Análisis de "Entre copas" ("Sideways"): qué se pierde y se gana en el viaje | Código Cine

"Sideways": lo que se pierde y se gana gracias al viaje

26/03/2022

Bien plantea Antonio Mengs que desde las épocas más lejanas, “la literatura ha testimoniado el interés particular del camino como metáfora de la vida, desplegando en su transcurso las vicisitudes de nuestra formación, esperanzas, anhelos e infortunios” (2016, p. 15). El cine, por supuesto, apunta a lo mismo. Particularmente en Sideways (Entre copas por su título de estreno en España, Alexander Payne, 2004), el viaje intensifica las sensaciones de los personajes y puede lograr que estos cambien de perspectiva, como es el caso particular de Raymond Miles (Paul Giamatti). Su fantasía de ser un escritor publicado es realmente lo que lo conduce a una más de sus desgracias y, tal vez abandonar dicha fantasía, puede ser la clave de un nuevo rumbo en su vida. Otras palabras de Mengs se pueden aplicar igualmente a este personaje:

“El hombre es un ser en tránsito y como tal se observa, canta su transitoriedad: el viaje en el cual se realiza el camino es casi siempre una experiencia de contemplación, que independientemente del ritmo a que se adecua tiene lugar en un tiempo expectante, ávido por conocer mejor a qué llamamos mundo, qué entendimiento podemos alcanzar del alma” (2016, pp. 15-16).

Vamos ahora a un corto resumen. Miles tiene un amigo de siempre, Jack (Thomas Haden Church). Este último está a punto de casarse, así que un viaje por los viñedos de California será su despedida de soltero. Pero parece que Miles, en el fondo, no quisiera ir a ese viaje. Se despierta tarde, con guayabo, porque utiliza el vino para disfrutar de la vida, pero también para compensar las dificultades de esta. Se demora lo más que puede en recoger a Jack, que espera en la casa de sus suegros. La espera a este se le hace una eternidad. Lo que él quiere es salir de viaje y disfrutar por última vez de su vida de soltero.

Como Apolo y Dioniso, cada uno parece el reflejo contrario del otro: el que se quiere casar, por un lado, y el que ya ha fracasado en un matrimonio. Lo de Jack es la aventura. Lo de Miles, la queja constante. Eso sí, en lo único que se parecen es en su carácter infantil: Miles es como el niño que es capaz de robarle a su madre para comprar dulces (de hecho, le roba) y Jack es capaz de llorar histéricamente para lograr lo que quiere.

De hecho, Miles en algún momento le espeta: “You’re an infant, Jack” (Payne, 2004). Y un infante del todo mentiroso: miente sobre el regalo a la madre de Miles; miente sobre la publicación del libro de Miles; miente a la mujer que conoce en el viaje, no revelándole que está a punto de casarse y, lo que es peor, también le propone matrimonio.

Lo del carácter infantil de ambos también es importante en el tratamiento que la madre de Miles le da a ambos. Como si fueran sus dos hijos, prefiriendo a Jack por encima de Miles. Porque es evidente que se alegra más por los logros del primero, como actor, que por el hecho de que Miles sea un profesor de secundaria.

Pero volvamos al carácter amargado de Miles. Este reacciona, por ejemplo, de la peor manera, diciendo de él mismo que es un “fucking loser” ante la dificultad de responder al flirteo de Maya con quien interactúa en este viaje.

Y su carácter de fracasado se ha presentado desde el mismo inicio cuando es despertado por un trabajador, ya que ha dejado su carro mal parqueado. Así que Miles es el que hace las cosas mal. Y las hace mal precisamente con un carro. El mismo carro que será chocado por Jack para intentar hacer creer que se han accidentado, y no porque una amante a quien juró amor eterno le ha dado una paliza. También Miles parece derivar un goce particular al regodearse en esa idea de genio desdichado para utilizar la expresión de Pascal Brissette. De hecho, lo diagnosticado sobre los artistas desgraciados del pasado, bien puede aplicársele a Miles, ya que el poeta maldito:

se presentará como el excluido grandioso de un mundo incapaz de comprender la revolución estética de la que él es el heraldo. [...] El mito se desarrollará también en las márgenes institucionales, en las que una plétora de irregulares, excesivos y provocadores voluntarios magnificarán su soledad, se glorificarán de su exclusión y se percibirán a sí mismos como irreductibles que resisten ferozmente a la impronta del “sistema” y a las “marionetas” que lo rigen” (2018, pp. 277-278).

