Martín Lutero. Biografía

Martín Lutero

Seg�n que se comparta o no su doctrina, Lutero es un ap�stol o como m�nimo un profeta para unos, y para otros un hereje renegado. Destructor de un sinf�n de cosas, este hombre de intensas y en�rgicas convicciones representa, con su concepci�n del hombre como individuo aislado de Dios, de la historia y del mundo, uno de los pilares sobre los que se apoya la Edad Moderna. Iniciador de la Reforma (per�odo de dos siglos de amplia repercusión europea en la historia del cristianismo, origen de las Iglesias protestantes y de la Contrarreforma), Mart�n Lutero rechaz� la autoridad del papa y debilit� el poder de la Iglesia. La abolici�n del purgatorio, de donde las almas eran liberadas con misas, el rechazo de la doctrina de las indulgencias, que mermar�a de manera considerable los ingresos del papa, y, sobre todo, la doctrina de la predestinaci�n, que independiza el alma de la acci�n de los cl�rigos despu�s de la muerte (a lo que hay que a�adir el reconocimiento de todo pr�ncipe protestante como jefe de la Iglesia de su pa�s), obligan a presentar la Reforma como una gran revoluci�n de las naciones menos civilizadas contra el dominio intelectual de Roma.


Martín Lutero

Mart�n Luder naci� en la noche del 10 al 11 de febrero de 1483 en Eisleben, en Turingia, regi�n dependiente del electorado de Sajonia. Andando el tiempo y reci�n conquistado el t�tulo de doctor, Mart�n cambiar�a el apellido Luder por el de Lutero, deriv�ndolo de Lauter, que en alem�n antiguo significa "claro, l�mpido, puro". Era el primog�nito de los nueve hijos de Hans Luder, minero, hijo de campesinos y buen cat�lico, y de Margarethe Ziegler, mujer trabajadora, muy piadosa y devota, que inculc� en su hijo una piedad tan sombr�a que dej� en su alma una profunda tristeza. Ambos progenitores eran de familia pobre y muy severos.

Al a�o del nacimiento contrataron al padre en una explotaci�n de minas de cobre de Mansfeld y la situaci�n de la familia, precaria en extremo, mejor� un poco, sin llegar a ser en modo alguno boyante. En Mansfeld recibi� Lutero muchas de las palizas que sus padres le propinaban, aunque, en opini�n del propio Lutero, �siempre quisieron mi bien; sus intenciones para conmigo siempre fueron buenas, proced�an del fondo de su coraz�n�. Por sus cartas sabemos que fue a menudo sometido a crueles castigos, como una vez que su padre le azot� tan violentamente que el joven huy� de casa y tard� mucho tiempo en perdonarle en su coraz�n, o en otra ocasi�n en que su madre le golpe� hasta hacerle sangrar por haberse comido sin permiso una nuez.

El duro trato al que le sometieron lo convertir�a, al decir de sus amigos, en un ser hura�o y desconfiado. La escuela, a partir de los seis a�os, no lo trat� mejor. Tambi�n del maestro recibi� azotes, quince en un d�a, seg�n contar�a m�s tarde, ya que �nuestros maestros se portaban con nosotros como verdugos contra ladrones�. A los catorce a�os dej� Mansfeld por Magdeburgo para estudiar en la escuela latina, y un a�o m�s tarde abandon� Magdeburgo y se traslad� a Eisenach, a casa de los abuelos maternos. All�, en su �ciudad bienamada�, recibi� s�lida instrucci�n de un maestro poeta llamado Hans Treborio, que hab�a sustituido el l�tigo por las buenas maneras.

