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Discurso aceptación nombramiento como candidato del Partido Demócrata a la presidencia de los EE UU pronunciado el 15 de julio de 1960

La tarde del 15 de julio de 1960, el senador por Massachusetts John F. Kennedy se presentó ante una multitud de ochenta mil personas que abarrotaban el Memorial Coliseum de Los Ángeles (California) para hacer pública su aceptación como candidato del Partido Democrático a la presidencia de los Estados Unidos. Ante tan concurrida asistencia de público, el senador Kennedy habló de la Nueva Frontera, una frontera llena de peligros y de oportunidades desconocidas hasta ahora, una frontera de esperanzas y problemas que están por concretarse mientras se avanza hacia ella.

«Gobernador Stevenson, senador Johnson, señor Butler, senador Symington, senador Humphrey, portavoz Rayburn, compañeros del Partido Demócrata, quiero expresar mi agradecimiento al gobernador Stevenson por su generosa y cariñosa presentación. Fue para mí un gran honor elegirle para la nominación de la Convención del Partido Democrático de 1956 y estoy encantado de poder contar con su apoyo, su consejo y sus recomendaciones en los próximos meses.

Con un profundo sentido del deber y de la alta responsabilidad que implica, acepto la nominación. La acepto con un corazón lleno de gratitud, sin reserva alguna, y con una sola obligación, dedicar cada esfuerzo de mi cuerpo, de mi mente y de mi espíritu a conducir hacia la victoria a nuestro partido y devolver a nuestra nación su grandeza.

Estoy muy agradecido, también, porque me han proporcionado una elocuente declaración de la plataforma de nuestro partido. Promesas realizadas de forma tan solemne deben ser mantenidas. «Los derechos del hombre» -los derechos civiles y económicos fundamentales para la dignidad de todos los hombres- constituyen en verdad nuestros primeros principios. Esta es la plataforma con la que voy a concurrir a las elecciones con entusiasmo y convicción.

Por último, estoy agradecido porque en los próximos meses voy a contar con el apoyo y la confianza de otros muchos compañeros. Junto a mí estará un hombre distinguido que aportará fuerza y unidad a nuestra plataforma y a todo el equipo, Lyndon Johnson, uno de los mejores hombres de Estado de nuestro tiempo; también estará Adlai Stevenson, uno de los grandes oradores que necesitamos como nación y como personas; Stuart Symington, un gran luchador cuyo apoyo agradezco y que me dio la bienvenida; el presidente Harry S. Truman3, y mi compañero de viaje en Wisconsin y Virginia Occidental, el senador Huber Humphrey. Y con nuestro querido y valiente presidente, Paul Butler.

Me siento mucho más seguro teniéndolos a mi lado una vez más. Y estoy orgulloso porque no estamos como nuestros competidores del Partido Republicano. La unidad de sus filas son aparentemente tan débiles que no ha surgido ningún candidato con la competencia y el coraje suficientes para celebrar una convención abierta. Soy plenamente consciente de que el Partido Demócrata, al nominar a alguien con mis creencias, ha asumido, como muchos piensan, un nuevo y peligroso riesgo, nuevo al menos desde 1928. Pero en cambio, yo lo considero de otra manera, el Partido Demócrata manifiesta, una vez más, su confianza en el pueblo americano y en su capacidad para decidir de una manera justa y libre. Y vosotros, al mismo tiempo, habéis depositado vuestra confianza en mí, y en mi capacidad para realizar un juicio libre y justo, para defender la Constitución y mantener mi juramento, y rechazar cualquier tipo de presión religiosa u obligación que, directa o indirectamente, pudiera interferir en mi conducta para decidir como presidente a favor del interés nacional.

Mi apoyo durante catorce años a la educación pública, mi defensa de la completa separación entre Iglesia y Estado, y resistir las presiones de diferentes fuerzas en cualquier materia, debe quedar claro para todo el mundo desde ahora mismo. Espero que ningún estadounidense, considerando las cuestiones tan importantes a las que se enfrentan los EE UU, tirará su voto a la basura votando por mí o contra mi candidatura teniendo en cuenta solo mi filiación religiosa. Esto no es relevante. Deseo hacer hincapié en lo que algún líder político o religioso ha afirmado sobre este tema. Cuantos abusos tuvieran lugar en otros países o en otros tiempos no son relevantes. No es relevante que existan presiones, si alguna hay, que posiblemente podrían ser ejercidas sobre mí. Te estoy diciendo ahora lo que tenéis derecho a saber: que mis decisiones sobre cualquier política pública serán mías, y las tomaré como estadounidense, como demócrata y como hombre libre.

En ningún caso podemos pensar que la victoria que perseguimos en noviembre va a ser fácil. Todos lo sabemos en nuestros corazones. Conocemos el poder de las fuerzas que se alinean contra nosotros. Sabemos que invocarán el nombre de Abraham Lincoln a favor de su candidato, a pesar de que la carrera política del candidato con mucha frecuencia no ha mostrado afecto alguno hacia nadie, y en cambio sí maldad hacia todos. Sabemos que no será fácil hacer campaña contra un hombre que ha opinado y votado en cualquier lugar sobre todos los asuntos. El señor Nixon puede sentir que ha llegado su momento, después del New Deal y del Fair Deal , pero antes de que él reparta las cartas, alguien tiene que cortar mejor la baraja. Ese «alguien» puede ser cualquiera de los millones de estadounidenses que votaron por el presidente Eisenhower, pero que se niegan a hacerlo a su sucesor. Así como los historiadores nos han contado que Ricardo I no estaba a la altura para suceder al audaz Enrique II y que Ricardo Cromwell carecía del talento y de las condiciones para usar el manto de su tío, puede que ellos añadan, en los próximos años, que Richard Nixon no pudo seguir los pasos de Dwight D. Eisenhower.

Quizás él podría continuar con las políticas del partido, la de Nixon, Benson, Dirksen y Goldwater. Pero esta nación no puede permitirse tal lujo. Tal vez podríamos tolerar mejor a un Coolidge seguido de Harding. O soportar un Pierce después de Fillmore. Pero después de Buchanan esta nación necesitaba un Lincoln, del mismo modo que después de Taft necesitábamos un Wilson y después de Hoover, fue necesario un Franklin Roosevelt… Y tras ocho años de un sueño pesado e irregular, esta nación necesita un liderazgo demócrata fuerte y creativo en la Casa Blanca.

Pero no tenemos solo que competir contra Nixon. Nuestra tarea va más allá de señalar los fallos de los republicanos. No es esto totalmente necesario. Las familias que se han visto obligadas a abandonar sus granjas sabrán qué votar sin necesidad de que se lo contemos. Los mineros desempleados y los trabajadores textiles saben a quién votar. Las personas mayores sin seguro médico, las familias sin casas dignas, los padres que no pueden proporcionarles a sus hijos una alimentación y una educación adecuada, todos saben que ha llegado la hora del cambio. Pero pienso que los estadounidenses esperan algo más de nosotros que gritos de indignación y críticas. Los tiempos son muy graves, el desafío muy urgente y las metas muy elevadas para permitir y caer en las pasiones habituales de los debates políticos. No estamos aquí para lamentar la oscuridad, pero sí para prender la vela que pueda guiarnos a través de las tinieblas hacia un futuro seguro y sano.

