Contra el frío y la incertidumbre

Las impactantes fotografías del accidente de Los Andes: una historia de supervivencia humana

1 /9
Chile, 1971  El equipo de Rugby Old Christians (Exequiel Bolumburu)    Tenía que sobrevivir  (Ed  Alrevés)

Foto: Ed. Alrevés

1 / 9

La historia de un equipo de rugby

El equipo de rugby del Old Christians se fundó en 1963 por un grupo de exalumnos del colegio Stella Maris. En esa época, en Uruguay, apenas nadie jugaba al rugby pero los profesores de origen irlandés de la escuela pensaron que inculcar ese deporte en los alumnos sería una manera ideal de transmitirles los valores del esfuerzo, la importancia del trabajo en equipo y de la salud física. Poco a poco el club creció, y el 1971 decidieron hacer un viaje de intercambio a Chile para jugar unos partidos y crear comunidad en el Cono sur. La aventura resultó un éxito de modo que al año siguiente decidieron repetir el viaje, cuyo inicio tendría lugar en octubre de 1972. En esta imagen aparecen los componentes del Old Christians en 1971. Algunos de ellos, como Canessa (abajo, derecha) y Parrado (arriba, segundo por la derecha) serían parte del equipo que participó en el fatídico viaje de 1972. 

Sin ti´tulo

Foto: Ed. Alrevés

2 / 9

El desafortunado accidente: un error humano

El avión, un Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya (en la imagen, justo antes de salir), despegó del aeropuerto de Montevideo el 12 de octubre con destino a Chile. Sin embargo debido a las malas condiciones climáticas tuvo que cambiar el plan de vuelo y aterrizó el mismo día en Mendoza (Argentina), esperando a que el tiempo mejorara. La mañana siguiente la previsión meteorológica no había mejorado del todo, pero aún así los dos pilotos acordaron partir. El vuelo debía ser corto, pero entrañaba cierta dificultad porque requería ascender muy rápido para salvar la altura de las montañas andinas y, una vez superadas, descender pronto para alcanzar la pista de aterrizaje en Santiago de Chile. Por aquel entonces no se disponía de sistemas de gps, por lo que cuando consideraron que habían superado la cordillera de Los Andes empezaron el descenso, apoyados por la torre de control pero totalmente rodeados por las nubes. Cuando la nave recuperó visibilidad enseguida se dieron cuenta del error que habían cometido, pues estaban volando a escasos metros de las enormes y escarpadas cumbres montañosas. Al cabo de pocos segundos, un ala chocó contra una de ellas, luego la otra ala, tras lo cual la cola se desprendió y los primeros pasajeros y todas las pertenencias que no estaban aseguradas fueron absorbidos hacia el exterior. Instantes después el fuselaje tocó tierra y empezó a deslizarse a toda velocidad por la ladera de la montaña hasta que se detuvo bruscamente. 

El milagro de Los Andes

Foto: Ed. Alrevés

3 / 9

El milagro de Los Andes

Todos los supervivientes explican que si hay algo parecido al infierno aquello fue la primera noche en la Cordillera. El frío extremo, el pánico, el dolor, la desorientación, los cadáveres dentro del avión, los lamentos de los heridos más graves… De los 45 tripulantes del avión –19 eran del equipo de rugby, el resto, amigos y familiares– 13 murieron en el accidente y 4 más durante la primera noche. Los 28 restantes se dispusieron a resistir el mayor tiempo posible para aguantar hasta el rescate que deducían que estaría en marcha. La situación era absolutamente dramática. Por la noche, el termómetro podía marcar hasta -30º, las provisiones de comida eran escasas, había que derretir la nieve para saciar la sed y los alrededores del avión eran realmente peligrosos. Lo que les mantuvo con vida los primeros días fue la capacidad de organización, el trabajo por un objetivo común, donde cada uno cumplía un rol que contribuía de alguna manera al bienestar general del grupo. Consiguieron hacer funcionar una radio a través de la cual escuchaban los progresos y fracasos del rescate que efectivamente estaba en marcha. Cuando caía el sol, tapaban el agujero del fuselaje por el que entraban y salían y se acurrucaban en el reducido espacio tratando de darse calor los unos a los otros y masajeándose constantemente las extremidades para evitar la congelación

