió parar en un bar y tomar una bebida para aliviar su enfado y
frustración. Después de tres o cuatro cervezas volvió a pensar en ir a su hogar, pero esta
vez tuvo visiones de su mujer regañándolo por llegar tarde y beber, así que cuando salió
del bar buscó a un amigo que le dio un porro de cocaína crack. Cuando al final llegó a
casa, estaba lleno de remordimientos por su recaída.
En la sesión, el terapeuta le señaló que su desliz no era una recaída completa y que
podía hacer algo más para superar ese enfado y el incremento de ira que sufría. Entonces
el terapeuta implicó a Steve en una serie de ejercicios para el entrenamiento en
asertividad (véanse Alberti y Emmons, 1974; Collner y Ross, 1978). Lo primero que
hizo fue modelar, para el paciente, cómo tenía que dirigirse al encargado y mostrar su
preocupación de manera razonable y directa. Entonces el terapeuta interpretó el papel del
encargado y Steve repasó los pasos, mostrados anteriormente, que tenía que seguir para
dirigirse a su encargado. Durante este repaso, Steve tuvo toda una serie de pensamientos
automáticos como «Pensará que soy problemático porque me quejo» o «Le parecerá que
estoy loco». (Éstos eran sus «miedos escondidos», que descubrió gracias al roleplaying.) El terapeuta discutió estos pensamientos disfuncionales después de que se
acabó el role-playing e intentó comunicarle que lo importante era ser capaz de expresar
quejas auténticas independientemente de si resultaban inmediatamente eficaces o no. Al
igual que otras personas parecían ser capaces de pedir cosas o quejarse sin que les
«humillaran», Steve obviamente también podría hacerlo. Finalmente, Steve estuvo de
acuerdo en que no iba a ser menos que los otros con respecto a las quejas.
El resultado fue que el encargado negó que tuviese favoritos y le dijo (probablemente
como una excusa) que había pensado que él prefería trabajar con coches americanos.
Más adelante, el encargado empezó a ofrecerle trabajos con coches extranjeros.
RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS Y ENTRENAMIENTO EN HABILIDADES
Los pacientes adictos tienen dificultades a la hora de solucionar problemas y, en
292
particular, aquellos que tratan con conflictos interpersonales (Platt y Hermalin, 1989),
por al menos dos razones. Primera, una situación problemática puede producir tanta
cantidad de rabia que son empujados a castigar (reprender, criticar) a la otra persona, con
lo cual, el problema, lejos de resolverse, se agrava. Segunda, debido a las pocas
habilidades que tienen para resolver problemas, el paciente se frustra rápidamente ante
una situación difícil y en consecuencia se pone furioso.
Es interesante señalar que los pacientes adictos no siempre muestran deficiencias en
sus habilidades. Muchos saben qué tienen que decir, en situaciones en las que no tienen
una fuerte implicación personal. También, deben saber cómo avisar a los otros para que
manejen sus situaciones difíciles. Sin embargo, cuando están implicados en una
situación difícil, sienten como si no pudieran, o no quisieran, intentar resolver el
problema de ninguna otra forma aparte de censurando a la otra persona.
Cuando los pacientes etiquetan la conducta de otra persona como una ofensa contra
ellos, es que han activado su tendencia a castigar. El remedio para ellos es apartarse de
los significados personalizados y tratar el problema de forma que les lleve a una
solución. «Bob», por ejemplo, se mostró enloquecido porque un oficinista de correos
negó tener un paquete que Bob sabía que había sido entregado a la dirección de correos
de su oficina. En vez de pensar en distintas alternativas acerca de dónde podía estar el
paquete, Bob empezó a chillar al oficinista. Éste se puso a la defensiva y tomó
represalias: «No puede hablarme de ese modo». Bob entonces respondió de manera
sarcástica y se marchó enojado. Estaba tan preocupado que se sintió inclinado a ir al bar
de al lado y tomar unas copas. Más tarde, supo que uno de sus colegas había recogido el
paquete y se lo había dado a la secretaria de Bob.
En la sesión de terapia, Bob se dio cuenta de que había «personalizado» el problema,
ya que pensó que las circunstancias iban en su contra. También tuvo un pensamiento
catastrófico: «Si no encuentro el paquete, perderé mi trabajo». Una vez se tomó la
situación de manera personal, actuó como si fuera a nivel de lucha interpersonal
(conflicto) en vez de un problema que se debe resolver mutuamente (cooperando).
Por tanto, se pueden prescribir los siguientes pasos para las situaciones en las que uno
está enfadado por una dificultad:
1. Apartarse de las interpretaciones personalizadas (ser humillado, ser discriminado
en contra de, y defraudado).
2. Intentar abordar el problema cooperando a pesar de la presencia de ira:
c. Definir el problema: el paquete «perdido» y la dificultad del oficinista en recordar
293
dónde podía estar.
d. Probar distintas explicaciones: preguntar al oficinista dónde se pudo extraviar.
Preguntar si alguno de los otros oficinistas lo había visto. ¿Podía haberlo recogido
alguien más?
Steve tenía un problema con sus hijos; cuando empezaban a pelearse se ponía furioso
y quería chillarles a los dos. Aplicando la regla de «definir el problema», descubrió que
uno de sus niños se burlaba continuamente del hermano menor. Entonces, Steve vio la
solución enseguida: dar una fuerte reprimenda al niño mayor para que dejara de burlarse.
Aunque esto parezca un asunto de poca importancia, está relacionado con un
problema de mayor envergadura, debido a la creencia interna de Steve: «Estoy indefenso
cuando hay un conflicto». Esta sensación de indefensión lo hacía reticente a ir a casa al
final de su trabajo, porque tenía miedo de las fricciones con su familia. Además, parte de
su programa de manejo de la ira consistió en aumentar su seguridad en sus habilidades
como padre.
TRATAR LA TENDENCIA A SER CATASTROFISTA
Los mecanismos subyacentes de la PTF se pueden acrecentar, como queda reflejado
en la siguiente entrevista con Steve.
TE: Dime más cosas acerca de por qué decidiste tomar cocaína el pasado jueves.
PT: Bien, llegué a casa y pregunté a mi mujer si había llevado a los niños al médico, tal
y como había prometido. Me dijo que realmente no estaban enfermos y, además, que
había estado demasiado ocupada aquel día.
TE: ¿Cómo te sentiste entonces?
PT: Me sentí enloquecer, pero me controlé y me fui de la habitación. Entonces decidí
tomarme una raya.
TE: ¿Qué pasó por tu mente cuando ella te dijo que no los había llevado al médico?
PT: Pensé: «Suponte que realmente estén enfermos. Retrasarse un día en llevarles podría
ser realmente serio para ellos».
TE: Mirándotelo ahora con cierta distancia, ¿sigues creyendo que era un problema serio?
PT: No, no estaban realmente enfermos, pero en ese momento parecía como si hubiesen
podido empeorar.
TE: Por tanto, ése es un ejemplo de lo que sabemos que es uno de tus hábitos, ser
catastrofista, como una especie de preocupación exagerada.
294
PT: Bien.
TE: Ahora, ¿qué sientes en tu cuerpo cuando tienes ese pensamiento?
PT: Siento debilidad.
TE: ¿Dónde?
PT: En especial, en los músculos.
TE: ¿Qué más?
PT: Siento una fuerte sensación en mi estómago.
TE: ¿Esa sensación de debilidad es como un sentimiento de indefensión?
PT: Bueno, realmente me encuentro indefenso todo el tiempo. De hecho le dije a mi
mujer que hiciera algo y no lo hizo.
TE: Por tanto, ahora parece que tengas una tendencia a ser catastrofista cuando alguien
no sigue tus instrucciones. Empiezas por sentirte débil e indefenso. Entonces
enloqueces y quieres castigar a la persona que crees que es responsable de que te haya
hecho sentir mal.
Es evidente que Steve tenía mucha más capacidad de introspección que otros
pacientes y era muy hábil a la hora de identificar sus pensamientos catastróficos y sus
sentimientos. Pero muchos, es decir la mayoría de pacientes, se pueden entrenar de la
misma forma que Steve, para reconocer y evaluar estos pensamientos automáticos.
Trastornos por ansiedad y abuso de sustancias
ANTECEDENTES
Los trastornos por ansiedad se encuentran entre los trastornos psiquiátricos más
comunes. Zung (1986), en una revisión de 739 pacientes, encontró que un 20 %
mostraban síntomas clínicos de ansiedad significativos. En el estudio «Epidemiologic
Catchment Area», Regier y sus colaboradores (Regier y otros, 1988; Regier y otros,
1990) informaron, por término medio, que la prevalencia de los trastornos de la ansiedad
entre la población en general es de un 14 %. En su estudio, esta tasa sólo es superada por
los trastornos por abusos de sustancias, con una tasa de prevalencia media del 16 %.
El DSM-III-R distingue en el Eje I entre siete trastornos de la ansiedad: trastorno de
pánico, agorafobia, fobia social, fobias simples, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno
por estrés postraumático y trastorno por ansiedad generalizada. En el Eje II, al menos
hay dos trastornos de la personalidad que se caracterizan por un nivel de ansiedad muy
295
elevado: el trastorno de la personalidad obsesivo-compulsivo y evitativo. Las personas
que tienen estos trastornos, si las comparamos con las personas que no tienen ansiedad
crónica, son más vulnerables a abusar de ciertas sustancias psicoactivas (p. ej., el
alcohol, las benzodiazepinas y la nicotina). Pueden tomar drogas como intento de
afrontar sus sentimientos de ansiedad (es decir, como «estrategias compensadoras»). De
hecho, numerosos estudios y revisiones sugieren una relación positiva significativa entre
los trastornos de la ansiedad y el abuso de sustancias (p. ej., Beeder y Millman, 1992;
Helzer y Pryzbeck, 1988; Hesselbrock, Meyer y Kenner, 1985; Hudson, 1990; Kranzler
y Liebowitz, 1988; Kushner, Sher y Beitman, 1990; LaBounty y otros, 1992; Linnoila,
1989; Mullaney y Trippett, 1979; Quitkin, Rifkin, Kaplan y Klein, 1972; Regier y otros,
1990; Ross y otros, 1988; Schuckit, 1985; Walfish y otros, 1990; Wilson, 1988).
De acuerdo con Kushner y otros (1990), la tasa estimada de problemas con el alcohol
en pacientes ansiosos va desde un 16 % hasta un 25 %. En los programas de tratamiento
del alcohol, la tasa estimada de pacientes con problemas de ansiedad coexistentes va
desde un 22,6 % hasta un 68,7%. En un análisis crítico de la literatura sobre este tema,
dichos autores concluyen que la coexistencia entre los problemas con el alcohol y la
ansiedad clínica no es una relación simple, unidireccional o causal. En su lugar, Kushner
y otros (1990) exponen:
Parece más probable que el alcohol tenga la capacidad para interactuar con la ansiedad clínica de manera
circular, generando una espiral ascendente tanto de la ansiedad como de los problemas con la bebida. Por
ejemplo, incrementar el consumo de alcohol, motivado por el alivio a corto plazo de la ansiedad (o la creencia
de que el alcohol puede aliviar la ansiedad), puede llevar a un incremento de la ansiedad relacionada con una
hiperexcitabilidad del sistema nervioso autónomo y a perturbaciones ambientales que induzcan ansiedad, que
a su vez llevarán a que se consuma más alcohol para aliviar los síntomas (pág. 692).
LA TERAPIA COGNITIVA DE LA ANSIEDAD
Un libro de texto sobre la terapia cognitiva de los trastornos de la ansiedad (Beck y
otros, 1985) enfatiza la importancia de los procesos de valoración de la misma. Una
situación tiende a desencadenar la ansiedad si el individuo se considera a sí mismo como
vulnerable ante un acontecimiento o situación amenazante (es decir, desagradable,
peligroso o dañino). Antes del inicio de los síntomas de ansiedad, la persona hace una
serie de valoraciones acerca de lo amenazante que puede ser un acontecimiento o
situación. La primera valoración comprende la evaluación inicial del riesgo. Por
ejemplo, como respuesta a un encuentro social, la persona con ansiedad social realizaría
la primera valoración «Voy a sentirme violento». Como respuesta al latido rápido de su
296
corazón, una persona con trastorno de pánico haría la primera valoración como «Voy a
tener un ataque de pánico».
Después de la primera, la persona realiza la «segunda valoración», seguida de toda
una serie de «revaloraciones». La segunda valoración comprende evaluar los recursos
que tiene una persona para enfrentarse con una situación o acontecimiento
potencialmente arriesgado. Éstos son algunos ejemplos de valoraciones secundarias
positivas que permiten a la persona afrontar adecuadamente una situación: «He sido
capaz de manejar situaciones como éstas previamente», «Mi corazón es fuerte», «Éstos
son mis amigos; no necesito preocuparme por ellos». Las revaloraciones comprenden
«probar la realidad» y calcular la proporción que existe entre el riesgo de la situación y
los recursos de que se disponen para afrontarla.
El núcleo central del proceso de ansiedad es la sensación crónica del individuo de
vulnerabilidad (es decir, incertidumbre e inseguridad). Los individuos ansiosos tienden a
tener creencias nucleares acerca de su propia indefensión, que se activan en situaciones
potencialmente amenazantes; es decir, su principal característica es que infraestiman su
habilidad para afrontar dicha amenaza.
Como consecuencia natural de este proceso de valoración, el paciente con un
trastorno de la ansiedad experimentará una intensificación de síntomas de ansiedad:
incremento del ritmo cardíaco, sudoración, menor volumen inspiratorio en la respiración
(es decir, síntomas psicológicos); incremento del miedo o del terror (es decir, síntomas
emocionales); un incremento de la rumiación o pensamiento obsesivo (es decir, síntomas
cognitivos). La persona adicta responderá ante estos síntomas tomando drogas
psicoactivas. Por ejemplo, una persona con fobia a volar utilizará el alcohol como
sedante para poder afrontar el vuelo que tiene que hacer. Un fóbico social puede tomar
cocaína para sentirse más seguro en una situación social. Una persona con un trastorno
por ansiedad generalizada puede fumar cigarrillos para poder relajarse (a pesar del hecho
de que fumar cigarrillos produce simultáneamente un incremento de activación
autonómica y de sedación).
TRATAMIENTO DEL ABUSO DE SUSTANCIAS CONCOMITANTE A LA ANSIEDAD
Conceptualización del caso
Un paso esencial en la terapia cognitiva del abuso de sustancias y ansiedad es la
conceptualización del caso. Como en el tratamiento de otros trastornos, el terapeuta
evalúa las respuestas típicas del paciente cognitivas, conductuales y emocionales
297
relevantes ante determinadas experiencias. El terapeuta explora estas respuestas en las
primeras experiencias vitales (p. ej., familiares, sociales, educacionales) para poder
comprender su desarrollo. Una conceptualización precisa del caso acaba facilitando la
selección de técnicas apropiadas.
Por ejemplo, «Rick» es un hombre casado de 38 años, contable, con una historia de
dependencia del alcohol y abuso de la cocaína, que empezó tratamiento debido a una
condena reciente por «conducir mientras estaba intoxicado». Explicó que había estado
bebiendo entre uno y seis packs de cerveza por noche durante varios años. Normalmente
bebía por la noche hasta que caía en redondo mientras miraba la televisión. Rick admitió
que tenía amnesias temporales, absentismo, resacas y mucha sensación de culpabilidad
en relación con su bebida.
En un esfuerzo por desarrollar una conceptualización del caso de Rick útil y precisa,
su terapeuta le preguntó acerca de su evolución actual, las situaciones problemáticas, su
historia evolutiva, sus creencias básicas y sus pensamientos automáticos típicos, así
como sus respuestas emocionales y conductuales ante estos pensamientos. El terapeuta
relacionó estos aspectos con el desarrollo y mantenimiento del hábito alcohólico de
Rick.
Rick se describió a sí mismo con un solitario. Declaró: «Me gustaría tener amigos
íntimos, pero me pongo muy nervioso con gente a mi alrededor. Me gustaría casarme
algún día, pero me pongo terriblemente tenso con las mujeres». Rick describió
específicamente los siguientes pensamientos: «No tengo nada inteligente que decir a las
personas», «Puedo parecer estúpido» y «Las personas, especialmente las mujeres, me
rechazarán». Cuando concertaba una cita con alguna mujer, Rick se tenía que
emborrachar para poder tolerar la ansiedad que le producía aquel acontecimiento.
Rick admitió que había tenido dos ataques de pánico antes de tener encuentros
sociales. Consideraba estos ataques de pánico como algo que reforzaba sus creencias
acerca de su extrema vulnerabilidad. De hecho, Rick sentía terror ante sus encuentros
sociales y expuso que su patrón de bebida tan exacerbado empezó cuando se le pidió que
llevara a cabo auditorías financieras a su compañía (que requerían contacto interpersonal
con numerosos ejecutivos y hombres de negocios). Explicó que su miedo al fracaso, a la
crítica y la ansiedad resultante que le producían esas auditorías, le parecían intolerables
hasta que empezó a beber.
Aunque se estaba automedicando con alcohol, los síntomas de ansiedad de Rick se
habían intensificado a medida que iba desarrollando tolerancia por esa sustancia. Se veía
a sí mismo cada vez más frágil y vulnerable, y hasta evitaba la mayoría de situaciones
298
sociales. Tal y como reflejaba su vida, empezó a sentirse cada vez más deprimido, lo
cual se manifestaba con creencias negativas globales como: «Soy totalmente inútil»,
«Soy un perdedor» o «No tengo esperanza alguna». Al final, Rick empezó a tomar
cocaína para afrontar su problema de aburrimiento, soledad y aislamiento. Su abuso de
cocaína, más adelante, reforzó sus creencias negativas globales (p. ej., «¡Ahora, soy
realmente un inútil!»).
Cuando se le preguntó por su historia evolutiva, su terapeuta supo que los padres de
Rick estaban «encerrados en sí mismos y eran poco emocionales en sus respuestas», y
sólo mostraban aprecio por él cuando sacaba muy buenas notas en la escuela. En
relación con la historia de alcoholismo de sus padres, Rick explicó que éstos eran
«fundamentalistas y que nunca bebieron ni una gota». Sus creencias acerca del alcohol
eran totalmente negativas, incluyendo «La bebida es el demonio» y «No beber alcohol es
la mejor bebida». Dichos mensajes de sus padres enseñaron a Rick a tener creencias
dicotómicas con respecto al alcohol. Por ejemplo, creía: «Si voy a empezar a beber de
todas formas, da lo mismo que llegue a emborracharme del todo». Como resultado de
sus pensamientos extremistas acerca del alcohol, Rick tuvo dificultad en beber
moderadamente.
La ansiedad, la soledad y el aislamiento que sufría Rick lo hicieron vulnerable al
consumo exagerado de alcohol y de cocaína. Respondía a sus síntomas con
pensamientos como: «¡Necesito una bebida o esnifar para poder soportar esto!», «¡Qué
diablos!» y «¿A quién le importa si tomo drogas o alcohol?». Estos pensamientos
generaban impulsos y craving ante los cuales Rick respondía con pensamientos
permisivos como: «¡Me lo merezco!» y «¡Además, realmente no importa!». Después de
darse permiso a sí mismo, se centraba en las estrategias instrumentales necesarias para
adquirir cerveza o cocaína. Esto hacía que siguiera bebiendo hasta que caía en redondo o
bien que consumiera cocaína hasta ponerse totalmente «ciego». La secuencia de
consumo de alcohol de Rick está ilustrada en la figura 15.1. Una secuencia que sería
similar a la de su abuso de cocaína.
299
Figura 15.1. Modelo de abuso del alcohol de Rick.
Educar al paciente acerca de la ansiedad y el abuso de sustancias
Aunque muchas personas ansiosas son conscientes, de alguna manera, de que sus
miedos son exagerados, no por ello dejan de temer que algo desagradable les pueda
ocurrir. En terapia cognitiva se educa al paciente con un método alternativo y más
objetivo para comprender sus problemas. Específicamente, el terapeuta enseña los
modelos de terapia cognitiva de la ansiedad y el abuso de sustancias al paciente, aunque
lo hace adaptándolos a la situación de cada paciente en particular.
Por ejemplo, a Rick se le enseñó que su ansiedad era el resultado de que se percibía a
sí mismo como débil o vulnerable. Más adelante, el terapeuta enseñó a Rick que sus
creencias relacionadas con las drogas, sus pensamientos automáticos y sus creencias
nucleares impulsaban su abuso de sustancias, más incluso que el ambiente o sus
circunstancias. Luego, el terapeuta, mostró a Rick que había muchas decisiones que le
podían servir para controlar su abuso de sustancias, como modificar las creencias que le
provocaban ansiedad, responder racionalmente a las creencias permisivas y encontrar
formas no relacionadas con las drogas de afrontar la ansiedad.
300
Técnicas de control de la ansiedad
Se utilizan numerosas técnicas en el tratamiento de la persona ansiosa que abusa de
sustancias. La elección de una técnica en particular depende de la presentación del
problema que haga el paciente en cada sesión, así como de la conceptualización general
del terapeuta del caso. La eficacia de las técnicas seleccionadas depende de varios
factores: la calidad de la relación terapéutica, la precisión de la conceptualización del
caso, la utilización apropiada del método socrático y la familiarización del paciente con
el modelo cognitivo.
En el método socrático, el terapeuta plantea cuestiones que guían al paciente a
conclusiones más realistas acerca de sí mismo, su mundo personal y su futuro. Por
ejemplo, Rick al inicio sostenía la creencia «Seré rechazado si permito que otras
personas vean lo ansioso que estoy». Al mismo tiempo, mantenía la creencia «Mis
errores son terribles». Utilizando el método socrático, el terapeuta planteó una serie de
cuestiones que condujeron a Rick a conclusiones más adaptativas:
TE: ¿Qué piensas cuando prevés un encuentro social futuro?
PT: Sé que me comportaré como un loco.
TE: ¿Qué quieres decir por «loco»?
PT: Quiero decir que me considero un idiota.
TE: ¿Cómo te ves a ti mismo haciendo el «idiota»?
PT: Me veo sin que tenga nada que decir.
TE: ¿Crees que todas las personas que callan en público están «locas» y que se
consideran a sí mismas como «idiotas»?
PT: Bueno, supongo que no.
TE: ¿Qué crees que pueden pensar otras personas cuando se encuentran con alguien
callado?
PT: Pueden pensar que la persona sólo está escuchando… o bien que solamente es
tímida.
TE: Cuando piensas en ti mismo como un «idiota» o un «loco», ¿cómo te sientes?
PT: Preocupado, nervioso, tenso, deprimido…
TE: Y cuando te ves a ti mismo como «meramente tímido», antes que loco o idiota,
¿cómo te sientes?
PT: Un poco mejor.
Antes de este diálogo, el paciente equiparaba «estar callado» o «timidez» con «estar
301
loco» o «ser idiota». Mediante el método socrático el terapeuta ayudó al paciente a
examinar objetivamente dicho supuesto no adaptativo.
Existen cinco puntos que ayudan a los pacientes a responder de manera racional a los
pensamientos ansiógenos que puedan estimular los craving y los impulsos por las drogas
(estas cuestiones se pueden aplicar a todos los pacientes a lo largo de todo el espectro
diagnóstico): 1. ¿Qué otras perspectivas puedo tener de esta situación? 2. ¿Qué
evidencias concretas o hechos pueden apoyar o refutar mis pensamientos automáticos? 3.