En algún momento, la que parece ser su agente, lo consuela con respecto a su “huérfano” libro no publicado, mientras él se agarra la cabeza desconsolado:

Así que tocan la puerta de Miles, él la abre y luego la tira. Índice recurrente de puertas que se tocan, se abren y se cierran. Exactamente como al inicio y al final.

Aparte de los constantes autorreproches de Miles, y de compensar las dificultades de la vida con vino, también recurre a la terapia y a medicamentos para la depresión. Y, como si no fuera suficiente, Jack le recuerda que ha sido un tipo negativo desde la universidad (“Why do you have to focus on the negative?”, le pregunta; Payne, 2004), y que no tiene valor lo que hace profesionalmente, es decir, ser un simple profesor de inglés para jovencitos. Con todo esto, Miles oscila entre la auto condena y la autocompasión cuando, por ejemplo, dice de sí mismo que “I’m finished. I’m not a writer”, “I’m unnecessary” o “I am not much of anything, really” (Payne, 2004).

Y, muy en la tónica de lo que Jack es, es decir, un tipo altamente sexual, en este viaje le presenta la solución a Miles, proponiéndole insistentemente que tenga sexo. Miles le recuerda que el viaje no es para él, resultando interesante el resumen que hace de lo que harán en este viaje en particular: “We’re gonna drink a lot of good wine, we’re gonna play some golf, we’re gonna eat some great food, enjoy the scenery” (Payne, 2004).

Ya hecho el diagnóstico de las desgracias de Miles, vayamos entonces ahora a cómo intenta solucionarlas. Por ejemplo, bebe impulsivamente cuando Jack le informa que su ex esposa, Victoria (Jessica Hecht), se ha casado de nuevo. O mezcla sus antidepresivos con vino una vez le han informado que su novela no será publicada.

Es decir, Miles lleva a este viaje, aparte de sus maletas, también sus traumas y ansiedades. Como dice de Botton (2002) con respecto a uno de sus propios viajes:

I was to discover an unexpected continuity between the melancholic self I had been at home and the person I was to be on the island, a continuity quite at odds with the radical discontinuity in the landscape and climate, where the very air seemed to be made of a different and sweeter substance (p. 21).

Eso, aplicado a Miles, quiere decir que por más que disfrute del viaje y del vino (lo suyo), cuando sus problemas lo golpean, lo derriban literalmente. Tanto que llega a añorar —cual niño abandonado— su casa durante el viaje como aquí cuando precisamente sabe del nuevo matrimonio de Victoria.

O cuando Maya rompe con él gracias al lapsus que ha cometido aludiendo a una rehearsal dinner e implicando con ello que realmente están viajando por la despedida de soltero de Jack.

No sorprende que Jack entonces sea una especie de padre para Miles cuando le dice:

 Y le pregunta retóricamente.

Jack constantemente lo está regañando y corrigiendo. Le administra los condones y está feliz con su relación con Maya (Virginia Madsen) como si fuera ese padre que alienta al hijo a tener relaciones sexuales por primera vez. Maya se podría configurar entonces como esa mujer (distinta a la madre) a la que Miles debería aspirar. Si es así, este es entonces un viaje edípico para Miles. En esa línea, Jack le ha dicho en una ocasión a Miles como si fuera el mismo Edipo: “You’re blind, dude. Blind” (Payne, 2004) cuando Miles se niega a ver los flirteos de Maya. Pero Jack —hombre de acción norteamericano— le insiste constantemente para que se le lance a Maya. Y Miles, en su autocompasiva pasividad, espera a que las iniciativas del encuentro tengan que partir tanto de Maya como de Jack. Precisamente, en esa primera interacción entre los tres, Jack exagera con la cuestión de la novela y miente afirmando que está a punto de ser publicada. Lo hace como si se tratara de un orgulloso padre frente a los logros de su hijo. Miles, como siempre, ni siquiera disfruta de la inocente mentira. Sigue en su ansiedad y amargura. El viaje no le ha servido de mucho, por ahora. Bien continúa De Botton afirmando que las maravillas del viaje no borran los asuntos personales: “Thus we will not enjoy –we are not able to enjoy– sumptuous tropical gardens and attractive wooden beach huts when a relationship to which we are committed abruptly reveals itself to be suffused with incomprehension and resentment” (2002, p. 25).

