Heavy Metal. Una guía de iniciación | Años 60 y 70. Los orígenes | Revista Cintilatio

Heavy Metal. Una guía de iniciación
Años 60 y 70. Los orígenes

Hacemos un repaso a la historia de un género irrepetible: el heavy metal. Sus grandes discos, las bandas, las canciones y los músicos que marcaron a varias generaciones durante tres décadas en que los ejércitos del metal dominaron La Tierra.

«I like smoke and lightning, Heavy metal thunder. Racin’ with the wind and the feelin’ that I’m under». Steppenwolf. Born to be wild.

Debes saber, oh, príncipe, que en los años que los océanos engulleron a Elvis, a la música disco y al punk y hasta el alzamiento de Maluma y sus hordas de reguetoneros surgidas del infierno del perreo, hubo una edad de ensueño en la que los ejércitos del Metal se extendían sobre la tierra como un negro manto eterno. Con el cabello largo, siempre de cuero negro y los elásticos bien apretados, dominaron las calles de ciudades de todo el mundo durante casi tres décadas. Tres décadas de cuero negro y tachas. De escaleras al cielo y autopistas al infierno. De guitarras afiladas y voces más afiladas aún. Dejadme que os hable de esos tiernos días en que formaba parte de la milicia del Metal.

Arqueología metalera

Rastrear las raíces del Heavy Metal es un ejercicio de arqueología para el que se necesita tanta paciencia como falta de prejuicios. Pero antes de empezar tenemos que hacernos una pregunta clave: ¿qué define una banda como heavy o metalera? Difícil cuestión esta.

Las fronteras del reino del metal no han estado nunca claras, incluyendo en su perímetro a bandas que musicalmente están en las antípodas unas de otras. La etiqueta heavy o heavy metal ha servido durante décadas para meter en el mismo saco a grupos de lo más dispares que comparten una a dos características comunes. Los que peinamos canas (y tenemos suerte de tener aún pelo) recordamos aquellos enormes espacios para soñar llamadas tiendas de discos, en cuya sección heavy podías encontrarte a bandas tan poco metaleras como AC/DC junto a bestias pardas como Slayer o Pantera. Lo mismo ocurría en festivales donde un servidor, allá por la segunda mitad de los ochenta, vio juntos a grupos tan diferentes como Whitesnake y Helloween. Así pues, puestos a citar una serie de características del estilo ahí tenemos la primera: lo que llamamos heavy es una amalgama de estilos, subgéneros, clases y etiquetas que no hay dios que ordene. Así que si eres un pureta o simplemente no soportas ver las cosas fuera de su cajón y ordenaditas te equivocas de artículo, busca algo de Marie Kondo.

Los orígenes

A finales de los sesenta la escena musical era una amalgama de géneros y estilos afianzados en la efervescente fiebre creativa de la época. Géneros tan efímeros y fruto del momento como el rock psicodélico y otros que se quedarían mucho tiempo como el hard rock o el blues eran el caldo de cultivo perfecto para que bandas de Reino Unido y USA experimentasen con su sonido en busca de algo diferente y nuevo. En esa sopa primigenia surge Jimi Hendrix. Un guitarrista, cantante y compositor de carrera tan corta como influyente. En su figura, tristemente desaparecida demasiada pronto, se conjuga otra de las características del heavy: la omnipresente guitarra eléctrica y la distorsión. Esa es la razón principal por la que este guitarrista ha sido siempre considerado una pieza clave en el largo camino hasta llegar a lo que llamamos heavy. Porque aparte de eso, nada puede estar más apartado del metal que el pop psicodélico y hormonado de Hendrix. Lo que es cierto es que, viéndolo destrozar, machacar, lamer, quemar y casi violar a su icónica Stratocaster uno tiene claro porque su figura quedó grabada a fuego en el inconsciente de los músicos de largas melenas que vendrían tras él.

Cuando Steppenwolf usa por primera vez el término Heavy Metal en su archiconocida Born to be wild (1968) nadie era consciente de que se estaba fraguando un estilo nuevo. Ya antes Iron Butterfly había dado un nuevo sentido el término metal pesado con In-A-Gadda-Da-Vida (1968) un tema de diecisiete minutazos no apto para todos los oídos, donde desgranaban muchos de los elementos que darían forma al estilo mucho antes de que este hubiese sido engendrado. Pero ninguno de estas dos bandas cumple la premisa anterior, la guitarra tiene un papel secundario en ambas canciones.

