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Alejandro Magno, padre de Leibniz y Luis XIV

Alejandro Magno, padre de Leibniz y Luis XIV

La última novela del escritor argentino Daniel Guebel parte de una pregunta: ¿qué sucedió cuando Gottfried Wilhelm Leibniz viajó desde el Imperio Romano Germánico hasta Francia para convencer a Luis XIV de invadir Egipto? La respuesta es una novela que combina Historia y Filosofía, humor e inteligencia, entretenimiento y literatura.

En este making of Daniel Guebel explica el origen de El rey y el filósofo (Random House).

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Larga duración tienen las palabras, y más aún las dificultades, porque solo los obstáculos insuperables traman el desvío que nos lleva a destinos distintos del que anhelábamos.

A los dieciocho años empecé a revisar los anaqueles de las bibliotecas públicas buscando información sobre Alejandro Magno. Excepto Jesús, no debe de haber personaje público sobre el que se haya escrito y publicado tanto. Hay Alejandros orientales, griegos, edípicos, teológicos y teopómpicos, hiperbólicos, culturales, estratégicos… Sin embargo, yo quería escribir mi propia novela sobre el sujeto, abundar en el exceso. Me fascinaba la figura del conquistador conquistado: el macedonio Alejandro que en su cruzada termina convertido en un sátrapa oriental, un verdadero persa. Por supuesto, no escribí ese libro. Entonces no contaba con los recursos más elementales como para dar comienzo a semejante emprendimiento. Pero la fascinación persistía.

"En realidad, tenía que escribir una Historia General de las Conquistas y los Conquistadores, un libro que me tendría ocupado hasta el día de la campana final, donde contaría vida y hechos de todos"

Años más tarde, en mi novela El absoluto, dediqué su capítulo más extenso a la figura de Napoleón, quien, como una especie de Alejandro Magno aggiornado, cuando conquista Egipto finge convertirse al Islam y manda a sus oficiales a circuncidarse y casarse con las hijas de la nobleza local. No sé cuántos de estos militares entregaron su petzele al cuchillito desprepuciador. Concluido ese capítulo, me enteré que el proyecto de invasión a Egipto lo había concebido al menos un siglo antes un filósofo alemán, Gottfried Wilhelm Leibniz, y se lo presentó bonitamente redactado en latín al Rey Sol, Luis XIV. Pero yo tenía que avanzar en la novela y no detenerme allí, así que la información acerca del encuentro entre el rey el filósofo se redujo a su mención en una frase, y ahí quedó, como queda un lunar en el pabellón de una oreja, y años más tarde, cuando molesta, su portador se lo extrae y lo manda analizar y el médico le dice: “No era un lunar, era su hermano mellizo, que no se desarrolló”.

"El misterio, en todo caso, era ¿por qué Luis XIV, que se metió con dispar fortuna en cuanta guerra le vino a gana, no se metió en un asunto tan redituable?"

La explicación puede ser falsa —no soy genetista— pero la anécdota es cierta, y así fue todo. Tantos otros años más tarde revisé mis anotaciones sobre Alejandro, y decidí que el proyecto era a la vez innecesario y modesto. En realidad, tenía que escribir una Historia General de las Conquistas y los Conquistadores, un libro que me tendría ocupado hasta el día de la campana final, donde contaría vida y hechos de todos. Desde, digamos, Atila, Julio César, Alejandro, Gengis Khan, Napoleón, hasta ¿Hitler? ¿Putin?… Imperios y Personalidades. Por supuesto, íntimamente sabía que no iba a escribir ese libro. ¿Cuántos conquistadores aguanta el lector hasta que descubre  la tediosa monomanía que los vuelve idénticos? En medio de mi desazón, me vino a la mente la anécdota extraviada en un cuerpo ajeno. Extraje ese lunar y me puse a observarlo. Busqué por aquí y allá información acerca de la visita de Leibniz a Luis XIV y su entrega del Proyecto de Expedición a Egipto (Concilium Aegyptiacum). Compré todo lo que encontré sobre Leibniz y algunas biografías de Luis XIV, pero en ninguna parte encontraba la menor información acerca del asunto. Casi como si no hubiera ocurrido. Consulté con un par de filósofos y divulgadores eminentes. Nada. Hasta que encontré el texto, de apenas cinco páginas. Una sensata explicación de los motivos por los que a Francia, principal potencia europea de la época, le convenía cruzar los mares y remontar el Nilo río arriba. El misterio, en todo caso, era ¿por qué Luis XIV, que se metió con dispar fortuna en cuanta guerra le vino a gana, no se metió en un asunto tan redituable?

El rey y el filósofo presenta una respuesta posible para esa pregunta… De todos modos, espero que el libro no se justifique por sus presuntas luminosas verdades históricas sino por lo que permite explorar de los recovecos barrocos del pensamiento de Leibniz y de los pasillos y salas y camas del palacio de Versalles, y por el modo en que pensamiento y arquitectura construyen esta novela. Nunca me reí tanto como entonces, revisando o inventando intrigas, conspiraciones de la alta y la baja política, delaciones. Desinformación, inteligencia y contrainteligencia, acuerdos y desacuerdos, asesinatos, romances, traiciones y reparaciones. Fui muy feliz escribiendo el libro, me entregué a todas las tentaciones, escribí, un mundo lleno de mundos, hecho de todos los mundos (y estilos) posibles. Confrontar al mayor filósofo con el mayor monarca de aquella época, volverlos personajes-personas, detestables y queribles, amigos-enemigos, fue una gran compensación a mi insuperable dificultad para escribir una novela acerca de Alejandro Magno.

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Autor: Daniel Guebel. Título: El rey y el filósofo. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros.

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