arquitectura palatina – Fuentes para la historia de la arquitectura

El palacio al-Badī’ de Marrakech en la crónica del historiador al-Ifrānī.

FUENTE

Fragmentos de la crónica del historiador alauí Muḥammad aṣ-Ṣagīr b. al-Hāǧǧ b. cAbd Allāh al-Ifrānī (1669-1745), titulada Nuzhat al-ḥādī bi-aḫbār mulūk al-qarn al-ḥādī [ Recreo del camellero con noticias de los reyes del siglo XI]. Fue editada y traducida al francés por el arabista Octave Houdas (1840-1916), Histoire de la dynastie saadienne au Maroc (1511-1670), Paris (Leroux Éditeur), 2 vols, 1889. Disponemos de una nueva edición de cAbd al-Laṭīf Šāḍilī publicada en Casablanca (Matbacat al-naǧāḥ al-ǧadīda), 1998. Ofrecemos aquí la traducción al español. La edición (y traducción) de Octave Houdas está digitalizada y disponible en libre acceso:

Nozhet-elhâdi; histoire de la dynastie saadienne au Maroc (1511-1670)[v.2] : Ifrānī, Muḥammad al-Ṣaghīr ibn Muḥammad, ca. 1669-ca. 1738. : Free Download, Borrow, and Streaming : Internet Archive

TEXTO

Fue con la intención de realzar la brillantez de los Jerifes que al-Manṣūr se implicó en la construcción de este palacio pues, como dijo el poeta, «cuando los príncipes quieren dejar huella de su gloria / lo hacen con el lenguaje de los monumentos. Toda construcción que alcanza proporciones considerables / permanece como el testigo de un personaje glorioso». Una vez tomada la decisión, al-Manṣūr convocó a todos los sabios y personas virtuosas y les pidió que fijasen el momento en que todo había de comenzar. Las primeras obras de fundación se hicieron durante el quinto mes del reinado del príncipe, el mes de šawwāl del año 986 y, sin interrupciones, el proyecto sólo culminó en 1002.   

Al-Manṣūr había convocado a trabajadores de todos los países, incluso de Europa, y el número de artesanos y de arquitectos reconocidos que acudían a diario fue tan importante que se organizó un gran mercado a la entrada del palacio donde los mercaderes traían sus mercancías y objetos más preciosos. El mármol traído de Italia se pagaba con su peso en azúcar pues, como cuenta al-Fištālī en las Manāhil aṣ-ṣafā’, se habían instalado numerosas prensas de caña de azúcar en las regiones de Ḥāḥā y Šīšāwā y en otros muchos lugares. En cuanto al yeso, la cal y otros materiales de construcción el sultán los hizo venir de todos los países.   

El Badīc, edificio de forma cuadrada, tiene en cada una de sus caras una gran e imponente cúpula, alrededor de cada una de las cuales, emergen otras cúpulas, palacios y moradas. Su altura es considerable y ocupa una gran superficie. Cierto es que se trata de la edificación más notable y la obra más hermosa que existe hoy en día; las trompetas de la Fama son insuficientes para celebrar su magnificencia, pues eclipsa el recuerdo de Gumdān, hace palidecer las ciudades de az-Zahrā’ y az-Zāhira y mirar con desdén las cúpulas de Damasco o las pirámides de El Cairo.

Allí se emplearon ónices de todos los colores y mármoles blancos como la plata o totalmente negros. Los capiteles de las columnas estaban recubiertos de oro fundido o de finas láminas de oro. El suelo estaba alfombrado con soberbias losas de mármol pulido y finamente tallado. Los zócalos estaban cubiertos de azulejos esmaltados de muchos colores que simulaban un trenzado de flores o los ricos bordados de un manto. Finalmente, los techos estaban recubiertos con oro y las paredes, ornadas con ese mismo metal, se ofrecían decoradas con brillantes esculturas talladas en el estuco más hermoso.

