Una defensa numantina

El asedio romano de Numancia: de la resistencia a la caída

Numancia Alejo Vera Estaca

Numancia Alejo Vera Estaca

El Último Día de Numancia. De esta forma tan dramática representó Alejo Vera Estaca el suicidio de los numantinos al final del asedio. 1881, Museo del Prado, Madrid.

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Con la derrota de Cartago en la Segunda Guerra Púnica, Roma se convirtió en señora de la parte oriental de la península Ibérica, y empezó a extenderse hacia el Atlántico mediante una serie de campañas de conquista emprendidas por gobernadores ávidos de botín. Este proceso de romanización alcanzó las tierras de los celtíberos a principios del siglo II a.C., llegándose a una inestable paz en el 179 a.C. mediante un tratado impulsado por Cayo Graco.

Sin embargo los sucesores de este reformador político no fueron tan clementes como él, y cuando en el 154 a.C. los habitantes de Segeda empezaron a fortificarse, el cónsul Fulvio Nobilior acudió con un ejército de 30.000 hombres a anexionarse la ciudad con la excusa de que la construcción de la muralla era un acto hostil hacia Roma

Los segedenses se refugiaron entonces con sus familias en la vecina villa de Numancia, una imponente fortaleza de los arévacos construida sobre un cerro rocoso, que al abrirles las puertas se vio arrastrada al conflicto. Había empezado la Guerra Numantina.

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Los fracasos de Roma

Nobilior invadió pues el territorio de Segeda, y tras arrasar la ciudad siguió hasta Numancia, pero según Apiano cuando marchaba a través de un espeso bosque, 20.000 celtíberos cayeron sobre la columna romana, en una emboscada donde 6.000 legionarios perdieron la vida. Sin amilanarse por ello el cónsul siguió hasta Numancia, reforzado ahora por 300 jinetes númidas y diez elefantes, pero cuando atacó la ciudad uno de los paquidermos fue herido de una pedrada en la cabeza, e inició una estampida en dirección opuesta que se llevó por delante al ejército entero.

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Construida sobre una colina en el actual municipio de Garray (Castilla y León) Numancia resistió durante veinte años el acoso de los ejércitos romanos.

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Este primer revés marcaría la tónica de la guerra en a partir de entonces, con ciudades aliadas como Ocilis abandonando a los romanos para unirse a la revuelta indígena, y unas legiones impotentes antes las tácticas de guerrilla empleadas por los locales, que arrojaban sus jabalinas desde la espesura y se retiraban.

Al finalizar el mandato de Nobilior, Roma envió a un general de más experiencia, Claudio Marcelo, quien más prudente evitó caer en emboscadas y logró la pacífica rendición de Ocilis. El nuevo pretor intentó también llegar a una solución diplomática con los pueblos insurrectos, y tras algunas negociaciones fallidas logró firmar las paz tras poner sitio a Numancia.

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Este cetro de bronce descubierto en la necrópolis de Numancia podría haber pertenecido a algún noble de la ciudad. El caballo era para los celtíberos un símbolo de distinción, formando la aristocracia la caballería del ejército.

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En el 152 le sucedió en el cargo Lucio Licinio Lúculo, quien frustrado por no poder saquear a los arévacos se dedicó a atacar a otros pueblos como los lusitanos y vacceos, provocando el levantamiento de Viriato contra Roma. Este caudillo lusitano logró importantes victorias que convencieron a los numantinos de unirse a su lucha, por lo que estos rompieron el acuerdo de paz.

La guerra numantina

De nuevo en guerra con Numancia, los romanos marcharon contra ella en el 141 a.C., cercando la ciudad con 30.000 infantes y 200 jinetes. Sin embargo su general Quinto Pompeyo no había traído armas de asedio, de manera que el conflicto degeneró en una sucesión de escaramuzas por controlar las rutas de suministro y un fallido intento de desviar el curso del Duero.