Como Winston Churchill dijo cuando asumió la responsabilidad de su cargo hace veinte años: si abrimos una confrontación entre el presente y el pasado, podemos estar en peligro de perder el futuro. Ahora nuestra preocupación debe ser sobre ese futuro. En un mundo que está cambiando, la vieja era está terminando. Los viejos caminos y formas no funcionan. En el extranjero, el equilibrio del poder está cambiando. Existen nuevas y más terribles armas, nuevas e inseguras naciones, nuevas exigencias de la población y privaciones. Un tercio del mundo, como sabemos, puede ser libre, pero otro tercio es víctima de una cruel represión, y el último tercio está atrapado en el dolor de la pobreza, el hambre y la envidia. Se libera más energía en el despertar de esas nuevas naciones, que por la fisión nuclear. Mientras tanto, la influencia del comunismo ha hecho más avances en Asia, se ha puesto a horcajadas sobre el Oriente Próximo y ahora está asentado a una noventa millas de la costa de Florida. Nuestros amigos están asentados en una cómoda neutralidad, son neutrales en medio de la hostilidad. Como nuestro orador principal nos ha recordado ahora, el presidente que comenzó su mandato viajando a Corea, al final ha quedado fuera de Japón.

El mundo ha estado en otros tiempos cerca de la guerra, pero ahora el hombre, que ha sobrevivido a todas las amenazas anteriores, ha tenido en sus mortales manos el poder suficiente para exterminar todas las especies siete veces. En nuestra casa, el rostro cambiante del futuro es también revolucionario. El New Deal y el Fair Deal fueron medidas audaces para otras generaciones, pero esta es una nueva generación. Una revolución tecnológica nos ha llevado a un extraordinario incremento de la producción, pero aún no sabemos cómo aprovechar este incremento de manera útil, protegiendo, al mismo tiempo, la total paridad de los derechos y los ingresos de nuestros agricultores. Una explosión demográfica en las ciudades ha abarrotado nuestras escuelas, llenado los suburbios y ha incrementado la miseria en los barrios más pobres. Una revolución pacífica a favor de los derechos humanos, que exigían el fin de la discriminación racial en todas las manifestaciones de la vida en comunidad, ha puesto a prueba las limitaciones impuestas por un liderazgo político dubitativo. Una revolución en la medicina prolonga la vida de nuestros ciudadanos ancianos sin proporcionarles, en cambio, la dignidad y la seguridad que merecen en los últimos años. Y la revolución de la automatización de las máquinas sirve para reemplazar a los hombres en las minas y fábricas de los Estados Unidos, sin tener que suplir sus ingresos o su formación o sus necesidades de pagar al médico de familia, al tendero y al propietario de la casa.

También se ha producido un cambio, una ralentización, en nuestra fortaleza intelectual y moral. Siete años de escasez, de sequía y de hambruna han agostado el campo de las ideas. El descrédito ha caído sobre nuestras agencias reguladoras, y una putrefacción seca, comenzando por Washington, se está filtrando por todos los rincones de América; la mentalidad payola confunde lo que es legal y lo que es correcto, y esta confusión debe ser desterrada de nuestras vidas.

Son muchos los estadounidenses que han perdido su rumbo, su voluntad y el sentido histórico de sus proyectos. Es el tiempo, en definitiva, de una nueva generación de líderes, hombres nuevos para hacer frente a los nuevos problemas y nuevas oportunidades. En todo el mundo, sobre todo en las naciones más nuevas, los jóvenes están llegando al poder, son hombres que no están lastrados por las tradiciones del pasado, hombres que no están cegados por los viejos temores, odios y rivalidades. Son hombres jóvenes que pueden superar las consignas, los delirios y las sospechas antiguas.

El candidato republicano, por supuesto, también es un hombre joven. Sin embargo, sus propuestas parecen tan viejas como las de McKinley. Su partido es el partido del pasado. Sus discursos son generalidades sacadas del Almanaque del pobre Richard. Su plataforma, formada por los tablones que sobran en el Partido Demócrata, tiene el mismo coraje que el de nuestras antiguas convicciones. Su promesa es una promesa para mantener una misma situación, pero hoy no hay status quo.

En esta noche miro hacia el Oeste, hacia lo que fue la última frontera. Desde las tierras que se extienden a tres mil millas detrás de mí, los pioneros de antaño renunciaron a su seguridad, a su bienestar y, en ocasiones, a sus vidas para construir un mundo nuevo, aquí, en el Oeste. No quedaron atrapados en sus propias dudas o prisioneros del precio de sus etiquetas. Su lema no era «Sálvese quien pueda», sino «Todo por la causa común». Estaban decididos a construir un mundo nuevo, fuerte y libre, para superar sus peligros y sus dificultades, para vencer a los enemigos que les amenazaban, tanto los de fuera como los de dentro. Hoy en día algunos dirían que estas luchas han terminado, que todos los horizontes se han explorado, que todas las batallas se han ganado, que ya no hay una frontera americana. Pero confío en que nadie en esta gran asamblea esté de acuerdo con esos sentimientos. Los problemas no están todos resueltos, las batallas no están todas ganadas, hoy nos encontramos junto a una Nueva Frontera (New Frontier), la frontera de los años 1960. Una frontera con oportunidades, riesgos y peligros desconocidos. Una frontera llena de esperanzas incumplidas y amenazas. Woodrow Wilson con su New Liberty prometió a nuestra nación un nuevo marco político y económico. El New Deal de Franklin Roosevelt ofreció seguridad y socorro a los más necesitados. Sin embargo, la Nueva Frontera de la que os hablo no es un conjunto de promesas, es un conjunto de desafíos. En ella se resume todo lo que no tengo la intención de ofrecer al pueblo estadounidense, pero sí todo lo que voy a pedirle. Algo que apela a su orgullo, no a su cartera, propone ofrecer la promesa de más sacrificios en lugar de más seguridad. Pero yo os digo que la Nueva Frontera está aquí, tanto si la buscamos como si no.

