Enterradas bajo las cenizas

Así murieron los habitantes de Pompeya y Herculano durante la erupción del Vesubio

Augustins   Eruption du Vesuve   Pierre Henri de Valenciennes 78 1 1

Augustins Eruption du Vesuve Pierre Henri de Valenciennes 78 1 1

Tras asistir a la erupción del Vesubio de 1779, Henri de Valenciennes recreó en este cuadro la catástrofe del año 79, con la muerte Plinio el Viejo en la playa de Estabia en primer plano.

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El 5 de febrero del año 62 d.C., Pompeya resultó casi totalmente destruida por un terrible terremoto y por los incendios que siguieron al temblor. La reconstrucción fue lenta, y diecisiete años después todavía proseguían las labores de reparación y embellecimiento. Por eso, es posible que los temblores de tierra que sacudieron la ciudad durante la segunda mitad del mes de agosto del año 79d.C. incitaran a muchos pompeyanos a huir hacia Nápoles e, incluso, a marchar a Roma. En todo caso, nada anunció lo que iba a ocurrir el 24 de agosto de ese mismo año. 

Poco después del mediodía, una tremenda explosión lanzó al aire el tapón rocoso que cerraba el cráter del Vesubio. Una enorme columna de gas, humo y ceniza se elevó hasta una altura de varios kilómetros. Mientras ascendía, el material iba perdiendo su forma gaseosa y se iba convirtiendo en cenizas y piedra pómez, que en las horas siguientes empezaron a caer anegando casi toda la parte oriental y meridional de las faldas del Vesubio. Pompeya acabó ahogada por una capa de más de dos metros de cenizas y piedra pómez. Muchos murieron por el desprendimiento de los techos de las casas, incapaces de soportar el peso de las cenizas. Otros, la mayoría, lograron huir. 

Pero los rezagados sufrieron un destino terrible, cuando, en la madrugada y la mañana del día siguiente, sucesivas oleadas de gases y material incandescente se abatieron desde el Vesubio hacia Pompeya, Herculano y las demás poblaciones en torno al volcán, matando en el acto a cientos de personas y dejándolo todo cubierto por espesas capas de residuos. 

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Los últimos de Pompeya 

Los restos de las víctimas de la gran erupción del año 79 empezaron a salir a la luz en los siglos XVIII y XIX. Fueron primero esqueletos cubiertos por piedra pómez; luego, moldes humanos, elaborados por los arqueólogos según un ingenioso procedimiento que consistía en rellenar con escayola los huecos que los cuerpos, al descomponerse, habían dejado entre las capas de cenizas. Pero, ¿a quién pertenecían esos cuerpos? ¿Qué sabemos de los últimos habitantes de Pompeya? 

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En el foro de la ciudad, se han localizado tablillas con la fecha de las elecciones y de algún espectáculo, e incluso con quejas destinadas a los ediles.

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Gracias al trabajo de generaciones de arqueólogos, historiadores, excavadores y aficionados conocemos el nombre de más de dos mil personas que vivieron en Pompeya en los dos últimos siglos de su existencia. No es mucho si lo comparamos con los entre doce mil y veinte mil habitantes de la ciudad en el momento de la erupción. Pero basta para evocar la vida de algunos de ellos, sobre todo de los que murieron aquella mañana veraniega. De éstos se han encontrado unos cuatrocientos cadáveres y otros setecientos huecos dejados por los materiales piroclásticos. 

Naturalmente, no podemos saber a quién pertenecía cada cadáver, pero sí se han podido estudiar algunas de sus características fisiológicas e, incluso, su ADN. Gracias al hallazgo de frecuentísimos cálculos renales sabemos, por ejemplo, que las personas en Pompeya solían tener problemas bucales debido a la poca higiene dental. Pero se sabe muy poco de la identidad de los cadáveres hallados. 

Herkulaneischer Meister 002b

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De la sofisticada vida de los habitantes de Pompeya da fe este retrato de una joven, tal vez la poetisa Safo, que decoraba una casa. Siglo I. Museo Arqueológico, Nápoles.

