La Historia tiene la coqueter�a de repetirse, merced a lo cual, una vez m�s, se comprueba que la realidad tiene m�s fuerza que la realeza". As� se despachaba ante la prensa uno de los �ltimos fieles de Alfonso XIII, Jos� S�nchez Guerra, justo dos meses antes de que se proclamara la II Rep�blica. El Rey, que hab�a llegado con el siglo XX como esperanza de modernidad, se marchar�a instalado en el siglo XIX, arropado �nicamente por los sectores m�s irreductibles del Ej�rcito, la aristocracia y el clero. Espa�a, en 1931, ni hab�a dejado de ser mon�rquica ni se hab�a convertido repentinamente al republicanismo. Simplemente, la Corona se hab�a instalado en un punto de no retorno.
Todav�a hoy, los historiadores discrepan sobre la interpretaci�n de los resultados de aquellos trascendentales comicios que precipitaron el desenlace: Alfonso XIII parti� hacia el exilio. Sin embargo, para explicar la ca�da de la monarqu�a han de encadenarse retrospectivamente los acontecimientos, como m�nimo, hasta entroncarlos con el Desastre de Annual en 1921 -y la crisis militar que gener�- y el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera, en septiembre de 1923.
La dictadura de Primo de Rivera
El conde de Romanones, mon�rquico de pro, pero combativo con la dictadura, aseguraba que hab�a "conocido a pocos hombres m�s representativos de las virtudes y los defectos del pueblo espa�ol que don Miguel Primo de Rivera, y pocos que, como �l, reunieran un mayor caudal de simpat�as, tantas, que desarmaba hasta a sus m�s enconados adversarios. Le acompa�aban la figura, la voz, hasta su dejo andaluz; inteligente, decidor, de cultura limitada a las materias de su profesi�n, con verdadero sentido de gobernante y gran conocedor de los hombres".
Primo de Rivera no era un dictador al uso. No lleg� para quedarse, aunque luego se precipitara por la peligrosa pendiente de la intemporalidad
Miguel Maura, republicano converso, reconoc�a que el general "era un hombre original y de bien", adem�s de "francamente simp�tico", virtudes que no le negaban ni sus enemigos y que "obligaban a perdonar sus grandes defectos". Efectivamente, Primo de Rivera no era un dictador al uso. No lleg� para quedarse, aunque luego se precipitara por la peligrosa pendiente de la intemporalidad; colabor� con la UGT -llamando a Largo Caballero al Consejo de Estado-, aunque fuera para cercenar al sindicato anarquista CNT; y moderniz� en lo que pudo el pa�s, aunque luego se viera paralizado por una crisis econ�mica mundial que desemboc� en una devaluaci�n catastr�fica de la peseta.
Vino a poner orden en las calles, pero al final se le rebelaron los estudiantes y aumentaron las revueltas obreras. Solucion� el problema de Marruecos, pero no supo conservar a su lado a los militares. El r�gimen de Primo de Rivera se constituy� a t�rmino, pero sin concretar la fecha de caducidad, de modo que no dio razones para el optimismo cuando suprimi� la actividad de los partidos y cre� el suyo propio, Uni�n Patri�tica; cuando disolvi� el Parlamento -que sustituy� por la Asamblea Nacional- y cuando se le pas� por la cabeza proclamar una nueva Constituci�n.
Alfonso XIII estaba tocado, y cuando Miguel Primo de Rivera, enfermo y sin apoyos, abandon� el poder el 28 de enero de 1930, la soledad del rey qued� al descubierto
Dadas las circunstancias, daba igual que el Directorio se pusiera en marcha con el apoyo expl�cito del Rey o simplemente con su aquiescencia; era intrascendente que Alfonso XIII se agarrara al general como �ltima tabla de salvaci�n regeneracionista, en vista de la ca�tica situaci�n pol�tica, o que luego lo mantuviera porque la dictadura le pareci� al monarca sin�nimo de estabilidad. Lo cierto es que, a partir de entonces, la monarqu�a aparece indisociablemente vinculada al autoritarismo: el sistema de turno establecido por la Restauraci�n en 1876 hab�a fracasado.