Más allá de esa frontera están los inexplorados ámbitos de la ciencia y del espacio, los problemas no resueltos de la paz y de la guerra, los invictos bolsillos de la ignorancia y de los prejuicios, de las preguntas sin respuestas, de la pobreza y la abundancia. Sería más fácil escamotear los deberes que impone esa frontera, mirar a la mediocridad y a la seguridad del pasado, para dejarnos arrullar por las buenas intenciones y la retórica de quienes prefieren que, por supuesto, no se me vote, independientemente del partido al que pertenezca. Pero creo que los tiempos demandan una nueva capacidad para la invención, la innovación, la imaginación y la decisión. Estoy pidiendo a cada uno de vosotros que seáis pioneros en esta Nueva Frontera. Apelo a los jóvenes de corazón, sin importar la edad, a todos los que responden a la llamada de la Biblia: «Esfuérzate, sé valiente, no temas y no desistas en tu esfuerzo». Coraje y no complacencia es lo que hoy necesitamos, liderazgo y no marketing. Y la única prueba válida de la dirección es la habilidad para dirigir y para hacerlo de una forma vigorosa. Una nación cansada, dijo David Lloyd George, convierte a un país en conservador, y los Estados Unidos hoy en día no pueden permitirse el lujo de estar cansados o ser conservadores. Es posible que algunos deseen escuchar más, más promesas a este grupo o a otro, más retórica acerca de los dirigentes del Kremlin, más garantías de un futuro dorado, donde los impuestos son siempre bajos y los subsidios siempre altos. Pero mis promesas están en la plataforma que se ha constituido, nuestros fines no se conseguirán mediante la retórica y tendremos fe en el futuro, solo si tenemos fe en nosotros mismos. Puesto que la dura realidad de los hechos es que nos hallamos ante esta frontera en un momento histórico decisivo, debemos demostrar al mundo entero, una vez más, si esta nación, o cualquier otra así concebida, puede perdurar.

¿Puede una nación organizada y gobernada como la nuestra soportar esta situación? Esta es la verdadera cuestión. ¿Tenemos el valor y la voluntad? ¿Se puede llevar a cabo este proyecto en una época donde seremos testigos no solo de nuevos avances en armas de destrucción, sino también de una carrera por el dominio del cielo y de la lluvia, de los océanos y las mareas, en el lejano espacio y el interior de la mente de los hombres? ¿Estamos a la misma altura del desafío? ¿Estamos dispuestos a igualar el sacrificio de los rusos en el presente para construir un futuro mejor, o debemos sacrificar nuestro futuro con el fin de disfrutar el presente?

Esa es la pregunta que formula la Nueva Frontera. Esta es la elección que debe realizar nuestra nación, una opción que se encuentra no solo entre dos hombres o dos partidos, sino entre el interés público y el bienestar de los ciudadanos, entre la grandeza y la decadencia nacional, entre el aire fresco del progreso y el rancio del ambiente húmedo de la normalidad, entre la decidida renovación y progresiva mediocridad.

Toda la humanidad espera nuestra decisión. Todo el mundo vuelve sus ojos hacia nosotros para ver qué vamos a hacer. No podemos defraudar su confianza, no podemos dejar de intentarlo. Hemos recorrido un largo camino desde el primer día, con la nieve en New Hampshire, hasta esta ciudad, en una concurrida convención. Ahora comienza otro largo viaje. Tendré que viajar a todas las ciudades e introducirme en los hogares de todos los Estados Unidos. Prestadme vuestra ayuda, vuestras manos, vuestras voces, vuestros votos. Recordad conmigo las palabras de Isaías: «Los que esperan en el Señor, renovarán sus fuerzas. Se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán». Al hacer frente al desafío que viene, también nosotros debemos confiar en el Señor y pedirle que renueve nuestra fuerza. Entonces, lograremos estar a la misma altura que nuestro reto, y no nos vencerán. Y nuestro proyecto prevalecerá.

Gracias».

Discurso inaugural pronunciado en el Capitolio de los Estados Unidos, Washington D.C., el 20 de enero de 1961

«Vicepresidente Johnson, Sr. Presidente, Sr. Juez presidente, presidente Eisenhower, vicepresidente Nixon, presidente Truman, reverendo clero, compatriotas:

Hoy somos testigos no de la victoria de un partido, sino de la celebración de la libertad, simbólica tanto de un fin como de un comienzo, que constituye una renovación y también un cambio. Pues ante ustedes y ante Dios Todopoderoso he prestado el mismo solemne juramento concebido por nuestros antepasados desde hace casi 175 años.

El mundo es muy diferente ahora. Porque el ser humano tiene en sus manos el poder para abolir toda forma de pobreza pero también para terminar con toda forma de vida humana. Aun así, se siguen debatiendo en el mundo las mismas convicciones revolucionarias por las que pelearon nuestros antepasados, la creencia de que los derechos humanos no derivan de la generosidad del Estado, sino de la mano de Dios.

No debemos olvidar que somos los herederos de esa primera revolución. Dejemos aquí y ahora que corra la voz, a nuestros amigos y enemigos por igual, de que la antorcha ha pasado a una nueva generación de estadounidenses, nacidos en este siglo, templados por la guerra, instruidos por una paz dura y amarga, orgullosos de su antigua herencia, quienes no están dispuestos a presenciar ni permitir la lenta ruina de esos derechos humanos con los que nuestro pueblo ha estado siempre comprometido, y con los que estamos comprometidos hoy en esta nación y en todo el mundo.

Todas las naciones han de saber, sean o no amigas, que pagaremos cualquier precio, sobrellevaremos cualquier carga, afrontaremos cualquier dificultad, apoyaremos a cualquier amigo y nos opondremos a cualquier enemigo para garantizar la supervivencia y el triunfo de la libertad.

Esto, y mucho más, es lo que prometemos.

A los viejos aliados con los que compartimos nuestro origen cultural y espiritual, les prometemos la lealtad de los amigos fieles. Es mucho lo que podemos hacer si estamos unidos en emprendimientos de cooperación, pero poco si estamos divididos. Pues no podríamos afrontar un poderoso desafío si estuviéramos distanciados y divididos.

A los nuevos estados que recibimos entre las filas de los libres, les damos nuestra palabra de que ninguna forma de control colonial habrá terminado simplemente para ser sustituida por una tiranía mucho más dura. No esperaremos que estén siempre de acuerdo con nosotros, pero sí esperamos la sólida defensa de su propia libertad. Recordemos que, en el pasado, aquellos insensatos que buscaron el poder cabalgando sobre el lomo de un tigre terminaron en sus fauces.

A los pueblos de chozas y aldeas en la mitad del mundo que luchan por liberarse de las cadenas de la miseria de masas, les prometemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ayudarlos a ayudarse a sí mismos, durante el tiempo que sea necesario. No porque quizás lo hagan los comunistas, no porque queremos sus votos, sino porque es lo correcto. Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no puede salvar a los pocos que son ricos.

A nuestras repúblicas hermanas al sur de nuestras fronteras les ofrecemos una promesa especial: convertir nuestras palabras en hechos en una nueva alianza para el progreso, con el fin de ayudar a las personas y gobiernos libres a romper las cadenas de la pobreza. Pero esta pacífica revolución de la esperanza no puede convertirse en presa de potencias hostiles. Todos nuestros vecinos han de saber que nos uniremos a ellos para luchar contra la agresión o subversión en cualquier lugar de las Américas. Y que cualquier otra potencia sepa que este hemisferio pretende seguir siendo el amo en su propio hogar.

