Biografía de Marga Gil-Roësset - La Cámara del Arte

Biografía de Marga Gil-Roësset

VIDA Y OBRA DE MARGA GIL-ROËSSET

Sobre Marga Gil Roësset se han escrito bastantes artículos a partir de su primera exposición antológica en el año 2000, y tras la publicación de Marga de Juan Ramón Jiménez en 2015. Pero prácticamente todos estos escritos se han centrado más en su muerte, sobrevenida demasiado pronto que en su talento artístico.

Con sólo 24 años protagonizó una dramática historia de amor no correspondido con un famoso escritor que le llevó de la desesperación al suicidio. Esta truculenta y triste historia ha hecho que su legado como ilustradora, poeta y escultora haya quedado al margen. A esto se une la pérdida de gran parte de su obra, destruida por ella misma, el estigma del suicidio dentro de una família religiosa, y el hecho de ser una mujer dentro de un mundo de hombres.

Biografía de Marga Gil-Roësset

Marga Gil Roësset es el testimonio de que el talento, la inteligencia, la vida acomodada y la capacidad creativa no dan la felicidad. Quizás su caso fue todo lo contrario, la necesidad de crear le generaba tanta inquietud por vivir, le suponía tanta presión amar que no pudo sobrellevarlo. Era joven. La juventud tiende a una pasión desbocada, no razonada. Era genial, y el genio proviene de la irracionalidad, porque lo que surge de la realidad nunca tiene la belleza que emana de lo más profundo del ser. 




La artista, nacida en Las Rozas, Madrid, en 1908, perteneció a una familia burguesa, bien posicionada económicamente y de una gran inquietud cultural. Al igual que su hermana Consuelo, fueron educadas por su madre y su padre, en un ambiente cosmopolita que les enseñaba materias científicas, música e idiomas, y fomentaba la creatividad y las artes.

Pese a que en ese momento, lo habitual era que las niñas de buena familia tuvieran una educación limitada a las tareas consideradas de señoritas, las hermanas Gil-Roësset tuvieron acceso a todo el conocimiento, viajaron y se codearon desde bien pequeñas, con el ambiente intelectual de la época. Eran unas rara avis que la madre, Margot Roësset potenciaba incluso con los extraños vestidos que les hacía para que destacaran aún más en la sociedad madrileña.

Marga, a la derecha, con su hermana mayor y su hermano pequeño, con un particular vestuario creado por su madre, y que era destacado en la prensa social de la época

El nivel de talento de las niñas era tal que pronto fueron consideradas niñas prodigio. Marga, con tan solo siete años, ilustró su primer cuento, La niña curiosa.

Las hermanas Marga y Consuelo Gil- Roësset.

En 1920 publicó junto a su hermana Consuelo, un cuento titulado El niño de oro (Editorial Mateo, Madrid) escrito por la hermana mayor e ilustrado por la pequeña, que desató una serie de críticas asombrada por la calidad de los dibujos de Marga que tan solo tenía 12 años. El cuento era una historia fantástica de princesas y dragones que se desarrollaba en un país lejano, La India. La temática juvenil contrastaba con la madurez de las ilustraciones, que mostraban gran calidad técnica, de un trazo complejo propio de una mano experta.

Estos veintidós dibujos son de una gran modernidad, recargados de personajes de gran expresividad y simbolismo al mismo tiempo, y que recuerdan a la obra de Manuel Bujados, Harry Clark o Kay Nielsen conectando tanto con la estética modernista como con la simbolista. La crítica de la época destacó su calidad y belleza, y la señaló como “niña prodigio”.

Biografía de Marga Gil-Roësset
Portada de El niño de oro (1920)
Ilustraciones de El niño de oro (1920)
Biografía de Marga Gil-Roësset
Ilustraciones de El niño de oro (1920)

Biografía de Marga Gil-Roësset

En 1921, a los 13 años, volvió a ilustrar otra obra de su hermana, Rose de bois (Libraire Plon), cuarenta láminas más la portada, que se publicó en francés y en castellano consiguiendo también alabanzas de la prensa en ambos países. En estos dibujos sigue con el estilo anterior, estilizado, donde destaca lo feo como algo bello en la obra.

