No me chilles, que no te veo (1989), de Arthur Hiller

Graciosa comedia protagonizada por la pareja formada por Richard Pryor y Gene Wilder, sin duda dos de los más experimentados comediantes del panorama de los 80, que compiten a ver quién transmite la impresión de ser un tipo más pasmado, aunque se juega a que uno es el graciosete, y el otro más serio.

En esta película de ocurrente punto de partida, Wally (Pryor) y Dave (Wilder) son los encargados de un kiosco de periódicos en Nueva York. Todo es normal para ellos en el trabajo diario, pero cada uno tiene algo muy especial: Wally es ciego y su amigo Dave, sordo. La vida cambia para ellos cuando, de repente, un día un hombre es asesinado delante de su establecimiento. Los dos resultan ser los únicos testigos, pero ninguno tiene la "foto" completa.

La idea, por supuesto, es jugar con la discapacidad de uno y otro, ante una policía neoyorquina que no cree en su versión de los hechos, y ante un par de criminales (un Kevin Spacey todavía por hacer y la modelo Joan Severance) que quieren recuperar una valiosa moneda que el asesinado ocultó en la caja del kiosko. Es algo irregular, con algunos gags más divertidos que otros, y de estudiada frivolidad. Dirige Arthur Hiller, quien ya había trabajado con los protagonistas en El expreso de Chicago, un film más logrado.