“Mis recuerdos del 9 de abril de 1948” | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Abril de 2018

Los textos a continuación son fragmentos de lo que escribió EL SIGLO hace 20 años en la edición especial de la conmemoración de los 50 años del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, hecho que daría origen al 'Bogotazo'.

 

Por: Antonio Cacua Prada (1998)

Para el mes de abril de 1948, Bogotá estaba, como dicen las señoras, “Hecha una tacita de plata”. La reunión dela IX Conferencia Panamericana había motivado la ejecución de numerosas obras públicas para presentar honrosamente la capital de la República de Colombia ante las delegaciones que concurrían a la gran asamblea continental.

El gobierno nacional, presidido por el Dr. Mariano Ospina Pérez, y el comité Preparatorio de la IX Conferencia Panamericana por el Dr. Laureano Gómez, no había ahorrado esfuerzos para que esta cita histórica se cumpliera con toda dignidad.

El Capitolio Nacional, sede de la Conferencia, y los palacios de Nariño, Casa Presidencial y de San Carlos, despacho de la Cancillería, fueron restaurados y dotados admirablemente. Al viejo panóptico lo adecuaron parea albergar el Museo Nacional. Abrieron la Avenida de las Américas hacia el aeropuerto de Techo, ampliaron la Avenida Colón y en los cerros orientales construyeron una carretera circunvalar y un moderno restaurante denominado “El Venado de Oro”. En las cuatro esquinas de la Plaza de Bolívar levantaron otras tantas esferas para colocar en ellas las banderas de los países asistentes.

 

Pensión y colegio

En 1948 cursábamos cuarto de bachillerato en el Externado Nacional Camilo Torres, situado en la carrera 7a. Entre calles 33 y 34. Era rector magnífico el filólogo José María Restrepo Millán, y vicerrector don Juan Bernal Escobar, casado con una hermana del líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Para entonces los provincianos vivíamos en pensiones familiares, casi siempre de personas originarias de la misma región. La nuestra era de santandereanos y su dueña la institutora señorita Eva Rivera Tarazona. Allí convivíamos rovirenses, sangileños, zapatocas, bumangueses y caucanos. Las Riveras eran cuatro hermanas nacidas en el municipio de Guaca, contiguo a mi pueblito San Andrés. La casa estaba situada en la calle 7a. Entre carreras 10a. y 11, a tres cuadras del Palacio Presidencial. Dos sobrinos de las dueñas también estudiaban en el Camilo Torres. El horario de clases en el Colegio era de 8 a 11 de la mañana y de 2 a 5 de la tarde. Nosotros teníamos la costumbre de ir y regresar en tranvía por la mañana y en la tarde hacer los viajes a pie.

 

La Panamericana

Cerca del Camilo Torres estaba la residencia de la familia Puyana, de Bucaramanga, donde se hospedó el Secretario de Estado de los Estados Unidos, General George Marshall, quien vino acompañado de los secretarios de Comercio y del Tesoro, señores Averrell Harriman y John Snyder. El miércoles 31 de marzo de 1948 se instaló solemnemente la IX Conferencia Panamericana. La ciudad lucía engalanada, las vías principales y los edificios se encontraban embanderados.

El arzobispo Primado, monseñor Ismael Perdomo, ofició en la Catedral un solemne Te Deum al que concurrieron el Presidente de la República, los ministros del despacho, los cancilleres y los embajadores. Después de reunirse la Comisión de Iniciativas se inició la plenaria con el discurso del Presidente Mariano Ospina Pérez, quien solicitó a los delegados unirse “contra las fuerzas opuestas a los principios de la democracia”.

Como Presidente de la Conferencia eligieron al Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Dr. Laureano Gómez, jefe del partido conservador. Todo discurría normalmente.

 

“Mataron a Gaitán”

El viernes 9 de abril de 1948 asistimos a las clases de la mañana. En la tarde salimos de la casa cerca de la una Casimiro Martín, Chepe Pedraza y yo. Caminamos por la carrera 7a, o Calle Real; cuando íbamos frente al edificio de Correos y Telégrafos, actual Ministerio de Comunicaciones, oímos los gritos de “mataron a Gaitán, mataron a Gaitán”.

Nosotros, en lugar de regresarnos, corrimos hacia la Avenida Jiménez de Quesada. Al llegar a la carrera 7a. con calle 14, donde funcionaba el Café Centro Social, el gentío era ya inmenso y las vociferaciones en aumento. Para ver lo que ocurría me subí a un tranvía abierto que estaba allí parado. Desde ese mirador pude observar cuando colocaron el cuerpo de Gaitán en un carro, y una multitud enfurecida se abalanzó sobre un sujeto que habían introducido a la Droguería Granada, de los señores Villabona, naturales de Guaca, Santander, y un grupo de lustrabotas con sus “pianos” o “cajas” le daban por la cara y la cabeza. Cuando miré el reloj era la una y veinte minutos de la tarde. El automóvil arrancó con dificultad con el herido mientras, por la carrera 7a. hacia el sur, empezaban a arrastrar el cuerpo del hombre que decían había disparado su revólver contra la humanidad de Gaitán. “¡A Palacio, a Palacio!”, vociferaba el populacho.