Para ser sinceros, el Badīc es uno de los monumentos más altos y espléndidos que jamás hayan existido y supera en belleza a los palacios de Bagdad. Es un paraíso terrenal, una de las maravillas del mundo, la culminación del arte; ante él, nos embarga el placer y la admiración.

(…)

Esa predicción [de abandono y destrucción] se cumplió bajo el gobierno del sultán victorioso Mawlāy Ismācīl b. aš-Šārīf. En efecto, el príncipe ordenó destruir el Badīc en 1119 por demasiados motivos como para ser enumerados aquí. Todos los edificios fueron arrasados, los materiales destrozados, los objetos artísticos dañados y dispersados. El suelo quedó en barbecho, como si nunca hubiese sido nada, se convirtió en pasto para animales, guarida de perros, refugio de búhos. 

(…)

A lo largo de mis viajes, mis pasos me llevaron a recorrer el Badīc. Contemplando esas ruinas aterradoras, recité los versos Ibn cArabī de su libro al-Muḥaḍarāt, unos versos que había compuesto cuando visitó las ruinas de az-Zāhira. Recité más tarde el dístico de Ibn al-Abbār recogido en su Tuḥfat al‑qādim. Examinando el nombre Badīc, calculé que el valor numérico de sus letras correspondía a la cifra 117, y que éste era el número exacto de años durante los cuales el palacio se mantuvo en pie floreciente. En efecto, fue terminado en 1002 y, como indica el valor numérico de los caracteres de su nombre, una vez concluido alcanzó 117 años. Se trata de una coincidencia singular. La duración, la eternidad y el poder absoluto pertenecen a Dios.

COMENTARIO

Sabemos poco de la biografía del historiador alauí Muḥammad aṣ-Ṣagīr b. al-Hāǧǧ b. cAbd Allāh al-Ifrānī. Nacido en Marrakech alrededor de 1669, su familia provenía de la región de Sus, de la tribu bereber de los Banū Ifran como indica su nisba.  Comenzó sus estudios en su ciudad natal, pero pronto se trasladó a Fez para continuar su formación en la madrasa Qarawiyyin. Escritor tardío, compuso su primera obra a los 48 años. Estuvo vinculado a la corte del sultán alauí Mawlay Ismacīl (r. 1672-1727) y, tal vez a petición suya, escribió una crónica de su reino, hoy perdida. A su muerte, fue enterrado en el oratorio Yūsufī, muy cerca de la mezquita Qarawiyyin de Fez, donde había impartido clases. Su obra más conocida es la Nuzhat al-ḥādī bi-aḫbār mulūk al-qarn al-ḥādī (c. 1724). En ella recoge al-Ifrānī la historia de la dinastía saadí, que gobernó el sultanato de Marruecos entre 1509 y 1659, dedicando buena parte de sus páginas a la época del sultán Aḥmad al-Manṣūr. Escrita casi un siglo más tarde, el cronista recoge muchas noticias de hasta treinta y cuatro obras anteriores, en especial de las Manāhil aṣ-ṣafā’ fī aḫbār al-mulūk aš-šurafā’ del poeta Abū Muḥammad Abū Farīs cAbd al-cAzīz b. Muḥammad b. Ibrāhīm aṣ-Ṣanhāǧī al-Fištālī (1549-1621), el gran visir de la pluma, encargado de la correspondencia real durante el gobierno del sultán Aḥmad al-Manṣūr. Aunque reproduce largos fragmentos de las Manāhil, al-Ifrānī no se apropia de la prosa florida del historiador de al-Manṣūr, pues fija con precisión el principio y el final de sus citas. Su Nuzhat al-ḥādī es hoy la principal fuente para el estudio del Marruecos de época moderna.

Nos interesan aquí los breves párrafos que dedica a la descripción del palacio al-Badīc (‘el incomparable’) de Marrakech, uno de los conjuntos palatinos más impresionantes del occidente islámico. Aunque al-Ifrānī supone que se trata del primer palacio de la dinastía de los jerifes, sabemos que en la qaṣba de Marrakech existió un palacio previo, obra del sultán cAbd Allāh al-Gālib (1557-1574). Disponemos de una breve noticia de este en la Descripción general de África (1573) del historiador granadino Luis del Mármol Carvajal (1524-1600). Precisamente sobre este primer palacio se erigirá el Badīc. En 1578, apenas cinco meses después de la llegada al trono del sultán Aḥmad al-Manṣūr y para conmemorar su victoria en la batalla de Alcazarquivir, se inician las obras que se prolongarían durante casi dieciséis años.