El 17 de julio de 1501 se inscribi� en la Facultad de Filosof�a de la Universidad de Erfurt, contrariando por primera vez a su padre, que quer�a hacerle estudiar leyes. El 29 de septiembre del a�o siguiente se licenci� como bachiller, primer grado de la universidad, con el n�mero treinta de una promoci�n de cincuenta y siete nombres. A los veintid�s a�os era proclamado maestro de filosof�a. Esta vez fue el segundo de diecisiete y su padre, admirado ante la superioridad de su reto�o, dej� de tutearlo. A partir de ese momento el joven maestro se dedicar�a con tes�n al estudio de la teolog�a y con pasi�n a la Sagrada Escritura.


Lutero en hábito de monje agustino

El 2 de julio de 1505 Mart�n Lutero se traslad� de Mansfeld a Erfurt para ver a su familia. A mitad de camino un rayo cay� a sus pies. El joven, que era nervioso en extremo y muy sensible, se vio a las puertas de la muerte, se aterroriz� e invoc� a la patrona de los mineros: �S�lvame, querida santa Ana, y me har� monje�, exclam�. Vislumbr� entonces en el cielo una figura fant�stica, que por la excitaci�n del momento no logr� identificar. Fue la primera de las visiones que tendr�a a lo largo de su vida, en los lugares mas inveros�miles y, a veces, inadecuados. Quince d�as m�s tarde se present� en el convento de los agustinos de Erfurt para cumplir su promesa, decisi�n que irrit� de tal manera a su padre que volvi� a tutearlo. Sin el consentimiento paterno, pues, entr� en el convento. Novicio primero con el nombre de Agust�n, tom� los votos definitivos y a los veinticuatro a�os fue ordenado sacerdote.

Con el objeto de estudiar teolog�a y ocupar una c�tedra en una de las muchas universidades alemanas regidas por los agustinos, en 1508 su amigo y consejero espiritual Johan von Stanpitz, a la saz�n vicario general de los agustinos, le mand� a la Universidad de Wittenberg para estudiar un curso sobre la �tica de Aristóteles. En 1509 Lutero obtuvo el t�tulo de Baccalaureus Biblicus, que le conced�a el derecho de practicar la ex�gesis b�blica p�blicamente. Joven profesor en la reci�n creada Universidad de Wittenberg, pronto dar�a muestras de gran intemperancia y osad�a en sus manifestaciones, al tiempo que se sent�a acuciado en su intimidad por graves escr�pulos de conciencia y devastadoras tentaciones.

La forja de un pensamiento

Por aquel tiempo, un viejo fraile agustino le recomend� la consoladora lectura de San Pablo, en cuyo estudio se enfrasc� �vidamente para deducir de �l las primeras simientes de su dram�tica disidencia con la ortodoxia religiosa. En la Ep�stola a los romanos de San Pablo hall� respuesta a sus angustias sobre la salvaci�n, entendiendo que el hombre encuentra su justificaci�n en la gracia de Dios, generosamente otorgada por el Creador con independencia de sus propias obras. Parad�jicamente, fue en esa poco tranquilizadora idea de que solamente la fe y no los m�ritos salvan, doctrina individualista que condena al hombre, en cierto modo, a una soledad abismada, donde Mart�n Lutero encontró una cierta paz y certidumbre espiritual que lo movería a una irreductible diatriba contra el Vaticano, a templar su turbulento car�cter en una batalla perenne y a fundar la nueva doctrina protestante. Sus ense�anzas llamaron bien pronto la atenci�n. Comenz� tambi�n a predicar; su elocuencia arrastraba multitudes y le valdr�a la consideraci�n de ser el primer predicador de la �poca. �No daba grandes voces -dir�a uno de sus oyentes-, pero su voz era fina y pura tanto en el canto como en la palabra.�


Venta de indulgencias

En 1510, Lutero realiz� un viaje a Roma en compa��a de otro agustino para presentar al general de su orden ciertas quejas sobre la estricta observancia de la regla mon�stica. El resultado y las impresiones del viaje no pudieron ser m�s nefastas para el alma inquieta y rebelde de Lutero. La consecuencia inmediata fue la de crear en �l una definitiva aversi�n a Roma, al ambiente de corrupci�n y relajaci�n del clero romano, a la decadencia en la que hab�a ca�do todo el Vaticano y al exceso de boato y riqueza que ostentaba la Santa Sede, con prelados y papas m�s pendientes de los aspectos materiales que de los espirituales. Contrariado por el espect�culo, Lutero se torn� �cidamente cr�tico respecto al espect�culo de degradaci�n que reinaba en la ciudad de los papas y menos afecto a las obligaciones anejas a su estado.

