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557px Les Très Riches Heures du duc de Berry juin
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Curiosidades de la historia: episodio 115

El cambio climático de la Edad Media

El clima más cálido y seco que Europa vivió entre los siglos VIII y XIV se manifestó en cosechas abundantes, el crecimiento demográfico, la vitalidad urbana y una explosión de construcciones catedralicias.

El clima más cálido y seco que Europa vivió entre los siglos VIII y XIV se manifestó en cosechas abundantes, el crecimiento demográfico, la vitalidad urbana y una explosión de construcciones catedralicias.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Parecía que la propia tierra, como sacudiéndose y liberándose de la vejez, se revistiera toda entera de un blanco manto de iglesias. En aquel tiempo los fieles sustituyeron con edificios mejores casi todas las iglesias de las sedes episcopales, todos los monasterios dedicados a los diversos santos y también los más pequeños oratorios del campo». 

Así de optimista se mostraba Raoul Glaber, monje de Cluny, al retratar el mundo que acababa de cruzar el umbral del año Mil. Era una sociedad llena de energía, que proyectó en el arte románico, y luego en el gótico, el nuevo vigor que le inyectó un crecimiento económico basado en la mayor producción agrícola. Este poderoso impulso de la agricultura se enmarca en una llamativa mejora climática que favoreció la expansión de los cultivos.

El Período Cálido Medieval

En 1965, el climatólogo británico Hubert H. Lamb, uno de los más cualificados historiadores del clima, acuñó el concepto de Período Cálido Medieval (también llamado Anomalía Climática Medieval u Óptimo Climático Medieval) para referirse al lapso de tiempo en el que el clima del hemisferio norte experimentó un significativo calentamiento.

Utilizando abundantes fuentes documentales y datos de procedencia geológica, Lamb elaboró índices sobre la humedad estival y el rigor invernal, concluyendo que entre el siglo VIII y comienzos del XIV las latitudes más septentrionales del hemisferio norte conocieron un período climático caracterizado por una suavización de las temperaturas. Ello comportó el desplazamiento hacia el norte del casquete glacial ártico y el incremento del nivel del mar debido a la fusión del hielo, así como el retroceso de los glaciares alpinos y el ascenso de la línea de vegetación en las montañas.

Comportó el desplazamiento hacia el norte del casquete glacial ártico y el incremento del nivel del mar debido a la fusión del hielo

Aunque las sequías aumentaron en el ámbito mediterráneo (donde la mejora de las temperaturas se sintió desde el siglo XII), en general, las cosechas de granos fueron buenas por la sucesión de veranos cálidos y más secos e inviernos menos fríos, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XIII. Los expertos fijan el apogeo del período en torno al año 1100, y el disfrute de estas favorables condiciones propició una mejora de los rendimientos agrícolas y, por tanto, de las condiciones de vida de buena parte de la población; también impulsó la navegación de daneses y escandinavoslos vikingos– por el Atlántico Norte.

La era de los viñedos

Para la sociedad medieval, esencialmente agrícola, cualquier modificación del clima que garantizase las cosechas anuales suponía una mejora de la calidad de vida; una calidad que no iba más allá de las fronteras de la mera subsistencia. Inviernos suaves, veranos largos y diferencias de temperaturas de no más de 2 ºC permitieron el incremento de los modestos rendimientos de los cereales, la ampliación de los pastos –que propició el crecimiento de la ganadería– y el desarrollo de la vid en latitudes septentrionales desconocidas hasta entonces e incluso hoy en día.

Para la buena marcha de la vendimia, la vid requiere ausencia de heladas tardías, suficiente luz y calor y pocas lluvias estivales. Estas circunstancias se dieron durante el Período Cálido Medieval, de ahí que su cultivo proliferase en el sur de la península Escandinava, en la Selva Negra alemana por encima de los 700 metros, en Prusia oriental o en el centro y sur de Inglaterra; incluso se generó una llamativa corriente exportadora de vino desde las islas Británicas al continente.

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A través del océano

En los comienzos de la Edad Media se acuñó una visión terrible del Atlántico Norte, considerado un espacio tenebroso y hostil, poco recomendable para las aventuras marítimas. Sólo el interés por extender el cristianismo hizo que, durante los siglos VI y VII, monjes irlandeses se lanzaran a recorrerlo y se instalaran en algunas de sus islas.

Hubo que esperar hasta el siglo IX, ya con el período cálido en marcha y con unas condiciones mucho más favorables para la navegación, a que los pueblos escandinavos iniciaran sus viajes de exploración. Los vikingos eran marinos excelentes y paulatinamente fueron mejorando sus medios de transporte, lo cual les permitió explorar y colonizar diferentes islas atlánticas.

Hacia el año mil, Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, llegó a un territorio al que llamó Vinland o «Tierra del Vino», quizá la actual Nueva Inglaterra o el norte de Terranova

En torno al año 800 alcanzaron las Shetland, Orcadas, Hébridas y Feröe; entre los años 860 y 870 descubrieron Islandia y allá por 900 avistaron Groenlandia, aunque los colonos no llegaron hasta 982. Los encabezaba Erik el Rojo, quien bautizó el territorio como Groenland, «Tierra Verde», y se estableció en la zona suroeste, más resguardada del frío.

Hacia el año mil, Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, navegó hacia el oeste y llegó a un territorio al que llamó Vinland o «Tierra del Vino», quizá la actual Nueva Inglaterra o el norte de Terranova. En esta zona, las condiciones cambiaron partir del siglo XIII, tornándose mucho más frías y propiciando que el hielo avanzara por las costas groenlandesas y, en general, por el Atlántico septentrional, lo que entorpeció sobremanera la navegación.