Alfonso XIII estaba tocado, y cuando Miguel Primo de Rivera, enfermo y sin apoyos, abandon� el poder el 28 de enero de 1930, con tres conjuras neutralizadas a sus espaldas -la Sanjuanada, la intentona de S�nchez Guerra y el postrer golpe de Goded-, la soledad del Rey qued� al descubierto. En definitiva, el Directorio constituye la espita que expulsa del regazo real a algunos pol�ticos mon�rquicos. Los partidos pol�ticos se deshacen tambi�n porque han dejado de creer, o bien en la monarqu�a, o en la dinast�a borb�nica, o s�lo en este monarca. El caso es que lo que se debate desde finales de 1929 es la eficacia del proyecto democratizador, y la monarqu�a lo hab�a perdido. El republicanismo deja as� de ser un ideal propio de la intelectualidad, del liberalismo radical, de los federalistas y de los socialistas, para presentarse como una opci�n no s�lo posible, sino necesaria en amplios sectores sociales.
Pacto en San Sebasti�n
El Pacto de San Sebasti�n, firmado el 17 de agosto de 1930 por los m�s destacados l�deres pol�ticos del momento, rubrica que la rep�blica supone una aspiraci�n concreta, dotada de un proyecto pol�tico determinado -y en absoluto marginal- y un plan de actuaci�n definido. En resumen, all� se acuerda, sin necesidad de ponerlo negro sobre blanco, convocar unas Cortes constituyentes republicanas, garantizar la libertad religiosa, acometer la reforma agraria y reconocer el derecho de autonom�a de las regiones que lo soliciten en las Cortes.
En el Casino de la calle Garibay, sede local de Uni�n Republicana, y bajo la presidencia de Fernando Sasia�n, estaban casi todos, y algunos que no asistieron lo signaron despu�s: desde el republicanismo cl�sico, burgu�s y laico, de Aza�a y Lerroux, hasta el socialismo radical de Marcelino Domingo, �lvaro de Albornoz y �ngel Galarza, o el sindicalismo ugetista de Largo Caballero; desde el regionalismo moderado de Casares Quiroga hasta opciones federalistas y catalanistas de car�cter progresista (Maci� Mallol y Manuel Carrasco Formiguera, de Acci� Republicana y Acci� Catalana, respectivamente) o abiertamente independentista (Jaume Aiguader, de Estat Catal�).
Aunque sin duda, y aparte de los signatarios independientes (Felipe S�nchez Rom�n, Eduardo Ortega y Gasset -hermano del fil�sofo- y el socialista Indalecio Prieto), son las firmas de la derecha liberal las que m�s da�o le hacen a la Corona. La adhesi�n de los otrora mon�rquicos constituye una doble amenaza para Alfonso XIII: por un lado, porque se traslada a la opini�n p�blica la idea de que la monarqu�a es incapaz de afrontar con �xito la implantaci�n de un r�gimen parlamentario; por otro, porque sirve para equilibrar el proyecto republicano, evitando as� que caiga en manos de los m�s extremistas.
Inmediatamente se trazaron el plan propagand�stico y la estrategia de actuaci�n, a la vez que se perfilaba el Gobierno provisional
El propio Alcal�- Zamora reconoce en sus Memorias que de los horizontes posibles s�lo uno aparece despejado: rechaza de plano la continuidad del rey; no pondr�a obst�culos a la abdicaci�n din�stica; reniega de la rep�blica "an�rquica o epil�ptica" y se presta a servir a la "evolutiva, moderada, progresiva, pero de orden". De aquella reuni�n sale el comit� revolucionario, encabezado por el propio Alcal�-Zamora, quien reconoc�a que a Lerroux le sobraban m�ritos para ocupar su lugar, si no fuera por la desconfianza que despertaba sobre todo entre los sectores militares. Le correspondi� finalmente la tarea de convencer a las agrupaciones obreras no socialistas para que se unieran al movimiento.
