Héctor Aguilar Camín, ensayista del México actual – Cultura y vida cotidiana

Héctor Aguilar Camín, ensayista del México actual

Este texto analiza una de múltiples facetas de la obra de Aguilar Camín: el ensayo político sobre México. Es parte del ciclo Biblioteca de autor, una serie de mesas que la Feria Internacional de Libro de Monterrey 2022 dedica al narrador, intelectual, ensayista y periodista del 8 al 10 de octubre.


Antes de entrar en materia quiero hacer público mi agradecimiento a Héctor Aguilar Camín. Gracias a su generosidad entré, junto con Raúl Trejo Delarbre, a escribir al legendario diario Unomásuno, luego me abrió las puertas de Nexos e incluso, con Luis Miguel Aguilar y Rafael Pérez Gay, me propuso dirigir la revista; en La Jornada lo recuerdo bien como subdirector, y cuando iba a redactar el editorial del periódico, Héctor con un ancho y efectivo plumón, corregía de manera categórica y efectiva mis balbuceos. Aprendí y aún envidio la concisión y contundencia de su pluma. Es un ensayista claro y por momentos elegante. Sus textos resultan sugerentes, ricos, polémicos.

Pues bien, cuando me invitaron a esta mesa no sabía qué hacer. La obra ensayística de Héctor es amplia y variada y no resulta sencillo abarcarla. Opté al final por hacer un comentario sobre Nocturno de la democracia mexicana por dos motivos: a) en ella Héctor recoge parte de su producción anterior; y b) es relativamente reciente y anunciaba mucho de lo que por desgracia nos está sucediendo.

Ya en el libro, el haz de temas resulta (para mí) inabarcable. Decidí por ello dejar de lado la primera parte, el repaso panorámico que Héctor hace de la historia del país, el del México prisionero de su pasado, el de la exaltación de la violencia y el que minusvalora los episodios constructivos, el que alimenta el victimismo, el que recrea la pulsión liberal a contracorriente de la tradición, el de los intentos de modernización fracasada, el de los virreyes, caudillos y presidentes y los mecanismos sui generis de trasmisión del poder, el de la nación conservadora contrapuesta a la liberal, el que subraya las continuidades entre el porfiriato y los gobiernos emanados de la Revolución sin reparar en las muchas de sus rupturas o el de las relaciones de amor y odio con los Estados Unidos. Cada uno de esos enunciados suscita y merece una discusión. Pero opté por armar mi comentario en base a nueve grandes temas que se encuentran desarrollados en las partes 2 y 3.

Esos apartados serán: 1) democracia y neoliberalismo; 2) ley y costumbre; 3) la democracia como proceso; 4) los retos (no atendidos) de la democracia; 5) la irrupción criminal y su impacto; 6) el populismo; 7) la traducción de votos en escaños; 8) las elecciones de 2018; y 9) las previsiones sobre el actual gobierno.

1) Como él bien apunta a partir de 1968 “se abre entre la sociedad y el gobierno una fisura moral”. Se reclaman libertades expropiadas, un “aire cosmopolita” invade el ambiente, los medios acentúan los puentes de México con el exterior, los hijos del crecimiento económico se asfixian en la aparente unanimidad que se forja artificialmente en torno al presidente. Y en efecto, además la crisis de la deuda entre 1981 y 82, anuncia que el régimen político no puede mantenerse incólume. Desde el gobierno se produce un viraje en la política económica, genéricamente denominada neoliberal, y en la política el empuje de la diversidad desde diferentes flancos, alimenta el cambio democratizador.

Son dos fenómenos coincidentes en el tiempo, pero diferentes en su significación, pero que por desgracia la actual administración trata como si fueran una y la misma cosa. El cambio en la política económica, en buena medida auspiciado por el nuevo entorno internacional y por la crisis de las finanzas públicas, significó la apertura de la economía, el retraimiento del Estado, la privatización de empresas estatales, una vigorosa apuesta a integrar la economía mexicana a la de nuestro socio fundamental, los Estados Unidos. Dio lo que dio o da lo que da. Pero no logró aliviar, aunque fuera en parte, la profunda fractura social que marca nuestra convivencia.

