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Jueves, 23 de junio de 2022

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Perlas olvidadas del cine español (33). Un hombre va por el camino (Manuel Mur Oti, 1949)

Por Rafael Nieto Jiménez

Los personajes cinematográficos siempre transmiten la ideología de sus creadores, sea de una forma explícita o de manera más difuminada, pero hay épocas donde la explicitud se manifiesta más crudamente. Durante el franquismo abundaron los ejemplos de protagonistas que expresaban en sus diálogos la forma de pensar del régimen, fijando lo que era correcto pensar en todo tipo de temas sociales y políticos. Sin embargo, a veces aparecía un personaje que se salía de la línea marcada, del camino trazado por una atmósfera ideológica que permitía pocas desviaciones. Ese personaje solía pagar con la vida su atrevimiento, pero su aparición no podía menos que inquietar a los censores y satisfacer a los espectadores menos acomodaticios.

Luis Rodríguez (Fernando Nogueras), el protagonista de Un hombre va por el camino, huye del trabajo, incluso lo rechaza cuando se lo ofrece el alcalde del pueblo al que llega por azar. También es reticente a ayudar a Julia (Ana Mariscal) y su hija pequeña, que viven solas en Monte Oscuro, una finca montañosa de escaso rendimiento agrícola que necesitaría la fuerza de dos brazos más. Como él mismo dice: «soy un hombre que va por el camino sin pensar a dónde pueda llegar, que duerme cuando tiene sueño, que se sienta cuando está cansado, y que come… Bueno, eso ya es más difícil, que come cuando puede comprarlo y algunas veces cuando se lo dan». Es decir, no se atiene a las reglas sociales, es un vagabundo, calificativo despectivo que él acepta con alegría porque su rebeldía no es agresiva, sino afable, y permite con su buen humor ganarse enseguida la confianza de Julia y su hija. También su buen corazón explica que, pese a todo lo dicho, acceda a quedarse temporalmente a labrar una de las tierras de la mujer.

La dicotomía entre una vida de estabilidad sustentada en el duro trabajo y otra de holganza deambulante se resuelve, como era de esperar, a favor de la primera, cuando se descubre el trágico pasado del personaje que explicaría su apartamiento de la sociedad. Superado ese trauma, se restablece el orden con su vuelta a la vida profesional y social, simbolizada por su matrimonio con Julia. Pero la película, mientras llega ese desenlace, ha sabido deslizar otros matices interesantes. Por ejemplo, el difunto marido al que Luis acaba sustituyendo —se viste con sus ropas los primeros días— era un filósofo utópico que adquirió Monte Oscuro para intentar construir el mundo ideal que no encontraba fuera de allí. Es decir, se concibe la vida hogareña como un refugio frente al mundo exterior. Y claro, para que Julia lo reconstruya necesita a Luis, lo que lleva la película al terreno de las sutiles seducciones y las pasiones ocultas. Toda la interpretación de Ana Mariscal se sustenta en esa atracción que no puede manifestarse explícitamente, pero que Mur Oti consigue que entendamos de la forma más delicada. Un simple cambio de peinado expresa mejor que nada los deseos de una mujer enclaustrada en una casa solitaria y, pese a ello, vigilada por una sociedad demasiado represiva, pues ni siquiera la lejanía del pueblo impide las murmuraciones de las beatas siempre dispuestas a descubrir cualquier infracción moral. Mur Oti, con sorna, no desaprovecha la oportunidad, sin embargo, para poner en evidencia con humor la envidia que se oculta detrás de esa rigidez moral.

Porque ni esas pasiones soterradas ni el dramático trauma que arrastra el protagonista impiden que el tono general sea extrañamente amable, teñido de un leve humor que singulariza una película menos árida de lo esperado si se conoce el tono de los dramas rurales españoles previos, habitualmente apegados a una asentada tradición conservadora y religiosa. Además, esta primera obra de Mur Oti consigue combinar su agilidad narrativa como guionista con un especial gusto pictórico en la composición de los planos exteriores, aprovechando al máximo los paisajes de los Picos de Europa y sus cielos nublados para magnificar visualmente su relato en la línea de los grandes wésterns norteamericanos, donde el paisaje forma parte de la caracterización de los personajes. Es otra de esas películas españolas que gozó del favor del público y la crítica en el momento de su estreno, pero que el tiempo también ha relegado al olvido.

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