El camino hacia el poder

El Rubicón, la frontera prohibida que Julio César cruzó por decisión divina

Tras su triunfo en las Galias, la ambición de César parecía no tener límites. Cuando el Senado y Pompeyo quisieron frenarlo, no se arredró: cruzó el río Rubicón, la frontera de Italia, y conquistó el poder por la fuerza.

Gustave Boulanger, Jules César arrivé au Rubicon, 1854, Musée Picardie

Gustave Boulanger, Jules César arrivé au Rubicon, 1854, Musée Picardie

Julio César cruza el Rubicón. Pintura de Gustave Boulanger en la que el general romano aparece junto a un flautista divino enviado por los dioses. 1854, Museo de Picardia.

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En la mañana del 11 de enero del año 49 que, al amanecer, un guía les indicó el camino a.C., César iba a tomar una de las decisiones más trascendentales de su vida. El día anterior, como si nada extraordinario fuera a suceder y para no levantar sospechas, había asistido en Ravena a un espectáculo público y había examinado con atención los planos de una escuela de gladiadores que pensaba construir. A continuación participó en un concurrido banquete, según su costumbre. 

En mitad de la cena se levantó de la mesa y dijo a los comensales que debía abandonarlos un momento. Fuera lo esperaba un carro uncido a los mulos de una panadería cercana; en él partió en secreto con una pequeña escolta. En la oscuridad de la noche, el carro de César se extravió y anduvo durante largo tiempo dando vueltas hasta que al amanecer, un guía les indicó el camino correcto, aunque él y sus acompañantes tuvieron que ir a pie por senderos muy estrechos.

El Rubicón señalaba el límite entre la Galia Cisalpina e Italia, y según la ley romana ningún gobernador provincial podía atravesarlo al frente de sus tropas so pena de ser declarado enemigo público. César era plenamente consciente de las consecuencias que tendría el hecho de atravesar el río con sus legiones. Por ello, expresando en voz alta sus encontrados sentimientos, dijo a sus hombres: «Ahora todavía podemos retroceder, pero si atravesamos este pequeño puente, todo tendrá que resolverse con las armas». 

Julius Caesar MET DP 12755 001

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Julio César. Busto en mármol por Andrea Ferrucci, 1514, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.

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Según Suetonio, César estaba aún dudando sobre qué hacer cuando apareció un hombre de extraordinaria belleza y altura, sin duda enviado por los dioses, que arrebató la trompeta a un soldado y tocándola con fuerza cruzó al otro lado. Este hecho hizo que César decidiera pasar el río, justificando su decisión en la voluntad divina y en la iniquidad de sus enemigos. A continuación puso su destino en manos de la Fortuna con una frase que ha quedado para la historia: Alea iacta est, «la suerte está echada» o «los dados están echados». Para los romanos, la mejor tirada era la que llamaban «la suerte de Venus», y precisamente de esa diosa descendía la gens Julia, la familia de César. 

La arriesgada jugada protagonizada por Julio César sería considerada en el futuro como el principio del fin de la República romana, el régimen que durante cuatro siglos, desde la expulsión de los reyes etruscos, había encarnado los ideales romanos de igualdad y libertad. 

El camino hacia el poder 

César no fue el primero en violar abiertamente la legalidad de la República. La crisis política que vivía este régimen desde hacía décadas, provocada por la acelerada expansión de su Imperio y las tensiones sociales que ésta acarreaba, había convertido a Roma en teatro de toda clase de ambiciones personales. Diversos generales y políticos aprovecharon sus victorias militares para aspirar al máximo poder en el Estado. Mario, tío de César, fue elegido siete veces cónsul entre los años 107 y 86 a.C. Sila,  por su parte, llegó a gobernar como dictador en 81 a.C. Más tarde fue Cneo Pompeyo quien se convirtió en la figura política dominante gracias a sus exitosas campañas militares, hasta ser nombrado, en el año 52 a.C., cónsul único

Parisii stater Gallica celtiques 887 avers

Parisii stater Gallica celtiques 887 avers

los parisios, tribu gala instalada a orillas del sena, se unieron a Vercingetórix en su lucha contra César. Estatera de oro acuñada por este pueblo celta.

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César creció en este ambiente de competencia desatada por el poder. Tras diversas maniobras de la mano del partido de los populares, que estuvieron a punto de implicarlo en el golpe de Estado fallido de Catilina, en el año 60 a.C. se alió con Pompeyo y Craso para dominar entre los tres el sistema republicano en beneficio propio. El resultado inmediato fue el consulado de César del año 59 a.C., durante el cual promulgó diversas leyes apoyándose en el pueblo y dejando de lado al Senado. Los optimates, con Catón a la cabeza, no iban a olvidar fácilmente los agravios de César y esperarían la ocasión propicia para acabar con él. 