Las fronteras del reino del metal no han estado nunca claras, incluyendo en su perímetro a bandas que musicalmente están en las antípodas unas de otras.

Quienes sí tenían un guitarrista de dejar con la boca abierta eran Led Zeppelin. Eternamente enchufado a la teta del blues, Jimmy Page es el músculo que la banda británica necesitaba para alzarse a lo más alto de las lista de ventas, de donde no se bajarían hasta su disolución en 1980. Pero además, la banda británica instaura una nueva característica dentro del estilo: un vocalista que canta como si la vida le fuera en ello y llena el escenario con su sola presencia: Robert Plant. A partir de ese momento, poseer una voz operística, dramática, que sale de las tripas y no de la garganta es una premisa que irá siempre ligada al rock en su vertiente más dura. Pero por muy bueno que fuera Page (y lo era), Led Zeppelin se quedan a medias al hablar de guitarras, al menos en número.

Wishbone Ash es una de esas bandas que siempre suelen dejarse inexplicablemente de lado cuando se habla de los orígenes del heavy metal, y eso que ellos son los responsables de algo tan genuinamente heavy como doblar las guitarras. Un elemento que se aprecia desde su primer álbum homónimo de 1970. Porque ya se sabe: una guitarra nunca es suficiente. Otros que aportan su granito serán Bloodrock, cuyas letras oscuras y cargadas de connotaciones eróticas no pueden ser más opuestas al buen rollismo hippie imperante a finales de los sesenta, sentando con ello las semillas de ese gusto por lo macabro tan unido al heavy metal.

1970, el año milagroso

La década de los setenta se inicia con dos de los discos que marcarían un momento crucial para el género. Dos álbumes que siempre son citados como dos jalones fundamentales que llevarían al surgimiento del heavy metal tal y como lo entendemos hoy: In Rock de Deep Purple y Paranoid de Black Sabbath. Ambas bandas surgen en la industrializada Gran Bretaña. Un aspecto no menor y a veces obviado, pese a que la relación entre el heavy metal y la clase trabajadora sea innegable. Es de los grandes centros de la industria británica como Birmingham o Sheffield de donde surge la inspiración para ese sonido pesado y será de esa masa de trabajadores anónimos, frustrados y alienados donde broten las primeras bandas. Un aspecto curioso dado el poco afán reivindicativo del género, que desde sus inicios se decantó por convertirse en música de pura evasión, tratando temas fantasiosos en muchas ocasiones.

Volviendo a 1970, el disco de Black Sabbath es una de esas obras clave para entender el género del metal. La misma idea de riff de guitarra nace con él. Es pesado, oscuro y tortuoso como un río cavernoso. La onmipresente guitarra de Iommi y la voz punzante y entonces en forma de Ozzy Osbourne lo convierten en escucha obligada para el fan. Por su parte, tras varios discos sin pena ni gloria, Deep Purple dan a luz uno de esos álbumes indispensables de la historia de la música. Una mezcla de rock psicodélico, blues y música clásica que se apoyan en el virtuosismo de un teclista único como Jon Lord, en la guitarra de precisión cirujana de Ritchie Blackmore y en la voz épica de Ian Gillan. Lo que sucedería después con ambas bandas es historia. Deep Purple sería una de esas bandas inmortales cuya discografía todo aficionado al género debía conocer, y Black Sabbath se convertiría en la gran referencia para músicos de de heavy de los ochenta. Pero no adelantemos acontecimientos y sigamos. Eso sí, no perdáis de vista a estas dos bandas, porque a lo largo de los setenta, además de hacer grandes discos, formaron parte de un culebrón metalero del que luego hablaremos.

Un árbol de muchas ramas

A medida que la primera mitad de la década de los setenta avanza, decenas de bandas se van subiendo al carro y los melenudos van sumando efectivos a sus tropas. Como un enorme árbol de muchas ramas, el sonido evoluciona, avanza se separa del tronco y va dando forma al género en una etapa de una creatividad desbordante.