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Algunos casos hablan de la codicia humana incluso en momentos de gravísimo peligro, sobre todo en casas «bien». En la casa del Fauno, mientras algunas personas se escondían en las habitaciones, la señora (domina) se entretuvo en recoger joyas y monedas de oro. Enloquecida por el calor, se refugió en el comedor poco antes de que éste se derrumbara sobre ella y sus ahorros. Lo mismo le ocurrió a la supuesta mujer de Cosio Libanio: él pudo huir, pero su esposa, acompañada de tres esclavas, volvió a recoger sus joyas. Todas perecieron en la calle, aferradas a sus pertenencias. No es extraño que estas mujeres cayeran bajo el peso del oro (y la ceniza): la mujer romana sólo podía esperar algo de libertad de su riqueza, lo único que podía atenuar la rígida tutela masculina. 

Y precisamente la tutela masculina pudo ser la causa de la muerte de la rica dama de la villa de Diomedes. El dueño de la villa, haciendo uso de su autoridad familiar, intentó esconder a su esposa, a su hijo pequeño, a otras dos jóvenes y a algunos sirvientes (en total, 18 personas) en las enormes tinajas hundidas en el suelo para servir de almacén, donde debían aguantar hasta que la lluvia de cenizas cesara; con ellos se ocultaron víveres, joyas y telas. Todos murieron asfixiados o sepultados por los materiales incandescentes. La reticencia de estas personas a abandonar la villa y sus propiedades, para evitar un posible saqueo, confirma la hipótesis de que entre los muertos estaban los ricos terratenientes dueños de la finca. 

Plaster of the fallen 1000570

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El cuerpo la imagen fue sorprendido por la nube de cenizas volca´nicas que se abatio´ sobre Pompeya mientras hui´a de la ciudad condenada.

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En la villa de los Misterios no sólo murieron los propietarios de la vivienda y sus sirvientes, incluido el portero en su chiscón. Los seis obreros que se ocupaban de una reforma de la casa –o de reconstruir las partes dañadas por los temblores que precedieron a la erupción– murieron en su escondite en el subsuelo. Otro tanto ocurrió con los pintores de la casa de los Pintores Trabajando (de ahí el nombre que los arqueólogos dieron a esta vivienda). Los que fallecieron en otros edificios, como la casa de Menandro, intentaban escapar por pasadizos, lucernarios o, simplemente, escalando las acumulaciones de materiales volcánicos. Todos hallaron la muerte de manera atroz protegiéndose con sus ropas o con sus brazos. Los gases candentes hicieron el resto. 

Políticos, sacerdotes, gladiadores... 

Muchos ni siquiera pudieron abandonar sus casas o intentarlo. Los siete niños de la casa de Paquio Próculo, uno de los próceres de la ciudad, murieron aplastados por el techo del primer piso que cayó sobre ellos. De esta familia se sabe, por los carteles electorales, que era rival de los más ricos del lugar, los Holconios. Pompeya no estaba gobernada por senadores, ni siquiera por caballeros (miembros del orden ecuestre).

Los «alcaldes» de Pompeya eran los duunviros, elegidos anualmente. Y, entre ellos, los más poderosos eran los duunviros quinquenales, encargados cada cinco años de renovar el consejo municipal y realizar el censo de ciudadanos; de decidir, pues, quién podría votar y quién no. Entre los duunviros del año 79 estaba Marco Holconio Prisco. Los Holconios eran los «padrinos» de Pompeya. Este Prisco era, sin duda, nieto o bisnieto del más grande ciudadano de la ciudad: Marco Holconio Rufo, quien había sido cinco veces duunviro, dos veces quinquenal y amigo del emperador Augusto

Pliny the Younger and his Mother at Misenum, 79 A D , by Angelica Kauffmann, English, 1785, oil on canvas   Princeton University Art Museum   DSC06494

Pliny the Younger and his Mother at Misenum, 79 A D , by Angelica Kauffmann, English, 1785, oil on canvas Princeton University Art Museum DSC06494

Plinio el joven en Miseno, el día de la erupción. Óleo por A. Kauffmann.

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Su nieto o bisnieto seguía sus pasos, pero un manto de cenizas le impidió culminar su carrera política. Aunque este Marco Holconio Rufo era el duunviro del año de la catástrofe, su rival Publio Paquio Próculo fue el del año 74, quizás en pugna con el mismo Holconio. Ambos desaparecieron de la Historia el mismo día. 