¿Qué es lo peor que me podría pasar en esta situación y cómo afectaría a mi vida en
dicho caso? 4. ¿Qué acción constructiva puedo hacer para manejar esta situación? 5.
¿Cuáles son los pros y los contras de que continúe teniendo pensamientos automáticos
negativos? Resumiremos a continuación las razones de cada una de estas cuestiones.
1. Otras perspectivas. Aquí, los pacientes que se caracterizan por ver las cosas bajo
una visión de túnel, son instados a ensanchar sus puntos de vista para darse cuenta de
que existen nuevas posibilidades. Una forma de facilitar este proceso es plantear las
siguientes cuestiones: «¿Podría haber ventajas en disfrazar las cosas? o ¿Podría ser esta
situación menos mala de lo que parece?». Este abordaje ayuda a los pacientes a pensar
de forma más divergente y, por tanto, les abre la mente a alternativas más constructivas.
2. Evidencias. Los pacientes necesitan aprender que sus opiniones no son sinónimos
necesarios de los hechos. Por tanto, los terapeutas les enseñan la importancia de buscar
información que pueda ser confirmada o no confirmada de manera objetiva. Los
terapeutas preguntan a sus pacientes por las evidencias que existen a favor o en contra
de sus pensamientos automáticos, ya que quieren que sus pacientes sean completamente
justos en sus evaluaciones, incluso aunque eso signifique encontrar evidencias que
apoyen sus pensamientos negativos. Una forma útil de comunicar la naturaleza de las
«evidencias» es decir: «Si no se puede probar en un juicio, no es suficientemente
objetiva como para contar como una evidencia».
3. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Ésta no es la típica pregunta retórica que las
personas a veces formulan sarcásticamente, cuando están minimizando sus problemas.
Ésta es una cuestión objetiva que insta al paciente a considerar el peor escenario posible
en que se pueda encontrar y a evaluar las implicaciones reales de esa circunstancia en su
vida. En general, esta cuestión sirve para desdramatizar muchas preocupaciones
extremas de los pacientes, ya que llegan a darse cuenta de que el peor de los escenarios
posible es realmente poco probable, y que pueden afrontar dicho resultado en cualquier
caso.
302
4. ¿Qué es lo que puedo hacer? Incluso si los pacientes encuentran que sus
pensamientos automáticos son corroborados, esto les ayuda a recordar que pueden
buscar activamente una solución al problema. Cuando se formulan esta cuestión, es más
probable que los pacientes utilicen procesos cognitivos superiores como la planificación
y la toma de decisiones, y que muestren menos probabilidad de recaer en el
catastrofismo.
5. Pros y contras de los pensamientos automáticos. Algunos pacientes parecen
ligados a sus formas disfuncionales de pensar. En dicho caso, es fácil preguntarles cuáles
son las ventajas (e inconvenientes) que tienen de dichos pensamientos negativistas. Esta
táctica desafía la resistencia del paciente en cuanto a las razones que tiene para mantener
sus puntos de vista, a pesar de lo contraproducentes que sean. Por ejemplo, nos hemos
encontrado con las siguientes «razones» de por qué los pacientes no desean renunciar a
sus pensamientos automáticos:
«No merezco pensar positivamente».
«Cada vez que tengo esperanzas de algo, me sorprende algún desastre.»
«Si pienso en lo peor, no me desanimaré cuando me ocurra.»
«Nadie me tomará en serio a menos que me preocupe.»
Comprender estas creencias ayuda al terapeuta a conceptualizar las creencias
nucleares del paciente y a establecer el rapport, y puede proporcionar una oportunidad
para ayudar a los pacientes a encontrar algunas ventajas para mejorar la calidad
adaptativa de su pensamiento.
En la figura 15.2 se presenta un ejemplo de Registro diario de pensamientos (RDP)
de Rick. Cualquiera de las cinco cuestiones resumidas previamente se puede utilizar de
manera efectiva con el formato del RDP, para producir respuestas racionales. No todas
las cuestiones son aptas —hay que señalar que el RDP de Rick parece tratar las
preguntas: «¿Qué otras alternativas puedo tomar?» y «¿Qué acción constructiva puedo
realizar?».
Instrucciones: Cuando notes que tu estado de ánimo está empeorando, pregúntate a ti mismo, «¿Qué está
pasando por mi cabeza en este momento? », y tan pronto como sea posible anota brevemente el pensamiento o
la imagen mental en la columna de Pensamiento(s) automático(s).
303
Algunas preguntas que ayudarán a formular respuestas racionales: 1. ¿Qué evidencias existen de que el
pensamiento automático sea verdadero? ¿No es verdadero? 2. ¿Hay alguna explicación alternativa? 3. ¿Qué es
lo peor que puede pasar? ¿Puedo vivir con ello? ¿Qué es lo mejor que puede pasar? ¿Cuál es el resultado más
realista? 4. ¿Qué debería hacer acerca de ello? 5. ¿Cuál es el efecto de creer en pensamientos automáticos?
¿Cuál puede ser el efecto de cambiar mi pensamiento? 6. Si__________(el nombre de mi amigo) estuviera en
mi situación y tuviera este pensamiento, ¿qué le diría yo a él?
Figura 15.2. Registro diario de pensamientos de Rick.
TÉCNICAS CONDUCTUALES
Las técnicas conductuales son especialmente útiles en el tratamiento de los trastornos
de ansiedad. La relajación y el entrenamiento en asertividad (Alberti y Emmons, 1974;
Collner y Ross, 1978), por ejemplo, proporcionan a la persona habilidades conductuales
para afrontar situaciones potencialmente estresantes. Las habilidades de relajación
comprenden la relajación sistemática y progresiva de varios grupos musculares
(Bernstein y Borkovec, 1973) y respiración controlada (Clark, Salkovskis y Chalkley,
1985), que permite al individuo estar físicamente más confortable en los momentos de
estrés fisiológico. El entrenamiento en asertividad comprende aprender directamente a
expresarse y comunicarse de manera adaptativa. Como resultado del incremento de
habilidades, las personas desarrollan más sensación de competencia. El aprendizaje de
las habilidades conductuales se puede facilitar utilizando el repaso encubierto
(imaginación) y la práctica externa y observable (role playing, experimentos
conductuales).
Por ejemplo, el terapeuta de Rick determinó que era especialmente vulnerable a los
304
sentimientos de ineficacia y rechazo en las situaciones sociales. En especial, las
situaciones sociales tendían a activar las creencias nucleares de Rick acerca de su
vulnerabilidad, que a su vez, activaban su sistema nervioso autónomo. Sus síntomas de
ansiedad (transpiración, taquicardia, etc.) se intensificaban y derivaban en ataques de
pánico, en los que él se automedicaba con alcohol. Para compensar sus sensaciones de
vulnerabilidad, ocasionalmente, Rick utilizaba cocaína. Al final, Rick encontró que tenía
muchos problemas para controlar su uso de cocaína, que a su vez exacerbaba sus
sentimientos de vulnerabilidad.
Para tratar de manera efectiva los problemas de ansiedad de Rick relacionados con su
abuso de sustancias, su terapeuta empezó con la relajación muscular progresiva y los
ejercicios de respiración controlada. Dichos ejercicios prepararon a Rick para manejar el
impulso fisiológico asociado con los ataques de pánico. Después de que Rick
consiguiera dominar la relajación, su terapeuta le pidió que imaginara una serie de
situaciones sociales amenazantes. Cuando se activaba fisiológicamente al pensar en
dichas situaciones, Rick practicaba la relajación para disminuir su impulso autonómico.
Al final, Rick empezó a modificar su pensamiento, desde: «No puedo manejar mi
ansiedad» a «Al menos, puedo calmarme para evitar tener un ataque de pánico». El
terapeuta de Rick también le procuró un entrenamiento en asertividad para proporcionar
las habilidades de comunicación esenciales.
Resumen
La ira exagerada o innecesaria se cobra su peaje no sólo en las otras personas, sino
también en quien la está experimentando. Las personas con abuso de sustancias tienen
tendencia a expresar sus impulsos hostiles, cuando se encuentran bajo la influencia de las
drogas o el alcohol. Aunque tienen una tendencia concreta a consumir droga o bebida
para atenuar la tensión asociada con la ira, su uso de sustancias puede, paradójicamente,
incrementar la probabilidad de conducta hostil. Gran parte de la ira generada es el
resultado del significado simbólico añadido al acontecimiento que la provoca,
específicamente, la noción de «Me han agraviado».
Las personas adictas con poca tolerancia ante la frustración (PTF) son hipersensibles
al bloqueo de sus deseos o acciones y, consecuentemente, tienen tendencia a
experimentar una ira excesiva o inapropiada. Suelen tener creencias subyacentes como
«Si no puedo conseguir [o haced lo que quiero ahora mismo, nunca lo conseguiré» o
«Los demás se equivocan al rechazarme o meterse en mi camino». Derivadas de las otras
305
dos creencias, surge ésta: «Las personas se equivocan y deben ser castigadas por
impedirme el paso». Cuando esta creencia se activa provoca la ira. Los pacientes con
PTF se perciben a sí mismos como débiles o indefensos. La ira que tienen les ayuda a
restaurar una sensación de control y poder mediante el castigo a otras personas.
Independientemente de que expresen o no sus impulsos para castigar, la ira los deja más
o menos bloqueados, lo cual les conduce a consumir drogas o alcohol.
Además, los correlatos fisiológicos, cognitivos, afectivos y conductuales de la
ansiedad pueden poner a la persona en una situación de riesgo en cuanto al abuso de
sustancias. Hemos presentado algunos métodos para conceptualizar la PTF y las
personas ansiosas que abusan de sustancias, así como algunos métodos para intervenir
con personas que responden abusando de sustancias ante la PTF y/o la ansiedad.
306
CAPÍTULO 16
TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD
CONCOMITANTES
El término de «diagnóstico doble» se ha utilizado ampliamente para referirse a la
coexistencia del abuso de sustancias y otros trastornos psiquiátricos (Brown y otros,
1989; Evans y Sullivan, 1990; O’Connell, 1990).
En los capítulos 14 y 15 hemos estudiado la naturaleza dual del abuso de sustancias y
los síndromes psiquiátricos graves (p. ej., depresión y ansiedad). En este capítulo nos
centraremos en el tratamiento de los pacientes con diagnóstico doble, que comprende
abuso de sustancias y trastornos de la personalidad concomitantes.
Los trastornos de la personalidad (representados en el Eje II del sistema de
clasificación DSM-III-R) (American Psychiatric Association, 1987) comprenden
patrones cognitivos, afectivos y conductuales, duraderos, que se caracterizan por ser
rígidos, poco adaptables y que se resisten a ser modificados.
Varios estudios han confirmado la alta tasa de prevalencia de los trastornos de la
personalidad entre las personas con abuso de sustancias. Regier y otros (1990), en un
estudio importante de comorbilidad, informó de datos de más de 20.000 casos (en el
estudio «Epidemiotogic Catchment Area», financiado por los Institutos Nacionales de
Salud Mental en Estados Unidos). Estos investigadores encontraron que de los casos con
problemas de alcoholismo (abuso o dependencia), un 14 % reunía los criterios de
diagnóstico de trastorno de la personalidad antisocial (TPAS). También se encontró este
mismo diagnóstico de TPAS entre las personas que abusaban de la marihuana (15 %),
cocaína (43 %), opiáceos (37 %), barbitúricos (30 %), anfetaminas (25 %) y
alucinógenos (29 %). De acuerdo con estas distribuciones, muchos investigadores
reconocieron que existía una relación intensa entre el TPAS y el abuso de sustancias (p.
ej., Grande, Wolf, Schubert, Patterson y Brocco, 1984; Helzer y Pryzbek, 1988;
Hesselbrock, Hesselbrock y Stabenau, 1985; Hesselbrock, Meyer y Kenner, 1985;
Lewis, Robins y Rice, 1985; Penick y otros, 1984; Ross y otros, 1988;
Schuckit, 1985; Stabenau, 1984; Wolf y otros, 1988). La estimación de la prevalencia
media del trastorno TPAS en las personas con abuso de sustancias varía entre un 20 % y
307
un 50 %. La alta prevalencia puede ser explicada, en cierta medida, por el hecho de que
el abuso de sustancias es uno de los criterios para el diagnóstico del TPAS.
Varios estudios concluyen que un rango muy amplio de trastornos de la personalidad
coexiste con el abuso de sustancias. Por ejemplo, Khantzian y Treece (1985) estudiaron
133 adictos a los opiáceos y encontraron que un 65 % reunía los criterios para al menos
un trastorno de la personalidad coexistente. Estos investigadores expusieron que
«virtualmente casi todo el rango de los trastornos de la personalidad estaba representado
en dicha muestra» (pág. 1071). Drake y Vaillant (1985) evaluaron 369 hombres de
mediana edad, seguidos en un estudio longitudinal. De entre aquellos que habían sido
dependientes del alcohol, un 37 % tenían trastornos de la personalidad concomitantes.
El trastorno de la personalidad borderline o límite (TPB) se suele asociar
frecuentemente con el abuso de drogas (Koenigsberg, Kaplan, Gilmore y Cooper, 1989;
Nace, Saxon y Shore, 1983; Zanarini, Gunderson y Frankenburg, 1989). Estos autores
informaron sistemáticamente que entre los alcohólicos y personas con abuso de
sustancias, el TPB va situado detrás del TPAS, como trastorno de personalidad
concomitante.
Beck y otros (1990) han aplicado la terapia cognitiva al tratamiento de los trastornos
de la personalidad. Estos autores describen que dichos pacientes, «frecuentemente,
suelen ser los casos más difíciles para el clínico» (pág. 5). Los pacientes con trastorno de
la personalidad suelen compartir alguna de estas características que los convierten
realmente en un reto para su tratamiento:
1. Sus síntomas más crónicos son egosintónicos; es decir, los pacientes no perciben
que haya nada que esté «mal» en su personalidad. Aunque vengan al tratamiento a
recibir ayuda por su depresión o ansiedad, raramente buscan ayuda para problemas
como su egoísmo, evitación de las responsabilidades, mentiras, falta de empatía por
los otros, falta de conciencia, tendencia a ser violentos, manipulación interpersonal,
desafío de la autoridad y otros aspectos crónicos de su carácter que reflejan
trastornos frecuentes del Eje II.
2. Sus conductas y actitudes son típicamente nocivas para los otros. Aunque estos
pacientes pueden sentir que tienen dolor emocional es frecuente encontrar,
también, que causan a otros gran cantidad de infortunios. Por ejemplo, un paciente
se lamentaba del hecho de que su mujer no le respetaba, pero convenientemente
dejaba de mencionar que él robaba dinero a su mujer, la pegaba y la engañaba.
3. Los pacientes son extremadamente resistentes al cambio. Aunque puedan entrar en
308
terapia con la esperanza de obtener un alivio a su sufrimiento psicológico, no
suelen querer contemplar de manera objetiva sus propios fallos, ni quieren alterar
sus conductas o actitudes poco adaptativas. Por ejemplo, un paciente que esperaba
de manera implícita que el terapeuta le ofreciera una «pastilla mágica» para que se
sintiera mejor, se burlaba de la idea de tratar directamente de los problemas que
tenía en el trabajo o en su hogar.
4. Los pacientes con trastornos de la personalidad tienen dificultad en imaginarse a sí
mismos siendo de otra forma. Cuando los terapeutas tratan de provocar su
cooperación a la hora de hacer cambios significativos en su vida, los pacientes
suelen responder diciendo: «Pero así es como yo soy. No puedo cambiar», o
«Siempre he sido de esta forma. ¿Cómo puedo ser de forma distinta?, o bien, Si
tratas de cambiarme, dejaré de existir». Para estos pacientes, sus problemas suelen
ser sinónimos de su identidad. Por tanto, se resisten a cambiar, mientras que
incondicionalmente se defienden de su aniquilación personal.
Cuando un paciente con trastorno de la personalidad abusa de las drogas, su patrón de
consumo resulta más rígido y compulsivo. Una vez ha empezado a tomar drogas, el
paciente con trastorno de la personalidad tiene más probabilidad de continuar
tomándolas hasta que se convierta en una adicción hecha y derecha. Por ejemplo, el
paciente con trastorno de la personalidad evitativo que no puede tolerar el malestar
emocional, notará un alivio temporal de sus pensamientos preocupantes acerca de su
vida, mediante el consumo de cocaína crack. Como resultado, este paciente escogerá
continuar tomando (y al final abusando de) las drogas como el método preferido para
evitar tener que enfrentarse con sus problemas.
Es más, el paciente que sufre de un trastorno de personalidad concomitante tendrá
más riesgo de recaída después de un período de tiempo de abstinencia. Como ejemplo,
hemos visto a un paciente con trastorno borderline recaer en el consumo de las drogas,
como forma deliberada de autodestrucción y manipulación interpersonal en respuesta a
las discusiones con su amante. Otro paciente, una mujer a la que se le diagnosticó
trastorno de la personalidad dependiente, creía que no sería capaz de sobrevivir a menos
que tuviera un hombre en su vida. Como consecuencia, deseaba encontrar a un hombre a
toda costa, incluso aunque él mismo fuera una persona que abusara de sustancias. Cada
vez que se implicaba en una nueva relación, subyugaba sus necesidades a las suyas, y lo
acompañaba en su consumo de droga. Por tanto, sabiéndolo y de manera voluntaria,
309
recaía de nuevo en el consumo de drogas, incluso después de haber luchado tan fuerte en
la terapia para conseguir la abstinencia.
Otra ramificación de los trastornos de la personalidad es su capacidad para cooperar y
colaborar con el terapeuta (Carey, 1991). Una persona con abuso de sustancias que no
sufra de trastorno de la personalidad puede ser un paciente amable y serio con el que
seguir en las sesiones después de que ha conseguido dejar las drogas por un tiempo. En
cambio, hemos visto pacientes que parecía que se mantenían al margen de las drogas con
éxito, pero con los que teníamos muchos problemas para tratarlos debido a sus trastornos
de la personalidad. Por ejemplo, «Ken» era un paciente derivado por el agente de la
condicional al que también se le había diagnosticado un trastorno de la personalidad
paranoico y pasivo-agresivo. En cada sesión terapéutica, inflexiblemente, insistía en que
había mantenido su abstinencia de las drogas de manera continuada y, por tanto,
concluía que su participación en el tratamiento era «una pérdida de tiempo idiota».
Cuando el terapeuta intentó implicar a Ken en diálogos productivos acerca del
tratamiento de los estresores vitales generales y el mantenimiento del estado de
sobriedad, empezó a ser reticente y a proyectar un aire de suspicacia. Por ahora, este
paciente se mantiene al margen de las drogas aunque no está implicado en un tratamiento
de manera óptima. Por tanto, hay que ser cauteloso acerca de su pronóstico a largo plazo.
Con esto no queremos decir que el tratamiento de los pacientes con abuso de
sustancias y trastornos concomitantes del Eje II sea una tarea imposible, ni tampoco
queremos decir que la terapia con pacientes con abuso de sustancias sin trastornos de la
personalidad sea muy fácil. Obviamente, la verdad es menos dicotómica y más compleja.
Sin embargo, es importante que el terapeuta haga un diagnóstico exhaustivo de cada
paciente con abuso de sustancias, de manera que podamos prever las dificultades
asociadas con el tratamiento de los trastornos de la personalidad. Los planes de
tratamiento que se dirigen tanto al problema del abuso de sustancias como a los aspectos
caracterológicos de los pacientes, serán mejores para poder mantener a dichos pacientes
en el tratamiento, y para prepararlos para el automantenimiento, una vez que las sesiones
regulares de terapia hayan finalizado (N. S. Miller, 1991).
Evaluación
Los trastornos de la personalidad se han descrito de varias formas. Una de las
fórmulas simples que los clínicos han seguido a lo largo de los años, afirma que los
pacientes que tienen un trastorno de la personalidad causan mucho o más dolor a los
310
otros en sus vidas, que lo que sufren ellos mismos (Cummings, 1993). Ejemplo evidente
de esto son los pacientes con trastornos narcisistas, que están tan absorbidos ciegamente
en sí mismos que prácticamente olvidan el bienestar físico o emocional del esposo o de
sus hijos. Igual ocurre con el paciente con TPAS, que lo pasa «estupendamente»
mientras miente, confabula y se burla de los otros para conseguir sus objetivos. Otro
ejemplo es el trastorno de personalidad borderline, la labilidad del cual, su
autodestrucción impulsiva y sus excesivas demandas interpersonales, causan mucha
consternación a las demás personas significativas y a sus terapeutas.
Sin embargo, si sólo utilizáramos esta regla, podría parecer que muchos pacientes con
abuso de sustancias tienen también trastornos de la personalidad (Carey, 1991). Cuando
los pacientes se encuentran en medio del abuso de sustancias adictivas de manera
compulsiva, no son infrecuentes las siguientes conductas desadaptativas: a) robar a los
miembros de la familia, amigos o extraños para conseguir dinero para una necesidad
desesperada de comprar y consumir droga (síntomas del TPAS); b) mentir
sistemáticamente para poder esconder sus pasos como adicto a las drogas (síntoma del
TPAS); c) casi siempre se da un recelo infundado como efecto secundario del consumo
excesivo de cocaína y/o anfetaminas (síntomas del trastorno de la personalidad
paranoico); d) rabietas de ira y violencia hacia uno mismo y los otros debido a la
sobredosis o a los síntomas de abstinencia (síntomas de los trastornos de personalidad
borderline, paranoide y antisocial); e) evitación de actividades sociales y caer en
consumo de droga solitario (síntoma del trastorno de personalidad esquizoide); f)
progresivamente se incrementa el que la persona se centre cada vez en sí misma,
ignorando del todo las responsabilidades para con los demás (síntomas del trastorno de
la personalidad narcisista), así como de otras muchas conductas. Tal y como podemos
ver, los problemas particulares que acompañan al trastorno por abuso de sustancias del
Eje I se suelen parecer mucho sospechosamente y se deben distinguir de los trastornos
del Eje II (véase Gawin y Kleber, 1988).
Para poder clarificar la evaluación debemos seguir los criterios del DSM-III-R y los
cuestionarios de diagnóstico basados en el DSM-III-R, como la Entrevista clínica
semiestructurada del DSM-III-R (SCID: Spitzer y otros, 1987). Siguiendo esta entrevista
se insta a examinar los rasgos de personalidad duraderos que existen y persisten
independientemente del diagnóstico del Eje I. En este caso, la pregunta vendría a ser:
¿Qué rasgos de personalidad caracterizaban la vida de esta persona antes que empezara a
abusar de las drogas? Esta pregunta es muy útil cuando el problema de abuso de
sustancias tiene un inicio adulto y, por tanto, existe una larga historia premórbida.
311
Otra fuente de información útil proviene de las anteriores experiencias de tratamiento
del paciente. Es especialmente interesante y enriquecedor leer las notas e informes de los
terapeutas anteriores que han tratado al paciente, así como preguntar a los mismos
pacientes cuál había sido el fruto (y resultados) de las anteriores terapias en el pasado.
Dicha información puede proporcionar luz respecto al nivel de cronicidad de los
problemas del paciente con las drogas, «cambios» en la personalidad a lo largo del
tiempo como resultado del consumo de drogas y pistas sobre el tipo de intervenciones
que son útiles o las que no son beneficiosas.
