(PDF) LA LÓGICA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA | Sergio Bermudez - Academia.edu
Karl R. Popper LA LÓGICA DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA EDITORIAL TECNOS MADRID Los derechos para la versión castellana de la obra The Logic of Scientific Discovery publicada por HUTCHINSON & Co. LTD., de Londres, son propiedad de EDITORIAL TECNOS, S. A. Traducción por VICTOR SANCHEZ DE ZAVALA .' edición, 1962. 1." 2.» 3.» 4.» 5." reimpresión, reimpresión, reimpresión, reimpresión, reimpresión, 1967. 1971. 1973. 1977. 1980. EDrrORIAL TECNOS, S. A., 1980 O'Donnell, 27. Madrid-9 ISBN: 84-309-0711-4 E>epósito legal: M. 1.112.—1980 Printed in Spain. Impreso en España por ARTES GRÁFICAS BENZAL. - Virtudes. 7. - MADRID-3 Sumario Páginas 8 14 16 23 Nota del traductor Prefacio de la primera edición (1934) Prefacio de la edición inglesa (1958) Reconocimiento PRIMERA PARTE INTRODUCCIÓN A LA LÓGICA DE LA CIENCIA. Capítulo I.—Panorama de algunos problemas fundamentales 1. El problema de la inducción 2. Eliminación del psicologismo , 3. Contrastación deductiva de teorías 4. El problema de la demaraación 5. La experiencia como método 6. La falsabilidad como criterio de demarcación 7. El problema de la «base empírica» 8. Objetividad científica y convicción subjetiva 27 27 30 32 33 38 39 42 43 Capítulo II.—Sobre el problema de una 9. Por qué son indispensables las 10. Planteamiento naturalista de la 11. Las reglas metodológicas como 48 48 49 52 teoría del método científico decisiones metodológicas teoría del método convenciones SEGUNDA PARTE ALGUNOS COMPONENTES ESTRUCTURALES DE UNA TEORÍA DE LA EXPERIENCIA. Capítulo III.—Teorías 12. Causalidad, explicación y deducción de predicciones 13. Universalidades estricta y numérica 14. Conceptos universales y conceptos individuales 15. Enunciados universales y existenciales 16. Los sistemas teóricos 17. Algunas posibilidades de interpretación de un sistema de axiomas. 18. Niveles de universalidad. El «modus tollens» 57 57 60 62 66 68 69 72 Capítulo 19. 20. 21. 22. 23. 24. 75 75 78 80 82 84 88 IV.—La falsabilidad Algunas objeciones convencionalistas Reglas metodológicas Investigación lógica de la falsabilidad Falsabilidad y falsación Acontecimientos y eventos Falsabilidad y coherencia Capítulo V.—El problema de la base empírica 25. Las experiencias perceptivas como base empírica: el psicologismo. 26. Acerca de las llamadas «cláusulas protocolarias» 27. La objetividad de la base empírica 28. Los enunciados básicos 89 89 91 93 96 CAPITULO PRIMERO Panorama de algunos problemas fundamentales El h o m b r e de ciencia, ya sea teórico o experimental, p r o p o n e enunciados — o sistemas de enunciados— y los contrasta paso a paso. E n particular, en el campo de las ciencias empíricas construye hipótesis •—o sistemas de teorías— y las contrasta con la experiencia p o r medio de observaciones y experimentos. Según m i opinión, la tarea de la lógica de la investigación científica — o lógica del conocimiento— es ofrecer u n análisis lógico de tal modo de p r o c e d e r : esto es, analizar el método de las ciencias empíricas. P e r o , ¿cuáles son estos «métodos de las ciencias empíricas»? Y, ¿a qué cosa llamamos «ciencia empírica»? 1. E L PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN De acuerdo con u n a tesis que tiene gran aceptación — y a la q u e nos opondremos en este l i b r o — , las ciencias empíricas pueden caracindueterizarse p o r el hecho de qxie emplean los llamados «.métodos tivosv: según esta tesis, la lógica de la investigación científica sería idéntica a la lógica inductiva, es decir, al análisis lógico de tales métodos inductivos. Es corriente llamar «inductiva» a u n a inferencia cuando pasa de enunciados singulares (llamados, a veces, enunciados «particulares»), tales como descripciones de los resultados de observaciones o experimentos, a enunciados universales, tales como hipótesis o teorías. Ahora bien, desde u n punto de vista lógico dista mucho de ser obvio que estemos justificados al inferir enunciados universales partiendo de enunciados singulares, p o r elevado que sea su número ; pues cualquier conclusión que saquemos de este modo corre siempre el riesgo de resultar un día falsa: así, cualquiera que sea el número de ejemplares de cisnes blancos que hayamos observado, no está justificada la conclusión de que todos los cisnes sean blancos. Se conoce con el n o m b r e del problema de la inducción la cuestión acerca de si están justificadas las inferencias inductivas, o de bajo qué condiciones lo están. El problema de la inducción puede formularse, asimismo, como la cuestión sobre cómo establecer la verdad de los enunciados universales basados en la experiencia — c o m o son las hipótesis y los sis- 28 La lógica de la investigación científica temas teóricos de las ciencias empíricas—. Pues muchos creen que la verdad de estos enunciados se asabe por experiencia»; sin embargo, es claro que todo informe en que se da cuenta de una experiencia — o de una observación, o del resultado de un e x p e r i m e n t o — no puede ser originariamente un enunciado universal, sino sólo un enunciado singular. P o r lo tanto, (juieii dice que sabemos por experiencia la verdad de un enunciado universal suele querer decir que la verdad de dicho enunciado puede reducirse, de cierta forma, a la verdad de otros enunciados —éstos singvilares— que son verdaderos según sabemos por experiencia; lo. cual equivale a decir (jue los enunciados universales están basados en inferencias inductivas. Así pues, la pregunta acerca de si hay leyes naturales cuya verdad nos conste viene a ser otro modo de p r e g u n t a r si las inferencias inductivas están justificadas lógicamente. Mas si queremos encontrar un modo de justificar las inferencias inductivas, hemos de intentar, en primer término, establecer un principio de inducción. Semejante principio sería un enunciado con cuya ayuda pudiéramos presentar dichas inferencias de una forma lógicamente aceptable. A los ojos de los mantenedores de la lógica inductiva, la importancia de un principio de inducción para el inétodu científico es m á x i m a : «...este principio —dice R e i c h e n b a c h — ('•• ¡ T mina la verdad de las teorías científicas; eliminarlo de la c'' • la significaría nada menos que privar a ésta de la posibilidad de decidir sobre la verdad o falsedad de sus teorías ; es evidente que sin él la ciencia perdería el derecho de distinguir sus teorías de las creaciones fantásticas y arbitrarias de la imaginación del poeta» ^. P e r o tal p r i n c i p i o de inducción no p u e d e ser una verdad puramente lógica, como una tautología o un enunciado analítico. En realidad, si existiera un principio de inducción p u r a m e n t e lógico no habría problema de la inducción; pues, en tal caso, sería menester considerar todas las inferencias inductivas como transformaciones puramente lógicas, o tautológicas, exactamente lo mismo que ocurre con las inferencias de la lógica deductiva. P o r tanto, el principio de inducción tiene que ser un enunciado s i n t é t i c o : esto es, uno cuya negación no sea contradictoria, sino lógicamente posible. Surge, pues, la cuestión acerca de por qué h a b r í a que aceptar semejante principio, y de cómo podemos justificar racionalmente su aceptación. Algunas personas que creen en la lóijica inductiva se precipitan a señalar, con Reichenbach, que «hi totíiüdad de la ciencia acepta sin reservas el principio de inihicí'ión, y (pie nadie puede tampoco d u d a r de este principio en la vida i'orriénte» ". No obstante, aun sup o n i e n d o que fuese así —después de todo, «la totalidad de la ciencia» p o d r í a estar en u n e r r o r — yo seguiría afirmando que es superfluo todo principio de indvicción, y que lleva forzosamente a incoherencias (incompatibilidades) lógicas. ' II. REICHENBACH, Erhenntnis 1, 19''0 ¡lá;;- 186. (Cf. también las págs. 64 y sig.) • Cf. los comciiUrins de Russell r-csria i!c Hume, que he citado en el apartado *2 de mi Postscript. ' REICHENBACH, ibid., pág. 67. Panorama de algunos problemas fundamentales 29 A p a r t i r de la obra de H u m e *^ debería haberse visto claramente que aparecen con facilidad incoherencias cuando se admite el principio de i n d u c c i ó n ; y también que difícilmente pueden evitarse (si es que es posible tal cosa ) : ya que, a su vez, el principio de inducción tiene que ser u n enunciado universal. Así pues, si intentamos afirm a r que sabemos por experiencia que es verdadero, reaparecen de nuevo j u s t a m e n t e los mismos problemas que motivaron su introducción : para justificarlo tenemos que utilizar inferencias i n d u c t i v a s ; p a r a justificar éstas hemos de suponer un principio de inducción de orden superior, y así sucesivamente. P o r tanto, cae por su base el intento de fundamentar el principio de inducción en la experiencia, ya que lleva, inevitablemente, a una regresión infinita. K a n t trató de escapar a esta dificultad admitiendo que el principio de inducción (que él llamaba «principio de causación universal») era «válido' a priori». P e r o , a mi entender, no tuvo éxito en su ingeniosa tentativa de dar una justificación a priori de los enunciados sintéticos. P o r mi p a r t e , considero que las diversas dificultades que acabo de esbozar de la lógica inductiva son insuperables. Y me temo que lo mismo ocurre con la doctrina, tan corriente hoy, de que las inferencias inductivas, aun no siendo «estrictamente válidas», pueden alcanzar cierto grado de «seguridad» o de «probabilidad». Esta doctrina sostiene que las inferencias inductivas son «inferencias probables»^. «Hemos descrito —dice Reichenbach— el principio de inducción como el medio por el que la ciencia decide sobre la verdad. P a r a ser más exactos, deberíamos decir que sirve para decidir sobre la p r o b a b i l i d a d : pues no le es dado a la ciencia llegar a la verdad ni a la falsedad..., mas los enunciados científicos pueden alcanzar únicamente grados continuos de p r n b a b d i d a d , cuyos límites superior e inferior, inalcanzal)lcs, son la verdad y la falsedad» *. P o r el momento, puedo hacer caso omiso del hecho de que los creyentes en la lógica inductiva alimentan una idea de la probabilidad que rechazaré luego por sumamente inoportuna para sus propios filies (véase, más adelante, el apartado 8 0 ) . Puedo hacer tal cosa, porque con recurrir a la probabilidad ni siquiera se rozan las dificultades mencionadas: pues si ha de asignarse cierto grado de probabilidad a los enunciados que se l)asan en inferencias inductivas, tal proceder tendrá que justificarse invocando u n nuevo principio de inducción, modificado convenientemente; el cual habrá de justificarse a su vez, etc. Aún más : no se gana nada si el mismo principio de inducción no se toma como «verdadero», sino como meramente «probable». En r e s u m e n : la lógica de la inferencia probable o «lógica " Los pasajes decisivos de Hume se citan en el apédice *VII (texto correspondiente a las notas 4, 5 y 6 ) ; véase también, más adelante, la nota 2 del apartado 81. " Cf. J. M. KEYNES, A Trcalise on Probability (1921); O. KÜLPE, Vorlesungen Uber Logik (ed. por Selz, 1923); REICHENBACH (que emplea el término «implicaciones probabilísticas»), Axiomatik der Ifahrscheinlichkeitsrechnung, Mathem. • Zeitschr, 3 4 (1932), y otros lugares. * REICHENBACH, Erkenntnis 1, 1930, pág. 186. 