El botones gráfico del Gran Hotel Budapest –
Publicado: 17 de febrero 2015 09:26  /   CINE/TV
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El botones gráfico del Gran Hotel Budapest

Publicado: 17 de febrero 2015 09:26  /   CINE/TV     por          
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Tiene Wes Anderson unas hechuras de artesano visual que lo han llevado a convertirse en adalid de la estética modernista. Cada vez que estrena un largometraje, barbudos gafapastas y Amelies modernas de medio mundo lo celebran con una efusividad enloquecida que recuerda a adolescentes de caras pintadas a las puertas de un concierto. No son sus historias, a pesar de los Óscars en contrario (mejor guion original por The Royal Tenenbaums y Moonrise Kingdom) las que han rendido a sus pies a hordas de hipsters de medio mundo. Tampoco son sus personajes profundos ni lo intenso de sus diálogos. Es la estética, cuidada al detalle, la que eleva sus cintas por encima de la media, la que ha convertido a este cuarentón originario de la árida Texas en un visionario del cine moderno.

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Lo único que no pintó de Salvatore en esta escena fue el personaje

En El gran hotel Budapest, Anderson narra, con su peculiar estilo visual, las andanzas de Gustave H., conserje del legendario hotel que da nombre a la película. El señor H es un esteta, obsesionado con sus colonias, su aspecto y el de su querido hotel. Para conseguir que todo luzca impoluto tiene a su servicio a una cohorte de conserjes y botones, entre los que destaca su inseparable Zero Mustafa. Es inevitable no trazar un paralelismo con la vida real y encontrar en Anderson al eterno señor H. obsesionado con una perfecta presentación, con sacar lustro a cada detalle en el gran hotel que es su filmografía. El desmesurado interés que suscita cada cinta de este autor ha hecho que los periodistas nos empeñemos en buscar al Zero Mustafa de esta producción, al aprendiz del artesano visual que ejecuta sus órdenes y da brillo a sus fotogramas. Paper Magazine lo encontró en Robin L. Miller, responsable de atrezzo de la película. Vogue creyó entreverlo en la figura de While Canonero, diseñadora de vestuario. Nosotros hemos querido encarnarlo en Simone de Salvatore, responsable de matte painting de la película. Bajo este críptico título se esconde una profesión importante, especialmente en películas como las de Anderson. De Salvatore pinta fotogramas, manipula escenas y les añade esa pátina cromática made in Anderson. Es un pintor de películas.
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El color de los teleféricos salió de la paleta de Simone de Salvatore

 
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En este fotograma, la pared de la derecha es un dibujo

El matte painting, traducido al español en una expresión tan extraña como poco usada, pintura mate, lleva usándose en el séptimo arte desde hace décadas. Los hangares de la Estrella de la Muerte, los prados del mundo de Oz o los almacenes donde descansa el arca perdida fueron pintados sobre cristal. Así eran los inicios de esta técnica que colapsó con la llegada del Photoshop y fue reinventada manteniendo solo el nombre. De Salvatore insiste en que se siente más artista que técnico, más pintor que ingeniero, aunque sea esta la titulación que decora su currículo. Es un artesano de los efectos especiales.
Acostumbrado a trabajar en producciones de acción -por sus manos han pasado fotogramas de Smallville, Breaking Bad, Snow Piercer o Capitán América-, El gran hotel Budapest supuso un reto para este italiano afincado en Alemania. «Ha sido una experiencia distinta», comenta; «para las otras películas me han pedido siempre crear un ambiente lo más realista posible, aquí no. Wes Anderson tenía una idea clarísima, sabía exactamente lo que quería y cómo transmitirlo» .
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El castillo, la colina y la nieve son pintados

El hotel Budapest  tiene una fachada rosa y recargada, a medio camino entre el rococó y la repostería nupcial. Los colores de sus habitaciones, salones e incluso ascensores, todo, cada detalle, estaba pensado, esperando a salir de la mente de Anderson para tomar forma en las manos de Simone de Salvatore. Es aquí donde el trabajo de este Zero Mustafa se fundía con el resto de aspirantes a botones, cuando los fondos pintados contrastaban con las piezas de atrezzo y los originales vestidos. Cuando toda la estética visual de Anderson encajaba, componiendo una obra cinematográfica de brillo hipnótico. «Le gusta meter mano en todos los aspectos del film», comenta sobre el director, «desde la posición de una ventana hasta el número de colores que hay en una habitación». Esta obsesión cromática se traslada del autor a sus seguidores. La web Wesandersonpalettes da buena cuenta de ello, analizando fotogramas de sus películas y resumiendo gráficamente la paleta de colores que compone cada escena.
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Anderson tiene la rara virtud de haber construido un lenguaje visual propio, algo que pocos directores han sabido hacer – Tim Burton y Jean Pierre Jeunet, por poner dos ejemplos recientes- y que muchos menos han sabido contener, consiguiendo que la estética no acabe fagocitando la historia. Aunque no todos opinan igual. «Recibo criticas por colocar el estilo por encima de la historia, y los detalles por encima de los personajes. Pero cada decisión que tomo es la manera de sacar adelante a esos personajes», se defiende Anderson. Estas declaraciones dan una idea de la importancia del trabajo de Simone de Salvatore, que dedicaba las horas a pintar secuencias y a plasmar en los fotogramas lo que el maestro tenía solo en su mente.
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«Era difícil de prever el resultado final», reconoce de Salvatore. «Me he tenido que fiar ciegamente de mi supervisor y de las órdenes de Anderson», comenta, recordando cómo recibía secuencias mudas, sin orden ni sentido, y tuvo que pintar siguiendo unas instrucciones muy específicas, sin margen para aportar pero tampoco para equivocarse. Las pequeñas reticencias que pudiera tener de Salvatore fueron desterradas cuando acudió al cine a ver el resultado final. «Ves que funciona, que se han mezclado bien todas estas cosas en la olla», opina el pintor, que dice haber sido presa de esa extraña sensación, cada vez menos frecuente en el séptimo arte, de sentirte transportado a otro mundo, a otra realidad.
De Salvatore pintó paredes y puertas, pintó teleféricos, castillos y laderas. Fue quizá la fachada del hotel, en sus respectivas versiones de los años treinta y sesenta, la que más trabajo llevó a este mattepainter. Para ello tuvo que pintar y diseñar cada una de las ventanas iluminadas en la noche, pensando en la posición de cada cortina, en la disposición de cada lámpara y en qué estarían haciendo los inquilinos. El proceso lo llevó al interior del gran hotel Budapest, a perderse en sus pasillos e imaginarse la vida que escondían sus habitantes. Simone de Salvatore reconoce que en proyectos como este puedes llegar a involucrarte mucho, a adentrarte en el mundo y cogerle demasiado cariño, casi como cuando lees un libro y no quieres terminarlo, como cuando sigues una serie y te resistes a ver el último capítulo. «Aunque no pasa a menudo, no todo lo que debería» , confiesa entre risas.
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El fondo y la iluminación de las ventanas es obra de Simone de Salvatore

Hace ya varios meses, De Salvatore tuvo que abandonar Zubrowka. Este diseñador huyó del colorista mundo del gran hotel Budapest sin más maleta que la satisfacción del trabajo bien hecho. Ahora pasa los días en un futuro apocalíptico, en el que los aliens quieren conquistar la tierra. Por segunda vez. De Salvatore está enfrascado en el matte painting de Independence Day 2, película de la que no puede adelantar nada. Para descansar de tanta distopía alienígena, este pintor de celuloide está trabajando en papel, preparando un libro que quiere parir gracias al crowdfunding. Aquí no hay órdenes, no hay directrices que seguir. Y así el botones gráfico del gran hotel Budapest va a convertirse en director.

