Las relaciones entre los judíos y la Iglesia se tensaron a consecuencia de la Shoá, pues ha dominado la percepción de que la Iglesia ‘no hizo lo suficiente’ para cumplir con su obligación moral de defender a los judíos inocentes de la maquinaria de muerte de Hitler. Se cree ampliamente que la Iglesia se disculpó por esto en el documento Nosotros Recordamos, producido bajo el papado de Juan Pablo II. Esto sugiere que la mayoría de las personas no ha leído Nosotros Recordamos, que de ninguna manera se disculpa. Por el contrario, ese documento culpa a los cristianos comunes, no a la Iglesia como institución, por la Shoá. Es difícil defender que la Iglesia como tal fuera inocente, ya que la propaganda oficial de la Iglesia durante el siglo 19 fue la inspiración para la propaganda zarista y luego nazi: el contenido es casi idéntico. Y la Iglesia estuvo fuertemente involucrada con movimientos políticos antisemitas en Europa. Lo más condenable es que la idea misma de campo de exterminio se originó en Croacia con la bendición de la Iglesia católica croata. Y muchos criminales de guerra nazis escaparon la justicia después de la guerra con la ayuda de la Iglesia Católica.

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• Desde la Alta Edad Media, la Iglesia Católica desarrolló una fuerte orientación proalemana y antijudía. El sesgo antijudío lo había heredado del Imperio Romano; el sesgo proalemán se origina en la recreación del Imperio Romano (como Sacro Imperio Romano) con la ayuda de las aristocracias militares alemanas que se habían convertido en soberanos, luego de la caída del Imperio Romano en Europa, de sus antiguas provincias occidentales. Resultó una alianza tradicional en la cual la Iglesia y los aristócratas alemanes de Europa trabajaban juntos para perseguir y oprimir a los judíos. Es en el contexto de estas tendencias históricas que la diplomacia de la Iglesia en la Primera y Segunda guerras mundiales debe ser entendida.

• Los Protocolos de los Sabios de Sion es un famoso fraude de la Ojrana, la agencia de espionaje y policía secreta del zar ruso. El documento se presentó como las actas de una reunión celebrada por los líderes de una conspiración judía internacional que había corrompido en secreto todas las instituciones occidentales y que utilizaría dicho poder clandestino para esclavizar a los cristianos. Fue ampliamente difundido por todo Occidente y produjo una paranoia antijudía que sentó las bases para el surgimiento de varios movimientos fascistas y el asesinato masivo de judíos organizado por los nazis, que llamamos Shoa (Holocausto). Sin embargo, no se menciona con frecuencia que las calumnias contra los judíos en Los Protocolos son casi idénticas a las acusaciones hechas contra los judíos en la propaganda oficial de la Iglesia Católica durante el siglo 19, que a su vez seguía un patrón establecido desde la Edad Media de difamar y atacar a los judíos para con ello sofocar los movimientos revolucionarios dentro del cristianismo (que de hecho fueron influenciados por el pensamiento judío).

• Antes y durante la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia apoyó muchas políticas que beneficiaron directa o indirectamente a los nazis y sus objetivos. Por ejemplo, la Iglesia destruyó el Partido del Centro Católico en Alemania, que lideraba la oposición a los nazis. Y en lugar de unirse a un boicot contra el Tercer Reich, la Iglesia firmó un Concordato con Adolf Hitler que infló inmensamente su prestigio. Durante la guerra, con el apoyo de la Iglesia, el movimiento ultracatólico Ustacha en Croacia creó el primer campo de exterminio en 1941. Ese campo fue dirigido por un sacerdote franciscano bajo la autoridad de Aloysius Stepinac, el arzobispo de Zagreb. Después de la guerra, la Iglesia ayudó a escapar de la justicia a muchos criminales de guerra nazis, incluidos muchos criminales de la Ustacha. Estas políticas son un contexto importante para entender la postura de la Iglesia en la posguerra hacia el Estado judío, Israel, y hacia sus enemigos.

George Orwell es famoso por su análisis sistémico novelado de la estructura funcional de la ideología y la organización totalitaria: ‘1984.’ Es considerado un genio poco común, celebrado por su análisis de cómo el lenguaje se transforma bajo el totalitarismo para regimentar y controlar el pensamiento. Es bien merecido. Pero, sin quitarle nada a George Orwell, mucho antes de que él apareciera, existió Maurice Joly, quien, en el siglo 19, escribió un análisis sistémico novelado del totalitarismo, no menos profundo: Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Excepto que Joly estaba explicando cómo una aparente democracia podía convertirse en un sistema totalitario encubierto, gestionado a través de simulaciones de la realidad.

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• Joly escribió poco después de las revoluciones paneuropeas de 1848, que marcaron el verdadero nacimiento del proceso político que nos dio la democracia occidental moderna. Explicó cómo estas nuevas democracias serían corrompidas desde dentro y convertidas en democracias falsas porque, según dijo, había, en lo fundamental, un defecto institucional: los ciudadanos habían permitido a los gobernantes democráticos crear servicios secretos. Los usarían, explicó, para corromper el sistema en las sombras.