30 La lógica de la investigación científica de la p r o b a b i l i d a d » , como todas las demás formas de la lógica inductiva, conduce, bien a una regresión infinita, bien a la doctrina del apriorismo *^. La teoría que desarrollaremos en las páginas que siguen se opone directamente a todos los intentos de apoyarse en las ideas de una lógica inductiva. Podría describírsela como la teoría del método deductivo de cunlraslar**, o como la opinión de que una bipótesis sólo p u e d e contrastarse empíricamente —y únicamente después de que lia sido formulada. P a r a poder desarrollar esta tesis (que podría llamarse «deductivismo», por contraposición al «inductivismo»'') es necesario que ponga en claro primero la distinción entre la psicologia del conocimiento, que trata de heclios em[)íricos, y la lógica del conocimiento, que se ocupa exclusivamente de relaciones lógicas. Pues la creencia en una lógica inductiva se debe, en gran p a r t e , a una confusión de los problemas psicológicos con los epistemológicos ; y quizá sea conveniente advertir, de paso, que esta confusión origina dificultades no sólo en la lógica del conocimiento, sino en su psicología t a m b i é n . 2. E L I M I N A C I Ó N DEL PSICOLOGISMO He dicho más arriba que el trabajo del científico consiste en prop o n e r teorías y en contrastarlas. La etapa inicial, el acto de concebir o inventar una teoría, no me parece que exija u n análisis lógico ni sea susceptible de él. La cuestión acerca de cómo se le ocurre u n a idea nueva a una persona — y a sea u n tema musical, un conflicto dramático o u n a teoría científica— p u e d e ser de gran interés para la psicología empírica, pero cai-ece de importancia p a r a el análisis lógico del conocimiento científico. " Véanse también el capítulo X —especialmente, la nota 2 del apartado 81— y el capítulo *II del Postscript, en los que se hallará una exposición más completa . de esta crítica. ** Se liabrá observado ya que empleamos las expresiones contraste, contrastación, contrastar, someter a contraste, etc., para traducir los términos ingleses test, testing, to test, etc. Los autores de habla inglesa —incluyendo al de esta obra— utilizan también to contrast, pero puede verterse sin dificultad —e incluso más conforme a su sentido— por contraponer o contraponerse. (N. del T.) ° LiEBlc (en Indukíion und Deduktion, 1865) fue probablemente el primero que rechazó el método inductivo desde el punto de vista de la ciencia natural: su ataque se dirigía contra Bacon. Dim EM (en La Théorie physique, son objet et sa structure, 1906; vers. ingl. por P. P. WIENEK, The Aim and Structure of Physical Theory, 1954) ha mantenido tesis marcadamente deductivistas (* Pero en el libro de Diihem se encuentran también tesis inductivistas, por ejemplo, en el cap. III de la primera parte, en el que se nos dice que con sólo experimentación, inducción y generalización se ha llegado a la ley de la refracción de Desearles; cf. la trad, ingl., pág. 155.) Véanse, asimismo, V. KBAFT, Die (Wundjormen der wissenschajllichcn Methoden, 1925, y CAUNAP, Erkennínis 2, 1932, pág. 440. Panorama de algunos problema» fundamentales 31 Edte no se interesa por cuestiones de hecho (el quid facti? de Kant ),. sino línicamente p o r cuestiones (¡c jiislificacióri o validez (el i¡}iul juris? k a n t i a n o ) ; sus preguntas son del tipo íij^uienle: ; puede justificarse un e n u n c i a d o ? ; en caso aFirniativo, ¿de qué m o d o ? ; ; os c o n t r a s t a b l e ? ; ; depende lógieamenle de oíros e n u n c i a d o s ? ; ; o los contradice quizá? Para «lue un enunciado pueda ser examinado lógicamente de esta forma tiene que habérsenos propuesto :inies : alomen debe haberío formulado y liabérnoslo entregado para su examen bjgico. En consecuencia, distinguiré netamente entre el proceso de concebir una idea nueva y los uuModo* y resultados de su examen lógico. En cuanto a la tarea de la lógica del ennocimienio —que be contrapuesto a la psicología del misn;o—, me basaré en el supuesto de que consiste j)ura y exclusivamente en la investigaei<in de lf>s métodos empleados en las eontrastaciones sistemáticas a (pie debe someterse toda idea nueva antes de que se la pueda sostener seriamente. Algunos objetarán, tal vez, que sería más jiertineole considerar como ocupación propia de la epistemología la fabricación de lo que se ha llamado una ^reconstrucción racional» de los pasos que han llevado al científico al descubrimiento, a encontrar ima nueva verdad. Pero la cuestión se convierte entonces e n : ¿ q u é es, exactamente, lo que queremos reconstruir? Si lo que se trata de reconstruir son b>s procesos que tienen lugar durante el estímulo y formación de inspiracion(;s, me niego a aceptar semejante cosa como tarea de la bigica del conocimiento : tales procesos son asunto de la psicología empírica, pero difícilmente de la lógica. Otra cosa es que queramos reconstruir racionalmente las ciinlnialaciones subsiguientes, mediante las que se puede descubrir que cierta ins|)iración fue un descubrimiento, o se puede reconocer como un e<Miocimiento. Kn la medida en que el científico juzga críticamente, nmdifica o desecha su i)ropia ins)iiración, podemos considerar —si así nos place— que el análisis metodológico erap r e n d i d o en esta obra es una especie de «reconstrucción racional» de los procesos intelectuales correspondientes. Pero esta reconstrucción no habrá de describir tales procesos según acontecen r e a l m e n t e : siWo puede dar un esqueleto lógico del procedimiento de contrastar. Y tal vez esto es todo lo que quieren decir los que hablan de una «reciuistrucción racional» de los medios por los que adquirimos conocimientos. Ocurre que los razonamientos expuestos en este libro son enteramente independientes de este problema. Sin embargo, mi opinión del asunto —valga lo que valiere— es que no existe, en absoluto, un método lógico de tener nuevas ideas, ni una reconstrucción lógica de este proceso. Puede expresarse mi parecer diciendo que todo descubrimiento contiene «un elemento irracional» o «una intuición creadora» en el sentido de Bergson. Einstein habla de un modo parecido de la «búsqueda de aquellas leyes sumamente universales... a p a r t i r de (as cuales puede obtenerse una imagen del m u n d o por pura deducción. No existe una senda lógica ^—dice— que encamine a estas... 32 La lógica de la investigación científica leyes. Sólo p u e d e n alcanzarse p o r la intuición, apoyada en algo así como una introyección ('^Einfühlung') de los objetos de la experiencia» ^. 3. CONTRASTACIÓN DEDUCTIVA DE TEORÍAS De acuerdo con la tesis que hemos de p r o p o n e r aquí, el método de contrastar críticamente las teorías y de escogerlas, teniendo en cuenta los resultados obtenidos en su contraste, procede siempre del modo Que indicamos a continuación. Una vez presentada a título provisional u n a nueva idea, aún no justificada en absoluto —sea una anticipación, u n a hipótesis, un sistema teórico o lo que se q u i e r a — , se extraen conclusiones de ella por medio de una deducción lógica; estas conclusiones se comparan entre sí y con otros enunciados pertinentes, con objeto de hallar las relaciones lógicas (tales como equivalencia, deductibilidad, compatibilidad o incompatibilidad, etc.) que existan entre ellas. Si queremos, p o d e m o s distinguir cuatro procedimientos de llevar a cabo la contrastación de una teoría. En p r i m e r lugar, se encuentra la comparación lógica de las conclusiones unas con otras: con lo cual se somete a contraste la coherencia interna del sistema. Después, está el estudio de la forma lógica de la teoría, con objeto de d e t e r m i n a r su c a r á c t e r : si es u n a teoría empírica —científica— o si, p o r ejemplo, es tautológica. En tercer t é r m i n o , tenemos la comparación con otras teorías, que tiene por p r i n c i p a l mira la de averiguar si la teoría e x a m i n a d a constituiría un adelanto científico en caso de que sobreviviera a las diferentes contrastaciones a que la sometemos. Y finalm e n t e , viene el contrastarla p o r medio de la aplicación empírica de las conclusiones que pueden deducirse de ella. Lo que se pretende con el último tipo de contraste mencionado es descubrir hasta qué p u n t o satisfarán las nuevas consecuencias de la teoría —sea cual fuere la novedad de sus asertos— a los requerimientos de la práctica, ya provengan éstos de experimentos p u r a m e n t e científicos o de aplicaciones tecnológicas prácticas. T a m b i é n en este caso el procedimiento de contrastar resulta ser d e d u c t i v o ; veámoslo. Con ayuda de otros enunciados anteriormente aceptados se deducen de la teoría a contrastar ciertos enunciados singulares —-que podremos d e n o m i n a r « p r e d i c c i o n e s » — ; en especial, predicciones que sean fácilmente contrastables o aplicables. Se eligen entre estos enunciados los que no sean deductibles de la teoría vigente, y, más en particular, los que se en* Comunicación en el sesenta cumpleaños de Max Planck. El pasaje citado comienza con las palabras: «La tarea suprema del físico es la búsqueda de aquellas leyes sumamente universales», etc. (citado según A. EINSTEIN, Mein Weltbüd, 1934, pág. 168; traducción ingl. por A. HARRIS, The World as I see It, 1935, pág. 125). En LlEBIG, op. cit., se liailan con anterioridad ideas parecidas; cf. también MACH, Principien der Wármelehre (1896), págs. 443 y sigs. * La palabra alemana mEinfiíhlungí) es difícil de traducir; Harris vierte: «sympathetic understanding of experience» (compreiisión sim-pática de la experiencia). Panorama de algunos problemas fundamentales 33 uaentren en contradicción con ella. A continuación tratamos de decidir en lo que se refiere a estos enunciados deducidos (y a o t r o s ) , comp a r á n d o l o s con los resultados de las aplicaciones prácticas y de experimentos. Si la decisión es positiva, esto es, si las conclusiones singulares resultan ser aceptables, o verificadas, la teoría a que nos referimos ha pasado con éxito las contrastaciones (por esta v e z ) : no hemos encontrado razones p a r a desecharla. P e r o si la decisión es negativa, o sea, si las conclusiones h a n sido falsadas**, esta falsación revela que la teoría de la que se han deducido lógicamente es también falsa. Conviene observar que u n a decisión positiva p u e d e apoyar a la teoría e x a m i n a d a sólo temporalmente, pues otras decisiones negativas subsiguientes pueden siempre derrocarla. Durante el tiempo en que una teoría resiste contrastaciones exigentes y minuciosas, y en que no la deja anticuada otra teoría en la evolución del progreso científico, podemos decir que ha «demostrado su temple» o que está loorroborada» *^ p o r la experiencia. En el procedimiento que acabamos de esbozar no aparece n a d a que pueda asemejarse a la lógica inductiva. En ningún momento h e asumido que podamos pasar p o r u n razonamiento de la verdad de enunciados singulares a la verdad de teorías. No he supuesto un solo instante que, en virtud de unas conclusiones «verificadas», pueda establecerse que unas teorías sean «verdaderas», ni siquiera m e r a m e n t e «probables». En este libro pretendo dar u n análisis más detallado de los métodos de contrastación deductiva; e intentaré mostrar que todos los problemas que se suelen l l a m a r ^epistemológicos» p u e d e n tratarse dentro del marco de dicho análisis. En particular, los problemas a que da lugar la lógica inductiva pueden eliminarse sin dar origen a otros nuevos en su lugar. 