De regreso a Wittenberg, se doctor� en teolog�a el 18 de octubre de 1512, aunque en su obra demuestra el enorme desapego que sinti� por la filosof�a y la teolog�a escol�stica imperante en su �poca. Apenas se interes� por los grandes pensadores del siglo XIII (Tom�s de Aquino, San Buenaventura o Juan Duns Escoto), aunque explor� con apasionada intensidad la Biblia y algunos escritos de San Agust�n de Hipona. Nombrado tambi�n, muy a pesar suyo, subprior del convento de Wittenberg, Lutero comenz� a impartir clases en la universidad en las que interpretaba y estudiaba las Sagradas Escrituras, con especial inter�s la obra paulina. En esa �poca acab� de conformar y pulir la que ser�a su piedra angular teol�gica, la justificaci�n por la fe, seg�n la cual el cristiano se pod�a salvar no por sus propios esfuerzos o m�ritos, sino por el don de la gracia de Dios, aceptada tan s�lo por la fe en Jesucristo el Salvador.

Lutero tambi�n lleg� a otra conclusi�n igual de importante y trascendental para el futuro de su reforma: hab�a que someterse por completo a las Sagradas Escrituras, y rechazar a cualquier otra interpretaci�n proveniente del exterior. Los evangelios hab�an sido inspirados directamente por Dios; ninguna interpretaci�n pod�a ser fiable por s� misma. Sospechar de la autoridad del papa como jefe supremo de la Iglesia y como persona infalible era el siguiente paso, que Lutero dio enseguida. Fue entonces cuando transform� su apellido y empez� a pensar en s� mismo como el �hombre de la Providencia llamado a iluminar la Iglesia con un gran resplandor�. Por el momento ten�a poca influencia. S�lo era, a sus treinta y cuatro a�os, un elocuente y famoso profesor de la Universidad de Wittenberg que ocupaba importantes cargos tanto en el convento como dentro de la orden; pero se sent�a personalmente responsable de la fe sajona.

Por aquellos a�os asumi� el cargo de vicario de su distrito, lo que supon�a la direcci�n de once conventos, a lo que hab�a que sumar sus lecciones en la universidad y el gobierno, la administraci�n econ�mica y la direcci�n espiritual de su convento de Wittenberg. Abrumado de trabajo, lleg� incluso a visitar en s�lo dos d�as todos los conventos que estaban bajo su f�rula, permaneciendo en uno de ellos escasamente una hora. Dorm�a apenas cinco horas sobre una dura tarima, aunque disfrutaba de los placeres de la mesa con la misma inmoderaci�n que le caracteriz� durante toda su vida. A veces se encerraba en su celda para rezar siete veces los oficios y suplir de ese modo la negligencia en que hab�a incurrido durante la semana, acuciado por sus ocupaciones.

La rebeli�n de las indulgencias

En 1513 Juan de Médicis había iniciado su pontificado con el nombre de Le�n X; embarcado en la construcci�n de la bas�lica de San Pedro de Roma, el nuevo papa propiciaba con entusiasmo la venta de indulgencias. Lutero, que ya hab�a empezado a exponer sus ideas personales sobre los fundamentos de la fe, se alz� en sus discursos contra aquella pr�ctica. Escandalizado por lo que consideraba un envenenamiento y timo espiritual de la gente sencilla, intent� poner sobre aviso a las autoridades eclesi�sticas alemanas, pero, al encontrarse con el m�s absoluto de los silencios a todos los niveles, decidi� actuar por su cuenta.


