Crítica | Centauros del desierto (1956): la búsqueda obsesiva - Revista Cintilatio

Centauros del desierto
La búsqueda obsesiva

País: Estados Unidos
Año: 1956
Dirección: John Ford
Guion: Frank S. Nugent (Novela: Alan Le May)
Título original: The Searchers
Género: Wéstern, Aventuras
Productora: Warner Bros.
Fotografía: Winton C. Hoch
Edición: Jack Murray
Música: Max Steiner
Reparto: John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Hank Worden, Walter Coy
Duración: 119 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1956
Dirección: John Ford
Guion: Frank S. Nugent (Novela: Alan Le May)
Título original: The Searchers
Género: Wéstern, Aventuras
Productora: Warner Bros.
Fotografía: Winton C. Hoch
Edición: Jack Murray
Música: Max Steiner
Reparto: John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Hank Worden, Walter Coy
Duración: 119 minutos

Con una visión del racismo ambivalente, la obra más aclamada de John Ford elabora un retrato colectivo e ideológico a través de la lucha del individuo por sobrevivir y hacer cumplir, cueste lo que cueste, el deber impuesto socialmente.

Un 16 de junio de 1961 se estrenó en España Centauros del desierto —traducción «adaptada» del título original, The Searchers— del director estadounidense John Ford. Su debut mundial había tenido lugar algunos años antes, el 13 de mayo de 1956 en Chicago, y tuvo un presupuesto estimado de 3.750.000 millones de dólares y Monument Valley(Colorado) y Mexican Hut (Utah) como principales ubicaciones. Aunque la recaudación no fue excesiva, y los críticos tuvieron sus reservas, el paso del tiempo la ha convertido en una de las grandes películas de culto del wéstern. No en vano, ha influencia en películas como La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) o Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976). De hecho, en 1989 la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos la incluyó en su registro nacional fílmico al considerarla «cultural, histórica o estéticamente significativa».

Como punto de partida, el guion se inspiró en la novela homónima de Alan LeMay de 1954, The Searchers, publicada en forma de serial en el Saturday Evening Post. Esta, además, se basó en un hecho real de la época: el secuestro de Cynthia Ann Parker, una niña blanca, por los comanches en Fort Parker en 1836. Como sugiere la película, el hecho real tuvo más de odisea que de suceso puntual, ya que Parker se convirtió en la esposa de Peta Nocona, jefe de los Noconi, y cuando fue rescatada en 1860 intentó volver con la tribu, no logrando adaptarse y muriendo finalmente al dejar de comer. En Centauros del desierto, seguimos las últimas andanzas de Ethan Edwards (interpretado por John Wayne), soldado derrotado en la Guerra de Secesión, que tres años después vuelve a su hogar. Entonces, la aparente tranquilidad de lo familiar se ve interrumpida por un suceso inesperado: su sobrina Debbie (Natalie Word) es secuestrada por los comanches, que además asesinan a su familia y queman su rancho, lo que motivará la búsqueda incesante de Ethan por encontrarla.

Un retrato de la sociedad del momento, y de la lucha del sujeto individual frente a la identidad y lo desconocido.

Uno de sus elementos más controvertidos fue el tratamiento del racismo. Sobre todo porque, en aquella época, el rigor histórico no era algo indispensable a la hora de narrar las historias, e incluso no era muy tenido en cuenta por el público —la postura crítica hacia la cultura audiovisual es relativamente reciente—. Como consecuencia, que el enemigo/indio principal, Scar, fuera interpretado por un actor blanco, Harry Brandon, no supuso ninguna polémica. Debido a esto, no extraña que los indios sean representados como el mal absoluto, sin dar apenas pistas sobre su comportamiento o raíces, y todo aparezca narrado desde la percepción de los blancos. No obstante, Ford fue cambiando su postura: en El gran combate (1964) la historia mostraba la explotación exacerbada e injusta de los indios. Incluso, hizo explícita su visión al comentar: «Yo he matado más indios que Custer, Beecher y Chivington juntos, y la gente de Europa siempre quiso saber cómo eran los indios. Siempre hay dos perspectivas de la misma historia y, para variar, yo he querido narrarla desde su punto de vista. Debo reconocer que siempre les hemos tratado muy mal».

También, Ethan mantiene una doble faceta: por un lado, el odio y desprecio que mantiene hacia los indios es evidentemente racista; pero, por otro, su misión principal es honorable y épica. Es un héroe, pero «a pesar de todo», o poniendo todos los prejuicios y matices personales por delante. Una década más tarde, esta férrea defensa del deber por encima de todo se diluiría con la decadencia del género como tal, y el surgimiento del spaghetti wéstern de Sergio Leone. En su Trilogía del dólar (1964-1966), el director romano acentuó la ambigüedad de los personajes, sin pasado y un hogar al que volver, llevando los gestos y el antiheroísmo a un espacio más próximo a la realidad, sin tintes moralistas y/o psicológicos. Volviendo al personaje interpretado por John Wayne, su doble vertiente como hombre individualista, autoritario y fuerte, que a su vez es vulnerable y contradictorio, hacen que el filme sea una verdadera búsqueda psicológica, prácticamente obsesiva y neurótica. Ampliando la perspectiva, es un retrato de la sociedad del momento, y de la lucha del sujeto individual frente a la identidad y lo desconocido —con la supervivencia, la amistad, la familia o el amor como temas permanentes al fondo—. A medio camino entre lo dramático y lo cómico (incluso la parodia, pues hay quienes consideran que la película se pierde en las elipsis en su segunda mitad), si hay un elemento característico de Centauros del desierto que reseñar es su estética. La historia comienza con una puerta y termina con otra, en cuyo interior quedan perfilados los personajes y su incertidumbre psicológica. El aire poético que hay en esta circularidad, a la manera de un Ulises moderno —tras la sed de venganza, la dureza desértica o el perdón—, es quizás uno de sus legados, del que tanto se ha escrito y homenajeado, incluso, sesenta años después.

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