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Poco después, a los quince años, Marga Gil no tuvo suficiente con dibujar y quiso probar con la escultura. En esta disciplina también mostró una gran predisposición natural. Su intuición hizo que su profesor, el escultor Victorio Macho, al verla trabajar, no quisiera darle clase, alegando que había que dejarla crear sola, sin interferir en su talento innato. A partir de entonces, se convirtió en autodidacta.

De esta forma, no hubo ninguna voz experta y masculina que le dijera qué temática podía o no tratar, o con qué material debía trabajar una “señorita”. Aunque al parecer, sí que había bastante interferencia por parte de la familia, especialmente de su madre. El hecho de que fomentara al máximo su capacidad creativa también hizo que ejerciera cierto control sobre su obra. Tal vez por ello, su autoexigencia fue creciendo con ella, y el nivel de perfeccionamiento fue volviéndose más estricto.

Niño recostado (1923)
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 Adan y Eva expulsados del paraíso (1924).

Al inicio de su etapa escultórica trabajó con escayola con piezas relativamente pequeñas que acababa con una pátina de betún de Judea, y en las que ya mostraba gran capacidad técnica. Las temáticas que trataba eran bastante ingenuas, con ciertos rasgos orientalizantes y no representaban ningún ideal de belleza. No podemos ver ninguna influencia estética del momento, lo que las hace ser tremendamente originales, en consonancia con la experimentación que buscaba el arte de vanguardia del momento. Eran esculturas definidas por volúmenes redondos, alejados de la estilización de sus ilustraciones anteriores.

Esta estética más dulcificada y de trazo más esquemático también la encontramos en los dibujos de Canciones de niños de 1932. Una publicación con canciones de su hermana Consuelo y libreto musical de su cuñado José María Franco. Aquí encontramos unos dibujos sencillos, de un encanto pueril pero que a la vez muestran la maestría de decir mucho con pocos trazos.  Recuerdan bastante al archiconocido dibujo de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, que fue pintado años después. Se ha querido ver, ya que la obra de Marga Gil-Roësset era conocida en Francia, cierta inspiración de esta artista, algo, que por mucho empeño que pongamos, difícilmente podremos determinar pero que es habitual encontrar cuando revisamos los artículos dedicados a la artista.

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Su evolución como escultora, la llevó a realizar obras con otros materiales como la madera o el granito, piedra reservada a artistas con años de experiencia, ya que requiere una buena técnica para convertirlo en material expresivo, y gran fuerza física para trabajarlo..

En 1930 mostró por primera vez su obra escultórica en la Exposición de Bellas Artes de Madrid, en la que su obra Adán y Eva,  realizada en escayola, recibió grandes elogios y produjo una gran fascinación que una mujer de 22 años, fuera capaz de realizar un grupo escultórico con tanta fuerza expresiva. Recibió críticas con calificativos como “exaltación agresiva del arte” o “el implacable rigor sarcástico de sus estatuas” y que la definían como una artista “pura, exacta, que no debía nada a profesores y maestros”.

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Adán y Eva (1930)

La fama que había comenzado a tener de pequeña, se consolidó, impactando en una sociedad que dejaba cierto espacio a la mujer, pero que para halagarla, ciertos autores, como el crítico José Francés, patologizaron su figura como autor, llegando a hablar de ella como escultor, en masculino, y a destacar su virilidad como creadora.

La mujer del ahorcado (1930)

Cabe destacar las palabras con las que la propia autora definió su proceso creativo en una entrevista publicada en la prensa: “Yo intento siempre operar sobre mis esculturas de dentro afuera. Es decir, trato de esculpir más las ideas que las personas. Mis trabajos, en cuanto a la forma, podrán no ser muy clásicos; pero, por lo menos, llevan el esfuerzo de querer manifestar su interior.”