Las noventa y cinco tesis

Inspirado obsesivamente por unas palabras de San Agust�n ("lo que la ley pide, lo consigue la fe"), redact� sus c�lebres noventa y cinco tesis contra la venta de indulgencias y las clav� con determinaci�n en el sitio m�s visible de la ciudad, en la puerta del p�rtico de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg, el 31 de octubre de 1517. Las incendiarias tesis, repletas de diatribas y ataques directos a la Iglesia de Roma y al papa, fueron primero redactadas en lat�n, para, al poco tiempo, ser traducidas al alem�n y reproducidas por la imprenta, al mismo tiempo que se difund�an con una extraordinaria rapidez gracias a la labor de los estudiantes.

Fue una declaraci�n de guerra que Roma no pod�a dejar sin respuesta. La resonancia del acontecimiento fue enorme a pesar de que Lutero, desde el p�lpito y las aulas, intent� en vano suavizar la situaci�n que hab�a creado apelando a una doctrina tradicional aceptada en la Iglesia, seg�n la cual se aceptaba la nulidad de las indulgencias para salvar almas, ya que dicha prerrogativa s�lo le compet�a a Dios. Los dominicos, encargados de la Inquisici�n, denunciaron a Lutero ante Roma, por lo que �ste fue conminado, al a�o siguiente, a presentarse en la ciudad eterna para responder de los cargos que se hab�an formulado en su contra. Lutero hizo gala de una gran astucia y logr� involucrar al poder pol�tico en la disputa pidiendo al pr�ncipe Federico el Sabio, elector de Sajonia, que intercediera ante el papa para conseguir que el juicio en su contra se celebrase en suelo alem�n, como as� sucedi�.


El papa León X

En el mes de octubre de 1518, Lutero acudi� a la ciudad de Augsburgo para discutir su postura con el legado pontificio Cayetano de Vio, quien ten�a en su poder una breve del pont�fice Le�n X por la que Lutero deb�a retractarse p�blicamente de sus graves errores o, en caso contrario, ser llevado a Roma arrestado. Bajo la protecci�n pol�tica del pr�ncipe Federico, Lutero prolong� su discusi�n con el legado papal cuatro d�as sin que ninguna parte cediera en sus respectivas posturas. Y no s�lo no se retract�, sino que protagoniz� una pelea a gritos con el cardenal. El cardenal afirmar�a: �No quiero m�s tratos con ese animal. Tiene unos ojos que fulminan y unos razonamientos que desconciertan�. Lutero endureci� su postura afirmando que la infalibilidad de las Sagradas Escrituras estaba por encima de la del propio pont�fice. Aunque la ruptura definitiva a�n no se produjo, Lutero adopt� a partir de ese momento una actitud de intransigencia que no se reduc�a al mero rechazo de las indulgencias, sino que implicaba algo mucho m�s grave: el desacato directo de la autoridad papal.

Tras marchar indemne de Augsburgo, Lutero mand� difundir un llamamiento bajo el t�tulo Del papa mal informado al papa mejor informado, en el que apelaba a un concilio presidido por el papa para expresar sus ideas reformistas. Desde su seguro retiro de Wittenberg, Lutero logr� reunir una especie de concilio menor en la ciudad de Leipzig, celebrado entre los d�as 27 de junio hasta el 16 de julio de 1519, en el que Lutero afirm� que aunque el deseado concilio no le diera la raz�n, no se retractar�a, ya que estaba sometido a la �nica autoridad leg�tima, la de las Sagradas Escrituras.

La respuesta de Le�n X no se hizo esperar. El 15 de junio de 1520, el papa mand� a Lutero la bula Exsurge Domine por la que le conminaba por �ltima vez a retractarse bajo la pena de excomuni�n. Tras un intento bald�o de dirigirse al pont�fice para que �ste celebrase el ansiado concilio, Lutero quem� solemnemente la bula junto con un ejemplar del Corpus Iuris Canonici en presencia de estudiantes y ciudadanos de Wittenberg (10 de diciembre de 1520), y replic� al papa con el libelo Contra la execrable bula del Anticristo. Con semejante acto, Lutero expres� simb�licamente su ruptura total con la Iglesia de Roma.