 

Entonces se escucharon los gritos: “¡La policía mató a Gaitán!”. “¡A la revolución!”. “¡Abajo los godos!”.

 

En El Tiempo

Cuando bajé del tranvía me encaminé por el Café Pasaje, carrera 6a. con calle 14, hacia la Avenida Jiménez. En ese trecho me encontré con un compañero de curso, Wilson Bohórquez, y resolvimos irnos para el colegio. La Avenida Jiménez hervía de gente. La verja de la puerta principal de entrada al diario “El Tiempo” estaba cerrada. Hasta allí llegó el representante Julio César Turbay Ayala, muy compungido, y solicitó lo dejaran pasar, pero los porteros no lo atendieron. El célebre vendedor de lotería “Cara de Tigre” lanzaba en este sitio toda clase de improperios.

En eso apareció el profesor Horacio Bejarano Díaz y nos le acercamos. Nos dijo que iba para el Camilo. De pronto vi al coronel Virgilio Barco, en ese momento Director General de la Policía Nacional, quien bajaba solo y a pie por la acera de “El Tiempo”. Me le acerqué y le dije: “Coronel, mataron a Gaitán y le están echando la culpa a la policía”. “No puede ser”, me respondió. “Muchas gracias”. Y casi a la carrera atravesó la avenida y se dirigió al Parque de Santander donde tomó su carro que tenía parqueado frente al Jockey Club.

En ese momento ya habían incendiado el Palacio de la Gobernación y se veía la humareda que salía del diario “El Siglo”, situado en La Capuchina, calle 15 con carrera 13.

 

Hacía el Camilo Torres

Con el profesor Bejarano, Wilson Bohórquez y Casimiro Marín, quien reapareció, tomamos un tranvía de los llamados “Lorencitas”, que enrutó por la carrera 7a. hacia el norte. En la calle 26 lo detuvieron y un grupo de personas lo incendió. El comercio de la Calle Real, por ser hora de almuerzo, estaba cerrado. En esos años no había jornada continua.

Los cuatro camilistas seguimos a pie desde la 26 hasta el Externado Nacional. Al pasar por frente al diario “La Razón”, del poeta Juan Lozano y Lozano, en la Plazuela de Bavaria, salían los voceadores con una edición extraordinaria, dando cuenta del asesinato de Gaitán. Compré dos ejemplares por un peso y continuamos. El portero del colegio, Emiliano Ospina, nos dejó entrar porque íbamos con el profesor Bejarano. En la radio que tenía el secretario Luis Carlos Tobón escuchamos las arengas que el célebre locutor Rómulo Guzmán, director del más sintonizado radio-periódico, “Últimas noticias”, vociferaba: “¡Pueblo liberal, a vengar a Gaitán, a la carga. Pueblo liberal, a armarse. Fabriquen cocteles molotov. Llenen botellas con gasolina, póngales corcho y mecha. Ya en los faroles de la Plaza de Bolívar cuelgan los cadáveres de Laureano Gómez, de Guillermo León Valencia y del ‘cojo’ Montalvo. Pronto anunciaremos la muerte del tirano Ospina Pérez!”.

Rómulo Guzmán era muy conocido por la transmisión de la cuña de una pomada que leía constantemente su noticiero. Hoy diríamos que era la patrocinadora de su espacio radial: “Kutilina no mancha, Kutilina  no irrita, Kutilina  no güele, Kutilina la rasquiña elimina”.

En el Externado Nacional Camilo Torres funcionaba una célula comunista integrada por más de 20 estudiantes y un comando conservador que sólo alcanzaba a once miembros. En el plantel había mucha impaciencia. Don Juan Bernal reunió en el patio a todo el personal que encontraba en el Colegio. En breve alocución informó sobre los hechos ocurridos y anunció unas vacaciones indefinidas. Autorizó utilizar los teléfonos para llamar a las casas y que vinieran a recoger a los alumnos. A las cuatro de la tarde permitió la salida de quienes no teníamos acudientes.

 

Foto alcaldía de Bogotá

 

 

 

A Monserrate y Las Cruces

Casimiro Marín, hoy abogado y exmagistrado; Salomón Gutiérrez, médico; un primo de éste que era el alumno de más edad en el colegio, natural del Tolima y quien portaba un pequeño revólver; Chepe Pedraza, médico, y el suscrito, tomamos la carrera 7a. hacia el sur. Al llegar al Parque de la Independencia observamos a los camaradas camilistas que subían de la Radio Nacional. Al distinguirnos nos pegaron, una corretiada y fuimos a parar a la estación del funicular de Monserrate. Después nos regresamos por los barrios Belén y Egipto y niños a dar a la Estación de Policía de la calle 4a. con carrera 7a., que se encontraba totalmente saqueada; en su dependencia nos medimos unas máscaras nuevas contra gases.

Como estábamos cerca del Colegio Nuestra Señora del Rosario, donde estudiaban internas nuestras novias, nos encaminamos hacia allá y llegamos a tiempo. Un grupo de alzados quería tomarse el plantel. El primo de Salomón sacó su revólver e hizo varios disparos al aire y esto bastó para que el populacho se espantara. Llovía a cántaros.

