�Que es la contemplacion?
 
 
�Qu� es la contemplaci�n?


Manuel Belda
Prof. de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma)

 

Sumario

1. Etimolog�a y distintos significados del t�rmino contemplaci�n.- 2. Ense�anzas b�blicas.- 3. Ense�anzas de la tradici�n espiritual cristiana.- 4. Naturaleza filos�fica y teol�gica de la contemplaci�n sobrenatural.- Bibliograf�a.

1. Etimolog�a y distintos significados del t�rmino contemplaci�n

Etimolog�a. El t�rmino contemplaci�n proviene del vocablo latino contemplatio, que deriva de contemplum, una plataforma situada delante de los templos paganos, desde la cual los servidores del culto escrutaban el firmamento para conocer los designios de los dioses. De contemplum procede asimismo el t�rmino latino contemplari: �mirar lejos�. El sustantivo contemplatio, que expresa el resultado de la acci�n del verbo contemplari, fue utilizado por los primeros escritores cristianos latinos para traducir la palabra griega theor�a, �contemplaci�n�, ya existente en la filosof�a de la Grecia cl�sica. Un t�rmino castellano relacionado con theor�a, es el sustantivo �teatro�, lugar donde se contempla una representaci�n dram�tica. As�, pues, estos t�rminos significan la acci�n y el resultado de mirar algo con atenci�n y admiraci�n, por ejemplo, un espect�culo interesante.

De este modo, el significado original del t�rmino �contemplar� encierra un triple contenido:

a) se trata de mirar, pero de un mirar con atenci�n, con inter�s, que involucra la dimensi�n afectiva de la persona;

b) dicho inter�s procede del valor o calidad que posee la realidad contemplada;

c) este mirar comporta una presencia o inmediatez de dicha realidad.

Distintos significados de �contemplaci�n�. Del significado original del t�rmino se han derivado hist�ricamente otros significados m�s espec�ficos:

1) Contemplaci�n est�tica o art�stica, donde se contempla una realidad por su valor est�tico o art�stico, por ejemplo una espl�ndida puesta de sol o una magn�fica obra de arte.

2) Contemplaci�n filos�fica o intelectual, donde lo que se contempla es la verdad. Es famoso el concepto de contemplaci�n intelectual seg�n Santo Tom�s de Aquino:La contemplaci�n pertenece a la simple intuici�n de la verdad (simplex intuitus veritatis)� (Suma de Teolog�a, II-II, q. 180, a. 3, respuesta a la objeci�n 1�).

3) Contemplaci�n religiosa o sobrenatural, donde se contempla a Dios. En ella se percibe o experimenta de alg�n modo a Dios. En lo sucesivo, nos ocuparemos �nicamente de este significado del vocablo �contemplaci�n�.

2. Ense�anzas b�blicas

Aunque el t�rmino �contemplaci�n� no aparezca en el Antiguo Testamento, s� que est� presente el concepto expresado por dicho t�rmino. En efecto, la palabra hebrea de?at, �conocer�, manifiesta la realidad de un conocimiento penetrante y total, que comporta la posesi�n del objeto conocido. Por otra parte, la aspiraci�n de �ver� el rostro de Dios es una constante de los grandes contemplativos de Israel: Abrah�n, Mois�s, El�as, Isa�as, etc. Asimismo, los Salmos dan testimonio abundante del anhelo del alma contemplativa, por ejemplo: �De ti piensa mi coraz�n: "Busca su rostro". Tu rostro, Se�or, buscar� (Sal 27,8); �Acudid al Se�or y a su poder, buscad su rostro de continuo� (Sal 105,4).

En el Nuevo Testamento, los sustantivos griegos gn�sis, �conocimiento�, y epign�sis, �conocimiento profundo�, traducen la palabra hebrea de?at y significan un conocimiento �ntimo y vital de Dios, esto es, un conocimiento contemplativo. Para San Pablo, la gn�sis y la epign�sis del cristiano constituyen un conocimiento �ntimo de Dios y de su designio salv�fico, como consecuencia del desarrollo de la vida espiritual y de la amistad con Jesucristo. Se trata de una sabidur�a divina, de una comprensi�n espiritual: �Por eso tambi�n nosotros, desde el d�a en que nos enteramos, no cesamos de rezar y pedir por vosotros, para que alcanc�is un pleno conocimiento de su voluntad con toda sabidur�a y entendimiento espiritual� (Col 1,9; cfr Ef 1,16-17). Sin embargo resulta claro que, seg�n el Ap�stol, dicho conocimiento no constituye a�n la visi�n beat�fica: �Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conocer� como soy conocido� (1 Co 13,12; cfr 2 Co 3,18; 1 Tm 6,16).