Otra pregunta útil es: «¿Qué rasgos de personalidad están presentes durante largos
períodos de tiempo de abstinencia, entre los episodios de consumo de drogas?». Una
pregunta de este tipo es importante cuando lo habitual es la abstinencia, aunque con
deslices problemáticos para tomar drogas.
Una interpretación simple del DSM-III-R sugiere que un trastorno del Eje II
concomitante es menos probable que esté presente cuando las creencias y conductas
disfuncionales no preceden el inicio del trastorno por abuso de sustancias y cuando
disminuyen o desaparecen durante los períodos de prolongada abstinencia. El paciente
que no tiene un trastorno del Eje II se puede identificar como una persona que parece
como si «cambiara su personalidad» espectacularmente cuando se encuentra bajo la
influencia de las drogas psicoactivas o los craving e impulsos asociados con su abuso.
Este tipo de paciente parecerá muy de acuerdo con el régimen de tratamiento y se puede
relacionar con el terapeuta de manera amistosa y cooperativa cuando está limpio y
sobrio. El mismo paciente, cuando reanuda el consumo de droga, puede faltar a las citas
con el terapeuta, perderse de vista o bien evitar o no tener consideración por el terapeuta,
ya que seguramente estará involucrado en actividades que parecerán que no son «propias
de su carácter».
Por ejemplo, una de nuestros pacientes se había autodemostrado que era una persona
consciente, trabajadora, en la que se podía confiar, cuando se mantenía al margen de las
drogas durante algún tiempo. Desafortunadamente, cuando sufría una recaída volvía a
delinquir robando para conseguir dinero para la droga. Los delitos no eran maliciosos
sino más bien asuntos expedientables —la paciente cambiaba sus valores y prioridades
totalmente cuando estaba bajo la influencia de las drogas— (véase Woody, Urschel y
Alterman, 1992). La familia y los amigos (así como el terapeuta) se quedaban perplejos
cuando estos hechos salían a la luz.
Basándose en el conocimiento de sus delitos (robos), y las subsiguientes mentiras
para encubrirlos, esta paciente podía haber sido etiquetada incorrectamente con trastorno
312
de personalidad antisocial. Realmente, no reunía todos los criterios del DSM-III-R para
ninguno de los trastornos del Eje II. Cuando se abstenía de tomar drogas, sus creencias
más poco adaptativas eran las depresógenas, aunque no eran indicativas de problemas
caracterológicos duraderos. Como ejemplo, creía que «Nunca seré capaz de encontrar un
empleo en el que confíen en mí para ocupar de nuevo un puesto de responsabilidad» y
«Algo parece que me haga retroceder justamente cuando creo que estoy de nuevo en
forma».
Por otro lado, cuando estaba tomando drogas activamente, las creencias de esta
paciente eran incluso mucho más problemáticas (es decir, más parecidas a las que
exponen los pacientes del Eje II; véase Beck y otros, 1990), como «Como tengo que
hacer lo que tengo que hacer, no importa lo que me digan» (parecido a las creencias
mantenidas por los TPAS y los pacientes pasivo-agresivos), y «Tengo que tomar drogas
porque no puedo soportar afrontar la vida simplemente con mi estado de ánimo»
(parecido a las creencias expuestas por el trastorno de personalidad evitativo).
Después de finalizar con éxito un programa de desintoxicación interno en un hospital
local, esta paciente volvió a terapia cognitiva. No volvió a dar crédito a las creencias que
había mantenido durante sus episodios de recaída y, de nuevo, fue una paciente
comprometida y activa. Sin embargo, las creencias depresivas persistieron y pasaron a
ser aspectos que había que tratar en las sesiones de terapia, al mismo tiempo que la
prevención de las recaídas en las drogas.
En otros casos no es necesario que los pacientes se encuentren en una fase activa de
uso de drogas para que evidencien creencias y conductas disfuncionales que indiquen
que son pacientes con trastorno de personalidad. Por ejemplo, cuando «Lee» estaba en
las primeras sesiones de evaluación, admitió que había estado abusando de las
anfetaminas y resaltó toda una miríada de problemas vitales. Cuando se le preguntó por
qué el consumo de droga la había conducido a todos esos dilemas, rápidamente corrigió
a su terapeuta diciendo: «El speed no ha causado todos mis problemas. ¡Puedo meterme
en cualquier problema, incluso si no estoy colocado, créeme!». En este caso, el abuso de
sustancias coexistía con una serie de trastornos de la personalidad, que hubieran
complicado el tratamiento por abuso de sustancias y hubiesen requerido atención por sí
mismos.
Para identificar la presencia de trastornos de la personalidad en los pacientes con
abuso de sustancias, se requiere de una evaluación cuidadosa de las creencias y los
patrones de conductas del paciente cuando se encuentra libre de las drogas, y
compararlos con las creencias y conductas que son activadas por las sustancias
313
psicoactivas. Una regla intuitiva que hay que seguir sería que las similitudes entre las
creencias y las acciones cuando se está tomando drogas y cuando se está libre de su
influencia, sugieren una alta probabilidad de que existe un trastorno del Eje II, mientras
que divergencias marcadas entre las mismas permiten tener esperanzas de que los
aspectos más nocivos de la actuación del paciente desaparecerán, si se controla el abuso
de sustancias. Por ejemplo, un paciente que mantiene la creencia de que nunca sigue las
reglas de nadie sino solamente las suyas propias, y expone este punto de vista
independientemente de si está afectado por las drogas o no, es probable que demuestre
rasgos de personalidad antisocial que podrían complicar el tratamiento incluso si está
libre de las drogas. Al contrario, un paciente que piense sinceramente que es importante
ser una persona honesta, responsable y cooperativa, hasta que se somete a los impulsos
de tomar cocaína crack y adopta la actitud de «No me importa nada ni nadie», tiene más
probabilidad de realizar avances significativos en todos los aspectos de su vida si
consigue superar su adicción.
Desafortunadamente, este proceso de evaluación se complica con una serie de
dificultades. Primero, el método más apropiado para evaluar las creencias y las
conductas cuando se está tomando droga, no resulta fácil. Ya hemos señalado antes en el
capítulo 12 que las cogniciones «calientes» del paciente son muy importantes y
relevantes para la evaluación y el tratamiento, y que dichos pensamientos basados en
emociones son muy accesibles bajo aquellas condiciones que simulan ante todo los
problemas cruciales en cuestión. En el caso de un paciente que sufre un trastorno como
el del pánico, es bastante seguro y efectivo crear situaciones terapéuticas artificiales que
eliciten ataques de pánico en una sesión, que permitan al paciente y al terapeuta tener
acceso a dichas cogniciones calientes.
Sin embargo, en el caso del paciente con abuso de sustancias, nunca es aconsejable ni
ético animarlo a que se implique en la búsqueda de droga para poder tener acceso a sus
cogniciones clave. En su lugar, deberíamos utilizar métodos más indirectos. Uno de los
métodos comprende que los pacientes confíen en el recuerdo libre para tener acceso a
aquello en que creían y en lo que hacían cuando se encontraban en la etapa activa de su
adicción. Esta técnica es simple y segura, aunque puede estar sujeta a determinadas
imprecisiones, debido a las distorsiones de la memoria de los pacientes y a sus
confabulaciones deliberadas.
Otro método comprende obtener información de otras fuentes más objetivas, como
los informes verbales de miembros de la familia y los informes escritos de anteriores
terapeutas y agentes de la ley. Aunque estos datos ayudan al terapeuta a discernir las
314
acciones poco adaptativas del paciente que toma drogas, no le facilitan que adquiera
conocimiento o comprenda las experiencias subjetivas fenomenológicas de aquél
mientras se encontraba bajo la influencia de las drogas.
Hemos encontrado que los dos abordajes explicados son mucho más informativos
cuando se combinan con informes clínicos que se obtienen mediante ejercicios
imaginarios provocados, como cuando el paciente cierra sus ojos e imagina la casa en
donde utilizaban crack. Estos ejercicios, descritos anteriormente en el capítulo 10,
proporcionan a los pacientes aquellos estímulos encubiertos que, probablemente,
producirán una experiencia razonable de sus cogniciones calientes. Estas técnicas,
recuerdo libre, informes conductuales de terceros y ejercicios de imaginación en las
sesiones, se combinan para ayudar al terapeuta a que evalúe las creencias y conductas del
paciente cuando está bajo la influencia de las drogas. Una vez se obtiene dicha
información, lo más importante es que el terapeuta pueda separar aquellos aspectos del
funcionamiento del paciente que forman parte de una característica de la personalidad
sistemática, de aquellos que están relacionados con la droga per se.
Sin embargo, todavía hay más problemas de diagnóstico. Por ejemplo, cuando un
paciente de 35 años con abuso de sustancias señaló que había tomado drogas duras como
la cocaína desde la edad de 15 años, el terapeuta debería considerar las creencias y las
conductas del paciente como una parte importante de sus características de personalidad.
En este caso, no parece que haya ninguna persona (incluido el paciente) que pueda saber
cómo actúa el paciente si no toma drogas. En dichos casos, la línea de separación entre el
Eje I y el Eje II se difumina, y la terapia debe comprender la enseñanza y adquisición de
formas adaptativas fundamentales, para que el paciente pueda contemplarse a sí mismo,
al mundo y al futuro, prácticamente como si comenzara de nuevo.
Otro problema consiste en distinguir los aspectos de la personalidad de los aspectos
relacionados con el abuso de sustancias, implicados en las complicaciones médicas del
abuso de drogas a largo plazo. Específicamente, es probable que la utilización a largo
plazo y prolongada de las drogas acabe causando un deterioro progresivo del sistema
nervioso central (Karan y otros, 1991; Nace e Isbell, 1991; O’Connor y otros, 1992). A
medida que pasa el tiempo, algunos cambios de la personalidad se pueden producir como
resultado del abuso de las drogas, ya que incluso después de dejar de tomarlas
permanecen residuales como una disfunción caracterial. Por ejemplo, uno de nuestros
pacientes acabó con su hábito, que se remontaba a 20 años, de consumo diario de
marihuana, después de que su mujer le amenazara con dejarlo. Aunque el paciente
consiguió superar el síndrome de abstinencia y dejarlo, estaba consternado porque
315
empezó a sentirse completamente despersonalizado, hasta el punto de que no era capaz
de centrar su atención en nadie más que en él mismo y en sus sentimientos. En cierto
sentido, los postefectos del consumo de marihuana parecían ser un estilo de personalidad
narcisista-esquizoide. Este problema, por su gravedad, concomitantemente a su ansiedad,
pasó a ser el principal foco de atención de la terapia a lo largo de los seis meses
siguientes. No es necesario decir que existía una lucha concomitante para frenarlo en su
tendencia a volver al consumo regular de marihuana.
Resumiendo, es difícil separar los síntomas de abuso de sustancias de los trastornos o
aspectos relacionados con la personalidad, existentes desde hace mucho tiempo. Nuestra
experiencia nos ha enseñado que la mayoría de los casos de abuso de sustancias
necesitarán algún tipo de atención terapéutica relacionada con los trastornos del Eje II,
ya sea como causa que contribuye o como consecuencia del abuso problemático de las
drogas. El mejor barómetro para la presencia concomitante de trastornos de la
personalidad es la evaluación de las creencias de los pacientes acerca de las drogas,
acerca de uno mismo, del mundo personal y del futuro (la tríada cognitiva estándar;
véase Beck, 1976), cuando el paciente estaba libre de sustancias psicoactivas.
Creencias que facilitan usar drogas en distintos trastornos de la
personalidad
Beck y otros (1990) han señalado una serie de creencias comunes que son típicas de
pacientes que sufren de varios trastornos de la personalidad, tal y como se describen en
el DSM-III-R. Aunque está fuera del alcance de este texto describir completamente cada
uno de estos trastornos, a la vez que sus listas de creencias características, es interesante
remarcar algunas de las creencias de que se nutre el consumo de drogas. En cada uno de
los siguientes ejemplos, el tratamiento por adicción a las drogas debe atender a esta clase
de patrones cognitivos desadaptativos concomitantes.
Muchos de nuestros pacientes con abuso de drogas se suelen encontrar crónicamente
ansiosos y temerosos, y recurren a las drogas como forma de sentir mayor «seguridad» y
«confianza». Dentro de esta categoría se encuentran los pacientes evitativos, que
experimentan sentimientos exagerados de amenaza a su bienestar físico y psicológico.
Mantienen creencias que hacen que el uso de drogas parezca muy excitante, realmente
más atractivo que afrontar (y solucionar) problemas reales. Estas creencias incluyen:
«No puedo tolerar sentimientos desagradables» y «Si pienso o siento algo desagradable,
debería intentar eliminarlo con una copa o con droga».
316
Otro tipo de pacientes ansiosos y temerosos son los que tienen trastornos de
personalidad dependientes. Estos pacientes no creen que puedan arreglárselas sin «un
poco de ayuda de sus amigos» (p. ej., drogas, y la cohorte que toma drogas). Su abuso de
las drogas viene facilitado por supuestos implícitos como «No puedo luchar tal y como
lo hacen los otros» y «Estoy necesitado y soy débil». Esta disposición mental hace que el
paciente caiga fácilmente víctima de los estimulantes como la cocaína, el crack o las
anfetaminas, que inducen a una sensación temporal pero poderosa de confianza y control
en las primeras etapas de su consumo. Además, la presión de los compañeros para que
tomen drogas se refuerza porque los pacientes dependientes piensan que se deben ganar
la aprobación de sus conocidos a toda costa.
Los pacientes pasivo-agresivos dudan en expresar su ira directamente y, en su lugar,
escogen ignorar las reglas dispuestas por las autoridades. Creen que el hecho de no
someterse no les acarreará ningún peligro. Para estos pacientes, la utilización de las
drogas representa una forma de rebelarse en contra de los miembros de su familia y de la
sociedad que los desaprueban, mientras mantienen erróneamente: «No hago daño a
nadie, así que, ¿cuál es el problema?». Mientras tanto, estos pacientes acabarán
olvidando las obligaciones y responsabilidades que se tomaban a mal al principio.
El consumo de drogas también lo facilitan las creencias obsesivo-compulsivas como
«La forma en que hago las cosas generalmente es la mejor» y «Necesito estar totalmente
controlado». En este caso, los pacientes obsesivo-compulsivos con abuso de drogas se
convencen a sí mismos de que saben qué es lo mejor para ellos; por tanto, tomar drogas
«no se debe considerar un problema». Además, la sensación que produce la cocaína de
falsa omnipotencia refuerza su noción errónea de que tienen completo control de ellos
mismos y de sus situaciones vitales.
Los pacientes narcisistas creen que tienen derecho a un tratamiento especial y
privilegiado, y que no se han de atener a las reglas que la mayoría de personas deben
seguir. Entienden que son especiales y poderosos, y que merecen ver todos sus deseos
satisfechos. Obviamente, esta serie de puntos de vista implícitos contribuyen a que los
pacientes narcisistas se sientan libres para poder implicarse en cualquier conducta que
les dé satisfacción (incluyendo el uso de drogas ilegales) sin tener la sensación de que
hayan hecho nada malo o desaconsejable.
En el caso de los pacientes histriónicos, sus creencias facilitan el consumo de droga,
como «No puedo tolerar el aburrimiento» y «Si me siento como si hiciera algo, debo
seguir adelante y hacerlo». Además, quieren ante todo ser el centro de atención, y es más
317
probable que esto ocurra si actúan escandalosamente como resultado de su intoxicación
química.
De manera adicional, las creencias de los pacientes que sufren de trastornos
paranoide, esquizoide y esquizotípico, potencian la utilización de droga, ya que estas
personas están buscando experiencias que puedan gozar en solitario, y que les prevengan
de la intrusión o de los ataques de los otros.
Los trastornos del Eje II descritos presentan un reto significativo al terapeuta cuando
los pacientes también evidencian trastornos por abuso de sustancias. Sin embargo, las
combinaciones más difíciles y perniciosas comprenden, en su mayoría, las
personalidades borderline y antisocial, que interactúan con las adicciones químicas para
formar una clase de trastornos que son especialmente resistentes a cualquier clase de
tratamiento.
La terapia para dichos trastornos nocivos debería implicar la aplicación adecuada de:
a) sesiones estructuradas; b) asignaciones de tareas entre sesiones y su control; c)
conductas terapéuticas para construir una relación, y d) conceptualizaciones flexibles y
sofisticadas de los problemas de los pacientes. Para conseguir estos objetivos,
deberíamos alertar al terapeuta de los siguientes problemas y complicaciones que
aparecen en el curso del tratamiento con dichos pacientes.
Pacientes con abuso de sustancias y TPB o TPAS: manifestaciones clínicas
e implicaciones para el curso de la terapia cognitiva
Como entidades separadas, los trastornos por abuso de sustancias y trastornos de la
personalidad como el borderline o el antisocial, son difíciles de tratar. Al combinarse, el
cuadro clínico resultante llega a ser extremadamente difícil. Por ejemplo, un método útil
para provocar la activación cooperativa del paciente con consumo de drogas, es ayudarle
a darse cuenta de las recompensas a largo plazo que le proporcionará mantenerse
abstemio. Para la mayoría de los pacientes las metas que están relacionadas con un
interés propio son intrínsecamente atractivas. Sin embargo, imaginemos que dicho
paciente tiene el siguiente esquema: «Soy malo, y merezco estar arruinando mi vida».
Este esquema, que podría ser común en trastornos como el borderline, podría motivar al
paciente para que se apartara de cualquier estrategia que lo pudiera llevar a tener éxito o
recuperarse. Como resultado, la primera propuesta del terapeuta para que el paciente vea
los beneficios a largo plazo, no tendrá sentido para este paciente. En ese caso, el
terapeuta se debe centrar en modificar las creencias extremadamente desadaptativas que
318
nutren el odio que el paciente se profesa a sí mismo, su temor a tener éxito y su
autosabotaje compulsivo.
Otro ejemplo de las inmensas dificultades implicadas en el tratamiento a pacientes
graves con abuso de sustancias y trastorno de personalidad viene representado por el
caso de un hombre con trastorno de la personalidad antisocial. Contrariamente al caso
del paciente borderline descrito anteriormente, el interés por sí mismo estaba
tremendamente marcado en este paciente antisocial. En cambio, prácticamente no tenía
capacidad para sentir culpa. Como resultado, centrándose en el daño que causaba a los
demás como resultado de su abuso de sustancias perdió prácticamente toda su influencia
motivacional. Además, la sed del paciente de libertad y de control, así como su antipatía
por la autoridad (p. ej., el terapeuta) solía influir en que dicho paciente trabajara
extremadamente duro para poder luchar contra la tarea que se estaba realizando en la
terapia.
Los ejemplos anteriores nos han proporcionado una idea de los dilemas con que el
terapeuta se ha de enfrentar, cuando está tratando estos pacientes con este tipo de
diagnósticos dobles tan problemáticos. Nos gustaría señalar que aunque los presentemos
como categorías diagnósticas separadas, a veces, los diagnósticos de personalidad
borderline y antisocial se solapan. De hecho, es un fenómeno corriente que concurran
múltiples diagnósticos del Eje II en el mismo paciente (Gunderson y Zanarini, 1987). Sin
embargo, para mayor claridad hemos escogido presentar los aspectos terapéuticos
especiales del abuso de sustancias borderline y antisocial, por separado.
ANTISOCIAL
Los pacientes con trastorno de la personalidad antisocial pocas veces llegan a terapia
por su propia voluntad. Generalmente no consideran que tengan problemas emocionales
de ninguna clase. En su lugar, ven a las personas que los rodean como la fuente de los
problemas que ellos tienen («Están fastidiándome, timándome, empujándome, siempre a
mi espalda, incriminándome», etc.). Como resultado, es probable que su aparición por
terapia se deba a una imposición en contra de su voluntad. En el caso de pacientes
antisociales con abuso de sustancias, el origen del mandamiento proviene de la autoridad
legal. Por tanto, es natural que dichos pacientes, al principio del tratamiento, consideren
al terapeuta como parte del «sistema» que les está intentando oprimir.
Como resultado, los pacientes tratan de ejercer control de cualquier forma posible,
normalmente mediante resistencia pasiva, a veces mediante medios más radicales como
319
la intimidación. En esos momentos es especialmente importante que los terapeutas
cognitivos recuerden que han de ser colaborativos, antes que actuar como controladores.
Por ejemplo, cuando «Don» le dijo a uno de nosotros que estaba resentido por tener
que ir al psiquiatra, el terapeuta evitó una respuesta con imperativos que sonaran
paternalistas como «¡Es una lástima, pero tienes que estar aquí, compañero!». En su
lugar, sorprendió a Don diciendo: «Ya sé que si fuera por ti, no estarías aquí. No te han
dado elección y esto te pone de mala leche. Pero ¿sabes?, tú y yo tenemos algo en
común. Tampoco yo he pedido tratarte a ti. Me has sido asignado y no he tenido
elección, como tú. Así… como parece que hemos de aguantarnos el uno al otro, ¿por qué
no lo convertimos en una experiencia tolerable para ambos?».
Este diálogo nos enseña también otro principio para tener éxito con la implicación de
los pacientes antisociales, mantenerlos entretenidos. Como son buscadores de
sensaciones inestables, los pacientes antisociales rápidamente se aburren y se distraen en
la sesión, a menos que los terapeutas se mantengan fuertes, sean innovadores y también
un tanto confrontativos (Doren, 1987). En la medida en que los terapeutas puedan
mantener a sus pacientes antisociales estimulados, los pacientes encontrarán las
sesiones suficientemente interesantes, como para tener ganas de volver a las siguientes
citas. Habrá más probabilidad de que estos pacientes se impliquen activamente en la
terapia, si sienten que las relaciones con su terapeuta les suponen retos interpersonales
interesantes. Como advertencia, los terapeutas deben estar atentos a no caer en la trampa
de perder el hilo de la terapia con las historias de desafíos y horror que cuenta su
paciente antisocial y que esto les lleve a apartarse de la agenda de tratamiento del abuso
de sustancias y de conductas desadaptativas.
Igualmente, el terapeuta podría estar tentado de luchar para prevenir que sus
pacientes antisociales ganen ni siquiera un poco de orgullo. Estos terapeutas creen que la
única forma para tratar a los pacientes que mienten y son manipulativos, es intimidarlos
y enseñarles «quién es el jefe». Esto es un error. El trabajo del terapeuta no es
impresionar al paciente con sus astucias de calle, ni intentar ganar cada una de las
discusiones que tienen. El objetivo es mantener al paciente interesado en el proceso
terapéutico, de forma que haya más probabilidad de influir en el cambio de su conducta
(Cummings, 1993; Doren 1987). Esto significa que el terapeuta debe permitir al paciente
que «gane un poquito». Siendo razonablemente flexibles, sin pretensiones y
reconociendo sus errores o faltas de conocimiento, los terapeutas tendrán más
oportunidad de conseguir que sus pacientes antisociales no abusen tanto de las creencias
320
comunes que sostienen que la terapia consiste simplemente en juegos mentales y batallas
de poder.
