Creado en: junio 13, 2021 a las 08:36 am.

Lilia Rosa López habla de Hilda Guevara Gadea

El Che le decía La pequeña Mao, porque tenía los ojos achinados y se destacaban en ella los rasgos físicos de los indo-americanos.

Las cualidades de los padres quedan en el espíritu de los hijos.

José Martí.

La laureada locutora Lilia Rosa López López-Silverio, Premio Nacional de Radio, y artista emérita del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), nos habla acerca de Hilda Beatriz Guevara Gadea (1956-1995), encantador retoño de la pareja integrada por el médico argentino Ernesto Guevara de la Serna y la economista peruana Hilda Gadea.

Cuando Hildita era una «princesa enana», el Che le decía La pequeña Mao, porque tenía los ojos achinados y se destacaban en ella los rasgos físicos de los indo-americanos, muy parecidos a aquellos que identifican a quienes viven, aman, crean y sueñan en el Gigante Asiático.

Lilia Rosa, quien estableciera una sólida relación afectivo-espiritual con la familia Gadea, y especialmente con Hildita, accedió a conversar sobre la primogénita del Guerrillero Heroico, a manera de cálido homenaje a la memoria de Hildita, con motivo del aniversario 65 de su natalicio.

 ¿Podría decirme cuándo conoció usted a Hildita Guevara Gadea?

 Conocí a Hildita cuando era una niña, en la casa de un familiar mío, que a la vez tenía amistad con sus padres. Luego transcurrieron varios años en que no volví a verla […], pero tuve la satisfacción inmensa de poder acompañarla en momentos duros, tristes, en que su salud estaba muy deteriorada, y también en otros, que le proporcionaron una alegría desbordante: el nacimiento de un nieto, porque era una abuela muy joven, que amaba con pasión a sus hijos, sobre todo a Camilo [el benjamín de la familia], así como a sus hermanos.

 Desde una perspectiva objetivo-subjetiva por excelencia, ¿cómo definiría a Hildita?

De una forma muy sencilla, para honrar mejor su memoria: Hildita llevaba en los genes y en el alma no sólo la espiritualidad del Che, sino también la combatividad revolucionaria de los Gadea, y aunque por su sangre corría la herencia cultural de los habitantes del cono sur americano [Argentina y Perú], ella se consideraba cubana de pura cepa, y cuando lo expresaba NO podía disimular el orgullo que sentía por ser «hija legítima» de la patria de Félix Varela, José Martí y Fidel Castro […], que también es la de su progenitor.

 ¿Cómo describiría el carácter de Hildita?

Hildita siempre se mantuvo fiel a los principios revolucionarios, porque el mejor modelo ético fue el ejemplo vivo de sus progenitores, quienes la enseñaron a desprenderse de las cosas materiales que esclavizan al ser humano y amar los pequeños detalles que enriquecen la mente y el alma. La recuerdo muy sincera y leal, y si bien tenía un carácter enérgico, se destacaban en ella dos rasgos esenciales de su carismática personalidad: bondad y dulzura, evocadoras de una frase antológica del legendario Comandante de América: «[…] hay que endurecerse […], pero sin perder la ternura […]».

 ¿Podría comentarnos acerca de la vida estudiantil y laboral de Hildita?

Hildita estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de La Habana, donde se graduó en 1993, con una tesis que tuvo como eje central la bibliografía comentada del V Centenario del Encuentro de las Culturas del Viejo y el Nuevo Mundos, mientras que su vida laboral comenzó en el Centro de Documentación de Casa de las Américas, Institución cultural que representó en varios eventos internacionales, a los que llevó aspectos relacionados con la vida del Che […], cuya bibliografía confeccionaba cuando la sorprendió la muerte el 21 de agosto de 1995.

¿Podría evocar alguna anécdota protagonizada por Hildita, que le haya dejado una impronta en la memoria afectiva?

Claro que sí. Cuando Hildita ingresó por primera vez en una Institución de salud para recibir tratamiento contra la afección maligna que dio al traste con su preciosa vida, la visitaba por las tardes en el hospital, y luego, en su hogar. El «Día de las Madres» del año en que falleció, me dijo: «¿sabes Lilia Rosa […], tengo la misma edad que tenía mi padre cuando murió! […] ¡39 años nada más! ¿Qué te parece?»

Ante ese comentario, torcí el giro de la conversación y le reproché que no me dijera si le había gustado el regalo que le hice por el «Día de las Madres». Lamentablemente, era el último «Día de las Madres» que estaría con nosotros.

1 comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *