La lucha por los reductos

La batalla de Borodinó: Napoleón en Rusia

Vereshchagin Napoleon near Borodino

Vereshchagin Napoleon near Borodino

Napoleón y su estado mayor durante la batalla. Ese día el emperador tenía algunos problemas de salud, por lo que se mostró poco enérgico y se limitó a dirigir la batalla desde una colina sin montar a caballo. Pintura al óleo de Vasili Vereshchagin, 1897, Museo Estatal de Historia, Moscú.

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En 1807 el Imperio Ruso se había visto obligado a aliarse con Napoleón tras ser derrotado en la batalla de Friedland, pero el tiempo haría ver al zar Alejandro I que se trataba de un pacto desigual que le convertía en un simple vasallo. 

Mediante el Tratado de Tilsit los rusos se comprometían a dejar de comerciar con Inglaterra como parte del Sistema Continental, un bloqueo comercial que había impuesto Napoleón para ahogar económicamente a su eterno rival. Así Rusia dejó de exportar sus grandes reservas de madera, piel y grano a ultramar lo que causó una profunda recesión económica y la pérdida de miles de empleos. 

A nivel político se dieron también numerosos roces entre ambas naciones, con la cuestión de una Polonia independiente como punto de discordia principal. Ignorando los deseos del zar, Napoleón había creado el Ducado de Varsovia a costa de los territorios polacos arrebatados a los rusos en la guerra, y sus nuevos aliados pedían constantemente la liberación de Lituania, territorio ruso que había formado parte de Polonia. 

Tilsitz

Tilsitz

Napoleón se entrevista con el zar en Tilsit. Ambos monarcas se encontraron en una balsa en medio del Niemen y acordaron boicotear juntos Inglaterra, una política que se demostraría ruinosa para Rusia.

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Poco a poco la desastrosa guerra en España y algunas puntuales derrotas en Europa dispersaron el espejismo de la invencibilidad francesa, de manera que a partir de 1810 el zar volvió a comerciar con los ingleses desafiando a Napoleón, quien temeroso que su ejemplo fuera seguido por toda Europa decidió invadir Rusia para obligar a Alejandro a someterse de nuevo.

El cruce del Niemen

Dado lo inmenso del territorio ruso y su inconmensurable población, Napoleón decidió reunir un ejército sin precedentes de 450.000 hombres en la frontera polaca, juntando contingentes franceses, austríacos, alemanes y polacos con los que asestar un golpe definitivo a los rusos.

El 23 de junio de 1812 la inmensa hueste cruzó el río Niemen, y pronto fue evidente que la campaña no sería una repetición de las fulgurantes victorias de antaño. Cogidos por sorpresa y con sus dos principales ejércitos separados, los rusos no ofrecieron batalla en la frontera, sino que se batieron en retirada hacia Moscú, quemando las cosechas y los graneros a su paso.

Oltre il Niemen

Oltre il Niemen

El ejército francés cruzando el Niemen, a la izquierda se puede ver a Napoleón y su plana mayor. Dibujo de Felician von Myrbach (1853-1940).

 

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Esto planteaba un dilema a Napoleón: si quería batir a los rusos en batalla debía perseguirlos a través de la estepa, pero con ello se alejaría cada vez más de sus bases de suministros exponiendo a su ejército al hambre y las enfermedades. En un exceso de confianza el emperador decidió continuar adelante, pero según pasaban las semanas los únicos combates que se producían eran acciones de retaguardia de escasa entidad, mientras los franceses continuaban su avance a través de un territorio devastado.

Convertidas en cenagales por una serie de lluvias torrenciales, las carreteras rusas atraparon a los carros de suministros, que no podían seguir la marcha del ejército. Sin comida ni medicinas se calcula que cerca de 200.000 soldados imperiales murieron de hambre y disentería, antes de que la primera batalla de cierta entidad se librara en Smolensk al cabo de siete semanas del inicio de la invasión. 

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Contraataque ruso en la batalla de Smolensk. La ciudad ardió por las numerosas granadas francesas que cayeron sobre ella y quedó completamente destruida. Óleo sobre tela de Alexander Yurievich Averyanov, Museo Borodinó.