A esa asamblea mundial de estados soberanos, las Naciones Unidas, nuestra última gran esperanza en una era en la que los instrumentos de la guerra han superado a los instrumentos de la paz, le renovamos nuestra promesa de apoyo para evitar que se transforme en un simple foro de injurias, a fin de fortalecer la protección para los nuevos y los débiles, y expandir su área de influencia.

Por último, a esas naciones que se transformarán en nuestros adversarios, no les ofrecemos una promesa, sino una solicitud: que ambos bandos comencemos nuevamente la búsqueda de la paz, antes de que los poderes oscuros de la destrucción desatados por la ciencia envuelvan a toda la humanidad en su propio exterminio, deliberado o accidental.

No osemos tentarlos con la debilidad, porque solo cuando tengamos la seguridad de que nuestras armas son suficientes podremos estar completamente seguros de que nunca serán usadas.

Pero tampoco es posible que dos grandes y poderosos grupos de naciones se consuelen en nuestra realidad actual, ambas partes sobrecargadas con el costo de las armas modernas, ambas justificadamente alarmadas por la constante expansión del átomo mortal, pero ambas compitiendo en una carrera por alterar el inestable equilibro del terror que detiene la mano de la última guerra de la humanidad.

Así que empecemos nuevamente. Recordemos ambas partes que la civilidad no es una señal de debilidad, y que la sinceridad siempre se somete a prueba. Que nunca negociemos por miedo, pero nunca temamos negociar.

Permitámonos analizar qué problemas nos unen, en lugar de detenernos en los problemas que nos dividen.

Que ambas partes, por primera vez, formulemos propuestas serias y precisas para la inspección y el control de las armas, y para que el poder de destruir a otras naciones esté bajo el control absoluto de todas las naciones.

Tratemos de invocar las maravillas de la ciencia y no sus terrores. Juntos exploremos las estrellas, conquistemos los desiertos, erradiquemos las enfermedades, aprovechemos las profundidades del océano y fomentemos el arte y el comercio.

Unámonos para cumplir en todos los rincones de la tierra el mandamiento de Isaías: «Soltar las coyundas del yugo… dejar ir libres a los oprimidos».

Y si un frente de cooperación puede hacer retroceder el laberinto de la sospecha, unámonos ambas partes para crear un nuevo emprendimiento, no un nuevo equilibrio del poder, sino un nuevo mundo regido por la ley, donde los fuertes sean justos, los débiles estén seguros y se proteja la paz.

Nada de esto estará terminado en los primeros cien días. Tampoco en los primeros mil días, ni durante toda esta Administración, quizás ni siquiera en nuestra vida en este planeta. Pero empecemos.

En sus manos, compatriotas, más que en las mías, residirá el triunfo o el fracaso de nuestra empresa. Desde la fundación de este país, cada generación de estadounidenses ha sido llamada a dar testimonio de su lealtad nacional. Las tumbas de nuestros jóvenes que acudieron al llamado circundan el mundo.

Que los clarines vuelven ahora a llamarnos, no para empuñar las armas, aunque las necesitamos; no para entrar en combate, aunque estamos en lucha; sino para sobrellevar la carga de una larga lucha año tras año, «gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación». Una lucha contra los enemigos comunes del ser humano: la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma.

¿Podremos forjar una gran alianza global contra estos enemigos? ¿Una alianza de Norte a Sur y de Este a Oeste que garantice una vida más fructífera para toda la humanidad? ¿Participarían de este histórico esfuerzo?

En la larga historia del mundo, solo unas pocas generaciones han tenido que defender la libertad en su momento de máximo peligro. No me asusta esta responsabilidad, le doy la bienvenida. Creo que ninguno de nosotros querría cambiar de lugar con otras personas u otra generación. La energía, la fe, la devoción que aportamos a este emprendimiento serán una luz para nuestro país y para todos quienes lo sirven. Y el brillo de nuestra llama podrá iluminar realmente el mundo.

Entonces, compatriotas, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país.

Conciudadanos del mundo, no pregunten qué puede hacer Estados Unidos por ustedes, sino qué podemos hacer juntos por la libertad del ser humano.

Por último, sean ustedes ciudadanos de Estados Unidos o del mundo, exijan de nosotros los mismos altos estándares de fortaleza y sacrificio que exigimos de ustedes. Con una conciencia tranquila como nuestra única recompensa segura, con la historia como juez supremo de nuestros actos, marchemos al frente de la patria que tanto amamos, con la bendición y la ayuda de Dios, pero conscientes de que aquí en la Tierra Su obra deberá ser la nuestra».

Discurso "Consumidores somos todos" pronunciado en el Congreso de los Estados Unidos el 15 de marzo de 1962

“Consumidores, por definición, somos todos. Son el grupo mayoritario de la economía, afectando y siendo afectados por la práctica totalidad de las decisiones económicas públicas y privadas. Dos tercios del gasto total en la economía provienen de los consumidores. Pero son el único grupo importante en la economía que no están organizados eficazmente, cuya opinión es a menudo ignorada.

El Gobierno Federal –por su condición el principal portavoz en nombre de todos– tiene la especial obligación de estar alerta en lo que se refiere a las necesidades de los consumidores y de hacer progresar sus intereses. Desde la entrada en vigor de la legislación de 1872 para proteger a los consumidores de los fraudes relativos al uso del correo de los Estados Unidos, el Congreso y el Poder Ejecutivo han estado de manera progresiva al corriente de su responsabilidad para hacer realidad que la economía de nuestra Nación esté al servicio de los intereses de los consumidores de una forma idónea y adecuada.

En lo fundamental, les ha beneficiado extremadamente bien. Cada generación sucesiva ha disfrutado de mayores ingresos y una más rica variedad de bienes y servicios. Resultado de esto es que nuestro nivel de vida es el mejor del mundo – y, en menos de 20 años, mejorará otro 50%–. Siendo tan afortunados, no podemos sin embargo permitirnos el derroche en el consumo al igual que no podemos permitir la ineficiencia en los negocios o en el Gobierno. Si los consumidores reciben productos inferiores, si los precios son exorbitantes, si los medicamentos son inseguros o ineficaces, si el consumidor no es capaz de decidir partiendo de la información, entonces estamos tirando su dinero, su salud y seguridad pueden estar amenazadas, y el interés nacional sufre. Por otra parte, el creciente esfuerzo para hacer el mejor uso posible de sus ingresos puede contribuir mejor al bienestar de la mayoría de las familias que el esfuerzo equivalente de incrementar los mismos [los ingresos].

