Las mil y una noches - Trama Literaria
Las mil y una noches

Las mil y una noches es una de las obras más importantes e influyentes de la literatura universal y la más conocida de las letras árabes. Se trata de una recopilación de cuentos y leyendas medievales de origen hindú, árabe y persa.

El estilo narrativo de esta fascinante obra se denomina ‘relato enmarcado’ ya que, en lugar de ser historias independientes, cada una de las narraciones genera nuevas tramas y un cuento lleva al siguiente y al siguiente, hasta que se conoce el desenlace del primero.

Según la leyenda, existió un sultán persa que, para vengarse de la traición de su primera esposa, se desposaba con una mujer distinta cada noche y al día siguiente la mandaba decapitar. Para no correr la misma suerte, Sherezade decidió entretener al sultán durante todas las noches narrándole una historia y postergando el final hasta la llegada del amanecer. Con este ingenioso truco, se las ingenió para sobrevivir durante mil y una noches…

Características del libro:

Información adicional

Isbn:

978-84-18145-02-5

Nº de Páginas:

320 páginas

Dimensiones:

12 x 19 cm

Formato Portada:

Rústica

"Cuentos de toda la vida con final feliz (casi todos). Historias de aprendizaje, donde a través de los errores descubrimos el camino correcto. No es de extrañar que este libro sea fuente inspiración continua para Disney." — Alexis

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de abajo. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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 Prólogo 

Las mil y una noches es una de las obras más importantes e influyentes de la literatura universal y la más conocida de las letras árabes. Se trata de una recopilación de cuentos y leyendas medievales de origen hindú, árabe y persa, de los cuales no existe autor reconocido ni texto definitivo, sino múltiples versiones, remontándose su germen original al siglo IX. Se trata, por lo tanto, de literatura anónima y de tradición oral. Con el tiempo, la colección original se va ampliando o modificando, formando así una especie de autoría colectiva, muy típica de la literatura tradicional. De hecho, algunos de los cuentos más famosos, como las historias de Simbad, Aladino y Alí Baba, no formaban parte del corpus original de Las mil y una noches, siendo añadidos por el francés Antoine Galland en su traducción de 1704, que popularizó el orientalismo entre los ilustrados del siglo XVIII. También suprimió o modificó los pasajes de adulterios y hechos de sangre que abundan en el libro. Por otra parte, el ambiente exótico creado por los parajes y la cultura oriental hicieron que esta serie de historietas fuera un auténtico éxito en la Europa del siglo XIX, donde el movimiento cultural del Romanticismo evocaba las místicas culturas de lugares lejanos.

El estilo narrativo de Las mil y una noches se denomina ‘relato enmarcado’ ya que, en lugar de ser historias independientes, cada una de las narraciones genera nuevas tramas y un cuento lleva al siguiente y al siguiente, hasta que se conoce el desenlace del primero. El elemento de Sherezade, una narradora externa que cuenta historias a una tercera persona, era un recurso literario muy utilizado durante la Edad Media. Según la leyenda, existió un sultán persa que, para vengarse por la traición de su primera esposa, se desposaba con una mujer distinta cada noche y al día siguiente la mandaba decapitar. Para no correr la misma suerte, Sherezade decidió entretener al sultán durante toda la noche narrándole una historia y postergando el final hasta la llegada del amanecer. De este modo, el sultán debía perdonarle la vida una noche más para conocer cómo terminaba su cuento. Con este ingenioso truco, Sherezade se las ingenió para sobrevivir durante mil y una noches y así acabó por convertirse en reina.

Sin duda, la lectura de este libro nos lleva a lugares exóticos y estimula la imaginación.

Juan José Marcos

 

 

«Scherezade era instruida; había leído los libros, las memorias, las leyendas de los reyes antiguos                                            y las historias de los pueblos.»

Las mil y una noches

 


El Rey Schariar y su hermano el Rey Schazamán 

Se cuenta que antiguamente hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las remotas islas de la India y de la China, que era dueño de grandes ejércitos y señor de muchos vasallos, de incontables servidores y de un séquito muy numeroso. Tenía dos hijos;  ambos eran valientes y heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el pequeño, por lo que a la muerte del rey subió al trono. El mayor reinó en sus dominios, gobernó con justicia entre los hombres y por ese motivo se hizo querer por todos los habitantes del reino. Se llamaba el rey Schariar, y a su hermano, llamado Schazamán, le concedió, para recompensar su buena actitud, el reino de la Gran Tartaria, cuya capital era Samarcanda.

Las cosas siguieron así su curso natural, cada uno reinó en su país y gobernaron con justicia y equidad a sus ciudadanos durante veinte años. Ambos alcanzaron la cima del desarrollo y la prosperidad en sus respectivos imperios. Y así se iban desarrollando los acontecimientos hasta que el hermano mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano pequeño. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir le contestó:

—Escucho y obedezco.

Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alá; entró en casa de Schazamán, le trasmitió la paz, le dijo que el rey Schariar deseaba ardientemente verle y que el objeto de su viaje era invitarle a ver a su hermano mayor. El rey Schazamán contestó:

—Escucho y obedezco.