La germinal democracia fue producto de movilizaciones, conflictos, pero también de acuerdos sucesivos, reformas normativas, inventos institucionales y elecciones recurrentes que modificaron de raíz el régimen político, para bien. Abrió espacios para la convivencia y competencia pacífica e institucional de la diversidad política y empezó a asentar entre nosotros los valores y principios de la vida democrática.

Vale la pena distinguir ambos fenómenos porque el gobierno al anudarlos llega a la conclusión que hay que desprenderse de ambos y no es casual que por ello impulse una reconcentración del poder presidencial y fomente la animadversión pública a todas aquellas instituciones, partidos, asociaciones, órganos estatales autónomos, que disienten de la voluntad e incluso de los caprichos presidenciales. Hay que defender la democracia y por supuesto todo parece indicar que es necesario replantear la política económica para lograr que la misma crezca y sea inclusiva, como quiere Héctor.

2) Héctor hace énfasis y con absoluta razón en el déficit de Estado de derecho. Entre la ley y la costumbre existe una distancia oceánica que modela nuestra existencia y la adultera. El problema, ilustra, no es nuevo, viene de lejos, pero al volverse la ley un “instrumento discrecional” distorsiona no sólo las relaciones entre autoridades y ciudadanos sino también las relaciones entre las instituciones del propio Estado o las que se producen entre los ciudadanos.

Una de las tareas del presente y el futuro inmediato sería la de tender puentes sólidos entre la normatividad que regula la vida social y ésta última. Eso que se escribe fácil no es sencillo hacerlo realidad. Aguilar Camín nos recuerda que ciertamente “hay un clamor público de que la ley se aplique”, pero también “hay un encanto político por la ilegalidad”.

Tengo la impresión que en muchos ámbitos la escisión entre leyes y costumbres se estaba cerrando, pero que en ese terreno también vamos en reversa en los últimos años, sobre todo porque desde el poder se desprecia tanto a la Constitución como a las leyes a las que se observa como diques para que se despliegue la voluntad presidencial.

A pesar de ello, no (todos) vivimos en una selva. La inmensa mayoría de las actividades se realizan en los marcos de la ley y habría que detectar aquellas áreas en las cuales la ley no es más que un referente lejano o incluso inexistente. Recordando que cualquier normatividad tiene un área prescriptiva que indica un deber ser, porque precisamente se puede vulnerar. Es decir, que entre la ley y la realidad siempre existirá cierta distancia. Aunque en efecto, la distancia entre las prescripciones y la realidad en terrenos como el de la criminalidad es abismal. 

3) Sería incapaz de escribir de mejor manera la significación que Héctor le otorga a las elecciones del año 2000. Dice:

Por primera vez en la historia del país fue electo presidente un candidato de la oposición y hubo alternancia pacífica del poder […]. Fue el fin de una larga serie de reformas electorales y saldó una de las asignaturas pendientes de la instauración democrática: la trasmisión del poder mediante elecciones transparentes […]. Fue una contienda incierta con reglas claras […]. El resultado fue contundente sin ser abrumador […]. El triunfador fue reconocido por sus adversarios […]. Al pleito siguió la naturalidad cívica […]. La elección del 2 de julio inauguró la alternancia en la presidencia, no la vida democrática de México.

Y tiene razón. Por ello me desconcierta que junto a la última frase que creo correcta, en el mismo texto aparezcan expresiones como “México es un país viejo, pero su democracia acaba de nacer”. El 2 de julio “es la fecha fundacional” de la democracia. Quizá se me diga que le ando buscando chichis a las culebras, pero me temo que la visión de una democracia que nació en una elección determinada (por supuesto fundamental, significativa y expresiva), tendió a nublar entre nosotros el largo, complicado y venturoso proceso de transición democrática, que a través de seis reformas electorales sucesivas posibilitó el desenlace del 2 de julio de 2000.

Estoy pensando en la pedagogía social que irradian ambas ideas: el cambio como un proceso al que concurrieron diferentes fuerzas sociales y políticas, que requirió cambios normativos e institucionales, la participación ciudadana, de los medios, de agrupaciones civiles y súmenle ustedes; o el cambio como un asunto súbito, espectacular, fundacional, adánico.

4) Con precisión y agudeza Héctor observó los retos que afrontaba nuestra germinal democracia: “la gobernabilidad […], la construcción de una cultura cívica […], completar la modernización del país”, edificar “un Estado de derecho”, junto con el combate a la corrupción y a la inseguridad pública y la violencia. Escribió también: “Sus desigualdades son opresivas”.