Estos representantes de las familias aristocráticas dominaban el Senado y pretendían repartirse entre ellos el gobierno de los cada vez más extensos territorios de Roma con las anquilosadas reglas de la República tradicional. No obstante, de nuevo gracias a un pacto con Pompeyo y Craso, al finalizar su consulado César partió a las Galias dispuesto a conquistar en aquellas tierras la gloria militar que lo podría encaramar a la cúspide del Estado. 

Pompey the Great, Augustean copy of a 70 60 BC original, Venice Museo Archeologico Nazionale (22205132751)

Pompey the Great, Augustean copy of a 70 60 BC original, Venice Museo Archeologico Nazionale (22205132751)

Cneo Pompeyo, enemigo de Julio César. Busto. Siglo XVIII. Museo Arqueológico, Venecia.

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Ocho años después, la guerra de las Galias había finalizado, reportando grandes beneficios a la República romana –que adquirió un nuevo territorio seguro que la defendía de posibles invasiones de las tribus galas y germanas–, pero sobre todo al propio César. El general victorioso tuvo en la guerra una fuente de ingresos de extraordinaria importancia. El oro de la Galia era un claro instrumento de poder para comprar a senadores endeudados que se declararían absolutos partidarios del hombre que les había sacado de la ruina. Sin embargo, el mayor fruto de esta guerra, que a la larga daría la victoria a César, era poder disponer a su término de un ejército entrenado, experimentado y, sobre todo, totalmente fiel a su general: el trampolín perfecto para aspirar al máximo poder en el Estado. 

En el camino, sin embargo, César iba a encontrar muchos y firmes oponentes. Para empezar estaba Pompeyo, que, pese a su antigua alianza con César, tuvo pronto conciencia de que el vencedor de la guerra de las Galias era un peligroso rival que debía ser eliminado o, por lo menos, controlado. En los últimos años, Pompeyo se había ido aproximando a las posiciones de los optimates. 

Un Senado hostil 

Todos ellos –Pompeyo y el Senado– eran conscientes del peligro que representaba César a causa de las riquezas y el poder personal que había ido acumulando durante su mandato en las Galias. Pero también sabían que, terminada la contienda, César debería dejar su cargo de gobernador y licenciar a su ejército, con lo que perdería, asimismo, la inmunidad que le concedía su cargo oficial (imperium). Pompeyo y sus aliados tramaron un plan para aprovechar ese momento y llevar a César a juicio, acusándolo de corrupción y conspiración, y acabar, así, con su carrera política. Fue el comienzo de una batalla política y jurídica llena de alternativas, que absorbió la atención de los romanos durante dos intensos años. 

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En el templo de Saturno (en el centro de la imagen) se custodiaba el erario público. César usó una parte del mismo para financiar su guerra en las Galias

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Para hacer frente al plan de sus enemigos, César declaró su intención de conservar el mando de las Galias, que concluía en marzo del año 50 a.C., hasta finales de 49 a.C., y presentarse al mismo tiempo, en el verano de ese año, a las elecciones para cónsul del año 48 a.C. Pero sus enemigos en Roma se opusieron a esta maniobra. Marco Marcelo, uno de los cónsules en ejercicio, propuso ante el Senado que, dado que la campaña militar había terminado, César tenía que licenciar a sus tropas y debía elegirse un nuevo gobernador. El historiador Apiano cuenta que al conocer César la postura de Marcelo acarició su espada y dijo: «Ésta me lo dará», en alusión a que si era preciso conseguiría sus fines por las armas. A la vez hizo que los tribunos de la plebe, debidamente sobornados, interpusieran un veto para atajar la táctica del cónsul. 

La hostilidad de Marcelo contra César era tal que en una ocasión mandó golpear con varas a un ciudadano de Como, población fundada por César al pie de los Alpes, cuyos habitantes tenían el privilegio de recibir la ciudadanía romana si desempeñaban una magistratura anual; a continuación, Marcelo le dijo que fuera a mostrar sus heridas a César. El mismo Marcelo sugirió enviar de inmediato a los sucesores de César para que ocuparan el gobierno de las provincias que éste tenía a su cargo, aunque su mandato no hubiera expirado aún. En esta ocasión, Pompeyo lo impidió asegurando, no obstante, que César debería dejar su cargo cuando terminara el plazo. 

Altar Domitius Ahenobarbus Louvre n3 (cropped)

Altar Domitius Ahenobarbus Louvre n3 (cropped)

Soldados romanos, en el relieve del altar de Domicio Ahenobarbo. Siglo I a.C. Louvre.