Lutero quema la bula papal

El 3 de enero de 1521, Le�n X redact� la bula Decet Romanum Pontificem, por la que Lutero era excomulgado definitivamente. Conforme al Derecho Eclesi�stico, la excomuni�n eclesi�stica deb�a ser ejecutada por el brazo secular, tarea que recay� sobre el reci�n elegido emperador, Carlos V de Alemania y I de Espa�a. El emperador aprovech� la reuni�n de cortes en la ciudad de Worms, en abril de 1521, para citar a Lutero, donde se le intimid� para que se retractara, pero el d�scolo monje agustino sigui� empecinado en su heterodoxia, y se enfrent� a todos los dignatarios imperiales y eclesi�sticos reunidos all� en su contra, totalmente convencido de que le esperaba la misma suerte que a Jan Hus.

Carlos V, presionado por la situaci�n pol�tica inestable de Alemania y por la fama y predicamento que hab�a adquirido ya el monje her�tico, se limit� a prohibir la pr�ctica de la nueva fe y a declarar proscritos a Lutero y a sus seguidores. Los esfuerzos que se hicieron a continuaci�n para hacer cambiar de opini�n a Lutero resultaron in�tiles. El 26 de mayo, Carlos V firm� el Edicto de Worms; en �l ratific� la sanci�n de destierro para Lutero y orden� la quema de todos sus escritos.


Lutero en la Dieta de Worms

Precisamente, el a�o anterior a la condena, Lutero hab�a sacado a la luz, en alem�n y ayudado por la poderosa maquinaria de propaganda que result� ser la imprenta, sus tres obras fundamentales: La libertad del cristianismo, sin duda alguna su obra mejor elaborada y escrita, en la que esboz� claramente el pilar sobre el que se sustentaba la nueva religi�n, la salvaci�n por la fe en Cristo; Llamamiento a la nobleza cristiana de la naci�n alemana, en la que invitaba a la nobleza a asumir su papel de protector del pueblo y a unirse a la causa luterana, adem�s de instituir los tres principios evang�licos b�sicos del protestantismo (sacerdocio universal, inteligibilidad de las Sagradas Escrituras y responsabilidad de todos los fieles en el gobierno de la Iglesia); y, por �ltimo, La cautividad babil�nica de la Iglesia, obra destinada a los te�logos en la que analiz� con rigor el proceso de perversi�n al que hab�an llegado los sacramentos, de los que, seg�n �l, s�lo deb�an subsistir dos, el bautismo y la cena (desechando la transubstanciaci�n). Con estas tres obras, Lutero dispuso su l�nea de batalla a la par que asent� los primeros cimientos de una futura Iglesia evang�lica.

Para proteger a Lutero, Federico el Sabio fingi� su secuestro y lo escondi� clandestinamente en el castillo de Wartburg, en Turingia, donde el exmonje encontr� la paz y el ambiente de retiro ideal para abandonarse de lleno a una fruct�fera actividad literaria. Lutero escribi� numerosas cartas, continu� con varios salmos, redact� glosas eclesi�sticas, escribi� una obra dedicada a la confesi�n, otra sobre los votos mon�sticos y un buen n�mero m�s. Y, adem�s, en el escaso a�o que permaneci� en Wartburg (desde mayo de 1521 hasta marzo de a�o 1522), Lutero llev� a cabo su producci�n literaria m�s importante y trascendental para la implantaci�n definitiva de la nueva fe: partiendo del texto griego publicado en 1516 por Erasmo de Rotterdam, tradujo al alem�n el Nuevo Testamento. La edici�n se llamar�a la "Biblia de septiembre" por haber aparecido en ese mes, y pon�a a disposici�n del pueblo alem�n su versi�n del texto sagrado por excelencia. La obra fue un �xito tal que en el mes de diciembre hubo que imprimir muchos m�s ejemplares. Doce a�os m�s tarde, en 1534, pondr�a fin a su proyecto publicando su versi�n del Antiguo Testamento, traducido del hebreo.