La escritura

Pero, aparte del vino y de los antidepresivos, ¿con qué más pretende Miles salir del hoyo de la amargura en el que se encuentra? La hipótesis es que desea ser mirado y admirado. Y ese deseo está vinculado precisamente con la mirada del Otro —o mejor— con la ausencia de esa mirada: “We desire because the Other never looks at us in the way that we want to be seen, and it is the failure of the Other to see us properly that sustains desire” (McGowan, 2007, p. 87). Y la dificultad de asumir esto es lo que nos lleva a recurrir a la fantasía: “But rather than embrace this inherent antagonism of desire, we attempt to retreat from it into fantasy, trying to fantasize a way in which the Other’s look—the look of recognition—and the gaze might coincide” (McGowan, 2007, p. 87). Así que la cuestión de la mirada (en todos los sentidos) no es menor en esta película. La primera parada que hace Miles, por ejemplo, y es Miles porque él la propone, es para visitar a su madre. Visitarla para robarle, bueno es aclararlo. Una vez lo ha hecho, levanta la mirada y se encuentra con fotografías de su familia. Es interesante que la primera que observe sea la de su padre.

Como si esa mirada del padre sancionara lo que su hijo acaba de hacer: robarle a su propia y anciana madre. En ese proceso también observa otras fotografías que remiten a una felicidad familiar como esta otra de quien parece ser la madre en su respectiva boda.

O la de su hermana quien ha cumplido con los mandatos de la felicidad familiar y matrimonial.

Y cruelmente la de la propia boda (del matrimonio fallido) de Miles.

Todo esto como si en el fondo hubiese una cierta ansiedad matrimonial en un contexto de próximas bodas y matrimonios fallidos en esta película: Jack se quiere casar y tanto Miles como Maya ya están divorciados.

Pero retomemos mejor de nuevo ese deseo de Miles de ser mirado y admirado. La hipótesis entonces es que intenta hacerlo a través de la fantasía del escritor publicado. Es decir, la estrategia del refugio en las letras publicadas, aquellas refrendadas por un editor. En todo caso, Miles es un hombre de letras literalmente: lee un libro despreocupadamente en el baño; resuelve un crucigrama mientras conduce. De hecho, Maya lo confirma:

Además, es profesor de literatura. Y tal vez inconscientemente quiere ser leído algún día por aquellos a quienes enseña con desgano1. Así que ha escrito libros, pero sin encontrar la publicación. En este momento en particular está intentando una vez más con una nueva novela, que, de nuevo, ha encontrado el rechazo de los editores. Una novela, por cierto, con muchos datos autobiográficos, según el propio Miles. Así que, con esto, hay que insistir una vez más en esa idea de que Miles quiere ser mirado literalmente. Por ello es que ha puesto, aparte de los editores, a Jack a leer dicha novela, sin mucha atención por parte de este, valga aclararlo. Y también espera que Maya la lea, así que le da dos cajas donde esta se encuentra guardada.

Así, pues, todo en Miles pareciera moverse en torno a él y a su reconocimiento. Por ejemplo, cuando Maya intenta indagar por su obsesión por el pinot, explica el hecho como identificándose con dicho vino.

Y aquí es como si estuviera hablando de su faceta de novelista (incomprendido) a través de este mismo vino:

Como si Miles fuera ese tipo de escritores malditos “ignorados por un público que no logra asimilarlos debido a sus audacias” (Brissette, 2018, p. 288).

