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El caso Karen Mulder: una turbulenta despedida de las pasarelas
Formó parte de ese escuadrón irrepetible de maniquíes que fueron las tops de los 90, las que tocaron el cielo de la fama y cubrieron sus espectaculares cuerpos de gloria. Pero ella, en concreto, no digirió bien el último capítulo de la historia y el fin de su carrera se convirtió en debacle. Crisis, ataques de ansiedad, depresión y varios ingresos en clínicas psiquiátricas marcaron el agrio epílogo profesional de "la rubia con clase".
"Una rubia radiante con una sensualidad sutil y abrasadora" –así presentaba Ruth La Ferla a Karen Mulder para The New York Times en junio de 1991, y añadía: "tiene la virtud de tomar un vestido liso y recto y convertirlo en un negligée de satén". "Podría vender hielo a un pingüino" –afirmaba Ellen Harth, su agente en Elite. Recogía también aquel artículo la apretada agenda de la modelo holandesa en una jornada random de la Semana de la Moda: cinco desfiles, varias pruebas de maquillaje y un pequeño rodaje justo al mediodía, como ecuador laboral. Ah, y a la mañana siguiente a las 8, vuelta a empezar. Fresca y lozana como si nada. Las top models estaban en la cresta de la ola, y la surfeaban con una destreza nunca vista.
Karen Mulder ingresó en el selecto ramillete de modelos cuando aún quedaba una pequeña porción del pastel por repartir. Su llegada al circuito es de lo más común (un lugar común, más bien): chica no se atreve a participar en un concurso de belleza, amiga manda las fotos por ella y deja al jurado con la boca por las rodillas. Un comienzo un poco tímido hasta que cae el primer desfile importante, después viene otro y después otro; para cuando se quiere dar cuenta ya amasa portadas en las mejores revistas y campañas jugosas. El contrato en exclusiva para una marca es el botón de muestra de que la modelo ya es una top. Guapa, distinguida, elegante; a Karen Mulder la bautizaron como "la rubia con clase".
Todo iba viento en popa hasta que una década y media después de parir el concepto, el fenómeno top model ya empezaba a oler. Y afloraron las miserias, los demonios y los miedos que siempre habían estado ahí, pero que el foco cegador y el ritmo de trabajo frenético habían mantenido a raya. El caso estalló en un plató de la televisión francesa, en el programa Tout Le Monde En Parle. La holandesa empezó a cascar por los codos, rajando de lo lindo; y cuando la cosa se puso seria aquello perdió rapidamente la gracia. Abusos, repetidas violaciones, obligada a consumir drogas, forzada por altos cargos políticos, por su padre y hasta por el príncipe Alberto de Mónaco. La dirección del programa tomó cartas en el asunto y destruyó la cinta, aquel programa –ni sus sorprendentes declaraciones– vieron jamás la luz. A raíz de aquello, Karen Mulder ingresó durante cinco meses en Villa Montsorius, una clínica psiquiátrica especializada en tratar la depresión, la ansiedad y el delirio.
Necesaria cabeza de turco y el padre –angustiado, como es lógico y normal– apuntó a la moda, ese ente despiadadamente frívolo. Lo cierto es que Karen había consumido cocaína en repetidas ocasiones y su tiempo como modelo había tocado fondo; dos razones de mucho peso para desestabilizar a cualquiera, pero más aún a un carácter frágil y maleable que había erigido un imperio en muy poco tiempo y sobre unos pilares de barro. Se recuperó, y se vio a tiempo de pivotar profesionalmente; así que se lanzó de cabeza a la canción con una versión de I am what I am y un disco de estudio. Un fracaso estrepitoso; y Mulder fue hallada con sobredosis de barbitúricos en su apartamento de París. Salió del coma y se recuperó de nuevo y las entrevistas posteriores dejó claro que la profesión le había incomodado siempre, desde el principio; "todo el mundo te decía lo fantástica que eras, y yo cada vez me conocía menos a mí misma"–declaró Mulder. Optó por el perfil bajo hasta 2007, cuando volvió a la pasarela de la mano de John Galliano para Dior, como antes, como siempre, cuando era el ojito derecho de Gianfranco Ferré. Y de nuevo un perfil bajo hasta 2011, cuando volvieron los ataques de ansiedad, la ira y el desequilibrio. Tras someterse a una intervención de cirugía estética Karen Mulder brotó, descontenta con el resultado. Y arremetió contra su cirujana, que ante las amenazas de la modelo llamó a la policía. Las aguas parecen calmadas (de verdad ahora), y el verano pasado la vimos junto a su hija Anna en las playas de St. Barths. Espectacular, como siempre.
La historia –agridulce– de Karen Mulder despierta mucho recelo. Conjeturas, cábalas, pasajes sórdidos; una cara b lacerante que arrastra a su espalda la moda, porque la historia delirante de Karen Mulder despierta los fantasmas de una industria a la que cada tanto vuelven los casos de abusos, de extorsiones, de favores sexuales y consumo de drogas a cambio de un ticket al podium de la fama. En el mundo del oropel cuanto más cegador el sol, más negra es la sombra.
Repasamos en 47 imágenes, una por año (aunque de Karen Mulder muchas imágenes siempre son pocas), la trayectoria de una modelo irrepetible, preciosa por fuera y un torrente abismal por dentro.
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