Fig. 1 Retrato del sultán Mulāy Aḥmad al-Manṣūr (r. 1578-1603). André Thevet (1516-1592), «Cherif roi de Fez et de Maroc», Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins et payens: recueilliz de leurs tableaux, libres, médalles antiques et modernes, París (Vesve Kervert et Guillaime Chaudière) 1584, fol. 646r.

Según al-Ifrānī, participan en la construcción operarios y artesanos llegados de muchos países, incluso europeos. Sin duda la prosperidad del sultanato durante el gobierno de Aḥmad al-Manṣūr atraería, a lo largo de los años, mano de obra de distintos territorios del dār al-islām. Por otro lado, es bien sabido que eran muchos los extranjeros presentes en la corte saadí, como médicos y traductores al servicio del maḫzen, cónsules y comerciantes instalados en la medina de Marrakech, cautivos o renegados.

Disponemos de una vista de Marrakech de mediados del siglo XVII, estampa del pintor y grabador holandés Adriaen Matham (1599-1660) quien, entre 1640 y 1641, formó parte de la comitiva del embajador de los Países Bajos ante la corte alauí. En este grabado se adivina el aspecto fortificado de la alcazaba real, con torres de remate almenado y cubiertas a cuatro aguas que cubrían las cúpulas de sus pabellones. La Bāb Aknāw, puerta monumental almohade de finales del siglo XII, conducía a una plaza delimitada por la antigua mezquita almohade de Mawlāy al-Yazīd, junto con sus anexos y la necrópolis real saadí. A su derecha se encontraba el gran patio del palacio al-Badīc.

Fig. 2 Vista de la qaṣba de Marrakech. Adriaen Matham (1599-1660), Palatium magni. Regis Maroci in Barbaria. Vue de Marrakech en 1641 d’après l’estampe d’Adrien Matham conservée au Cabinet des estampes à Amsterdam,Paris (Demoulin Frères sc), 1641.

Al-Badīc era la parte pública del palacio, destinada a ceremonias de audiencia, festejos cortesanos y religiosos. Al-Ifrānī nos habla de un enorme edificio de planta cuadrada. En efecto, rodeado de altas murallas de tapial, el palacio estaba construido en torno a un gran patio de crucero de 150 x 106 m. El patio poseía una alberca central con una isleta con fuente de doble taza, rodeada por cuatro jardines rehundidos con andenes de pavimento cerámico. Este esquema aparece ya en el siglo XII, en las residencias del rey Ibn Mardanīš en Murcia, se impone durante el período nazarí y se perpetúa aquí adoptando dimensiones colosales. Al-Ifrānī describe cuatro imponentes cúpulas: en torno al patio se erigían dos o pabellones cubiertos por grandes cúpulas o qubba, espacios de recepción, con salones laterales.

Conocemos bien la disposición interna del palacio gracias un plano esquemático realizado antes de la destrucción del palacio por el orientalista y matemático holandés Jacob Golius (1596-1667), quien, en 1622, formó parte de la embajada holandesa ante la corte marroquí. Golius representó con exactitud los salones con alhanías en sus extremos, las puertas y arcos de comunicación, las albercas y fuentes de los jardines. Dicho plano fue publicado por el embajador británico John Windus en su libro A Journey to Mequinez (1725).  En la leyenda adjunta, Windus indicaba la función de las diferentes estancias, desde los pabellones de recepción hasta las alcobas y los baños.

Fig. 3 Plano realizado por Jacob Golius (1596-1667) y publicado por John Windus, A Journey to Mequinez. The Residence of the Present Emperor of Fez and Morocco, on the Occasion of Commodore Stewart’s Embassy thither for the Redemption of the British Captives in the Year 1721, Dublin (George Ewing), 1725, pág. 222.
 