• Es interesante comparar el pensamiento de Maurice Joly y George Orwell, así como sus contextos históricos, ya que son dos pensadores con mucho en común. De hecho, se podría argumentar que Orwell era realmente Joly 2.0, y que 1984, el famoso análisis de Orwell sobre el totalitarismo, es en realidad una advertencia velada para los occidentales—bajo la apariencia de escribir una alegoría de ciencia ficción sobre el comunismo soviético—de que las democracias occidentales estaban siendo corrompidas desde dentro y convertidas en estados totalitarios encubiertos, gestionados a través de simulaciones de la realidad, precisamente como Joly había advertido de manera más explícita que sucedería.

• La razón por la que Orwell fue necesario es que el texto de Joly fue confiscado y sacado de circulación por la policía de Luis Napoléon Bonaparte, cuyo sistema ya corrompido era, de hecho, el que Joly estaba describiendo. Y luego Joly fue olvidado. Pero se mantuvieron copias del texto de Joly en los niveles más altos de las élites reaccionarias del poder occidental, y los discursos de su ficticio Maquiavelo, quien explicara cómo destripar una democracia desplegando los servicios secretos, manteniendo solo la fachada, fueron plagiados para crear Los Protocolos de los Sabios de Sion, que pretendía ser la minuta de una junta de la supuesta conspiración judía que había tomado clandestinamente el poder en todas partes. Esa propaganda fue central para los nazis alemanes y ayudó a causar la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

La narrativa estándar de la Segunda Guerra Mundial y la Shoá representa a los líderes occidentales tal y como se representaron públicamente: como enemigos de Adolf Hitler y los nazis alemanes. Por eso, las políticas occidentales de la década de 1930—que le dieron a Hitler básicamente todo lo que quería y mejoraron inmensamente su posición estratégica—han sido llamadas ‘apaciguamiento’ y no ‘patrocinio.’ Sin embargo, mucha evidencia apoya la hipótesis según cual los líderes occidentales compartían la ideología y los objetivos de Hitler. Este curso considera esta evidencia y pregunta si la interpretación estándar de la Segunda Guerra Mundial y Shoá debiera ser revisada.

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• Neville Chamberlain, símbolo del apaciguamiento, ha desconcertado a los historiadores. Lo han interpretado como un tonto y un cobarde que ni entendió bien a Hitler ni tuvo el coraje de enfrentarlo. Pero varios historiadores profesionales documentaron en la década de 1980 (aunque los libros de texto no lo mencionen) que 1) Chamberlain, a través de Sir Joseph Ball, controlaba desde los servicios secretos a toda la prensa británica (o sea que no era un tonto); y 2) Chamberlain compartía la ideología de Hitler.

• La ideología de Hitler, el nazismo alemán, fue una consecuencia del movimiento internacional eugenista, cuyos líderes más importantes, durante mucho tiempo, fueron estadounidenses y británicos. Neville Chamberlain fue un ferviente defensor de la eugenismo y, como Ministro de Salud (antes de convertirse en primer ministro), hizo grandes (aunque infructuosos) esfuerzos por aprobar leyes británicas en Gran Bretaña para crear campos de concentración donde encarcelar a trabajadores ‘problemáticos’ y forzar la esterilización de muchos otros.

• Si bien Winston Churchill es recordado como un rabioso antinazi que intervino para liberar a Gran Bretaña de las desastrosas políticas de apaciguamiento de Chamberlain y defender a Occidente, está bien documentado, de hecho, que también fue un propagandista ferviente del movimiento eugenista. ¿Cómo resolver esta contradicción? Ésa es la pregunta. Muchos aspectos de su carrera, aunque siempre disculpados por sus biógrafos/hagiógrafos, claman por una reevaluación de su papel: su amor por la guerra; su odio hacia los trabajadores humildes; su fuerte gusto por las violaciones clandestinas de los derechos y libertades ciudadanos (él es en gran medida responsable de la creación de los servicios secretos británicos); su preferencia por resolver problemas laborales con represión policial, dirigida por él mismo durante su período como Home Secretary (Ministro de Interior); sus expresiones elogiosas hacia Mussolini y Hitler (hasta que cambió abruptamente de guión); su amor por Alemania; sus fracasos consistentes, en beneficio dramático de Alemania, cuando lideró tropas británicas en ambas guerras mundiales; su amistad cercana con el famosamente pronazi rey Eduardo VIII; sus esfuerzos enérgicos por promover los ataques antisemitas contenidos en Los Protocolos de los Sabios de Sión, una difamación antijudía central para la propaganda nazi; y varios otros detalles que la mayoría de la gente ignora.

• Estos líderes británicos no eran excepcionales. Una fuerte atracción hacia los nazis alemanes, como está bien documentado (y bien conocido entre la gente históricamente informada), era muy extendida entre la aristocracia británica y los ricos industriales británicos. También era muy extendida entre los adinerados industriales estadounidenses, los mismos que habían respaldado enérgicamente las campañas presidenciales de Franklin Delano Roosevelt. Todo ello es coherente con el informe escandalizado que escribieran a la mitad de la guerra por algunos altos funcionarios del Tesoro de los Estados Unidos, y titulado ‘Informe al Secretario sobre la Complicidad de este Gobierno en el Asesinato de los Judíos.’ Estos burócratas documentaron un interminable catálogo de políticas estadounidenses que, acusaron furiosamente, fueron cuidadosamente diseñadas para atrapar a los judíos en Europa donde Hitler los encontraría. De hecho, acusaron al gobierno de EE.UU. de ‘intentos deliberados de evitar que se tomaran medidas para rescatar a los judíos de Hitler.’ Lamentablemente, y escandalosamente, las políticas enumeradas en ese documento son solo la punta del iceberg.