La paideia

Ir a la escuela en la Antigua Grecia

Maestros y alumnos en una Kylix ática de figuras rojas pintada por Dúrides hacia el 480 a.C.. A la izquierda un pedagogo da una clase de aulós (flauta) mientras en el centro uno de sus colegas corrige un ejercicio de escritura. 

Foto: Cordon Press

Los antiguos griegos daban el nombre de paideia –derivado de pais, «niño»– a la educación que recibían los niños a partir de los seis o siete años, después de la fase propiamente infantil, que se denominaba trophé. Su objetivo no era la mera instrucción profesional, sino que perseguía una aspiración más ambiciosa, la de formar a ciudadanos perfectos a través de una enseñanza integral: literaria y retórica, científica y filosófica, sin olvidar la educación física y la artística.

Forjada en la época arcaica, la paideia se consagró durante la época clásica, en el siglo V a.C., y se extendió más tarde, en el período helenístico (desde el siglo III a.C.), a todo el ámbito del Mediterráneo, convertida en ideal formativo para todos los pueblos. Los romanos la adoptaron y el Cristianismo, pese a su conflicto inicial con el paganismo, se adaptó también a ella y propició su triunfo definitivo.

APRENDER A LEER Y ESCRIBIR

Los padres ponían a sus hijos, a partir de los seis años, bajo el cuidado de un esclavo, el paidagogos (pedagogo). Su misión consistía en llevar y traer a los niños de la escuela, ayudarles a memorizar las lecciones y enseñarles moralidad y buen comportamiento. Las niñas, por el contrario, debían ser educadas siempre en casa, aunque se tiene noticia de que en algunos lugares también fueron «escolarizadas».

Las escuelas eran privadas.A su frente se encontraba el grammatistes o maestro de primeras letras (grammata), que se ocupaba de los niños hasta que cumplían 12 o 14 años. Era una profesión poco valorada, para la que no se requería una cualificación especial y que muchos ejercían obligados por la pobreza. El salario era modesto, apenas superior al de un obrero cualificado.

Las clases particulares estaban reservadas a los alumnos de familias ricas, mientras que los más humildes debían asistir a la escuela con sus compañeros. Kylix del pintor Dúrides 480 a.C.

Foto: Wikimedia Commons

El maestro se sentaba en un lugar preeminente, frente a los niños y sus pedagogos. Como se muestra en algunas cerámicas antiguas, los alumnos escribían en tablillas de madera colocadas sobre sus rodillas, sentados en taburetes (no se utilizaban los pupitres). La tablilla estaba impregnada de cera y con la ayuda de un estilete, con un extremo afilado y otro romo, se trazaban y borraban, respectivamente, las letras. En la escuela, el maestro también empleaba otros materiales para la enseñanza y la práctica de la escritura, como los ostraka (pedazos de cerámica) y, raramente, el papiro, más caro, sobre el que se escribía con tinta.

La lectura era más difícil que en la actualidad por la inexistencia de separación entre las palabras y de signos de puntuación. Los niños leían en voz alta y memorizaban diversos textos poéticos; por supuesto aprendían las obras de Homero, verdadera escuela de toda Grecia, pero también las máximas de los Siete Sabios, los poemas de Hesíodo, los preceptos de Quirón, la poesía lírica, etcétera. Las matemáticas se limitaban en esta primera etapa al cálculo, a veces con la ayuda de un ábaco. Un citarista les enseñaba a tocar la lira, para acompañar el recitado de poesías, o de flauta. Como dice Platón en las Leyes, la música formaba parte de la formación moral indispensable, y todo hombre educado debía ser capaz de entonar canciones tradicionales o poemas acompañado de la lira.

«LA LETRA CON SANGRE ENTRA»

A menudo ir al colegio era para los niños griegos una obligación poco grata. La jornada escolar empezaba muy temprano, con el despuntar del día; en invierno, los pedagogos iluminaban el camino con una linterna, tal como se representa en numerosas vasijas. Por la tarde había una segunda sesión de estudio. No había tampoco descanso de «fin de semana», aunque es cierto que a lo largo del año existían numerosos días de fiesta.

Los métodos pedagógicos, además, tenían muy poco en cuenta el nivel de los niños. En la lectura, por ejemplo, se les obligaba a pasar directamente del aprendizaje de las letras a la lectura de complicados pasajes de Homero, con el resultado de que había muchos niños que a los 10 o incluso a los 13 años aún no habían aprendido a leer correctamente. Los maestros, por su parte, no tenían miramientos a la hora de imponer disciplina en clase.

Al ser fáciles de corregir y reutilizables las tablillas de cera eran el material de escritura más común en las escuelas.