Con gratitud y entusiasmo dispuso los preparativos de la partida, mandó sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores, soldados  y ayudantes. Nombró a su visir gobernador del reino durante su ausencia y se puso en camino hacia las comarcas de su hermano. Pero en mitad de la noche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente y encontró a su esposa en la intimidad gozando con uno de sus esclavos negros. Al ver tal cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos y se dijo: «Si ha sucedido algo así cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?» Y desenvainando su alfanje embistió a los dos culpables, dejándolos muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder un instante y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó toda la noche hasta divisar la ciudad donde reinaba su querido hermano.

Entonces este  se alegró de su llegada, salió a su encuentro y al recibirlo le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo toda la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schazamán recordaba aún la aventura de su esposa y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado considerablemente. Al verle de tal modo, el rey Schariar creyó que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejó estar sin preguntarle nada. Al fin, un día le dijo:

—Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea. —Y el otro respondió:

—¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva! —Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa. El rey Schariar le dijo:

—Quisiera que me acompañaras a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se esparciera y se reconfortara tu espíritu. —El rey Schazamán no quiso aceptar, y su hermano se fue solo a la cacería.

Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey Schazamán vio cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales avanzaba la mujer del rey Schariar en todo el esplendor de su belleza. Llegados a un estanque se desnudaron y se mezclaron todos, incluida la reina, gozando y copulando los unos con los otros. Al ver aquello pensó el hermano del rey: «¡Por Alá! Más ligera es mi calamidad que esta otra.» Y desde entonces volvió a comer y beber todo cuanto pudo.

A todo esto el rey, su hermano, regresó de su excursión de caza y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schariar observó que su hermano el rey Schazamán acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros días. Se asombró de ello, y dijo:

—Hermano, poco ha te veía pálido de tez y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa. —Shahzamán le dijo:

—Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores.

El rey replicó:

—Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad y luego el motivo por el que has recobrado dicho color.

El rey Schazamán le refirió cuanto había sucedido en su propio reino y cuanto había visto en el de su hermano. El rey Schariar dijo:

—Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa. —Su hermano le respondió:

—Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos y serás testigo del acontecimiento; tus ojos lo contemplarán.

Inmediatamente mandó el rey que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, pero se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos:

—¡Que nadie ose entrar! —Más tarde se disfrazó, salió a hurtadillas y volvió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron una vez más cuanto ya había contado Schazamán.

Cuando vio estas acciones el rey Schariar, la razón se ausentó de su cabeza, se enfureció y le dijo a su hermano:

—Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alá, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra miserable vida. Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol en medio de una solitaria pradera junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron por fin a descansar.

Apenas habían trascurrido unos instantes cuando el mar empezó a agitarse. Brotó de él una negra y tenebrosa columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal fenómeno pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió de repente en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca de cristal con cuatro cerraduras sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, se dirigió hacia el árbol y se sentó bajo su copa. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió y apareció enseguida una encantadora joven de espléndida hermosura, luminosa, lo mismo que el sol.

Después que el efrit hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo:

—¡Oh, soberana de las sederías! ¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco. Y el efrit colocó la cabeza en las rodillas de la joven y se durmió. Entonces la joven levantó la mirada hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. Enseguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo y les dijo por señas:

—Bajad, y no tengáis miedo de este efrit.

Por señas le respondieron:

—¡Por Alá sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!

Ella les dijo:

—¡Por Alá sobre vosotros! Bajad enseguida si no queréis que avise al efrit, que os dará la peor muerte que hayáis imaginado.

Entonces ellos, por miedo al efrit, hicieron lo que la muchacha les había pedido. Cuando estuvieron abajo, ella sacó un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas sesenta sortijas con sus sellos respectivos, y les preguntó:

—¿Sabéis lo que es esto? —Ellos le dijeron que no, y les explicó la joven:

—Los dueños de estos anillos me han poseído todos y me los han dado después. De suerte que me vais a dar vuestros anillos. Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo:

—Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que, cuando desea alguna cosa, a una mujer no hay quien la supere. Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder y se dijeron uno a otro: «Si este  es un efrit y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más horribles que a nosotros, esta aventura debe consolarnos.» Inmediatamente se despidieron de la muchacha y regresaron cada uno a su reino.

En cuanto el rey Schariar volvió a su palacio mandó ejecutar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después ordenó a su visir que cada noche le llevasen una joven virgen. Y por la mañana mandaba que la matasen. Así estuvo haciendo durante unos tres años, y todo eran lamentos y voces de consternación. Los hombres huían con las hijas que les quedaban.

En esta situación el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna pues ya no quedaban, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el previsible  furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de una gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Scherezade y el nombre de la menor era Doniazada.

Scherezade era instruida; había leído los libros, las memorias, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, sobre los caudillos de la antigüedad y sus versados poetas. Era elocuente y daba gusto oírla.

Al ver a su padre, le habló así:

—¿Por qué te veo abrumado soportando un peso tan intenso?

Cuando oyó estas palabras, el visir contó a su hija cuanto había ocurrido con el rey, desde el principio al fin. Entonces le dijo Scherezade:

—¡Por Alá, padre!, cásame con nuestro  rey, porque si logro que no me mate, podré rescatar a las hijas de los muslemini y  las salvaré de la muerte.

Entonces el visir contestó:

—¡Por Alá sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro.

Pero Scherezade repuso:

—No puedo dejar de hacerlo.

Y su padre le contestó:

—Cuidado, no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Te contaré su historia:

 

FIN DE LAS PRIMERAS PÁGINAS…

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de al lado. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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