Críticas de Midnight in Paris (2011) - FilmAffinity
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Midnight in Paris

Comedia. Romance. Fantástico Un escritor norteamericano algo bohemio (Owen Wilson) llega con su prometida Inez (Rachel McAdams) y los padres de ésta a París. Mientras vaga por las calles soñando con los felices años 20, cae bajo una especie de hechizo que hace que, a medianoche, en algún lugar del barrio Latino, se vea transportado a otro universo donde va a conocer a personajes que jamás imaginaría iba a conocer... (FILMAFFINITY)
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Críticas 453
Críticas ordenadas por utilidad
24 de mayo de 2011
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Efectiva pero poco arriesgada aventura del señor Allen, destinada al sector de admiradores con bajas o nulas pretensiones de crítica (o bienvenidos al club). Allen seguirá (para algunos) o volverá (para otros) a la retórica más clásica de sus virtudes y nos dibujará una estable sonrisa capaz de perdonar la ridícula auto caricatura del director en su protagonista, el sello de su clarinete o la clonación de personajes para, sobretodo, degustar unos entrantes que como ingrediente principal presenta un paseo turístico por las calles parisinas y un final con lluvia incluida que más de uno habrá soñado (o visto...) antes.

Y es que por más que se esfuerce Woody en el mensaje, a veces tiempos pasados sí fueron mejores. Porque París también puede ser Manhattan, pero no lo ha sido.
Ury Brao
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23 de junio de 2011
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecemos claramente: La mejor película de Woody Allen desde Match Point. La más divertida y encantadora en años. No es una obra maestra. Allen ya no alcanzará las cimas de tiempos pasados. Sus mayores logros ya los ha conseguido. Ahora nos quedan estas pequeñas joyas. Una delicia sencilla y tierna que será recordada en el futuro con una sonrisa.
Porque no son solo las obras maestras las que forjan la leyenda de un artísta, sino las pequeñas obras que intercala entre sus grandes trabajos y que demuestran verdaderamente que lo suyo no es solo inspiración selectiva, sino talento innato. Más allá de que en ocasiones su listón decaiga alarmantemente, siempre perdura la chispa, incluso en sus peores trabajos.
Medianoche en París es una película sencilla, divertida, lejos de las poco afortunadas iteraciones europeas que ha venido realizando desde "Match Point". Su humor es el más inspirado en años. Sus actores, incluso el alter ego alleniano que encarna Wilson (al que siempre he tenido algo de tirría) consiguen sacarme una sonrisa. Allen se descubre como lo que siempre ha sido; un nostalgico enamorado de tiempos pasados, que intenta autoconvencerse de que el presente también vale la pena.
Mención aparte a los actores: Me quedo con Marion Cotillard encarnando a la querida de Picasso, y con Allison Pill como Zelda Fitzgerald, la mujer del autor del "El Gran Gatsby".
Lo mejor: la humildad y la sencillez de la propuesta. Los actores secundarios. (Atención a Allison Pill como Zelda, o a Adrien Brody como Dalí)
Lo peor: Poca cosa. Alguno seguramente se decepcionará por la ligereza de la propuesta. No es mi caso. Allen ya es un cineasta que nos lo ha dado todo hace años. Sería egoísta seguir pidiendole obras maestras a un director que ya empieza a dar muestras de cansancio y cuya emoción nostalgica ante la vida y los tiempos pasados, muy afines a los testamentos cinematográficos (vease "Dublineses" de John Huston), empieza a quedar patente sobretodo en esta última propuesta.
En una palabra, encantadora.
El Fauno
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21 de octubre de 2011
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué cabroncete el Allen, que esta vez apuesta al caballo ganador, sabedor de que con tal material ya tendrá ganadas las simpatías de un amplio sector de público, entre el que me incluyo. Poco importa aquí que a mí Paris me la sople completamente, y con él sus gentes y su odiosa lengua; poco importa que a mí los años 20 como tales no me inspiren absolutamente nada, ni hablemos ya de la 'Belle Epoque' (qué cojones será eso); poco importa que tantos y tantos nombres ilustres como se mencionan a lo largo del metraje únicamente me suenen, desconociendo por tanto el alcance de sus obras y perdiéndome, imagino, multitud de referencias escondidas; poco importa todo esto, en fin, si en lo más profundo de mi ser no soy más que un puto resabiado y pesimista con torpe aura de poeta. ¿Que qué tiene que ver? Joder, pues todo.

