ANIVERSARIO

Hace 85 a�os se produc�a el fracaso de la dictadura y del reinado de Alfonso XIII, que parti� hacia el exilio

14 de abril de 1931: As� se proclam� la Segunda Rep�blica

La Historia tiene la coqueter�a de repetirse, merced a lo cual, una vez m�s, se comprueba que la realidad tiene m�s fuerza que la realeza". As� se despachaba ante la prensa uno de los �ltimos fieles de Alfonso XIII, Jos� S�nchez Guerra, justo dos meses antes de que se proclamara la II Rep�blica. El Rey, que hab�a llegado con el siglo XX como esperanza de modernidad, se marchar�a instalado en el siglo XIX, arropado �nicamente por los sectores m�s irreductibles del Ej�rcito, la aristocracia y el clero. Espa�a, en 1931, ni hab�a dejado de ser mon�rquica ni se hab�a convertido repentinamente al republicanismo. Simplemente, la Corona se hab�a instalado en un punto de no retorno.

Todav�a hoy, los historiadores discrepan sobre la interpretaci�n de los resultados de aquellos trascendentales comicios que precipitaron el desenlace: Alfonso XIII parti� hacia el exilio. Sin embargo, para explicar la ca�da de la monarqu�a han de encadenarse retrospectivamente los acontecimientos, como m�nimo, hasta entroncarlos con el Desastre de Annual en 1921 -y la crisis militar que gener�- y el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera, en septiembre de 1923.

La dictadura de Primo de Rivera

El conde de Romanones, mon�rquico de pro, pero combativo con la dictadura, aseguraba que hab�a "conocido a pocos hombres m�s representativos de las virtudes y los defectos del pueblo espa�ol que don Miguel Primo de Rivera, y pocos que, como �l, reunieran un mayor caudal de simpat�as, tantas, que desarmaba hasta a sus m�s enconados adversarios. Le acompa�aban la figura, la voz, hasta su dejo andaluz; inteligente, decidor, de cultura limitada a las materias de su profesi�n, con verdadero sentido de gobernante y gran conocedor de los hombres".

Miguel Maura, republicano converso, reconoc�a que el general "era un hombre original y de bien", adem�s de "francamente simp�tico", virtudes que no le negaban ni sus enemigos y que "obligaban a perdonar sus grandes defectos". Efectivamente, Primo de Rivera no era un dictador al uso. No lleg� para quedarse, aunque luego se precipitara por la peligrosa pendiente de la intemporalidad; colabor� con la UGT -llamando a Largo Caballero al Consejo de Estado-, aunque fuera para cercenar al sindicato anarquista CNT; y moderniz� en lo que pudo el pa�s, aunque luego se viera paralizado por una crisis econ�mica mundial que desemboc� en una devaluaci�n catastr�fica de la peseta.

Vino a poner orden en las calles, pero al final se le rebelaron los estudiantes y aumentaron las revueltas obreras. Solucion� el problema de Marruecos, pero no supo conservar a su lado a los militares. El r�gimen de Primo de Rivera se constituy� a t�rmino, pero sin concretar la fecha de caducidad, de modo que no dio razones para el optimismo cuando suprimi� la actividad de los partidos y cre� el suyo propio, Uni�n Patri�tica; cuando disolvi� el Parlamento -que sustituy� por la Asamblea Nacional- y cuando se le pas� por la cabeza proclamar una nueva Constituci�n.

Dadas las circunstancias, daba igual que el Directorio se pusiera en marcha con el apoyo expl�cito del Rey o simplemente con su aquiescencia; era intrascendente que Alfonso XIII se agarrara al general como �ltima tabla de salvaci�n regeneracionista, en vista de la ca�tica situaci�n pol�tica, o que luego lo mantuviera porque la dictadura le pareci� al monarca sin�nimo de estabilidad. Lo cierto es que, a partir de entonces, la monarqu�a aparece indisociablemente vinculada al autoritarismo: el sistema de turno establecido por la Restauraci�n en 1876 hab�a fracasado.