Biografía de Marga Gil-Roësset
Eva y sus hijos (1932)

La tendencia artística de la época buscaba plasmar la realidad a través de la plástica expresionista, y en este sentido, la obra de Marga Gil Roësset, se encuentra en sintonía. El pesimismo que emanan sus obras, la fealdad de sus figuras, el dramatismo y la expresividad de los rostros son las características de piezas como Para toda la vida o  La mujer del ahorcado. 

En 1932 conoció a Zenobia Camprubí y a su marido, el escritor Juan Ramón Jiménez. Marga Gil sentía gran admiración por la intelectual,  especialmente por sus traducciones de la obra del poeta indio Tagore. La amistad entre los tres pronto se consolidó, y Marga quiso homenajear a su admirada Zenobia escupiéndole un busto. Esto le llevó a compartir mucho tiempo con el matrimonio y a comprometerse en realizarle un retrato también al escritor, que le hacía también de corrector que la joven artista escribía.

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Retrato de boda de Zenobia y Juan Ramón Jiménez (2 de marzo de 1916, Nueva York).

Pronto empezó a ser deslumbrada por Juan Ramón Jimenez, uno de los escritores más importantes del momento, que le hacía casi de mentor intelectual, animándola a seguir trabajando en París. Este sentimiento por el escritor, bastante mayor que ella, acabó derivando en un amor pasional que ocultó y que poco a poco pudo con ella. 

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Busto de Zenobia Camprubí (1932)

Pocos meses después, la imagen de mujer fuerte que daba de ella la prensa, se desveló como falsa, porque la fuerza de Marga fue su impulso imparable por crear, mientras que por dentro se rompía. Su amor a Zenobia, su amistad y respeto, la llenó de culpa por enamorarse de Juan Ramón. Sentir amor hacia quien no debía, la quebró. Podemos suponer que la culpabilidad, el sentirse traicionera, el anhelo de lo imposible, la felicidad inalcanzable, la sumió en la desesperación. El 28 de julio de 1932 Marga Gil-Roësset  se pegó un tiro en la cabeza a los 24 años, antes había destruido gran parte de su obra, había colocado un pañuelo negro sobre el busto de su amiga, había entregado un testamento de poemas a su amor y había dejado tres cartas de despedida, para su hermana Consuelo, para sus padres y para Zenobia.

«Mi amor es infinito!…La muerte es… infinita… el mar es infinito… la soledad infinita… yo con ellos… yo… con lo infinito…» (extracto del diario que legó a Juan Ramón Jiménez y que años más tarde fue publicado)

Marga, Edición de Juan Ramón Jiménez, editado en 2015. El diario que la escultora escribió poco antes de morir y que legó a su amado como testamento confesional.

CONTEXTO ARTÍSTICO SOCIAL

En las primeras décadas del siglo XX, España sufrió ciertos cambios en el panorama artístico. El contexto propenso para el nacimiento de un nuevo concepto de mujer, hizo que se produjera la profesionalización de muchas artistas. El renovado panorama intelectual en el cual surgio la conocida Generación del 27, incluía a mujeres que más tarde fueron llamadas como Las sin sombrero y que fueron injustamente olvidadas por la historiografía, no devolviéndolas al lugar que merecían tras los años de dictadura y retraso cultural. En el artículo de La Cámara del Arte sobre la obra El mundo de Ángeles Santos ya ahondábamos en este tema https://lacamaradelarte.com/obra/un-mundo/.

Algunas de las representantes de Las Sinsombrero, las mujeres de la Generación del 27.

Esta época dejó un destacado grupo de mujeres artistas, entre las que se encontraban nombres de escultoras que por la disciplina que cultivaron, aún quedaron en un lugar más escondido y que sufrieron aún más si cabe, el maltrato de género por parte de la prensa de la época.

A principio de siglo, el espacio social cedido a las mujeres era el doméstico, el cuidado de la familia y del hogar. La sociedad patriarcal condenaba la creciente profesionalización artística de la mujer acusándola de invadir lugares reservados al hombre. Y cuando la crítica era positiva, siempre se hacía desde una perspectiva paternalista, como mujeres laboriosas y dadas al sacrificio.