Tiene Wes Anderson unas hechuras de artesano visual que lo han llevado a convertirse en adalid de la estética modernista. Cada vez que estrena un largometraje, barbudos gafapastas y Amelies modernas de medio mundo lo celebran con una efusividad enloquecida que recuerda a adolescentes de caras pintadas a las puertas de un concierto. No son sus historias, a pesar de los Óscars en contrario (mejor guion original por The Royal Tenenbaums y Moonrise Kingdom) las que han rendido a sus pies a hordas de hipsters de medio mundo. Tampoco son sus personajes profundos ni lo intenso de sus diálogos. Es la estética, cuidada al detalle, la que eleva sus cintas por encima de la media, la que ha convertido a este cuarentón originario de la árida Texas en un visionario del cine moderno.

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Lo único que no pintó de Salvatore en esta escena fue el personaje

En El gran hotel Budapest, Anderson narra, con su peculiar estilo visual, las andanzas de Gustave H., conserje del legendario hotel que da nombre a la película. El señor H es un esteta, obsesionado con sus colonias, su aspecto y el de su querido hotel. Para conseguir que todo luzca impoluto tiene a su servicio a una cohorte de conserjes y botones, entre los que destaca su inseparable Zero Mustafa. Es inevitable no trazar un paralelismo con la vida real y encontrar en Anderson al eterno señor H. obsesionado con una perfecta presentación, con sacar lustro a cada detalle en el gran hotel que es su filmografía. El desmesurado interés que suscita cada cinta de este autor ha hecho que los periodistas nos empeñemos en buscar al Zero Mustafa de esta producción, al aprendiz del artesano visual que ejecuta sus órdenes y da brillo a sus fotogramas. Paper Magazine lo encontró en Robin L. Miller, responsable de atrezzo de la película. Vogue creyó entreverlo en la figura de While Canonero, diseñadora de vestuario. Nosotros hemos querido encarnarlo en Simone de Salvatore, responsable de matte painting de la película. Bajo este críptico título se esconde una profesión importante, especialmente en películas como las de Anderson. De Salvatore pinta fotogramas, manipula escenas y les añade esa pátina cromática made in Anderson. Es un pintor de películas.
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El color de los teleféricos salió de la paleta de Simone de Salvatore

 
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En este fotograma, la pared de la derecha es un dibujo

El matte painting, traducido al español en una expresión tan extraña como poco usada, pintura mate, lleva usándose en el séptimo arte desde hace décadas. Los hangares de la Estrella de la Muerte, los prados del mundo de Oz o los almacenes donde descansa el arca perdida fueron pintados sobre cristal. Así eran los inicios de esta técnica que colapsó con la llegada del Photoshop y fue reinventada manteniendo solo el nombre. De Salvatore insiste en que se siente más artista que técnico, más pintor que ingeniero, aunque sea esta la titulación que decora su currículo. Es un artesano de los efectos especiales.
Acostumbrado a trabajar en producciones de acción -por sus manos han pasado fotogramas de Smallville, Breaking Bad, Snow Piercer o Capitán América-, El gran hotel Budapest supuso un reto para este italiano afincado en Alemania. «Ha sido una experiencia distinta», comenta; «para las otras películas me han pedido siempre crear un ambiente lo más realista posible, aquí no. Wes Anderson tenía una idea clarísima, sabía exactamente lo que quería y cómo transmitirlo» .
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El castillo, la colina y la nieve son pintados