Alfonso XIII estaba tocado, y cuando Miguel Primo de Rivera, enfermo y sin apoyos, abandon� el poder el 28 de enero de 1930, con tres conjuras neutralizadas a sus espaldas -la Sanjuanada, la intentona de S�nchez Guerra y el postrer golpe de Goded-, la soledad del Rey qued� al descubierto. En definitiva, el Directorio constituye la espita que expulsa del regazo real a algunos pol�ticos mon�rquicos. Los partidos pol�ticos se deshacen tambi�n porque han dejado de creer, o bien en la monarqu�a, o en la dinast�a borb�nica, o s�lo en este monarca. El caso es que lo que se debate desde finales de 1929 es la eficacia del proyecto democratizador, y la monarqu�a lo hab�a perdido. El republicanismo deja as� de ser un ideal propio de la intelectualidad, del liberalismo radical, de los federalistas y de los socialistas, para presentarse como una opci�n no s�lo posible, sino necesaria en amplios sectores sociales.

Pacto en San Sebasti�n

El Pacto de San Sebasti�n, firmado el 17 de agosto de 1930 por los m�s destacados l�deres pol�ticos del momento, rubrica que la rep�blica supone una aspiraci�n concreta, dotada de un proyecto pol�tico determinado -y en absoluto marginal- y un plan de actuaci�n definido. En resumen, all� se acuerda, sin necesidad de ponerlo negro sobre blanco, convocar unas Cortes constituyentes republicanas, garantizar la libertad religiosa, acometer la reforma agraria y reconocer el derecho de autonom�a de las regiones que lo soliciten en las Cortes.

En el Casino de la calle Garibay, sede local de Uni�n Republicana, y bajo la presidencia de Fernando Sasia�n, estaban casi todos, y algunos que no asistieron lo signaron despu�s: desde el republicanismo cl�sico, burgu�s y laico, de Aza�a y Lerroux, hasta el socialismo radical de Marcelino Domingo, �lvaro de Albornoz y �ngel Galarza, o el sindicalismo ugetista de Largo Caballero; desde el regionalismo moderado de Casares Quiroga hasta opciones federalistas y catalanistas de car�cter progresista (Maci� Mallol y Manuel Carrasco Formiguera, de Acci� Republicana y Acci� Catalana, respectivamente) o abiertamente independentista (Jaume Aiguader, de Estat Catal�).

Aunque sin duda, y aparte de los signatarios independientes (Felipe S�nchez Rom�n, Eduardo Ortega y Gasset -hermano del fil�sofo- y el socialista Indalecio Prieto), son las firmas de la derecha liberal las que m�s da�o le hacen a la Corona. La adhesi�n de los otrora mon�rquicos constituye una doble amenaza para Alfonso XIII: por un lado, porque se traslada a la opini�n p�blica la idea de que la monarqu�a es incapaz de afrontar con �xito la implantaci�n de un r�gimen parlamentario; por otro, porque sirve para equilibrar el proyecto republicano, evitando as� que caiga en manos de los m�s extremistas.

El propio Alcal�- Zamora reconoce en sus Memorias que de los horizontes posibles s�lo uno aparece despejado: rechaza de plano la continuidad del rey; no pondr�a obst�culos a la abdicaci�n din�stica; reniega de la rep�blica "an�rquica o epil�ptica" y se presta a servir a la "evolutiva, moderada, progresiva, pero de orden". De aquella reuni�n sale el comit� revolucionario, encabezado por el propio Alcal�-Zamora, quien reconoc�a que a Lerroux le sobraban m�ritos para ocupar su lugar, si no fuera por la desconfianza que despertaba sobre todo entre los sectores militares. Le correspondi� finalmente la tarea de convencer a las agrupaciones obreras no socialistas para que se unieran al movimiento.

El Comit� se traslad� al d�a siguiente a Fuenterrab�a, donde ten�a su residencia de verano Miguel Maura, lo cual sent� un precedente que se continu� en Madrid: los encuentros se celebrar�an, a partir de entonces, en el domicilio del pol�tico conservador, situado en la calle Pr�ncipe de Vergara. Inmediatamente se trazaron el plan propagand�stico y la estrategia de actuaci�n, a la vez que se perfilaba el Gobierno provisional que tomar�a inmediatamente las riendas para mantener el orden, dictar las primeras normas y asegurar una transici�n r�pida y nada traum�tica.