Guerras y bodas

Los des�rdenes surgidos en Wittenberg por sus seguidores m�s radicales, que hab�an comenzado a tomar medidas dr�sticas en cuestiones lit�rgicas, como la supresi�n de la celebraci�n de la misa, obligaron a Lutero a dejar su apacible retiro de Wartburg y regresar a Wittenberg, donde volvi� a tomar las riendas con prudencia y moderaci�n, sin perder la calma, pero con determinaci�n. Lutero se puso al mando en la organizaci�n de las nuevas comunidades evang�licas que iban surgiendo por doquier en toda Alemania. Desde Wittenberg, Lutero abri� otro frente de lucha contra los movimientos de liberaci�n social y nacional de la peque�a nobleza y especialmente de los campesinos. Los primeros no dejaban de presionar para que Lutero constituyera una Iglesia nacional alemana, mientras que los segundos, alentados por la libre interpretaci�n de las Sagradas Escrituras defendida por Lutero, buscaban su apoyo para aliviar las condiciones de miseria y sojuzgamiento en que viv�an. Sus posturas se radicalizaron hasta convertirse en una cuesti�n pol�tica que arrastr� al propio Lutero.

Las Guerras Campesinas (1524-1526), lideradas por un antiguo pastor luterano, Thomas M�ntzer (fundador de la secta de los anabaptistas), fueron el colof�n de la situaci�n de crispaci�n que hab�a introducido en Alemania la Reforma emprendida por Lutero. Durante el transcurso de la sangrienta guerra de los campesinos contra sus se�ores, Lutero fracas� en sus intentos por apaciguar los �nimos con su pluma. Aunque en el fondo apoyaba un gran n�mero de sus reivindicaciones, cuando los campesinos recurrieron a la violencia contra toda la poblaci�n en conjunto, Lutero no dud� un momento en apelar a los nobles para que restituyeran el orden establecido con las armas, lo que dio cobertura a una represi�n sangrienta de campesinos como jam�s se hab�a visto en Alemania. El conflicto, que deriv� en una aut�ntica matanza indiscriminada, rest� popularidad a Lutero entre las masas m�s desfavorecidas, pero por lo menos salv� a la Reforma de una m�s que segura desintegraci�n.

En 1525, en la Alemania devastada por la guerra de los campesinos, Lutero se esforzaba en demostrar la servidumbre de la voluntad humana y escribi� De servo arbitrio (Del albedr�o esclavizado), como refutaci�n a la defensa del libre albedr�o de Erasmo en su obra De la voluntad libre. Tambi�n fue el a�o que escogi� para contraer matrimonio. En 1523 hab�an llegado a Wittenberg unas monjas que escapaban del convento de Nimchen Laz Grimma. Una de ellas, Katharina de Bora, de veintis�is a�os, se convirti� en la se�ora de Lutero, en su K�te. La boda suscit� una viva repulsa, no tanto por el acto en s� como por realizarse en momentos de gran desolaci�n y muerte. El matrimonio ser�a, sin embargo, un �xito. Katharina de Bora, diecis�is a�os m�s joven que Lutero, pertenec�a a la peque�a nobleza y era una mujer sensata e inteligente que suaviz� el exaltado car�cter de su marido y vivi� junto a �l en perfecta armon�a.