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El ambiente hostil en el Senado convenció a César de la necesidad de defenderse, tanto militar como políticamente. Por un lado decidió no licenciar a su ejército y trasladar parte de sus tropas de la Galia al norte de Italia. Por otro, intentó asegurarse el control de los magistrados del año 50 a.C. recurriendo a una de sus armas favoritas: el soborno. Así consiguió comprar, por nueve millones de denarios, al cónsul Lucio Emilio Paulo, que se comprometió a no tomar ninguna iniciativa contra él durante su mandato; en cambio fracasó con el otro cónsul, Cayo Claudio Marcelo, que era primo de Marco Marcelo y, por tanto, opuesto a César. También compró a Curión, hasta entonces un acérrimo anticesariano, pero que decidió cambiar de bando para saldar sus innumerables deudas (Valerio Máximo las calcula en sesenta millones de sestercios). Este Curión había sido elegido tribuno de la plebe y su veto iba a ser crucial para defender la posición de César. 

Pompeyo contra César 

En marzo de 50 a.C., cuando el mandato de César en la Galia ya había expirado, el cónsul Cayo Claudio Marcelo propuso el envío de los gobernadores que debían suceder a César en las provincias que controlaba, pero su colega Emilio Paulo permaneció en silencio. Entonces, un hecho cambió la situación en Roma. Los partos amenazaban la frontera romana y se pidió al Senado que enviara dos legiones para defender la provincia de Siria. Pompeyo declaró que él enviaría una si César enviaba otra. Pero era una propuesta engañosa, puesto que la legión de Pompeyo era una de las que éste prestó en el pasado a César, con lo que en realidad era César el que perdería dos legiones en un momento muy delicado de equilibrio de poder entre los dos grandes hombres de Roma. 

Sorprendentemente, César aceptó, quizá para mostrar que estaba dispuesto a llegar a acuerdos y que no quería un enfrentamiento ni con el Senado ni con Pompeyo. Al final, la situación en Oriente se calmó, las dos legiones permanecieron en Italia y Pompeyo se hizo con el control de ambas. César tuvo entonces que reclutar nuevas tropas para compensar la pérdida de su legión. 

C  Julius Caesar and L  Munatius Plancus, aureus, 45 BC, RRC 475 1a

C Julius Caesar and L Munatius Plancus, aureus, 45 BC, RRC 475 1a

Tras triunfar en la guerra civil, César fue elegido dictador por el Senado, título con el que aparece en la moneda superior. 

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Cuando los enemigos de César en el Senado intentaron de nuevo despojarlo de su mando y de su ejército, el recién comprado Curión intervino con una propuesta que sorprendió a todos: César dejaría su gobierno y sus tropas si Pompeyo hacía lo mismo a su vez. El conflicto entre ambos generales era evidente: o los dos dejaban sus cargos y ejércitos, o la guerra era inevitable. Ninguno de los dos permitiría que el otro se quedara en solitario con el poder –el político y sobre todo el militar– y controlara la situación en Roma a su antojo. César corría un gran riesgo si dejaba el poder militar que con tanto tesón había acumulado y que era su elemento de presión definitivo sobre el Senado. Pero los senadores que se le oponían vetaron la iniciativa. Propusieron a César que conservara su poder y su ejército hasta noviembre de ese año, pero el vencedor de las Galias no aceptó ya que sabía que después de esa fecha estaría indefenso. La situación quedaba de nuevo en tablas. 

En otoño, el clima de Roma se vio alterado cuando circuló el falso rumor de que César había partido de la Galia con cuatro legiones. Pompeyo, mientras tanto, había llegado a la convicción de que sus fuerzas eran superiores a las de César y de que podría reclutar en Italia cuantos soldados quisiera gracias a su carisma. «Cuando se le decía –escribe Plutarco– que si César se dirigiese a Roma no veían con qué tropas podría resistirle, Pompeyo respondía sonriendo y con aire confiado: “En cualquier parte de Italia que yo golpee el suelo con el pie saldrán legiones”». En diciembre, uno de los más fieles lugartenientes de César, Labieno, se pasó al bando pompeyano. Por su parte, el moderado Cicerón hizo un esfuerzo para encontrar una solución pacífica al conflicto. 

Hacia la guerra civil 

En Roma, la expectación ante el inminente choque entre César y Pompeyo era máxima. El aristócrata Marco Celio Rufo escribía a Cicerón en septiembre: «Cuando más nos acercamos a la lucha inevitable, más nos asombramos de la grandeza del peligro. Ahí está el terreno donde van a chocar las dos potencias del momento. Pompeyo está decidido a no sufrir que César sea cónsul antes de haber entregado su ejército y sus provincias. Y César está convencido de que sólo tiene salvación conservando su ejército... Esta obstinación, esta temible alianza desembocará no en oculta animosidad, sino en una guerra abierta». 