El Comit� se traslad� al d�a siguiente a Fuenterrab�a, donde ten�a su residencia de verano Miguel Maura, lo cual sent� un precedente que se continu� en Madrid: los encuentros se celebrar�an, a partir de entonces, en el domicilio del pol�tico conservador, situado en la calle Pr�ncipe de Vergara. Inmediatamente se trazaron el plan propagand�stico y la estrategia de actuaci�n, a la vez que se perfilaba el Gobierno provisional que tomar�a inmediatamente las riendas para mantener el orden, dictar las primeras normas y asegurar una transici�n r�pida y nada traum�tica.
Misi�n imposible
Por su parte, el nuevo gobierno de D�maso Berenguer se afan� desde el principio en allanar el camino de vuelta hacia el constitucionalismo, para "calmar los esp�ritus y devolver a la vida p�blica de la naci�n su din�mica normal, desarmando la nutrida y agresiva oposici�n que contra la Corona se manifiesta". Las palabras del fiel general mon�rquico demuestran que la situaci�n era ciertamente cr�tica y que, por tanto, la principal misi�n del Ejecutivo era liberar a Alfonso XIII de toda responsabilidad y vinculaci�n con la dictadura. Las medidas legislativas se aceleran durante los primeros meses de 1930: se disuelve la Asamblea Nacional y se restituye la libre actividad de los partidos.
El director de Seguridad, el general Mola, era consciente de que un amplio sector del Ej�rcito repudia la monarqu�a
Sin embargo, el general no encuentra los apoyos suficientes. Algunos pol�ticos, cuya fidelidad al rey no puede ponerse en duda, se desmarcan del proyecto; es el caso de Gabriel Maura -que desconf�a de la viabilidad del Gobierno- y de Francesc Camb�, que, v�ctima de un c�ncer de garganta, no se encuentra con las energ�as suficientes para ponerse al frente del Ministerio de Hacienda. �ngel Ossorio y Gallardo se mostrar�a as� de expl�cito al analizar a posteriori la ca�da de Alfonso XIII: "Se ha de reconocer que (Berenguer) fue insuperable por las maneras civil�simas, por el sentido de justicia, por el esp�ritu pacificador. No cab�a hallar una conciencia mejor. Pero �ay!, era el jefe de la Casa Militar del Rey".
Entretanto, los diversos movimientos antidin�sticos se van articulando. Tampoco faltan las protestas callejeras. En marzo, pocos d�as antes de la muerte de Primo de Rivera, circula por Barcelona un amplio manifiesto firmado por las personalidades m�s relevantes de la izquierda. Entre ellas, Gabriel Alomar, Llu�s Companys, Nicolau d'Olwer y Jaume Aiguader, que piden que no se demore m�s el restablecimiento de la soberan�a popular. Los pasos dados por el incierto Gobierno no parecen suficientes, a pesar de que est� a punto de presentarse un calendario para la convocatoria de elecciones en todos los niveles, local, provincial y nacional.
A final de mes, llega a la Ciudad Condal un buen n�mero de intelectuales castellanos (Men�ndez Pidal, Ossorio y Gallardo, Mara��n, Ortega, Am�rico Castro...) que abogan por el derecho de los catalanes a definirse a s� mismos. En Madrid, durante la primavera de 1930, los salones de conferencias se llenan para escuchar la voz de Miguel Maura, Alcal�-Zamora, S�nchez Guerra o Melqu�ades �lvarez, que es m�s posibilista que republicano y, por tanto, considera que el tipo de r�gimen es una cuesti�n secundaria.