Katharina de Bora

Despu�s de su boda el pr�ncipe elector de Sajonia le regal� el antiguo convento de los agustinos en Wittenberg, donde la laboriosa Katharina estableci� una pensi�n de estudiantes para paliar en alguna medida sus estrecheces econ�micas. Los estudiantes ten�an el privilegio de compartir la mesa con Lutero, quien tras la colaci�n condescend�a a responder a sus preguntas, de resultas de las cuales naci� el libro Dichos de sobremesa. En el convento de Wittenberg, convertido en finca familiar, nacieron uno tras otro sus seis hijos, de los que sobrevivieron cuatro: Hans, Magdalena, Mart�n y Paulus, que llenaron de j�bilo al predicador. Doctrinalmente nada de ello debe sorprender; pocos a�os antes, Lutero hab�a dado a luz su obra Opini�n sobre las �rdenes mon�sticas, una vibrante exhortaci�n a los monjes y monjas para que rompieran sus votos de castidad, recomendaci�n que fue muy bien acogida, hasta el punto de que no pocos religiosos agustinos de ambos sexos se comprometieron en uniones vistas desde la ortodoxia como sacr�legas.

La consolidaci�n de la Reforma

El joven Lutero, de mediana estatura, que hab�a sido �de cuerpo tan flaco y fatigado que se le podr�an contar los huesos�, fue engordando con la edad y el nuevo estado. Su amor a la buena mesa, y sobre todo a la cerveza, con la que reemplazaba el agua (estaba convencido de que el agua de Wittenberg era mortal), le convertir�an en un hombre macizo y pesado, aunque siguiera tan vivaz como siempre. Se acentu� en �l la vulgaridad agresiva de que siempre hizo gala y emple� cada vez palabras m�s rudas y groseras. Sigui� siendo irritable; a duras penas consegu�a controlar su car�cter col�rico y violento. �No consigo dominarme y quisiera dominar el mundo�, dijo de s� mismo.

La nueva Iglesia, que oficiaba la misa en la lengua vern�cula, ten�a desde 1529 su catecismo escrito por Lutero (Grosser Katechismus y Kleiner Katechismus, el gran catecismo y el peque�o catecismo), su propio clero y un gran n�mero de fieles. La influencia de la Reforma se hab�a extendido por el norte y el este de Europa, y su prestigio contribuy� a convertir a Wittenberg en un centro intelectual de primer orden. La defensa tan encendida que hizo de la independencia de los gobernantes respecto del poder eclesi�stico le vali� el apoyo incondicional de muchos pr�ncipes, hasta el punto de que a partir de esos momentos la Reforma pas� a ser m�s un asunto de reyes que de eclesi�sticos, justo una de las cosas que se hab�a propuesto Lutero desde un primer momento.


Lutero en un retrato de Cranach el Viejo (c. 1526)

Al prohib�rsele la asistencia a la Dieta de Augsburgo, celebrada en 1530, por estar excomulgado e imposibilitado para hablar con el emperador, Lutero deleg� la defensa reformista en la persona de su colaborador m�s querido y preparado, el humanista Philipp Melanchthon, quien present� a los asistentes la Confesi�n de Augsburgo, texto redactado bajo la vigilancia de Lutero que expon�a la profesi�n de fe protestante y veintiocho puntos de definitiva discrepancia con el catolicismo. Dos a�os m�s tarde, el emperador Carlos V, acuciado por la lucha que ven�a sosteniendo con los turcos en el Mediterr�neo, no tuvo m�s remedio que transigir con el luteranismo firmando la Paz de Nuremberg, en la que se establec�a la libertad para ejercer libre y p�blicamente el nuevo culto en territorio alem�n.

Cuando en 1536 el papa Paulo III se decidi� tardíamente a convocar el concilio de Trento, Lutero, ensoberbecido y encumbrado, dio por hecha su inutilidad alegando el irreversible alejamiento de ambas posiciones. Para reforzar a�n m�s una postura tan disidente e intransigente, Lutero public� los Art�culos de Esmalcalda, en los que expuso todas las divergencias que hab�an causado la separaci�n de ambas iglesias. Puso especial �nfasis en la celebraci�n de la misa (abominable y superflua para �l) y en el papel del papa como �nico responsable del estado calamitoso al que hab�a llegado la Iglesia cristiana.