Cicero Bust at Old Library

Cicero Bust at Old Library

Busto de Cicerón en el Trinity College de Dublín.

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La mayoría de senadores, temerosos, estaban dispuestos a hacer las concesiones que César pidiera con tal de evitar la guerra. De esta forma, cuando en diciembre Curión logró que se votara en el Senado la propuesta de que César y Pompeyo dejaran el poder militar a la vez, 370 senadores votaron a favor y tan sólo 22 en contra. Pero la facción opuesta a César no se resignó. Cayo Marcelo, acompañado por el segundo cónsul y sus sucesores para el año 49 a.C., buscó a Pompeyo en el Foro y le arrojó dramáticamente una espada, instándole a tomar el mando de todas las tropas de Italia para salvar a la República. 

Éstas fueron sus palabras: «Te ordenamos yo y mi colega [el cónsul Paulo] que marches contra César en defensa de la patria. Para esta misión te damos el ejército que se encuentra ahora en Capua o en cualquier otro punto de Italia y cuantas tropas adicionales quieras reclutar tú mismo». A pesar de que era un acto ilegal, Pompeyo aceptó el encargo de defender a la República del peligro que representaba César. 

Una decisión irrevocable 

El 1 de enero del año 49 a.C., desde Ravena, César envió al Senado una carta que constituía su última palabra. En ella volvía a ofrecer su renuncia al mando simultáneamente con la de Pompeyo, pero el Senado interpretó la propuesta como un gesto de arrogancia. Pompeyo y los cónsules impidieron que se votara lo propuesto en la carta y aprobaron una moción para que César fuera declarado enemigo público. La moción fue vetada por el tribuno de la plebe Marco Antonio, un hombre de César. Aun así, hasta el último momento siguieron las negociaciones; César llegó a manifestar que cedería si se le permitía conservar una legión y el mando de la provincia de Iliria. La propuesta, que podría haberse aceptado, fue desestimada por la feroz oposición de un colérico Marco Porcio Catón, uno de los más implacables enemigos de César. 

Ro¨m  Republik  M  Antonius   Mu¨nzkabinett, Berlin

Ro¨m Republik M Antonius Mu¨nzkabinett, Berlin

Marco Antonio (arriba) fue pariente y aliado de Ce´sar. Durante la guerra civil, e´ste le confio´ el mando del ala izquierda de su eje´rcito en todas las batallas.

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El Senado se reunió otra vez el día 7 y aprobó un decreto que instaba a los cónsules a defender Roma contra cualquier ataque, bajo la consabida fórmula de «velar porque el Estado no sufra ningún daño». Los tribunos Marco Antonio y Quinto Casio ejercieron su derecho al veto, pero éste fue rechazado por el Senado. Temiendo por sus vidas, Antonio y Casio huyeron de Roma disfrazados de esclavos, y fueron a reunirse con César. 

Durante días, César había estado esperando la respuesta del Senado, «aguardando –dice en su Guerra civil– que quizás un cierto sentimiento de equidad podría poner las cosas en paz». Pero ahora comprendió que la ruptura era definitiva y se preparó para el enfrentamiento decisivo. El 10 de enero, cuando tuvo noticia de la decisión del Senado, hizo partir discretamente unas cohortes a la frontera de su provincia; por la noche, él mismo marchó con disimulo de Ravena hasta alcanzar, al amanecer del día 11, la ribera del Rubicón. 

Cesare varca rubicone bartolomeo pinelli

Cesare varca rubicone bartolomeo pinelli

César cruza el Rubicón en este grabado de Bartolomeo Pinelli, realizado en 1819.

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Tras vencer sus últimas dudas, cruzó el río. Luego aprovechó la presencia de los ultrajados tribunos para arengar a sus soldados, exhortándoles a defender el honor de su general, bajo el que habían servido durante nueve años en los que habían ganado numerosas batallas y habían pacificado toda la Galia y Germania. Los soldados de una de sus legiones favoritas, la decimotercera, le aseguraron que vengarían las injurias hechas a él y a los tribunos. César tenía ahora la garantía de poseer un ejército fiel que le seguiría hasta la victoria o la muerte, y se atrevió a emprender la invasión de Italia con una sola legión. Como había dicho, según el poeta Lucano, al pasar el Rubicón: «Aquí abandono la paz y el derecho ultrajado. A ti te sigo, Fortuna. ¡Lejos los traidores! ¡Pongámonos en manos del destino! Tomemos la guerra como árbitro».