En EE. UU. Vincent Damon Furnier adopta el nombre de batalla de la que fuera su banda, Alice Cooper, y conjuga música y teatro de un modo nunca antes visto y que influirá en toda una generación de músicos posterior. Casi al mismo tiempo, pero en Inglaterra, Uriah Heep arrasan con su mezcla de rock duro de toques épicos y rock progresivo. El folk también se une a esta orgía de mixturas, y de la mano de Jehtro Tull coloca un instrumento tan poco rockero como la flauta en el Olimpo del rock progresivo.

Antes de convertirse en un fenómeno de masas unos novatos Queen aportan frescura y creatividad a un género que en ocasiones amenaza con convertirse en algo que se toma a sí mismo demasiado en serio. Sus tres primeros discos son puro heavy sin adulterar. Mercury y May en estado de gracia. Estamos ya en 1975 y los ecos de este nuevo sonido llegan hasta Escocia, donde Nazareth produce una obra maestra llamada Hair of the dog y de paso se convierte en una de las bandas responsables del éxito del género. Ese mismo año, mucho antes de convertirse en un fanático de las armas y seguidor de Trump, el ex guitarrista de The Amboy Dukes, Ted Nugent navega en solitario por aguas mucho más progresistas que las actuales (al menos musicalmente) y se saca de la manga un primer disco que marcara a toda una generación de músicos americanos.

El poder de este nuevo sonido llega incluso hasta una Alemania que aún se está recuperando del desastre de la II Guerra Mundial y cuya juventud ve en el rock una válvula de escape. A finales de los sesenta dos de esos jóvenes nacidos tras el conflicto bélico, los hermanos Schenker (Rudolf y Michael) y el vocalista Klaus Meine, forman una banda destinada a ser parte de la historia, Scorpions. Tras abandonar sus inicios psicodélicos y experimentales, casi una década después lanzan Virgin Killer. Con una portada imposible de imaginar en la actualidad (en este caso me atrevo a decir que afortunadamente), el álbum es uno de los discos de rock duro más esplendorosos jamás grabados. Para entonces hacía años que Michael Schenker había dejado la banda para formar parte de UFO. Una banda de un solo hit (Doctor, doctor). Pero no os preocupéis, nos lo volveremos a encontrar en solitario en los ochenta. Pero antes de eso toca hablar de la banda que colocó la última piedra en el edificio del metal y le dio la estética con la que acostumbramos a relacionarlo.

Los sacerdotes de Judas

En la siempre gris Birmingham, se forma a finales de los sesenta una banda de rock progresivo con uno de los mejores nombres jamás ideados: Judas Priest. Tras varios años de vagar por el desierto, a mediados de la década siguiente, y ya con la crucial incorporación del cantante Rob Halford, logran un contrato discográfico y registran su primer álbum: Rocka Rolla (1974). Un disco cuya portada estaba originalmente diseñada para los Rolling Stones y que definitivamente le iba mejor en un LP de la banda de Keith Richards que a un disco de hard rock, (echad un vistazo en Google y veréis a lo que me refiero). No obstante, el álbum ya incluía muchos de los elementos que conformarían el sonido de Judas Priest. Con su segundo LP, Sad Wings of Destiny (1976), se confirman como una de las bandas más importantes de la historia, además de sentar las bases musicales y estéticas del género.

Las guitarras afiladas de K. K. Downing y Glen Tipton sumadas a la voz aguda y particular de Halford hacen que Sad Wings of Destiny sea el primer disco de heavy metal de la historia y Judas Priest la banda a la que se le reconoce ese mérito. Sin embargo, su etapa de mayor gloria llegaría en los ochenta, cuando se convertirían en una banda de mastodónticas giras mundiales. El particular look del grupo a base de tachas y cuero (sacado de una tienda de BDSM) acabaron por dar forma a una estética tan identificable como universal. Así pues, para la segunda mitad de los setenta las piedras del edificio están asentadas y el cemento fraguado. El heavy metal es ya una realidad, pero aún queda mucho que decir de los fructíferos setenta.

Una ola que arrasa todo el planeta

Si habéis estado atentos habréis visto que tenemos entre manos un asunto que surge casi de modo exclusivo en Gran Bretaña. Pero a finales de la década de los setenta el heavy se extiende por todo el globo y llega a todos los rincones. En la ciudad del motor: Detroit, Paul Stanley y Gene Simmons dan forma a una banda que entrará por méritos propios en los anales de la cultura popular y cuyo concepto de merchandising haría sonrojar al mismísimo George Lucas. Estoy hablando, por supuesto, de Kiss. Su sentido del espectáculo los convierte en uno de los grandes, pero además sus primeros discos demuestran que eran algo más que una banda que se pintaba la cara. Dadle un tiento a Alive! (1975) o Destroyer (1976) para haceros una idea. Su estela la seguirían miles de músicos de todo el mundo.

