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El árbol generoso

Había una vez en un pueblo muy lejano, donde el cielo siempre estaba despejado y azul, un árbol muy especial llamado Mateo. Mateo era un árbol enorme y frondoso que vivía en la plaza principal del pueblo.

Todos los días, los niños del colegio cercano iban a la plaza a jugar y descansar bajo la sombra de Mateo. A ellos les encantaba escalar por sus ramas y contar historias mientras comían su merienda.

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Mateo disfrutaba mucho de la compañía de los niños y siempre les regalaba las mejores frutas que tenía. Un día, una sequía terrible azotó al pueblo, haciendo que todos los cultivos se marchitaran y escaseara la comida.

Los habitantes estaban preocupados por cómo sobrevivir sin alimentos suficientes para todos. Los niños ya no tenían meriendas para llevar al colegio y se sentían tristes sin poder jugar bajo la sombra de Mateo.

"¿Qué vamos a hacer ahora? Ya no tenemos comida para llevar al colegio", dijo Martina con lágrimas en los ojos. Los adultos del pueblo se reunieron en la plaza para buscar soluciones, pero nadie sabía cómo resolver el problema de la falta de comida.

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Fue entonces cuando Mateo habló por primera vez en años. "No se preocupen, queridos amigos. Yo tengo muchas frutas guardadas que puedo compartir con ustedes", dijo Mateo con voz tranquila. Todos quedaron sorprendidos al escuchar a Mateo hablar, pero rápidamente aceptaron su generosa oferta.

Los niños corrieron hacia el árbol y empezaron a recolectar las frutas más jugosas y dulces que habían visto nunca.

Con las frutas recolectadas de Mateo, los habitantes del pueblo pudieron preparar deliciosas comidas para todos e incluso vendieron parte de ellas en el mercado para conseguir dinero y comprar semillas nuevas que ayudaran a recuperar los cultivos perdidos por la sequía. "¡Gracias, Mateo! ¡Eres nuestro héroe!", exclamaron los niños mientras abrazaban cariñosamente al árbol.

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A partir de ese día, el pueblo aprendió la importancia de compartir lo que tenían con los demás y cuidar tanto de su entorno como lo hacía Mateo con ellos.

La plaza volvió a llenarse de risas y juegos, mientras el cielo seguía siendo testigo silencioso de esta hermosa lección de solidaridad y amistad entre humanos y naturaleza. Y así, gracias a la bondad inesperada del viejo árbol llamado Mateo, el pueblo prosperó nuevamente con amor, alegría y abundancia para todos sus habitantes.

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