Restos del fuselaje accidentado en la nieve

Foto: Ed. Alrevés

4 / 9

Esperando un rescate que nunca llegaría

La única visión que tenían cuando salían al exterior del fuselaje era la de un paisaje yermo, una especie de desierto nevado. Se encontraban a 3.500 m de altura rodeados de nieve y cimas volcánicas, sin ningún rastro de vida animal o vegetal. El avión, además, eran blanco (como se puede ver en la imagen), lo cual complicaba mucho las labores de rescate ya que se camuflaba a la perfección con el paisaje. En dos ocasiones, dos días diferentes vieron un avión pasar por encima suyo, y creyeron que uno de ellos les había visto, y lo celebraron terminando con algunas de las existencias: fue una decepción indescriptible cuando al día siguiente constataron que nadie acudía a buscarlos. Aún así, mantenían esperanzas en el rescate. Antes de morir, uno de los pilotos agonizó durante horas y no paraba de repetir que ‘habían pasado Curicó’, Chile (aunque se equivocaba), con lo cual dedujeron que estaban en el lado chileno de la cordillera y siempre pensaron que hacia allí se encontraría la civilización más cercana. 

GettyImages

Foto: Getty Images

5 / 9

La antropofagia, la única manera de sobrevivir

Los días pasaban y si bien por lo que escuchaban las labores de búsqueda todavía estaban activas, la comida empezaba a escasear y cada vez estaban más débiles. Intentaron buscar alimento por todos los rincones de lo que quedaba del avión; probaron a comerse el cuero de los asientos, los abrieron esperando encontrar paja, pero no había nada que pudiera proporcionarles algo de vitaminas o energía. Fue entonces cuando, alrededor del décimo día, alguien sugirió que una de las pocas opciones con las que contaban era con las proteínas de la carne de los cadáveres. Todos los pasajeros eran católicos, por lo que se enfrentaban a un dilema más profundo espiritualmente hablando. Para algunos fue más difícil, pero poco a poco se fueron convenciendo todos y consiguieron vencer sus propios miedos y tabúes –éticos, morales y religiosos– con un solo objetivo en mente: sobrevivir. Empezaron por los cuerpos de la tripulación pero más adelante también tuvieron que recurrir a los de sus amigos y familiares. Y aunque al principio solo consumían las partes más carnosas, la grasa o la piel, acabaron utilizando también las vísceras e incluso los huesos. En la imagen se puede ver un cuerpo junto al avión, cuya carne se mantenía en buen estado gracias a las bajas temperaturas. Estaban completamente convencidos que gracias a eso conseguirían sobrevivir unos días más, lo que les daba más opciones de estar vivos cuando les rescataran. Sin embargo, el 23 de octubre escucharon por radio que la búsqueda se había suspendido y que solo se retomaría a finales de enero para recuperar los restos del avión y los cuerpos sin vida de los pasajeros. 

accidente andes 2

Foto: Ed. Alrevés

6 / 9

'Estamos solos, nos han dado por muertos.'

Y fue precisamente eso, el saberse abandonados por el mundo y dados por muertos, lo que les dio el empujón necesario para tomar la determinación de salir de allí por sus propios medios. El día siguiente, tres componentes del grupo, los que en mejores condiciones físicas de encontraban, salieron en una expedición de prueba para buscar la cola del avión donde se encontraban las baterías. Después de pasar una noche al raso en la que de nuevo estuvieron al borde de la muerte, regresaron sin éxito al fuselaje. Desde entonces, aprendieron a prepararse mejor para las salidas, siempre con una expedición definitiva en mente que les permitiera tomar contacto con la civilización más cercana. Guardaban las mejores ropas para los expedicionarios, les reservaban las mejores raciones de carne para que se mantuvieran fuertes, crearon raquetas de nieve con los cojines y empezaron a tejer un saco de dormir. En esta imagen, tomada con una cámara que encontraron entre los restos, se puede ver a algunos de ellos trabajando en el saco. Pero aún tenían que superar otra de las peores situaciones que vivirían en la Cordillera. El día 29 de octubre, ya de noche, un alud sepultó el avión llenando el fuselaje de nieve y matando casi en el acto a 8 de los supervivientes. De repente el espacio había quedado reducido a poco más de un metro desde el suelo al techo, y pasaron los siguientes tres días en esa terrible y asfixiante situación, al lado de los compañeros muertos que a su vez fueron también su salvación, pues les permitieron alimentarse mientras duraba la tormenta que no les permitía salir. Quedaban 19 supervivientes.