Y es que, al igual que Gil/Wilson/Allen (véase la progresión personaje-escritor) en algún momento de sus vidas, tiendo peligrosamente a alimentarme del pasado, como un crío destetado que añora el pecho de su madre, imbuido en la infantil idea de que recordar y moldear esos instantes me traerá la paz de espíritu que muchas veces se me niega en vida, qué importa si por culpa mía o por ser ella una redomada hija de puta. Así, eso no significa que el pasado como tal fuera necesariamente mejor que este momento de ahora; sólo viene a confirmar aquella frase de que "cualquier tiempo pasado fue mejor". Y sí, sé que acabo de afirmar los dos opuestos, pero es que, al igual que la frase es en realidad una soberana tontería, tanto más lo es el refugiarse en la nostalgia para evadirse del presente (le hace a uno dudar hasta de por dónde pisa, si por la moqueta de una habitación perdida en alguna parte de Inglaterra o por ese otro terreno lindante con la inspiración, si ésta de verdad existiera). Hay días en que hasta el cielo más gris se antoja interpretable para la pluma hábil y el alma volátil. Vuela, corazón, vuela, no sea que olvides cómo era eso de sentir.

En resumen, que tanto me conquistan las visiones cuasi mágicas de irrealidad palpable como los retazos de esperanza terrenal que tanto me gustaría a mí encontrar mañana mismo, al cruzar la calle, bajo la lluvia, dirección ninguna parte, en cualquier parada de autobús mientras espera... El amor, si vivido desde ya, es más estimulante. Lo que no quiere decir que pasados unos años, o unos segundos, quién sabe, me encuentre a mí mismo recitando a ese sentimiento perdido vete a saber dónde y por qué razones. Si es que no aprendo, cojones. Malditos seamos los torpes aspirantes a poetas, condenados desde siempre a vivir de la nostalgia. La película preciosa, por cierto.
José (FullPush)
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19 de mayo de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Encanto, encanto, encanto. Un Woody firmando una obra menor pero encantadora, o una obra que habría aprovechado mejor el Woody de La Rosa púrpura del Cairo, Balas sobre Broadway etc. qué tiempos, qué tiempos aquellos."
Eso pone más o menos en los periódicos, que la verdad, tampoco es que sea la sección más importante, y de hecho es la más frívola después del horóscopo, pero oye, a algunos nos interesa un poco. En fin, que Woody, Wood, el Sr. Allen, Woody Allen, el señor que es padre y a la vez es abuelo del mismo niño, el señor que tiene miedo de la sombra que proyecta su sombra y esas cosas maniáticas, el de las citas célebres, el icono popular/cultural, el señor que vive en un lujoso ático de Nueva York, y he aquí la clave:

Pongamos que el cine representa, siquiera meramente de forma transversal, algo que en un lejano principio, era real. Real de real, no de surreal ni de ficticio ni cosas de ésas, real de real, de joder qué frío hace en la calle.
Pongamos que pasa eso no sé cómo, porque la verdad es que es bastante lioso, aunque una cámara puede ser el mismo tipo de herramienta que un martillo y un cincel, quizá.
Woody Allen viene -hablamos del tiempo reciente: el tiempo presente, no nostálgico- de hacer no recuerdo cuántas películas no sólo olvidables, sino, a la par que encantadora-visualmente levemente entretenidas, sumamente desquiciantes. De hecho, son al desquicio lo que Marion Cotillard es al paro cardíaco del espectador.
¿Por qué? Venga, que lo digo, pues porque para empezar los americanos ricos de cartón piedra ya han sido explotados por Soffia Coppola, aunque es verdad que no en su vertiente escritoral-creativa, y esto no importa nada ahora que lo pienso: Vicky Cristina Barcelona es la cumbre de la risa y de lo falso de “no hay ningún lado por dónde coger esto”, pero lo malo es que en parte es verdad, o es una aspiración. Pero esto ya es social.