En las torres de la iglesia de Las Cruces, Santa Bárbara y San Agustín y en el llamado Edificio de los Ministerios, a medida cuadra del despacho presidencial, se habían apostado grupos de francotiradores.

Por el Parque de Las Cruces bajamos a tomar la carrera 10a. al norte, línea del tranvía, hacia la calle 7a. Muy difícil de avanzar, por el constante silbido de las balas y el desplazamiento de una gran cantidad de gentes de barriada que, embriagadas, cargaban sobre sus hombros y sobre su cuerpo el producto de los saqueos en los almacenes de la carrera 7a., la Plaza de Bolívar y sus alrededores. La mayoría de los dueños de establecimientos comerciales eran “polacos”, así tildados los libaneses, judíos, turcos y poloneses. Las pocas tropas del Batallón Guardia Presidencial iban ampliando la zona de defensa del Palacio gracias a la intensa lluvia. El alumbrado público no funcionaba. Los muertos y heridos tendidos en las calles eran numerosos. Más de cinco horas gastamos en llegar a nuestra casa, saltando cadáveres.

Enfrente de nuestra residencia vivían varias niñas que estudiaban en el Colegio Ateneo Femenino, plantel contiguo al Palacio Presidencial. Tres de ellas, con sus uniformes y sus libros, yacían exánimes en la mitad de la calle. Este dantesco cuadro nos destrozó el alma.

gaitan

 

En la pensión

El sábado 10 los huéspedes de la pensión de las señoritas Rivera lo pasamos pegados a los radios que transmitían música y una que otra información. No se escuchaba sino el tableteo de los disparos. La calle 7a. estaba desierta, sólo transitaban algunos soldaditos en fila india que de rato en rato contestaban a los disparos de los francotiradores. En la vía, cuerpos y objetos abandonados.

La situación no cambió el domingo 11. Como a las nueve de la mañana sentimos que un grupo de personas subía por la calle 7a. Nos asomamos a las ventanas y vimos a una novia con vestido blanco y larga cola, acompañada de su novio, de negro, seguidos por sus familiares, todos caminando con las manos en alto. Se dirigían a la Iglesia de San Agustín, calle 7a. con carrera 7a., a contraer matrimonio. Hacia las once de la mañana nos congregamos en la sala de la casa y el estudiante de derecho de la Universidad Javeriana, quien después fue político y senador de la República, Ciro López Mendoza, en un misal de la dueña de casa, leyó profunda devoción la misa del día. Los asistentes seguimos con invitado fervor el acto religioso. Nadie se atrevió a salir a la calle. Por fortuna, los alimentos no faltaron.

Como a la una de la tarde el químico farmacéutico Luis Roberto Prada Celis, quien tenía una droguería en San Victorino, llegó y nos relató los cuadros dantescos que observó en su recorrido. Por fin como a las siete de la noche nos volvió el alma al cuerpo. La Radio Nacional anunció una alocución del señor Presidente, Mariano Ospina ¨Pérez. En el comedor instalaron el radio más grande que había en la casa, un R.C.A. Víctor. Cada uno buscó la mejor ubicación para escuchar las palabras del Primer Mandatario. La emoción era contagiosa. A las 8 de la noche, después de oír las notas marciales del Himno Nacional, con voz grave y su dejo característico de paisa, inició: “Colombianos… hablo al país desde el Palacio de la Carrera, la morada tradicional de los Presidentes de Colombia… Jamás una ciudad fue sometida, como Bogotá, a más tremendo sacrificio… Por lo que a mí me toca, os aseguro que cumpliré con mi deber hasta el último instante…” y remató: “De pie sobre las ruinas, yo creo en Colombia y tengo fe en vosotros”.

Una salva de aplausos rubricó la última frase del héroe del 9 de Abril. Esta intervención despejó el horizonte y trajo mucha tranquilidad a la ciudadanía.

Durante la semana y con algunas precauciones pudimos recorrer los escombros de la carrera 7a., que parecía bombardeada. En las principales vías se encontraban las armaduras de los tranvías incendiados. Saqueado el Capitolio, la Gobernación de Cundinamarca, el Palacio de San Carlos, el Ministerio de Justicia, la Nunciatura Apostólica, la residencia Arzobispal, la Javeriana Femenina, el Convento de las Madres Concepcionistas, el Museo y Colegio La Salle, el Hotel Regina, la Capilla Hospicio, el diario El Siglo, el sector de San Victorino, hechos ruinas. La torre de la iglesia de Santa Bárbara, cañoneada. El domicilio del jefe del Conservatismo, el ex canciller Laureano Gómez, en Fontibón, llamado “Torcoroma”, reducido a pavesas. En el Cementerio Central filas y filas de centenares de difuntos esperando su reconocimiento.

El diario “El Tiempo” en su primera salida, a todo lo ancho de la página publicó: Bogotá está semidestruida”, “Cobardemente asesinado el Dr. Gaitán”. Y a siete columnas: “Seguirá en Bogotá la Conferencia”.