Misi�n imposible

Por su parte, el nuevo gobierno de D�maso Berenguer se afan� desde el principio en allanar el camino de vuelta hacia el constitucionalismo, para "calmar los esp�ritus y devolver a la vida p�blica de la naci�n su din�mica normal, desarmando la nutrida y agresiva oposici�n que contra la Corona se manifiesta". Las palabras del fiel general mon�rquico demuestran que la situaci�n era ciertamente cr�tica y que, por tanto, la principal misi�n del Ejecutivo era liberar a Alfonso XIII de toda responsabilidad y vinculaci�n con la dictadura. Las medidas legislativas se aceleran durante los primeros meses de 1930: se disuelve la Asamblea Nacional y se restituye la libre actividad de los partidos.

Sin embargo, el general no encuentra los apoyos suficientes. Algunos pol�ticos, cuya fidelidad al rey no puede ponerse en duda, se desmarcan del proyecto; es el caso de Gabriel Maura -que desconf�a de la viabilidad del Gobierno- y de Francesc Camb�, que, v�ctima de un c�ncer de garganta, no se encuentra con las energ�as suficientes para ponerse al frente del Ministerio de Hacienda. �ngel Ossorio y Gallardo se mostrar�a as� de expl�cito al analizar a posteriori la ca�da de Alfonso XIII: "Se ha de reconocer que (Berenguer) fue insuperable por las maneras civil�simas, por el sentido de justicia, por el esp�ritu pacificador. No cab�a hallar una conciencia mejor. Pero �ay!, era el jefe de la Casa Militar del Rey".

Entretanto, los diversos movimientos antidin�sticos se van articulando. Tampoco faltan las protestas callejeras. En marzo, pocos d�as antes de la muerte de Primo de Rivera, circula por Barcelona un amplio manifiesto firmado por las personalidades m�s relevantes de la izquierda. Entre ellas, Gabriel Alomar, Llu�s Companys, Nicolau d'Olwer y Jaume Aiguader, que piden que no se demore m�s el restablecimiento de la soberan�a popular. Los pasos dados por el incierto Gobierno no parecen suficientes, a pesar de que est� a punto de presentarse un calendario para la convocatoria de elecciones en todos los niveles, local, provincial y nacional.

A final de mes, llega a la Ciudad Condal un buen n�mero de intelectuales castellanos (Men�ndez Pidal, Ossorio y Gallardo, Mara��n, Ortega, Am�rico Castro...) que abogan por el derecho de los catalanes a definirse a s� mismos. En Madrid, durante la primavera de 1930, los salones de conferencias se llenan para escuchar la voz de Miguel Maura, Alcal�-Zamora, S�nchez Guerra o Melqu�ades �lvarez, que es m�s posibilista que republicano y, por tanto, considera que el tipo de r�gimen es una cuesti�n secundaria.

Las palabras de todos ellos tienen el poder de marcar el devenir del r�gimen, sobre todo porque el proceso de reconstrucci�n de los partidos se ha iniciado y no est� nada claro ni qui�n va a apostar por la monarqu�a ni si los que la defienden sin tapujos van a concurrir unidos a las elecciones. Los grupos mon�rquicos son incapaces de organizarse. El liberal Santiago Alba, exiliado voluntariamente en Par�s, es reclamado para que trate de aunar esfuerzos, pero no termina de decidirse, como tampoco lo har� luego, en junio, cuando el Rey le sondea para que se encargue de formar Gobierno.

En todo caso, lo que m�s preocupa a Berenguer no son ni las conferencias de los intelectuales y pol�ticos, ni las reuniones de los conspiradores, ni las algaradas estudiantiles -que, no obstante, obligan a suprimir algunas libertades p�blicas-, ni las revueltas obreras, sino el ambiente que se respira en los cuarteles. El director de Seguridad, el general Mola, es consciente de que un amplio sector del Ej�rcito repudia la monarqu�a.

Entre sus cabecillas est�n Aguilera, Cabanellas, Queipo de Llano, L�pez Ochoa y el carism�tico Ram�n Franco. A Mola tambi�n le desazona el �nimo de los escalones inferiores, en los que se encuentra, por ejemplo, Ferm�n Gal�n. En septiembre de 1930, las divisiones en el seno mon�rquico impulsan a Berenguer a presentarle una cuesti�n de confianza a Alfonso XIII, que la rechaza y le conmina a continuar por el camino emprendido de reformas, inst�ndole a reinstaurar la libertad de prensa.

