Massimiliano Allegri: el seductor de ascenso meteórico
La historia del DT italiano que siete años atrás dirigía en la Serie C; desde que dejó a su novia en el altar hasta cómo convenció a Berlusconi para llegar a Milan.
Por Ariel Ruya
LA NACION
El padre Ermenegildo no lo podía creer: era la primera vez que le ocurría un agravio semejante. Esa imaginaria escena, en realidad, sólo la había disfrutado, de entre casa, en deliciosas comedias italianas. Pero nadie había escuchado a Max en la despedida de soltero. Entre el alcohol y las damas, había vociferado más de una vez: "¡No me caso! ¡Mañana no me caso!". Ni un amigo ni un conocido le habían llevado el apunte. Estaba todo preparado: la misa, las flores, los invitados, la noche de bodas, la luna de miel. No era para menos: contraía enlace un habilidoso mediocampista de Pescara, un antiguo crédito de la costera Livorno. Primero, Erika entró en una crisis de nervios. Luego, la bella universitaria, novia de toda la vida, entre lágrimas, comprendió antes de tiempo que aquello de "hasta que la muerte nos separe" parecía una broma de mal gusto. Massimiliano Allegri, el joven seductor, no apareció. "Seguí mi intuición y no me arrepiento. Eso sí: ella nunca me ha perdonado", cuenta hoy, entre risas nerviosas, el conductor sorpresivo de Milan, asombroso líder del calcio . El galán que, a los 43 años, cuenta su otra historia: de cómo un hombre alcanzó la cúspide del Everest cuando apenas siete años atrás navegaba en las tempestades de la Serie C.
Cuentan que fue un volante distinguido, atrevido, irreverente en el campo de juego y algo alocado vestido de pantalones largos, sobre todo después de aquel ya inolvidable 30 de junio de 1992; aquello de la chica sola y angustiada en el altar. Tal vez, esa seducción, mezclada de pragmatismo, fue la que derribó la frontera de Silvio Berlusconi, el dueño de Milan, premier de Italia. "Me llevo genial con él; les lleva años de ventaja a los demás. Principalmente, coincidimos en algo: hay que ganar siempre", dice sonriendo el ingeniero de la obra milanista que, luego de años con capitanes de la casa (Ancelotti, Leonardo), le dio el traje rojo y negro a un auténtico desconocido. ¿Cómo un entrenador con pergaminos tales como ser el conductor de Aglianese, Grosseto, Sassuolo y Cagliari puede cumplir el sueño de una cenicienta? "Sigo mis instintos", cuenta, simple y directo, el hombre que es un dictador en los entrenamientos y un hermano en los partidos. Comunista en las prácticas, liberal en los encuentros. Quiere parecerse a Carlo Ancelotti, a Arsene Wenger y hace milagros con recursos limitados. Años de sobra hacen creer en un Milan longevo, aunque la muñeca de Max lo haya convertido en una formación jovial.
Berlusconi sufre su país y disfruta de su Milan a un módico costo: el contrato, hasta 2012, fue rubricado por un millón y medio de euros anuales. Gana menos que la mayoría de los artistas del circo milanés, hasta ayer nomás liderados por un díscolo Ronaldinho. Suele sonreír Allegri suficientemente seguido, aunque cuando alguien le pregunta, por ejemplo, qué opina de José Mourinho, dice lo que dice: "Podría ganarse la vida como actor", lanza. Es que una vez le ha robadoel premio al mejor entrenador del calcio cuando dirigía al humilde Cagliari y Mou, el Inter campeón. El Panchina d'Oro, en realidad, lo obtuvo dos veces. Tiene, además, otras debilidades detrás del balón. Se hace un tiempo para ensayar tiros de tres con su adorado básquetbol. Y en su mesa de luz, todas las noches, siempre se descubre un libro a medio terminar. Caso Paulo Coelho o Fabio Volo.
"Me gusta tener todo planificado", suele decir. Acaso, un espejo de Gustavo Alfaro, el meticuloso entrenador de Arsenal, el de Sarandí, de ascenso vertiginoso bastante parecido. Era conocido como anchoíta de joven, flaco y desgarbado. Siempre detrás de sus intuiciones, tuvo una carrera hábil, aunque de vuelo bajo, en la que Napoli, Pescara, Livorno y Pisa expusieron su mejor recorrido. Como técnico, aún no descifra dónde está ni cómo ha llegado. Se bronceaba en las playas de Toscana, siempre bien acompañado, cuando recibió en su celular la llamada del Cavaliere . "Estaba preparado, pero pensé que se trataba de una broma", le contó, días después, a su hija Valentina, el tesoro que lo mantiene en la tierra. El necesario reparo cuando los flashes lo enfocan desde arriba, desde la cúspide, detrás de un largo recorrido por las sombras del ascenso.
"Y, la verdad, no tengo límites", dice, satisfecho de su obra. Aliviado, al menos ahora -establecido y maduro-, por aquella vieja historia rota de amor. "Erika está felizmente casada... con otro", respira profundo.
El dato
La mayoría de los conjuntos que dirigió fueron del ascenso: su primer equipo fue Aglianese; luego pasó a Grosseto; más tarde, se incorporó a Sassuolo (que logró el ascenso a la segunda división). Allí pegó el salto: Cagliari, en primera. Fue despedido en abril de 2010, hasta que pasó a Milan.
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