La expedición final

Foto: Ed. Alrevés

7 / 9

La expedición final: salvarse a sí mismos

Durante el mes de noviembre realizaron varias expediciones, algunas abortadas por el mal tiempo, otras por la dificultad de terreno. Pero consiguieron encontrar la cola del avión, y con ella unas baterías que, sin embargo, no pudieron hacer funcionar. También durante estos días murieron dos heridos por la gangrena y, ya entrado el mes de diciembre, murió el último miembro que perdería la vida en Los Andes con un peso de 25kg: no podían esperar más. Los seleccionados para la expedición definitiva fueron Nando Parrado, Roberto Canessa (en la imagen, sentados) y Tintín, salieron el 12 de diciembre. Este último regresó al avión tres días después tras entregar sus provisiones de carne a los otros dos, que decidieron seguir a toda costa a pesar de que no podían ver nada más que picos nevados. 10 días después de haber partido, de haber ascendido picos de más de 4.500m, de haber caminado decenas de kilómetros en pésimas condiciones físicas y sin apenas comida, al fin vieron un hombre montado a caballo. Se habían salvado. Era Sergio Catalán (en la imagen, de pie), un arriero cuya humilde finca se encontraba en Los Maitenes, Chile, y que acogió a los expedicionarios durante la primera noche hasta que llegaron a buscarles. 

Llegan los helicópteros

Foto: Getty Images

8 / 9

Llegan los helicópteros

Los supervivientes que esperaban en el avión vivieron con una mezcla de angustia, esperanza y miedo los 10 días que duró la expedición. Habían conseguido habilitar una radio y por las mañanas sintonizaban algunas emisoras, y fue a través del aparto que el décimo día escucharon los nombres de sus compañeros expedicionarios interrumpidos por interferencias. Finalmente escucharon claramente que Parrado y Canessa habían llegado e iban a ser rescatados. El rescate se organizó en helicópteros, y Parrado tuvo que ir en uno de ellos para indicar a los incrédulos pilotos cuál era el camino que habían recorrido y la ubicación exacta de los restos del avión. La imagen que pudo captar el helicóptero al llegar es esta, la de un grupo de jóvenes muy deteriorados pero vivos y felices, levantando los brazos, gritando y abrazándose como locos. En el primer viaje evacuaron a los seis que en peores condiciones estaban, pero los helicópteros no pudieron regresar a buscar al resto debido al mal tiempo. De hecho, los primeros rescatados relatan con pavor el viaje en helicóptero, que pasó muchas complicaciones para levantar el vuelo. Así, los ocho restantes tuvieron que pasar una noche más en el fuselaje acompañados por tres asistentes sanitarios que les colmaron de comida, bebida caliente y ropa de abrigo. 

El inesperado final feliz

Foto: Gustavo zerbino

9 / 9

El inesperado final feliz

A pesar de que en términos generales todos parecían sanos, los tres rescatistas tuvieron ciertas reservas cuando evaluaban la situación. Empezaron a montar una tienda para pasar la noche fuera del avión, pero los supervivientes insistieron en que entraran a dormir con ellos. No era fácil. Los cuerpos y otros restos de los cadáveres estaban alrededor del avión, los primeros metros de nieve estaban muy sucios, pues el grupo hacía sus necesidades no muy lejos, y el interior del avión desprendía un desagradable olor después de haber sido el refugio de un grupo de personas que no se había duchado ni cambiado de ropa en dos meses y medio. El panorama era dantesco. Sin embargo uno de ellos accedió y pasó la noche dentro del fuselaje del avión, compartiendo con los supervivientes todas las increíbles historias que no pararon de contarle hasta que amaneció. Ninguno de ellos durmió esa noche. El 23 de diciembre de 1973 llegaron de nuevo los helicópteros y el Valle de las Lágrimas, el lugar en el que había quedado varado el avión, quedó en silencio de nuevo. En la imagen se puede ver a Gustavo Zerbino, uno de los supervivientes (en el centro), momentos después de ser rescatado, acompañado de su madre, quien se metió en el helicóptero de rescate para estar con él y se negó a bajar a pesar de la insistencia de los rescatistas.