‘The Tramp’ | Televisión | EL PAÍS
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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘The Tramp’

En 1914 nacía para el cine un personaje, apodado Charlot en algunos países, que no era más que un vagabundo anónimo

Hace exactamente 100 años el cine reventó sus costuras y se proclamó el invento que cambiaría la civilización. No lo hizo solo a través de las películas, sino que se alimentó, como otros grandes avances científicos, al calor trágico de la guerra. La que llamamos I Guerra Mundial significó la explosión del cine-testigo, que luego daría paso a la televisión y, con ella, al cambio definitivo de las formas periodísticas. Lo que más temía la alta comandancia ya estaba camino de casa, la información sobre el frente, su visualización ajena a la retórica heroica. Desde entonces las guerras no han perdido su lugar en la sociedad, pero ya no han fabricado mitos con la facilidad de antes, sino que han sido el escenario tolerado para crímenes, torturas y depredación.

Y exactamente en 1914 nacía para el cine un personaje, apodado Charlot en algunos países, que no era más que un vagabundo anónimo, que durante 30 años recuperó las colillas del suelo en un gesto de dignidad, bajo un bombín gastado, un bigote ridículo, dos zapatos viejos y un bastón flexible que no se usaba para caminar, sino para agitar y recuperar el sombrero o los pantalones cuando caían al suelo. En la primera entrega se nota la improvisación, a Chaplin creando el personaje a medida que encadena bromas visuales. Acude a una carrera de coches caseros en la playa de Venice, en Los Ángeles. Allí su personaje descubre una cámara de noticiario y decide asomarse a ella, colocarse delante, hacer monerías para robar la atención, aprovechando la concentración de público que le mira asombrado.

Chaplin parodia en aquel corto fundacional la actitud que será generalizada frente a las cámaras. Durante 30 años el personaje del vagabundo alimentará la lírica del perdedor solitario de corazón roto, pero en ese primer corto es solo un espontáneo con afán de protagonismo. Es curioso que ya entonces presagiara la asociación de la imagen filmada con la egolatría, el exhibicionismo y la interrupción del mensaje principal con un saludo a la familia y unas cucamonas a cámara. Al terminar la guerra, la Keystone ya habrá convertido al tramp en personaje celebrado y amado. Desde entonces lanzarse delante de una cámara ha sido el principal recurso para asaltar el castillo de la popularidad.

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