Por su parte, San Juan habla de la contemplaci�n a partir de su propia experiencia: �Lo que exist�a desde el principio, lo que hemos o�do, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a prop�sito del Verbo de la vida ?pues la vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado?, lo que hemos visto y o�do, os lo anunciamos para que tambi�n vosotros est�is en comuni�n con nosotros. Y nuestra comuni�n es con el Padre y con su Hijo Jesucristo� (1 Jn 1,1-3). Asimismo, el evangelista ense�a que el cristiano puede contemplar a Dios a trav�s de la Sant�sima Humanidad de Jesucristo: �Felipe le dijo: "Se�or, mu�stranos al Padre y nos basta. Felipe, le contest� Jes�s, �tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a m� ha visto al Padre"� (Jn 14,9). Sin embargo, este conocimiento no es a�n la visi�n beat�fica, sino una visi�n a trav�s de la fe en la divinidad de Cristo: �A Dios nadie lo ha visto jam�s; el Dios Unig�nito, el que est� en el seno del Padre, �l mismo lo dio a conocer� (Jn 1,18; cfr 1 Jn 3,2).

3. Ense�anzas de la tradici�n espiritual cristiana

A lo largo de la historia de la Iglesia, numerosos maestros espirituales han escrito sobre la contemplaci�n. Presentamos algunos textos significativos, escogidos entre muchos otros.

En la �poca patr�stica, Clemente de Alejandr�a (?215) es el primer pensador cristiano que designa con el sustantivo griego theor�a la contemplaci�n de Dios. Hab�a le�do esta palabra en Plat�n, cuya filosof�a apreciaba, y le dio un contenido cristiano. Para el Alejandrino, la theor�a es el conocimiento supremo de Dios en este mundo, y afirma que la clave para alcanzarlo es la caridad: �Dios es amor y es cognoscible por los que lo aman (...). Hay que entrar en su intimidad por el amor divino para que podamos contemplar al semejante por medio del semejante� (Stromata, 5, 13, 1-2: PG 9, 27).

Or�genes (?254) es el primer autor que describe la perfecci�n cristiana como una comuni�n del alma con Dios, una uni�n de amor que engendra un conocimiento afectivo, la contemplaci�n. En este estado, �el intelecto purificado, que ha dejado atr�s todas las realidades materiales, para llegar con la m�xima certeza posible a la contemplaci�n de Dios, es deificado por aquello que contempla� (Comentarii in Iohannem, 32, 27, 338: SC 385, 333).

Ya en la Edad Media, Ricardo de San V�ctor (?1173) ofrece esta definici�n de contemplaci�n: �La contemplaci�n es un acto del esp�ritu que penetra libremente en las maravillas que el Se�or ha esparcido en los mundos visibles e invisibles, y que permanece suspendido en la admiraci�n� (Benjamin maior, lib. 1, a. 4: PL 196, 67).

Santo Tom�s de Aquino resume as� la relaci�n entre la caridad como amistad con Dios, y la contemplaci�n: �Es sumamente propio de la amistad entretenerse con los amigos. Pues bien, el entretenerse del hombre con Dios se realiza mediante la contemplaci�n de �l, como el Ap�stol dec�a: "Nuestra patria est� en el cielo" (Flp 3,20). Por tanto, puesto que el Esp�ritu Santo nos hace amadores de Dios, se sigue que por el Esp�ritu Santo somos hechos contempladores de Dios� (Summa contra Gentiles, lib. 4, c. 22).

San Juan de la Cruz ense�a que la contemplaci�n es un acto producido al un�sono por la inteligencia y el amor: �La contemplaci�n es ciencia de amor, la cual (...) es noticia infusa de Dios amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma, hasta subirla de grado en grado hasta Dios, su Criador, porque s�lo el amor es el que une y junta el alma con Dios� (Noche oscura, II, 18, 5).

Finalmente, San Francisco de Sales ofrece esta definici�n: �La contemplaci�n es una amorosa, simple y permanente atenci�n del esp�ritu a las cosas divinas� (Tratado del amor de Dios, 6, 3).