En Boston nacería Aerosmith, una banda destinada a volar alto (perdón por el chiste). La clara influencia stoniana que se aprecia en su sonido no solo no empaña sino que engrandece la leyenda de sus primeras grabaciones a finales de los setenta. Rocks (1976) o Toys in the attic (1975) han quedado para la historia. Posteriormente Steven Tyler y Joe Perry vivirían su particular odisea con las drogas que los llevarían a ser conocidos como los gemelos tóxicos. Reaparecerían en los ochenta para completar una de las carreras más apasionantes y ricas de la música. En Irlanda el bajista Phil Lynott al frente de Thin Lizzy versiona el tema tradicional celta Whiskey in the jar y alcanzan el cielo en 1976 con un tema que es puro deleite guitarrero, The Boys are back in town. Las raíces irlandesas de su música impregnarán a un bisoño Gary Moore que las agregará a su sonido en los ochenta, antes de convertirse en un icono del blues.

Mientras, en Londres el punk eclosiona en todo su esplendor y Lemmy Kilmister es expulsado de Hawkwind por sus abusos con sustancias recreativas ilegales (aunque él siempre defendió que le habían dado los polvos equivocados). De un parto tan duro nace Motörhead, adalid del rock’n’roll frenético y cazurro, pero que a lo largo de su carrera se ganó el corazoncito de millones de fans que, como yo, ponían el límite de ruido que podían soportar en este trío. Mucho se ha hablado de su influencia en subgéneros como el trash metal o el speed metal. Sea como fuere, Motörhead es por derecho propio una banda que ha de figurar entre las más grandes del género y Lemmy el icono que alumbró con su mal ejemplo a dos generaciones que vieron en él la personificación de un estilo de vida que desaparecía a medida que el siglo XX daba sus últimos coletazos. Si tenéis duda de lo que digo poneos su Overkill (1979) y flipad.

En la otra parte del mundo, Australia, los hermanos Young (Angus y Malcom) junto al cantante Bon Scott forman a mediados de la década una de las bandas más icónicas de la historia. AC/DC y su rock’n’roll acelerado y pasado de vueltas no dejará indiferente a nadie cuando se lancen a la conquista del mundo allá por 1977. Un sonido básico que apenas ha cambiado en cuarenta años, apoyado en unos riffs sencillos y facilones. La imagen de su guitarra solista inspirada en Guillermo el travieso y unas letras vacilonas son fácilmente reconocibles por cualquier fan del género. Elepés como High Voltage (1976), Let there be rock (1977) o Highway to hell (1979) explican porque llevan más de cuarenta años entre los más grandes. A comienzos de 1980 la muerte de su vocalista está a punto de acabar con ellos, pero se sobreponen y junto a Brian Johnson emprenden una nueva etapa que los llevaría a lo más alto.

Ronald James Padavona, su abuela y un culebrón heavy

Ha llegado el momento de hablar de una de esas figuras fundamentales de la música y un cantante sin el que no se entendería el género. Nacido en 1943 y tristemente muerto en 2010, Ronnie James Dio (de apellido original Padavona) es al heavy metal lo que Orson Welles al cine. No solo tenía una voz prodigiosa tan llena de matices que lo convirtieron en uno de los vocalistas del género más reconocidos, sino que era dueño de una personalidad que además de llenar el escenario por completo pese a su discreta estatura lo hicieron ser uno de los tipos más respetados y amados por el público y sus colegas. Por si esto fuera poco, él solito (junto a su abuela) es el responsable de uno de los gestos más universalmente reconocibles y ligados al heavy: los cuernos. Dio siempre decía que había tomado prestado el gesto de su abuela materna de origen italiano, quien lo usaba para ahuyentar el mal fario. Pensadlo la próxima vez unáis los dedos medio y anular y alcéis vuestra mano al cielo. Además de todo esto, Dio formó parte de algunas de las bandas más importantes del género antes de iniciar una larga y exitosa carrera en solitario. Y hablando de ello, ¿recordáis que antes os dije que no os olvidarais de Deep Purple y Black Sabbath y de la relación de culebrón que los unía? Pues es hora de meternos en ella. Ojito que es fácil perderse.