Pero esa fantasía de la publicación puede estar realmente  arruinando —una vez más— la vida de Miles. Ya que esa mirada del otro, su aprobación, es imposible. Esto es lo que dice McGowan (2007) al respecto:

Reconciliation is impossible because the object gaze exists beyond the Other’s look at the subject. This is what dooms the project of seeking the Other’s recognition. In seeking recognition, the subject is actually looking for the gaze, hoping to discover the gaze in the look of the Other. Subjects submit to the constraints of this look, striving in every way to meet its demands, in order to capture the gaze and thereby discover the secret of their own being. In this sense, submission to ideology stems from confounding the gaze with the look of the Other: no matter how well subjects comport themselves to the demands of this look, it will never see them in the way that they want to be seen, never look at them from the perspective of the gaze. No matter how fully the subject submits to the Other in order to gain recognition, this project is never successful (p. 86).

Así que olvidarse de esa mirada tal vez pueda liberar a Miles. Maya lo refrenda:

Porque a Maya le gustó la novela. Le pareció “lovely”. Además, como es autobiográfica, despertó la lástima y la compasión por Miles, algo con lo que él parece gozar, como si viviera bajo el eslogan que afirma que el “infortunio clasifica y realza, mientras que la felicidad es el atributo de la gente del común –de los ‘vulgares” (Brissette, 2018, 282).

Y puede ser que a partir de ahí, Miles se concentre, no en publicar, sino en realmente escribir. Y las palabras de Maya escuchadas a través de un contestador, tienen el efecto de que Miles vaya al encuentro de ella. Aclarando que los personajes se llaman constantemente y que, en algunos casos, esa comunicación no es posible así que se dejan mensajes. Su segundo viaje hacia ella, pues, implica una transformación.

Llega y toca su puerta.

Así termina la película, tal vez despertando a Maya. Como fue despertado Miles al inicio porque dejó un carro mal estacionado. Esos golpes en la puerta se asemejan a teclas de una máquina de escribir que completan el título de la película.

Ello bien puede ser un índice embrionario de la fantasía de Miles por ser un escritor publicado y reconocido.

De esta manera, se convierte en recurrente el hecho de que los personajes son despertados de su sueño. Como si eso fuera a la vez una metáfora del despertar de Miles, de su transformación, como ocurre en muchos viajes. Algo no muy claro con Jack. Porque este termina con una nariz rota por su incapacidad de refrenar su deseo sexual. Miles en cambio hace honor al título de la película, Sideways, significante relacionado con el movimiento y el cambio.

Y hacia el final, tal vez, puede desmarcarse de aquellos que no lo han reconocido. El vino que tanto ha cuidado para una ocasión especial, se lo toma en un simple diner, solo.

Ya no necesita compañía. Las palabras, casi maternales, de su amor encontrado en el viaje, le sirven para que tal vez reaccione y ya no busque el reconocimiento del Otro sino simplemente dedicarse a escribir. Bien se lo dice Maya:

En todo caso, Miles toma la iniciativa de por fin ir al encuentro de Maya. Es decir, ya no son otros agentes los que lo impelen a hacerlo. Miles despierta. Ya ve. No está ciego a su deseo. 

Referencias

[1] Sí leen, en cambio, un fragmento de A Separate Peace de John Knowles.

De Botton, A. (2002). The Art of Travel. Vintage International.
Brissette, P. (2018). La maldición literaria. Del poeta andrajoso al genio desdichado. Luna Libros.
McGowan, T. (2007). The Real Gaze: Film Theory after Lacan. State University of New York Press.
Mengs, A. (2016). Stalker de Andrei Tarkovski. La metáfora del camino. Ediciones Rialp.
Payne, A. (2004). Sideways. Fox Searchlight Pictures.

Profesor de la Universidad de Antioquia. Coordinador del Grupo de Estudios Fílmicos. Ha escrito los libros de cuentos Gente que necesita cerveza y Burócrata imperfecto.

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