4. E L PROBLEMA DE LA DEMARCACIÓN E n t r e las muchas objeciones que pueden hacerse contra las tesis que he propuesto ahora mismo, la más i m p o r t a n t e es, quizá, la siguiente : al rechazar el método de la inducción — p o d r í a decirse—• privo a la ciencia empírica de lo que parece ser su característica más importante ; esto quiere decir que hago desaparecer las barreras que ** E m p l e a m o s cl verlio falsar y sus derivados (falsable, falsación, faUador, e t c . ) como versión de to falsify y los suyos (falsifiable, falsification, falsifier, e t c . ) : pues tanto falsificar como falsear tienen en castellano u n sentido p e r f e c t a m e n t e vivo, q u e provocaría incesantes malentendidos si se empleasen a q u í p a r a t r a d u c i r to falsify ( q u e el autor emplea exclusivamente en el sentido de «poner de manifiesto que algo es o era falso»). Falsar es u n t é r m i n o técnico del juego del tresillo, al cual podemos dotar de este otro contenido semántico sin grave riesgo, al parecer; por otra p a r t e , no es inexistente en la historia del idioma con significado p r ó x i m o al q u e aquí le d a m o s : cf. B E R C E O , Vida de Santo Domingo de Silos, 114 c, Milagros de Nuestra Señora, 91 c; Historia troyaua polimétrica, poema X , 151 {N. del T.). " Acerca de este término, véanse la nota *1 antes del apartado 79 y el apartado *29 de m i Postscript. 34 La lógica de la investigación científica separan la ciencia de la especulación metafísica. Mi respuesta a esta objeción es que mi principal razón para rechazar la lógica inductiva es precisamente que no proporciona un rasgo discriminador apropiado del carácter empírico, no metatísico, de un sistema teórico ; o, en otras palabras, que no proporciona un acrilerio de demarcaciónit apropiado. Llamo problema de la demarcación ^ al de encontrar un criterio que nos permita distinguir entre las ciencias empíricas, por u n lado, y los sistemas «metafísicos», por otro. H u m e conoció este problema e intentó resolverlo °; con Kant se convirtió en el p r o b l e m a central de la teoría del conocimiento. Si, siguiendo a Kant, llamamos «problema de H u m e » al de la inducción, deberíamos designar al problema de la demarcación como «problema de K a n t » . De estos dos problemas — q u e son fuente de casi todos los demás de la teoría del conocimiento— el de la demarcación es, según entiendo, el más fundamental. En realidad, la razón principal por la que los epistemólogos con inclinaciones empiristas tienden a prender su fe en el «método de la inducción», parece ser que la constituye su creencia de que éste es el único método que puede p r o p o r c i o n a r un criterio de demarcación a p r o p i a d o : esto se aplica, especialmente, a los empiristas que siguen las banderas del «positivismo». Los antiguos positivistas estaban dispuestos a admitir únicamente como científicos o legítimos aquellos conceptos (o bien nociones, o i d e a s ) que, como ellos decían, derivaban de la e x p e r i e n c i a ; o sea, aquellos conceptos que ellos creían lógicamente reducibles a elementos de la experiencia sensorial, tales como sensaciones (o datos sensib l e s ) , impresiones, percepciones, recuerdos visuales o auditivos, etc. Los positivistas modernos son capaces de ver con mayor claridad que la ciencia no es u n sistema de conceptos, sino más bien un sistema de enunciados * \ En consecuencia, están dispuestos a admitir únicamente como científicos o legítimos los enunciados que son reducibles a enunciados elementales (o «atómicos») de experiencia — a «juicios de percepción», «proposiciones atómicas», «cláusulas protocolarias» ' Acerca de esto (y, asimismo, de lo tratado en los apartados 1 a 6 y 13 a 24), compárese mi nota; Erkenntnis 3, 1933, pág. 426; *la incluyo aqui, traducida, formando el apéndice *I. ' Cf. la última frase de su Enquiry Concerning Human Understanding. * Compárese con el próximo párrafo y la alusión a los epistemólogos, por ejemplo, la cita de Reichenbach del texto correspondiente a la nota 1 del apartado 1. *' Veo ahora que cuando escribí este texto sobreestimé a los «positivistas mo» dernos». Debería haber recordado que, a este respecto, el prometedor comienzo del Tractatus de Wittgenstein —«El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas»— queda anulado por su final, en el que ataca a la persona que «no había dado significado a ciertos signos de sus proposiciones». Véase también mi Open Society and its Enemies, cap. 11, apartado II [vers. cast, de E. LODEL, La sociedad abierta y SU.1 enemigos, Paidós, Buenos Aires. 1957, págs. 230 y sig. (T.)], asi como el capitulo •! de mi Postscript, especialmente loa apartados • l l (nota 5), *24 (los cinco últimoa párrafo») y *25. Panorama de algunos problemas fundamentales 35 o como los quieran l l a m a r * ' — . No cabe duda de que el criterio de demarcación implicado de este modo se identifica con la lógica inductiva que piden. Desde el momento en que rechazo la lógica inductiva h e de rechazar también todos estos intentos de resolver el problema de la demarcación : con lo cual este problema aumenta de importancia en el presente estudio. El hallazgo de u n criterio de demarcación aceptable tiene que ser u n a tarea crucial de cualquier epistemología que no acepte la lógica inductiva. Los positivistas suelen interpretar el problema de la demarcación de u n modo naturalista: como si fuese u n problema de la ciencia nat u r a l . En lugar de considerar que se encuentran ante la tarea de prop o n e r una convención a p r o p i a d a , creen que tienen que descubrir u n a diferencia — q u e existiría, p o r decirlo así, en la naturaleza de las cosas— entre la ciencia empírica p o r una parte y la metafísica p o r otra. Tratan constantemente de demostrar que la metafísica, p o r su misma naturaleza, no es sino u n parloteo absurdo —«sofistería e ilusión», como dice H u m e , que deberíamos « a r r o j a r al fuego» *^. Pero si con las expresiones «absurdo» o «carente de sentido» no queremos expresar otra cosa, p o r definición, que «no perteneciente a la ciencia e m p í r i c a » , en tal caso la caracterización de la metafísica como u n absurdo carente de sentido será t r i v i a l : pues a la metafísica se la define n o r m a l m e n t e como no empírica. P e r o — n a t u r a l m e n t e — los positivistas creen que pueden decir de la metafísica m u c h a s otras cosas, además de que sus enunciados son no empíricos. Las expresiones «absurdo» y «carente de sentido» c o m p o r t a n una evaluación peyorativa (y se pretende que la c o m p o r t e n ) ; y, sin duda alguna, lo que los positivistas t r a t a n r e a l m e n t e de conseguir no es tanto una demarcación acertada como d e r r i b a r definitivamente ^ y a n i q u i l a r la metafísica. Como quiera que sea, nos encontramos con que cada vez que los positivistas h a n intentado decir con m a y o r claridad lo que significaba «con sentido» la tentativa conducía al mismo r e s u l t a d o : a u n a definición de «cláusula con sentido» (en contraposición a «pseudocláusula sin sentido») que simplemente reitera el criterio de demarcación de su lógica inductiva. Esto «se hace patente» con gran claridad en el caso de Wittgens" Desde luego, nada depende de los nomhres. Cuando inventé el nuevo nombre «enunciado básico» (o «proposición básica»: véanse, más abajo, los apartados 7 y 28), lo hice sólo porque necesitaba un término no cargado con la connotación de enunciado perceptivo; pero, desgraciadamente, lo adoptaron pronto otras personas, y lo utilizaron para transmitir justamente la clase de significado que yo había querido evitar. Cf. también mi Postscript, apartado *29. '" Hume, por tanto, condenó su propia Enquiry en la ultima página, de igual modo que Wittgenstein, más tarde, ha condenado su propio Tractatus en la última página. (Véase la nota 2 al apartado 10.) ' CARNAP, Erkenntnis 2, 1932, págs. 219 y sigs. Anteriormente, Mili había usado la expresión «carente de sentido» de forma análoga, *sin duda alguna bajo la influencia de Comte; cf. también los Early Essays on Social Philosophy de COMTE, ed. po» H. D. Hutton, 1911, citados en mi Open Society, nota 51 del capítulo I I . 36 La lógica de la investigación científica tein, según el cual toda proposición con sentido tiene que ser lógica' mente reducible* a proposiciones elementales (o «atómicas»), que caracteriza como descripciones o «imágenes de la realidad» ^ (caracterización, por cierto, que ha de cubrir todas las proposiciones con s e n t i d o ) . Podemos darnos cuenta de que el criterio de sentido de Wittgenstein coincide con el criterio de demarcación de los induetivistas, sin más que r e m p l a z a r las palabras «científica» o «legítima» p o r «con sentido». Y es precisamente al llegar al problema de la inducción donde se d e r r u m b a este intento de resolver el problema de la demarcación : los positivistas, en sus ansias de aniquilar la metafísica, aniquilan j u n t a m e n t e con ella la ciencia natural. Pues tampoco las leyes científicas p u e d e n reducirse lógicamente a enunciados elementales de experiencia. Si se aplicase con absoluta coherencia, el criterio de sentido de Wittgenstein rechazaría por carentes de sentido aquellas leyes naturales cuya búsqueda, como dice Einstein ^, es «la tarea suprema del físico»: nunca podrían aceptarse como enunciados auténticos o legítimos. La tentativa wittgensteiniana de desenmascarar el p r o b l e m a de la inducción como un psevuloproblcma vacío, ha sido expresada p o r Schlick *' con las siguientes p a l a b r a s : «El p r o b l e m a de la inducción consiste en p r e g u n t a r por la justificación lógica de los enunciados universales acerca de la realidad... Reconocemos, con Hume, que no existe semejante justificación lógica: no puede h a b e r ninguna, por el simple hecho de que no son auténticos enunciados» '. Esto hace ver que el criterio inductivista de demarcación no consigue trazar una línea divisoria entre los sistemas científicos y los metafísicos, y p o r qué ha de asignar a unos y otros el mismo estatuto : * WITTGENSTEIN, Tractatus Logico-Philosophicus (1918 y 1922), Proposición 5. [vers. cast, de E. TIERNO GALVÁN, Revista de Occidente, Madrid, 1957 (T.)]