Las palabras de todos ellos tienen el poder de marcar el devenir del r�gimen, sobre todo porque el proceso de reconstrucci�n de los partidos se ha iniciado y no est� nada claro ni qui�n va a apostar por la monarqu�a ni si los que la defienden sin tapujos van a concurrir unidos a las elecciones. Los grupos mon�rquicos son incapaces de organizarse. El liberal Santiago Alba, exiliado voluntariamente en Par�s, es reclamado para que trate de aunar esfuerzos, pero no termina de decidirse, como tampoco lo har� luego, en junio, cuando el Rey le sondea para que se encargue de formar Gobierno.
En septiembre de 1930, las divisiones en el seno mon�rquico impulsan a Berenguer a presentarle una cuesti�n de confianza a Alfonso XIII
En todo caso, lo que m�s preocupa a Berenguer no son ni las conferencias de los intelectuales y pol�ticos, ni las reuniones de los conspiradores, ni las algaradas estudiantiles -que, no obstante, obligan a suprimir algunas libertades p�blicas-, ni las revueltas obreras, sino el ambiente que se respira en los cuarteles. El director de Seguridad, el general Mola, es consciente de que un amplio sector del Ej�rcito repudia la monarqu�a.
Entre sus cabecillas est�n Aguilera, Cabanellas, Queipo de Llano, L�pez Ochoa y el carism�tico Ram�n Franco. A Mola tambi�n le desazona el �nimo de los escalones inferiores, en los que se encuentra, por ejemplo, Ferm�n Gal�n. En septiembre de 1930, las divisiones en el seno mon�rquico impulsan a Berenguer a presentarle una cuesti�n de confianza a Alfonso XIII, que la rechaza y le conmina a continuar por el camino emprendido de reformas, inst�ndole a reinstaurar la libertad de prensa.
Acababa de dimitir el ministro de Hacienda, Manuel Arg�elles, y las facciones liberales, representadas por el conde de Romanones, Garc�a Prieto, Santiago Alba, Gabriel Maura, Francesc Camb�, Bergam�n, Burgos Mazo, Chapaprieta y Miguel Villanueva, cada vez se comportan m�s como si perteneciesen a la oposici�n. No les hace ninguna gracia que el Gobierno Berenguer est� tan escorado hacia el conservadurismo y solicitan que se forme un nuevo gabinete de mayor�a liberal, a imagen y semejanza de las Cortes disueltas en 1923.
Frenes� republicano
Frente a la desuni�n en las filas mon�rquicas, el republicanismo, en fren�tica actividad, consigue incorporar al PSOE y a la UGT a su proyecto y aprobar el plan de actuaci�n, que incluir�, a mediados de diciembre de 1930, una huelga general y un levantamiento militar. El 28 de septiembre se re�nen en la Plaza de Toros de Madrid, bajo el lema "Solidaridad republicana", m�s de 20.000 personas para escuchar a los principales l�deres del republicanismo. El mitin sirve a los convocantes de bar�metro para pulsar el estado de la opini�n p�blica.
A pesar de todo, seg�n relata el periodista Eduardo de Guzm�n, los informes que llegaban de Gobernaci�n llamaban al optimismo. Al frente de los estudios electorales estaba un afamado y veterano pol�tico conservador, Joaqu�n Montes Jovellar, que asegura con insistencia que la mayor�a mon�rquica no corre peligro. Llegado octubre, y sin m�s dilaci�n, se forma el Gobierno provisional republicano. Horas y horas de discusi�n en la biblioteca de la casa de Miguel Maura, sentados frente a la gran chimenea.