La guerra prosiguió sin suerte para Roma en los siguientes años. Especialmente humillante fue la rendición de Cayo Hostilio Mancino y 20.000 hombres al quedar rodeados por solo 4.000 celtíberos en la Atalaya de Renieblas, derrota que llevó a una paz repudiada por el Senado, y a la entrega de Mancino encadenado a las puertas de Numancia como desafío a los defensores.

Numancia   Reenactment

Numancia Reenactment

Actores de la Asociación Cultural Celtibérica ataviados con el equipo de los soldados romanos del siglo II a.C.

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Los desastres se sucedieron uno tras otro, hasta que en el 134 a.C. el Senado otorgó el mando de la provincia a Escipión Emiliano, destructor de Cartago y el mejor general del que disponía Roma en ese momento. El nuevo pretor llegó a Hispania reforzado por una nueva legión y caballería númida aliada al mando del príncipe Yugurta. 

Su primera medida fue restablecer la disciplina entre los desmoralizados legionarios hispanos mediante la expulsión de adivinos y prostitutas, junto con un programa de dieta y ejercicio físico, llegando al extremo según Apaiano de prohibirles “dormir en camas” o ”montar en mulas” durante la marcha. Con estas medidas Emiliano logró restablecer el espíritu combativo de las tropas, a las que llevó a la victoria contra los vacceos ese mismo verano.

El sitio de Escipión

Con los aliados de Numancia neutralizados por el momento, Escipión marchó sobre la ciudad en otoño, pero en vez de atacarla de inmediato como sus predecesores optó por rendirla por hambre, rodeándola de nueve fuertes conectados por una muralla de tres metros de alto y dos de ancho que cerraría todos los accesos a la fortaleza. A lo largo del muro los romanos levantaron torres equipadas con artillería, y para bloquear el curso del Duero lo llenaron de troncos erizados de cuchillos y clavos.

 

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Reconstrucción de las obras de sitio romanas en el yacimiento de Numancia.

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Mientras construía esta línea fortificada de nueve kilómetros de largo, el pretor contactó con los pueblos aliados de Roma para exigirles hombres y provisiones con los que mantener el cerco, respondiendo con dureza al mínimo indicio de traición. Así sucedió en Lutia, donde 400 jóvenes habían decidido unirse a la revuelta, Escipión acudió con una legión y tras exigir la entrega de los conspiradores les cortó las manos como advertencia.

La escasez de provisiones obligó a los numantinos a realizar salidas cada vez más desesperadas contra las fortificaciones romanas, pero Emiliano contaba ahora con un ejército de 60.000 soldados que protegían el muro día y noche de los ataques de apenas 8.000 celtíberos. El bloqueo fue tan efectivo que según Apiano los numantinos “con todos sus alimentos consumidos, sin tener grano ni ganado, ni hierba, empezaron a roer cueros hervidos. Cuando estos también desaparecieron, hirvieron y se comieron a sus propios cadáveres”.

M  Marcius, AR denarius, 134 BC, RRC 245 1

M Marcius, AR denarius, 134 BC, RRC 245 1

Denario romano del 134 a.C. La diosa Roma aparece en el anverso tocada con un casco mientras en el reverso Victoria conduce un carro triunfal.

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La derrota era pues inevitable, y en el 133 a.C. con “sus cuerpos reducidos a la semblanza de bestias salvajes por el hambre, la plaga y la inmundicia” los numantinos se rindieron a Escipión. Muchos optaron por el suicido antes que la deshonra, y tras pedir un día de venia para despedirse de sus amigos y parientes, “se dieron muerte como mejor les pareció”.

Al cabo de viente largos años de emboscadas y asedios la guerra había terminado. Los romanos entraron por fin en Numancia, donde se encontraron con los escuálidos supervivientes del asedio en cuyos ojos se podía ver “una expresión de ira, pena, agotamiento y la conciencia de haber comido carne humana”. Escipión se reservó a los cincuenta en mejor estado para celebrar su triunfo en Roma y vendió al resto como esclavos; pero aunque la ciudad fue arrasada este no fue su fin, ya que renacería convertida en un asentamiento romano durante el reinado de Augusto.