. *Esto se escribió en 1934, y, por tanto, me refiero exclusivamente, como es natural, al Tractatus («se hace patente» es una de sus expresiones favoritas). " WITTGENSTEIN, op. cit., Proposiciones 4.01, 4.03 y 2.221. ° Cf. la nota 1 del apartado 2. " Schlick atribuyó a Wittgenstein la idea de tratar las leyes científicas como pseudoproposiciones, con lo cual se resolvía el problema de la inducción. (Cf. mi Open Society, notas 46 y 51 y sig. del capítulo 11.) Pero, en realidad, es mucho más antigua : forma parte de la tradición instrumentalista que puede hacerse remontar a Berkeley e incluso más atrás. [Véanse, por ejemplo, mi trabajo «Three Views Concerning Human Knowledge», en Contemporary British Philosophy, 1956, y «A Note on Berkeley as a Precursor of Mach», en The British Journal for the Philosophy of Science, IV, 4, 1953, págs. 26 y sigs., reimpreso en mi Conjectures and Refutations, 1959; se encontrarán otras referencias en la nota *1 que precede al apartado 12 (pág. 57). En mi Postscript trato asimismo este problema: apartados *11 a *14 y *19 a *26.] ' SCHLICK, Naturwissenschaften 19, 1931, pág. 156 (la cursiva es mía). En lo que se refiere a las leyes naturales, Schlick escribe (pág. 1 5 1 ) : «Se ha hecho notar a menudo que, estrictamente, no podemos hablar nunca de una verificación absoluta de una ley, pues hacemos siempre —por decirlo así— la salvedad de que puede ser modificada a la vista de nuevas experiencias. Si puedo añadir, entre paréntesis —continúa Schlick—, algunas palabras acerca de esta situación lógica, el hecho mencionado arriba significa que una ley natural no tiene, en principio, el carácter de un enunciado, sino que es Inás bien una prescripción para la formación de enunciados». * (No cabe duda de que se pretendía incluir en «formación» la transformación y la deducción.) Schlick atribuía esta teoría a una comunicación personal de Wittgenstein. Véase también el apartado *12 de mi Postcript. Panorama de algunos problemas fundamentales 37 pues el veredicto del dogma positivista del sentido es que ambos son sistemas de pseudoaserciones sin sentido. Así pues, en lugar de descastar radicalmente la metafísica de las ciencias empíricas, el positivismo lleva a una invasión del campo científico p o r aquélla *. Frente a estas estratagemas'antimetafísicas —antimetafísicas en la intención, claro está— no considero que haya de ocuparme en derrib a r la metafísica, sino, en vez de semejante cosa, en formular u n a caracterización a p r o p i a d a de la ciencia empírica, o en definir los conceptos de «ciencia empírica» y de «metafísica» de tal maner a que, ante un sistema dado de enunciados, seamos capaces de decir si es asunto o no de la ciencia empírica el estudiarlo más de cerca. Mi criterio de demarcación, p o r tanto, lia de considerarse como una propuesta para un acuerdo o convención. En cuanto a si tal convención es a p r o p i a d a o no lo es, las opiniones pueden d i f e r i r ; mas sólo es posible u n a discusión razonable de estas cuestiones entre partes que tienen cierta finalidad común a la vista. P o r supuesto que la elección de tal finalidad tiene que ser, en última instancia, objeto de una decisión que vaya más allá de toda argumentación racional *^. P o r tanto, quienquiera que plantee un sistema de enunciados absolutamente ciertos, irrevocablemente verdaderos °, como finalidad d e la ciencia, es seguro que rechazará las propuestas que voy a h a c e r aifuí. Y lo mismo h a r á n quienes ven «la esencia de la ciencia... en su dignidad», que consideran reside en su «carácter de totalidad» y en su «verdad y esencialidad reales» '^". Difícilmente estarán dispuestos a otorgar esta dignidad a la física teórica moderna, en la que tanto otras personas como yo vemos la realización más completa hasta la fecha de lo que yo llamo «ciencia empírica». Las metas de la ciencia a las que me refiero son otras. No trato de justificarlas, sin embargo, presentándolas como el blanco verdadero o esencial de la ciencia, lo cual serviría únicamente para perturb a r la cuestión y significaría una recaída en el dogmatismo positivista. No alcanzo a ver más que una sola vía para argumentar racionalmente en apoyo de mis p r o p u e s t a s : la de analizar sus consecuencias lógicas —señalar su fertilidad, o sea, su p o d e r de elucidar los problemas de la teoría del conocimiento. Así pues, admito abiertamente que p a r a llegar a mis propuestas me he guiado, en última instancia, por juicios de valor y por predilecciones. Mas espero que sean aceptables para todos los que no' só_Io aprecian el rigor lógico, sino la libertad de dogmatismos ; para quienes buscan la aplicabilidad práctica, pero se sienten atraídos aún en Cf. el apartado 78 (por ejemplo, la nota 1). * Véanse también mi Open Society, notas 46, 51 y 52 del capítulo 11, y mi trabajo «The Demarcation between Science and Metaphysics», entregado en enero de 1955 para el lomo dedicado a Cfernap (aún no publicado) de la Library of Living Philosophers, ed. por P. A. SciiiLPP. " Creo que siempre es posible una discusión razonable entre partes interesadas por la verdad y dispuestas a prestarse atención mutuamente (cf. mi Open Society, capítulo 24). ' Esta es la tesis de Dingier; cf. nota 1 del apartado 19. '" Tesis de O. SpANiv (Kate^orienlehre, 1924). 38 La lógica de la investigación científica m a y o r medida por la aventura de la ciencia y p o r los descubrimientos que una y otra vez nos enfrentan con cuestiones nuevas e inesperadas, que nos desafían a ensayar respuestas nuevas e insospechadas. El hecho de que ciertos juicios de valor hayan influido en mis propuestas no quiere decir que esté cometiendo el error de que he acusado a los positivistas —el de intentar el asesinato de la metafísica p o r medio de nombres infamantes—. Ni siquiera llego a afirmai que la metafísica carezca de valor para la ciencia empírica. Pues no p u e d e negarse que, así como ha habido ideas metafísicas que h a n puesto una barrera al avance de la ciencia, han existido otras — t a l el atomismo especulativo— que la han ayudado. \ si miramos el asunto desde un ángulo psicológico, me siento inclinado a pensar que la investigación científica es imposible sin fe en algunas ideas de una índole p u r a m e n t e especulativa (y, a veces, s u m a m e n t e b r u m o s a s ) : fe desprovista enteramente de garantías desde el p u n t o de vista de la ciencia, y que —en esta misma m e d i d a — es «metafísica» ". Una vez que he hecho estas advertencias, sigo considerando que la p r i m e r a tart^a de la lógica del conocimiento es p r o p o n e r un concepto de ciencia empírica con objeto de llegar a un uso lingüístico — a c t u a l m e n t e algo incierto— lo más definido posible, y a fin de trazar u n a línea de demarcación clara entre la ciencia y las ideas metafísi-'" cas — a u n cuando dichas ideas p u e d a n haber favorecido el avance de la ciencia a lo largo de toda su historia. ^. L A E X P E R I E N C I A COMO MÉTODO La tarea de formular una definición aceptable de la idea de ciencia empírica no está exenta de dificultades. Algxmas de ellas surgen del hecho de que tienen que existir muchos sistemas teóricos cuya estructura lógica sea muy parecida a la del sistema aceptado en un m o m e n t o d e t e r m i n a d o como sistema de la ciencia empírica. En ocasiones se describe esta situación diciendo que existen muchísimos «mundos lógicamente posibles» —posiblemente u n n ú m e r o infinito de ellos—. Y, con todo, se pretende que el sistema llamado «ciencia empírica» represente únicamente un m u n d o : el «mundo real» o « m u n d o de nuestra experiencia» * ' . Con objeto de precisar u n poco más esta afirmación, podemos distinguir tres requisitos que nuestro sistema teórico empírico t e n d r á que satisfacer. P r i m e r o , h a de ser sintético, de suerte que p u e d a representar u n m u n d o no contradictorio, posible; en segundo lugar, debe satisfacer el criterio de demarcación (cf. los apartados 6 y 2 1 ) , es decir, no será metafísico, sino representará u n m u n d o de experiencia " Cf. también: PLANK. Positivismus und r/Bale Aussenwelt (1931), y EINSTEIN, «Die Religiositat der Forschung», en Mein Weltbild (1934), pág. 43; trad. ingl. por A. HARRIS, Tlie fVorld as I see It (1935), págs. 23 y sigs. * Véanse, asimismo, el apartado 85 y mí Postscript. *' Cf. el apéndice *X Panorama de algunos problemas fundamentales 39 p o s i b l e ; en tercer teiniino, es menester que sea un sistema que se distinga — d e alguna m a n e r a — de otros sistemas semejantes por ser el que represente nuestro m u n d o de experiencia. Mas, ^'cómo ha de distinguirse el sistema que represente nuestro m u n d o de experiencia? He a([ui la respuesta: por el hecho de que se le ha sometido a contraste y ha resistido las contrastaciones. Esto quiere decir que se le ha de distinguir aplicándole el método deductivo que pretendo analizar y describir. Según esta opinión, la «experiencia» resulta ser un método distintivo mediante el cual un sistema teórico puede distinguirse de o t r o s ; con lo cual la ciencia empírica se caracteriza —al parecer— no sólo por su forma lógica, sino por su método de distinción. (Desdfi luego, ésta es también la opinión de los inductivistas, que intentan caracterizar la ciencia empírica por su empleo del método inductivo.) P o r tanto, puede describirse la teoría del conocimiento, cuya tarea es el análisis del método o del proceder peculiar de la ciencia empírica, como una teoría del método empírico — u n a teoría de lo que normalmente se llama experiencia. 6. L A FALSABILIDAD COMO CRITERIO DE DEMARCACIÓN El criterio de demarcación inherente a la lógica inductiva —esto es, el dogma positivista del significado o sentido [en ingl., meaning^—• equivale a exigir que todos los enunciados de la ciencia empírica (o, todos los enunciados «con sentido») sean susceptibles de una decisión definitiva con respecto a su verdad y a su falsedad ; podemos decir que tienen que ser (¡.decidihles de modo concluyentei). Esto quiere decir que han de tener una forma tal que sea lógicamente posible tanto verificarlos como falsarios. Así, dice S c h l i c k : i(... u n auténtico enunciado tiene (pie ser susceptible de verificación concluyente-a ^; y Waismann escril)e, aún con mayor c l a r i d a d : «Si no es posible determinar si un enunciado es verdadero, entonces carece enteramente de sentido : pues el sentido de un enunciado es el método de su verificación» ^. Ahora b i e n ; en mi opinión, no existe nada que pueda llamarse inducción *'. P o r tanto, is^rá lógicamente inadmisible la inferencia de teorías a p a r t i r de enimciados singulares que estén «verificados p o r la experiencia» (cualquiera que sea lo que esto quiera d e c i r ) . Así pues, las teorías no son nunca verifical)les empíricamente. Si queremos evitar el error positivista de que nuestro criterio de demarcación elimine los sistemas teóricos de la ciencia n a t u r a l *^, debemos elegir ' SCHLICK, Naturwissenschajten 19. 1931, pág. 150. ' WAISMANN. Erkenntnis 1. 