Y por supuesto tenía y tiene razón. La democracia no es una estación terminal, entre otras cosas, porque no existen estaciones terminales en la historia. La germinal democracia mexicana para asentarse y robustecerse requería una serie de políticas en ese sentido. Dado que ningún régimen político vive y se reproduce en el vacío y que el contexto es el que permite su reproducción o erosión, creo que la desatención a ese déficit de cohesión social que producen las “desigualdades opresivas” fue un ingrediente fundamental en el desafecto que de manera paulatina se fue larvando hacia los partidos, los políticos, los congresos y los gobiernos.

Héctor escribe y con razón: un país moderno supone “un país democrático en lo político, próspero en lo económico y equitativo en lo social”. Y cuando dos de esos tres pilares son débiles, el primero se tambalea y genera, como apunta, “una opinión pública irritada y harta”. Un malestar expansivo se apodera de la esfera pública que es incapaz de valorar lo avanzado en materia política. Y conste, Héctor lo escribía años antes de 2018.

5) Las estampas sobre el narco, el incremento de la violencia y la inseguridad, la connivencia de dependencias estatales con los criminales, podrían dar pie a una serie de terror. El número de asesinados, el impacto de la guerra en diferentes zonas del país, la fragmentación de las bandas delincuenciales, el dominio territorial que han logrado y la captura de gobiernos, documentadas y recreadas por Héctor, apunta quizá al problema número uno del país.

Se trata del reto mayor del Estado, del fenómeno que ya trastocó la vida de millones de personas, que ha inyectado altas dosis de incertidumbre y miedo a nuestra convivencia y que ha devastado familias y regiones enteras. Pero que además puede convertirse en el catalizador de un autoritarismo con base social que invocando la necesidad de seguridad acabe vulnerando muchas de las libertades y derechos. La militarización en curso durante la presente administración de alguna manera se alimenta de esa espiral de ruina y sangre.

6) Tiene razón Héctor al escribir que “el populismo es una continua tentación de la política latinoamericana”. La exclusión de franjas enormes de ciudadanos, como dice, de la modernización inacabada y trunca, son una fuente que, conjugada con los procesos de globalización y de profundas innovaciones tecnológicas, genera insatisfacción.

Esa insatisfacción, ese hartazgo produce resentimiento y es explotado por líderes que ofrecen “reparación o revancha”. Se trata de un discurso que combina en diferentes proporciones el desprecio por las instituciones y actores que hacen posible la democracia, es anti elitista, exalta las supuestas virtudes de un pueblo unificado contra el establishment y encuentra recepción y eco en amplios sectores que se sienten desprotegidos y desatendidos.

Es un fenómeno que tiene nutrientes sociales: “es el resultado de una economía que deja fuera contingentes enormes y de una política que no es suficientemente incluyente”. Esa constatación me parece fundamental si se quiere ofrecer una opción distinta a la populista, tomando en cuenta que lo que explota es la exigencia de inclusión. Lo escribía con toda claridad Héctor en 2015: “Con una economía dual excluyente y una política desprestigiada ¿hay el riesgo mexicano de una tentación populista?” En aquel año lo planteaba como pregunta y hoy sabemos, por desgracia, que la respuesta fue positiva. Un gobierno que montado en la ola de insatisfacción está atentando todos los días con lo mucho o poco construido en materia democrática, a nombre de un pueblo mítico que se expresa a través de la voz del presidente.

7) Desde hace varios años mantenemos una diferencia importante sobre el significado de la reforma de 1996 y en especial sobre la fórmula que se aprobó para traducir votos en escaños. Según Héctor, los legisladores de aquel año tenían una “aversión por la mayoría absoluta” y por ello pusieron un tope del 8% a la conversión del porcentaje de votos en porcentaje de diputados. Eso creó, según él, “gobiernos débiles”. Y por ello, proponía en su momento desterrar ese límite de sobre representación, para generar, digo yo, una mayoría artificial en la Cámara de Diputados.