Para ilustrarlo, un paciente expuso que sus conocidos de bares, miembros de la
pandilla local de motos, eran responsables de sus recaídas en la droga. Razonaba que
retaban su masculinidad desafiándole a que se colocara con ellos. Cuando el terapeuta
sugirió una serie de comentarios asertivos propios de la «clase media liberal» para que el
paciente los pudiese utilizar, éste simplemente empezó a reír y dijo: «¡Esa porquería
intelectual puede funcionar en tu barrio, pero no en el mío!». El terapeuta, antes que
defender su postura, admitió que era una bobada y dijo: «Sí, tienes razón. Seguramente
recibiría un puntapié si les dijera eso». Entonces el terapeuta procedió a solicitar
sugerencias para tener réplicas concisas del paciente, una estrategia que fue recibida
mucho mejor.
Otro factor que complica el tratamiento de los pacientes antisociales con abuso de
sustancias es su mayor insistencia en tomar drogas a lo largo del curso de la terapia (y
cuando acaba la misma) comparado con los pacientes con abuso de sustancias «por
término medio» (Doren, 1987). Mientras que muchos pacientes adictos parecen
desacreditar su propio abuso de las drogas, y sinceramente quieren acabar con su hábito,
los pacientes antisociales suelen parecer que quieren continuar consumiendo. En vez de
utilizar la terapia como una manera de frenarlo, parece que intenten utilizar el
tratamiento para aprender cómo ocultarlo mejor. Esto explicaría, en parte, el bajo
pronóstico de recuperación adjudicado a los pacientes con abuso de sustancias y TPAS
(Alterman y Cacciola, 1991; Woody y otros, 1990). De igual forma, es más probable que
los autoinformes de los pacientes con TPAS puedan ser falsificados que aquellos que
proceden de pacientes con simple abuso de sustancias. Esto incluiría la información
acerca de la historia de su consumo, autocontrol actual del consumo, asistencia a grupos
o reuniones de apoyo y efectos adversos en su trabajo y relaciones.
Para que los terapeutas estén mejor equipados y puedan «pillar» a sus pacientes
mintiendo descaradamente, deben tomar notas muy amplias. Y si esto es primordial para
tratar a todos los pacientes, lo es en especial al tratar a estos pacientes tan difíciles, que
urden redes elaboradas de mentiras en torno a los terapeutas que no sospechan o que son
demasiado bienintencionados. Si se toman las notas con mucho detalle, los terapeutas no
sólo podrán protegerse de riesgos legales innecesarios, sino que serán capaces de
comprobar las inconsistencias inevitables de las historias de los pacientes y éstas les
servirán como base necesaria para la confrontación terapéutica.
Por ejemplo, un paciente que no asistió a una de las citas con el terapeuta, dio la
321
excusa de que, como le habían quitado el permiso de conducir, dependía de otros para
que lo llevaran a las sesiones. Dijo que su «conductor» no apareció y que por tanto no
era una falta suya. El terapeuta se documentó todo lo que pudo y con gran detalle,
incluyendo el «hecho» de que su permiso no sería renovado durante casi seis meses. Un
mes después el mismo paciente se excusó por llegar tarde a una sesión alegando que no
pudo encontrar aparcamiento. Después de determinar que, de hecho, el paciente había
conducido él mismo al gabinete del terapeuta, éste leyó en alto sus notas de la sesión
anterior, cuando el paciente se había lamentado de su falta de permiso de conducir. El
paciente se quedó sin palabras y preocupado al haber sido pillado en una mentira, y
admitió que había estado conduciendo sin tener el permiso en regla. Cuando se le
presionó un poco más, se vio forzado a admitir que su falta de permiso no le había
disuadido prácticamente nada para seguir conduciendo, y que su ausencia de la sesión
anterior no era debido a ello, sino más bien a que se desvió hacia un bar donde acabó
emborrachándose. Pasaron el resto de la sesión discutiendo los aspectos relacionados con
la bebida del paciente, su conducción ilegal y la evitación de las sesiones de terapia. Si
no hubiese tenido dichas notas tan detalladas, una parte importante del engaño del
paciente hubiera pasado inadvertida para el terapeuta.
Cuando los terapeutas desafían a sus pacientes acerca de la veracidad de sus relatos,
deben hacerlo de manera respetuosa, apoyándolos, aunque no deben tener miedo de
expresar incredulidad cuando lo crean adecuado. El siguiente diálogo sirve como
ejemplo:
TE: Sólo has asistido dos veces a tu sesión de terapia en los dos últimos meses, Jackie.
Me pregunto por qué te cuesta tanto responder a mis llamadas telefónicas. ¿Te has
metido en algún problema?
PT: ¡Oh no! Simplemente he estado ocupada, ya sabes. Estoy haciendo turnos dobles, y,
simplemente, no he tenido tiempo de responderte, ya sabes.
[El terapeuta nota que Jackie está muy animada y se pregunta si está reteniendo
ansiosamente información importante. Su sobreutilización de la expresión «ya sabes»
es como una revelación involuntaria de que Jackie está terriblemente nerviosa.]
TE: Jackie, ya sé que estás trabajando muy duro. Siempre lo has hecho así. Sin embargo,
eso no te impidió nunca en el pasado devolverme las llamadas, excepto en aquellos
momentos en que estabas tomando drogas activamente.
PT: ¡Oh no, no, no! No he estado tomando drogas.
TE: Bien. Quiero creerte. Sin embargo, estoy intrigado por el hecho de que no me hayas
322
llamado en cuatro semanas, incluso cuando había dejado tantos mensajes.
PT: Ya te lo he dicho. Simplemente no tenía tiempo.
TE: Jackie, es difícil para mí aceptar lo que dices ahora, porque antes ya te has
encontrado muy ocupada en tu trabajo repetidas veces, al igual que con tus problemas
familiares, e incluso así, eras capaz de venir a la sesión de terapia cada semana. Me
demostraste que eras capaz de llevar tu vida organizada, sin dejar que nada se
interpusiera en la forma que tenías que hacer las cosas. Es algo que siempre he
admirado de ti.
PT: (Empieza a llorar.)
TE: [El terapeuta se pregunta qué está pensando Jackie en el momento de ponerse a
llorar, pero aún no quiere desviarse del tema. Piensa que las lágrimas de la paciente
son reales, pero que también pueden ser una estratagema manipulativa. Por tanto,
decide continuar presionando para que salga la verdad, a pesar de que lo hace de
manera empática.] Estoy de tu lado Jackie. Totalmente de tu lado y quiero ayudarte.
¿En qué tipo de problema te has visto involucrada últimamente en relación con las
drogas? Realmente quiero ayudarte, pero tienes que ser sincera conmigo.
PT: (Llorando.) Todo es un fracaso. [Jackie siguió diciendo que había perdido su trabajo
y que se sentía muy avergonzada. El terapeuta y la paciente se pasaron el resto de la
sesión evaluando el grado en que ella había abusado de las drogas, su desesperación y
la probabilidad de suicidio. Decidieron tener contacto telefónico cada día durante los
siguientes tres días, hasta la siguiente sesión terapéutica cara a cara. Nada de esto
hubiese sucedido, si el terapeuta hubiese aceptado todo lo que Jackie le estaba
diciendo al principio.]
En este ejemplo, el terapeuta estuvo muy atento para no comunicar un aire de
autosatisfacción por haber pillado al paciente en una mentira. El objetivo es descubrir la
información que lleve a una evaluación adecuada y a una intervención, no demostrar que
el terapeuta tiene una inteligencia superior, o avergonzar al paciente. Esto señala uno de
los aspectos más importantes a la hora de trabajar con pacientes antisociales con abuso
de sustancias, es decir, siempre hay que tratar al paciente con respeto, incluso cuando el
terapeuta está «ganando» la lucha por controlar la agenda terapéutica. De esta forma se
mantendrá y se facilitará la colaboración del paciente, si se le permite tener su sensación
de dignidad.
Los pacientes antisociales no son altruistas. No responden a las súplicas como «haz lo
correcto»; se bloquean por la percepción que tienen de los otros, de que son moralistas y
323
se centran casi exclusivamente en sus necesidades y deseos inmediatos (p. ej., colocarse
con droga). Por tanto, el terapeuta progresará con su tratamiento sólo y en la medida en
que el paciente se convenza de que es en su propio beneficio e interés el que cambie. Es
decir, hay que ayudar a los pacientes a que comprendan los costes y beneficios relativos
que afrontarán/obtendrán al modificar varios aspectos de su forma de actuar habitual.
Desafortunadamente, los pacientes antisociales son notoriamente incapaces de
evaluar las consecuencias de sus acciones. De igual forma, no son eficientes al evaluar
las consecuencias de sus pensamientos, creencias y emociones. Walter es un excelente
caso para ejemplificarlo. Cada vez que conseguía un nuevo empleo, lo celebraba
emborrachándose y usando cocaína. Esto siempre hacía que llegara tarde, se ausentara y
al final perdiera su trabajo. Entonces, una vez más, Walter se deprimía y adoptaba la
actitud de «¡Me importa un rábano! ¡A la mierda!». Esto a su vez hacía que volviera de
nuevo a las drogas y que continuara dicho ciclo.
Se necesitó mucho trabajo terapéutico (mucho tiempo en terapia) para conseguir que
Walter comprendiera el hecho simple y milagroso de que sus conductas y pensamientos
eran responsables de su fracaso. Se hizo un avance importante cuando fue capaz de
captar la idea de que sus «celebraciones» estaban en la raíz de que le echaran
repetidamente de los trabajos. También le costó mucho darse cuenta de que sus
pensamientos como «¡Me importa un rábano! ¡A la mierda!» eran responsables de sus
conductas contraproducentes y continuadas.
Uno de los métodos más efectivos para enseñar a los pacientes a dominar las
consecuencias de sus respuestas es el análisis de ventajas-desventajas (capítulo 9). Por
ejemplo, cuando un paciente experimenta un fuerte craving de drogas, se le enseña a
examinar las ventajas y desventajas de tomar drogas, así como las ventajas y desventajas
de no tomarlas. De igual forma, se puede usar la misma técnica para otros aspectos poco
adaptativos del funcionamiento, como los pros y los contras de: a) actuar por impulso de
buscar venganza; b) abandonar un trabajo; c) implicarse en conducta sexual de alto
riesgo; d) insistir en pensamientos que produzcan ira; e) dejar la terapia; f) contactar con
colegas de droga, y g) adoptar una actitud de «No me importa nada», así como otros
modos «populares» de operar de los pacientes con abuso de sustancias antisociales.
A medida que el paciente aprenda a utilizar esta técnica con cierta competencia, se le
puede enseñar el siguiente nivel de dificultad de la jerarquía, es decir, distinguir los pros
y contras a corto plazo, de los pros y contras «a largo plazo». Habitualmente los
pacientes antisociales se rigen por las recompensas a corto plazo y, por tanto, actúan de
una manera impulsiva que es del todo destructiva a largo plazo. Parece que tengan un
324
bloqueo incluso a la hora de pensar acerca de ello o imaginar las consecuencias a largo
plazo.
Es una tarea difícil ayudar a estos pacientes a que aprendan a imaginar el futuro y a
que retrasen la gratificación. Uno de los métodos útiles es la imaginación guiada, donde
el terapeuta describe varios resultados posibles para que los pacientes los dibujen en su
imaginación. Estas imágenes suelen representar consecuencias aversivas para los
pacientes si continúan tomando drogas, consecuencias como la pérdida de dinero,
trabajo, familia, salud y libertad. Es importante hacer que estas imágenes sean tan
gráficas como sea posible, como despertarse en medio de la orina de uno mismo en una
casa infestada de cucarachas, tener que enfrentarse con una denuncia del esposo o sus
hijos, o ver que la esposa lo pone como un trapo delante de sus vecinos. A medida que se
repite este ejercicio, se pide a los pacientes que proporcionen más descripciones de sí
mismos. Juntamente con las descripciones negativas descritas anteriormente, también se
pueden provocar, con igual detalle, imágenes positivas de los resultados asociados con la
abstinencia de las drogas. Los terapeutas pueden enseñar a sus pacientes a practicar estas
imágenes cada día, para que les ayuden a obtener un incentivo regular que les permita
mantenerse al margen de las drogas.
Otra técnica empuja a los pacientes a «probar su habilidad» (que se puede presentar
como un reto para los pacientes antisociales) para resistir sus impulsos de involucrarse
en conductas impulsivas, como tomar drogas, violencia, sexo inseguro y otras. Cuando
tienen un impulso de este tipo, se les insta a que controlen cuánto tiempo pueden
soportar la tentación «valientemente». Mientras están haciendo esto, la segunda parte de
la habilidad radica en pensar (y escribir) acerca de maneras que puedan ser beneficiosas
para «mantenerse al margen, formarse una idea de la situación, estar tranquilo y tomarse
su tiempo». Una meta importante en este punto es apelar a la inteligencia de los
pacientes sugiriéndoles que ejerciten su habilidad para pensar antes que actuar. Como
aviso, los terapeutas deben aconsejar a sus pacientes que esta técnica funciona mejor
cuando se aplica a los craving que aparecen espontáneamente. Es inapropiado usar esta
técnica en situaciones que conlleven alto riesgo y craving bajo la excusa de que uno se
quiera «probar» a sí mismo.
Los métodos descritos hasta aquí son mucho más efectivos cuando se incorporan en
las tareas entre sesiones asignadas regularmente en terapia. Se tiene que enfatizar la
importancia de la práctica de estas técnicas y principios entre sesiones, y su revisión
posterior en la terapia (Newman, 1993; Newman y Haaga, en prensa). Sin dicha
aplicación regular de las técnicas de terapia, gran parte de lo que ocurre en la sesión de
325
terapia «entrará por un oído y saldrá por el otro». Nosotros aconsejamos que se tomen
notas (tanto el paciente como el terapeuta) durante la sesión. Además, sugerimos que los
pacientes lleven una libretita en espiral o una carpeta de anillas, donde puedan
recopilar notas terapéuticas importantes y las tareas asignadas entre sesiones, a medida
que van avanzando en el tratamiento. Asimismo, hay que animar a los pacientes a que
dejen que se grabe con cinta magnetofónica lo que ocurre en terapia y que, luego, los
pacientes puedan llevarse las cintas a casa para repasar el contenido de la sesión una y
otra vez. A veces, hemos conseguido incrementar la confianza de los pacientes, haciendo
que escuchen las cintas para poder recordarnos a los terapeutas dónde dijimos
«bobadas», y dónde los pacientes hicieron sus observaciones más astutas en la sesión
anterior.
Además de su beneficio como instrumento para aprender y de intervención en
general, las asignaciones de tareas entre sesiones sirven también para evaluar. Los
pacientes con mayor nivel de motivación serán los que, con más probabilidad, harán los
esfuerzos más serios para realizar sus tareas. Los pacientes antisociales que simplemente
están «jugando la partida» de la terapia, encontrarán docenas de excusas elaboradas para
justificar que no han podido realizar sus tareas (Doren, 1987). En este sentido, un
paciente que desee colaborar en el proceso terapéutico puede ser «descubierto» mediante
sus respuestas a las tareas asignadas entre sesiones.
En cualquier caso, es potencialmente útil sacar a la luz los pensamientos y creencias
que inhiben al paciente de llevar a cabo la tarea asignada en concreto. En el caso de que
exista una tendencia leve a aplazar la decisión o falta de comprensión, ésta resultará una
tarea sencilla. Por otro lado, el paciente antisocial que trata de sabotear clandestinamente
el proceso terapéutico, será más difícil que diga nada concreto. En este caso, es más útil
instar al paciente a que exprese sus quejas acerca de las tareas asignadas, como manera
de penetrar en la evaluación de los pensamientos que le desalientan para completar o
llevar a cabo las tareas.
A veces las respuestas son muy sorprendentes, como en el caso de un paciente que se
resistió a leer un libro que le habíamos recomendado, incluso hasta el punto de
comprarlo y luego tirarlo una vez estuvo en casa. Después de que el terapeuta le
preguntara muy cuidadosamente acerca de su motivo para realizar dicha acción, el
paciente al final explicó que se había dado cuenta de que el autor del libro había estado
trabajando en el Centro de Terapia Cognitiva. Entonces argumentó que «Lo único que
queréis es sacar dinero a la gente como yo, para que compren vuestros libros.
¡Realmente no os importa ayudarme!». En primer lugar, el hecho de que estuviera
326
recibiendo un tratamiento gratuito no pareció influir en su pensamiento, al igual que el
hecho de que realmente dicho libro fuera una edición muy barata. Simplemente estaba
predispuesto a pensar que «Todo el mundo se aprovecha de mí, si tiene la oportunidad de
hacerlo». Desde su punto de vista, era impensable que colaborara con nadie que intentara
sacar partido de él, incluso aunque eso implicara gastarse su dinero y luego,
destructivamente, tirar a la basura un libro nuevo. Esta forma de operar tan desadaptativa
pasó a ser el eje central de la terapia, conjuntamente con su abuso de sustancias.
El entrenamiento en asertividad puede ser útil como parte del tratamiento en este tipo
de poblaciones, aunque no suele ir asociado con el tratamiento del abuso de sustancias o
el trastorno de personalidad antisocial (Alberti y Emmons, 1974; Collner y Ross, 1978).
La mayoría de estos pacientes se involucran en conductas sociales del tipo todo o nada,
dicotómicas, actuando pasiva o agresivamente. La asertividad no suele formar parte de
su repertorio conductual. Esto les lleva a muchos problemas obvios, como incapacidad
de decir no a sus compañeros que quieren que se unan en su consumo de drogas, formas
inapropiadas de tratar situaciones conflictivas con empleados, personas significativas
para ellos, agentes de la condicional y los terapeutas, entre muchos otros.
Aunque una persona podría argumentar que enseñar a los pacientes antisociales
habilidades como la asertividad es equivalente a instruirles en formas de manipular
mejor a las personas, nuestra experiencia nos ha demostrado que esto no ocurre así.
Estos pacientes causan muchos más estragos siendo pasivos-agresivos (p. ej.,
«olvidando» pagar la ayuda económica del niño) y agresivos (p. ej., conduciendo a toda
velocidad por la autopista) antes que siendo asertivos (véase Doren, 1987). Es más,
cuando estas conductas asertivas prevalecen, se modera la dinámica de los círculos
viciosos, que se perpetúan con pensamientos disfuncionales, que a su vez, conducen a
conductas interpersonales disfuncionales y que llevan a consecuencias interpersonales,
que, de nuevo, realimentan los pensamientos desadaptativos. Un beneficio potencial
adicional del entrenamiento en asertividad es que puede ayudar a los pacientes a
identificar y articular pensamientos y sentimientos que antes se hubiesen ignorado, o los
hubiese suprimido deliberadamente el paciente.
Por ejemplo, una paciente que creía que el terapeuta estaba intentando controlarla y
manipularla, reaccionaba de manera hostil, lo que provocaba intentos cada vez mayores
por parte del terapeuta de tener más control sobre las conductas desadaptativas de esa
paciente y, por tanto, «confirmaba» las sospechas de la misma. Por otro lado, si un
paciente le dice al terapeuta de manera asertiva y directa que no le gustan sus tácticas de
mano dura y que desearía que fuera un poco más indulgente y comprensivo, es mucho
327
más probable que el terapeuta comprenda las acciones del paciente de manera
constructiva. Por tanto, se evitará una pequeña lucha de poder destructiva para el
tratamiento.
Borderline
Igual que el paciente con abuso de sustancias antisocial, el paciente borderline tiende
también a actuar impulsivamente, experimenta muy poca tolerancia a la frustración, se
muestra incapaz de aprender de errores pasados, toma drogas en lugar de intentar
afrontar el estrés y tiene dificultades a la hora de establecer relaciones estables y de
confianza con sus cuidadores.
Al contrario que los pacientes antisociales, los pacientes con trastorno borderline
utilizan las drogas más bien debido a su sensación de desesperación que como una
conducta de búsqueda de riesgo. Además, sus conductas son más deliberadamente
autodestructivas que las conductas de los pacientes antisociales u otros pacientes con
trastorno de la personalidad. La amenaza de suicidio es más evidente en el caso de
pacientes borderline con abuso de sustancias, sobre todo debido a la tendencia de estos
pacientes a mantener creencias negativas poderosas acerca de sí mismos, a su
desesperación y al poco control que tienen de sus impulsos. Al contrario que los
pacientes antisociales, que suelen sentir que no necesitan ver a un terapeuta, los
pacientes borderline con frecuencia buscan ayuda desesperadamente. Sin embargo, son
capaces de actuar de forma que saboteen el proceso terapéutico, debido a su errática
emocionalidad, su dificultad para utilizar pensamientos (antes que emociones puras) para
modular su comportamiento, y las demandas extremas y conflictivas que imponen a sus
terapeutas.
Los pacientes borderline suponen un reto particular para los terapeutas, ya que
pueden dejar de actuar rápidamente a favor de sus intereses. Una de las cosas que puede
motivar a un paciente a dejar las drogas es la posibilidad de una mejor cualidad de vida
en un futuro. Sin embargo, esto no es fácil intentarlo con un paciente que expone: «No
me importa nada lo que me pase, ni ahora ni nunca, de forma que haré lo que sea para
mitigar el dolor» o que mantiene la creencia de «Me odio a mí mismo y merezco tener
una vida que es una ruina».
Por otro lado, los pacientes borderline muestran más tendencia que los pacientes
antisociales a preocuparse y enamorarse de otros en su vida, a pesar de su falta de
cuidado consigo mismos. Por ejemplo, Dee había padecido una vida llena de abuso
sexual, físico y emocional, que hacía que acabara concluyendo que era una «mala»
persona y que se encontraba «sucia y agotada». Al principio del tratamiento decía que no
328
se cuidaba a sí misma y mostraba una actitud arrogante acerca de la posibilidad de
acabar matándose con una sobredosis. Parecía claro que no tenía intención de seguir el
curso de una terapia para obtener beneficios para sí misma. En cambio, Dee y su
terapeuta se centraron en su hija, a la que quería mucho. Se establecieron las metas
terapéuticas en base a la premisa de que la niña sería la beneficiaria final. Esto sirvió
como «enganche» que implicó a Dee en el proceso activo de intentar cortar su abuso de
las drogas. Sabía que podría cuidar adecuadamente de su estimada niña si conseguía la
abstinencia de las drogas. Por otro lado, si tomaba drogas, Dee sabía por experiencia que
dejaría de tener en cuenta cualquier cosa de la vida, incluso su propia hija. La posibilidad
de que esto ocurriera de nuevo la espantó y, por tanto, le sirvió como un incentivo inicial
del tratamiento.
El caso de Dee tipifica las dificultades implicadas en el tratamiento de esta población.
Cuando experimentara una recaída en la droga, tendería a no volver de nuevo al punto
donde estaba, y volver a pensar en qué era lo mejor para su hija. En cambio, vería su
experiencia con las drogas como una «prueba»» de que era una persona malvada y una
mala madre que merecía morir. Pensaría para sí misma que su hija estaría mejor si
tuviese una madre distinta, y procedería a intensificar su consumo de droga hasta
convertirlo en una recaída completa. Como resultado, Dee conseguiría su «deseo» ya que
su tía se haría con la custodia de la niña. En el momento en que empezara su siguiente
ciclo de recuperación, de nuevo, Dee anhelaría a su hija y, como consecuencia,
experimentaría aún más afecto depresivo, frustración y desavenencias en su familia.