19.30. pág. 229. *' No me refiero aquí, desde luego, a la llamada «inducción matemática»; lo que niego es que exista nada que pueda llamarse inducción en lo que se denominan «ciencias inductivas»: que existan «procedimientos inductivos» o «inferencias inductivas». *'' En su Logical Syntax (1937, págs. 321 y sig.), Carnap admitía que se trataba do un error (y mencionaba mis críticas); y todavía avanzó más en este sentido en 40 ha lógica de la investigación cientijica un criterio que nos permita ailinitir en el dominio de la ciencia em])írica incluso enunciados que no puedan verificarse. Pero, ciertamente, si'ilo admitiré un sistenuí entre los cienlífieos o empíricos si es siiseeptil)le de ser fontrnslndo |)or la experiencia. Estas consideraciones nos sufíieren i ue el criterio de demarcaci<ui (pie hemos de adoptar no es el de la i p) ijiraltilidad, sino el de la falsahilidad de los s i s t e m a s * ' . Dicho de o l í ) m o d o : no exigiré que un sistema científico pueda ser seleccionado, de una vez para siempre, en un sentido positivo ; pero sí (pie sea susv i-plilde de selección en un sentido negativo por medio de contrastes i pruehas cin])íricas: ¡la de ser posible refutar por la experiencia un s'slcina cienlijico entpirico '. (Así, el enunciado «lloverá o no l,lo\(rá acpii mañana» no se considerará em[)írico, por el simple hecho de (pie no puede ser refutado ; mientras que a este otro, ((lloverá a(pií m a ñ a n a » , d(d)e considerársele empírico.) Pueden hacerse varias ohjcciorics ai criterio de demarcación que acallamos de p r o p o n i r . l'.n jirimcr lugar, puede muy hien jiarecer que toda sugerencia de que la ciencia (pie. segéui se admite, nos proporciona informaciones positivas haya de caraclerizarsc [)or satisfacer ima exigencia negativa, como es la de rcfutahilidad. se encamina en una direccitin falsa. Sin emhargo, h a r é ver (en los apartados ^l a 16) ipie e-^la ohjecii'm carece de jicso, [uies el volumen de informaeiém |iosili\íi «pie un enunciado científico comporta es tanto mayor cuanto más'fácil es <\ue cli(i([»e - deludo a su caráclcr lógico— con enunciados singulares posibles. (No en vano llamamos ((leyes» a las leyes de la Nalurale/a : cuanto más prohihcn más dicen.) Puede también hacerle ih- nuevo un intento de volver contra mí mi propia crítica del criterio induelivista de demarcaci(ui : pues podría parecer que cabe su--citar objeciones contra la falsahilidad como criterio de demarcación aiuilogas a las (pie yo he' suscitado contra la verificahilidad. TestabíUty and Mcaniíifi. (liindc rcconoci*) el liecho Í]C que las Icyrs iinivcrsnlos no son solamcnl(i ((('(niv(^nicnt('^'> para la ciLMicia. ^itio incluso «cscncialosi» (Philosophy of of Sciriicfí 4 . 1037. pág. 27 ) . ]'(?r(> n i su i)!ira iniliirtivista ÍAi^ivnl Foundations Probability {19.10) \U('1V(Í a una pftsiciíin muy scnicjantc a la tpie aquí c r i t i c a m n s : al e n c o n t r a r (jue las leyes u n i \ ei-ilcs liriicn prcbahiUdad cero (pií^. 7(71 ) se ve oblifíaílo a (leeir (pág. . " ó ) q u e . auníjue no es necesario expulsarlas tie la ciencia, ésta puede manejárselas perfectamente sin cuas. *^ üiis(^rvese (}ue prü})<)níj;o la falsaliilitlad Cíjmo criterio de demareacií'm, pero no de sentido. Advie'rtase, además, cpie a n t e r i o r m e n t e (en el apartado 4 ) he criticado e n é r g i c a m e n t e el empleo de la idea de sentido como criterio de demarcación, y q u e ataco el dogrna del sentido, aún más enerí^icíhuente. en el at>artado 9. Por tanto, es u n puro m i t o (aunf|ue gran n ú m e r o de refutaciones de mi teoría están ba.sadas en é l ) decir que haya propuesto j a m á s la falsaljilidad como criterio ile sentido. I.a falsahilidad separa dos tipos de enunciados perfectamente dolados de sentido, los falsahles y los no falsables : traza u n a línea dentro del leníruaje eon sentidí). no alrededor de él. Véanse también el apéndice *I y el capítulo *1 de mi Postscript, especialmente los apartados *17 y *19. F n otros autores se e n c u e n t r a n ideas a n á l o g a s : por ejemplo, en F R A N K , Die Katisaliliil and ilirp Cri'nzfn ( I 9 , ' i l ) . capitulo I, § 10 {paps. 13 y s i g . ) , y en D l B l s i.AV, Die Definition {.'5." ed., í'Jül ), paps, 100 y sip, ((•{. asimi.smo, más arrilia, la nota 1 J e l aparlodu 4.) Panorama de algunos problemas fundamentales 41 Este ataque no m e alteraría. Mi propuesta está basada en u n a asimetría entre la -verificabilidad y la falsabilidad: asimetría que se deriva de la forma lógica de los enunciados universales **. Pues éstos no son j a m á s deductibles de enunciados singulares, pero sí p u e d e n estar en contradicción con estos últimos. En consecuencia, p o r medio de inferencias p u r a m e n t e deductivas (valiéndose del modus tollens de la lógica clásica) es posible argüir de la verdad de enunciados singulares la falsedad de enunciados universales. Una argurnentación de esta índole, que lleva a la falsedad de enunciados universales, es el único tipo de inferencia estrictamente deductiva que se mueve, como si dijéramos, en «dirección i n d u c t i v a » : esto es, de enunciados singulares a universales. Más grave puede parecer u n a tercera objeción. P o d r í a decirse que, incluso admitiendo la asimetría, sigue siendo imposible — p o r varias razones—• falsar de u n modo concluyente u n sistema teórico : pues siempre es posible encontrar una vía de escape de la falsación, p o r ejemplo, m e d i a n t e la introducción ad hoc de una hipótesis auxiliar o por cambio ad hoc de u n a definición; se p u e d e , incluso, sin caer en incoherencia lógica, a d o p t a r la posición de negarse a a d m i t i r cualquier experiencia falsadora. Se reconoce que los científicos no suelen proceder de este modo, pero el procedimiento aludido siempre es lógicamente posible ; y p u e d e pretenderse que este hecho convierte en dudoso — p o r lo menos— el valor lógico del criterio de demarcación que h e p r o p u e s t o . Me veo obligado a a d m i t i r que esta crítica es justa ; pero no necesito, p o r ello, r e t i r a r mi propuesta de a d o p t a r la falsabilidad como criterio de demarcación. Pues voy a p r o p o n e r (en los apartados 20 y siguientes) que se caracterice el m^étodo empírico de tal forma que excluya precisamente aquellas vías de eludir la falsación que mi imaginario crítico señala insistentemente, con toda razón, como lógicamente posibles. De acuerdo con mi propuesta, lo que caracteriza al método empírico es su m a n e r a de exponer a falsación el sistema que h a de contrastarse: justamente de todos los modos imaginables. Su meta no es salvarles la vida a los sistemas insostenibles, sino, por el contrario, elegir el que comparativamente sea más apto, sometiendo a todos a la más áspera lucha por la supervivencia. El criterio de demarcación propuesto nos conduce a una solución del problema de H u m e de la inducción, o sea, el p r o b l e m a de la validez de las leyes naturales. Su raíz se encuentra en la aparente contradicción existente entre lo que podría llamarse «la tesis fundamental del empirismo» —la de que sólo la experiencia puede decidir acerca de la verdad o la~ falsedad de los enunciados científicos— y la inadmisibilidad de los razonamientos inductivos, de la que se dio cuenta H u m e . Esta contradicción surge únicamente si se supone que todos los enunciados científicos empíricos han de ser «decidibles de modo concluyente», esto es, que, en principio, tanto su verificación como ** Me ocupo ahora más a fondo de esta asimetría en el apartado *22 de mi Postscrif%. 42 La lógica de la investigación científica su falsación han de ser posibles. Si renunciamos a esta exigencia y admitimos como enunciados empíricos también los que sean decidibles en un solo sentido —decidibles unilateralmcnte, o, más en particular, falsables— y p u e d a n ser contrastados mediante ensayos sistemáticos de falsación, desaparece la contradicción: el método de falsación no presupone la inferencia inductiva, sino únicamente las transformaciones tautológicas de la lógica deductiva, cuya validez no se pone en tela de juicio '', 7. E L PROBLEMA DE LA «BASE EMPÍRICA» P a r a que la falsabilidad pueda aplicarse de algún modo como criterio de demarcación deben tenerse a mano enunciados singulares que p u e d a n servir como premisas en las inferencias falsadoras. P o r tanto, nuestro criterio aparece como algo que solamente desplaza el problema — q u e nos retrotrae de la cuestión del carácter empírico de las teorías a la del carácter empírico de los enuneiadós singulares. Peífe incluso en este caso se h a conseguido algo. Pues en la práctica de la investigación científica la demarcación presenta, a veces, u n a urgencia inmediata en lo que se refiere a los sistemas teóricos, m i e n t r a s que r a r a vez se suscitan dudas acerca de la condición empírica de los enunciados singulares. Es cierto que se tienen errores de observación, y que dan origen a enunciados singulares falsos, pero un científico casi nunca se encuentra en el trance de describir u n enunciado singular como no empírico o metafísico. P o r tanto, los problemas de la base empírica —esto es, los concernientes al carácter empírico de enunciados singulares y a su contrastación— desempeñan un p a p e l en la lógica de la ciencia algo diferente del representado por la mayoría de los demás problemas de que h a b r e m o s de ocuparnos. P u e s gran parte de éstos se encuentran en relación estrecha con la práctica de la investigación, mientras que el p r o b l e m a de la base empírica pertenece casi exclusivamente a la teoría del conocimiento. Me ocuparé de ellos, sin embargo, ya que dan lugar a muchos puntos obscuros: lo cual ocurre, especialmente, con las relaciones entre experiencias perceptivas y enunciados básicos. (Llamo «enunciado básico» o «proposición básica» a un enunciado que p u e d e servir de premisa en u n a falsación e m p í r i c a : brevemente dicho, a la enunciación de u n hecho singular.) Se h a considerado con frecuencia que las experiencias perceptivas proporcionan algo así como una justificación de los enunciados básic o s : se ha m a n t e n i d o que estos enunciados están «basados sobre» tales experiencias, que mediante éstas se «manifiesta p o r inspección» la verdad de aquéllos, o que dicha verdad se hace «patente» en las experiencias mencionadas, etc. Todas estas expresiones muestran u n a ten* Acerca de esta question, véase también mi trabajo mencionado en la nota 1 del apartado 4, * que ahora cstii incluido aquí en el apéndice *I, y, asimismo, mi Postscript, pspecialmentc el apartado "'2, Panorama de algunos problemas fundamentales 43 dencia perfectamente razonable a subrayar la estrecha conexión existente entre los enunciados básicos y nuestras experiencias perceptivas. Con todo, se tenía la impresión (exacta) de que los enunciados sólo pueden justificarse lógicamente mediante otros enunciados: por ello, la conexión entre las percepciones y los enunciados permanecía obscura, y era descrita por expresiones de análoga obscuridad que no aclaraban n a d a , sino que resbalaban sobre las dificultades' o, en el mejor de los casos, las señalaban fantasinalmente con metáforas. T a m b i é n en este caso puede encontrarse una solución, según creo, si separamos claramente los aspectos psicológicos del problema de los lógicos y metodológicos. Hemos de distinguir, p o r una parte, nuestras experiencias subjetivas o nuestros sentimientos de convicción, que no pueden j a m á s justificar cnxmciado alguno (aun cuando pueden ser objeto de investigación psicológica), y, por otra, las relaciones lógicas objetivas existentes entre los diversos sistemas de enunciados científicos y en el interior de cada uno de ellos. En los ajiartados 25 a 30 trataremos con algi'in detalle los problemas referentes a la base empírica. P o r el momento, he de volverme hacia el problema de la objetividad científica, pues los términos «objetivo» y «subjetivo» que acabo de utilizar necesitan aclaración. 