Quiero decir que las películas pueden no ser intensas, o estar centradas en personajes veraces -¿veraces cinematográficamente, metafísicamente?-, y no pasa nada, pero lo que no pueden ser es nada.
Woody Allen ha hecho nada ya muchas veces. Nada de que aquí no hay nada. Nada de que estás tratando de, pongamos, inventar a Falstaff partiendo de Chiquito, no porque sean los dos grandes humoristas, sino porque uno es del siglo XVI o por ahí y el otro del XXI. ¿Cómor?
He aquí, brillantemente enlazada por mí, la tesis: el problema de la nostalgia.
Bueno, del tiempo, eso. Allá va. Voy a comentar la película, pues no tengo nada que hacer aparte de ser tronchantemente irónico criticando:

Matemáticamente, es distinto decir que París en 1890 era más era dorada comparándolo con 1920 que si comparas 1920 con 2010.
Quiero decir, he aquí la tesis: globalmente cualquier época pasada fue mejor antes de que se inventara la televisión y el Internet, que yo empleo mucho.
[Tranquilos, tranquilos, que sigo abajo]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
caballero blanco
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23 de mayo de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya lo había visto en la televisión siendo un niño, pero desde que con catorce años me deslumbró con la primera obra suya que vi en El Cine, Balas Sobre Broadway, la película anual de Woody Allen forma parte de la rutina. Es como comer las doce uvas en Nochevieja o proponerse dejar de ser un idiota. Se hace y punto.

Uno queda con Woody Allen ( y con otros cineastas, pero hoy toca Woody) en la sombra, que eso es la sala de cine, como si te fuera a ofrecer drogas duras, sexo zoofílico o una camiseta del Barça. Pero lo que te regala es, siempre, hora y media de cine. Ya no aspiro a conocer, salvo en dvd, a alguien llamado Annie Hall o a ver Manhattan en blanco y negro. Pero sé con certeza que en sus películas, sean mejores o peores y no gloriosas como las citadas, voy a encontrar un chispazo que compensará el precio de la entrada. Su sello. Aunque no siempre deje la misma huella.

Desde la rebelde Desmontando a Harry, Woody Allen se ha instalado, a veces, en la complaciencia de quien sabe que no se está quedando calvo por accidente. En eso y en que quiere conocer Europa mientras rueda. Parece parir algunos de sus guiones con el empeño con el que se hace un sudoku. Y aun así pare buenas películas (pero menores para él), varias notables y alguna sobresaliente ( Match Point, esa especie de remake a lo londinense y sexy de otra maravilla suya anterior: Delitos y Faltas). Pues lo dicho, en todas ellas hay algo. Será porque a Woody le perdono casi todo como a un amigo se le perdona una tontería que, en boca de otro, sería un crimen contra la Humanidad.

Lo redicho: en todas hay algo. En esta última, Midnight in Paris, hay mucho. No llega a la hondura de sus clásicos ni es una locura como sus comienzos. Es una idea estirada, sí, llena de clichés, sí…y aun así, me la quedo.

Los que amamos alguna literatura, alguna pintura, el arte en general, hemos imaginado alguna vez cómo sería beber, qué se yo, con Faulkner, pasear con Lorca, discutir con Nabokov. Y lo hacemos engañándonos, como si no supieramos que posiblemente no tuviera el esplendor que vemos en nuestra cabeza llena de pajaritos, que la vida del creador, salvo excepciones, está más lleno de abismos y de rutina que de fuegos artificiales. Nos da igual. Seguimos imaginando.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cdg1979
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