Tiempo de prosperidad

Durante el Período Cálido Medieval, con temperaturas especialmente altas entre 1100 y 1200, el continente europeo experimentó un incremento demográfico, la agricultura ofreció buenos rendimientos y las sociedades progresaron. El número de habitantes, en efecto, conoció un aumento espectacular: entre los años 1000 y 1347, antes de que la Peste Negra atacase Europa, su población pasó de 35 a 80 millones.

Con este crecimiento, la demanda de tierras de cultivo se multiplicó, y para satisfacerla se amplió el área cultivada con la ocupación de suelos marginales: pantanosos, escarpados, boscosos o más pesados y duros. Para roturarlos se extendió el arado de vertedera, una innovación que se sumó a otras como la rotación trienal de cultivos.

Este sistema comenzó a usarse en el noroeste de Francia durante el siglo IX, y desde allí se extendió por Europa: un año, en las parcelas se sembraba cereal; al otro, avena y legumbres (que fijan el nitrógeno al suelo), y el tercer año se dejaban en barbecho, con lo que la tierra se recuperaba.

Como indica Brian Fagan, todo ello permitió alimentar a más personas y animales. Las ciudades crecieron de forma exponencial: desde el siglo XI hasta mediados del XII surgieron hasta 1.500 nuevos núcleos urbanos con sus correspondientes mercados. La agricultura había dinamizado la sociedad y el comercio la vivificó. La efervescente vida urbana se plasmó en majestuosas catedrales, en la artesanía de los gremios... Europa se transformó.

La efervescente vida urbana se plasmó en majestuosas catedrales, en la artesanía de los gremios... Europa se transformó

Con todo, se debe tener presente que durante el Período Cálido Medieval el clima no fue uniforme, sino muy variable, con inviernos excepcionalmente fríos, como el de 1010-1011 (que afectó incluso al ámbito mediterráneo) o el de 1258. Este último fue consecuencia del enfriamiento atmosférico provocado por la ingente cantidad de cenizas que arrojó al cielo la erupción del volcán Samalas, en la isla indonesia de Lombok.

También hubo una mayor frecuencia y abundancia de precipitaciones en el sur de Europa y en la cuenca mediterránea occidental, que incrementó considerablemente el curso de los ríos desde Sicilia hasta Grecia o los wadis norteafricanos. Ocasionalmente se desataron furiosos temporales que batieron el canal de la Mancha y el mar del Norte y que, con un nivel del mar muy elevado por el calentamiento, provocaron terribles inundaciones y miles de muertos en Holanda y Alemania. No ocurrió lo mismo en el resto del planeta, adonde no llegó la suavización climática de la que disfrutaba Europa. 

Más bien al contrario: hubo áreas muy castigadas tanto por el calor y la sequía como por intensísimas precipitaciones. Los destructivos efectos de persistentes ciclos de sequía extrema –que constituye la gran amenaza de todo calentamiento climático– se sintieron en buena parte de América, la India, el norte de China, las estepas de Eurasia, el Sahel (la zona de sabana que se extiende al sur del Sahara), el valle del Nilo y África oriental.

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En la Península: un clima variable

En la península Ibérica, como en la Europa meridional, este episodio cálido, cuya aparición se retrasó un par de siglos respecto del centro y norte del continente, deparó un incremento de las precipitaciones y, en consecuencia, de la humedad. Durante el siglo XI, como indicó el meteorólogo español Inocencio Font Tullot, la calidez fue la nota dominante y no constan inviernos severos, salvo el de 1077 y el muy lluvioso de 1084- 1085. Otra cosa fueron las sequías, algunas de extrema gravedad, como las de 1057-1058, 1088 y 1094. El ambiente cálido se mantuvo durante el siglo XII, en el que fueron pocos los inviernos fríos y tampoco abundaron los veranos agobiantes.

No obstante, y como prueba de la variabilidad climática, el rigor invernal estuvo presente en el noreste peninsular en 1110-1111, 1113-1114 y 1133-1134 y, ya a mediados de la década de 1190, en las dos mesetas, donde se congelaron algunos ríos. Y aunque la sequía se dejó notar, cabe destacar la intensidad de las precipitaciones en la fachada atlántica, sobre todo invernales, con riadas e inundaciones provocadas por los ríos Miño (1102), Tajo (1138, 1168) y Guadalquivir (1168), que también se dieron en la vertiente mediterránea, como las padecidas en 1143 en Cataluña a causa del Llobregat o, ya en 1172-1173, en tierras aragonesas y catalanas.

Entrado el siglo XIII, la pluviosidad aumentó, con abundantes avenidas e inundaciones en otoño e invierno provocadas por los ríos de la vertiente atlántica, aunque en las décadas finales de la centuria esta situación se trasladó también a Cataluña y Levante. Conviviendo con las intensas lluvias y los desbordamientos fluviales también hubo años secos; destaca sobre todo el ciclo árido que durante el último tercio del siglo azotó a Galicia y Cantabria, liquidando sus pastos y arruinando la ganadería.

Aunque el siglo XIII no fue malo en Europa, la transición hacia una fase más fría, ya perceptible en el noroeste atlántico desde principios de aquella centuria, se empezó a activar en el resto del continente a comienzos del siglo XIV con notorias variaciones climáticas que llevarían a un período más frío: laPequeña Edad del Hielo, que se alargó hasta mediados del siglo XIX. 

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