8. O B J E T I V I D A D •CIENTÍFICA Y CONVICCIÓN SUBJETIVA Las palabras «objetivo» y «subjetivo» son términos filosóficos cargados de una pesada herencia de usos contradictorios y de discusiones interminables y nunca concluyentes. El empleo que bago de los términos «objetivo» y «subjetivo» no es muy distinto del k a n t i a n o . Kant utiliza la palabra «objetivo» p a r a indicar que el conocimiento científico ha de ser justificable, independientemente de los caprichos de n a d i e : una justificación es «objetiva» si en principio puede ser contrastada y comprendida por cualquier persona. «Si algo es válido — e s c r i b e — para quienquiera que esté en uso de razón, entonces su fundamento es objetivo y suficiente» ^. Ahora bien ; yo mantengo que las teorías científicas no son nunca enteramente justificables o verificablcs, pero que son, no obstante, contrastables. Diré, por tanto, que la objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que pueden contrastarse intersubjetivamente *'. ^ Kritik der reinen Vernunft, Methodenlehre, 2. Haupslück, 3. Abschnitt (2." ed., página 848; trad. ingl. por N. KEMP SMITH, 1933: Critique of Pare Reason, The Trascendental Doctrine of Method, capítulo II, sección 3.", pág. 645) [vers. cast, de J. DEL PEROJO y F. L. ALVAREZ, 1952 (4." e d . ) : Critica de la razón pura (Sopeña Argentina, Buenos Aires), Teoría trascendental del método, capítulo II, sección 3.", página 192 del t. II (T.)}. *' Desde que escribí estas palabras he generalizado esta formulación: pues la contrastación intersubjetiva es meramente un aspecto muy importante de la idea más general de la crítica intersubjetiva, o, dicho de otro modo, de la idea de la regulación racional mutua por medio del debate critico. Esta idea más general, que he tratada 44 La lógica de la investigación científica K a n t aplica la palabra «subjetivo» a nuestros sentimientos de convicción (de mayor o menor g r a d o ) ^. El examen de cómo aparecen éstos es asunto de la psicología: pueden surgir, por ejemplo, «según leyes de la a s o c i a c i ó n » ' ; también pueden servir razones objetivas como acausas subjetivas del juzgar» •*, desde el momento en que reflexionamos sobre ellas y nos convencemos de su congruencia. Quizá fue K a n t el primero en darse cuenta de que la objetividad de los enunciados se encuentra en estrecha conexión con la construcción de teorías —es decir, con el empleo de hipótesis y de enunciados universales—. Sólo cuando se da la recurrencia de ciertos acontecimientos de acuerdo con reglas o regularidades —y así sucede con los experimentos repetibles— pueden ser contrastadas nuestras observaciones p o r cualquiera (en p r i n c i p i o ) . Ni siquiera tomamos muy en serio nuestras observaciones, ni las aceptamos como científicas, hasta que las hemos repetido y contrastado. Sólo merced a tales repeticiones podemos convencernos tie quie no nos encontramos con una mera «coincidencia» aislada, sino con acontecimientos que, debido a su regularidad y reproductibilidad, son, en principio, contrastables intersubjetivamente ^. Todo físico experimental conoce esos sorpiendentes e inexplicables «efectos» aparentes, que tal vez pueden, incluso, ser reproducidos en su laboratorio durante cierto tiempo, pero que finalmente desaparecen sin dejar rastro. P o r supuissto, ningún físico diría en tales casos que había hecho un descubrimiento científico (aun cuando puede intentar una nueva puesta a i)íinto de sus experimento^ con objeto de hacer reproducible el efecto). En realidad, })ucde definirse el efecto físico científicamente significativo como aquél que cualquiera puede r e p r o d u c i r con regtilaridad sin más (¡uo llevar a cabo el experimento a p r o p i a d o del modo prescrito. Ningún físico serio osaría publicar, en concepto de descubrimiento científico, ningún «efecto oculto» (como con cierta extensión en mi Open Sociaty and its Enemies, capítulos 23 y 24, y en mi Poverty of Historicism [traducción castellana por P. SCHWAKTZ, JAI miseria del historicismo, Taurus, Madrid. 196t (T.)], apartado 32, se somete a estudio también en mi Postscript, en particular, en los capítulos *I, *II, y *V[. "" Ibíd. ., ' Cf. Kritik der reinen Vernunft, Trascendentale Elementarlehre, § 19 (2.* ed., página 142; trad. ingl. por N. KEMP SMITH, 1933, Critique of Pure Reason, Trascendental Doctrine of Elements, § 19, pág. 159). [vers. esp. cit., pág. 136 del t. I (T.)l * Cf. Kritik der reinen Vernunft, Methodcnlchre, 2, Haupstiick, 3. Abschnitt (2." ed., pág. 849; vers, ingl., capítulo II, sección 3.", pág. 646 [trad. cast, cit., página 193 del t. II (T.)}. ' Kant se dio cuenta de que de la objetividad que se ha requerido para los enunciados científicos se sigue que deben. ser contrastables intersubjetivamente en cualquier momento, y que han de tener, por tanto, la forma de leyes universales o teorías. I?xpresó tal descubrimiento, de modo poco claro, por medio de su «principio de suceBÍón temporal de acuerdoi con la ley de causalidad» (principio que creyó podía demostrar a priori por medio del razonamiento que hemos indicado). Yo no postulo semejante principio (cf. el apartado 12); pero estoy de acuerdo en que los enunciados cientílicos, puesto (|ue dcí)en ser conslraslabI(« intcrsubjolivamente, han de tener siempre el «urúcler de lilpólcsis universales, * \'¿u>,(; también In nota • ! del apartado 12. Panorama de algunos problemas fundamentales 45 propongo llamarlo) de esta índole, es decir, para cuya reproducción no pudiese d a r instrucciones. Semejante «descubrimiento» se rechazaría más que de prisa por quimérico, simplemente p o r q u e las tentativas de contrastarlo llevarían a resultados negativos". (De ello se sigue que cualquier controversia sobre la cuestión de si ocurren en absoluto acontecimientos que en principio sean irrepetibles y únicos no p u e d e decidirse p o r la ciencia: se trataría de una controversia metafísica.) P o d e m o s volver ahora a u n aserto planteado en el apartado anter i o r : a mi tesis de que una experiencia subjetiva, o un sentimiento de convicción, nunca p u e d e n justificar un enunciado científico ; y de que semejantes experiencias y convicciones no p u e d e n desempeñar en la ciencia otro p a p e l que el de objeto de una indagación empírica (psicológica). P o r intenso que sea un sentimiento de convicción nunca p o d r á justificar un enunciado. P o r tanto, puedo estar absolutamente convencido de la verdad de vui enunciado, segu)"o de la evidencia de mis percepciones, a b r u m a d o por la intensidad de mi e x p e r i e n c i a : puede parecerme absurda toda duda. P e r o , ¿aporta, acaso, todo ello la más leve razón a la ciencia para aceptar mis enunciados? ¿ P u e d e justificarse ningún enunciado p o r el hecho de que K. R. P . esté absol u t a m e n t e convencido de su verdad? La única respuesta posible es que no, y cualqui(;ra otra sería incompatible con la idea de la objetividad científica. Incluso el hecho — p a r a m í tan firmemente establec i d o — de que estoy experimentando u n sentimiento de convicción, no p u e d e aparecer en el campo de la ciencia objetiva más que en forma de hipótesis psicológica; la cual, n a t u r a l m e n t e , pide un contraste o comprobación intersubjetivo : a partir de la conjetura de que yo tengo este sentimiento de convicción, el psicólogo puede deducir, valiéndose de teorías psicológicas y de oíra índole, ciertas predicciones acerca de mi conducta — q u e pueden confirmarse o refutarse mediante contrastaciones experimentales—. Pero, desde el punto de vista epistemológico, carece enteramente de importancia que mi sentimiento de convicción haya sido fuerte o débil, que haya procedido de una impresión poderosa o incluso irresistible de certeza indudable (o «evidencia»), o simplemente de una insegura sospecha: nada de todo esto desempeña el menor papel en la cuestión de cómo pueden justificarse los enunciados científicos. Las consideraciones del tipo que acabo de hacer no nos proporcio' E n la bibliografía de la física se e n c u e n t r a n varios ejemplos de informes presentados por investigadores serios sobre la aparición de efectos que no podían ser reproducidos a voluntad, ya que otras contrastaciones posteriores habían llevado a resultados negativos. Un ejemplo m u y conocido, y reciente, es el resultado positivo •—que no ha recibido explicación— del experimento de Michelson, resultado observado por Miller (1921-1926) en M o u n t Wilson, después de haber reproducido él mismo (así como Morley ) el resultado negativo de Michelson. P e r o , puesto que otras contrastaciones posteriores volvieron a dar resultados negativos, es costumbre considerar que los decisivos son estos últimos, y explicar las observaciones divergentes de Miller como «debidas a causas de error desconocidas». * Véase también el apartado 22, en especial la nota * 1 . 46 La lóg;ica de la investigación científica n a n , desde luego, una respuesta p a r a el p r o b l e m a de la base e m p í r i c a ; p e r o , al menos, nos ayudan a caer en la cuenta de su dificultad principal. Al exigir que haya objetividad, tanto en los enunciados básicos como en cualesquiera otros enunciados científicos, nos privamos de todos los medios lógicos por cuyo medio pudiéramos h a b e r esperado reducir la verdad de los enunciados científicos a nuestras experiencias. Aún más : nos vedamos todo conceder un rango privilegiado a los enunciados que formulan experiencias, como son los que describen nuestras percepciones (y a los que, a veces, se llama «cláusulas protocolarias») : pueden aparecer en la ciencia únicamente como enunciados psicológicos, lo cual quiere decir como hipótesis de un tipo cuyo nivel de contrastación intersubjetiva no es, ciertamente, muy elevado (teniendo en cuenta el estado actual de la psicología). Cualquiera que sea la respuesta que demos finalmente a la cuestión de la base empírica, una cosa tiene que q u e d a r clara : si persistimos en pedir que los enunciados científicos sean objetivos, entonces aquéllos que pertenecen a la base empírica de la ciencia tienen que ser también objetivos, es decir, contrastables intersubjetivamente. Pero la contrastabilidad intersubjetiva implica siempre que, a partir de los enunciados que se h a n de someter a contraste, p u e d a n deducirse otros también contrastables. Por tanto, si los enunciados básicos han de ser contrastables intersubjetivamente a su vez, no puede haber enunciados últimos en la ciencia: no p u e d e n existir en la ciencia enunciados últimos que no p u e d a n ser contrastados, y, en consecuencia, ninguno que no pueda — e n p r i n c i p i o — ser refutado al falsar algunas de las conclusiones que sea posible deducir de él. De este modo Hegamos a la siguiente tesis. Los sistemas teóricos se contrastan deduciendo de ellos enunciados de un nivel de universalidad más b a j o ; éstos, puesto que h a n de ser contrastables intersubjetivamente, tienen que poderse contrastar de m a n e r a análoga — y así ad infinitum. Podría pensarse que esta tesis lleva a una regresión infinita, y que, p o r t a n t o , es insostenible. En el a p a r t a d o 1, al criticar la inducción, opuse la objeción de que llevaría a u n regreso