Camille (2019), de Boris Lojkine

La historia de la jovencísima fotoperiodista francesa Camille Lepage, que cubrió el golpe de estado y la subsiguiente guerra civil de República Centroafricana entre 2013 y 2014. Tiene el mérito de tratar con hondura unas cuentas cuestiones de interés, dentro de un subgénero, el del drama de periodistas de guerra basado en hechos reales, bastante trillado: no es fácil ofrecer algo “novedoso”, más allá de tratar una peripecia personal concreta en el contexto de un escenario bélico. Y ello sin olvidar el elemento humano, no estamos ante un puro problema político, sino ante personas que sufren y que ven pisoteada su dignidad, si es que no son ellos los que pisotean la del otro, practicando de modo brutal lo de “ojo por ojo...”.

El director y coguionista Boris Lojkine procede del mundo del documental, y esto se nota para bien en el rigor con el que maneja su historia, donde no busca la lágrima, se ajusta mucho a los hechos auténticos, incluso manejando fotos de Lepage y congelando a veces la imagen para mostrarlas, o mencionando las barbaries que siguen al golpe entre las facciones enfrentadas, los Seleka y los Antibalaka, pero sin regodeos innecesarios en la violencia, no vemos las mutilaciones a machetazos que algunos practican, aunque sí muchos cadáveres. No deja de reflejarse los intereses que guían a los grupos de comunicación a la hora de cubrir una noticia.

El film se dirige al espectador occidental, y se busca su identificación con la protagonsita Camille. La compone muy bien Nina Meurisse, porque combina en su interpretación el idealismo juvenil, con una sorprendente madurez, y una gravedad que crece ante los hechos de que es testigo. Y se plantea la vieja idea de que un reportero debe tomar distancia de la realidad que documenta, pues corre el riesgo de involucrarse demasiado emocionalmente. Para Camille, dentro de su empeño por mantener la cordura y la objetividad, resulta imposible no preocuparse de las personas concretas a las que conoce, y a las que llega a apreciar de veras. Por esto tiene enorme fuerza, el regreso de Camille a Francia tras una temporada en República Centroafricana, y su incapacidad de llevar una vida “normal”, si con “normal” queremos decir hablar de su trabajo tremendo mientras baila en una discoteca.