Al-Ifrānī dedica un largo pasaje a describir la rica decoración del interior del palacio, donde enumera ricos mármoles, capiteles tallados, yeserías doradas y alicatados. El análisis de la huella que han dejado los distintos materiales de revestimiento sobre los paramentos muestra que las estancias del palacio contaban con zócalos de alicatado cerámico de más de dos metros de altura, lienzos de yeserías talladas y policromadas y, coronando el conjunto, a casi ocho metros de altura, un arrocabe de madera labrada y policromada y cubiertas ataujeradas con forma de cúpula. En otras construcciones erigidas bajo el gobierno del sultán al-Manṣūr, como el mausoleo real o la madrasa Ben Yūsuf, encontramos una decoración similar a la que, sin duda, cubría en su día las estancias de al-Badīc.

Insiste al-Ifrānī en las finas láminas de oro que cubrían capiteles, cubiertas y paredes. Es sin duda una referencia a la riqueza del sultán, uno de los monarcas más ricos de su tiempo; en efecto, el rescate de los nobles portugueses cautivos tras la batalla de Alcazarquivir y la conquista del Sudán le valdrán el sobrenombre de aḏ-Ḏahabī o el áureo. Refiere al-Ifrānī en su crónica que, tras la conquista del Sudán y sus minas de oro en 1585, el sultán recibía ingentes cantidades de tibar o polvo de oro que permitían pagar a los funcionarios en metal puro, a la vez que señala que mil cuatrocientos martillos acuñaban monedas de oro de peso exacto a la puerta de palacio, mientras que otra parte del precioso metal se dedicaba a la confección de arracadas y otras joyas.

Más allá de los brillos dorados, disponemos de una imagen contemporánea que nos revela la variedad de colores de al-Badīc: se trata del plano realizado en 1585 por el trinitario Antonio da Conceição (1549-1589). El documento figura en su obra Relação da vida e morte de sete moços, informe remitido al rey Felipe II sobre el martirio de siete jóvenes portugueses. Dicha obra fue traducida al francés por el franciscano Henry Koehler en 1937, quien mencionaba el plano sin reproducirlo y, pocos años después, ofreció un estudio de este en la revista Hespéris (1940). El plano permite apreciar el pavimento de cerámica esmaltada en blanco, amarillo y verde, los pórticos con columnas que sostienen arcos de lambrequines o las cubiertas a cuatro aguas con tejas esmaltadas en verde.

Fig. 4 – Fray Antonio de la Conceição (1549-1589), mapa en perspectiva del palacio del sultán Aḥmad al-Manṣūr en Marrakech. Real Biblioteca de El Escorial, ms. d-III-27, Relação da vida e morte de sete moços que Molei Amete rei de Marrocos matou por que erao xpaos, 1585, fol. 64, doble folio de 341 x 476 mm, con oro y colores.

Al-Ifrānī no escatima elogios sobre el desaparecido palacio comparando su magnificencia con maravillas de la Antigüedad, como el Qaṣr Gumdān, palacio yemení de Saná cuya construcción se atribuye a Sem, hijo de Noé, las pirámides de El Cairo, las cúpulas de la Damasco omeya o los palacios abasíes de Bagdad.

Si para su descripción de al-Badīc al-Ifrānī se apoya en fuentes y documentación de época saadí, es su propia voz la que oímos cuando evoca la destrucción del palacio. Su crónica es, junto a la Mémoire de 1693 del cónsul francés Jean-Baptiste Estelle (1662-1723), la fuente fundamental sobre su derribo. Fue el sultán alauí Mawlāy Ismācīl b. aš-Šarīf (1672-1727) quien ordenó su demolición y la recuperación de sus materiales destinados a la construcción de Mequinez, la nueva capital del sultanato. El expolio sistemático dejó los muros de tapial desnudos y el palacio se convirtió en las imponentes ruinas de ecos clásicos que hoy contemplamos. Mucho más tarde, el sultán Mawlāy Ḥasan b. Muḥammad (1873-1894) instaló en el recinto del palacio una industria de fundición dedicada a la producción de armas.