Al principio, las diferencias est�n bien definidas: por un lado, Maura y Alcal�-Zamora; por el otro, todos los dem�s, partidarios de completar la revoluci�n para evitar cualquier riesgo de vuelta atr�s. Esto es, defienden, por ejemplo, la nacionalizaci�n de la Banca y el reparto de tierras. Los dos representantes del conservadurismo se oponen, argumentando que s�lo lograr� consolidarse una rep�blica basada en la moderaci�n. Las discusiones se extienden hasta tocar la figura del Rey y el papel de la Iglesia. La Presidencia no se discute, recae en Alcal�- Zamora. Se debate el papel que ha de asignarse a Lerroux. �ste era, junto con Aza�a, el republicano por excelencia, pero no estaba claro d�nde pod�a encajar. Maura comenta que si se le adjudica la cartera de Justicia "algunos de sus adl�teres acabar�an subastando las sentencias de los tribunales en la Puerta del Sol". Prevalece la propuesta de Largo Caballero, que lo env�a a Exteriores.
La Presidencia no se discute, recae en Alcal�- Zamora. Se debate el papel que ha de asignarse a Lerroux. �ste era, junto con Aza�a, el republicano por excelencia
Entonces aparece el interesado, que suele llegar tarde, y no oculta su malestar por no haber sido elegido para presidir el Gobierno, aunque entend�a que era la hora de "las medias tintas". Una vez constituido el Gobierno, las reuniones comienzan a celebrarse en el Ateneo, por razones de discreci�n y solemnidad. El movimiento pol�tico se lamenta de que act�en por su cuenta y riesgo los sindicalistas de la CNT y algunos militares. La hora de la revoluci�n est� pr�xima; se fija para el 15 de diciembre.
El general Mola anota en sus Memorias que los acontecimientos posteriores no sorprendieron a las autoridades, que "el esp�ritu revolucionario lo invad�a todo, absolutamente todo, desde las m�s bajas a las m�s elevadas capas sociales", y que "ante un movimiento de tal �ndole no cab�an disposiciones para impedirlo, sino medidas para dominarlo". En este punto, el 15 de noviembre de 1930, aparece el famoso art�culo de Ortega y Gasset en las p�ginas de El Sol: "El error Berenguer", que concluye con estas palabras: "Delenda est Monarchia". �Por qu�? Porque el pueblo espa�ol no va a aceptar con la naturalidad que pretende el general retornar a la normalidad constitucional como si nada hubiese pasado.
La frustraci�n de Jaca
Sin embargo, el levantamiento fracasa por la impericia e imprudencia del capit�n Ferm�n Gal�n, que se subleva en Jaca tres d�as antes de lo acordado. Ya le hab�a conminado Mola a que desistiera, pero �ste hizo caso omiso. A los dos d�as, el capit�n y su segundo, �ngel Garc�a Hern�ndez, son fusilados. A partir de ese instante, los acontecimientos se precipitan. Se sofoca el levantamiento militar liderado por Ram�n Franco e Hidalgo de Cisneros en Cuatro Vientos y la mayor�a de los miembros del Gobierno provisional tomar� las uvas en la c�rcel Modelo de Madrid. No todos, porque "a don Alejandro (Lerroux) no le molestar�n".
Maura es bastante claro respecto a la condescendencia con que se trataba a los republicanos: "Result� que fuimos a la c�rcel los que nos dejamos detener". All� comprueban, no sin cierta desaz�n, que el paro convocado en Madrid como preliminar del levantamiento no se ha secundado. A mediados de febrero, cuando Alba, Camb�, Romanones y Garc�a Prieto, conde de Alhucemas, ya han decidido no presentar candidatura a las elecciones, Berenguer dimite. Los liberales mon�rquicos prefer�an que se celebrasen primeramente los comicios municipales, m�s f�ciles de dirigir.
Unos d�as antes, la monarqu�a hab�a recibido otro varapalo: se constituye la Agrupaci�n al Servicio de la rep�blica, liderada por Ortega, Gregorio Mara��n y P�rez de Ayala. Alfonso XIII entiende que debe llamar a formar gobierno a un militar, por eso insiste con su amigo Santiago Alba, luego recurre a Melqu�ades �lvarez, que le dice sin ambages que han de convocarse urgentemente Cortes constituyentes, y que el poder emanado de ellas ha de situarse por encima del real, para que determinen con absoluta libertad el tipo de r�gimen.