La evolución de la tecnología – afectando por ejemplo a los alimentos que consumimos, las medicinas que tomamos y muchos de los electrodomésticos que usamos en nuestros hogares– ha incrementado las dificultades del consumidor al tiempo que sus oportunidades; y ha invalidado mucha de la legislación anterior y hecho necesaria una nueva regulación. El supermercado típico de antes de la II Guerra Mundial almacenaba en torno a 1.500 productos alimenticios distintos, una cantidad impresionante como se mire. Pero en la actualidad maneja en torno a los 6.000. El 90% de las recetas médicas que se emiten actualmente son de medicinas que eran totalmente desconocidas hace 20 años. Muchos de los nuevos productos de uso diario en los hogares son altamente complejos. Se requiere al ama de casa para que sea un electricista amateur, o un mecánico, químico, toxicólogo, dietista y matemático, pero en raras ocasiones se le proporciona la información que necesita para desempeñar estas tareas adecuadamente.

La comercialización es cada vez más impersonal. La decisión del consumidor se ve influenciada por la publicidad masiva que utiliza
mecanismos de persuasión altamente desarrollados. Normalmente el consumidor no puede saber si la elaboración de las medicinas reúne los estándares mínimos de seguridad, calidad y eficacia. Normalmente tampoco sabe cuánto paga por los préstamos al consumo; si una comida preparada tiene mayor poder nutritivo que otra; si el resultado de un producto satisfará sus necesidades; o si el “paquete tamaño económico” es realmente una ganga. La mayoría de los programas emanados de esta Administración –por ejemplo la expansión del comercio mundial, la mejora de las prestaciones médicas, la disminución de impuestos a los viajeros, el refuerzo de los transportes colectivos, el desarrollo de las áreas de conservación y recreativas y la energía más barata– son de incumbencia directa o inherente a los consumidores. Necesitamos acción legislativa y administrativa adicional, no obstante, si el Gobierno Federal tiene que hacer frente a su responsabilidad de cara a los consumidores en el ejercicio de sus derechos. Éstos incluyen:
1) El derecho a la seguridad, a ser protegidos contra la comercialización de productos que sean peligrosos para la salud o la vida.
2) El derecho a la información, a ser protegidos contra la información, publicidad, etiquetado, o cualesquiera otras prácticas fraudulentas, engañosas o básicamente confusas, y a que le sean suministrados todos los hechos que necesita para tomar una decisión basada en la información.
3) El derecho a elegir, a que se le asegure, siempre que sea posible, el acceso a una variedad de productos y servicios a precios competitivos; y en aquellos sectores en los que la competencia no es operativa y la regulación gubernamental es reemplazada, la seguridad de una calidad y servicio satisfactorio a los mejores precios.
4) El derecho a ser oídos, a tener la seguridad de que los intereses de los consumidores serán tenidos de total y comprensivamente en consideración la elaboración de las políticas del Gobierno, y a un tratamiento adecuando y ágil en los tribunales administrativos.

Para promover el mayor cumplimiento de estos derechos de los consumidores, es necesario que los programas vigentes del Gobierno sean
reforzados, una mejora en la organización gubernamental, y, en determinadas áreas, que se implemente nueva legislación.

I. REFORZAMIENTO DE LOS PROGRAMAS VIGENTES

Esta Administración ha promovido una amplia gama de acciones concretas para reforzar los programas actualmente en vigor. Los mayores progresos se han conseguido o están camino de hacerlo en muchas áreas importantes. Y el presupuesto de 1963 incluye recomendaciones para mejorar la eficacia de casi todos los programas principales de protección al consumidor.

1) Protección en la alimentación y medicación. Miles de productos comunes para el hogar actualmente a disposición de los consumidores contienen sustancias potencialmente dañinas. Cada año cientos de nuevos usos para productos como los aditivos alimentarios, colorantes alimentarios y pesticidas salen a la luz, añadiendo nuevos peligros potenciales. Para ofrecer una mejor protección y regulación legal en esta área vital, he recomendado un incremento del 25% en la plantilla del Departamento de Alimentación y Medicamentos que está actualmente pendiente de aprobación en el Congreso, el mayor incremento en la historia del departamento. Adicionalmente, para asegurar el efectivo registro de los pesticidas, se ha creado una nueva división dentro del Departamento de Agricultura; y se están exigiendo mayores requisitos en la regulación de pesticidas y en lo que concierne a las actividades de inspección en la ganadería y en la cría de aves.
2) Transporte más seguro. Dado que América (Estados Unidos) hace un uso de autopistas y de transporte aéreo mayor que el de ninguna otra nación, el incremento de la velocidad y de la congestión nos ha exigido adoptar medidas especiales de seguridad. La Agencia Federal de Aviación ha reexaminado los requisitos de control del tráfico aéreo y está diseñando un sistema mejorado para reforzar la seguridad y la eficiencia del futuro tráfico aéreo. El Secretario de Comercio ha creado la Oficina de Seguridad en las Autopistas dentro de la Agencia de Carreteras Públicas para promover el apoyo público a los estándares de seguridad de las autopistas, coordinar el uso de nuevos hallazgos en la investigación de seguridad en las autopistas y fomentar la cooperación del Estado con los gobiernos locales, la industria y grupos relacionados –el Departamento de Salud, Educación y Bienestar está asimismo reforzando su actividad en la prevención de accidentes– y la Comisión de Comercio Interestatal está reforzando el cumplimiento de las exigencia de seguridad para los transportes por carretera. Adicionalmente, estoy solicitando a los Departamentos de Comercio y de Salud, Educación y Bienestar que revisen, con representantes de la industria del automóvil, aquellos cambios en el diseño y equipamiento de los automóviles que contribuyan a ayudarnos a reducir la inasumible cifra de vidas humanas que se cobran las autopistas y la contaminación del aire que respiramos. Una nueva legislación no parece necesaria por el momento a la vista de la acción de la industria del automóvil en el diseño de cambios en los nuevos modelos que reducirán la contaminación atmosférica.
3) Protección financiera. Se están tomando importantes medidas que contribuyan a asegurar una más adecuada protección a los ahorros que los consumidores prudentes guardan para la adquisición de bienes caros, para el día de la tormenta, para la educación de sus hijos, o para hacer frente a sus necesidades en la jubilación”.

Discurso "Iremos a la Luna" pronunciado en Rice University el 12 de Septiembre de 1962

Famoso discurso de Kennedy sobre el programa espacial norteamericano en Rice University el 12 de Septiembre de 1962. En este discurso Kennedy anuncia su intención de poner a un hombre en la Luna antes de que terminase la década. El 20 de Julio de 1969, 7 años más tarde, Neil Amstrong se convertiría en el primer hombre en pisar la superficie de nuestro satélite.