Acababa de dimitir el ministro de Hacienda, Manuel Arg�elles, y las facciones liberales, representadas por el conde de Romanones, Garc�a Prieto, Santiago Alba, Gabriel Maura, Francesc Camb�, Bergam�n, Burgos Mazo, Chapaprieta y Miguel Villanueva, cada vez se comportan m�s como si perteneciesen a la oposici�n. No les hace ninguna gracia que el Gobierno Berenguer est� tan escorado hacia el conservadurismo y solicitan que se forme un nuevo gabinete de mayor�a liberal, a imagen y semejanza de las Cortes disueltas en 1923.

Frenes� republicano

Frente a la desuni�n en las filas mon�rquicas, el republicanismo, en fren�tica actividad, consigue incorporar al PSOE y a la UGT a su proyecto y aprobar el plan de actuaci�n, que incluir�, a mediados de diciembre de 1930, una huelga general y un levantamiento militar. El 28 de septiembre se re�nen en la Plaza de Toros de Madrid, bajo el lema "Solidaridad republicana", m�s de 20.000 personas para escuchar a los principales l�deres del republicanismo. El mitin sirve a los convocantes de bar�metro para pulsar el estado de la opini�n p�blica.

A pesar de todo, seg�n relata el periodista Eduardo de Guzm�n, los informes que llegaban de Gobernaci�n llamaban al optimismo. Al frente de los estudios electorales estaba un afamado y veterano pol�tico conservador, Joaqu�n Montes Jovellar, que asegura con insistencia que la mayor�a mon�rquica no corre peligro. Llegado octubre, y sin m�s dilaci�n, se forma el Gobierno provisional republicano. Horas y horas de discusi�n en la biblioteca de la casa de Miguel Maura, sentados frente a la gran chimenea.

Al principio, las diferencias est�n bien definidas: por un lado, Maura y Alcal�-Zamora; por el otro, todos los dem�s, partidarios de completar la revoluci�n para evitar cualquier riesgo de vuelta atr�s. Esto es, defienden, por ejemplo, la nacionalizaci�n de la Banca y el reparto de tierras. Los dos representantes del conservadurismo se oponen, argumentando que s�lo lograr� consolidarse una rep�blica basada en la moderaci�n. Las discusiones se extienden hasta tocar la figura del Rey y el papel de la Iglesia. La Presidencia no se discute, recae en Alcal�- Zamora. Se debate el papel que ha de asignarse a Lerroux. �ste era, junto con Aza�a, el republicano por excelencia, pero no estaba claro d�nde pod�a encajar. Maura comenta que si se le adjudica la cartera de Justicia "algunos de sus adl�teres acabar�an subastando las sentencias de los tribunales en la Puerta del Sol". Prevalece la propuesta de Largo Caballero, que lo env�a a Exteriores.

Entonces aparece el interesado, que suele llegar tarde, y no oculta su malestar por no haber sido elegido para presidir el Gobierno, aunque entend�a que era la hora de "las medias tintas". Una vez constituido el Gobierno, las reuniones comienzan a celebrarse en el Ateneo, por razones de discreci�n y solemnidad. El movimiento pol�tico se lamenta de que act�en por su cuenta y riesgo los sindicalistas de la CNT y algunos militares. La hora de la revoluci�n est� pr�xima; se fija para el 15 de diciembre.

El general Mola anota en sus Memorias que los acontecimientos posteriores no sorprendieron a las autoridades, que "el esp�ritu revolucionario lo invad�a todo, absolutamente todo, desde las m�s bajas a las m�s elevadas capas sociales", y que "ante un movimiento de tal �ndole no cab�an disposiciones para impedirlo, sino medidas para dominarlo". En este punto, el 15 de noviembre de 1930, aparece el famoso art�culo de Ortega y Gasset en las p�ginas de El Sol: "El error Berenguer", que concluye con estas palabras: "Delenda est Monarchia". �Por qu�? Porque el pueblo espa�ol no va a aceptar con la naturalidad que pretende el general retornar a la normalidad constitucional como si nada hubiese pasado.