infinito; y puede m u y bien pareeerle a h o r a al lector que la misma objeción exactamente puede invocarse contra el procedimiento de contrastación deductiva que defiendo a mi vez. Sin embargo, no ocurre así. El método deductivo de contrastar no puede estatuir ni justificar los enunciados que se contrastan, ni se pretende que lo haga ; de modo que no h a y peligro de u n a regresión infinita. P e r o ha de admitirse que la situación sobre la que acabo de l l a m a r la atención —la contrastabilidad ad infinitum, y la ausencia de enunciados líltimos que no necesitasen ser contrastados— crea, ciertamente, u n p r o b l e m a . Pues es evidente que, de h e c h o , las contrastaciones no pueden prolongarse ad infinitum: más tarde o más temprano hemos de detenernos. Sin discutir ahora el problema en detalle, quiero ú n i c a m e n t e señalar que la circunstancia de que las contrastaciones no p u e d a n c o n t i n u a r indefinidamente no choca con mi petición de que todo enunciado científico sea con- Panorama de algunos problemas fundamentales 47 trastable. Pues no pido que sea preciso haber contrastado realmente todo enunciado científico antes de aceptarlo : sólo requiero que cada uno de estos enunciados sea susceptible de eontrastación; dicho de otro modo : nic niego a admitir la tesis de que en la ciencia existan enunciados cuya verdad hayamos de aceptar resignadamente, por la simple razón de no parecer posible — p o r razones lógicas— someterlos a contraste. CAPITULO SEGUNDO Sobre el problema de una teoría del método científico De acuerdo con la propuesta que he hecho más arriba, la epistemología — o , la lógica de la investigación científica— debería identificarse con la teoría del método científico. Ahora bien ; en la medida en que trasciende el análisis p u r a m e n t e lógico de las relaciones existentes entre enunciados científicos, la teoría del método se ocupa de la elección de los métodos, o sea, de las decisiones acerca del modo de habérselas con los enunciados científicos. Y tales decisiones dependerán, a su vez, como es n a t u r a l , de la meta que elijamos (entre cierto n ú m e r o de metas posibles). La decisión que h e de p r o p o n e r p a r a establecer reglas adecuadas relativas a lo que llamo el «método empírico» está unida estrechamente a m i criterio de d e m a r c a c i ó n : pues p r o p o n g o que se adopten aquellas reglas que nos den la seguridad de que los enunciados científicos serán contrastables, es decir, de que serán falsables. 9. P O R QUÉ SON I N D I S P E N S A B L E S LAS DECISIONES METODOLÓGICAS ¿Qué son las reglas del método científico, y p o r qué las necesitamos? ¿ P u e d e existir u n a teoría de tales reglas, u n a metodología? El modo de contestar a estas preguntas dependerá, en gran medida, de la actitud que se tenga con respecto a la ciencia. Los positivistas, y con ellos todos los que consideran la ciencia empírica como lógicos u n sistema de enunciados que satisface determinados criterios — c o m o los de tener sentido o ser verificables—, darán una respuesta. Muy distinta será la que presenten los que tienden a pensar (como yo h a g o ) q u e la característica distintiva de los enunciados científicos reside en que son susceptibles de revisión (es decir, en el hecho de que pueden ser sometidos a crítica y remplazados p o r otros m e j o r e s ) : los que consideran que su tarea consiste en analizar la peculiar capacidad del progreso de la ciencia, y el modo característico en que — e n las situaciones cruciales— se lleva a cabo u n a elección entre sistemas teóricos contrapuestos. Estoy enteramente dispuesto a admitir que h a y necesidad de un análisis puramente lógico de las teorías, q u e no tenga en cuenta el Sobre el problema de una teoría del método científico 49 modo en que cambian y se desarrollan. Pero este tipo de análisis no arroja ninguna luz sobre aquellos aspectos de las ciencias empíricas que yo, al menos, tanto estimo. El sistema de la mecánica clásica, pongamos p o r caso, puede ser «científico» en grado máximo, si se q u i e r e ; pero quienes lo sostienen dogmáticamente —quizá en la creencia de que es su deber defender un sistema que ha tenido tantos éxitos mientras no se llegue a refutar de un modo concluyente— se encuentran en el polo opuesto de aquella actitud crítica que, a mi modo de ver, es la a p r o p i a d a p a r a im científico. En realidad, no es posible j a m á s presentar una refutación concluyente de una teoría, ya que siempre puede decirse que los resultados experimentales no son dignos de confianza, o que las pretendidas discrepancias entre aquéllos y la teoría son m e r a m e n t e aparentes y desaparecerán con el progreso de nuestra comprensión de los hechos. ÍEn la polémica contra Einstein se h a n utilizado frecuentemente ambos argumentos p a r a apoyar la mecánica newtoniana, y otros análogos a b u n d a n en el campo de las ciencias sociales.) Si se insiste en pedir demostraciones estrictas (o refutaciones estrictas * ' ) en las ciencias empíricas, nunca se sacará provecho de la experiencia ni se caerá en la cuenta gracias a ella de lo equivocado que se estaba. Por tanto, si caracterizamos la ciencia empírica únicamente p o r la estructura lógica o formal de sus enunciados, no seremos capaces de excluir de su ámbito aquella forma tan difundida de metafísica que consiste en elevar una teoría científica anticuada al rango de verdad incontrovertible. Estas son las razones en que me baso para p r o p o n e r que se caracterice a la ciencia empírica por sus métodos, o sea, por nuestra manera ele enfrentarnos con los sistemas científicos, por lo que hacemos con ('Ibis y lo que a ellos lesliaceinos. Así pues, trataré de determinar las reglas (o, si se prefiere, las n o r m a s ) por las que se guía el científico cuando investifia o cuando descubre algo —en el sentido a que nos estamos refiriendo. 10. PLANTEAMIENTO NATURALISTA DE LA TEORÍA DEL MÉTODO Es necesario desarrollar en alguna medida las indicaciones hechas en el apartado anterior sobre la diferencia entre mi postura y la de los positivistas. * Al positivista le desagrada la idea de que fuera del campo de la ciencia empírica «positiva» puedan existir problemas con sentido (problemas que sería preciso a b o r d a r con una auténtica teoría filosófica); le desplace pensar que deliería existir una verdadera teoría He añadido ahora al texto las palabras entre paréntesis «o refutaciones estrictas»: a) porque están, sin duda, implicadas en lo que se acaba de decir («no es posible jamás presentar una refutación concluyente de una teoría»), y b) porque mis palabras se han malentendido sin cesar, como si yo sostuviese un criterio (aún más: un criterio de sentido y no de demarcación) basado en una doctrina de falsabilidad «completa» o (iconcluyenteío. 50 La lógica de la investigación científica del conocimiento, u n a epistemología o metodología * ^ No quiere ver en los problemas filosóficos planteados más que «pseudoproblemas» o «rompecabezas». Ahora b i e n ; este deseo suyo — q u e , digamos de pasada, no lo expresa como un deseo ni como una propuesta, sino como el enunciado de un hecho *'^— puede satisfacerse s i e m p r e ; pues no hay nada más fácil que «desenmascarar» un problema tratándole de «carente de sentido» o de « p s e u d o p r o b l e m a » : basta con limitarse a un sentido convenientemente estrecho de «sentido», y en seguida se ve uno obligado a decir de cualquier cuestión incómoda que se es incapaz de encontrarle el m e n o r sentido. Aún m á s : si se admite que únicamente los problemas de la ciencia natural tienen sentido ' , todo debate acerca del concepto de «sentido» se convierte también en algo carente de sentido ^. Una vez que h a subido al trono el dogma del sentido queda elevado para siempre p o r encima de los c o m b a t e s ; ya no es posible atacarlo ; se ha hechu (empleando las propias palabras de Wittgenstein) «inatacable y definitivo»^. La cuestión disputada acerca de si existe la filosofía, o de si tiene derecho a existir, es casi tan antigua como ella misma. Una y otra vez surgen movimientos filosóficos completamente nuevos que acaban por desenmascarar los antiguos problemas filosóficos — m o s t r a n d o que son pseudoproblemas— y por contraponer a los perversos absurdos de la filosofía el buen sentido de la ciencia coherente, positiva, e m p í r i c a . Y u n a y otra vez los despreciados defensores de la «filosofía tradicional» t r a t a n de explicar a los jefes del último asalto positivista que eJ p r o b l e m a principal de la filosofía es el análisis crítico de la apelación a la autoridad de la «experiencia» '' —justamente de esa «experiencia» que el último descubridor del positivismo siempre da, burdamente, por supuesta—. Pero a tales objeciones el positivista contesta sólo encogiéndose de h o m b r o s : no significan nada para él, pues no pertenecen a la ciencia empírica, que es lo único que hay dotado de sent i d o . P a r a él la «experiencia» es un programa, no un p r o b l e m a (excepto como objeto de estudio de la psicología e m p í r i c a ) . " Durante los dos años anteriores a la primera publicación de este libro, los miembros del Círculo de Viena acostumbraban a criticar mis ideas diciendo que una teoría del método que no sea ni una ciencia empírica ni pura lógica es imposible (en 1948 Wittgenstein mantenía aún esta opinión; cf. mi trabajo «The Nature of Philosophical Problems», en The British Journal /or the Philosophy of Sci-ince 3 . 1952, nota de la pág. 1 2 8 ) : todo lo que se encuentre fuera de estos dos campos ha de ser un completo absurdo. Más tarde acostumbraron a criticarlas asiéndise a la leyenda de que yo había propuesto remplazar el criterio de verificabilidad por un criterio —de sentido— de falsabilidad. Véase mi Postscript, especialmente los apartados *19 a *22. *^ Algunos positivistas han cambiado más tarde de actitud a este respecto; véase, más adelante, la nota 6. ' WITTGENSTEIN, Tractatus Logico-Philosophicus, Proposición 6.53. ' Al final del Tractatus (en el que explica el concepto de sentido), Wittgenstein escribe: «Mis proposiciones elucidan en cuanto que quien me comprende acaba por reconocer que son absurdas...». 