 

[…]
¿Por qué, se preguntarán algunos… elegimos la Luna…? ¿por qué la elegimos como nuestra meta…?
Y tal vez, también se pregunten: ¿Por qué escalar la montaña más alta…? ¿Por qué 35 años atrás volamos sobre el Atlántico…? ¿Por qué Rice jugó Texas..?
Elegimos ir a la Luna, en esta década… no porque sea fácil, sino porque es difícil… Porque esta meta, servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades…
Porque este desafío es uno que estamos dispuestos a tomar. Un desafío que no estamos dispuestos a posponer… Y uno que pretendemos ganar, y a los demás también…
Nosotros enviaremos a la Luna a más de 300.000 km de distancia, desde la estación de control de Houston…
Una nave gigante, de más de 100 metros de alto, como el tamaño de este campo de fútbol…
Será creada de nuevas aleaciones metálicas, muchas de las cuales aún no han sido inventadas… capaces de soportar altas temperaturas y presiones, a niveles que jamás se han experimentado… con una precisión más perfecta que la que se encuentra en un reloj fino…
Llevará todo el equipo necesario, para la propulsión, guía, control, comunicación, comida y supervivencia…
En una misión jamás antes intentada… a un cuerpo celeste desconocido…
Y luego, lo haremos volver de manera segura… Y entrará a la atmósfera a velocidades que superarán los 56.000 kilómetros por hora…
…A temperaturas tan altas, casi como las del Sol. Casi tan calurosas como las que hacen este día acá…
Y hacer todo esto, hacerlo bien, y hacerlo primero. Antes que termine esta década, y porque debemos ser audaces….»

Comunicado "Crisis de los misiles de Cuba" al presidente soviético del 28 de octubre de 1962

«La continuación de esta amenaza conducirá a una intensificación de la crisis y a un grave efecto para la paz del mundo. Por esta razón espero que podamos ponernos de acuerdo…»

«Querido señor presidente: He leído su carta del 26 de octubre con gran detenimiento y celebro conocer su deseo de buscar una pronta solución al problema. Lo primero que precisa hacerse, sin embargo, es cesar en el trabajo de las instalaciones para proyectiles dirigidos en Cuba, a inutilizar todas las armas ofensivas existentes en Cuba, bajo la supervisión de las Naciones Unidas.

En la creencia de que esto se llevará a cabo prontamente, he dado instrucciones a mis representantes en Nueva York que les permitirán trazar durante este fin de sernana, en cooperación con el secretario general en funciones de las Naciones Unidas y sus representantes, un acuerdo para una solución permanente del problema cubano siguiendo las líneas sugeridas por usted en su carta del 26 de octubre.

Tal y como yo leo y entiendo su carta, los elementos claves de sus propuestas que me parecen aceptables en general, tal y como yo las entiendo son los siguientes:

1. Usted acordará eliminar estas instalaciones para armas ofensivas existentes en Cuba, bajo la observación y supervisión de las Naciones Unidas, y proceder, con adecuadas seguridades, a detener la introducción de tales instalaciones y armas en Cuba.

2. Nosotros, por nuestra parte, estaremos dispuestos —mediante el establecimiento de los adecuados acuerdos realizados a través de las Naciones Unidas para asegurar la continuidad y la puesta en marcha de esos compromisos— a lo siguiente:

a) Levantar inmediatamente las medidas de cuarentena ahora en vigor; y b) Dar seguridad contra la invasión de Cuba. Confío en que otras naciones del hemisferio occidental estén dispuestos a actuar del mismo modo.

Si usted da a sus representantes concretas instrucciones, no existe razón por la cual no seamos capaces de completar estos acuerdos y anunciarlos al mundo dentro de un par de días. El efecto de tal acuerdo sobre la tensión mundial nos permitirá continuar trabajando hacia un acuerdo general referente a «otros armamentos» como propone usted en su segunda carta que ha hecho pública. Me gustaría señalar de nuevo que los Estados Unidos están interesados en reducir las tensiones y detener la carrera de armamentos. Y esta carta significa que usted está dispuesto a discutir una tregua que afecta a la OTAN y al Pacto de Varsovia, nosotros estamos dispuestos a considerar con nuestros aliados cualquier propuesta o propuestas convenientes.

Pero la primera condición, preciso es recalcarlo, es el cese del trabajo en las instalaciones de lanzamiento de proyectiles dirigidos en Cuba y las adecuadas medidas para inutilizar tales proyectiles, bajo concretas garantías internacionales. La continuación de esta amenaza, o la extensión de esta discusión referente a Cuba relacionándola con otras cuestiones referentes a la seguridad europea y del mundo, conducirán seguramente a una intensificación de la crisis cubana y a un grave efecto para la paz del mundo. Por esta razón, espero que podamos ponernos de acuerdo conforme a lo señalado en esta carta y en su carta del 26 de octubre de 1962″.

Discurso sobre derechos civiles dirigido al pueblo estadounidense por radio y televisión el 11 de junio de 1963

«Buenas noches conciudadanos:

Esta tarde, tras una serie de amenazas y declaraciones desafiantes, fue necesaria la presencia de la Guardia Nacional de Alabama en la Universidad de Alabama para hacer cumplir el dictamen definitivo e inequívoco del Tribunal de Distrito del Distrito Norte de Alabama de los Estados Unidos. En este dictamen se exigía la admisión de dos jóvenes residentes de Alabama claramente capacitados que, por casualidad, eran de raza negra.

Que se les admitiera pacíficamente en el campus se debe en gran medida a la conducta de los estudiantes de la Universidad de Alabama, quienes cumplieron con sus responsabilidades de forma constructiva.

Espero que todos los estadounidenses, sin importar su lugar de residencia, se tomen un momento para pensar acerca de estos y otros incidentes similares. Esta nación fue fundada por hombres de muchos países y orígenes. Se fundó sobre el principio de que todos los hombres son creados iguales y de que los derechos de cada uno de ellos se limitan cuando los derechos de uno de ellos se ven amenazados.

Hoy, estamos comprometidos en una lucha mundial por promover y proteger los derechos de todos aquellos que desean ser libres. Cuando se envían estadounidenses a Vietnam o a Berlín Occidental, no pedimos que vayan solo blancos. Por lo tanto, debería ser posible que los estudiantes estadounidenses de cualquier color asistan ala institución pública que ellos elijan sin tener que contar con el respaldo de las tropas.

Debería ser posible que los consumidores estadounidenses de cualquier color recibieran un trato igualitario en establecimientos públicos, tales como hoteles, restaurantes, cines y comercios, sin recurrir a manifestaciones en las calles, y debería ser posible que los estadounidenses de cualquier color se inscribiesen para votar en unas elecciones libres sin interferencias ni temor de represalias.
En resumen, debería ser posible que todos los estadounidenses disfrutaran de los privilegios de ser estadounidenses sin importar su raza ni su color. Todos los estadounidenses deberían tener el derecho de ser tratados como desean, como uno querría que trataran a sus hijos. Pero no sucede así.