4. Naturaleza filos�fica y teol�gica de la contemplaci�n sobrenatural

A la luz de las ense�anzas escritur�sticas y de la tradici�n espiritual cristiana, se puede afirmar que la contemplaci�n sobrenatural posee dos rasgos esenciales:

a) Es un conocimiento experiencial de Dios al que contribuyen simult�neamente la fe y la caridad.

b) Esta experiencia se produce de modo infuso y pasivo, mediante una iniciativa divina que excede completamente la capacidad de actuaci�n del alma humana. Pasividad no significa aqu� inactividad, sino que el alma se siente movida directamente por Dios cuando recibe el don de la contemplaci�n.

Desde un punto de vista filos�fico, la contemplaci�n se encuadra dentro de un tipo de conocimiento llamado �conocimiento por connaturalidad�, por ejemplo, el conocimiento personal de amistad entre dos seres humanos. Este conocimiento no se produce mediante razonamientos, sino que hay en �l un influjo decisivo de la dimensi�n afectiva de la persona, por lo que se llama tambi�n �conocimiento afectivo�, a causa del papel esencial que en �l juega el amor.

La connaturalidad es una tendencia afectiva derivada de la propia naturaleza de los seres, ya que toda realidad creada tiende instintivamente hacia el propio fin, que reviste para ella el car�cter de bien (los animales tienden instintivamente hacia lo que permite su supervivencia: volar, nadar, cazar, etc). En el �mbito de la moralidad humana se produce el mismo hecho, porque toda persona virtuosa tiende como por instinto hacia la virtud. Por ejemplo, la persona prudente emite un juicio prudencial que gu�a su actuaci�n, impulsada por una especie de instinto espont�neo, por una tendencia connatural de su capacidad afectiva, porque busca y ama la virtud de la prudencia.

El conocimiento por connaturalidad se puede explicar en base a la profunda unidad de la persona humana, en cuanto que sus facultades espirituales est�n enraizadas en un solo principio vital y operativo: el alma. Aunque es cierto que la inteligencia y la voluntad se distinguen realmente, sin embargo en su actuar concreto hay una mutua dependencia e interacci�n. Nuestras facultades apetitivas est�n impregnadas de conocimiento, as� como nuestros juicios est�n profundamente influidos por la afectividad. En la vida real y concreta, la afectividad orienta nuestros conocimientos en el sentido de nuestros amores.

Este tipo de conocimiento alcanza su nivel m�s profundo en el �mbito de la vida espiritual, en la experiencia contemplativa de Dios. En efecto, al recibir el bautismo, el fiel es connaturalizado con Dios por medio de la gracia, que hace al alma deiforme, divina por participaci�n. La caridad, por su parte, proporciona la uni�n afectiva que requiere el conocimiento por connaturalidad.

El conocimiento por connaturalidad no es un conocimiento distinto de la fe, sino fruto del desarrollo de �sta: �La fe plena, la fe viva y din�mica, que la caridad impulsa hacia el Maestro amado que ense�a y es escuchado, porque es amado, tiende a superar las f�rmulas en que se contiene cuanto le es ense�ado, pues el Maestro est� m�s all� de su ense�anza. Pero no puede salir de las f�rmulas, desembarazarse de ellas, porque no sabr�a alcanzar al Maestro m�s que por medio de su ense�anza, mediante las f�rmulas. Lo que le a�ade la connaturalidad, establecida por la caridad, es el poder aferrar en las f�rmulas Aqu�l de quien �stas expresan el misterio para el entendimiento (...). La experiencia, por tanto, no da a conocer algo distinto de lo que dice el enunciado de la fe, sino que lo da a conocer de modo diverso, m�s "real" (por contacto espiritual) y m�s penetrante: como quien habiendo le�do todo sobre un poema en lengua extranjera, sabiendo de �l todo lo que se puede saber, es impactado por su belleza cuando ha aprendido esa lengua y lo ha podido leer directamente. Esta fe que se ha hecho penetrante, capaz de alcanzar su objeto, superando las palabras para abrazar a quien habla, para "tocar" las realidades de que hablan las f�rmulas, es una fe contemplativa� (J.H. Nicolas, Contemplation et vie contemplative en christianisme, Friburgo [Suiza]-Par�s 1980, p. 58).

