Luis de León Barga

Para conmemorar el número cien de su colección
Gótica, la editorial Valdemar ha publicado una edición crítica a cargo de Mauro Armiño de la obra de Isidore
Ducasse,
que firmó como el Conde de Lautréamont Los cantos de Maldoror. (…)


Junto a las Poesías y Cartas, conforman toda su obra. El libro está ilustrado por el gran dibujante argentino Santiago
Caruso
, al que entrevistamos en este mismo número.

Desde que en agosto de 1869 el editor belga Albert Lacroix imprimió Los cantos de
Maldoror
sin distribuirlos por miedo a la censura, la influencia del conde de Lautréamont, redescubierto
por Léon Bloy en 1890, creció hasta convertirse en uno de los apóstoles
favoritos de las vanguardias del siglo anterior, en especial de los
surrealistas.
En Los Cantos de Maldoror asoma una
crueldad interminable, pero distinta a la de Sade, aunque ambos escritores están
emparentados en su odio al mundo que les rodea. Ducasse no se ciñe al sexo o el
erotismo. Su  escritura es una sucesión ininterrumpida de imágenes  que se agolpan en la cabeza del lector sin
darle respiro. Por eso Léon Bloy sospechó que se trataba del discurso de un
enajenado. Los Cantos de Maldoror
carecen de descripciones, tampoco tienen forma literaria. Fluyen con el ímpetu
de un río desbordado que se lleva por delante lo que encuentra a su paso.

Isidore Ducasse
De la vida de
Ducasse se conoce muy poco. La única foto que se conserva de él, tampoco nos
dice mucho. Sabemos que nació en Montevideo en 1846 y murió a los veinticuatro
años en París. Su madre era  una
campesina francesa que emigró a Uruguay, y que fue la amante del cónsul francés en Montevideo,
Francisco Ducasse. Al quedarse embarazada de Isidore, el cónsul se casó con ella y murió dos años después.
Es la obra de
Isidore Ducasse, publicada a los veintidós años, la que proporciona las mejores
pistas para desentrañar el misterio de su vida. Jean-Jacques Lefrère, autor de una biografía sobre Isidore Ducasse Isidore
Ducasse
(Fayard), nos cuenta lo poco que se sabe a ciencia cierta, como
los años en que estuvo interno en el liceo de Tarbes y luego en Pau, donde
había sido enviado por su padre.
En aquel universo
cuasi carcelario y que acentuó su rebeldía, a 
Ducasse le apodaban “El  Vampiro”
por su figura delgada y pálida, la espalda curva y la voz estridente.

Santiago Caruso. Ilustración para «Los cantos de Maldoror»

Ante la escasez de
datos y testimonios, el biógrafo compara obra e 
historia para contarnos el tiempo que le tocó vivir a Ducasse en su
Uruguay natal. Fue el de la guerra civil entre Blancos y Colorados, y las
revoluciones que asolaron entonces Montevideo, y que hicieron a Ducasse testigo
de toda clase de horrores, desde las degollinas de prisioneros, las
ejecuciones, sin olvidar la naturaleza salvaje e inmensa del nuevo mundo, o la
fiebre amarilla que encontramos en uno de sus cantos como el cólera que lanza
su honda llena de muerte y podredumbre sobre las ciudades.
En Montevideo tuvo
como preceptor un profesor de solfeo. Por eso en los años finales de su vida,
Isidore Ducasse molestará los sueños de sus vecinos parisinos las noches que
componga y toque el piano, pero gracias a sus conocimientos musicales
proporcionará a las estrofas de los cantos un sentido equilibrado y majestuoso.
Isidore Ducasse
murió el 24 de noviembre de 1870 en un París asediado por los prusianos. Tal
vez al escuchar el ladrido de las jaurías de los perros hambrientos, Ducasse se acordaría de
lo escrito en una estrofa de Los Cantos
de Maldodor
y en la que su madre le dice que cuando escuche durante la noche ladrar se esconda debajo de las mantas. También los perros tienen una sed insaciable de infinito, igual que su madre y el Conde Lautréamont. Isidore Ducasse consiguió
saciarla con Los Cantos de Maldoror. 

Santiago Caruso. Ilustración para «Los cantos de Maldoror»