Asesinada por no ser crisitiana

La filósofa mártir: Hipatia de Alejandría

Hipatia poco antes de ser asesinada por un grupo de cristianos dentro de una iglesia de Alejandría. C. W. Mitchell. 1885. Galería de Arte Laing, Newcastle.

Foto: Wikimedia Commons

Hipatia de Alejandría, la más importante científica y filósofa de la antigüedad tardía, vivió a caballo entre los siglos IV y V de nuestra era, cuando la religión oficial del Imperio, el cristianismo, desplazaba ya a las tradiciones paganas y ocupaba un lugar preeminente en la política y la sociedad.

Su vida, obra y enseñanzas y, sobre todo, su cruel linchamientoa manos de una horda de monjes enfurecidos, la convirtieron en un símbolo del paso a una nueva etapa que ya anticipaba el medievo. La figura de Hipatia ha pasado, así, de la historia a la leyenda, hasta convertirse para muchos en una especie de mártir del viejo mundo clásico en un momento en el que éste se estaba extinguiendo.

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LA FILOSOFÍA, SU GRAN PASIÓN

A mediados del siglo IV, cuando Hipatia vino al mundo, Alejandría seguía siendo la gran metrópoli helénica de la cultura y las artes. En su Museo y su Biblioteca, fundados por la dinastía de los Ptolomeos, se formaron generaciones de científicos, literatos y filósofos. Desde el siglo III d.C. se desarrolló allí la escuela de Alejandría, vehículo de la filosofía neoplatónica, con representantes tan ilustres como Plotino.

Hipatia se sumergió desde su más tierna infancia en este ambiente de estudio y discusión intelectual. Su padre fue Teón de Alejandría, conocido matemático y astrónomo que dirigía la Biblioteca del Serapeo, heredera de la gran tradición científica alejandrina.

La joven se dedicó primero a las ciencias, como su padre, con quien trabajó en diversas obras, editando comentarios a Ptolomeo, Euclides y la Aritmética de Diofanto, y escribiendo libros sobre astronomía y geometría. Se consagró también a las ciencias aplicadas; de hecho, se cree que inventó el hidrómetro, un instrumento para destilar agua y medir la densidad de los líquidos.

Retrato de Hipatia. Detalle del fresco La escuela de Atenas, por Rafael. 1512. Vaticano

Foto: Wikimedia Commons

Tras superar a su padre en tales disciplinas, Hipatia volvió su atención a la filosofía. Es posible que viajara a Atenas e Italia, donde quizá tuvo contacto con los círculos neoplatónicos. En cualquier caso llegó a alcanzar un gran saber y pronto ocupó la cátedra de filosofía en la escuela de Alejandría, donde enseñaba las doctrinas de Platón y Aristóteles tanto a cristianos como a paganos.

Sinesio, obispo de Cirene, fue discípulo suyo y habla de ella con fervor y admiración en diversas cartas que le dirigió: especialmente conmovedora es la última carta que, moribundo, envió a su maestra pidiendo consejo y benevolencia.

El historiador cristiano Sócrates la considera la tercera cabeza de la historia del platonismo, tras el propio Platón y Plotino. Asimismo, el pagano Damascio la estimaba una gran maestra.

Modelo de sabiduría, Hipatia era consultada por las autoridades de la ciudad para asuntos diversos. A su puerta acudían nobles, artistas y pensadores, que conformaron acaso el último círculo académico e intelectual del helenismo.

El propio prefecto de la ciudad, Orestes, delegado del emperador, se contaba entre sus discípulos. Sócrates escribió de ella: «Gracias a su aplomo y cortesanía, que había adquirido mediante el cultivo de su mente, aparecía a menudo en público en presencia de los magistrados.Y no se sentía intimidada al asistir a una asamblea de hombres. Pues todos la admiraban por su extraordinaria dignidad y virtud».

Filemón, uno de los alumnos de Hipatia le declara su amor en el teatro de Alejandría. Dibujo de H. M. Paget para The Graphic, 1893.

Foto: Wikimedia Commons

A todo esto se añade que Hipatia era una mujer de enorme belleza. Pese a algunas noticias contradictorias que la citan como esposa de un filósofo llamado Isidoro, parece que nunca se casó y permaneció virgen en su escuela. Según la enciclopedia bizantina Suda, uno de sus alumnos se enamoró perdidamente de ella e Hipatia, no pudiendo convencerle con su elocuencia de que cejara en su locura, le enseñó algunos paños con su menstruación, diciéndole: «¿Y esto es objeto de tu amor, muchacho? Dime qué hay de hermoso en ello». Así le hizo comprender que el amor carnal no era deseable para un filósofo que aspirase a la pureza.

Sin embargo, a finales del siglo IV, Alejandría distaba de ser un remanso de paz para la filosofía y la ciencia. La ciudad estaba cada vez más agitada por las pugnas por el poder entre diversos partidos y, en particular, por las disputas religiosas de los grupos cristianos. En efecto, desde al menos el siglo II, Alejandría se había convertido en uno de los principales centros del cristianismo. En ella vivieron eminentes teólogos, como Clemente y Orígenes, y fue cabeza de toda la Iglesia egipcia.