Para que se produzca la contemplaci�n, adem�s de la fe y la caridad, se necesita la intervenci�n del Esp�ritu Santo mediante algunos de sus dones, principalmente los dos siguientes:

a) El don de entendimiento, que perfecciona el ejercicio de la fe. Sobre �l escribe Santo Tom�s de Aquino: �Tambi�n en esta vida consiguen los hombres la misericordia de Dios. E igualmente aqu�, purificado el ojo por el don de entendimiento, puede ser Dios visto de alg�n modo� (Suma de Teolog�a, I-II, c. 69, a. 2, respuesta a la objeci�n 3�).

b) El don de sabidur�a, que perfecciona el ejercicio de la caridad, hace de la contemplaci�n una sapientia, sapida scientia o ciencia sabrosa, por la que Dios y las realidades divinas no son conocidas abstractamente, sino de modo afectivo o experiencial.

De acuerdo con lo que venimos diciendo, la contemplaci�n sobrenatural se puede definir como un simple juicio intuitivo acerca de Dios y de las realidades divinas, procedente de la fe vivificada por la caridad e ilustrada mediante algunos dones del Esp�ritu Santo.

5. La oraci�n contemplativa

La experiencia contemplativa de Dios se produce en el contexto de la oraci�n cristiana, concretamente dentro de la oraci�n contemplativa, que es �la expresi�n m�s sencilla del misterio de la oraci�n. Es un don, una gracia; no puede ser acogida m�s que en la humildad y en la pobreza� (Catecismo de la Iglesia Cat�lica, n. 2713). La oraci�n contemplativa es fundamentalmente una mirada: �La contemplaci�n es mirada de fe, fijada en Jes�s. Yo le miro y �l me mira, dec�a en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atenci�n a �l es renuncia a m�. Su mirada purifica el coraz�n. La luz de la mirada de Jes�s ilumina los ojos de nuestro coraz�n; nos ense�a a ver todo a la luz de su verdad y de su compasi�n por todos los hombres� (Ibid., n. 2715).

En esta l�nea, San Josemar�a Escriv� de Balaguer, Fundador del Opus Dei, afirma que en la oraci�n contemplativa �sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, �se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe tambi�n mirada amorosamente por Dios, a todas horas� (Amigos de Dios, Madrid 2004, 30� ed., nn. 306-307).

Por otra parte, es necesario afirmar que la experiencia contemplativa de Dios no se limita a los ratos dedicados exclusivamente a la oraci�n, donde se prescinde de cualquier otra tarea, ya que puede tener lugar asimismo en y mediante las actividades ordinarias del cristiano. Precisamente uno de los rasgos esenciales del mensaje que Dios confi� a San Josemar�a Escriv� es la plena y abierta proclamaci�n de la contemplaci�n en medio del mundo, por medio de la santificaci�n del trabajo profesional y de los dem�s deberes de la existencia secular cristiana. En este sentido, escribe San Josemar�a: �Donde quiera que estemos, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos ?en la f�brica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar?, nos encontraremos en sencilla contemplaci�n filial, en un constante di�logo con Dios. Porque todo ?personas, cosas, tareas? nos ofrece la ocasi�n y el tema para una continua conversaci�n con el Se�or� (Carta 11-III-1940, n. 15, citada en J.L. Illanes, La santificaci�n del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, Madrid 2001, 10� ed., p. 123).

Para el Fundador del Opus Dei, el trabajo santificado y santificante, es decir, aquel que re�ne las siguientes caracter�sticas: estar bien hecho humanamente, estar elevado al plano de la gracia ?y por tanto realizado en estado de gracia?, llevado a cabo con rectitud de intenci�n y con esp�ritu de servicio, por amor a Dios y con amor a Dios, se convierte en oraci�n contemplativa. De esta manera, superaba la aparente dicotom�a entre vida activa y vida contemplativa en la existencia cristiana: �Nunca compartir� la opini�n ?aunque la respeto? de los que separan la oraci�n de la vida activa, como si fueran incompatibles. Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Se�or: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura� (Forja, Madrid 2001,11� ed., n. 738).

Bibliograf�a: Autores Varios, voz Contemplation, en Dictionnaire de Spiritualit�, Asc�tique et Mystique, II, Par�s 1953, cols. 1643-2193; M. Belda, �Contemplativos en medio del mundo�, en Romana, Bolet�n de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, 14 (1998/2) 326-340; J.L. Illanes, La santificaci�n del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, Madrid 2001, 10� ed.; J.H. Nicolas, Contemplation et vie contemplative en christianisme, Friburgo [Suiza]-Par�s 1980.