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Allí los rusos plantaron cara al fin tras juntar sus ejércitos. Protegidos por las medievales murallas de la ciudad, los defensores de la Santa Rusia libraron un desigual combate que terminó en derrota. Por ello el ejército del zar se retiró hasta alcanzar el pueblo de Borodinó, donde el nuevo comandante en jefe Kutúzov desplegó a su ejército para la batalla que habría de decidir la suerte de Moscú. Era el 7 de septiembre de 1812.

Empieza la batalla

El campo de batalla elegido por el general ruso comprendía una serie de pueblos dispuesto de norte a sur a orillas del río Kolocha, con las líneas rusas ancladas en un par de suaves colinas fortificadas con reductos de tierra cavados a toda prisa el día antes de combate. En la batalla se enfrentarían 133.000 soldados imperiales contra 155.000 rusos, pero los franceses contaban con un mayor número de unidades veteranas, apoyadas por una artillería mejor mandada.

Si bien el mariscal Davout intentó convencer a Napoleón de que debían lanzar un ataque contra el flanco ruso y evitar así un sangriento ataque frontal contra los reductos, el emperador consideró que semejante maniobra requería de un nivel de coordinación imposible en un ejército tan numeroso y multinacional, por lo que adoptó el plan más simple de atacar la izquierda rusa primero para luego lanzarse de frente contra el centro enemigo.

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El museo Borodinó construido en el mismo campo de batalla fue inaugurado en 1837, durante las celebraciones del 25º aniversario de la batalla. Los cañones de bronce que se ven en la imagen fueron capturados a los franceses durante la retirada.

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Con el fin de animar a sus soldados antes del combate Napoleón hizo circular una de sus famosas soflamas entre la tropa, en la que les conminaba a luchar: “como lo habéis hecho en Austerlitz, Friedland […] y la posteridad recordará con orgullo vuestro comportamiento este gran día. Que se diga de todos y cada uno de vosotros: luchó en aquella gran batalla a los pies de las murallas de Moscú.”

La batalla empezó a las 6:00 cuando una batería francesa hizo el primer disparo contra el pueblo de Gorki, cuartel general de Kutúzov, iniciándose un avance francés en toda la línea. Las primeras víctimas de la ofensiva fueron los jägers (cazadores) de la guardia rusa atrincherados en el pueblo de Borodinó, una posición completamente expuesta en la orilla equivocada del Kolocha, de la que tuvieron que retirarse con grandes pérdidas.

Las flèches

A continuación le tocó el turno a la izquierda rusa comandada por Piotyr Bagratión, que se defendía desde tres reductos llamados flèches, las cuales formaban un triángulo invertido al sur del pueblo de Semionovskoie. Sobre ellas cayó toda la furia de los 22.000 franceses del cuerpo reforzado de Davout, quienes pese a conquistar las dos flèches frontales se vieron barridos por el fuego de los cañones de la tercera y tuvieron que retirarse.

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El convento Spaso-Borodinsky fue levantado junto a las flèches por Margarita Tuchkova, la viuda de uno de los generales muertos en esa posición cuyo cuerpo nunca fue encontrado.

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A su derecha se producía mientras tanto un ataque de apoyo por parte de las divisiones polacas del príncipe Poniatowski, quien aunque logró conquistar el pueblo de Utitsa se vio frenado y empujado a la defensiva por el contraataque de la segunda línea rusa, que incluía 10.000 milicianos armados con lanzas y hachas.

A lo largo de la mañana las flèches cambiaron de manos numerosas veces, con repetidas oleadas de tropas disputándose su control. El combate fue creciendo en intensidad hasta convertirse en una picadora de carne que absorbía las fuerzas de ambos bandos. Las pérdidas fueron tales que Kutúzov se vio obligando a enviar a parte de su centro a petición de Bagratión, quien porfiaba por contener la creciente presión francesa.

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Bagratión dirige a sus hombres al combate justo antes de ser herido en la pierna por un fragmento de granada. Pintura al Óleo de Alexander Averyanov, Museo Borodinó.

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Fue durante uno de estos contraataques que Bagratión recibió una herida mortal cuando cabalgaba a la cabeza de sus hombres, la esquirla de metralla le destrozó la tibia y le obligó a abandonar la batalla. La pérdida de un general tan querido sembró la desazón entre los soldados, que sin un mando supremo no coordinaron bien sus ataques y terminaron perdiendo las flèches sobre las 10:00.