Por otra parte, ofrece el cronista una curiosa reflexión a propósito del nombre al-Badīc. De acuerdo a los principios del cilm al-ḥurūf o ciencia de las letras, para al-Ifrānī el valor numérico de sus caracteres coincide con los años de efímera vida del palacio.

Fig. 5 – Mequinez, Bāb al-Manṣūr, puerta de entrada a la ciudad construida por el sultán Mawlāy Ismācīl en 1672 y concluida bajo el gobierno de su hijo Mawlāy cAbd Allāh en 1732.
Fig. 6 – Ruinas del palacio al-Badīc de Marrakech.

Concluye su descripción al-Ifrānī comparando las ruinas de Marrakech con las de los palacios omeyas cordobeses. Es muy acertada su comparación, pues el tamaño de las estancias de al-Badīc y la extensión de sus jardines son equiparables a la escala del conjunto califal de Madīnat al-Zahrā’. Y son muchos los ecos de la tradición arquitectónica áulica andalusí en la ciudad palatina de Marrakech.

Cita al-Ifrānī un dístico del historiador y político andalusí Ibn al-Abbār (1199- 1260) tomado de su Tuḥfat al‑qādim [Regalo del que llega] que alude a la destrucción de Madīnat al-Zāhira. Hace también referencia al místico y poeta de origen murciano Ibn cArabī (1165- 1240) y a los versos de su Kitāb muḥaḍarāt al-abrār wa-musāmarāt al-aḫyār fī-l-adabiyyāt wa-l-nawādir wa-l-aḫbār [En presencia de los justos y en tertulia con los mejores acerca de las humanidades, anécdotas y noticias], obra compuesta entre 1215 y 1226. Las Muḥaḍarāt son una importante contribución al género árabe del adab y la relevancia de Ibn cArabī explica la repercusión de su obra. No resulta extraño que, ya en el siglo XVIII, al-Ifrānī aproveche la ocasión para mostrar su amplia cultura y evoque los versos que Ibn cArabī había dedicado a las ruinas de Madīnat al-Zahrā’ y a Madīnat al-Zāhira, que vuelven a su memoria al contemplar sobrecogido las ruinas de Marrakech.

ENLACES A VÍDEOS Y AUDIOS COMPLEMENTARIOS

El palacio al-Badīc, reconstrucción virtual realizada por el Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) de la Escuela de Estudios Árabes del CSIC en Granada (2012).

El palacio al-Badi’

BIBLIOGRAFÍA

Almagro Gorbea, Antonio, «El palacio sa’adí al-Badi’ (Marrakech). Entre al-Ándalus y el Egipto mameluco», en Juan Carlos Ruiz Souza y Susana Calvo Capilla (eds.), Las artes en Al-Ándalus y Egipto. Contextos e intercambio, Madrid (La Ergástula), 2017, págs. 27-49, disponible en http://hdl.handle.net/10261/172880.

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Almagro Gorbea, Antonio, «Los alzados del patio del palacio al-Badī‘ de Marrakech. ¿Diseño y construcción por el método de ‘prueba y error’?», Arqueología de la Arquitectura, 17 (2017), disponible en: http://dx.doi.org/10.3989/arq.arqt.2017.012

Erzini, Nadia y Stephen Vernoit, «The Marble spolia from the Badi’ Palace in Marrakech», en Venetia Porter y Miriam Rosser Owen (eds.), Metalwork and Material Culture in the Islamic World: Art, Craft and Text. Essays presented to James W. Allan, London (Tauris & Co), 2012, págs. 317-336.

Koehler, Henry, «La kasba saadienne de Marrakech d’après un plan manuscrit de 1585”, Hespéris, 27 (1940), págs. 1-20.

Meunier, Jacques, «Le Grand Riad et les bâtiments saadiens du Badi selon le plan publié par Windus», Hespéris, XLIV (1957), págs. 129-134.

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