La frustraci�n de Jaca

Sin embargo, el levantamiento fracasa por la impericia e imprudencia del capit�n Ferm�n Gal�n, que se subleva en Jaca tres d�as antes de lo acordado. Ya le hab�a conminado Mola a que desistiera, pero �ste hizo caso omiso. A los dos d�as, el capit�n y su segundo, �ngel Garc�a Hern�ndez, son fusilados. A partir de ese instante, los acontecimientos se precipitan. Se sofoca el levantamiento militar liderado por Ram�n Franco e Hidalgo de Cisneros en Cuatro Vientos y la mayor�a de los miembros del Gobierno provisional tomar� las uvas en la c�rcel Modelo de Madrid. No todos, porque "a don Alejandro (Lerroux) no le molestar�n".

Maura es bastante claro respecto a la condescendencia con que se trataba a los republicanos: "Result� que fuimos a la c�rcel los que nos dejamos detener". All� comprueban, no sin cierta desaz�n, que el paro convocado en Madrid como preliminar del levantamiento no se ha secundado. A mediados de febrero, cuando Alba, Camb�, Romanones y Garc�a Prieto, conde de Alhucemas, ya han decidido no presentar candidatura a las elecciones, Berenguer dimite. Los liberales mon�rquicos prefer�an que se celebrasen primeramente los comicios municipales, m�s f�ciles de dirigir.

Unos d�as antes, la monarqu�a hab�a recibido otro varapalo: se constituye la Agrupaci�n al Servicio de la rep�blica, liderada por Ortega, Gregorio Mara��n y P�rez de Ayala. Alfonso XIII entiende que debe llamar a formar gobierno a un militar, por eso insiste con su amigo Santiago Alba, luego recurre a Melqu�ades �lvarez, que le dice sin ambages que han de convocarse urgentemente Cortes constituyentes, y que el poder emanado de ellas ha de situarse por encima del real, para que determinen con absoluta libertad el tipo de r�gimen.

Las elecciones municipales de abril

El Rey acude a S�nchez Guerra que, antes de tomar una decisi�n, visita a los miembros del Gobierno republicano en prisi�n para recabar apoyos. Maura alza su voz por encima de las dem�s, sin atender cu�les eran los t�rminos de la proposici�n: "Nosotros, con la monarqu�a, nada tenemos que hacer ni que decir". S�lo un mes m�s tarde, el Gobierno provisional ser�a amnistiado. La opci�n final tiene mucho de componenda y muy poco de coherente. El Gobierno del almirante Aznar incluye al conde de Romanones y al marqu�s de Alhucemas, pero tambi�n a Berenguer, Juan de la Cierva y a Bugallal. En suma, todo lo disponible, sin reparar en diferencias. Un gobierno heterog�neo y desubicado, propio de un r�gimen que agoniza. Romanones, presidente de facto, explica gr�ficamente el funcionamiento del Ejecutivo: "Cada Ministerio se convirti� en un cant�n independiente". Las elecciones est�n a la vuelta de la esquina y, finalmente, los liberales imponen su criterio.

En primer lugar se celebrar�n las municipales, el 12 de abril. Y ante el car�cter plebiscitario que hab�an adquirido los comicios, Bergam�n, Melqu�ades �lvarez, S�nchez Guerra, Villanueva y Burgos Marzo -piden en un �ltimo acto de irresponsabilidad, de fidelidad al Rey, de desorientaci�n, de cortedad de miras, de hast�o o de todo a la vez-, la abstenci�n. Los republicanos ten�an el camino expedito. Alg�n tiempo despu�s, Miguel Maura reconocer�a: "Nos regalaron el poder. Suavemente, alegremente, ciudadanamente, hab�a nacido la II Rep�blica espa�ola". "Vengo a despedirme". A mediados de febrero de 1930, el Rey regresa del tiro de pich�n. Mientras se cambia de ropa, recibe a Miguel Maura en sus aposentos. Lo sabe perfectamente, pero le pregunta: "�Qu� te trae por aqu�?". "Vengo, se�or, a despedirme de Vuestra Majestad". "�A d�nde te marchas?". "Al campo republicano, se�or".

El Rey piensa que esta actitud, como otras similares, es una locura. Que la monarqu�a estaba a salvo. Alfonso XIII es v�ctima de sus "propias ficciones", que le inducen a creer que no tuvo nada que ver con la dictadura. A los pocos d�as, el 27 de febrero, le toca el turno al conservador Jos� S�nchez Guerra, que hablaba tras varios a�os de silencio.

El Teatro de la Zarzuela est� a rebosar, hasta se han vendido localidades. S�lo le basta recitar a G�ngora:

"�Qui�n mat� al conde? / Ni se sabe ni se esconde: / sin discurso discurrid".

