La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño.
El inmortal, Jorge Luis Borges
Abordar el tema de la muerte desde una perspectiva humorística es algo bastante complicado, pues se trata –junto al sexo y la escatología– de uno de los tabús más arraigados en todas las sociedades humanas. Por ejemplo, algunas tribus australianas tienen por tradición fúnebre borrar de su léxico todo lo relacionado con el muerto reciente, para no contaminar sus días con esta esencia pestífera. En el medio cinematográfico podemos encontrar comedias banales que denigran el tema, que evaden su profundidad y repercusiones, otras son más sutiles e inteligentes, algunas lo enfrentan desde una perspectiva de mayor densidad, (50/50, 2011), o algunas otras de forma más relajada (The Bucket List, 2007), y claro, está el experto en el tema, cuya larga y sólida carrera tiene como uno de sus pilares el tratamiento humorístico de la parca, Woody Allen.
En esencia parecería que Last Vegas no aborda el tema de la muerte como punto de partida en su premisa, más bien buscaría fortalecer el valor de la amistad o la solidaridad; sin embargo, cuando los personajes de Robert De Niro y Michael Douglas discuten de una manera más seria, queda manifiesto que, debajo de toda la parafernalia, el miedo a la muerte y su completa inminencia es lo que motiva a este grupo de ancianos.
Last Vegas es una comedia inteligente que coloca los chistes en el lugar y tiempo oportunos, a la par que se mofa continuamente de la edad y sus consecuencias; no solo se señala la decrepitud del cuerpo, también su consecuente cúmulo de conocimientos, de miedos y de rencores. En algunos momentos la trama parece volverse bastante ingenua, e incluso pueril, pero constantemente, como si fuera una especie de coro griego, el personaje de De Niro coloca en perspectiva la situación dotando al filme no sólo de sentido común, sino de verosimilitud.
En primera instancia, el argumento puede remitir a la franquicia de The Hangover: un grupo de amigos se escapa a un fin de semana en Las Vegas para celebrar la despedida de soltero de uno de ellos; salvo por el hecho, claro, de que todos pertenecen a la tercera edad, y, otra salvedad, los cuatro personajes están personificados por actores capaces de dar mayor calidad interpretativa.
La primera escena nos remonta a la niñez del cuarteto, lo cual además darnos una imagen del grupo, marca el conflicto entre Billy (Michael Douglas) y Paddy (Robert De Niro), quienes están enamorados de la misma chica. Cincuenta y ocho años después nos reencontramos con cada uno experimentando los años de retiro a su manera: Sam (Kevin Kline) vive con su esposa en un asilo de Florida; Archie (Morgan Freeman) es un hombre divorciado, continuamente sobreprotegido por su hijo, después de haber tenido un derrame cerebral; por su parte, Patty sufre la pérdida de su esposa y compañera de toda la vida (la misma chica que salió en la primera escena); y finalmente, Billy (Michael Douglas) es un rico hombre de negocios, que ha decidido casarse con una joven mujer que ni siquiera tiene la mitad de su edad.
Cada sujeto interpreta un rol prototípico en la imagen cultural que hemos armado alrededor de esta etapa de la vida. En primer lugar encontramos al hombre atrapado en la rutina, sin carácter y bajo la voluntad de su esposa, su arco dramático le llevará a una infructífera búsqueda por romper el ciclo, buscar su “independencia” utilizando el permiso otorgado por su esposa de serle infiel en Las Vegas. De igual forma, el padre que pierde su libertad en manos de su hijo, es una voluntad sometida en pro de la persecusión de la salud, dando por sentado que si bien no somos inmortales, es bueno cuidar nuestro cuerpo pero no a costa de, nuevamente, nuestra voluntad.
El conflicto entre Billy y Paddy radica en que ambos tienen una personalidad contraria, complementaria y, por lo mismo, son los que buscan el mismo objeto del deseo. Es precisamente su rivalidad lo que permite que la trama trascienda el simple ¿Qué pasó ayer?. Uno es el correcto, el tipo rudo que tiene valores sencillos; el otro es el clásico héroe americano capaz de transgredir los valores para poder consumar sus intereses, al mismo tiempo que es autosuficiente y no muestra ninguna clase de debilidad, siempre tiene una sonrisa y una solución sencilla a los problemas. Cuando en su juventud ambos se enamoraron de Sophie, fue Paddy (De Niro) quien la obligó a decidir entre él y Billy (Douglas). Siempre estuvo muy orgulloso de que ella lo escogiera en lugar de a su atractivo contendiente. En un momento dado Paddy descubre que esto realmente no ocurrió así: “realmente no conoces a las mujeres, no puedes decirle a una mujer a quién amar”. Su antagonismo se revive con la aparición de Diana (Mary Steeenburgen), una mujer que a una avanzada edad decidió perseguir su sueño de joven convirtiéndose en cantante. Ella es una especie de Beatriz-Virgilio que guía a estos dantescos personajes a través de su viaje a los infiernos, que pone su rutina de cabeza para permitir que se transformen.
La situación un tanto irreal, la crisis de los cuarenta magnificada a los setenta, el choque generacional, los riesgos del matrimonio, el poder total en manos del hijo y demás, se ven subordinados al miedo a la muerte y estas dos perspectivas que se confrontan, la levedad de Billy frente a lo trascendente de Paddy, las mismas que confluyen en The Bucket List (2007), destiladas mediante la carnavalización de The Hangover (2009), derivan en la clase de moraleja zen que tanto agrada a Hollywood. Estas dos fuerzas y estilos de vida, al chocar una con otra terminan por estabilizarse.