Las elecciones municipales de abril
El Rey acude a S�nchez Guerra que, antes de tomar una decisi�n, visita a los miembros del Gobierno republicano en prisi�n para recabar apoyos. Maura alza su voz por encima de las dem�s, sin atender cu�les eran los t�rminos de la proposici�n: "Nosotros, con la monarqu�a, nada tenemos que hacer ni que decir". S�lo un mes m�s tarde, el Gobierno provisional ser�a amnistiado. La opci�n final tiene mucho de componenda y muy poco de coherente. El Gobierno del almirante Aznar incluye al conde de Romanones y al marqu�s de Alhucemas, pero tambi�n a Berenguer, Juan de la Cierva y a Bugallal. En suma, todo lo disponible, sin reparar en diferencias. Un gobierno heterog�neo y desubicado, propio de un r�gimen que agoniza. Romanones, presidente de facto, explica gr�ficamente el funcionamiento del Ejecutivo: "Cada Ministerio se convirti� en un cant�n independiente". Las elecciones est�n a la vuelta de la esquina y, finalmente, los liberales imponen su criterio.
Los republicanos ten�an el camino expedito. Alg�n tiempo despu�s, Miguel Maura reconocer�a: "Nos regalaron el poder. Suavemente, alegremente, ciudadanamente, hab�a nacido la II Rep�blica espa�ola"
En primer lugar se celebrar�n las municipales, el 12 de abril. Y ante el car�cter plebiscitario que hab�an adquirido los comicios, Bergam�n, Melqu�ades �lvarez, S�nchez Guerra, Villanueva y Burgos Marzo -piden en un �ltimo acto de irresponsabilidad, de fidelidad al Rey, de desorientaci�n, de cortedad de miras, de hast�o o de todo a la vez-, la abstenci�n. Los republicanos ten�an el camino expedito. Alg�n tiempo despu�s, Miguel Maura reconocer�a: "Nos regalaron el poder. Suavemente, alegremente, ciudadanamente, hab�a nacido la II Rep�blica espa�ola". "Vengo a despedirme". A mediados de febrero de 1930, el Rey regresa del tiro de pich�n. Mientras se cambia de ropa, recibe a Miguel Maura en sus aposentos. Lo sabe perfectamente, pero le pregunta: "�Qu� te trae por aqu�?". "Vengo, se�or, a despedirme de Vuestra Majestad". "�A d�nde te marchas?". "Al campo republicano, se�or".
El Rey piensa que esta actitud, como otras similares, es una locura. Que la monarqu�a estaba a salvo. Alfonso XIII es v�ctima de sus "propias ficciones", que le inducen a creer que no tuvo nada que ver con la dictadura. A los pocos d�as, el 27 de febrero, le toca el turno al conservador Jos� S�nchez Guerra, que hablaba tras varios a�os de silencio.
El Teatro de la Zarzuela est� a rebosar, hasta se han vendido localidades. S�lo le basta recitar a G�ngora:
"�Qui�n mat� al conde? / Ni se sabe ni se esconde: / sin discurso discurrid".
El monarca hab�a herido de muerte la legalidad constitucional. La concurrencia aplaude con fervor. Llega el momento de adoptar una posici�n contundente, para ello recurre al duque de Rivas:
"No m�s abrasar el alma / el sol que apagarse puede, / ni m�s servir a se�ores / que en gusanos se convierten".
Silencio sepulcral en el auditorio. Ya en primavera, en el Ateneo de Zaragoza, Ossorio y Gallardo se declara "mon�rquico sin Rey", y pide unas elecciones "rabiosamente sinceras". Melqu�ades �lvarez, en el Teatro de la Comedia, explica su viaje de ida y vuelta. Su conciencia estaba tranquila aunque no se define con claridad, s�lo pide elecciones constituyentes, sean cuales sean sus resultados. Antes, el 13 de abril, en Valencia, Alcal�-Zamora da el paso definitivo.
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