El monarca hab�a herido de muerte la legalidad constitucional. La concurrencia aplaude con fervor. Llega el momento de adoptar una posici�n contundente, para ello recurre al duque de Rivas:

"No m�s abrasar el alma / el sol que apagarse puede, / ni m�s servir a se�ores / que en gusanos se convierten".

Silencio sepulcral en el auditorio. Ya en primavera, en el Ateneo de Zaragoza, Ossorio y Gallardo se declara "mon�rquico sin Rey", y pide unas elecciones "rabiosamente sinceras". Melqu�ades �lvarez, en el Teatro de la Comedia, explica su viaje de ida y vuelta. Su conciencia estaba tranquila aunque no se define con claridad, s�lo pide elecciones constituyentes, sean cuales sean sus resultados. Antes, el 13 de abril, en Valencia, Alcal�-Zamora da el paso definitivo.

38 Comentarios

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Republica y laicismo deber�an ser la aspiraci�n de una sociedad moderna, luego que las elecciones las gane la derecha, la izquierda o el centro, lo que decidan las urnas.

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@Guipuzcoano #3 Le sigo desde muy lejos, el lejano oriente y la verdad es que me hace no perder la esperanza en la sociedad actual espa�ola. Es una pena que las generaciones venideras est�n contaminadas por el analfabetismo cr�tico, la mundializaci�n de las culturas en detrimento de la propia, y la paraplejia intelectual, lo cual hacce que millones de j�venes ahora y futuros adultos cojan e impronten en su rasurera aquello que suena bien aunque simplemente sea una mentira y gorda. El no conocer la historia, el no tener sentido com�n propio, lleva al borreguismo del que actualmente adolece estructuralmente la sociedad del pais. Por eso le sigo, por eso me gusta leerle porque veo que la gente ya no piensa, no razona, es sectaria y condenatoria, es fachada y nada m�s. Muchisimas gracias y no deje de escribir y de arrojar luz en estos tiempos de luz utravioleta.

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Y as� termin� : " El dia de hoy, vencido y desarmado, el Ejercito Rojo..."Se fu� a tomar por saco

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@_SAW_ #32 si eres antiloquesea es que muy dem�crata no eres. S�lo los que piensan como tu est�n bien vistos cuando eres anti-algo y a la gente no le entra en la cabeza que la verdadera tolerancia es que cualquiera puede pensar como le de la gana sin que nadie tenga que odiarte por ello, ya seas cat�lico, musulm�n, budista, de derechas o izquierdas. Cuanta amistad perdida por no entender que simplemente se ve diferente lo mismo y que ninguno de los dos esta confundido.

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@Smetana #31 jajaja..me alienta que haya m�s gente que pensemos igual.Pero no he contado lo mejor....soy anticlerical,de derechas,pero anticlerical.Si,creo en liberalismo,como f�rmula pol�tico-econ�mica,pero sin coronas ni sotanas.Son r�moras del medievo,par�sitas,que solo ponen piedras en el camino de la prosperidad.Lo siento,pero no voy a cambiar,ni yo,ni mill�nes que piensan como nosotros,s� mill�nes de espa�oles,piensan as�.Un cordial saludo.

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Yo creo,que lo que sucedi� tr�s la 2� Rep�blica,con desgobierno,elecci�nes y m�s elecci�nes,la anarqu�a,levantamientos en armas de ciertos grupos paramilitares ha marcado el futuro de Espa�a.Yo soy de derechas,pero antimon�rquico convencido.Es evidente,que los tiempos han cambiado,en aquellos ent�nces el nivel de analfabetismo alcanzaba el 50% de la poblaci�n,hab�a mucha hambre y mucha necesidad y �ra f�cil enfervorizar la masas,por cuatro exhaltados.Hoy las cosas han cambiado,pienso que la sociedad espa�ola ha dado pruebas de madurez y es hora,de que,ten�endo Democracia,se�mos los ciudadanos,los elijamos a todos nuestros representantes.Nuevos tiempos,que nos obligan a convertirnos,de una vez en una sociedad moderna,anque muchos pierdan sus privilegios ancestrales.Si nos equivocamos,es ley de vida,es posible rectificar,si en monarqu�a nos toca un vividor,ten�mos que soportarlo. @tejonnegro #26

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