Foto: Wikimedia Commons

Un satírico alejandrino del siglo III a.C., Herondas, representa una divertida escena en la que una madre regaña a su hijo por sus travesuras y su desinterés por los estudios. «Las tabletas –dice la airada madre de su díscolo retoño–, que cada mes me tomo la molestia de cubrir con cera, están ahí tiradas, entre su cama y la pared... Nunca escribe nada en ellas; si acaso, las borra aún más... Ni siquiera sabe la letra alfa, a menos que alguien se la grite cinco veces.» La madre lleva entonces al niño a la escuela. Nada más llegar, el maestro lo coloca sobre la espalda de un compañero y exclama: «¿Dónde está el cuero duro, mi cola de buey con la que azoto a los tunantes? Dádmela antes de que estalle de cólera». A lo que el niño suplica: «¡No, por favor, Lamprisco [el nombre del maestro], por las Musas y la vida de tu esposa, no me pegues con el duro! ¡Coge el otro para pegarme!».

ADIESTRAR EL CUERPO Y LA MENTE

En la antigua Grecia, la educación secundaria disfrutaba de mayor consideración que la primaria. En época helenística se difundió la figura del llamado grammatikos, el profesor que se ocupaba de la formación literaria de los jóvenes entre los 14 y los 18 años. Estos maestros llegaron a gozar de un notable prestigio; eran solicitados a lo largo y ancho del mundo griego, y algunos de ellos eran literatos reconocidos.

A partir de los 14 los niños podían estudiar en instituciones tan prestigiosas como la Academia de Atenas, representada aquí en una ilustración de James Clark para el Esquema de la Historia Universal de H. G. Wells, 1919.

Foto: Cordon Press

Bajo su dirección, los muchachos estudiaban a los grandes autores de la tradición literaria griega, no sólo a los poetas, sino también a los oradores –Antifonte, Demóstenes o Isócrates–, los dramaturgos –Eurípides y Menandro, favoritos en esta época– y los historiadores, en especial Tucídides. También profundizaban en materias científicas: matemáticas, geometría, aritmética, música (entendida como una disciplina derivada de la ciencia pitagórica) y astronomía.Todo ello correspondía al ideal de una educación integral o universal, lo que los griegos denominaban enkyklios paideia.

Durante la adolescencia, los chicos se dedicaban a otra disciplina esencial de la formación griega: la educación física, desarrollada en la palestra o gimnasio. Bajo la dirección de un paidotribos –el encargado del entrenamiento físico (tribé) del joven–, se ejercitaban en el pentatlón: la lucha, la carrera, el salto, el lanzamiento de disco y el lanzamiento de jabalina.También practicaban el pugilato y el pancracio, una especie de lucha libre. El maestro de educación física vestía un largo manto y estaba provisto de un bastón para corregir a sus pupilos. El castigo físico era usual: según la mitología, Lino, que fue maestro de música de Heracles, exasperado por su lentitud, perdió la paciencia y le golpeó; el joven Heracles le devolvió el golpe con su lira, con tan mala fortuna que lo mató.

UNIVERSIDADES A LA GRIEGA

Finalmente, a los 18 años, cuando el adolescente se convertía en un joven (ephebos), empezaba la última fase de su formación como ciudadano griego, la llamada efebía. Durante la época clásica, la efebía correspondía a una especie de servicio militar que duraba dos años, en los que los jóvenes vivían en comunidad y aprendían el manejo de las armas y la estrategia al tiempo que se impregnaban del espíritu cívico y democrático de la ciudad.

Filipo II de Macedonia confió la educación de su hijo Alejandro al mejor maestro de la época: el sabio Aristóteles de Estagira. Quizá fuera él quien inspiró al joven Alejandro su devoción poética por Homero, y la insaciable curiosidad científica y geográfica de que hizo gala en sus expediciones de conquista.

Foto: Cordon Press

En el período helenístico, sin embargo, el aspecto militar de la efebía decayó en favor del literario e intelectual. El joven debía ponerse en manos de sofistas y retores, oradores y profesores que recorrían todo el mundo antiguo impartiendo lecciones y conferencias, incluso ante multitudes.

Diversas ciudades se convirtieron así en «sedes universitarias», ya no sólo Atenas, sino también Roma, Alejandría, Constantinopla, Burdeos o Beirut. Al alcanzar la edad adulta –los 21 años en la mayoría de ciudades griegas–, el joven podía convertirse él mismo en filósofo, orador, médico, matemático o militar, o hacer de estos conocimientos la base de una vida dedicada a la prosperidad personal y el servicio a su ciudad.

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