Hacia 1537, la salud de Lutero comenz� a quebrarse de forma progresiva y alarmante para sus adeptos. El reformador envejec�a y su humor se volvi� hosco. Sufr�a jaquecas, zumbidos de o�do y dolorosos c�lculos renales, pero se negaba a seguir el consejo de su m�dico de moderar su afici�n a la comida y la bebida. La muerte de su hija Magdalena, en diciembre de 1542, ensombreci� todav�a m�s su �nimo. A principios de 1543 escribi�: �Ya no puedo escribir ni leer. Me siento d�bil y cansado de vivir�. Eran momentos penosos para Lutero, aquejado de una dolorosa lesi�n en la arteria coronaria y de profundas depresiones causadas por el resurgimiento del papado, por el intento de los jud�os por reabrir la cuesti�n del mesianismo de Jes�s de Nazaret y por el nuevo rebrote de la facci�n reformista m�s radical, la de los anabaptistas.

Pero precisamente por ello no pod�a permitirse el lujo de retirarse, y prosigui� su intensa actividad hasta la muerte. Encontr� fuerzas para publicar en 1545 la c�lebre Reforma de Wittenberg, que era una suave exposici�n de la nueva doctrina. Unos meses m�s tarde reaccionar�a violentamente ante la propagaci�n del rumor de su deceso, que �l atribuy� a los welches (italianos y franceses) y desminti� mediante sus Mentiras de los welches sobre la muerte del doctor Lutero. Y en 1545, en v�speras de su fallecimiento, public� uno de sus m�s violentos panfletos con motivo del conflicto surgido en el concilio de Trento entre el emperador y el papa: Sobre el papado de Roma fundado por el diablo. La causticidad de tan encarnizado ataque al papado adquiri� todav�a un mayor relieve gracias a las c�lebres y grotescas caricaturas del papa que realiz� Lucas Cranach el Viejo para ilustrar la publicaci�n.

El 22 de enero de 1546, enfermo y cansado, el anciano reformador se dirigi� a Eisleben, su ciudad natal. Deb�a actuar de �rbitro en la disputa suscitada entre dos hermanos, Albretcht y Gebhard, condes de Mansfeld, a prop�sito de los ingresos de unas minas. El invierno saj�n es fr�o y duro, y Lutero hab�a sobrestimado sus fuerzas. El 18 de febrero, a las tres de la madrugada, falleció casi de repente. Los dos m�dicos que le atendieron apenas dispusieron de tiempo para hacer algo y nunca se pusieron de acuerdo sobre la causa de la muerte: un ataque de apoplej�a, seg�n uno; una angina pulmonar, seg�n el otro; aunque igualmente pudiera haber sido cualquier otra cosa.

Sus restos fueron trasladados a Wittenberg en un ata�d de esta�o, y al paso de la comitiva sonaba el toque f�nebre de las campanas. Fue enterrado el 22 de febrero en la iglesia de Todos los Santos, bajo el p�lpito. Un a�o despu�s de su muerte, el emperador Carlos V entr� en la ciudad tras la victoria sobre los protestantes en M�hlberg, y oblig� a la esposa del Elector de Sajonia a entregarle aquella plaza a cambio de la vida de su marido hecho prisionero. En aquellas circunstancias el duque de Alba, poco amigo de miramientos, propuso al emperador desenterrar el cad�ver de Lutero, incinerarlo y aventar las cenizas, pero Carlos no consinti� en ello, arguyendo que �l hac�a la guerra contra los vivos y no contra los muertos. Verdaderamente hubiera sido in�til; tras su muerte, la Reforma protestante se extender�a por el mundo a pasos agigantados, penetrando en miles de hogares y conformando la manera de pensar, sentir y vivir de millones de seres.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].