Hoy en día, un niño de raza negra nacido en los Estados Unidos, sin importar en qué lugar del país nazca, tiene la mitad de las posibilidades de finalizar la escuela que un niño blanco nacido en el mismo lugar y el mismo día, la tercera parte de las posibilidades de finalizar la universidad, la tercera parte de las posibilidades de ser un profesional, el doble de posibilidades de estar desempleado, la séptima parte de posibilidades de ganar 10.000 dólares anuales, el promedio de vida siete años menos y la perspectiva de ganar solamente la mitad.

Esto no es un problema que afecte solo a algunos sectores. Existen dificultades relacionadas con la segregación y la discriminación en todas las ciudades, en todos los estados de la nación, que hacen que en muchas ciudades surja una ola de descontento que va en aumento y que amenaza la seguridad pública. Tampoco es una cuestión de afiliación política. En un momento de crisis nacional, los hombres generosos y de buena voluntad, deberían ser capaces de unirse sin importar los partidos ni las ideas políticas. Ni siquiera es solamente una cuestión legal o legislativa. Es mejor solucionar estos asuntos en los tribunales que en las calles, por lo que se necesitan leyes nuevas en todos los ámbitos, sin embargo, la ley por sí misma no puede hacer que los hombres vean lo que es correcto.

Nos vemos enfrentados primordialmente a una cuestión moral. Es tan antigua como las Escrituras y tan clara como la Constitución estadounidense.

Lo esencial del asunto es si se debe proporcionar a todos los estadounidenses igualdad de derechos e igualdad de oportunidades, si vamos a tratar a nuestros compatriotas estadounidenses como queremos que nos traten a nosotros. Si un estadounidense, por tener la piel oscura, no puede comer en un restaurante público, si no puede enviar a sus hijos a la mejor escuela pública disponible, si no puede votar por los funcionarios de gobierno que lo van a representar; si, en pocas palabras, no puede disfrutar de la vida plena y libre que todos nosotros deseamos, entonces, ¿quién entre nosotros estaría dispuesto a cambiar el color de su piel y ponerse en su lugar? ¿Quién entre nosotros se sentiría feliz con las recomendaciones de tener paciencia y los aplazamientos?
Han pasado cien años de aplazamientos desde que el Presidente Lincoln liberó a los esclavos, pero sus herederos, sus nietos, no son completamente libres. Todavía no están libres de las cadenas de la injusticia. Todavía no están libres de la opresión social y económica. Y este país, con todas sus esperanzas y sus alardes, no será completamente libre hasta que todos sus ciudadanos lo sean.

Predicamos sobre la libertad en todo el mundo y lo hacemos de corazón, y valoramos nuestra libertad aquí, en casa, pero ¿le diremos al mundo y, lo que es más importante, nos diremos a nosotros mismos, que esta es la tierra de la libertad exceptuando a las personas de color; que no tenemos ciudadanos de segunda clase además de las personas de color; que no tenemos sistema de clases ni castas, ni guetos ni raza dominante, salvo las personas de color?

Ha llegado el momento de que este país cumpla su promesa. Los acontecimientos ocurridos en Birmingham y en otros lugares han aumentado de tal forma el clamor por la igualdad que ninguna ciudad, estado u órgano legislativo pueden cometer la imprudencia de ignorarlos.

La llama de la frustración y la discordia arde en todas las ciudades, en el norte yen el sur, donde no existen recursos legales. Se busca la compensación en las calles, en manifestaciones, marchas y protestas que crean tensiones, y amenazan con transformarse en violencia y ponen vidas en riesgo.

Por consiguiente, nos hallamos ante una crisis moral como país y como personas. No se puede solucionar con medidas de represión policial. No se puede esperar a que haya cada vez más manifestaciones en las calles. No se puede acallar con gestos o palabras. Es el momento de actuar en el Congreso, en los órganos legislativos locales y estatales y, sobre todo, en nuestras vidas cotidianas.
No basta culpar a los demás, ni con decir que es un problema de una u otra región del país, ni con lamentar la situación que enfrentamos. Es un momento de grandes cambios y nuestra labor, nuestra obligación, es llevar a cabo esa revolución, este cambio, de forma pacífica y constructiva para todos.

Los que no hacen nada fomentan la vergüenza, así como también la violencia. Los que actúan con valentía admiten lo correcto, además de la realidad.

La semana que viene pediré al Congreso de los Estados Unidos que actúe, que asuma un compromiso que no ha llegado a asumir en este siglo, respecto de que la raza no tiene lugar en la vida ni en las leyes estadounidenses. El poder judicial Federal ha confirmado este principio en el desempeño de sus actividades, incluida la contratación de personal Federal, el uso de las instalaciones Federales y la venta de viviendas financiada con fondos Federales.

Pero hay otras medidas necesarias que solamente el Congreso puede estipular y deben estipularse en esta sesión. El antiguo código de derecho, al amparo del cual vivimos, exige compensación para todo agravio, pero en muchas comunidades y regiones del país, se infligen agravios a los ciudadanos de raza negra y no existe ninguna compensación legal. A menos que el Congreso actúe, su único recurso se encuentra en las calles.

Por consiguiente, pido al Congreso que promulgue leyes que otorguen a todos los estadounidenses el derecho a ser atendidos en los establecimientos públicos, tales como hoteles, restaurantes, cines, comercios y lugares semejantes.

Considero que se trata de un derecho elemental, negarlo constituye una humillación arbitraria que ningún estadounidense en 1963 debería soportar; sin embargo, muchos lo hacen.

Hace poco me he reunido con varios líderes empresariales, para instarlos a adoptar medidas voluntarias que terminen con esta discriminación; su respuesta ha sido alentadora y en las últimas dos semanas, en más de 75 ciudades, se han realizado avances en la eliminación de la segregación en este tipo de establecimientos. Sin embargo, muchos no están dispuestos a actuar solos y, por este motivo, se requiere una legislación nacional que nos permita eliminar este problema de las calles y llevarlo ante los tribunales.
También voy a pedir al Congreso que autorice al Gobierno Federal a participar más activamente en las demandas destinadas a poner fin a la segregación en la educación pública. Hemos conseguido convencer a numerosos distritos para que eliminen la segregación voluntariamente. En muchos de ellos, se han admitido apersonas de raza negra sin violencia. Hoy, hay personas de raza negra que asisten a instituciones estatales en todos nuestros 50 estados, pero el ritmo es muy lento.

Demasiados niños de color que ingresaron a escuelas primarias segregadas hace 9 años, cuando se produjo la sentencia del Tribunal Supremo, ingresarán a escuelas secundarias segregadas este otoño, y habrán sufrido una pérdida que jamás podremos restituir. La falta de una educación apropiada niega a las personas de raza negra la oportunidad de obtener un trabajo decente.
Por lo tanto, la aplicación sistemática de la sentencia del Tribunal Supremo no se puede dejar solamente a aquellos que no tengan los recursos económicos para iniciar acciones legales o que hayan sufrido acoso.

