cartel de "licorice pizza"
Universal

Dirección: Paul Thomas Anderson Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper, Ben Safdie, Maya Rudolph, Joseph Cross Título original: Licorice Pizza País: Estados Unidos Año: 2021 Fecha de estreno: 11–02-2022 Género: Drama Guion: Paul Thomas Anderson Fotografía: Paul Thomas Anderson, Michael Bauman Sinopsis: La película se sitúa en California en 1973 y cuenta la historia de Alana Kane y Gary Valantine, dos jóvenes que se conocen, crecen juntos y se enamoran.

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Lo mejor: la insultante combinación de talento y fotogenia de su pareja protagonista.
Lo peor: queremos más sexo en este tipo de películas.

Se tiende a relacionar cada película que estrena Paul Thomas Anderson con una indigestión festiva, una borrachera sensorial de ideas e imágenes con su correspondiente resaca ad infinítum. No se va tan desencaminado si hablamos de un tipo capaz de fundir fondo y forma de la misma manera que las emociones de quien muestra y quien degusta o interpreta, esto es, autor y espectador, como si sus obras acabaran tocadas por ese don de la ebriedad al que se refería el poeta Claudio Rodríguez. Es justo lo que ocurre en su película más liviana y accesible, quizá también más libre y redonda, desde Embriagado de amor (2002), esta virtuosa zambullida en el valle de San Fernando de los años 70 que relata el improbable tira y afloja amoroso de dos criaturas cautivadas por la vida y el deseo: Cooper Hoffman, hijo del protagonista de Capote (B. Miller, 2005), y una soberbia, deslumbrante Alana Haim, ambos nacidos para sus personajes.

Fetichismo, ternura y goce

Más que mitómano o nostálgico, Licorice Pizza es un film fetichista, obsesivo hasta el trastorno a la hora de capturar la esencia de una era con un espléndido trabajo fotográfico del director y de Michael Bauman, una colección de luminosas viñetas saturadas de cameos, codazos a las farisaicas nuevas sensibilidades (el personaje de John Michael Higgins), una playlist formidable y una catarata de guiños, explícitos o soterrados (James Bond, Barbra Streisand, William Holden, Love Story...) sobre un tapete epidérmico que funciona como caja de resonancias, álbum de cromos y atlas de geografía sentimental. El director de Magnolia (1999) emplea el coming of age en una declinación sui géneris, integrándose en una tradición genuinamente usamericana, que va de Scott Fitzgerald (A este lado del paraíso) a Rick Moody y Jonathan Franzen pasando por Philip Roth. Pero, ante todo, Licorice Pizza triunfa como humanísimo y rendido homenaje a un cine perdido, tal vez imposible en el contexto actual: el de autores como Mike Nichols, Robert Altman, Robert Mulligan, Paul Mazursky o Hal Ashby, a los que Anderson rinde efervescente pleitesía. Sería fabuloso que su mera existencia lograra que las escurridizas nuevas generaciones se sumergieran en títulos olvidados como El volar es para los pájaros (R. Altman, 1970) o Próxima parada, Greenwich Village (P. Mazursky, 1976). Al final va a resultar que la posmodernidad tenía corazón.

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