Dichos estresores acelerarían los craving significativos de droga e impulsos, que a su
vez, alimentarían la baja autoestima de Dee.
Al tratar casos como el de Dee, el terapeuta debe permanecer atento a una serie de
disfunciones emocionales y cognitivas típicas del paciente borderline que exacerban los
hábitos de tomar drogas del paciente. Primero, y tal y como se mencionó al principio, los
«pacientes borderline tienden al autosabotaje, creyendo que no se merecen otra cosa y
no son capaces de cambiar la situación para mejor» (Layden, Newman, Freeman y
Byers-Morse, 1993). Una actitud de este tipo es poco propicia para actuar por el propio
interés de uno mismo, para planificar el futuro, para colaborar con el terapeuta y para
resistir la tentación de abusar de las drogas. Por tanto, la autoimagen patológica del
paciente borderline (es decir, las creencias acerca de sí mismo) deben ser evaluadas y
tratadas como parte del tratamiento de abuso de sustancias.
Otro factor es la propensión del paciente borderline para sentirse profundamente solo
y vacío. Muchos de nuestros pacientes han señalado que la utilización de cocaína, crack
329
o heroína, alivia temporalmente estos sentimientos y les provoca que no necesiten a
nadie más durante dichos estados de euforia. Por tanto, no es sorprendente que los
pacientes borderline se vuelquen en las drogas como respuesta a las dificultades
interpersonales y la disforia resultante. Todavía complica aún más las cosas el hecho de
que algunos de estos pacientes contemplen sus cohortes de compañeros con los que
toman drogas, como la única fuente de «amistad» posible. Por tanto, les resulta
demasiado amenazante como para que ni siquiera consideren la posibilidad de que
pudiesen perder a estos compañeros como resultado de llegar a abstenerse de las drogas
y, por consiguiente, continúan su uso de las mismas.
Para tratar los problemas asociados con la excesiva soledad, los terapeutas deberían
ayudar a sus pacientes con abuso de drogas borderline a que consigan nuevas relaciones
al margen de las drogas. Además, suele ser beneficioso ayudar a estos pacientes a
intentar reparar sus relaciones antiguas (p. ej., con los miembros de la familia más
cercanos) que hayan sido afectados o separados debido al abuso de sustancias. Hay una
serie de tareas difíciles para los pacientes borderline, pero son necesarias para que les
proporcionen una alternativa atractiva ante la soledad abrumadora que propicia las
drogas.
Otro de los problemas de los pacientes borderline es su recurrente desesperación. Tal
y como dijimos en el capítulo 12, los pacientes tienden a recurrir a la recompensa rápida
que producen las drogas después de colocarse si creen que el futuro no les depara nada.
La implicación para la terapia es que el grado de desesperación de los pacientes es una
variable fundamental con la que luchar si queremos tener éxito en el tratamiento y que el
paciente se mantenga al margen de las drogas.
Los pacientes borderline, que se caracterizan notoriamente por su pensamiento
extremo de blanco o negro (véase Beck y otros, 1990; Layden y otros, 1993), pueden
cambiar su perspectiva de la vida, de optimista a completamente desesperanzadora con
relativamente poca provocación. Hemos visto a estos pacientes abandonar una sesión de
terapia productiva muy animados, y llamar la misma noche al terapeuta en un estado de
profunda disforia debido a un estresor objetivo de nivel medio. Cuando el abuso de
sustancias forma parte del cuadro clínico, es más probable que estos pacientes recurran a
colocarse antes que a llamar a su terapeuta para que les ayude. El resultado es que el
paciente borderline puede cambiar rápidamente de la esperanza y abstinencia a la
completa desesperación y al abuso de las drogas. Por tanto, los terapeutas necesitan
permanecer vigilantes para ayudar a estos pacientes a que aprendan y practiquen, y se
330
espera que dominen las habilidades de desdramatización y resolución de problemas para
poder afrontar los obstáculos.
Una derivación de los problemas de los pacientes borderline con la desesperación es
el riesgo pronunciado de suicidio (Linehan, 1987). Sería ideal que se evaluara en cada
sesión los deseos del paciente de vivir o morir, al igual que se debería realizar un
contrato verbal contra el suicidio y renovarlo frecuentemente. Por ejemplo, Dee estaba
periódicamente en peligro de suicidio, y el terapeuta le repitió e insistió en que tenía que
llamarlo a su casa o al trabajo, en el caso de que ella se quisiera hacer daño a sí misma.
Aceptó hacerlo de esta forma pero era angustiosamente incapaz de tener acceso
inmediato al teléfono del terapeuta. Por tanto, de manera ya ritual, el terapeuta asignó a
Dee la tarea de memorizar sus números de teléfono y le preguntaba de repente cuál era
su número, en varios momentos a lo largo de cada sesión de terapia.
Como población, los pacientes borderline con abuso de sustancias suelen necesitar
más frecuentemente de hospitalización que muchos otros grupos de pacientes clínicos.
Incluso en un clima de internamiento, estos pacientes suponen numerosos problemas de
manejo. Si el paciente es un suicida, lo primero que hay que hacer es proporcionarle una
supervisión profesional constante. Aunque el riesgo agudo de suicidio se suele superar,
este tipo de paciente raramente es capaz de permanecer en el hospital suficiente tiempo
como para que se pueda tratar adecuadamente su trastorno borderline. Cuando estos
pacientes vuelven a tratamiento externo, la tarea del terapeuta es desalentadora.
Como en el caso de los pacientes antisociales con abuso de sustancias, es de vital
importancia nutrir con y hacer un uso clínico prudente de la relación terapéutica con los
pacientes borderline (véanse Beck y otros, 1990; Layden y otros, 1993; Young, 1990;
capítulo 4, para explicaciones más detalladas). Este estilo de pensamiento todo-nada del
paciente borderline suele ser fácil de observar en la manera en que éste considere al
terapeuta; puede que una semana lo considere su salvador (p. ej., «Nadie más me
comprende igual que tú. Eres tranquilo y puedo confiar en ti») y la siguiente semana lo
considere un villano («¡Eres igual que los demás! ¡No te preocupas de mí! ¡No sabes
nada de lo que estás hablando! ¡No me estás ayudando en absoluto!»). Bajo dichas
condiciones interpersonales tan adversas, el terapeuta no debe considerar los feedback
positivos o negativos de los pacientes. En su lugar, lo que debería hacer es mantener su
compostura, expresar su deseo de ayudar y centrarse en los pensamientos y las creencias
que subyacen a las reacciones polarizadas de los pacientes.
Asimismo, los terapeutas deben hacer todo el esfuerzo posible para enseñar a estos
pacientes a pensar concienzudamente antes de actuar. Esto implica un entrenamiento
331
cuidadoso en resolución de problemas (D’Zurilla y Goldfried, 1971; Nezu y otros, 1989)
y responder de manera racional (Beck y otros, 1979; Newman y Beck, 1990),
habilidades que son mucho más difíciles de emplear (aunque muy necesarias) en
momentos de angustia extrema. También, y como ocurre con el tratamiento del paciente
antisocial, se puede ayudar al paciente borderline a adquirir habilidades asertivas, de
forma que pueda reducir los conflictos en las situaciones interpersonales.
Todas estas intervenciones requieren de numerosas repeticiones tanto con pacientes
borderline como con los antisociales, ya que las habilidades de aprendizaje psicológicas
y los niveles de motivación que hay que cambiar son notoriamente deficientes.
Resumen
La existencia de trastornos graves del Eje II en pacientes con abuso de sustancias
complica significativamente el marco de tratamiento con estos pacientes. En particular,
los pacientes antisociales y borderline suponen retos tremendos a los terapeutas, quienes
trabajan diligentemente para ayudar a superar las adicciones a las drogas.
Hemos sugerido maneras en que el terapeuta puede detectar trastornos de la
personalidad concomitantes en el abuso de sustancias, teniendo en consideración el
hecho de que los pacientes que toman drogas activamente con frecuencia parece que
«cambien su personalidad» y, por tanto, se confunde el cuadro clínico de diagnóstico. De
todas formas, hemos postulado que es importante evaluar la presencia o ausencia de
trastornos de la personalidad en los pacientes con abuso de sustancias, ya que los
trastornos de personalidad más graves requerirán de una atención especial en
determinados aspectos del tratamiento clínico, los cuales han sido revisados.
Además, comprender y evaluar los aspectos caracterológicos del abuso de sustancias
proporciona una especie de «ventana» a las creencias o esquemas de los pacientes acerca
de sí mismos, del mundo y del futuro y, por tanto, asistiendo al terapeuta en el alcance de
una conceptualización profunda del caso (Beck y otros, 1990; Persons, 1989).
Finalmente, nos gustaría añadir que no hay un punto de inicio con total garantía en el
tratamiento de los pacientes con diagnóstico doble del Eje II. La cuestión de si hay que
centrarse primero en el abuso de sustancias o bien en el trastorno de personalidad es un
aspecto como el del «huevo y la gallina». Los terapeutas deben estar preparados para
atacar estos problemas simultáneamente, utilizando su comprensión de las creencias
disfuncionales idiosincrásicas del paciente, para poder incrementar la confianza y
332
cooperación del paciente de forma empática y llevar a cabo el tratamiento contra el
abuso de sustancias.
333
CAPÍTULO 17
PREVENCIÓN DE RECAÍDAS EN LA TERAPIA
COGNITIVA DEL ABUSO DE SUSTANCIAS
Cuando el paciente ha dejado definitivamente de utilizar drogas, aparece un reto aún
más formidable. Es relativamente sencillo para muchas personas cambiar las conductas
indeseables durante un tiempo; sin embargo, mantener los cambios conductuales es
mucho más difícil. De hecho, fue Mark Twain quien dijo: «Dejar de fumar es lo más
fácil que he hecho. Lo sé muy bien, porque lo he hecho miles de veces» (Prochnow,
1969).
La mayoría de las personas que han dejado las drogas han tenido un desliz o han
recaído (Saunders y Allsop, 1987; Vaillant, 1983), y esto es más probable que ocurra a
partir de 90 días después de su abstinencia (Mackay, Donovan y Marlatt, 1991). Un
desliz, o un resbalón, se define como el uso inicial de una sustancia después de que una
persona se haya comprometido a dejarla. Una recaída, por otro lado, es volver de nuevo
completamente a las conductas desadaptativas asociadas en su origen con la utilización
de dicha sustancia. En la terapia cognitiva del abuso de sustancias, un objetivo
importante es hacer que los pacientes aprendan de aquellos obstáculos con los que se han
encontrado en sus planes de abstinencia a largo plazo (Moorey, 1989). Se espera que las
lecciones que aprendan de dichas experiencias acaben mejorando sus habilidades de
planificación como persona adicta, su decisión y su autoconfianza.
En este capítulo presentamos las técnicas de terapia cognitiva para la prevención de
recaídas. Algunas de estas técnicas son una extensión de los métodos utilizados para
ayudar a los pacientes a dejar de utilizar drogas en primer lugar (p. ej., el desarrollo de
relaciones de cooperación, conceptualización de los problemas del paciente,
descubrimiento guiado, sesiones estructuradas, análisis de ventajas e inconvenientes y
asignaciones de tareas entre sesiones). Otras técnicas (p. ej., identificación de los
estímulos de alto riesgo) se diseñan únicamente para ayudar a los pacientes en el proceso
de prevención de recaídas. Antes de presentar estas técnicas, repasaremos el modelo
cognitivo del uso de sustancias y recaídas. Este modelo proporciona un marco con el que
comprender y aplicar dichas técnicas.
334
El modelo cognitivo de recaídas
Hemos representado en la figura 17.1 el modelo cognitivo de recaídas (casi idéntico
al modelo de consumo).
La persona adicta a la cocaína es vulnerable a los estímulos de alto riesgo (EAR)
(Marlatt y Gordon, 1985). Éstos son «disparadores» internos y externos que estimulan el
apetito de drogas de la persona adicta. Los estímulos internos incluyen factores
emocionales y físicos como la depresión, la soledad, el aburrimiento, la ira, la frustración
y el dolor físico (Mackay y otros, 1991). Los estímulos externos incluyen lugares,
personas y cosas que estén relacionadas de alguna forma con la utilización de las drogas
(Shulman, 1989). Los EAR varían mucho de unas personas a otras. Por ejemplo, la
posesión de dinero puede estimular a algunos pacientes a consumir, mientras que otros
pacientes pueden estar más tentados a tomar drogas cuando están preocupados porque no
tienen dinero. La diferencia estriba en el significado personal que el paciente atribuye al
estímulo.
La importancia de los EAR es que se pueden activar por medio de las creencias
básicas asociadas a las drogas que ha asimilado el paciente. Presentamos algunos de los
ejemplos de estas creencias:
«Las drogas son un problema para muchas personas, pero no lo serán para mí».
«Las drogas enriquecen mi vida haciéndola más divertida.»
«Las personas que están en contra de las drogas, realmente no me comprenden.»
«En la medida en que sea cuidadoso, las drogas no me harán daño.»
«Sin las drogas, la vida sería aburrida.»
«Cuando tengo problemas, las drogas alivian mi dolor.»
335
Figura 17.1 Modelo cognitivo de recaída.
A partir de estas creencias básicas, los pensamientos automáticos pueden ser
estimulados (p. ej., «¡Necesito una dosis!», «¡Tiempo de fiesta!» o «¡Tengo que
colocarme!»). Los pensamientos automáticos están asociados con los impulsos y los
craving, y al igual que otros sentimientos, los impulsos y los craving pasan a ser EAR
internos.
En respuesta a los craving e impulsos, el paciente puede tener algunas creencias
facilitadoras. Las creencias facilitadoras son un subtipo de creencias básicas
relacionadas con las drogas que dan «permiso» a los pacientes para utilizarlas. Veamos
algunos ejemplos:
«Puedo tomar sólo una vez más».
«Nadie lo descubrirá.»
«No pasa nada si consumo de nuevo. Lo tendré controlado.»
Las creencias facilitadoras incrementan la probabilidad de que la persona adicta
busque y eventualmente utilice las drogas.
Las estrategias instrumentales son las conductas reales y las actividades implicadas
en la búsqueda, adquisición y consumo de drogas. Estas estrategias, al igual que las
creencias básicas relacionadas con las drogas, pueden variar entre las personas y en
función del momento vital. Para algunos, el craving de cocaína es tan intenso que la
persona adicta se obsesiona con la búsqueda de droga, hasta el punto de que excluye
336
cualquier otra consideración. Como un misil termodirigido, el adicto con craving se
centrará en un objetivo y no dejará que nada se inmiscuya en su camino para llegar a
conseguir la droga. Como resultado de este impulso, algunos adictos se involucran en
conductas delictivas violentas para conseguir cocaína.
Si un paciente ha seguido los pasos anteriores, es muy probable que acabe teniendo
un desliz, que conducirá a un estímulo de alto riesgo que dispare de nuevo el ciclo de
usar drogas. Es decir, al drogarse, el adicto se centrará en su creencia básica de que
«drogarse una vez supone que estoy fuera de control». Esta creencia se ve acompañada
por una cascada de pensamientos automáticos autodespectivos y sentimientos negativos.
Los impulsos finales llegarán a ser más fuertes y el consumo de drogas se intensificará
hasta que el paciente tenga una recaída completa.
Para poder ilustrar este proceso, revisaremos el caso de Mike, un vendedor de 35
años que había mantenido su abstinencia de cocaína durante seis semanas. Después de
dos años de tener un consumo intenso, Mike escogió dejarlo cuando fue hospitalizado
por problemas cardíacos (taquicardia y arritmias) asociadas con su consumo de cocaína.
Mike estuvo de acuerdo con el tratamiento de la adicción como interno y después de
completar un programa de desintoxicación de 28 días entró en psicoterapia externa y en
Narcóticos Anónimos para tratar aún más su adicción. Antes de dejarlo, Mike había
empezado a tener problemas matrimoniales serios, ya que su esposa «Judy»
recientemente había dado a luz a su primer hijo y cada vez estaba más frustrada con los
problemas relacionados con la cocaína de su marido.
A pesar de los tratamientos de Mike, tanto interno en el hospital como en terapia
externa, continuó deseando tomar cocaína. Sus estímulos de alto riesgo internos
(emocionales) incluían sensación de aburrimiento, frustración, irritabilidad y ansiedad.
Los estímulos externos de alto riesgo incluían a los amigos que tomaban cocaína, las
fiestas y sus discusiones con Judy. Después del tratamiento inicial Mike frecuentemente
«se vio» involucrado en situaciones de alto riesgo. Por ejemplo, continuaba pasando
tiempo con los amigos con los que tomaba cocaína. Dichas conductas hacían que Judy se
enfadara y al final se separó de él. Como respuesta a su separación, Mike se sintió
deprimido, ansioso, aburrido e irritable; por tanto, estaba en una situación de alto riesgo
de recaída.
«Ryan», un amigo que solía tomar cocaína con Mike, al verlo en «tan baja forma» le
ofreció una raya de cocaína para «animar su espíritu» (introduciendo otra situación de
alto riesgo así como una creencia facilitadora). Mike escogió aceptar la oferta de Ryan y
al hacerlo se vio como «si perdiese el control». Sus pensamientos automáticos incluían
337
«No puedo resistir» y «No puedo soportar la vida sin las drogas». Empezó a imaginar y
prever los sentimientos positivos extremos que había asociado anteriormente con
colocarse: «¡Me sentiré bien!» y «Esto aliviará todo mi dolor». Después de deliberar
brevemente tomó su primera «dosis», lo que le condujo a una segunda, a una tercera, y a
otras (este episodio fue su desliz inicial). Cuando el efecto de las drogas se disipó, Mike
empezó a sentirse disfórico, nervioso y confundido. Percibió esta experiencia como una
prueba de que su abuso de sustancias era una condición irreversible y pensó: «Una vez
has sido un adicto, ¡siempre lo serás!» y «Ahora que he empezado de nuevo a consumir,
ya no podré dejarlo». Como resultado de este pensamiento dicotómico, Mike preparó el
terreno para una recaída completa.
Las recaídas imponen retos importantes tanto para los pacientes como para los
terapeutas. Pueden disparar pensamientos contraproducentes en el terapeuta, como «¡El
estado de este paciente es desesperante!» y «Estoy perdiendo mi tiempo». Entre los
pensamientos contraproducentes del paciente podemos encontrar «He fracasado y
siempre fracasaré», «Ni siquiera puedo decir a mi terapeuta que estoy tomando droga de
nuevo» y «¡Mi terapeuta seguramente me rechazará, o incluso me odiará, si se entera de
que estoy consumiendo!». La desventaja de este tipo de procesos de pensamiento
dicotómico es que pueden acabar produciendo una sensación de desesperación o apatía
en el paciente o el terapeuta.
Lo mejor es que el terapeuta ayude al paciente a considerar sus deslices y sus recaídas
como oportunidades para practicar formas más adaptativas de combatir su utilización de
la droga. Por ejemplo, el terapeuta de Mike le podría ayudar a comprender que había
maneras más adaptativas de soportar su disforia debida a la separación matrimonial, que
no la utilización de las drogas. Antes que creer que su situación era desesperante y que el
único alivio posible era aceptar el ofrecimiento de cocaína de sus amigos, se podría
haber centrado en actividades productivas que mejoraran su estado de ánimo y su
autoestima. Además, aunque él hubiera empezado a tomar cocaína, no tenía por qué
creer que era una recaída irreversible. En su lugar, y si se tenía que enfrentar con
situaciones parecidas en el futuro, podría haber repasado algunas de sus creencias de
control que le ayudasen a salir de su descenso en picado (Shiffman, 1992). Dichas
creencias de control podrían ser:
«Si paro ahora, podré demostrarme a mí mismo que soy más fuerte que la droga».
«Apartarse de las drogas es lo mismo que intentar salvar mi matrimonio.»
«Debería buscar amigos que estén al margen de las drogas, cuando me siento tan mal.»
Cuando el paciente ha mantenido su abstinencia durante un largo período de tiempo y
338
tanto el terapeuta como el paciente confían en la habilidad de éste para mantenerse de
esta forma, se puede considerar que la terapia formal ha acabado. En este momento se
pueden programar «sesiones de seguimiento y refuerzo», que incluyan llamadas de
teléfono, correspondencia escrita y contactos cara a cara. Estas sesiones sirven para
distintas finalidades. Primero, centran la atención del paciente en la necesidad de
vigilancia para combatir el proceso de recaída. Segundo, el continuo interés del terapeuta
en el paciente le proporciona apoyo social y le motiva a mantener su abstinencia.
Tercero, el terapeuta puede continuar proporcionándole una guía externa al paciente que
quizás esté de nuevo en riesgo de recaída.
Hay evidentes beneficios sustanciales en el hecho de mantener el contacto largo
tiempo con el paciente. Cada visita de seguimiento o llamada telefónica disminuye la
probabilidad de que el paciente recaiga o de que al menos recuerde al adicto que el
terapeuta es un recurso posible para afrontar los estímulos de alto riesgo. Si el adicto
acaba recayendo después de que la terapia haya terminado, se recomienda que el
terapeuta le invite a volver de nuevo a terapia tan pronto como sea posible para poder
trabajar con la finalidad de mejorar sus habilidades de afrontamiento. De nuevo, un
análisis concienzudo de cada recaída proporciona al paciente mayor comprensión, y al
final más control, sobre su proceso de recaída.
Al mismo tiempo, deberíamos señalar las siguientes advertencias. Primero, aunque
como terapeutas debemos esforzarnos en proporcionar continua ayuda a los pacientes
que siguen necesitándola, coincidimos con Gawin y Kleber (1992): El objetivo de la
prevención de recaídas es disminuir gradualmente el control externo que se impone al
paciente con abuso de sustancias, tanto por parte de la familia como del terapeuta,
durante el inicio de su abstinencia, y facilitar gradualmente que el paciente desarrolle
más control interno (pág. 47). Segundo, aunque seguramente sea preferible para el
paciente aprender de sus recaídas y deslices antes que meramente sucumba a ellos,
debemos tener cuidado para no dar a entender el mensaje erróneo de que se anima al
paciente a tener deslices y recaídas como una experiencia enriquecedora. Los terapeutas
deben dejar claro al paciente que la mejor forma de aprender se obtiene mediante el
afrontamiento continuo sin drogas de las demandas vitales cotidianas y a largo plazo.
Técnicas para predecir y controlar la recaída
IDENTIFICACIÓN DE LOS ESTÍMULOS DE ALTO RIESGO
339
Las personas que sufren de adicciones al alcohol y a las drogas encuentran
inevitablemente estímulos de alto riesgo. Esto es muy evidente cuando se considera el
hecho de que todas las personas experimentamos en determinados momentos algo de
tristeza, ansiedad, nerviosismo, ira o frustración (todos ellos estímulos de alto riesgo
interno, EAR). La identificación de estos EAR internos y externos es un componente
extremadamente importante del proceso de prevención de recaídas, componente muy
habitual en el adicto que sea poco consciente de los EAR.
Si se incrementa la capacidad del paciente para ser consciente de los EAR, se
reducirá la probabilidad de que la persona adicta se exponga a ellos, y se incrementará la
posibilidad de reaccionar reflexivamente ante ellos. En las sesiones, se anima a los
pacientes a revisar cuidadosamente los recuerdos recientes y remotos de recaídas para
poder descubrir todo el rango de los EAR que conducirán a recaídas futuras.
