Todo el mundo conoce su merecida fama de Club Kid en el Londres de comienzos de los 80, cuando se saltaba las clases en St. Martins para irse a bailar a Cabaret Futura hasta el amanecer, pero por aquel entonces Francesca Thyssen-Bornemisza (Lausana, 1958) ya recorría Europa con su padre, el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, con quien cruzó el telón de acero en numerosas ocasiones con una misión muy concreta: la de explorar las posibilidades de la diplomacia cultural. En una ocasión, recorrió los sótanos del Hermitage de San Petersburgo repletos de pinturas olvidadas alumbrados con antorchas; “En 1984 me llevó a Kiev. Fue la última vez que visité la ciudad”, rememora hoy, recién llegada de su última visita a Ucrania. Un país con el que ha mostrado su compromiso desde el estallido de la guerra, hace casi dos años. “Soy una de las fundadoras de una coalición de más de 50 museos nacionales de todo el mundo que respaldan a Ucrania. Y hemos estado en contacto con el presidente Zelenski y recaudado fondos a través de las subastas de obras de arte”, nos contó en su día orgullosa.
“Uno tiene que elegir sus batallas, y yo siempre estaré del lado de Ucrania y de la cultura ucraniana. Estoy seguro de que pronto conocerá un futuro mejor. Ucrania es un lugar mágico lleno de gente amable y de buen corazón que aprecia enormemente cada gesto, por pequeño que sea, que se hace en su nombre”, sostiene hoy la coleccionista y filántropa. “Putin quiere erradicar su arte y su cultura como hizo Stalin hace casi 100 años. ¿Nos quedamos quietos, observando cómo se repite la historia, o luchamos para que eso no suceda?", se pregunta. Ella desde luego tiene clara la respuesta: "Merece la pena luchar por Ucrania. Veo que España acaba de tomar esa decisión, ¡y ahora tenemos que apoyar a cualquier país que pugne por ser progresista como lo es España!”, clama la presidenta y fundadora de TBA21 | Thyssen-Bornemisza Art Contemporary, una institución que desarrolla buena parte de su actividad desde Madrid.
La tercera de los cinco hijos del barón Thyssen coincide en su diagnóstico con otro de sus antepasados –en este caso, por su matrimonio con el archiduque Carlos de Habsburgo, jefe de la Casa de Habusurgo-Lorena de quien se separó en 2017, tras diez años de matrimonio y tres hijos–: Otto de Habsburgo, hijo del último emperador de Austria y abuelo de Carlos. En el último libro que publicó en 2006, cinco años antes de morir, ya decía lo siguiente: “Entre Stalin y [el presidente ruso Vladimir Putin, el imperialismo ruso siempre ha alimentado el objetivo de reconquistar Ucrania, incorporarla a Rusia y utilizarla para futuras operaciones contra Polonia y otras partes de Europa. Eso convierte a Ucrania en un lugar crítico dentro de Europa y requiere su integración a la Unión Europea”.
“En los 80 y 90 pasé años increíbles en Rusia, y tengo muy buenos recuerdos del país y de la pasión de sus gentes por el arte y la cultura. Pero desde que Putin y sus oligarcas tomaron el poder e implantaron su sistema totalitario, no tengo ningún deseo de volver a poner un pie allí. El partido de oposición de Navalny ha sido aplastado, él ha sido encarcelado en el Ártico. Mi hija Gloria recibió un Oscar por su trabajo como productora de la película este año, ya que ganó el premio al mejor documental en los Oscar. Todos tememos por su vida”, asegura Thyssen-Bornemisza.
La mecenas recuerda vívidamente su última visita a Kiev a mediados de los 80. “Por aquel entonces el país luchaba por mantener su identidad e independencia del sistema soviético. Rusia se ha entrometido en la vida política ucraniana desde su independencia en 1991, por el Pacto de Varsovia. Hoy, existe un deseo muy poderoso de forjar un camino hacia Europa, y de afianzar una identidad multicultural”, desarrolla Thyssen-Bornemisza, que trabaja de forma ardua desde la Fundación Cultural Europea. “Pedimos desde hace un año un nuevo acuerdo cultural para Ucrania, algo vital para que reciban fondos culturales de la UE para reconstruir sus museos e infraestructura, así como su vida cultural”, anuncia.
Una vida cultural que sigue a pesar de la guerra, tal y como ella misma ha tenido ocasión de comprobar recientemente. “En el último año he visitado Ucrania en dos ocasiones, en octubre y en noviembre, con el equipo de Museos para Ucrania, la iniciativa que fundé al comienzo de la invasión, para mostrar mi en persona mi apoyo incondicional a los artistas que siguen en el país y mantienen su actividad contra todo pronóstico”, comenta Francesca, que enumera entusiasmada sus nombres y alaba sin ambages su calidad artística. “Visitamos todas las exposiciones de la Bienal de Kiev; viajamos a localidades próximas como Uzgorod, Ivano Fransisk, Lvyv; visitamos a varios ministros, al director del Instituto Cultural Ucraniano y a dos viceministros de Cultura y Medios de Comunicación, y artistas, y fuimos el Centro de Cine Dovzhenko que alberga las bobinas originales de películas de los inicios del cine ucraniano –y que están en vías de digitalización–. Es fundamental preservar ese legado para las generaciones futuras. Su historia cinematográfica es tan importante como la artística, así que que estamos ayudando a conservarla a través de la exposición itinerante En el ojo de la tormenta, que se inauguró el pasado mes de noviembre en el Museo Nacional Thyssen Bornemisza”, detalla la filántropa.
–En 2019 contaba que, gracias a su padre, “detectó el inmenso valor del intercambio cultural como arma de diálogo y contribuyó a la caída del sistema”. ¿Diría que está siguiendo su camino?
–Creo que lo estamos llevando a otro nivel, porque el sistema se ha derrumbado a consecuencia de la guerra. Rusia no tiene lugar en Ucrania, nunca lo tuvo. Estamos trabajando en que los ucranianos recuperen su plena integridad cultural dentro de sus fronteras nacionales. Hay que trabajar duro para evitar los peligros del nacionalismo. Fui testigo del programa de exposiciones que mi padre organizó durante los años 80, durante el apogeo de la Guerra Fría, en la Unión Soviética, y esos intercambios culturales impactaron de forma definitiva en la apertura y el colapso del sistema soviético. Pero hoy utilizamos una estrategia completamente opuesta: la de aislar a Rusia y Putin con sanciones que, en su mayoría, siguen siendo lamentablemente ineficaces.