La religión no contribuyó a salvar a sus devotos, como demuestra el atroz destino de los sacerdotes del templo de Isis. Estaban desayunando en el comedor del recinto cuando empezó la catástrofe. Uno intentó salvar (¿o robar?) el tesoro del templo, pero cayó abatido por el peso de su locura al girar la esquina de la calle. Otros murieron aplastados por una columna del templo. El resto encontró un fin miserable en sus escondites. El más audaz cayó tras derribar tres muros con un hacha, intentando abrirse paso ante la muerte que le seguía de cerca. 

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Villa de los Misterios. esta mansión pompeyana posee una estancia decorada con una serie de espléndios frescos. se cree que las escenas, con figuras a tamaño natural, ilustran la iniciación de las aspirantes en los misterios dionisíacos o en algún culto femenino secreto. en la imagen, Sileno, compañero de Dioniso, toca la lira acompañado de dos pequeños faunos flautistas.

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Tampoco escaparon de la muerte los forzudos gladiadores en su cuartel. Se han encontrado más de sesenta cuerpos, algunos encadenados en un cubículo. Incluso una rica dama, ataviada con un collar de esmeraldas, falleció allí. Durante décadas se creyó que la muerte la había sorprendido mientras tenía una cita con algún guapo gladiador, aunque ahora se piensa que simplemente se refugió allí, más que nada porque en la habitación donde se desarrollaba la supuesta escena lúbrica se encontraban, además del gladiador y su «amante», diecisiete personas más y dos perros... 

Muchas personas murieron por las calles, aplastadas por las columnas del Foro o en las mismas vías, debido a su retraso en recoger joyas o, como una mujer en el callejón de los Esqueletos, por cerrar su casa con llave. Fuera de la ciudad, cerca de la tumba de Obelio Firmo, un grupo de personas que portaban sus pertenencias (poco más de quinientos sestercios entre todos) fueron derribados por la onda piroclástica. Algunos intentaron subirse a los árboles, pero nadie podía escapar de aquella nube tóxica. En 1962, se hallaron los restos de tres familias en la puerta de Nocera. 

Casa a Graticcio 2

Casa a Graticcio 2

En esta vivienda de Herculano (una insula, o casa de vecinos), reconstruida por los arqueólogos, se hallaron restos de madera carbonizada, armarios y hasta un retrato.

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Un esclavo abría la marcha entre la lluvia de lapilli, pero murió aplastado por este material volcánico y por el saco de pertenencias que portaba. Dos niños que iban tras él cayeron, cogidos de la mano, con un trozo de teja protegiendo sus rostros. La que probablemente era su madre murió detrás de ellos, intentando resguardarse de los vapores mortales con su túnica. El hombre que cerraba la marcha pereció con los brazos levantados, quizás en un estertor, quizás atribuyendo a los dioses tan aciago destino

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Entre los cadáveres encontrados puede que se halle el de Tito Suedio Clemente, amigo de Vespasiano y probable senador. Según varias inscripciones encontradas en la ciudad, el emperador lo había enviado allí para resolver lo que ahora llamaríamos casos de corrupción inmobiliaria en la zona. Este personaje tiene el honor único de aparecer en las inscripciones pompeyanas a la vez que en las Historias de Tácito, quien, al referirse a una fuerza militar que aquel dirigió, califica su mando de «demagógico, tan corrompido en lo concerniente al régimen de disciplina como ansioso de combates». ¡Buen elemento para investigar y resolver la corrupción! Quizás el suculento botín que Suedio Clemente pensaba obtener de sus tejemanejes en Pompeya (donde apoyó a candidatos electorales locales) le entretuvo lo suficiente como para morir aferrado a sus ganancias

The Forum (7239295034)

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Molde de yeso de uno de los perros muertos en Pompeya durante la erupción del Vesubio.

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Pero no sólo se han encontrado restos de personas en Pompeya. En la casa de Vesonio Primo, un perro atado intentaba escalar la montaña de lapilli que se colaba en la casa; cuando la cadena no dio más de sí, el animal se tumbó para morir asfixiado. En la casa de las Vestales el perro, enloquecido, atacó y devoró parcialmente a su amo. Fueron dramas menores de una tragedia colectiva de proporciones colosales, que las cenizas hurtaron durante diecisiete siglos a la vista de los hombres.