Presentamos un diálogo entre el terapeuta y el paciente que ilustra este proceso de
búsqueda de conflictos:
TE: Mike, ¿qué tipo de situaciones es más probable que te causen craving de cocaína?
PT: No lo sé.
TE: Bien, intentemos pensar en alguna, de forma que te puedas preparar para afrontarlas
de manera más efectiva.
PT: Vale, creo que tiene sentido. Ahora que lo preguntas, cuando estoy con algunos
amigos me gustaría colocarme… pero no se me ocurren más cosas.
TE: De acuerdo, revisemos la última vez que tomaste. ¿Cómo empezó?
PT: Había estado limpio al menos durante un mes cuando de repente me vino el impulso
una noche. Lo siguiente que recuerdo es que estaba con Bob y Ryan fumando crack.
TE: Ahora piensa cuidadosamente, ¿qué pasó realmente aquella noche? Me gustaría
escuchar los detalles.
PT: Bien, estaba en casa y mi mujer se encontraba de mal humor, uno de esos días en
que nada de lo que hago está bien.
TE: ¿Qué pasó después?
PT: Me puse de mala leche con ella y realmente hice que ella se pusiera de mal humor.
Lo que quiero decir es que empecé a defenderme.
TE: ¿Qué pasó después?
PT: Me marché furioso de casa y fui a dar un paseo por mi barrio. Y, en efecto, vi a Bob
y Ryan sentados en frente de la tienda habitual.
TE: ¿Qué pasó después?
340
PT: Caminé hacia ellos y la siguiente cosa que recuerdo es que todos estábamos en casa
de Bob. Lo demás ya es historia.
TE: Por tanto, realmente había varios estímulos de alto riesgo implicados, ¿no es así?
Podríamos incluir las críticas de tu mujer, tu ira y frustración como respuestas a sus
comentarios, dejar el hogar con el problema sin resolver, pasear por los alrededores a
última hora de la noche, la tienda habitual donde os solíais encontrar con Bob y Ryan
y finalmente, estar en casa de Bob.
PT: Sí, ahora que lo mencionas, creo que la situación era bastante complicada.
TE: ¿Cómo podrías hacer que esta situación fuera más «sencilla» en un futuro?
PT: No lo sé.
TE: Bueno, eso es algo que tenemos que trabajar. Para empezar, podrías simplificar las
cosas si supieras cómo reconocer que te encuentras en un estado enfadado y buscando
una salida. ¿Crees que esto te sería útil?
PT: Si.
En este diálogo quedó claro que Mike se había expuesto por sí mismo a múltiples
EAR y, por tanto, había incrementado espectacularmente su probabilidad de recaer. Es
interesante anotar que Mike tenía dificultades para observar cómo tomaba sus
decisiones, que le conducían a una cadena de acontecimientos y que acababan
precipitando una recaída. Marlatt (1985) señala que dichas exposiciones «accidentales»
ante los EAR provienen de «decisiones aparentemente irrelevantes». Carroll,
Rounsaville y Keller (1991) explicaron que dichas exposiciones podrían reflejar una
contradicción subyacente acerca de querer cambiar las conductas adictivas. Por tanto, es
importante que el terapeuta, en estas circunstancias, evalúe el carácter de la decisión del
paciente para mantenerse al margen de las drogas o el alcohol.
Por ejemplo, Gorski y Miller (1982) resaltaron una serie de signos reveladores que
señalan el inicio del camino del paciente hacia la recaída, es decir, tener tendencia a
exponerse a situaciones de alto riesgo y estar poco preparado para manejar sus
pensamientos, sentimientos, craving y acciones resultantes. Por ejemplo, estos indicios
incluyen: a) una actitud de indiferencia acerca de mantenerse involucrado en las
actividades de autoayuda que realiza (p. ej., asistir a terapia o a las reuniones con grupos
de apoyo, o realizar las tareas asignadas en la sesión de terapia); b) volver a mostrar
labilidad afectiva e hipersensibilidad; c) pocas ganas de hablar acerca de los problemas y
las preocupaciones; d) aislamiento social; e) romper con las rutinas diarias saludables y
su estructura, y f) toma de decisiones impulsiva. Un ejemplo concreto es un paciente que
341
empieza a anular sesiones de terapia por razones falsas y que niega cualquier posible
síntoma de los cuestionarios del Beck (BDI, BM, BHS, etc.) a pesar de los obvios signos
de estrés. Estos indicadores tempranos preparan el camino para el proceso de recaída, tal
y como se representa en el diagrama de flujo del modelo cognitivo, y se les debe prestar
una atención adecuada.
Parece evidente que los EAR son algo muy idiosincrásico para las personas que
padecen abuso de drogas (Carroll, Rounsaville y Keller, 1991). Se recomienda que el
terapeuta cognitivo evalúe cuidadosamente los EAR para cada paciente de manera
individual. Un método útil para hacerlo es autocontrolar la asignación de las tareas.
Específicamente, el paciente utiliza un diario del cambio de intensidad de craving (y su
uso) de cocaína durante cada hora en relación con acontecimientos internos y externos.
Este diario se revisa en determinadas sesiones para evaluar «nuevos patrones de
consumo de cocaína que no se hubiesen observado anteriormente» (Carroll, Rounsaville
y Keller, 1991). Al final de cada sesión, se pide al paciente que prevea qué EAR puede
ocurrir entre la sesión actual y la siguiente. Además, se pide al paciente que planifique
estrategias para afrontar dichos EAR.
Estrategias cognitivas para afrontar los EAR
La importancia de los EAR es que elicitan creencias básicas relacionadas con las
drogas que incrementan la probabilidad de tener un desliz o una recaída. Por tanto, una
estrategia cognitiva fundamental para prevenir la recaída es desarrollar creencias
«control» que reduzcan la vulnerabilidad de las recaídas y los deslices. Los siguientes
son ejemplos de creencias de control que reducen la vulnerabilidad de tener un desliz y
de recaídas:
«No necesito las drogas para divertirme».
«Mi vida mejorará sin las drogas.»
«Puedo afrontar las emociones negativas sin tener que tomar drogas.»
«Tengo control sobre mis conductas, incluyendo el abuso de droga.»
«Aunque tenga un desliz, no tengo por qué seguir tomando drogas.»
«Un desliz no equivale a fracasar.»
La siguiente sesión entre el terapeuta y el paciente ilustra el proceso de
descubrimiento guiado, utilizado en este caso para modificar las creencias relacionadas
con las drogas y para construir creencias de control.
TE: Me pregunto, ¿cómo puedes encontrar sentido a seguir tomando cocaína a pesar de
342
los resultados tan destructivos que te produce?
PT: Bueno, pasa una cosa: me siento como si no tuviera control sobre mi abuso de
drogas cuando estoy preocupado emocionalmente.
TE: ¿Qué quieres decir cuando me respondes que «No tengo control»?
PT: Me siento como si realmente no tuviera ningún tipo de control.
TE: Así que, ¿crees que tienes un «cero por ciento de control»?
PT: Eso creo.
TE: ¿Eso significa que cada una de las veces que has tenido un craving de coca has
consumido?
PT: Bien, no.
TE: ¿Cuántas veces has conseguido no tomar cocaína a pesar de tener craving e
impulsos?
PT: Bueno, cantidad de veces, realmente. Ahora que lo pienso, creo que la mayoría de
las veces.
TE: ¿Quiere eso decir que has sido capaz de demostrar control?
PT: Nunca me había parecido que fuera de esa forma, pero creo que realmente tengo
algo de control.
TE: Y por tanto, acabas de cambiar tu creencia de «No tengo control» a «Tengo algo de
control». Tal y como la hemos comentado, la primera creencia es un ejemplo de
pensamiento dicotómico o «todo-nada», mientras que el segundo pensamiento será
probablemente más objetivo, ya que tiene en cuenta «los distintos matices».
PT: Sí, lo sé. Así que cuando pienso que no tengo control es más probable que ceda ante
mis impulsos y consuma cocaína. Pero cuando lo pienso cuidadosamente y veo que
tengo más control, es más probable que pueda mantener mis objetivos de no tomar
drogas.
TE: Sí, muy bien.
En este ejemplo, se ayuda al paciente a ver las ventajas de cambiar su creencia sobre
la droga «No tengo control» por «Tengo algo de control». Otra estrategia útil para tratar
con los EAR es la distracción (Carroll, Rounsaville y Keller, 1991). Específicamente, se
anima al paciente a reunir una lista de actividades distractoras que se puedan utilizar
cuando se encuentran los EAR. Las actividades de distracción pueden incluir cualquier
actividad no relacionada con las drogas (p. ej., ejercicio, cantar, jugar con los niños o
escribir una carta). Aunque las técnicas de distracción solamente son una estrategia de
afrontamiento a corto plazo, realizan una labor muy importante al proporcionar un
343
período de tiempo entre el inicio del craving y el acto de buscar y tomar drogas. Dicho
retraso puede proporcionar a los pacientes el tiempo suficiente para pensar en todas las
consecuencias negativas de tomar drogas, así como una oportunidad de ser testigo de
cómo disminuye el craving si no se consume (Carroll, Rounsaville y Keller, 1991;
Horvath, 1988).
Estrategias conductuales para afrontar los EAR
Cuando los pacientes identifican los EAR y examinan las creencias sobre las drogas,
se les ayuda a practicar (es decir, repasar) estrategias para afrontar algunos EAR. Por
ejemplo, se puede ayudar a Mike a desarrollar y practicar métodos para resolver
problemas con su mujer. Se le puede animar a pensar en formas en que pueda ofrecer y
también demandar más apoyo emocional. También se le puede estimular a que piense en
alternativas a salir solo, especialmente en áreas donde están sus amigos o compañeros de
drogas. Además, se le puede ayudar a imaginar formas de decir «no gracias» a sus
amigos cuando le invitan a tomar drogas, a pesar de su craving o impulso. Tal y como
ilustra el caso de Mike, la prevención de la recaída requiere que los pacientes aprendan a
afrontar tanto los estresores vitales generales (p. ej., disputas matrimoniales) como la
molestia que supone en especial la tentación de tomar drogas (Wills y Shiffman, 1985).
Un objetivo a largo plazo de Mike, que es esencial para la abstinencia continuada de
la mayoría de pacientes adictos una vez finalizada la terapia, es establecer y mantener
relaciones significativas con personas que están al margen de las drogas (Frances y
Miller, 1991; Havassy y otros, 1991). La frase que refleja esta filosofía en los grupos de
doce etapas es «abrazos sí, drogas no». Al final, el paciente debe aprender a buscar el
contacto humano, antes que las drogas, para obtener gratificación de las necesidades de
dependencia.
Como parte importante de este proceso, a Mike se le enseñaría a examinar sus
creencias que le conducen a conductas de alto riesgo. Por ejemplo, el terapeuta puede
preguntar, «¿Qué estabas pensando cuando gritaste a tu mujer?». Los pensamientos
automáticos del paciente podrían haber incluido: «¡Quiero acabar con esto!» o «No
puede hablar conmigo de esa forma». Subyacente a estos pensamientos están las
creencias de Mike acerca de su ineficacia personal y debilidad, creencias que disparan
tanto los impulsos de consumir como la creencia anexa de que ceder ante las drogas es la
única forma de ser poderoso.
Otra estrategia de prevención de la recaída conductual comprende la exposición
gradual a los EAR (Mackay y otros, 1991). Es decir, el terapeuta y el paciente
construyen una jerarquía de estímulos elicitantes de alto riesgo cada vez más intensos, y
344
en las sesiones de terapia el paciente se expone realmente ante ellos (in vitro) y mediante
las tareas asignadas entre sesiones (in vivo). La eficacia de esta técnica se puede atribuir
a los cambios cognitivos en los pacientes, ya que sienten que son capaces de manejar de
manera más efectiva estas situaciones. En otras palabras, los pacientes consiguen un
incremento de su sensación de autoeficacia, ya que afrontan con éxito las situaciones de
alto riesgo, cada vez más intensas.
De nuevo, se requieren unas palabras de cautela. Mientras que creemos que la
exposición a situaciones de alto riesgo es inevitable en la vida y, por tanto, tiene mucho
sentido «introducir» gradualmente a los pacientes en estas situaciones, esta técnica debe
ser tratada con cuidado. Los terapeutas se deben asegurar de que sus pacientes tienen las
habilidades que se requieren y la motivación para manejar los craving inducidos en la
sesión, antes de instarles a afrontar sus craving fuera de la misma (Childress y otros,
1990). Hay que decir a los pacientes que este tipo de tareas asignadas requieren de un
plan detallado, así como que son una válvula de salvación, por si acaso (p. ej., poder
llamar al terapeuta) los craving fueran difíciles de manejar. Por otro lado, los pacientes
pueden emplear mal esta consigna probándose a sí mismos antes de que sean capaces de
manejar los craving que aparecerán (Carroll, Rounsaville y Keller, 1991; Washton,
1988). Se puede poner como ejemplo un paciente que conduzca por el barrio donde solía
comprar y consumir heroína, «sólo para ver si puede hacerlo», sin preparar un plan de
acción anticipadamente y, por tanto, jugándoselo todo a una carta. Por contra, las tareas
asignadas por el terapeuta de exposición gradual pueden consistir en riesgos pequeños y
calculados que supongan una oportunidad excelente para tener éxito y poner en marcha
los planes alternativos en el caso de que las cosas vayan mal.
EVITAR QUE UN DESLIZ ACABE SIENDO UNA RECAÍDA
Tal y como mencionamos antes, los deslices proporcionan al adicto oportunidades de
aplicar habilidades cognitivas y de promover más comprensión de los mecanismos
implicados en la recaída. Por tanto, un desliz no se percibe necesariamente como
«malo»; en su lugar, hay que considerarlo como una «caída» que nos ayuda a conseguir
mucha experiencia. Un tema importante de la prevención de recaídas es ayudar al
paciente a evitar que los deslices acaben convirtiéndose en recaídas (Mackay y Marlatt,
1991).
Hay muchas razones que explican por qué ocurren los deslices. Por ejemplo, los
adictos pueden escoger «tener un resbalón» para poder probar su habilidad para controlar
su abuso de sustancias. Pueden pensar: «Lo probaré sólo esta vez. Esto demostrará que
345
tengo control sobre mi adicción». Tal y como hemos mencionado antes, los adictos
pueden también «accidentalmente» o de manera intencional exponerse a estímulos de
alto riesgo sin estar preparados a responder cognitiva o conductualmente a estos
estímulos. Otra razón para tener una recaída puede ser que el adicto, una vez más, crea
que las ventajas de tomar drogas pesan más que las desventajas.
Dadas la cantidad de razones posibles para tener un desliz, un componente
importante de la prevención de recaídas implica la identificación de una serie de
aspectos decisivos en el modelo cognitivo de la recaída. Por ejemplo, ¿ocurrió el desliz
porque el adicto no fue capaz de evitar un EAR externo? O bien, ¿ocurrió el desliz
porque al adicto le faltaban las creencias de control apropiadas para resistir un EAR
inevitable? O ¿se vio implicado el paciente, de manera automática y sin esperarlo, en
estrategias instrumentales para adquirir drogas como respuesta a sus craving?
Un desliz suele provocar una recaída como resultado de las creencias subyacentes
dicotómicas, del tipo todo-nada; por ejemplo, «Un desliz significa que no tengo nada de
control», «Como no puedo mantener la abstinencia, la terapia no funciona» y «Un desliz
es un fracaso». Marlatt y Gordon (1985) llaman a este proceso de pensamiento y a la
consiguiente recaída un «efecto de la violación de la abstinencia». Una estrategia
importante para prevenir la recaída es, por tanto, desafiar estos pensamientos
dicotómicos acerca de los deslices, de forma que no lleguen a ser recaídas.
Cuando un adicto tiene un desliz, las técnicas de imaginación son útiles para
reconstruir la secuencia de estímulos, creencias básicas, pensamientos automáticos y
conductas que llevan al desliz. Además, es importante utilizar el recuerdo apropiado de
técnicas en cada decisión que se tome para preparar al adicto para circunstancias futuras
similares.
Esta estrategia queda bien ilustrada en el siguiente diálogo entre Mike y su terapeuta.
Antes de esta interacción, el terapeuta supo que Mike había estado paseando alrededor
de los lugares en que sus amigos, Ryan y Bob, con los que tomaba drogas, solían
reunirse. De hecho, Mike casi había evitado a sus amigos pero de repente se sintió
«obligado» a pararse a hablar con ellos. Bob preguntó a Mike por qué había
desaparecido últimamente y le ofreció llevarlo a casa en su coche. Mike aceptó y subió
al coche de Bob. Ya de camino, Bob le explicó que tenía que parar sólo un momento en
su casa. Mientras Bob estaba dentro, Mike empezó a pensar que podría acompañarlo a su
casa para ser un poco más «sociable». Una vez dentro, Bob le ofreció una «dosis rápida»
y aunque Mike sintió que realmente no quería tomarla, al final aceptó colocarse
rápidamente.
346
Hay varias decisiones y elecciones que le llevaron a su desliz. Primero, Mike decidió
andar a través de una «zona de alto riesgo» antes que escoger una «ruta asegura». Una
vez vio a sus amigos, tuvo la opción de seguir andando. Cuando estaba en su coche,
frente a la casa de Bob, tuvo la opción de seguir esperándole fuera en vez de entrar
dentro. Y finalmente, cuando Bob le ofreció una dosis tuvo la oportunidad de aceptar o
de rehusarla. El siguiente diálogo refleja la evaluación post mortem entre el paciente y el
terapeuta de la secuencia de acontecimientos que condujeron al desliz. Mike tenía sus
ojos cerrados y estaba imaginando la escena como si estuviese ocurriendo en ese mismo
instante:
TE: Estabas andando y empezaste a vagabundear a través de la zona que solías
frecuentar cuando te drogabas. ¿Cuál era el riesgo de que tomaras esa dirección?
PT: Sabía que podría encontrarme con Bob y Ryan. Sabía que a la larga podría ser un
problema, pero me gusta pasar el rato con ellos. Realmente lo pasamos bien juntos.
TE: ¿Qué te pasó cuando viste a Bob?
PT: Me llamó y pensé que «debía pararme».
TE: ¿Había algún problema con ese pensamiento?
PT: No podía volverle la espalda a mi amigo.
TE: ¿Cuál es el riesgo de seguir los dictados de tus pensamientos? ¿Renuncias a tu
libertad de poder escoger?
PT: Creo que hacerlo podría resultar un problema.
TE: ¿Qué pasó entonces?
PT: Me paré y se ofreció a llevarme a casa.
TE: ¿Tenías posibilidad de elegir?
PT: Me sentía como si no pudiese rechazar su ofrecimiento.
TE: Frecuentemente actúas de manera instintiva pero puede que seguir dichos instintos
sea perjudicial para ti… (pausa)… Ahora, estás esperando en el coche. ¿Qué pasa por
tu cabeza?
PT: Estoy pensando que podría ir dentro y ser sociable.
TE: ¿Sientes el deseo de colocarte?
PT: Puede que en el fondo de mi mente esté pensando que sería una buena idea
colocarse.
TE: ¿Qué piensas cuando Bob te ofrece algo de droga?
PT: Pienso que es posible que yo no quiera. Pero Bob me lo ofreció como un gesto de
amistad… Sentí que debía aceptar.
347
TE: Podrías haberte preguntado a ti mismo: «¿Estoy haciendo lo “correcto” o sólo estoy
dándome permiso para usar droga?».
PT: Sí, creo que sí.
TE: ¿Y cuál hubiese sido la consecuencia de ese pensamiento?
PT: Puede que me hubiese dado cuenta de lo impulsivo que estaba siendo. También
puede que no hubiese tomado la dosis.
TE: Después de tomar la droga, ¿qué pensamientos pasaron por tu cabeza?
PT: Estaba pensando: «Ya da lo mismo, puedes terminar lo que has empezado».
TE: ¿Y qué significa ese pensamiento?
PT: Significa: «Si tomo una vez, ya estoy al borde del desastre».
TE: Eso suena como si tuvieras un «pensamiento del tipo todo-nada».
PT: Sí, correcto.
TE: Y seguiste fumando crack en casa de Bob toda la tarde.
PT: Sí.
En este ejemplo, el terapeuta «guio» a Mike a través de sus propios pensamientos e
imágenes de su experiencia reciente de forma que pudiese revisar las decisiones clave
que le llevaron a su desliz. Al llegar a ese desliz, el terapeuta le ayudó a ver que su
pensamiento dicotómico le llevó a seguir consumiendo después de su primera dosis. En
el siguiente diálogo, el terapeuta de Mike le anima a repasar métodos alternativos para
afrontar cada una de las decisiones importantes:
TE: ¿Qué podrías haber hecho en vez de andar a través de la zona en la que solías
colocarte?
PT: Creo que había cantidad de sitios a los que podría haber ido y con los que hubiera
evitado ver a esos colegas.
TE: Y si de todas formas hubieras ido por allí, ¿qué hubieras podido pensar cuando te
llamaron?
PT: Podría haber pensado: «Esos colegas suponen un riesgo de recaída para mí. Mejor
que siga andando».
TE: ¿Qué tipo de conductas podrías haber adoptado al final?
PT: Podría haber actuado de manera amigable y decir: «¡Hola chicos! Tengo prisa. ¡Me
voy!».
TE: ¿Y qué hubiera ocurrido si Bob para su coche y te ofrece llevarte de todas formas?
PT: Podría haber seguido pensando «malas noticias…».
348
TE: ¿Y cuál hubiese sido la conducta resultante?
PT: Hubiera rehusado a subir a su coche.
TE: ¿Y qué hubiese ocurrido si te convencía de entrar en el coche y hubieses acabado en
casa de Bob de todas formas?
PT: Podía haber seguido pensando: «No salgas del coche. La casa es una zona
peligrosa».
TE: ¿Y entonces qué hubiera ocurrido?
PT: Probablemente Bob hubiese vuelto al coche y me hubiera llevado a casa sin que yo
tomara nada.
TE: Y si hubiese ocurrido de esta forma, ¿como te habrías sentido?
PT: Probablemente aliviado y orgulloso de mí mismo al poder controlar mi vida.
En este punto, el terapeuta se dio cuenta de que Mike tenía otro tipo de creencias
(relacionadas con la «lealtad» y la «responsabilidad») que lo hacían vulnerable a tener
deslices y recaídas. El terapeuta exploró estas creencias en el siguiente diálogo:
TE: ¿Qué estabas pensando cuando te dirigiste al coche de Bob?
PT: Pensé: «Realmente he olvidado a mis amigos».
TE: ¿Qué quieres decir con eso?
PT: Significa que tengo que ser amable con estas personas. Después de todo, son mis
amigos.
TE: ¿Qué quieres decir cuando utilizas la frase «tener que»?
PT: Me gusta pensar en mí mismo como una persona leal.
TE: ¿Y qué significa ser «leal»?
PT: Significa que debo estar de acuerdo con lo que ellos quieren.
TE: Deberes y obligaciones.
PT: Sí.
TE: ¿Qué sabes acerca de los deberes y las obligaciones?
PT: Sé que no son lo mejor.
TE: ¿Y cuál es el resultado de los deberes y las obligaciones?
PT: Bien, pueden acabar metiéndome en un lío. Como en este caso, han provocado que
vuelva a consumir.