3 WITTGENSTEIN, op. cit., al final del prefacio. * H. GoMPERZ (IFeltanschauungslehre I, 1905, pág. 35) escribe: oSi consideramos lo infinitamente problemático que es el concepto de experiencia ... podemos muy bien vernos obligados a creer que ... a su respecto, la afirmación entusiasta es mucho mcnoH npropiad» ... que la critica más cuidadosa y reservada...». Sobre el problema de una teoría del método científico 5l No espero que los positivistas estén dispuestos a responder de modo distinto que el mencionado, a mis propios intentos de analizar la «experiencia», que i n t e r p r e t o como el método de la ciencia empírica, ya que, en su concepto, existen únicamente dos clases de enunciados : las tautologías lógicas y los enunciados empíricos. Si la metodología no es lógica, concluirán, tiene que ser una rama de una ciencia empírica : por ejemplo, de la ciencia del comportamiento de los científicos cuando están t r a b a j a n d o . Esta concepción, según la cual la metodología es, a su vez, u n a ciencia empírica — e l estudio del comportamiento real de los científicos, o de los procedimientos efectivamente empleados en la «cienciai)—, p u e d e designarse con la palabra ((naturalistan. La metodología naturalista (llamada en ocasiones «teoría inductiva de la ciencia» ^) tiene su valor, sin duda : u n a persona que estudie la lógica de la ciencia puede m u y bien interesarse por ella y sacar grandes enseñanzas. Pero lo que yo llamo metodología no debe tomarse por u n a ciencia empírica. No creo que sea posible decidir, empleando los métodos de una ciencia empírica, cuestiones tan disputadas como la de si la ciencia emplea realmente o no un principio de inducción. Y mis dudas crecen c u a n d o recuerdo que siempre será u n asunto a resolver p o r una convención o una decisión el de a qué cosa hemos de l l a m a r una «ciencia» o el de a quién hemos de calificar de «científico». Me parece que deberíamos tratar las cuestiones de este género de un modo diferente. Así, por ejemplo, podemos considerar dos sistemas distintos de reglas metodológicas: uno, dotado de un principio de inducción, y otro, sin él. Podemos examinar entonces si este principio, una vez introducido, puede aplicarse sin dar lugar a incoherencias o incompatibilidades, si nos es de utilidad, y — p o r fin—- si realmente lo necesitamos. Ha sido una indagación de este tipo la que me ha conducido a prescindir del principio de inducción : no me he basado en que no se emplee, de hecho, semejante j)rincipio en la ciencia, sino en que no lo considero-necesario, no nos sirve de nada e incluso da origen a incoherencias. P o r tanto, rechazo la tesis naturalista : carece de visión crítica ; los que la sostienen no se percatan de que, por más que crean h a b e r descubierto un hecho, no h a n pasado de p r o p o n e r una convención "; y ° DiNGLER, Physik und Hypothesis, Versuch einer induktiven Wissenschaftslehre (1921); análogamente, V. KRAFT, Die Grundformen der Wisseiischajtlichen Methoden (1925). '' (Añadida en \9?,\. en la corrección de pruebas.) He mantenido durante muchos años la tesis, presentada aquí sólo brevemente, de que es asunto a resolver por una decisión a qué se ha de llamar «un aulénlieo enunciado» y a qué «un pseudoenunciado sin sentido» (y, asimismo, la tesis de que también es materia de decisión la exclusión de la metafísica). Sin embargo, la crítica que aquí hago del positivismo (y de la tesis naturalista) ya no se aplica —según me parece— al libro de CARMAP Logiscke Syntax der Sprache (1934), en el que también adopta el punto de vista de que todas estas cuestiones descansan en decisiones (es el «principio de tolerancia»). Según el piefacio de la obra de Carnap, Wittgenstein ha propugnado durante afios una opinión semejante en sus obras inéditas. (* Pero véase, más arriba, ia nota *1.) La Logische Syntax, de CAHNAP, se publicó mientras se corregían las pruebas del presente libro; lamento no KSber tenido ocasión de estudiarla en el texto. 52 La lógica de la investigación científica — p o r ello— se convierte con facilidad en un dogma. Esta crítica de la posición naturalista no se aplica tan sólo a su criterio de sentido, sino, asimismo, a su concepto de la ciencia y —en consecuencia— a su concepto del método empírico. 11. L A S REGLAS METODOLÓGICAS COMO CONVENCIONES En la presente obra consideramos las reglas metodológicas como convenciones: las podríamos describir diciendo que son las reglas de juego de la ciencia empírica. Difieren de las reglas de la lógica p u r a al estilo de como lo hacen las reglas del ajedrez, que pocos considerarían ser una parte de la lógica pura: teniendo en cuenta que ésta regula las transformaciones de las fórmulas lingüísticas, el resultado de un estudio de las reglas del ajedrez podría llamarse quizá «la lógica del a j e d r e z » ; pero difícilmente «lógica», sin más (análogamente, el resultado de un estudio de las reglas de juego de la ciencia —esto es, de la investigación científica— podría denominarse «la lógica de la investigación científica»). Daremos dos ejemplos sencillos de reglas metodológicas, que bastarán para hacer ver que sería bastante inoportuno colocar un estudio metodológico al mismo nivel que otro p u r a m e n t e lógico : 1. El juego de la ciencia, en principio, no se acaba nunca. Cualquiera que decide u n día que los enunciados científicos no requieren ninguna contrastación ulterior y que pueden considerarse definitivamente verificados, se retira del juego. 2. No se eliminará una hipótesis propuesta y contrastada, y que haya demostrado su temple *% si no se presentan «buenas razones» para ello. Ejemplos de «buenas r a z o n e s » : sustitución de la hipótesis por otra más contrastable, falsación de una de las consecuencias de la hipótesis. (Analizaremos más adelante a fondo la noción de «más contrastable».) Estos dos ejemplos nos permiten darnos cuenta del aspecto que presentan las reglas metodológicas. No cabe duda de que son m u y diferentes de las reglas que o r d i n a r i a m e n t e se llaman «lógicas»: aun cuando es posible que la lógica establezca criterios p a r a decidir si un enunciado es contrastable, en ningún caso se ocupa sobre si nadie se esfuerza o no p o r contrastarlo. En el a p a r t a d o 6 traté de definir la ciencia empírica m e d i a n t e el criterio de falsabilidad ; pero como me vi obligado a a d m i t i r que ciertas objeciones estaban en lo justo, p r o m e t í a ñ a d i r un suplemento metodológico a m i definición. Exactamente lo mismo' que es posible definir el ajedrez p o r medio de sus reglas peculiares, la ciencia empírica puede definirse p o r medio de sus reglas metodológicas (que estableceremos sistemáticamente). Daremos, en p r i m e r luga^-, u n a regla su" En lo que se refiere a la traducción de «inch 6eu)ofcrere» por «demostrar su temple* [en ingl., to prove one's mettle], véase la primera nota a pie de página del capítulo X (La corroboración). Sobre el problema de una teoría del método científico 53 prema, que sirve a modo de n o r m a para las decisiones que h a y a n de tomarse sobre las demás reglas, y que — p o r t a n t o — es una regla de tipo más elevado : es la que dice que las demás reglas del procedimiento científico han de ser tales que no protejan a ningún enunciado de la falsación. Así pues, las reglas metodológicas se hallan en estrecha conexión tanto con otras reglas de la misma índole como con nuestro criterio de demarcación. P e r o dicha conexión no es estrictamente deductiva o lógica ' : resulta, más bien, del hecho de que las reglas están construidas con la finalidad de asegurar que pueda aplicarse nuestro criterio de demarcación ; y, por ello, se formulan y aceptan de conform i d a d con una regla práctica de orden superior. He dado más arriba —cf. la regla 1— un ejemplo de tal p r o c e d e r : las teorías que decidimos no someter a ninguna contrastación más ya no serán falsables. Esta conexión sistemática entre las reglas es lo que permite que hablemos con propiedad de u n a teoría del método. Admitamos que las aserciones de esta teoría son, en su mayoría, como ensenan nuestros ejemplos, convenciones de índole h a r t o obvia : en la metodología no son de esperar verdades p r o f u n d a s ; pero, a pesar de ello, pueden ayudarnos, en muchos casos, a aclarar la situación lógica, e incluso a resolver algunos problemas de gran alcance que hasta el m o m e n t o se habían mostrado refractarios a toda solución — p o r ejemplo, el de decidir, acerca de u n enunciado p r o b a b i l i t a r i o , si debería aceptarse o rechazarse (cf. el apartado 6 8 ) . Se ha puesto en duda con frecuencia que los diversos problemas de la teoría del conocimiento se encuentren en relación sistemática m u t u a alguna, así como que puedan, ser tratados sistemáticamente; espero p o d e r demostrar en este libro que tales dudas no están justificadas. La cuestión tiene cierta i m p o r t a n c i a : la única razón que tengo para; p r o p o n e r mi criterio de demarcación es que es fecundo, o sea, que es posible aclarar y explicar m u c h a s cuestiones valiéndose de él. « L a s . definiciones son d o g m a s ; sólo las conclusiones p u e d e n otorgarnos alguna perspectiva nueva», dice Menger '. Lo cual, ciertamente, es verdad en lo que respecta a la definición del concepto de «ciencia»: sólo a p a r t i r de las consecuencias de mi definición de ciencia empírica, y de las decisiones metodológicas que dependen de esta definición, podrá ver el científico en qué medida está de acuerdo con sr. idea intuitiva de la meta de sus trabajos *^. T a m b i é n el filósofo admitirá que mi definición es útil únicamente en caso de que pueda aceptar sus consecuencias. Hemos de confirmarle que éstas nos permiten encontrar incoherencias e i m p r o p i e d a d e s en otras teorías del conocimiento anteriores, y remontarnos a los supuestos fundamentales y convenciones de que proceden ; pero también hemos de confirmarle que nuestras propias propuestas no están amenazadas por dificultades análogas. Este método de encontrar y resolCf. K. MENGER, Moral, Wille und Weltgestaltung (1934), págs. 58 y siga. K. MENGER, Dimensionstheorie (1928), pág. 76. Véase también el apartado *15, «La finalidad de la ciencia», de mi Postscript. 54 La lógica de la investigación científica ver contradicciones se aplica igualmente dentro de la ciencia misma, pero tiene particular importancia en la teoría del conocimiento. Si es que existe algún método p o r el que las convenciones metodológicas p u e d a n justificarse y demostrar su valor, es éste precisamente ^. En cuanto a si los filósofos considerarán que estas investigaciones metodológicas pertenecen a la filosofía, me temo que es muy dudoso ; p e r o , realmente, la cosa no tiene gran importancia. Con todo, tal vez mere/ca la pena de mencionar a este respecto que no pocas doctrinas metafísicas — y p o r tanto, sin disputa, filosóficas— p o d r í a n interpretarse como típicas hipóstasis de reglas metodológicas. Tenemos un ejemplo de tal situación en lo que se llama «el principio de causalidad», del cual nos ocuparemos en el próximo apartado ; y nos hemos encontrado ya con otro ejemplo de lo m i s m o : el p r o b l e m a de la objetividad. Pues podemos i n t e r p r e t a r también el requisito de objetividad científica como una regla metodológica: la de que solamente p u e d a n ingresar en la ciencia los enunciados que sean contrastables intersubjetivamente (véanse los apartados 8, 20., 27 y o t r o s ) . Verdad e r a m e n t e , bien podría decirse que la mayoría de los problemas de la filosofía teórica, y los más interesantes, p u e d e n reinterpretarse de este modo como problemas referentes al método. ' En la presente obra he relegado a un segundo término el método crítico —o, si se quiere, «dialéctico»— de resolver contradicciones, pues me ocufio en el intento de desarrollar los aspectos metodológicos prácticos de mi tesis. En una obra aún inédita be tratado de seguir la ruta crítica, y de mostrar que tanto los problemas de la teoría del conocimiento clásica como los de la moderna (de Hume a Russell y Whitehead a través de Kant) pueden retrotraerse al problema de la demarcación: esto es, al de enc(mtrar un criterio del carácter empírico de la ciencia.