Odeón romano de Kom el-Dik, en Alejandría. Se cree que formaba parte del recinto de la Biblioteca de Alejandría, donde Hipatia impartió sus enseñanzas.

Foto: Wikimedia Commons

Defensores de la ortodoxia más radical, los cristianos alejandrinos mostraron creciente hostilidad contra los vestigios de la cultura pagana, sobre todo desde que, entre 390 y 392, el emperador Teodosio I decretara el fin de los cultos, oráculos y templos de la antigua religión pagana. En 391, por instigación del obispo Teófilo, el Serapeo de Alejandría fue tomado por los cristianos y sus estatuas profanadas, mientras los paganos que habían intentado defenderlo huían despavoridos y sus templos se convertían en iglesias.

Pese a todo, Hipatia pudo proseguir sus enseñanzas filosóficas hasta que, en 415, estalló una nueva crisis. En ese año, Cirilo, que había sucedido a su tío Teófilo como obispo y patriarca de Alejandría –el título que ostentaban como cabeza de la Iglesia egipcia–, entró en conflicto con el prefecto de la ciudad, Orestes. El motivo del choque era un debate teológico sobre la naturaleza de Cristo: frente a la tesis de una doble naturaleza, humana y divina, defendida por el patriarca de Constantinopla, Nestorio, Cirilo y los alejandrinos sostenían el monofisismo, según el cual Cristo tiene una sola naturaleza en la que predomina el elemento divino. En realidad, detrás de la disputa estaba la voluntad de Cirilo de defender la autonomía de la Iglesia egipcia frente a la capital del Imperio de Oriente.

VÍCTIMA PROPICIATORIA

Los disturbios comenzaron cuando cientos de monjes del desierto, partidarios de Cirilo, acudieron a la ciudad y acorralaron al prefecto Orestes con su séquito. Uno de ellos, un tal Amonio, le arrojó una piedra a la cabeza, mientras los hombres de Orestes retrocedían temiendo una lapidación masiva. Orestes comenzó a sangrar y sus soldados, finalmente, prendieron a Amonio, que murió torturado en el tribunal. El prefecto, cristiano pero partidario de cierta libertad y convivencia, informó de los hechos al emperador Teodosio II; pero Cirilo reaccionó astutamente y le contó su versión. El obispo proclamó a Amonio mártir de la fe tras afirmar que había muerto torturado mientras se le obligaba a renegar de Cristo.

Hipatia mantenía amistad con Orestes, y los cristianos no tardaron en responsabilizarla del conflicto que había tenido lugar. Detrás de ello estuvo seguramente el obispo Cirilo. Según algunas fuentes, en una ocasión Cirilo vio a una muchedumbre que acudía a una lujosa casa; cuando supo que era la escuela de Hipatia y que todo el mundo buscaba sus sabias lecciones concibió un odio furioso hacia ella. No se podía tolerar tal comportamiento en una mujer, desde el punto de vista de los cristianos más ortodoxos. Pero, seguramente, su odio se debía sobre todo a la influencia social y política de Hipatia. Cirilo creó un ambiente hostil hacia ella y, cabe suponer, alentó a sus partidarios, que ya campaban por las calles de Alejandría en número abundante, a que la eliminaran.

Hipatia es arrastrada a una iglesia para ser lapidada. Grabado publicado en Le Voleur Illustre, 7 de diciembre de 1865.

Foto: Wikimedia Commons

Así, un día de marzo de 415, una muchedumbre de cristianos enloquecidos, encabezada por un tal Pedro, interceptó a Hipatia en su carro, cuando volvía a su casa, y la derribó al suelo. Allí, según las fuentes, le arrancaron las vestiduras y la arrastraron hasta una iglesia cercana, en el antiguo Cesareo, dondela despedazaron y le arrancaron la carne de sus miembros con piedras afiladas o conchas. Luego reunieron sus restos y los llevaron a un lugar llamado Cinarion, donde los arrojaron al fuego, como si conjurasen de este modo a un diabólico ídolo pagano.

La mayor parte de las fuentes (incluso cristianos como Sócrates) condenan este crimen y la actitud de Cirilo, mientras que otros –como Juan de Nikio– justificaron la postura del obispo sosteniendo que Hipatia era en realidaduna peligrosa hechicera. La causa de su cruel asesinato, afirma la Suda, fue «la envidia de Cirilo, según unos, por su extraordinaria sabiduría, especialmente en astronomía. Pero otros dicen que sucedió por la consabida insolencia y rebeldía de los alejandrinos».

El recuerdo de Hipatia perduró entre los egipcios, tanto entre el pueblo como en la tradición literaria. Pero fue sobre todo a partir del siglo XVIII, en plena Ilustración, cuando se convirtió en defensora de la razón y mártir de la filosofía. Gibbon, en particular, narró con vigor su vida en la Historia de la decadencia del Imperio romano hasta que, ya en el siglo XIX, Charles Kingsley le dedicó una célebre novela.