ANÁLISIS DE VENTAJAS Y DESVENTAJAS
Marlatt y Gordon (1985) explican que las expectativas de resultados positivos
349
contribuyen a la recaída. Explícitamente, las personas que son adictas al abuso de
sustancias perciben ventajas positivamente sustanciales de consumir dicha sustancia. De
hecho, esas personas suelen minimizar o ignoran las desventajas de tomar drogas,
especialmente en situaciones de alto riesgo.
El análisis de ventajas y desventajas es una técnica utilizada frecuentemente en la
terapia cognitiva (véase el capítulo 9). Esta técnica es muy útil en la prevención de
recaídas, donde los adictos perciben de manera selectiva las ventajas de tomar droga.
En el análisis de ventajas y desventajas el terapeuta construye una matriz de cuatro
celdas, con las ventajas y desventajas en un eje, y en el otro utilizar o no las drogas. Se
insta a los pacientes a discutir las ventajas y las desventajas de consumir y de abstenerse
de tomar drogas. El papel del terapeuta consiste en estimular a los pacientes a que
aporten datos objetivos, en relación con las ventajas y desventajas. Además, se anima a
los pacientes a comprender que sus puntos de vista exagerados acerca de las ventajas, al
igual que sus puntos de vista minimizados de las desventajas, contribuyen a su adicción.
El siguiente diálogo es una continuación de la sesión con Mike. Ilustra el análisis de
ventajas y desventajas:
TE: Mike, cuando te encontrabas en dicha situación de alto riesgo con tus amigos Bob y
Ryan, ¿qué pasaba por tu mente?
PT: Creo que pensaba: «Pronto me sentiré aliviado de esta situación tan asquerosa».
TE: Por tanto, considerabas que una ventaja de fumar crack era el alivio que
conseguirías de la mala situación por la que pasabas.
PT: Me podría olvidar de mi esposa durante unas horas.
TE: ¿Qué otras ventajas puedes ver en ello?
PT: (Pausa.) Bien, no puedo pensar en ninguna más.
TE: ¿Cuáles eran las desventajas de tomar droga?
PT: Bueno, el alivio sólo era pasajero. Sabía que realmente estaba empeorando mi
matrimonio y mi vida.
TE: ¿Qué otras desventajas tiene tomar drogas?
PT: Bien, puedo perder mi pequeño si mi esposa decide separarse.
TE: ¿Qué más?
PT: Podría decir que mi vida cambia a peor a partir de este asunto. Cuando realmente
soy sincero conmigo mismo sé que mi salud y mi autoconfianza están por los suelos.
TE: Bien, ¿cuáles son las ventajas de abstenerse?
PT: Bueno, como ya he dicho, estoy desperdiciando mi vida, y puede que empiece a
350
mejorar, si me abstengo de tomar drogas.
TE: ¿Puedes pensar en otras ventajas de abstenerse?
PT: (Pausa, lágrimas en los ojos.) Creo que puedo empezar a ser un auténtico padre para
mi hijo. De hecho, yo nunca tuve un padre.
TE: ¡Eso sí que parece una verdadera ventaja!
PT: ¡Sí, siempre que pueda recordar más adelante cómo me siento en estos momentos!
De hecho, Carroll, Rounsaville y Keller (1991) sugirieron un método que facilita
recordar el análisis de ventajas y desventajas. Sugieren que el adicto haga una lista de las
ventajas de tomar cocaína por una cara de la tarjeta. Entonces, el terapeuta ayuda al
paciente a ver las consecuencias negativas que pueden acabar provocando las ventajas
que ha mencionado. Por ejemplo, un «colocón espléndido» vendrá seguido de un «gran
caída», hundirse mucho. En la otra cara de la tarjeta, el paciente escribe las desventajas
de continuar usando cocaína. Entonces se pone la tarjeta en el billetero del paciente,
cerca de su dinero, de manera que sea visible en períodos de mucha vulnerabilidad.
DESARROLLAR REDES DE APOYO SOCIAL
El conflicto interpersonal es un estímulo de alto riesgo para muchos adictos (Mackay
y otros, 1991). De hecho, Cummings, Gordon y Marlatt (1980) encontraron que un 44 %
de las experiencias de recaída están ligadas a conflictos interpersonales. La soledad
también es un estímulo de alto riesgo, por dos razones. Primero, la soledad es una
emoción molesta (es decir, un estímulo interno) que se debe anestesiar temporalmente
con cocaína. Segundo, el uso de la heroína y la cocaína suele tener lugar en un ambiente
social que proporciona temporalmente al adicto la sensación de tener «compañía» para
aliviar su soledad. A partir de estos supuestos, consideramos que los esfuerzos para
prevenir la recaída se deben reforzar mediante la adquisición por parte del paciente de
redes de apoyo sociales al margen de las drogas (véase Frances y Miller, 1991).
Es importante comprender que los pacientes tienen numerosas creencias básicas y
pensamientos automáticos acerca de las relaciones que influyen en sus conductas. Por
ejemplo, algunos adictos pueden creer: «Sólo me pueden comprender los que toman
drogas», «Los que no hayan tomado drogas, nunca me aceptarán», «Las personas que no
toman drogas son aburridas», y otras más. Obviamente, estas creencias acaban
provocando malestar social o ansiedad y un cierto grado de evitación social. Los
terapeutas pueden ayudar a sus pacientes a comprender este proceso, así como a
modificar sus creencias.
351
La familia y los amigos que no toman drogas pueden suponer un gran apoyo para el
paciente. Muchos adictos han evitado a los miembros de su familia y a los amigos que
no consumían drogas por miedo a ser criticados y rechazados. Los programas de doce
etapas (p. ej., Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos) también son un apoyo
importante para el paciente. Por tanto, se debe animar a los pacientes a que utilicen la
ayuda de estos programas. Al hacerlo, experimentarán beneficios múltiples, desde el
apoyo social, la colaboración y un ambiente que favorece su abstinencia, al mismo
tiempo que son una manera de pasar el tiempo cuando se sufre de aburrimiento. Es
evidente que los terapeutas cognitivos también se esfuerzan por formar parte de la red de
apoyo de los pacientes, pero lo que es vital, es que los pacientes con abuso de sustancias
tengan amigos que estén al margen de las drogas en su vida cotidiana y durante su
«trayecto».
Resumen
En este capítulo se ha presentado la prevención de recaídas como parte integrante del
marco de la terapia cognitiva. Este modelo resalta el papel de las creencias así como de
las situaciones de alto riesgo en el proceso de recaída. Hemos presentado técnicas para
predecir y controlar la recaída, que incluyen la identificación de los EAR, estrategias
cognitivas y conductuales para afrontar los EAR, evitar que un desliz acabe siendo una
recaída, análisis de ventajas y desventajas y redes de apoyo social para la prevención de
recaídas.
También hemos comentado el hecho de que la abstinencia a largo plazo de las drogas
y el alcohol comprende cambios muy importantes en las actitudes y el estilo de vida.
Cuando los terapeutas notan que sus pacientes se ven a sí mismos, al mundo y al futuro
tal y como lo hacían al inicio del tratamiento, esto es un indicio que señala la necesidad
de que el paciente reevalúe su autoeficacia y compromiso con un cambio positivo en su
vida.
En resumen, las habilidades conceptuales y técnicas que los pacientes aprenden
durante el curso de la terapia cognitiva se deben practicar y «vivir» en los meses y años
posteriores al tratamiento formal, una vez éste ha terminado. Al acabar, hay que animar
a los pacientes a que aprendan a ser sus propios terapeutas cognitivos, y que entiendan
que el trabajo de terapia debe ser una manera de vivir.
352
Posdata
El párrafo que sigue es una versión de la «Oración por la tranquilidad», adaptada para
la terapia cognitiva de las drogodependencias:
La terapia cognitiva es una promesa de serenidad
Prometo que me esforzaré para ser más fuerte y mantenerme al margen de esos estímulos o situaciones
que evocan en mí el deseo de consumir y que puedo evitar; prometo también obtener serenidad y saber cómo
afrontar esos estímulos evocadores de drogas que no puedo evitar, así como la sabiduría necesaria para saber
distinguirlos.
353
APÉNDICE 1
CREENCIAS ACERCA DEL ABUSO DE SUSTANCIAS
1
Nombre:___________________________Fecha:_______________________
A continuación se relaciona una serie de creencias habituales respecto al consumo de
droga. Por favor, lee cada frase y evalúa en qué medida estás de acuerdo con lo que dice.
_____ 1. La vida sin tomar drogas es aburrida.
_____ 2. Tomar drogas es la única forma de que pueda incrementar mi creatividad y
productividad.
_____ 3. No puedo funcionar sin ellas.
_____ 4. Es la única forma de afrontar el dolor de mi vida.
_____ 5. No estoy preparado para dejar de tomar drogas.
_____ 6. Los craving y los impulsos hacen que tome drogas.
_____ 7. Mi vida no mejorará, incluso aunque deje de tomar drogas.
_____ 8. La única forma de manejar mi ira es usando drogas.
_____ 9. La vida sería deprimente si dejara las drogas.
_____ 10. No merezco recuperarme de las drogas.
_____ 11. No soy una persona suficientemente fuerte como para dejarlo.
_____ 12. No podría ser social sin tomar drogas.
_____ 13. El abuso de sustancias no resulta un problema para mí.
_____ 14. Los craving y los impulsos no desaparecerán a menos que tome drogas.
_____ 15. Mi abuso de sustancias lo provoca otra persona (p. ej., mi esposa, novio o
354
novia, o un miembro de la familia).
_____ 16. Si alguien tiene un problema con las drogas, eso es algo completamente
genético.
_____ 17. No me puedo relajar sin las drogas.
_____ 18. Tener estos problemas con las drogas significa que básicamente soy una
mala persona.
_____ 19. No puedo controlar mi ansiedad sin tomar drogas.
_____ 20. No puedo divertirme en esta vida a menos que tome drogas.
355
CUESTIONARIO DE CREENCIAS SOBRE EL CRAVING
(CBQ)
1
Nombre:___________________________Fecha:_______________________
Por favor, lee las frases escritas a continuación y evalúa en qué medida estás o no de
acuerdo con las mismas.
_____ 1. El craving es una reacción física y, por tanto, no puedo hacer nada para
evitarla.
_____ 2. Si no freno, los craving empeoran.
_____ 3. El craving te vuelve loco.
_____ 4. El craving es responsable de que use drogas.
_____ 5. Siempre tengo craving de drogas.
_____ 6. No tengo control alguno sobre mi craving.
_____ 7. Una vez que el craving ha empezado, ya no tengo control sobre mi
comportamiento.
_____ 8. Tendré craving de drogas el resto de mi vida.
_____ 9. No puedo soportar los síntomas que tengo cuando aparece el craving de
drogas.
_____ 10. Mi castigo por usar drogas es el craving.
_____ 11. Si nunca has tomado drogas, entonces no puedes tener ni idea de lo que es
el craving (y no puedes esperar que consiga resistirme).
_____ 12. Mis imágenes y pensamientos cuando tengo craving de drogas están
totalmente fuera de mi control.
_____ 13. El craving me pone tan nervioso que no lo puedo soportar.
356
_____ 14. Nunca estaré preparado para soportar el craving.
_____ 15. Como seguiré teniendo el craving el resto de mi vida, da lo mismo que
siga tomando drogas.
_____ 16. Cuando tengo craving de drogas, no puedo hacer nada.
_____ 17. O bien tengo el craving de drogas o no lo tengo; no hay nada en medio de
estos dos estados.
_____ 18. Si el craving se intensifica demasiado, la única forma de soportar dicha
sensación es mediante el uso de drogas.
_____ 19. Cuando aparece el craving de drogas, está bien usar alcohol para
afrontarlo.
_____ 20. El craving es más fuerte que mi fuerza de voluntad.
357
ESCALA DE PREVENCIÓN DE RECAÍDAS. Esta versión
fue desarrollada por Fred D. Wright.
Nombre:___________________________Fecha:_______________________
Como sabes, hay muchas situaciones que pueden provocar el impulso de usar cocaína
o crack. Esta escala tiene dos partes: a) para determinar lo fuertes que crees que pueden
ser los impulsos en una situación determinada, y b) para determinar la probabilidad de
que utilices drogas en estas situaciones.
A continuación se describen varias situaciones que pueden provocar fuertes impulsos
de tomar cocaína o crack. Lee cada ítem e imagínate a ti mismo en dichas situaciones.
En la primera columna, «Fuerza del impulso», indica lo fuerte que crees que puede ser el
impulso. En la segunda columna indica la «Probabilidad de utilizar drogas» en estas
situaciones.
PREDICCIÓN
Fuerza del
impulso
1. Estoy en un sitio en el que había tomado alguna
vez cocaína o crack.
2. Estoy rodeado de personas con las que he
tomado cocaína o crack anteriormente.
3. Acaban de pagarme.
4. He visto a mis compañeros(as) tomando drogas.
358
Probabilidad de
utilizar drogas
5. Estoy saliendo de mi trabajo.
6. Es viernes noche.
7. Estoy en una fiesta.
8. Estoy pensando en la última vez que consumí.
9. He empezado a hablar con alguien sobre tomar
drogas.
10. Me aburro.
11. ¡Me siento muy bien!
12. He visto un(a) amante/examante.
13. Estoy tomando una copa.
14. Un amigo mío me está ofreciendo algo de coca
o crack.
15. Me siento cansado.
16. He visto una prostituta.
17. He salido a buscar sexo.
18. Me siento sexy.
19. Me viene a la memoria lo bien que te sientes
cuando estás colocado.
20. Estoy enfadado.
21. Me siento estrenado.
22. Me siento culpable.
23. Acabo de tomar drogas.
24. Acabo de romper mi abstinencia.
25. Me estoy preparando para trabajar.
26. Estoy cansado.
27. Estoy frustrado.
28. He visto un póster en contra de las drogas.
29. He visto un canutillo.
359
30. He salido a jugar.
31. Acabo de soñar con «coca».
32. Estoy viendo deportes.
33. Me estoy vistiendo de forma elegante.
34. Estoy bajo presión en el trabajo.
35. Estoy pensando en practicar relaciones
sexuales.
36. Estoy enfadado con mi pareja/esposo(a).
37. Mi esposo(a)/pareja me está molestando
porque tomo drogas.
38. Mi familia me molesta porque tomo drogas.
39. Me acaban de decir que doy positivo en el test
de orina.
40. No he consumido y mi orina es positiva.
41. Estoy viendo una película relacionada con las
drogas.
42. Me siento ansioso.
43. Alguien acaba de criticarme.
44. No he tomado drogas durante mucho tiempo.
45. Me siento tenso.
46. Alguien al que estoy cuidando es un enfermo
terminal.
47. Tengo dolor.
48. Siento un peso en mis espaldas.
49. Estoy en un bar pasándomelo bien.
50. Me he peleado con mi familia.
360
APÉNDICE 2
INVENTARIO PARA MANEJAR LA AMBIVALENCIA Y
LOS DESLICES
1
1. Establecer las metas relacionadas con la abstinencia.
«Quiero seguir con mi trabajo.»
«Me gustaría avenirme más con mi familia/novia/novio.»
«Me gustaría tener más dinero para poder gastarlo en las cosas que quiero.»
2. Evaluar los hábitos de consumo de cocaína:
a. Observar estímulos específicos: dinero, preparativos de la cocaína (canutillo,
jeringuilla, materiales utilizados para la preparación de cocaína base, etc.),
exponerse a la cocaína directamente o a cualquier sustancia blanca cristalizada que
se le parezca, como la sal, el azúcar, la nieve, e incluso cal de las paredes; los
individuos y los lugares previamente asociados con el uso de cocaína y su
preparación. (Algunos consumidores intravenosos han percibido craving intensos
subjetivos cuando se les extrae sangre para la determinación semanal de sus
niveles).
b. Determinar si otras personas en la habitación del paciente, barrio o lugar de trabajo
toman cocaína; si el paciente está involucrado en la venta de cocaína y la
naturaleza de los recursos del paciente para la cocaína.
c. Determinar la disponibilidad de dinero, uso de otras sustancias psicoactivas,
contactos con otros consumidores de cocaína y pasar el tiempo de manera no
estructurada sin controlar las actividades del paciente.
3. Empezar las sesiones de terapia con un repaso de todas las situaciones de alto riesgo
que haya encontrado el paciente durante la pasada semana y las estrategias de
afrontamiento utilizadas por el paciente, y si fueron o no aplicadas con éxito.
361
4. Al final de la sesión, instar al paciente a que prevea cualquier situación de alto riesgo
en que se pueda encontrar durante lo que queda de semana: planificar anticipadamente
cómo puede evitarse esto o afrontarlo con éxito.
5. Prestar atención a la angustia generada por la abstinencia.
Reconocer y tomar en consideración la lucha del paciente.
Tener en consideración la sensación de privación.
6. Tener en cuenta las justificaciones del paciente para consumir.
«No hay nada como colocarse con cocaína.»
«El sexo y la coca van juntos.»
«Me siento menos ansioso con las personas.»
«Saco la mayor parte de mi dinero del tráfico.»
7. Identificar el grado de «compromiso» del paciente con la abstinencia.
Espaciar el uso de cocaína (aunque sin abandonarlo).
Continuar manteniendo niveles de alcohol elevados o de otras drogas psicoactivas.
Seguir en tratamiento sólo hasta que «se quiten de encima la presión de la esposa o amante».
8. Recordar al paciente las características del hundimiento o la disforia después de
consumir.
9. Evaluar si el paciente ha intentado reducir la disponibilidad de cocaína. ¿Ha
informado el paciente, a sus compañeros de uso, de su intención de dejar las drogas?
10. Pregunta: ¿se ha resistido la persona a informar a la familia o a sus amigos acerca de
su decisión de dejar de tomar droga, o es reticente a romper su relación con los
camellos?
11. Si el paciente no ha avanzado por sí mismo en limitar la disponibilidad de cocaína,
hay que considerar si el paciente espera que la mera exposición al tratamiento
produzca «mágicamente» la abstinencia sin que casi no participe o luche por ello.
12. Determinar si los consumidores, después de un período inicial de abstinencia, se
exponen a una situación en la que la cocaína esté disponible como un «test» de su
362
capacidad para resistir la tentación.
13. Animar al paciente, al menos al principio, a minimizar las exposiciones deliberadas
ante señales y situaciones asociadas a la cocaína. Estar preparado para identificar
exposiciones no intencionadas y que son «accidentales» e inesperadas («decisiones
aparentemente irrelevantes»). Ejemplo: un paciente decide que como su problema es
con la cocaína, tomará una cerveza. Sin embargo, después de tomar dos cervezas,
corre a buscar a un amigo que tenía un gramo de cocaína y recae.
14. Enseñar al paciente, antes de que ocurra, cómo se reconoce e interpreta esa cadena de
decisiones que lo llevan inevitablemente a recaer.
15. Enseñar al paciente a detectar las decisiones que normalmente se toman durante el
principio de una cadena de «exposiciones accidentales», cuando el riesgo, el craving y
la disponibilidad de cocaína son bajas. El paciente puede ser capaz de considerar
ciertas sensaciones, como el aburrimiento, como una «señal de alerta». Parte de las
exposiciones subintencionales (accidentes) se manifiestan en las acosas «que ha de
hacer» el paciente y que le llevan a actividades o lugares de alto riesgo.
16. Provocar la interpretación del paciente de la recaída: «Esta vez me he equivocado.
Creo que nunca dejaré de tomar cocaína, así que da lo mismo si sigo tomando».
17. Chequear el trasfondo psicológico del desliz: por ejemplo, a veces el desafío o la
rebelión pueden ser un factor desencadenante, como en el caso de una persona que
discute con su mujer y entonces piensa que los esfuerzos que ella hace para vigilar sus
acciones lo convierten en un prisionero».
18. Creerse con «derechos». Por ejemplo, las propiedades euforizantes iniciales de la
cocaína tal vez hagan que se incrementen las sensaciones positivas y, después, se
utilicen cuando la persona siente que «tiene derecho a una recompensa».
19. Autocontrol: se insta al paciente a que mantenga un registro cada hora de sus
cambios en el craving de cocaína y/o en relación con varios acontecimientos externos
e internos.
363
20. Incrementar la capacidad del paciente con abuso de sustancias de prever los
problemas, prepararse previamente a ellos o intentar evitarlos por entero.
21. Mantener el equilibrio entre animar al paciente a evitar situaciones de alto riesgo (al
menos inicialmente) y utilizar estrategias cognitivas y conductuales cuando se expone
o bien cuando tiene craving.
22. Al inicio del tratamiento, preguntar por la intensidad del craving. Los pacientes
suelen negar ningún tipo de craving. En las siguientes sesiones, el paciente puede
mencionar algo como: «Verme a mí mismo tomando cocaína» o tener un sueño acerca
de la cocaína u otras experiencias que pueden ser indicativas de algún tipo de craving.
Algunas descripciones son somáticas («un nudo en mi estómago… sentir cómo corre
la sangre… sudar… el latir del corazón», nerviosismo, emoción, olor o gusto de la
cocaína).
23. Buscar episodios en que se ha registrado mucho craving subjetivo de cocaína,
semanas o meses antes de la violación de la abstinencia.
24. Desmitificar la experiencia del craving ofreciendo una explicación mediante el relato
de los experimentos sobre condicionamiento. Ayudar al paciente a identificar y tolerar
el craving condicionado cuando se produce.
25. Explicar la naturaleza limitada en el tiempo del craving de cocaína. El craving suele
tener un pico y se disipa en menos de una hora si no va seguido del consumo de
cocaína.
La distracción puede ser una estrategia efectiva para afrontarlo.
26. La modificación del estilo de vida comprende desarrollar alternativas conductuales.
27. Si la persona con abuso todavía está trabajando, la mayoría de veces el trabajo se ha
convertido en una forma de conseguir dinero para comprar cocaína, con lo que se han
diluido los aspectos relacionados con el logro o el cumplimiento en el mismo.
28. Los adictos a la cocaína anhedóaicos pueden tener dificultades viendo cualquier
actividad o experiencia que no sea la utilización de la cocaína para divertirse. Todas
364
las demás experiencias se perciben como inferiores a la cocaína.
29. Animar a los pacientes a considerar los deslices como incidentes aislados que se
pueden clasificar como oportunidades de aprendizaje.
365
APÉNDICE 3
EJEMPLOS TÍPICOS DE LAS VENTAJAS Y
DESVENTAJAS DE UTILIZAR DROGAS
Ventajas de usar.
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
Me siento como un Supermán.
Acaba con la timidez y la inseguridad.
Me siento como el rey de la montaña.
Seguro.
Más sexo.
Hace que me sienta bien.
Integrarse con la gente.
Tengo más amigos (hasta que se acaba el dinero).
Me hace más social.
Reduce la ansiedad social.
Me relaja.
Es divertido.
Un vaso de vino a veces es mejor con la cena.
Hay veces que una sola copa con un amigo es algo muy agradable —un poco de
relajación, a veces un poco euforizante (una sola copa no es nada malo, y pasan
muchas cosas agradables).
Reduce la culpa (cuando dejo a mi hija).
Te aparta de la soledad.
Te olvidas de los problemas durante un rato.
Nada me preocupa cuando estoy colocado.
Desventajas de usar
1. Maltratar tu cuerpo mental y físicamente.
366
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
29.