El hotel Budapest  tiene una fachada rosa y recargada, a medio camino entre el rococó y la repostería nupcial. Los colores de sus habitaciones, salones e incluso ascensores, todo, cada detalle, estaba pensado, esperando a salir de la mente de Anderson para tomar forma en las manos de Simone de Salvatore. Es aquí donde el trabajo de este Zero Mustafa se fundía con el resto de aspirantes a botones, cuando los fondos pintados contrastaban con las piezas de atrezzo y los originales vestidos. Cuando toda la estética visual de Anderson encajaba, componiendo una obra cinematográfica de brillo hipnótico. «Le gusta meter mano en todos los aspectos del film», comenta sobre el director, «desde la posición de una ventana hasta el número de colores que hay en una habitación». Esta obsesión cromática se traslada del autor a sus seguidores. La web Wesandersonpalettes da buena cuenta de ello, analizando fotogramas de sus películas y resumiendo gráficamente la paleta de colores que compone cada escena.
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Anderson tiene la rara virtud de haber construido un lenguaje visual propio, algo que pocos directores han sabido hacer – Tim Burton y Jean Pierre Jeunet, por poner dos ejemplos recientes- y que muchos menos han sabido contener, consiguiendo que la estética no acabe fagocitando la historia. Aunque no todos opinan igual. «Recibo criticas por colocar el estilo por encima de la historia, y los detalles por encima de los personajes. Pero cada decisión que tomo es la manera de sacar adelante a esos personajes», se defiende Anderson. Estas declaraciones dan una idea de la importancia del trabajo de Simone de Salvatore, que dedicaba las horas a pintar secuencias y a plasmar en los fotogramas lo que el maestro tenía solo en su mente.
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«Era difícil de prever el resultado final», reconoce de Salvatore. «Me he tenido que fiar ciegamente de mi supervisor y de las órdenes de Anderson», comenta, recordando cómo recibía secuencias mudas, sin orden ni sentido, y tuvo que pintar siguiendo unas instrucciones muy específicas, sin margen para aportar pero tampoco para equivocarse. Las pequeñas reticencias que pudiera tener de Salvatore fueron desterradas cuando acudió al cine a ver el resultado final. «Ves que funciona, que se han mezclado bien todas estas cosas en la olla», opina el pintor, que dice haber sido presa de esa extraña sensación, cada vez menos frecuente en el séptimo arte, de sentirte transportado a otro mundo, a otra realidad.
De Salvatore pintó paredes y puertas, pintó teleféricos, castillos y laderas. Fue quizá la fachada del hotel, en sus respectivas versiones de los años treinta y sesenta, la que más trabajo llevó a este mattepainter. Para ello tuvo que pintar y diseñar cada una de las ventanas iluminadas en la noche, pensando en la posición de cada cortina, en la disposición de cada lámpara y en qué estarían haciendo los inquilinos. El proceso lo llevó al interior del gran hotel Budapest, a perderse en sus pasillos e imaginarse la vida que escondían sus habitantes. Simone de Salvatore reconoce que en proyectos como este puedes llegar a involucrarte mucho, a adentrarte en el mundo y cogerle demasiado cariño, casi como cuando lees un libro y no quieres terminarlo, como cuando sigues una serie y te resistes a ver el último capítulo. «Aunque no pasa a menudo, no todo lo que debería» , confiesa entre risas.
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El fondo y la iluminación de las ventanas es obra de Simone de Salvatore

Hace ya varios meses, De Salvatore tuvo que abandonar Zubrowka. Este diseñador huyó del colorista mundo del gran hotel Budapest sin más maleta que la satisfacción del trabajo bien hecho. Ahora pasa los días en un futuro apocalíptico, en el que los aliens quieren conquistar la tierra. Por segunda vez. De Salvatore está enfrascado en el matte painting de Independence Day 2, película de la que no puede adelantar nada. Para descansar de tanta distopía alienígena, este pintor de celuloide está trabajando en papel, preparando un libro que quiere parir gracias al crowdfunding. Aquí no hay órdenes, no hay directrices que seguir. Y así el botones gráfico del gran hotel Budapest va a convertirse en director.

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Opiniones 2
  • El futuro siempre ha existido pero mi presente será mejor desde que os he descubierto.

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