En 1973, en pleno éxito de Deep Purple, Ian Gillan deja el grupo para capitanear su propia banda a la que bautiza con el original nombre de Ian Gillan Band. La explosiva personalidad de Ritchie Blackmore está detrás de su salida y de la del bajista Roger Glover que es despedido sin ninguna explicación. El guitarrista tiene ahora absoluta libertad para hacer y deshacer a su antojo. Para suplir a Gillan entra en la banda un jovencísimo y desconocido David Coverdale que estará al frente del grupo hasta 1975, cuando definitivamente Deep Purple se separa por diferencias entre sus componentes (estad tranquilos, volverían unos años después). Tras ello Coverdale formará Whitesnake, cuyo nombre posee unas connotaciones sexuales que os explicaré otro día. Para entonces el culo inquieto de Blackmore ya había dejado el grupo y montado su propio proyecto junto a Dio con el nombre de Rainbow. Entre 1975 y 1979 la banda se consolida como una de las más grandes del género, con álbumes como Rising (1976) y el directo On stage (1977) y con el tándem Blackmore/Dio entregado a la causa y escribiendo algunas de las canciones más memorables de esos años. Pero en 1979, Dio deja la formación ante el giro comercial de la banda. Ese mismo año Ozzy Osbourne había sido expulsado de Black Sabbath. En un ejercicio de ironía sin par, Shanon Arden (futura esposa de Ozzy) recomienda a Dio para sustituirle. Por su parte, la restructuración en Rainbow es casi completa y Blackmore recurre a Glover, el bajista de Deep Purple que él mismo había echado en 1973, ahora convertido además en productor de éxito. Para rizar el rizo, en 1983 Dio deja Black Sabbath y su sustituto será Ian Gillan, que ya hemos dicho había dejado Deep Purple diez años antes. En fin, un culebrón digno de cualquier cadena latina. Si os habéis perdido no os preocupéis, estoy seguro de que a ellos también les pasa.

El guitarrista que lo cambió todo

A finales de los sesenta otra pareja de hermanos (y van unas cuantas), Eddie y Alex son poco más que dos adolescentes. Nacidos en Bélgica, los hermanos habían recalado unos pocos años antes en la soleada Los Ángeles donde la escena musical está en plena ebullición. Bien pronto demuestran tener inquietudes artísticas y forman varios grupos con los que empiezan a tocar por clubs y locales de la zona angelina. Tras un acertado intercambio de instrumentos (Eddie se había sentido inicialmente atraído por la batería y su hermano mayor por la guitarra) forman junto al vocalista David Lee Roth y el bajista Michael Anthony el grupo Mammoth, pero problemas con los derechos del nombre los obligan a cambiarlo por el apellido de los hermanos. Así nace Van Halen, la banda que a finales de los setenta lo cambia todo en el mundo del rock.

En 1978 sacan al mercado su primer disco, de título homónimo. El disco es un éxito en pocas semanas. El carisma de Roth y su personalidad extravagante sumada a la solidez rítmica de Alex y Anthony convierten Van Halen en uno de los debuts discográficos más excitantes de la historia. Pero si hay algo en el disco de lo que todo el mundo hablará tras su salida es la guitarra de Eddie Van Halen. Los afilados y rasposos riffs y los electrizantes solos de este mozalbete, junto a una nueva técnica bautizada como tapping, (consistente en usar los dedos de la mano derecha para golpear las cuerdas directamente sobre el mástil) hacen que la guitarra adquiera un estatus de instrumento mágico no visto desde Hendrix. Con poco más de veinte años Eddie Van Halen inaugura él solito una nueva categoría de excelencia musical, la de guitar hero. La pista número dos del disco, Eruption demuestra porque Eddie lo cambió todo en el mundo del rock. Tras él los solos de guitarra vertiginosos formarán parte indisolubles del heavy, y una legión de imitadores ansiosos por demostrar que pueden subir el volumen de sus amplificadores un poco más desembarcará en los ochenta, pero ese ya es tema de la próxima entrega de esta guía. Hasta entonces, stay heavy!


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