30.
31.
32.
33.
Sufren las relaciones.
El trabajo se resiente (no mostrar el trabajo porque sería muy perjudicial).
Grandes deudas.
Llevo una vida que es una mentira.
Corro el peligro de tener consecuencias legales.
Después de tomar cocaína, me siento mal conmigo mismo por consumir.
Resaca.
Duermo casi todo el día.
Dejas de comer.
No tienes motivación.
No hablo de nada importante.
Me siento culpable cuando estoy delante de mis hijos.
Impotencia.
Esterilidad.
Paranoia.
Pereza.
Pérdida de la memoria a corto plazo.
Tensiones en la familia.
Pueden despedirme.
Daño a mí mismo y a los otros.
Menos respeto para con los demás.
Disminuye la autoestima.
No es fácil conocer gente nueva.
No consigues tantas cosas, no puedes hacer cosas constructivas después de haber
estado bebiendo.
Interacciones con la medicación.
No sé si me estoy ayudando a mí mismo cuando salgo y me expongo in vivo.
Malestar físico.
Perder el control (p. ej., decir algo indiscreto en los momentos de inconsciencia).
Conducir borracho.
Desanimarse por no haber podido controlar un impulso sin sentido.
Hago y digo cosas de las que luego me arrepiento.
Practicar sexo cuando no lo haría normalmente.
367
34.
35.
36.
37.
38.
39.
40.
Me pongo demasiado agresivo.
Se deteriora mi razonamiento.
Falta de control.
Puedo perder mi casa.
Podría morir.
Me arriesgo en lugares peligrosos.
Me aíslo.
Ventajas de no usar
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
Te mantienes sano.
Sientes menos paranoia.
Mejores relaciones con tu pareja.
Te sientes mejor físicamente.
Ahorras dinero.
No tengo que mirar al suelo siempre.
Me siento mejor conmigo mismo.
Puedo pensar con claridad.
Me gusta ir a trabajar.
Puedo pagar mis facturas.
No estoy ocioso.
No perderé el control.
No tengo que mentir a mi familia.
Tengo más tiempo para practicar hobbies.
Es depresivo y, como tengo problemas de este tipo, es bueno que lo evite.
Es bueno para mi peso (menos calorías).
Puedes hacer más cosas por la noche si no bebes.
Todo va más bien en mi cuerpo si no bebo.
No me tengo que preocupar de hacer el ridículo delante de los otros en las fiestas.
No me levanto pensando qué ha pasado la noche anterior (manos laceradas, etc.).
No tengo resacas.
Autoconfianza que obtengo por haber superado un impulso autodestructivo.
Recompensa moral por superar un deseo innecesario.
368
24.
25.
26.
27.
28.
29.
30.
31.
32.
33.
No tendré mala reputación.
No tendré que arrepentirme de cosas —dar puñetazos a las puertas, ser agresivo.
Razones de salud.
Mejorar la comunicación —sin tanta rapidez, hablar mejor en algunos grupos de
personas.
Dormir mejor.
No estar tan preocupado por lo que saben los otros.
Soy capaz de planificar mi futuro.
Mejores relaciones —más sexo.
Menos celos.
Más tiempo (para uno mismo y la familia).
Desventajas de no usar
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
Me siento tímido e incómodo junto a otras personas y me cuesta superarlo.
No puedo escapar de los problemas.
Estaré sólo.
Tendré que manejar los impulsos.
No podré caerme dormido por la noche.
Nervioso.
Aislarse —no hablaré con otras personas.
Siento mucho las cosas.
Tensión social (ser tentado).
Perder amigos.
No tendré las sensaciones que tengo cuando estoy bebiendo (la sensación de relax).
Hace que los bares sean menos divertidos.
Es desagradable en una fiesta o cena tomar sólo una copa o ninguna, cuando los
otros están bebiendo más.
A veces lo echo en falta (un buen vaso de vino tinto en algunas cenas).
Miedo a la intimidad cuando estoy sobrio.
Me siento incómodo en las situaciones sociales.
La vida no sería tan divertida.
Tendría que afrontar las cosas.
369
19. Estoy preocupado por los pensamientos que tengo acerca del craving y la recaída.
370
APÉNDICE 4
REGISTRO DIARIO DE CRAVING (RDP ADAPTADO
PARA SU UTILIZACIÓN EXCLUSIVA CON LOS
CRAVING)
Nivel
de
craving
(0-100)
Respuestas racionales y/o
afrontamiento.
50
Puedo tratar de soportarlo
—esperé una media hora
y el craving desapareció.
50
Fui al bar y pensé: «Esto
es un error y por tanto,
me voy».
Fecha
Situación
Pensamientos o
sentimientos
6-12
El jefe fue
muy duro
conmigo.
Me sentí estúpido.
Pensamiento:
Necesito un
cigarrillo.
6-25
Los chicos
se estaban
yendo al bar.
No pasa nada si voy
al bar con ellos—
puedo manejar el
craving.
7-4
Tenía que
hacer una
presentación.
Me sentí ansioso:
«Necesito beber algo
para poder hacerlo».
40
«No necesito una bebida.
Puedo hacerlo sin la
bebida.»
7-16
Tuve una
pelea con mi
mujer.
Me sentí deprimido y
enfadado. Pensé en
colocarme.
30
Decidí ir a dar una vuelta.
7-28
Hoy me
pagan.
Pensé que debería
celebrarlo.
20
«Luego me sentiré peor»,
así que me fui a casa.
371
APÉNDICE 5
INFORME DEL PACIENTE SOBRE LA SESIÓN DE
TERAPIA
Nombre:_______________Fecha:__________________________
Hora en que empezó la sesión:______________________________A.M. P.M.
Nombre del terapeuta:______________________________________________
1.ª PARTE. Por favor marca tu respuesta en cada una de las siguientes preguntas:
1. Antes de venir hoy, ¿qué cantidad de progreso esperabas hacer al tratar tus
problemas en la sesión de hoy?
Mucho progreso
Algo de progreso
Ningún progreso
2. En la sesión de hoy, ¿qué cantidad de progreso crees que has hecho realmente?
Mucho progreso
Algo de
progreso
Ningún progreso
Las cosas han empeorado
3. En las futuras sesiones, ¿qué cantidad de progreso crees que serás capaz de hacer al
tratar tus problemas?
Mucho progreso
Algo de progreso
Ningún progreso
4. ¿En qué medida estás satisfecho con la sesión de hoy?
Muy satisfecho
Satisfecho
Indiferente
Insatisfecho
5. En la sesión de hoy, ¿ha comprendido el terapeuta tus problemas correctamente?
Muy bien
Bastante bien
Mal
6. ¿En qué medida has sabido transmitir tus preocupaciones y problemas en esta
sesión?
372
Muy bien
Bastante bien
Mal
7. En la sesión de hoy, ¿en qué medida crees que puedes confiar (tener confianza) en
el terapeuta?
Muy bien
Algo
Nada
2.a PARTE. Por favor, responde a las siguientes preguntas acerca de las actividades
asignadas entre sesiones.
1. ¿Te asignaron tarea para realizar la sesión anterior?
SÍ
NO
2. ¿Habéis hablado de las tareas que tenías asignadas para la sesión de
hoy?
SÍ
NO
3. ¿En qué medida han sido útiles las tareas asignadas y la discusión que hoy has
hecho sobre ellas?
Muy útil
Algo útil
Nada útil
Inaplicables
4. ¿Estas de acuerdo con las tareas que se te han asignado en esta sesión semanal?
Muy de acuerdo
Algo de acuerdo
No muy de acuerdo
Inaplicables
3.ª PARTE. Evalúa en qué medida crees que has mejorado en las siguientes
habilidades en esta sesión de terapia. Por favor, haz referencia solamente a esta sesión,
teniendo en consideración que no se pueden adquirir todas estas habilidades en una sola
sesión.
Mucho
Algo
Nada
1. Más insight sobre la comprensión de mis problemas
psicológicos.
2
1
0
2. Métodos o técnicas para tratar mejor con las personas (p.
ej., siendo más asertivo).
2
1
0
3. Técnicas para definir y solucionar mis problemas
cotidianos (hogar, trabajo, escuela).
2
1
0
4. Confianza a la hora de realizar una actividad para mí
373
mismo.
5. Más capacidad para afrontar mis estados de ánimo.
2
1
0
6. Más control sobre mis adicciones.
2
1
0
7. Más capacidad para reconocer mis pensamientos
irracionales.
2
1
0
8. Más capacidad para corregir mis pensamientos
irracionales.
2
1
0
9. Más capacidad para reconocer mis creencias erróneas y
contraproducentes.
2
1
0
10. Más capacidad para evaluar mis creencias erróneas o
contraproducentes.
2
1
0
4.ª PARTE. Evalúa en qué medida tu terapeuta ha mostrado en esta sesión las
siguientes características:
Mucho
Algo
Casi nada
1. Empático y afectuoso.
2
1
0
2. Competente (sabe lo que hace).
2
1
0
3. Cálido y amable.
2
1
0
4. Ofrece mucho apoyo y aliento.
2
1
0
5. Implicado e interesado en mi caso.
2
1
0
5.ª PARTE. Por favor, marca la respuesta que corresponde a la forma en que percibes
a tu terapeuta (o a la terapia) en esta sesión.
1. Mi terapeuta me ha hecho callar.
SÍ
NO
2. Ha estado demasiado callado y pasivo.
SÍ
NO
374
3. Ha hablado demasiado.
SÍ
NO
4. Ha sido un poco mandón.
SÍ
NO
5. Parecía perder el hilo.
SÍ
NO
6. Esta terapia (la terapia cognitiva) no parece que sea adecuada para mí.
SÍ
NO
6.º PARTE. Describe el aspecto más destacado de la sesión de hoy y explica con
detalle cualquiera de las dificultades que has experimentado.
375
APÉNDICE 6
POSIBLES RAZONES PARA QUE NO SE REALICEN
LAS TAREAS DE AUTOAYUDA ASIGNADAS ENTRE
SESIONES
1
(para rellenar por el paciente)
Exponemos a continuación una lista de razones que varios pacientes han señalado
acerca de por qué no realizan sus tareas de autoayuda asignadas durante el curso del
tratamiento. Como la velocidad de mejoría depende sobre todo de la cantidad de
autoayuda que el paciente desee desarrollar en las tareas que le han sido asignadas, es de
vital importancia indicar con toda precisión las razones que tienes para no cumplir con
las mismas. Es importante buscar estas razones en el momento en que te sientas reticente
a cumplir con dichas asignaciones o el deseo de aplazar su realización. Además, es mejor
cumplimentar este cuestionario en esos momentos. Si tienes alguna dificultad rellenando
este cuestionario y para devolvérselo a tu terapeuta, sería mejor que lo hicieras en la
sesión de terapia. (Evalúa cada frase con una «V» [verdadero] o « F» [falso]. «V» indica
que estás de acuerdo con ello; «F» significa que la frase no es nada representativa de tu
comportamiento en estos momentos.)
1. Me da la impresión de que nada puede ayudarme, así que no tiene sentido intentarlo.
2. Realmente no entiendo por qué el terapeuta me insta a hacerlo.
3. Tengo la impresión de que ese método en particular que el terapeuta ha sugerido no será útil. No
parece que tenga mucho sentido para mí.
4. «Me falta resolución para cumplir lo que me piden y, por tanto, no puedo hacerlo.» Por eso acabo
cumpliendo con las tareas.
5. Deseo hacer algunas tarea de autoayuda que me asignan, pero se me olvidan.
6. Realmente no tengo suficiente tiempo. Estoy demasiado ocupado.
376
7. Si hago algo que el terapeuta sugiere, no es tan bueno como si propongo mis propias ideas.
8. Me siento indefenso, y realmente no creo que pueda hacer cualquier cosa que escoja hacer.
9. Tengo la impresión de que el terapeuta está intentando mandarme o controlarme.
10. No tengo ganas de cooperar con el terapeuta.
11. Tengo miedo de la desaprobación del terapeuta o de sus críticas sobre mi trabajo. Creo que lo qu
pueda hacer no estará suficientemente bien para él/ella.
12. No tengo ningún deseo o motivación de realizar tareas de autoayuda asignadas o nada que se le
parezca. Como no tengo ganas de realizar estas tareas, eso quiere decir que no puedo hacerlas y que
tengo que hacerlas.
13. Me siento demasiado mal, triste, nervioso, preocupado (subrayar la/s palabra/s apropiada/s) para
hacerlo en estos momentos.
14. Ahora me siento bien y no tengo ganas de echarlo a perder realizando estas tareas asignadas.
15. Otras razones (por favor, anótalas).
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
377
APÉNDICE 7
INTERVENCIÓN EN TERAPIA COGNITIVA CON
PACIENTES CON ABUSO DE SUSTANCIAS Y VIH
POSITIVO
1
Muchos pacientes con abuso de sustancias crónico se ven involucrados en conductas
que les sitúan en situaciones de alto riesgo para infectarse con el VIH. Exponemos a
continuación una guía breve para trabajar con la población con VIH positivo en relación
con su angustia emocional que, con toda probabilidad, experimentarán cuando se den
cuenta de su estado e intenten afrontarlo.
1. Educar a los pacientes acerca de sus síntomas fisiológicos asociados con el estrés
psicológico. La ansiedad y los síntomas depresivos, como la hiperventilación o
mareos, fatiga o anhedonia, falta de libido, irritabilidad y distractibilidad, suelen
interpretarse erróneamente como signos de enfermedad física por los pacientes
angustiados que han sido informados de que son VIH positivos. Esta interpretación
habitual incrementa la sensación de pérdida o amenaza, e intensifica los síntomas
depresivos/ansiosos, los cuales, a su vez, refuerzan la creencia del desarrollo de una
crisis («Estoy volviéndome loco», «Estoy desarrollando el sida», etc.).
2. El terapeuta debería animar al paciente con abuso de sustancias a que permaneciera
libre de drogas y alcohol de cara a poder mejorar su salud en general, haciendo un
esfuerzo para seguir bien el tiempo suficiente hasta conseguir ver el día en que se
disponga de tratamientos más efectivos para ese trastorno.
3. Repasar con los pacientes técnicas cognitivas como paro del pensamiento, distracción,
frases de afrontamiento o tarjetas-flash y respuestas racionales.
4. Ayudar a los pacientes a identificar y modificar pensamientos disfuncionales y
actitudes asociadas con ser VIH positivo. Un pensamiento típico podría ser: «Esta
378
enfermedad es mi castigo por ser una mala persona». Este pensamiento disfuncional
se genera a partir de creencias básicamente mal articuladas como «Soy una mala
persona» o «No soy normal».
5. Además de enseñar a estos pacientes a reconocer distorsiones y la naturaleza
disfuncional de pensamientos automáticos específicos, los terapeutas deberían
entrenar a sus pacientes para que etiquetasen estas distorsiones. Se enumeran a
continuación algunas distorsiones frecuentes asociadas con la angustia emocional
relacionada con el VIH:
Catastrofismo. «Esto es el final para mí.»
Pensamiento dicotómico. «No estoy muy saludable. No puedo disfrutar con nada.»
Sobregeneralización. «Esta tos indica que todo mi cuerpo se está derrumbando.»
Sacar conclusiones precipitadas. «Mi amigo no quiere salir conmigo este fin de semana; debe saber que
estoy contagiado y no le gusta estar cerca de mí.»
Personalización. «El tendero no me trata bien porque no quiere que me acerque a su tienda.»
6. Enseñar a los pacientes a identificar y modificar hábitos conductuales disfuncionales.
A lo largo del tratamiento, enfatizar el control de la conducta sexual de riesgo y las
conductas relacionadas con las drogas con riesgo de contagio. Estas conductas
relacionadas con las drogas o el sexo no son sólo peligrosas por la infección de
personas no contagiadas sino también para el paciente, ya que se puede volver a
infectar, lo que incrementa la probabilidad de desarrollar el síndrome del sida.
Además, los pacientes suelen experimentar la práctica de conductas de alto riesgo
como una acción impulsiva y con finalidad autolesionante. Los pacientes
experimentan culpa, vergüenza, pérdida de autoestima y un incremento de la
sensación de vulnerabilidad o de «estar fuera de control». Por tanto, conseguir un
control importante sobre estas conductas es extremadamente importante.
Controlar las conductas de alto riesgo requiere estos componentes:
a. Información fiable y comprensión práctica sobre cómo se transmite el VIH, y cómo
dicha transmisión se puede prevenir y evitar.
b. Control del impulso —hacer un esfuerzo constante y automático para llevar a cabo
los procedimientos necesarios para evitar la transmisión del VIH (utilizar
condones, agujas esterilizadas, etc.).
c. Asertividad —es la capacidad para defender la postura de una persona bajo presión
social extrema sin someterse o sin ser agresivo—. A veces, las dificultades para ser
379
asertivos se basan en cogniciones distorsionadas y supuestos disfuncionales como
«Si insisto en usar un condón, se reirá de mí», o «Si empiezo a desinfectarlo todo,
pensarán que tengo algo que esconder».
Resumen
Esta guía ha permitido examinar formas en que la terapia puede ayudar a los
pacientes con abuso de sustancias y VIH a afrontar sus trastornos: a) educándolos acerca
de los síntomas fisiológicos asociados con su estrés psicológico y de que estos síntomas
se pueden malinterpretar con signos de su enfermedad; b) animándoles a que se
mantengan al margen de las drogas y el alcohol con objeto de mejorar su salud en
general; c) revisando con ellos las técnicas de terapia cognitiva para afrontar el estrés
como una exposición de pensamientos, distracción, frases de afrontamiento o tarjetasflash y respuestas racionales; d) ayudándoles a identificar y modificar sus pensamientos
disfuncionales y actitudes asociadas respecto a ser VIH positivo; e) enseñándoles a
reconocer y etiquetar las distorsiones asociadas con la angustia emocional relacionada
con el VIH (p. ej., desdramatizando el pensamiento de todo-nada), y f) enseñándoles a
identificar y modificar los hábitos conductuales disfuncionales como no usar condones y
no utilizar agujas estériles.
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398
Notas
399
1. En esta traducción se ha optado por mantener la palabra craving como en el original, ya que no existe una
traducción exacta de la misma en la lengua española y porque, en ámbitos profesionales, es frecuente su
utilización en la forma anglosajona. El sentido exacto de la palabra craving correspondería al «estado de ansia o
deseo irrefrenable de usar droga o alcohol». (N. del t.)
400
1. Esta versión fue desarrollada por Fred D. Wright.
401
1. Advib: nombre comercial de un preparado de ibuprofeno que se utiliza como antiinflamatorio. Tylenol:
nombre comercial de un preparado de paracetamol y comercializado en España con idéntico nombre. (N. del t.)
402
1. «Quualude»: preparado de metaculona que se utiliza como barbitúrico (hipnótico/sedante anterior a la
generación de las benzodiazepinas). (N. del t.)
403
1. Esta versión fue desarrollada por Fred D. Wright.
404
1. Muchos de los elementos de este inventario están basados en el artículo «Estrategias para la prevención de
recaídas en el tratamiento del abuso de cocaína» de K. M. Carroll, B. J. Rounsaville y D. S. Keller, American
Journal of Drug and Alcohol Abuse, 17, 1991, págs. 249-265. Adaptado con permiso de Marcel Dekker Inc.
405
1. Esta versión la desarrolló David Burns y Aaron T. Beck en T. Beck y otros (1979). Copyright 1979 para The
Guilford Press. Reimpreso con permiso.
406
1. De Stress Prevention Training after HIVAntibody Testing: A Trainers Manual, B. Fishman, 1992,
manuscrito, Cornell University Medical College, Nueva York, Copyright 1992 por B. Fishman. Impreso con
permiso del autor.
407
Terapia cognitiva de las drogodependencias
Aaron T. Beck, Fred D. Wright, Cory F. Newman y Bruce S. Liese
No se permite la reproducción total o parcial de este libro,
ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
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Título original: Cognitive Therapy of Substance Abuse
Publicado originalmente en inglés, en 1993, por The Guilford Press, una división de Gilford Publications, Inc.
Esta edición ha sido publicada por acuerdo con International Editors’ Co.
© del diseño de la portada, Planeta Arte & Diseño
© de la ilustración de la portada, Helga_Kor – Shutterstock
© The Guilford Press, 1993
© de la traducción, Antoni Rodríguez Fornells, 1999
© de todas las ediciones en castellano,
Editorial Planeta, S. A., 1999
Paidós es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
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Primera edición en libro electrónico (epub): marzo de 2019
ISBN: 978-84-493-3575-4 (epub)
Conversión a libro electrónico: Realización Planeta
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Índice
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Agradecimientos
Prefacio
CAPÍTULO 1. PERSPECTIVA GENERAL DEL ABUSO DE
SUSTANCIAS
CAPÍTULO 2. MODELOS COGNITIVOS DE LA ADICCIÓN
CAPÍTULO 3. TEORÍA Y TERAPIA DE LA ADICCIÓN
CAPÍTULO 4. LA RELACIÓN TERAPÉUTICA Y SUS
PROBLEMAS
CAPÍTULO 5. FORMULACIÓN DEL CASO
CAPÍTULO 6. ESTRUCTURA DE LA SESIÓN TERAPÉUTICA
CAPÍTULO 7. EDUCAR A LOS PACIENTES EN EL MODELO
COGNITIVO
CAPÍTULO 8. ESTABLECER LAS METAS
CAPÍTULO 9. TÉCNICAS DE TERAPIA COGNITIVA
CAPÍTULO 10. MANEJO DEL «CRAVING» Y LOS IMPULSOS
IRREFRENABLES DE CONSUMIR
CAPÍTULO 11. PRESTAR ATENCIÓN A LAS CREENCIAS
CAPÍTULO 12. MANEJO DE LOS PROBLEMAS VITALES EN
GENERAL
CAPÍTULO 13. INTERVENCIÓN ANTE LA CRISIS
CAPÍTULO 14. TERAPIA DE LA DEPRESIÓN EN PERSONAS
ADICTAS
CAPÍTULO 15. IRA Y ANSIEDAD
CAPÍTULO 16. TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD
CONCOMITANTES
CAPÍTULO 17. PREVENCIÓN DE RECAÍDAS EN LA
TERAPIA COGNITIVA DEL ABUSO DE SUSTANCIAS
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APÉNDICE 1. CREENCIAS ACERCA DEL ABUSO DE
SUSTANCIAS
CUESTIONARIO DE CREENCIAS SOBRE EL «CRAVING»
(CBQ)
ESCALA DE PREVENCIÓN DE RECAÍDAS
APÉNDICE 2. INVENTARIO PARA MANEJAR LA
AMBIVALENCIA Y LOS DESLICES
APÉNDICE 3. EJEMPLOS TÍPICOS DE LAS VENTAJAS Y
DESVENTAJAS DE UTILIZAR DROGAS
APÉNDICE 4. REGISTRO DIARIO DE «CRAVING»
APÉNDICE 5. INFORME DEL PACIENTE SOBRE LA SESIÓN
DE TERAPIA
APÉNDICE 6. POSIBLES RAZONES PARA QUE NO SE
REALICEN LAS TAREAS DE AUTOAYUDA ...
APÉNDICE 7. INTERVENCIÓN EN TERAPIA COGNITIVA
CON PACIENTES...
Bibliografía
Notas
Créditos
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