Además se necesitarán otras medidas, tales como mayor protección para ejercer el derecho al voto. Pero, insisto, la legislación no puede solucionar este problema por sí sola. Debe resolverse en los hogares de todos los estadounidenses en todas las comunidades de todo nuestro país.

En este sentido, deseo rendir un homenaje a todos los ciudadanos del norte y del sur que trabajan en sus comunidades para que todos tengamos una vida mejor. No actúan motivados por un sentido de obligación legal, sino motivados por su sentido de dignidad humana.

Ellos se enfrentan al desafío de la libertad en las líneas de fuego, al igual que nuestros soldados y marinos en todo el mundo, por ello les rindo un homenaje por su honor y su valentía.

Conciudadanos míos, este es un problema al que nos enfrentamos todos, en todas las ciudades tanto del norte como del sur. Hoy, hay personas de color desempleadas, dos o tres veces más que los blancos, con una educación inadecuada, que se trasladan a las ciudades grandes, incapaces de encontrar trabajo, en especial, jóvenes desempleados sin esperanza, a quienes se les niega la igualdad de derechos, se les niega la oportunidad de comer en un restaurante o en la barra de un bar o de entrar a un cine, se les niega el derecho a una educación digna, se les niega el derecho a asistir a una universidad estatal aunque cumplan los requisitos. Considero que estos asuntos nos atañen a todos, no solo a los presidentes, congresistas o gobernadores, sino a todos y cada uno de los ciudadanos de los Estados Unidos.

Este es un solo país. Y se ha convertido en un solo país porque todos nosotros y todos quienes llegaron aquí tuvieron las mismas oportunidades para desarrollar su talento.

No podemos decirle al 10 por ciento de la población que no tiene ese derecho; que sus hijos no pueden tener la oportunidad de desarrollar el talento que posean; que la única forma de conseguir sus derechos es salir a manifestarse en las calles. Creo que les debemos, a ellos y a nosotros mismos, un país mejor que ese.

Por consiguiente, les pido su ayuda para que nos sea más fácil avanzar, proporcionar el tipo de trato igualitario que querríamos recibir nosotros mismos y brindar una oportunidad a cada niño de recibir educación de acuerdo con sus capacidades.

Como ya he señalado, no todos los niños tienen las mismas capacidades, las mismas destrezas ni la misma motivación, pero sí deberían tener el mismo derecho de desarrollar sus capacidades, sus destrezas y su motivación para llegar a ser alguien en la vida.
Tenemos el derecho de esperar que la comunidad afroamericana sea responsable y respete la ley, pero ellos tienen el derecho de esperar que la ley sea justa, que la Constitución no discrimine por color, como el Juez Harlan declaró a principios de este siglo.

De esto es de lo que estamos hablando y es un asunto que atañe a este país y a lo que representa, y para conseguirlo pido el apoyo de todos nuestros ciudadanos.

Muchísimas gracias».

Discurso "Yo soy un ciudadano de Berlín" pronunciado el 26 de junio de 1963 en Berlín Occidental

 

“Es un orgullo venir a esta ciudad como huésped de su distinguido alcalde, que simboliza en todo el mundo el espíritu luchador de Berlín Oeste. Es un orgullo visitar la República Federal con vuestro distinguido canciller, que durante muchos años ha comprometido a Alemania con la democracia, la libertad y el progreso. Y es un orgullo venir aquí en compañía de mi compañero americano, el general Clay, que ha estado en esta ciudad durante sus mayores momentos de crisis, y volverá a venir siempre que se lo necesite.

Hace 2 mil años, no existía mayor orgullo que decir ‘Civis romanus sum’(‘Soy un ciudadano romano’). Hoy, en el mundo de la libertad, no hay mayor orgullo que poder decir ‘Ich bin ein Berliner!!’ (‘¡¡Soy berlinés!!’).

“Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende, o dice no comprender, cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. Que vengan a Berlín. Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro… ¡que vengan a Berlín! Y hay algunos que dicen, en Europa y en otras partes, que podemos trabajar con los comunistas… ¡que vengan a Berlín! Incluso hay unos pocos que dicen que es verdad que el comunismo es un sistema diabólico, pero que permite un progreso económico… Lass’ sie nach Berlin kommen! (‘¡Que vengan a Berlín!’).

La libertad se enfrenta a muchas dificultades y la democracia no es perfecta, pero nunca hemos tenido que levantar un muro para encerrar a nuestro pueblo, para impedir que la gente se vaya. Quiero decir en nombre de mis ciudadanos, que viven a muchas millas de distancia al otro lado del Atlántico, muy lejos de ustedes, que ellos sienten como un gran orgullo el haber podido compartir con ustedes, a pesar de la distancia, la historia de los últimos 18 años. No conozco ninguna ciudad, ningún pueblo, que haya sido asediado durante 18 años y que aún viva con la vitalidad y la fuerza, la esperanza y la determinación, de la ciudad de Berlín Oeste. Pese a que el muro es la más obvia y viva
demostración del fracaso del sistema comunista a ojos del mundo entero, no encontramos satisfacción alguna en ello ya que es, como ha dicho el alcalde, una ofensa no sólo contra la historia, sino también una ofensa contra la humanidad, que separa familias, divide maridos y esposas, hermanos y hermanas, divide a la gente que desea volver a estar unida.

Lo que es cierto para esta ciudad, lo es para Alemania: la paz real y duradera en Europa no estará asegurada mientras a uno de cada cuatro alemanes se le niegue el derecho más elemental de ser un hombre libre, y ello significa poder elegir libremente. En 18 años de paz y buena fe, esta generación de alemanes ha ganado el derecho a ser libre, incluyendo el derecho a unir sus familias y su nación, con la buena voluntad de todos los pueblos. Viven en una defendida isla de libertad, pero su vida es parte de algo mayor. Permítanme pedirles que alcen sus ojos por encima de los peligros de hoy, a las esperanzas de mañana. Más allá de la libertad de sólo esta ciudad, Berlín, o de su país, Alemania, hacia el avance de la libertad en todos los lugares. Más allá del muro, hacia el día de la paz con justicia. Más allá de ustedes o nosotros, hacia toda la humanidad.

La libertad es indivisible y cuando un hombre es esclavizado, nadie es libre. Cuando todos sean libres, entonces podremos dirigirnos hacia ese día en que esta ciudad será unida en una sola, y este país y este gran continente que es Europa se unirán en un único globo, lleno de paz y esperanza. Cuando ese día llegue por fin, que lo hará, la gente de Berlín Oeste podrá sentir una sobria satisfacción por el hecho de que ellos estuvieron en primera línea durante casi dos décadas.

Todos los hombres libres, vivan donde vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombre libre, yo digo con orgullo las palabras ‘Ich bin ein Berliner’”.

Discursos de John F. Kennedy
Discursos de John F. Kennedy