Impulsados por el éxito, los imperiales intentaron continuar con su avance hacia el norte, pero se toparon con el infranqueable muro de la guardia rusa en Semionovskoie. Formados en cuadro y pese a ser víctima de un terrible bombardeo francés, sus batallones rechazaron todas las cargas de la caballería francesa, salvando así a los rusos del desastre.

Lejb Guard Litov attack at Borodino

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El regimiento Litovski de la guardia en Borodinó. Óleo sobre tela de N.S. Samokish, 1912.

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Llegado ese momento crítico los mariscales de Napoleón le suplicaron que enviara a su Guardia Imperial para romper el frente ruso, pero este consideró que era una locura arriesgar a la mejor unidad de su ejército con la batalla indecisa y la Grade Armée a cientos de kilómetros de Francia.

La toma del Gran Reducto

Con todo la contienda aún no estaba ganada, pues en el centro del ejército zarista se erigía una colina erizada de cañones, que con su fuego hacían todavía frente al avance francés. Se trataba del Gran Reducto, un terraplén pentagonal equipado con 24 piezas de 12 libras y protegido por decenas de pozos con afiladas estacas de madera en su interior tapadas con ramas.

Llamada también reducto Raiévski por el general que lo comandaba, la fortificación recibió el primer ataque al poco de la mortal herida de Bagratión. Un total de 6.000 franceses se lanzaron pendiente arriba, cayendo en los pozos trampa y trabando combate a la bayoneta con los artilleros rusos, quienes defendieron valientemente sus cañones armados con atacadores.

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Como parte del proceso de museización del campo de batalla, se levantó dentro del Gran Reducto este obelisco en 1839, junto al que posteriormente serían enterradas las cenizas de Bagratión.

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Aunque este primer ataque logró desalojar al enemigo del reducto, los franceses se vieron inmediatamente barridos por la metralla rusa, que al igual que en las flèches convirtió el interior del reducto en un baño de sangre. Seguidamente avanzó la infantería rusa, animada por el general Yermólov, quien lanzaba condecoraciones entre sus filas durante el avance. Empujados por las bayonetas rusas, los franceses fueron empujados al otro lado del Kolocha.

Ermolov borodino

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El contraataque de Yermólov expulsó temporalmente a los franceses del Gran Reducto. Ilustración de Safonov, principios del siglo XX.

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En la reconquista del reducto fue providencial la caballería ligera rusa, que al principio de la batalla había cruzado el río Moskova y ahora atacaba la izquierda enemiga en los alrededores de Borodinó. Mandados por el atamán Platov húsares y cosacos obligaron a la infantería francesa a detenerse y formar en cuadro, deteniendo a las divisiones que se dirigían en apoyo de Morand, quien quedó aislado ante el contraataque ruso.

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Actores ataviados con uniformes de la época durante una recreación de la batalla escenificada en septiembre de 2022.

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Con la situación restablecida por la Joven Guardia, Napoleón pudo poner en marcha un segundo ataque contra el reducto, combinando el avance de la infantería con el ataque de la caballería por ambos flancos. Precedido por un mutuo cañoneo de tres horas que se cebó especialmente en los jinetes franceses -desplegados al descubierto frente a los cañones rusos- el asalto final empezó a las 14:00.

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Combate entre coraceros sajones y rusos durante el ataque final al Gran Reducto. Museo Panorma Borodinó, Moscú.

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Apoyados por descargas de artillería, los infantes franceses ascendieron de nuevo la colina alfombrada de muertos, al tiempo que los escuadrones de coraceros franceses y alemanes hendían las líneas rusas y entraban en el reducto por detrás.

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Soldados franceses de una unidad de infantería ligera durante la recreación histórica de 2022.

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Con este decisivo ataque concluyó la batalla. Maltratados pero no destruidos los rusos se fueron retirando ordenadamente hasta adoptar nuevas posiciones defensivas a ambos lados de la carretera de Moscú. Demasiado exhaustos para perseguirles, los franceses se ocuparon de sus heridos en la que se había convertido en la batalla más mortífera de todas las guerras napoleónicas.

