Ahuízotl, el rey guerrero de la edad de oro azteca

Monolito de piedra tallado con una representación de Tlaltecuhtli, el dios azteca de la tierra. Los arqueólogos creen contienen los restos del emperador Ahuizotl.

Monolito de piedra tallado con una representación de Tlaltecuhtli, el dios azteca de la tierra. Los arqueólogos creen contienen los restos del emperador Ahuizotl.

Foto: AP / Eduardo Verdugo

A mediados del siglo XV, la civilización azteca dominaba una gran extensión del Valle de México alrededor de su capital, Tenochtitlán, y había sometido a sus vecinos bajo su autoridad. El poder mexica se basaba en el terror y el respeto que infundieron a los demás pueblos mesoamericanos a través de su ejército, que logró imponerse a sus vecinos llevando a cabo una guerra y una conquista continuas. Y nadie representó mejor este ideal de guerrero conquistador que Ahuítzotl, tlatoani –soberano– de Tenochtitlán entre 1486 y 1502, que llevó al imperio azteca a alcanzar su mayor extensión.

Ahuítzotl intensificó el empuje expansionista de Moctezuma I (cuyo reinado se extendió entre 1440 y 1469), que había sentado las bases del poder azteca sobre la región, expandiendo su control alrededor de Tenochtitlán. Ahuízotl amplió el territorio azteca con conquistas hacia el este, el oeste y el sur, llegando el imperio azteca a su máxima extensión: el Estado abarcaba el centro y sur del actual México y el norte de Guatemala entre las costas atlántica y pacífica, y dominaba una región de unos diez millones de habitantes.

Los dominios del imperio azteca durante el gobierno de Ahuítzotl se extendieron por una región de diez millones de habitantes

Ahuítzotl era nieto de Moctezuma I y recuperó el espíritu guerrero de éste, abandonado durante años por sus sucesores. Sucedió en el trono a su hermano Tízoc, probablemente envenenado en un complot nobiliario, y pronto ganó reputación como gran estratega militar. Él mismo encabezó muchas de las campañas militares, protagonizadas por largas marchas, ataques sorpresas y emboscadas, ganándose una fama de guerrero feroz y cruel entre sus enemigos y el respeto entre sus hombres, a los que solía acompañar en sus expediciones acampando con ellos en lugar de quedarse en un palacio.

Un monarca sanguinario

En 1487, el tlatoani inauguró el Gran Teocalli o Templo Mayor, un episodio que contribuyó a aumentar su fama de cruel. La consagración del templo se convirtió en el mayor ritual de sacrificios de la historia azteca. Las fuentes cifran en no menos de veinte mil los prisioneros de guerra sacrificados para saciar la sed de sangre del dios de la guerra, Huitzilopochtli, en una hecatombe que duró cuatro días. Los cautivos, dispuestos en cuatro filas de varios kilómetros, iban subiendo las gradas del templo hasta el altar de sacrificio. Allí, se llevaba a cabo el espantoso ritual: mientras cuatro hombres inmovilizaban a las víctimas, varios sacerdotes y el propio Ahuítzotl abrían el pecho a los prisioneros con el cuchillo ritual y les sacaban el corazón aún latente. Tras esto, los despeñaban por las gradas para que otros descuartizaran los cuerpos.

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Las conquistas reportaron grandes beneficios a los mexicas, que obligaban a sus vecinos subyugados a mantener el Estado azteca a través de tributos y esclavos. Esta época también conoció un gran desarrollo comercial, que se llevó a cabo en paralelo a la expansión territorial. El propio monarca alentó las expediciones de los pochtecas, comerciantes de artículos de lujo que hacían a la vez funciones de espía y proporcionaban al monarca información vital para la preparación de sus campañas militares. La vida en la corte se desarrollaba en medio del lujo y la opulencia sufragados por los pueblos vasallos. Tenochtitlán, que contaba con tres cientos mil habitantes, se convirtió en la ciudad más poderosa de América.

El soberano azteca promovió algunas obras obras públicas en la capital, como la construcción del acueducto de Coyoacán para abastecer de agua a Tenochtitlán. Esta obra, que al parecer no estuvo bien planteada, causó una gran inundación en la que, en 1502, murió el monarca tras darse un golpe en la cabeza al tratar de ponerse a salvo de las aguas. Lo sucedió en el trono su sobrino, Moctezuma II, a quien los españoles arrebataron el imperio que le habían legado sus antepasados.

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