Las auroras ante los ojos de un viajero: Javier Cacho
Las auroras boreales desde un punto de vista poético con los ojos de un científico
Todos los años, con la llegada de los fríos y la noche invernal, miles de personas abandonan, al menos con el pensamiento, su lugar habitual de residencia para viajar a las regiones más cálidas del planeta, buscando las largas horas de luz y el calor del Sol.
Tan sólo unos pocos centenares se atreven a invertir el proceso, y dirigirse a esas regiones donde la oscuridad se ha adueñado del día y donde las temperaturas han descendido hasta amenazar la vida. Yo soy una de ellas.
Comprendo esa migración hacia el Sur buscando el calor que revitalice el cuerpo, pero me siento más atraído por encontrar la belleza que alimenta el alma y que, al menos yo, suelo encontrar en las regiones polares.
Las Luces del Norte
Bajo este nombre tan sugerente y, a la vez, enigmático se han referido durante siglos –en el mundo anglosajón– a ese misterioso fenómeno que enciende la noche polar y que nosotros llamamos Auroras, en referencia a la diosa romana del alba.
Los Sami –el pueblo originario del norte de la región escandinava– les dieron el nombre de Revontulet, que procede de la unión de dos palabras: Tulet –fuego– y Revo –zorro, el zorro de fuego.
No parece posible encontrar una imagen más poética y que describa mejor ese juego de luces, que se mueven elegantemente sobre el fondo negro de la noche dibujando formas luminosas y esponjosas que se desvanecen ante nuestros ojos, recordándonos la fugacidad de la belleza y puede que, incluso, la de nuestra propia vida.
Puede que ningún fenómeno de la naturaleza tenga el embrujo de una Aurora boreal o austral. Esas misteriosas cortinas de luces brillantes que serpentean sobre el cielo estrellado de las regiones polares tienen una magia especial que cautiva para siempre.
Un espectáculo incomparable que tiene el añadido de la aleatoriedad, y, por lo tanto, de la paciente espera para disfrutar de un instante efímero, cuya fantasía de formas y colores difícilmente la cámara fotográfica puede capturar.
Y como en los juegos del amor, noches en vela cargadas de esperanza, bajo un frío que cala inmisericorde, confiando en poder vivir unos momentos fugaces de dinamismo luminoso preñados de emociones que luego no será posible describir, y menos fijar en palabras. Un espectáculo grandioso que toda persona debería ver, al menos, una vez en su vida.
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