El incendio de Moscú

La concentración de tan gran número de efectivos en un campo de batalla de apenas seis kilómetros cuadrados expuso a los soldados al terrible fuego de metralla, que segó a unidades enteras en sus puestos. Además solo se tomaron 2.000 prisioneros, ejecutando ambos bando a todos los heridos que caían en sus manos. Al cabo de doce horas de lucha la jornada terminó con unas bajas aproximadas de 30.000 franceses y 50.000 rusos.

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La toma del Gran Reducto por la caballería francesa, las bajas entre los coraceros fueron tan graves que algunas unidades llegaron a perder a la mitad de sus efectivos y otras a todos sus oficiales. Óleo de Vasily Vereshchagin, 1899, Museo de la Guerra Patriótica de 1812, Moscú.

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Kutúzov intentó presentar esta carnicería como una victoria rusa ante su soberano, asegurándole que los imperiales habían sufrido tanto o más. Pero su orden de retirada esa misma noche muestra a las claras que tras perder un tercio de sus efectivos, los rusos no estaban en condiciones de plantear batalla.

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Napoleón a las puertas de Moscú. Óleo de Vasili Vereshchagin, 1892, Museo de la Guerra Patriótica de 1812, Moscú.

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De este modo el ejército zarista se retiró hacia más allá de Moscú, que fue evacuada por sus ciudadanos y ocupada por los franceses el día 14. Ya en la desierta capital espiritual de Rusia Napoleón se topó con la negativa del zar a llegar a un acuerdo de paz, y con sus rutas de suministro cortadas por los cosacos la situación de carestía empeoraba día a día.

Through the fire (Vereschagin)

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Napoleón es evacuado del Kremlin durante el incendio. Museo de la Guerra Patriótica de 1812, Moscú.

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El último clavo en el ataúd francés fueron los incendios que se declararon por toda la ciudad. Fuera por el descuido de la tropa o por incendiarios pagados por el conde Rostopchín (el alcalde de Moscú), la ciudad ardió durante cuatro días ante la desidia de unos soldados franceses brutalizados por la dureza de la campaña y totalmente desmoralizados ante un enemigo que no se rendía.

Con en zar en sus trece y el ejército ruso de nuevo en pie de guerra tras recibir la infusión de refuerzos, era evidente que la invasión había fracasado. Napoleón intentó retirarse hacia el sur, buscando una ruta que le llevara a ciudades y pueblos intactos, pero al ser frenado por Kutúzov en Maloyaroslávets no tuvo más remedio que escapar por la arrasada carretera de Smolensk.

Night Bivouac of Great Army

Night Bivouac of Great Army

Los soldados franceses duermen al raso durante la retirada, muchos de los que se echaban a descansar morían de  congelación durante la noche. Vasily Vereschagin, 1897, Museo de la Guerra Patriótica de 1812, Moscú.

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En noviembre cayó la primera nevada y la temperatura fue bajando gradualmente hasta alcanzar unos gélidos -21º. Hostigados por los cosacos y los partisanos, los imperiales se iban consumiendo poco a poco de hambre, disentería y congelación. El cruce del río Berézina fue especialmente dramático, con miles de franceses cayendo a las aguas congeladas cuando los improvisados puentes de madera se rompían bajo su peso.

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De los 100.000 hombres que partieron de Moscú el 18 de octubre solo 25.000 alcanzaron el Niemen en diciembre, apenas una sombra del gran ejército que había invadido Rusia seis meses antes. Napoleón regresó a París y formó a toda prisa un ejército de conscriptos con el que se enfrentó a rusos, suecos, austríacos y prusianos en 1813, pero fue derrotado en Leipzig y tuvo que marchar al exilio en Elba.

General Frost Shaveing Little Boney (NAPOLEON 151)

General Frost Shaveing Little Boney (NAPOLEON 151)

Caricatura británica en la que Napoleón está a punto de ser afeitado por el General Hielo, que ya ha aplastado a todo su ejército. Grabado de William Elmes, 1812.

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Fue así como pese a ganar la batalla de Borodinó Napoleón fue destruido por su excesiva ambición, que lo llevó a adentrarse en un inmenso e inhóspito territorio con un ejército demasiado grande y difícil de aprovisionar. De ese modo la Grande Armée fue destruida no tanto por las armas rusas sino por el invisible azote del hambre, el frío y las enfermedades.