Preocupaba que trabajar en un oficio afectara a su condición física y mental y por eso, se recomendaba ciertos trabajos artísticos más adecuados a la feminidad como el bordado, la joyería, las artes decorativas, el grabado o la restauración de obras de arte.

Se inculcó a la mujer una capacidad por el detallismo y la menudencia que claramente pretendía mantenerla en un segundo plano en materia de creatividad. Para dedicarse a la pintura y por supuesto la escultura, la mujer encontraba ciertos obstáculos y prejuicios que la mantenían eternamente en la condición de amateurs. Isabel Rodrigo Villena en su obra Escultoras en un mundo de hombres y su fortuna en la crítica de arte española (1900-1936) afirma que existía la idea de que la actividad intelectual era contraria al instinto maternal y que las mujeres que excepcionalmente tenían imaginación y talento creativo, eran hombrunas o corrían el riesgo de masculinizarse.

En una conferencia de Gregorio Marañón de 1920 titulada “Biología y feminismo”, daba por hecho que “muchas de esas mujeres que justamente han alcanzado la celebridad, en el terreno en que la alcanzan los hombres, han sido poco mujeres, han tenido en sus rasgos físicos, en su sensibilidad, en su mentalidad, tonos marcadamente masculinos”. 

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Helena Sorolla García (1895-1975) 

Centrándonos en la escultura, esta disciplina sólo era practicada por el 6% de las mujeres que se dedicaban a la creación artística, por tanto podemos decir que las escultoras fueron artistas de excepción, lo que aún le da más valor a su obra. Entre las que trabajaron en ese momento en España podemos destacar a  Leopoldina Benlliure, Carmen Alcoverro, Eva Aggerholm, Helena Sorolla, Telur o Eulalia Fábregas. Todas ellas relacionadas con el círculo intelectual, o bien por ser hijas de o mujeres de.

Mediterrània de Eulalia Fábregas (1906 – 1992)

La obra de estas artistas era minusvalorada cuando era realizada en materiales considerados menos nobles como el yeso o la madera, y si eran pequeñas las catalogaban como meros juguetes o bibelots, figuritas de adorno sin valor. De esta manera, las anclaban a la tradición artesana, alejándolas de procesos creativos intelectuales. Cuando realizaron obras en materiales nobles, como piedra o mármol, y de grandes dimensiones, catalogaban su capacidad de viril y su carácter de poco femenino.

Las mujeres por el hecho de serlo, y aún todavía hoy, eran consideradas un grupo en sí mismo, dotadas de los mismos rasgos creativos, de ejecución inferior a la de los hombres ya que sus obras partían de lo sentimental, y solo eran capaces de producir obras con gracia y sensibles. Por supuesto, el concepto de genio, que ni tan siquiera tiene forma femenina, no correspondía a una mujer en un mundo concebido por hombres.

Marga Gil-Roësset de talento reconocido, de obra rompedora, fue valorada por tener dotes de extraordinarias en un niña ya cuando destacó con sus dibujos inquietantes de factura perfecta, y por tener cualidades viriles al sorprender con su obra escultórica en piedra y de expresividad tan marcada.

La historia de esta artista es triste, porque además de olvidada, su obra siempre ha sido dejada de lado frente al poder de la historia del amor no correspondido de uno de los grandes literatos españoles, y a su trágica muerte. El talento precoz de Marga Gil-Roësset corresponde con una situación mil veces repetida. Las personas que muestran grandes cualidades a edades muy tempranas, suelen ser emocionalmente intensas y a menudo se sienten fuera de lugar. Es común que experimenten con frecuencia conflictos internos, y que tengan un alto nivel de autoexigencia lo que les lleva a ser fuertemente autocríticas; conviven con la ansiedad y los sentimientos de inferioridad; de manera que lo que les hace ser grandes acaba siendo su vulnerabilidad.

Marga era de verdoso alabastro, con ojos hermosos y tristes, y pelo liso castaño… Llevaba el alma fuera, el cuerpo dentro…

Juan Ramón Jimenez
Marga Gil-Roësset, poeta, ilustradora y escultora.

BIBLIOGRAFÍA

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