Uno de nosotros (2020), de Thomas Bezucha

George y Margaret son un matrimonio que vive feliz en su rancho de Montana. Pero la adversidad les golpea con dureza cuando su hijo muere en un accidente de caballo y, como las desgracias no vienen solas, su nuera y su nieto marchan de la casa a los pocos años, pues la joven viuda decide casarse de nuevo. Cuando Margaret descubre que el marido es un hombre agresivo con su familia, intentará contactar con su ex nuera y su nieto pero él se los ha llevado sin despedirse a las tierras de su familia, en Dakota del Norte.

Una película dura y sobria como los territorios de Montana y Dakota del Norte en donde está ambientada. Thomas Bezucha se aleja así de los lujos y las frivolidades de Monte Carlo y ofrece con Uno de nosotros una historia desprovista de glamour, con una violencia latente, que tardará en llegar pero que finalmente será despiadada. Basada en la novela de Larry Watson, Bezucha presenta en su guión a unos personajes propios del western, con rivalidades extremas, implacables, en donde el componente femenino regirá el enfrentamiento.

Los Weboy responden al clan inhumano, capaz de las mayores crueldades por perpetuar su sangre, gentes temidas en su territorio y ante quienes incluso dan un paso atrás los agentes de la ley. Feroces, arrogantes, psicópatas y desalmados, encuentran su contrario en el matrimonio Blackledge, dos personas que componen lo mejor de la película. Son gente también sufridora, pero de enorme fortaleza, dispuesta a luchar hasta el final por lo que consideran correcto. Su unidad es imperecedera y la sutilidad y la potencia con que se relata su amor funciona sin fisuras, con sus silencios, sus palabras y atenciones, con su vida cotidiana, su sacrificio.

Ya se ha dicho que la historia tiene mucho de western clásico, aunque esté ambientada en los años 60 del siglo XX, pero también se asienta en territorios de road-movie y toca temas de raigambre e interés, como la discriminación de los indios, convertidos en parias en sus vastas montañas y praderas o, por supuesto la violencia doméstica, en donde los hijos tienen las de perder. El tono crepuscular, por otra parte, es notable, con algunas frases para el recuerdo: “Quizá la vida se acaba reduciendo a una lista de pérdidas”. Dirigida con clasicismo, Bezucha se toma su tiempo, narra con tranquilidad y no le importa asentar el relato en pocos relieves, en algunas conversaciones, en los parajes pelados de la llanura, tan bellamente fotografiados por Guy Godfree. Por eso quizá rechina un poco la resolución final, tan de sopetón, tan improvisada y sanguinaria. Y eso sin contar con alguna que otra escena que pone los pelos de punta y que no conviene desvelar aquí. El reparto es un lujo, con dos actores como la copa de un pino, que bordan absolutamente sus papeles, tanto Kevin Costner con ese laconismo marca de la casa, como una Diane Lane de colosal fuerza interior.