Sigo creyendo que la premisa y la lectura eran equivocadas y que México bien puede vivir con un sistema electoral de representación proporcional estricta. Me explico. Nadie argumentó entonces en contra de la eventual mayoría absoluta, lo que se dijo es que la misma debía construirse con votos no con premios como la mal llamada cláusula de gobernabilidad que en el pasado inmediato convertía una mayoría relativa de votos en una mayoría absoluta de asientos, desfigurando el principio de representación. Y de hecho los ocho puntos porcentuales no eran un tope sino un premio que permitía que con el 42.2% de los votos un partido lograra el 50.2% de la representación. Fue fruto de una negociación pragmática entre quienes deseaban una representación proporcional estricta y quienes, en efecto, postulaban que sin una mayoría absoluta la Cámara sería ingobernable.

Entre 1997 y 2015 ningún partido alcanzó ese mínimo de votos para convertirse en mayoría absoluta y hoy sabemos con claridad que la Cámara no resultó ingobernable. Por supuesto fueron necesarios acercamientos y negociaciones para llegar a acuerdos y eso hizo más lento el procedimiento legislativo, pero eso se encuentra en el código genético de los sistemas democráticos que a diferencia de los autoritarios no son la casa de una sola voz. En 2018, la coalición que apoyó al actual presidente burló la Constitución con una maniobra que le permitió duplicar el número de diputados extras (de 8 a casi 16%) en relación a sus votos y construyó una mayoría artificial que los ciudadanos no le habían otorgado.

La mayoría y las minorías en los cuerpos legislativos deben ser modeladas —esa es mi convicción— por los votos recibidos y si ninguna tiene mayoría absoluta de sufragios, son las artes de la política las que deben construirla.

8)  En ese mismo sentido creo que la lectura de los resultados del 2018 también nubló un poco la visión. Por supuesto fue una victoria incuestionable. El presidente ganó con una diferencia que no habíamos visto en la etapa democrática de nuestros comicios. Pero sólo uno de cada dos electores votó por él (53% contra 47%), lo cual es mucho en los tiempos que corren. Pero en las elecciones para el Congreso la votación de Morena fue similar a la del PAN en tiempos de Fox y Calderón. Insisto: fue una violación a un precepto constitucional lo que logró que mientras el INE le atribuía a Morena 191 diputados, el día de la instalación de la Cámara ésta apareció con 252.

No obstante, su lectura de los ánimos de la nación me parece iluminadora. El análisis de la decepción con los gobiernos anteriores y su recreación de las “ganas de creer” en un proyecto alternativo que supo explotar AMLO me parece magistral, aunque su “adiós democrático a los equilibrios democráticos” me pareció entonces un tanto cuanto apresurado. Creo incluso que hasta la fecha lo que se está jugando en México es cuánto de lo construido resiste a la pulsión autoritaria de la presente administración. No cabe duda que si por el presidente fuera todas las instituciones del Estado e incluso las de la sociedad deberían estar alineadas a su voluntad. Pero no son pocas las que han resistido o resistido a medias. Y creo que en esa tensión se juega en buena medida el futuro del país.

9) Ahora bien, las páginas dedicadas a otear lo que se avecinaba con el actual gobierno fueron casi proféticas. Al diagnóstico simplista y maniqueo del candidato, a la explotación del resentimiento, a la idea de “regenerar” la política con una nueva moralidad y a las promesas inaprensibles fruto de la voluntad (buenas para excitar la fe), difícilmente seguirían políticas efectivas.

Héctor observó con claridad la pulsión centralizadora, anti federalista, la aversión por la burocracia y los especialistas, la hostilidad contra los contrapesos que construye la Constitución, las ansias por convertirse en el único vocero de esa constelación masiva y contradictoria que es el pueblo, “la captura regional”, las ganas de construir “el país de un sólo hombre”, en medio del sedante ensueño de la mayoría. Su diagnóstico resultó correcto y ominoso.

Muy pocos y quizá solo él ha seguido los pasos de la actual administración prácticamente día a día en sus artículos de Milenio. Le digo ahora en público lo que le dije en privado: nos haría un gran favor a sus lectores si con ese material escribiera un libro sobre la actual administración. Porque más allá de diferencias puntuales no cabe duda que leer sus ensayos siempre es estimulante y retador.

 

• Héctor Aguilar Camín. Nocturno de la democracia mexicana. Debate: México, 2018, 270 p.

 

José Woldenberg
Escritor             

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Publicado en: Ensayo literario

Un comentario en “Héctor Aguilar Camín, ensayista del México actual

  1. Excelente el artículo de Pepe sobre las contribuciones de Aguilar Camín al debate nacional.

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