El mal no existe (2023), de Ryusuke Hamaguchi

Takumi vive con su hijita Hana en una cabaña aislada del bosque, en Harasawa, junto a una poco poblada comunidad. Hasta allí llegarán unos empresarios que presentan un proyecto para convertir la zona en un destino turístico. Se trata de vender aquello como lugar de glamping (un término que une “glamour” y “camping”), un negocio que a la vez aportará recursos para los escasos habitantes de la zona. Sin embargo, Takumi y el resto de la comunidad no están conforme con esas ideas y aducen razones tan poderosas que empiezan a convencer a los dos empleados enviados por la empresa.

Ya desde el inicio, con esos eternos planos del cielo en donde vemos pasar en travelling contrapicado las ramas de los árboles, nos damos cuenta de que el tempo de El mal no existe va a ser distinto. Estamos ante una película que exige paciencia. Hay muchos momentos sin diálogo, en donde somos testigos de cuestiones anodinas del día a día de quien vive en el bosque, cómo va a sacar agua, cómo carga su furgoneta, cómo corta leña, cómo descansa fumando un cigarro, cómo va a recoger al colegio a su pequeña hija, etc. Poco a poco, mínimamente, vamos entrando en la vida de esa pequeña comunidad que vive en plena naturaleza. Pero todo es tan lacónico y leve que los personajes resultan distantes y ni siquiera es muy estimulante la relación entre el padre y la chiquilla.

La película, dirigida y coescrita por Ryusuke Hamaguchi, elogiado responsable de Drive My Car, habla del oportunismo de los poderosos a la hora de sacar rédito de los ámbitos naturales y de la razonable oposición de quienes ven que su entorno y modo de vida va a cambiar drásticamente. Lamentablemente, cuando el relato parece tomar forma y los personajes se abren un poco y muestran sus intereses, llega un desenlace brusco, desconcertante, que viene a romper, como quien dice, con el tono de todo lo anterior. Hay quien pensará que se trata de una película bella y sensible, con un final adecuado e impactante. Están en su derecho. En mi caso la sensación es insatisfactoria y mucho me temo que a la mayoría de los espectadores el colofón les dejará también igualmente perplejos, con razón.